L/ Contacto "1"
Andaba yo lamiéndome las heridas, como chucho apaleado, entre novia y novia. Cosas de esta sociedad del bienestar que dios nos guarde, moderna y líquida, como decía el viejo sociólogo Bauman, ya extinto el pobre hombre, que era un bellísima persona a quien le dió por investigar estas cosas a ver si aclaraba el asunto.
Ahora, el cambiar al tres por dos de amor “para toda la vida” es otro bien que nos ofrece el mercado en amable abundancia de productos y marcas para coger y llevar. ¡Llévese dos novios o novias y pague solo uno o una, oiga!
Venga, anímese y ponga en su aburrida vida de pagador de hipotecas un ligue o una historia de amor eterno, mientras dure, como objeto de consumo con obsolescencia programada. No se arrepentirá, se lo digo yo. Es una gran oportunidad de inversión emocional de alto rendimiento, con bajo interés TAE y sin cuota inicial.
Cavilaba yo en esas reflexiones tan sesudas y en otras similares, intentando olvidar el chasco de haber sido despedido por mi amor de toda la vida; la Reme, La muy…, y que Dios me perdone la malquerencia si es que está al tanto de estas cosas.
Vagaba por ahí sin tino, en franco desvarío. Mi corazón, antes palpitante como secadora enloquecida ante el menor arrumaco del otro sexo, después de lo de la Reme, ya solo era el de un viejo león agazapado, aunque sin dientes.
Andaba a la caza de afectos de cama, o para “algo más serio”, que la vida es muy larga. Y ahí recordaba a mi madre: “… Hijo mío, piensa en el futuro o acabarás sin nadie que te dé la papilla cuando se te haya caído el último diente…” La verdad es que de dentadura andaba bien, apenas un par de caries, pero conviene hacerles caso a las madres cuando te dan esos consejos premonitorios.
Maldita Reme, toda la vida queriéndola y pelando la pava todos los jueves del año, con cena incluida -siempre tortilla francesa- en casa de la suegra, y con solo algún manoseo por debajo de la mesa camilla ante la mirada de Fuman-Chú en el Templo Sagrado de mi madre política. "Sss, estate quieto Vicente, que mi madre nos está mirando"
La maldita suegra siempre nos había mantenido a raya de forma implacable, y ahora este desenlace.
Desde la primaria llevábamos respetando su virginidad - y la mía -, crecidos los dos en la santa castidad del noviazgo de pueblo según los cánones de la doctrina católica de la época. Con el paso de los años, había llegado a adquirir mi calva a la vera de la Reme y aguantando siempre a la condenada suegra.
Doña Remedios, que así se llamaba la mujer, fiscalizaba nuestro noviazgo con rigor de vigilante carcelario. Mientras, el plasta de mi suegro, con su apestoso puro, su madridismo forofo y la cantinela de que este año iban a por la décima copa de Europa, o algo así, hacía el contrapunto de suegro campechano. Menuda panda todos, y yo el primero.
Ahora todo eso eran solo recuerdos, ya que la Reme me había despedido por manso para largarse con un tipo más resuelto en lo de la cintura para abajo, lo que seguramente para ella era un argumento de peso...
Un día lo vi de refilón. Era un tipo con tatoos, su gorra de la NBA de los Angeles Lakers y un brillante estilo de "hombre de mundo" - me aclaró la Reme. A mí me pareció un gilipollas, aunque admito que mi juicio estaba un poco viciado y no era imparcial. Según la Reme, él era uno de esos que ahora se llaman “metrosexual”. Nunca hubiera imaginado que la Reme fuera tan mundana y seguidora de la moda, pero así estaba la cosa.
Yo, siempre tan caviloso, me preguntaba ¿qué querría decir lo de “metro”? Especulaba un tanto confuso si alguien podía tener “eso” de metro, lo que, de ser cierto, me parecía una barbaridad.
Ignoro qué impacto les causó a mis suegros el cambio de yerno, incluido la metrosexualidad del nuevo. Parece que no me echaron mucho menos ya que, a partir del día siguiente de largarme la Reme de su vida, una vez suprimidas las visitas de los jueves a casa de los dos carcamales para el ritual de la tortilla francesa, los veía por la calle y como si no me conocieran de nada, los muy bordes, de suerte que o no me miraban o, si podían, cambiaban de acera.
Por muchas vueltas que le diera al asunto, con el paso de los días el caso es que yo estaba hecho unos zorros y la Reme con un nuevo novio.
Sin embargo, pasados unos días de abatimiento y duelo, comencé a estar harto de tanta resignación y cavilación sociológica de resentido MF (2), De modo que una tarde tiré a la papelera mi enjundiosa tesis doctoral sobre “técnicas de satisfacción y equilibrio intelectual en situaciones de no sexo” y decidí ponerme a la última. Tenía la firme determinación de vengarme y recuperar el tiempo perdido.
