Encaprichada con mi padre 2/2
Terminé el examen en media hora. Me hallaba feliz, algo me decía que pasaría el examen al menos con un nueve de calificación. Suspiré aliviada porque todo me estaba saliendo bien. Quizás, si no hubiera reprobado, mi papá no hubiera querido comprarme ropa para la playa, puede que todo esto sea algo bueno después de todo.
Entré en la casa sin hacer mucho ruido, no por querer ser silenciosa, sino porque no contaba con mucha energía a causa de no haber desayunado aún; el caminar y realizar el examen me provocaron un hambre atroz. Pero antes de ponerme a desayunar, quise subir a mi cuarto y dejar mi lápiz, sacapuntas, un recibo de pago, y las otras cosas elementales que me había llevado al examen.
Subí las escaleras bastante desganada, estaba en el punto en el cual cualquier molestia me pondría de malhumor. Era un desgraciado defecto que yo odiaba en mi misma, pero lo encontraba inevitable, si sentía hambre por el tiempo suficiente me convertía en una bomba de tiempo que podía explotar en cualquier momento por el más mínimo inconveniente. Lo único que me mantenía a raya, quizás era el hecho de que minutos atrás, mientras caminaba por el vecindario estaba feliz por haber hecho bien el examen. Era increíble como las cosas cambiaban tan rápido en mi loca cabecita.
Al caminar por el pasillo, escuché un ruido repetitivo que provenía del baño. Al parecer era mi padre, estaba haciendo ruidos muy extraños. En fracción de segundos el malestar interior gestado por el hambre, fue sustituido por la curiosidad y la sorpresa.
—¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! —gruñía mi padre de manera entrecortada. «¿Qué estará sucediendo dentro del baño?», me pregunté en un desvelo de inocencia.
Tardé un poco en asimilarlo, pero justo antes de entrar al baño y preguntar a mi padre qué estaba haciendo, las ideas establecieron una rápida conexión en mi cabeza: Comprendí entonces que mi padre estaba masturbándose. ¡Dios mío! Nunca había escuchado que mi papá hiciera eso, aunque supongo que es normal, y que lo hace a menudo, el problema es que ha dejado la puerta del baño abierta, ¿cómo puede ser tan descuidado?
Inmediatamente regresé por donde venía, bajé las escaleras lo más despacio que pude, justo cuando bajé el último escalón, escuché un bullicioso grito inmoral naciente de la masculina garganta de mi padre. El grito denotaba claramente una manifestación agresiva de placer. No puede ser, mi padre se corrió en el baño y yo lo pude oír. Me encontraba muy nerviosa, no quería que mi padre pudiera enterarse de que lo había escuchado cuando se abusaba el pene. No encontraba una manera adecuada de actuar, me sentía enferma de confusión. Cada vez me estaban pasando más y más cosas raras con Sergio, y si bien yo inicié todo esto, me aterraba que la situación se tornara en una en la que mi padre me castigara o me reprendiera por mis incitaciones. Aunque en esta ocasión, mi padre fue el que estaba haciendo cosas sexuales dentro de la casa donde su preciosa hija, el verdadero amor de su vida, vivía junto con él.
Me salí de la casa. Me quedé un momento sentada en el césped que tenemos frente a la casa. Esperé cerca de diez minutos fuera para que mi papá pensara que no tuve oportunidad de haber escuchado nada. Mientras esperaba, me pregunté si se había masturbado pensando en mí, si su mente durante un segundo evocó el instante en el que intenté provocarlo inocentemente esa misma mañana. Seguro que era una posibilidad. Me pregunté también si le gustó la manera en que estábamos abrazados en la cama, después de todo, yo recuerdo que me abrazó por la cintura y me atrajo hacia sí durante unos cuantos segundos. En ese momento, él puso su erección en mis nalguitas, él sitió mi trasero, y yo su miembro, pero no sé hasta qué punto, ni de qué forma eso le pudo haber gustado.
