May 7, 2024

Duelo en las trincheras: Cuando los amados líderes de la UE bajaron al barro (I)

Capítulo 1: El veredicto del populacho

París, Berlín, Madrid, Londres y otras ciudades que otrora latían al ritmo del poder político, de los telediarios, los magazines y los roles del glamour social de estrellas y personajes del espectro mediático, en los últimos días se veían envueltas en un clamor ensordecedor que brotaba en las calles, verbalizado por los ciudadanos en la consigna que ya era universal en todas las redes: # hashtag “¡No quiero morir, pringa tú, jodío!”.

La guerra en Ucrania se había convertido en una herida abierta, sangrando miles de vidas de inocentes soldados y ciudadanos rusos y ucranianos, quienes morían sin saber muy bien porqué ni por quien ni a qué atenerse.

La desconfianza hacia los llamados por la prensa líderes europeos, Emmanuel Macron, Olaf Scholz, Pedro Sánchez, Rishi Sunak, Josep Borrell, Úrsula von der Leyen y el resto de mandamases de la UE, crecía con cada soldado caído, no obstante las bravuconadas de los líderes, que proclamaban su furia guerrera en las conferencias de prensa y ante los reporteros televisivos a poco que les pusieran un micrófono delante de la boca.

Fue la última propuesta del pequeño gran hombre y belicoso Macron de mandar soldados a Ucrania, lo que colmó el vaso.

Una marea de clamor popular se inició brotando como setas en los bares y mercadillos y comenzó a crecer exponencialmente en los barrios más populosos de París y, en un mundo rabiosamente interconectado para lo bueno y para lo malo, rápidamente se extendió por los suburbios de Madrid, Londres, Berlín, Roma y otras ciudades de Europa, en las que, como el fuego con la gasolina, comenzó a encenderse la furia de los ciudadanos-internautas que, bajo el #hashtag "Ve y pringa tú, ¡¡no te jode!!, alentados por los influencers, youtubers y líderes de internet, se juntaron en grupos de Telegram y WhatsApp proponiendo la idea de salir a las calles y paralizar los países hasta que los insensatos políticos gobernantes, responsables de la barbarie de la guerra que amenazaba la pervivencia de la especie humana, fueran detenidos y recluidos en una isla a pan y agua, como modo de evitar la destrucción total de la tierra en una guerra nuclear que se veía inminente.

Para ello, los líderes del Movimientos Popular Internáutico (MPI), -que así se hacían llamar estos revolucionarios de la nueva era telemática-, anunciaron una jornada de manifestaciones gigantescas en todas las capitales de Europa que debían celebrarse el día 9 de junio, -fecha coincidente con las elecciones europeas, a las recomendaron boicotear no yendo a votar-, manifestaciones seguidas de una huelga general indefinida en todos los países de la UE que se iniciaría el mismo día.

Atemorizados los líderes europeos ante la perspectiva de ser detenidos y encarcelados por el resto de sus días, con lo bien que vivían en esos momentos, se citaron y reunieron en privado y, en un acto de desesperación obligado por las circunstancias, después de muchos debates e insultos entre ellos, y en particular de llamar una y mil veces idiota y gilipollas a Macron, aceptaron la propuesta de los líderes del MPI. Desde luego era una solución drástica: un Referéndum en cada país de la UE.

La pregunta sería simple: ¿Acepta Usted que el jefe del gobierno de nuestro país vaya al frente de batalla y se enfrente a Vladimir Putin para poner fin a la guerra?

La respuesta de la gente en los referéndums fue rotunda: “Sí”, con una aplastante mayoría del 99% (siempre hay un 1%, o más, que no se entera).

De modo que los líderes europeos, hasta entonces ungidos de poder y glamour, temporalmente serían despojados de sus cargos y convertidos en simples soldados para salvar Europa y, si sobrevivían en buen estado, serían repuestos en su empleo si solucionaban el problema. Era como una especie de excedencia, más forzosa que voluntaria, pero no tenían escapatoria.

Viéndose obligados a acatar la voluntad popular, pues, como se habían comprometido con el MPI, sólo faltaba elegir quienes de ellos serían los designados para enfrentarse a Putin.

Después de varias reuniones y cabildeos, en los que cada uno alegaba importantes razones personales y familiares para no ir al frente, al tiempo que sugería los nombres de los otros colegas en las votaciones secretas, tras varias negociaciones, alianzas y consensos, y con los buenos oficios del beligerante Borrell, que milagrosamente logró escurrir el bulto, fueron designados Macron, Olaf, Pedro y Rishi. Ellos serían los encargados de defender el honor de Europa.

Así lo quiere el destino. ¡Ánimo! -consolaban a los desdichados en proyecto de héroe, los colegas que se habían librado del marrón de ir al frente.

Los elegidos no eran los más fuertes ni los guerreros más brillantes, obvio es, pero les había tocado la china y tenían que apechugar con su suerte, con su mala suerte, quiero decir.

Macron estaba que echaba las muelas. Esto me pasa por bocazas -regurgitaba para sus adentros-, por gilipollas, sí señor, por gilipollas. (Cela m'arrive parce que je suis une grande gueule, parce que je suis un idiot, oui monsieur, parce que je suis un idiot.)

El hombre nunca había hecho la "mili", aunque bien que se había empeñado en imponérsela a los franceses hacía unos cuantos años. Él era un modesto funcionario público, aunque asesor en sus ratos de ocio de la Rothschild & Cie.

Nadie nunca le había dicho que en el sueldo de presidente iba eso de ir a pegarse con el presidente ruso. Recordaba la experiencia de Napoleón, a quien la cosa no le fue muy bien, y no quería acabar como él, por mucho que le admirara y quisiera emularlo doscientos años después. Una cosa era pasar a la historia y otra pasar al Cementerio de Père Lachaise. Podían esperarle sentados Proust con su madalena, Piaf, Wilde y todos esos, que él no tenía prisa. Cada cosa a su tiempo -se dijo para sí.

Enterado del asunto el tal Putin, aceptó el desafío sin pensárselo dos veces, regocijándose al pensar para sí que era un consumado judoca y karateca (8 dan) y que, con un certero golpe a lo conejo tumbaría a cada uno de los cuatro petimetres que no tenían media hostia.

Por supuesto que se enfrentaría a los cuatro líderes occidentales en las trincheras, en un combate a vida o muerte transmitido en directo por las televisiones de todos los países y así se acabaría la historia y la paz volvería a el Donbás y a Europa -declaró a la prensa-.

Continuará…

JM

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