Primero me fui a Jack & Jones para comprarme unos tejanos que alargaran mi juventud, enfilando luego a la peluquería de la calle Central para que mi amigo Julián me cambiara el look. Dejé a un lado lo de hacerme unos tatoos, al menos de momento, ya que me da grima la aguja y porque empezaban a estar ya más vistos que el Tebeo.
Y fue allí, en el revistero de la peluquería, donde apareció la solución: un ejemplar de la revista La ciudad y sus cosas que lucía abierta de par en par por la sección de “Contactos”. Cierto que no traería nada sobre sistemas de vengarse de novias de toda la vida – pensé - pero sí podría ponerme al día y ver cómo estaba el tema de los amoríos para lanzarme a buscar el sexo perdido, como Proust cuando se ofuscó mordisqueando la madalena.
Y así fue que, al cabo de unos días, una foto de recién salido de la mili, retocada con el photoshop, y unos datos personales generosos conmigo mismo, se trasformaron en mi tarjeta de presentación en el mundillo de los contactos. En concreto pasé a ser la “Ref. A-01328: Moreno, bien parecido, sincero, no bebe, ni fuma, amante del trabajo y del hogar, busca amistad o lo que salga con mujer honesta, sincera y cansada de la soledad”.
Y resultó que en la misma sección había una mujer también sincera, honesta y todo eso, y al cabo de unos días la revista nos puso en contacto y vino lo del intercambio de referencias y teléfonos y el quedar en la barra de una disco para conocernos.
Ahí estaba yo con una rosa en el ojal y ella con su bolso blanco. No hubo confusión posible. La chica, desde luego, no desmerecía al anuncio de “con curvas pronunciadas y amante de la sensualidad”, que también se leía en su referencia.
A ojo de buen cubero, aun no siendo yo ducho en la cosa, creo que se gastaba un 90-60-90. Lógico es que con esas virtudes me quedara prendado de su personalidad (!!) a primera vista.
Y fue allí, apenas hechas las presentaciones, en la misma barra de la disco, cuando le solté a boca jarro la frase aquella que había visto en alguna película, enloquecido por su perfume de hembra salvaje; cegado como estaba (o al menos bizco) por mi resentimiento y deseo de venganza contra la sociología sexual teórica y contra tantos años de hambre de carne femenina. Y no te digo, contra la maldita Reme de toda la vida.
Era una frase que se me había ocurrido en el embelese de la pista de dancing ante los meneos desaforados, como de bantú enloquecida, de la maciza, que menuda estaba la mujer: "Te amaré hasta el amanecer, muñeca", le había soltado a bocajarro, con el ímpetu propio del ligón macho que ahora había despertado en mí y que no estaba dispuesto a volverse a dormir.
Admito que la frase resulta muy machirula y un tanto hortera, pero era de una película de Bogart, según creía recordar, y me salió puro impulso, aunque estropajosa por los vaquerets y burrets (3) digeridos en la barra mientras esperaba aquel amor para toda la vida.
Ahora, pasadas ya varias horas de trajín, la mujer quería lo suyo, quería la generosa ración de amor que le había ofrecido, por eso de que lo prometido es deuda. Pero la cosa es que llevábamos en la cama desde las dos de la madrugada, en que habíamos apagado la luz, y ya debían ser por lo menos las 8 de la tarde, aunque con las persianas bajadas cualquiera sabía si afuera era de noche o de día, o incluso si el mundo seguía existiendo.
En fin, el caso es que ese "Cariño, voy al baño a hacer un pis y vuelvo..." que me acababa de soltar, adornado con aquella mirada asesina de pura lujuria, me había acoquinado un poco.
Me encontraba debilucho y con las piernas flojas. Y si aún no había salido corriendo en bolas con los calzoncillos en la mano, era simplemente porque no estaba seguro de que, después de los últimos excesos, las fuerzas me acompañaran en la aventura de los cien metros con escaleras que había hasta el coche, que estaba aparcado a un par de manzanas, por eso de la discreción de que la señora estaba casada y tal, según me dijo.
Y si estaba casada, - digo yo - ¿¡qué demonios hacía en la sección de contactos acosando a la gente!? o sea, a mí. ¿Acaso no hacía uso del matrimonio nunca? ¡Maldita mujer!
Resulta pues que la “honesta, sincera y amante de la soledad” quería más y más amor. Y no era de ese que se debe profesar al prójimo, o sea, del cristiano o de ONG de solidaridad, sino del carnal; de ese que acelera el pulso y revoluciona las hormonas.
Y eso a pesar de llevar ya tantas horas en la cama en actividad frenética, como digo, y de estar yo a punto de pedir los santos óleos.