La idea de que se hubiera masturbado pensando en mí, su nena, su niña, su bebita, me volvía loca de emoción. Me ponía enferma de calentura, y eso únicamente por pensarlo, no quería imaginar la manera en que me sentiría si mi padre algún día me insinuara algo sexual. Caí en cuenta de que yo estaba en una especie de brama, en época de celo. Trataba de calentar a mi padre porque lo quería para mí y no había otros hombres disponibles para mí, quería que él me hiciera suya, que me hiciera el amor y se olvidara de Alexa para siempre.
Admití otra realidad en ese momento, y me dije a mí misma: «Ya basta de darle rodeos a todo. Lo que quiero es que mi papá me convierta en su mujer».
Volví a entrar a la casa, tratando de hacer el mayor ruido posible para que mi padre supiera que ya había llegado. Abrí la puerta, y la cerré con considerable fuerza, más no excesivamente.
—¡Papi ya llegué! ¡Salí temprano! —grité con suficiente fuerza para que escuchara que había alguien en la casa.
Inmediatamente Sergio bajó de su habitación, y me recibió.
—¿Cómo te fue? Saliste rápido —dijo con mucha normalidad.
—Sí, estaba súper fácil —contesté sin quitarme de la cabeza el asunto de la masturbación de mi padre.
—Muy bien, te esperé para desayunar —comentó mientras me sostenía el rostro con ambas manos. En ese momento se me ocurrió que quizás mi padre ni siquiera se lavó las manos tras agarrarse su cosa.
Una vez que dejé que mi papá me consintiera haciéndome el desayuno, comenzamos a subir todas las cosas a la camioneta. Me sentía radiante de felicidad, y se me notaba el deseo de largarme de la ciudad inmediatamente. Cada cinco minutos le preguntaba a mi papá si ya nos íbamos.
Dieron las once y por fin partimos. Todo porque la puta de Alexa ya había acordado con mi papá que a las doce él pasaría por ella, maldita perra. Pero antes de eso iríamos por... ¡Trajes de baño!
Fuimos al centro de la ciudad, donde hay muchas tiendas de ropa femenina. Entré acompañada de mi padre a una tienda que me encantaba. Cruzamos las puertas de la tienda y el guardia me saludó lanzándome una miradita esporádica a los pechos, eso me dio una idea para comprobar si yo le provocaba algo a mi papito, para tener, aunque sea una señal sobre si había pensado en mí cuando lo escuché hace rato masturbarse en el baño horas atrás.
Escogí unos diez trajes de baño de diferentes colores y estilos, y una toalla de microfibra. Ya llevaba en el equipaje una toalla de las normales, pero siempre había deseado tener una fabricada con microfibra, pues decían mis amigas, que secaban mucho más rápido que una de las comunes. Mi papá ya se estaba acercando a la caja registradora para pagarlos cuando le dije que primero era necesario probármelos, para ver cómo me quedaban, y que me tenía que esperar un poquito. Con pesadez, me anuncio que me diera prisa, yo sabía perfectamente que a mi padre le aburrían este tipo de cosas en las que las mujeres nos gusta tomarnos nuestro tiempo.
Cuando estaba dentro del probador, invoqué a mi papá.
—¡Papi ven! ¡Entra por favor! —grité para que pudiera escucharme.
—¿Nena?, ¿sucede algo malo? —preguntó con tono de preocupación.
—¡Sí! Es que no sé si me quedan bien. ¡Entra por favor! —insistí.
Mi padre entró cautelosamente al probador donde me encontraba aparentemente semidesnuda. Él me encontró envuelta en la toalla de microfibra, y la mitad de mis senos sobresalían de la toalla debido a la presión que yo ejercía.
—Papi, te voy a enseñar unos trajes de baño y tú me dices como me quedan, ¿ok? —expresé con cierta indiferencia cándida.
—No sé, mira mi amor, no creo que yo deba hacer esto, ¿por qué no le pides ayudar a alguna trabajadora de la tienda? —sugirió mi padre.
—No. Mira, te enseñaré el primero —contesté muy animada y contenta, restándole importancia alguna a las preocupaciones de mi angustiado padre.
Sin darle tiempo para replicar, simplemente deje caer la toalla, y ahí estaba plantada yo, con un bikini negro muy sexi de dos piezas.
—¿Cómo me queda? —interrogué mientras realizaba poses imitadas de una modelo profesional que miré tiempo atrás en sus historias de Instagram.
—Te queda bien, mira Alisa, no creo que sea correcto que te vea así, no está bien —deliberó con cierto nerviosismo en su voz.
—Pero... Si me verás así en la playa en unas horas, es lo mismo, ¿o qué?, ¿te taparás los ojos cuando ande en traje de baño allá? —dije con poquita picardía, y minimizando el sarcasmo lo más que pude.
—Mmm... Sí, tienes toda la razón nena, bueno, ya, enséñamelos rápido para irnos, se nos hará tarde —dijo intentando mostrar desesperación por llegar a nuestro destino, que por el hecho de que yo me mostrara semidesnuda ante sus ojos, se le veía en ese aspecto más relajado, o eso me quería hacer creer.
—¿Entonces te gusta cómo me queda este? Míralo bien, por favor —dije mientras me daba la vuelta para enseñarle el trasero, el cual, yo estaba moviendo, parando y meneando para provocar alguna señal de atracción de mi padre hacia mí.
—Te queda muy bien mi niña, ya hay que apurarnos —dijo sin apartar la vista de mi culo, mientras disimuladamente, ponía sus manos sobre su entrepierna.
En ese instante comprobé algo, y es que se le veía un agrandamiento debajo de las manos, ese momento me dejó estupefacta, comprendí que le había provocado una erección a mi propio padre, a esa persona que se suponía que me debía cuidar y respetar, mis encantos debían ser poderosísimos. Y era un verdadero triunfo tanto femenino como personal, puesto que esta vez había sido yo solita quien lo había provocado y no la biología matutina. Me puse muy feliz, contentísima más no poder, estaba dominando a mi papito, lo estaba calentando, concluí por tanto que era muy probable que haya pensado en mí en la mañana mientras se la jalaba tan furiosamente. Tales conclusiones me evocaron una sonrisa tan fuerte que me dolía la cara.
—Ya está bien, uno último para no tardarnos más —dije tratando de contener la amplia sonrisa mientras me ponía la toalla para taparme.
Me envolví en la toalla, me bajé el bikini y me quité el top quedando desnuda dentro de la toalla. Consecuentemente le pedí a mi papá que me alcanzara un bikini color naranja.
—Amor, ¿qué estás haciendo? —soltó un poco asustado al saber que la toalla era lo único que me separaba de la desnudez.
—Nada, me cambio, ¿quieres que me quite la toalla, o por qué lo dices?
—Alisa no digas eso, es que te estas cambiando delante de mí, eso no está bien —sentenció.
Yo sabía que, si le llevaba la contra unas cuantas veces más, lo haría enojar, y terminaría sin llevarme nada, o podía provocar que todo el viaje mi padre anduviera de mal humor. Así que cedí en esta ocasión y le di la razón.
—Sí, tienes razón, es que no pensé... —dije con fingida tristeza, fue difícil actuar esta emoción en esos momentos porque una alegría se me asentaba en el pecho y no me podía deshacer de ella.
—Ya vámonos —dijo mi padre con sequedad, pero aún no enojado.
—Perdóname papito, no quiera incomodarte, siempre tengo que arruinar todo, soy tan tonta, de verdad —dije eso mientras intentaba con todas mis fuerzas hacer que se me saliera una lágrima, pero lo único que pude conseguir es un semblante de seriedad que era evidentemente falso, así que solo agaché la cabeza para dar a entender que estaba muy acongojada.
—Ya mi amor, no estoy enojado, solo digo que tengas más cuidado, imagina que entre alguien aquí, y vea que estas cambiándote frente a mí. Pero ya no pasa nada, todo está bien —dijo mientras me consolaba con un abrazo—. Además estoy seguro de que te ves perfecta en cualquier cosa que uses, tú eres la más bonita de todas.