En ese momento me vino un flash de lucidez, de esos que me dan a veces cuando me concentro. Pensé eso de que "d'on no hi ha no es pot traure" (4). Y cierto que de mí ya había poco que sacar, pues apenas me quedaban la respiración y el jadeo entrecortados, restos de la furia de aquella mujer loba.
¡Dios bendito! Y ahora, si se había ido al baño para recomponerse, seguro que volvía para rematarme.
¡No te fastidia!, ¡¿Por quién me había tomado?! ¿Tenía yo pinta de esclavo senegalés? Por supuesto que no, además de faltarme alguno de sus atributos, -y no el menos principal.
El caso es que la mujer acababa de tirar de la cadena, haciendo la cisterna un ruido espantoso, y ahora se oía correr el agua como que se estaba refrescando en el bidé, lo que necesitaba para enfriarse de tanta frotación.
Y allí estaba yo, acobardado y con la triste cosa en carne viva, temerosa y escondida, como queriendo expiar sus pecados, que eran los míos, amigos y amigas. Y es que, mi alter ego, hablando en términos de Freud, después de la heroicidad de mantenerse tras la media botella de bourbon y los burrets de la noche anterior, había tenido que claudicar ante la loca cabalgada de aquella loba del catre que ahora amenazaba con salir del baño a rematar la faena.
Lógico, pues, que se escondiera temerosa en la entrepierna escocida.
Un pecho enorme, fue lo primero que asomó por la puerta del baño que divisaba desde la habitación. Más que una teta ordinaria, de las de ir por casa, era un tetón, una teta de esas de concurso, casi como un balón de la FIFA. A renglón seguido, por pura lógica de la fisiología ordinaria, apareció la otra, seguida de su propietaria en todo su esplendor,
Llevaba la piel extrañamente reluciente, como la Venus de Milo que, dicen, ponía frenéticos a los griegos. Balanceaba esas caderas que a mí me descontrolaban desde siempre. Las mismas que me habían embobado en la pista de baile y que ahora o me espabilaba o iban a llevarme directamente al cementerio, pues su mirada no dejaba lugar a la duda: La señora quería más y más amor, y yo no daba para tanto.
Y así que, al ver aquellos labios, tan sensuales y lascivos, - y que dios me perdone si se me va la cabeza donde no debe -, noté un sobrecogimiento en la cosa que ni por esas quería meterse de nuevo en problemas y vérselas de nuevo con la ninfomaníaca.
Menos mal que a la señora se le ocurrió encenderse un pitillo para desempalagar.
- ¿Te molesta si fumo, amor?, soltó con una extraña voz metálica como de bocina de motocarro.
- ¡Qué va! Dale, dale, que un descanso siempre viene bien. - Aflojé con sorna.
Y ahí que la chica se encendió el cigarro, metiéndose una calada profunda, saliéndole el humo por la oreja izquierda, cosa que me maravilló, dejando el cigarro en pura colilla.
Mientras, me dirigía una mirada pícara y me guiñaba un ojo como diciendo "prepárate, que ahora te apaño, nene...", lo que de nuevo me sobrecogió en mi alicaimiento.
Pues eso, que no me lo pensé dos veces. Era poner tierra de por medio o morir a manos de aquella fiera del sexo.
Un suspiro y ya estaba en el rellano de la escalera y otro más y corría como un loco entre la aglomeración de gente por la calle Principal, en víspera de reyes, con cabalgata, papis, mamis, abuelos y nenes que, al verme pasar, dejaban de mirar a los camellos y a los Reyes Magos para fijarse en mí, como si me hubiera escapado del desfile…
De pronto caí en la cuenta del porqué de las miradas. En las urgencias de la carrera me había olvidado de los calzoncillos. ¡Maldita sea!, Pero ya era tarde para regresar a por mis abanderado. Además, al volver la vista observé que la tigresa me perseguía a galope tendido, como Dios la trajo al mundo; en bolas.
Y ahí sí que se me heló en las venas la poca sangre que me quedaba, pues venía con una determinación asesina y una extraña protuberancia de unos 40 cm. le salía en forma de enorme pelila a la altura del pupok (5) mientras corría, enloquecida y con ojos en fofi, gritando ¡Contacto ¡Contacto!…
En ese momento, los teletipos de las agencias lanzaban al mundo la noticia extraordinaria de un curioso objeto no identificado que se mantenía en órbita geoestacionaria sobre la tierra y que podía observarse a simple vista en algún lugar del litoral valenciano.
El artefacto realizaba maniobras asombrosas que desafiaban la ley de la gravedad y todas las otras de la física conocida…
(1) Título de una novela de Carl Sagan, en la que los humanos charlan con un@s extraterrestres.
(2) Locución que en tagalo significa insatisfecho sexualmente.
(3) Bebedizo fabricado con coca-cola y café licor que consumen los barrachines del pueblo hasta caer muertos.
(4) De donde no hay no se puede sacar, en valenciano.
(5) Ombligo en eslovaco y checo.
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