Extrañamente, yo estaba desnuda aún bajo la toalla, y él me abrazaba. Lo peor de todo es que el hipócrita aún tenía la erección a tope. En realidad, me pareció que, sí era honesto respecto a que le preocupaba que alguien nos viera así, pero no tanto sobre lo que yo hacía. Pero al menos comprobé que él es capaz de sentir algo por mí, algo más que cariño, o que por lo menos tengo esperanzas de provocarle ese sentimiento que debiera experimentar solo por una mujer muy atractiva para él. Y que me dijera que era la más bonita de todas, solo alimentaba mis ilusiones llevándome cada vez más a una enajenación que entendía poco sana, pero inevitable y además natural de las relaciones entre hombres y mujeres.
Después de abrazarme, mi padre salió apresurado del probador. Me cambié rápidamente, y fuimos a pagar la ropa. Estaba muy complacida y jubilosa.
Llegamos al departamento de Alexa, para ese entonces ya no me hallaba tan contenta. Me quedé en la camioneta con Ivi el cachorro,mientras esperaba a mi padre y Alexa.
Mi padre fue a ayudar a Alexa a bajar sus cosas y acomodarlas dentro de la camioneta. Aunque estaban tardando mucho. Sabrá Dios que estarían haciendo. Yo lo caliento a mi padre unos minutos y Alexa lo aprovechaba. «Es una maldita puta, que se joda, y ni te encariñes con ella ni te dejes tocar por ella», le dije a Ivi. Miré al perrito a los ojos, luego miré al techo del vehículo y continué:«Espero que por lo menos usen protección, lo peor sería que ella saliera embarazada de mi padre y entonces viniera a vivir con nosotros a la casa, esa es mi más oscura pesadilla».
Veinte minutos después, ambos bajaron ufanos. Se veían felices, seguro que se echaron un sexo rápido. Sucios, cochinos, enfermos… Y yo encerrada en la camioneta como pendeja esperándolos. Así eran mis pensamientos, que en ciertas ocasiones contradecían mi cara de niña buena, de chica linda, amable y con cierta inocencia adorable, de adolescente hermosa e inteligente.
Alexa, igual que siempre, se miraba guapísima con su short blanco cortito y su camisa de mezclilla azul. Nos saludamos, fingí amabilidad y le presumí al perrito. Ella estaba encantada con el cachorro. Y aunque Alexa me cae mal en el fondo de mis pensamientos, trataba de llevar buen rollo con ella, así que platicamos a lo largo del viaje fingiendo ser íntimas amigas.
Hubo cosas que noté de repente, actitudes hirientes que mi padre comenzó a tener contra mí, las cuales atribuí a la presencia de Alexa. Una de esas cosas, era que mi padre ya no me decía nombres cariñosos. Cuando yo estaba a solas con él, me decía: «amor», «nena», «mi vida», «princesa», «bebita», y demás sobrenombres que reflejaban su inmenso cariño por mí. Al estar Alexa presente... ¿Sabes cómo me decía? Me decía: Alisa. Humillante. Pero lo peor de todo era que a ella no le decía Alexa, a ella le decía: «amor», «mi vida», «corazón», y toda clase de cursiladas delante de mí. El muy cabrón, me quitaba todo el cariño y se lo entregaba con manos llenas a esa zorra sin dudarlo una fracción de segundo siquiera.
Otra de las actitudes espantosas de mi padre, es que tampoco me consentía ni me abrazaba. Esa era una de las razones por las que más odiaba a Alexa. Básicamente me robaba a mi papá junto con todo su amor. Y nada más iniciar este viaje, esa puta me lo «bajó» en un abrir y cerrar de ojos, sin esfuerzo alguno. Yo estaba derrotada, al menos por el momento. Y bastante derrotada diría yo, pues ni siquiera el perro me prefería, lo demostraba claramente al dormirse en el regazo de Alexa.
En las dos horas que transcurrió el viaje, observé, para distraerme de mis difíciles problemas de amor, la enigmática belleza del desierto. Los cactus, los matorrales, y las aves que sobrevolaban los alrededores me fascinaban por su gran valor natural.
Cada vez más, nuestro destino se acercaba, un pueblo que estaba ante nosotros lo revelaba, unos pocos kilómetros más y por fin llegaríamos.