LR/ La muerte inopinada de Giulia
Andrés se despertó con la boca seca y un dolor de cabeza de la hostia. Quiso recrearse en la cama pensando en nada, que es cuando mejor se encuentra uno, y de hecho lo intentó, pero tenía la necesidad urgente de orinar; la vejiga le avisaba que iba reventar de un momento a otro. Mientras abría poco a poco los ojos intentando aclimatarlos a la luz que entraba por el balcón, a pesar de la cortina de cretona, visualizó un flash mental de cómo sería mearse en el suelo de la habitación. Maldijo entre dientes las ganas de orinar que querían hacerle saltar de la cama y decidió resistir. Debían ser lo menos las doce de la mañana.
Cuando se dio cuenta donde estaba, estiró el brazo hacia el lado de Giulia tocando la nada sobre las sábanas, porque la nada también se puede tocar, y él lo había pensado más de una vez cavilando en como pasaba su día a día tocando la nada. De hecho, en las relaciones de pareja, al cabo de tiempo a veces empieza a tocarse la nada. Y ese era su caso, -pensó-, en la situación de su relación con Giulia; estaban tocando la nada.
Giulia ya debía estar en el trabajo. pensó. La idea de la nada le llevó a reflexionar en esa costumbre suya, un poco obsesiva, de buscar las conexiones superficiales o profundas entre las cosas, las situaciones y las ideas; un hábito que se había transformado en algo enfermizo, como le había advertido la psiquiatra la última vez que la visitó: Si no se toma Ud. el tratamiento mal vamos -le había dicho la psiquiatra, tan harta ya de perder el tiempo como él, aunque con el consuelo del cobro de la visita.
Aquello no iba a ninguna parte, cada vez tenía más necesidad de beber, y no quería tomar el Antabus, ya que lo pasaba mal, con angustias y vómitos, y acababa por beber igual.
Cerró un momento los ojos, pero le vino otra vez el pensamiento de la nada y con él la canción “el breve espacio en que no estás”, relacionando el vacío de Giulia en su lado de la cama con el video en el que Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, entonces jóvenes, interpretaban la canción bajo un árbol en Cuba.
¿Realmente hay espacios en que no hay nada o por definición eso es imposible? -pensó, enredándose otra vez en su hábito de interconectarlo todo con la reverberación cuántica de telón de fondo como origen del todo, como postulan algunos físicos en sus ideas sobre el tiempo y el suceso.
Ajena a sus cábalas, la molesta luz del sol sobre sus ojos iba a lo suyo y truncó sus rebuscados pensamientos, coincidiendo con la necesidad salvaje de orinar ya, so pena de mearse en la cama; pensamiento que le llevó a reflexionar sobre la utilidad de los pañales para los bebés y los ancianos, recordando el ritual de su madre cada día, cuando se los ponía la cuidadora, quejándose siempre de que el velcro no pegaba bien.
Intentó incorporarse con dificultad, -todo le daba vueltas-, tratando de recordar la movida de la noche anterior, pero los recuerdos eran borrosos. Seguro que se había puesto hasta el culo de gin-tonics, de eso no había duda, y así no hay quien recuerde nada, -admitió para sí con su media sonrisa de siempre.
Había bebido mucho, eso estaba claro. Una de esas noches en las que la ginebra corre literalmente como un río por encima de la barra del bareto y las inhibiciones se desvanecen como la niebla matutina, que era lo poco que recordaba de la noche anterior de aquel frío otoño, de cuando se retiraba a casa sobre las siete de la mañana cruzándose con tipos somnolientos que se dirigían al metro para ir al trabajo. La misma vida de mierda de siempre y a veces con niebla, -pensó- culpando al sistema social y a todo el mundo de sus problemas.
Recordaba haber conocido a esa chica en el bar, una rubia entaconada que parecía tan perdida, borracha y solitaria como él. Habían charlado de banalidades, bebido como en si estuvieran en competición y finalmente terminado enredados en una sesión de sexo fallido en el asiento trasero del coche. Ni siquiera sabía su nombre, aunque no se lo preguntó ni tampoco le importaba.
Mientras se vestía, Andrés miró a su alrededor. De nuevo dirigió la vista al lado de la cama de Giulia, como buscándola para contarle sus agobios, sus obsesiones, pero ella no estaba en la casa. Se había ido temprano a trabajar, como de costumbre. Mejor así, pensó, no tenía ganas de enfrentarse a sus recriminaciones, miradas de decepción y de reproche y a algún insulto que otro, y menos con esa resaca, con el cerebro deshilachado como una mopa vieja de fregar.
Giulia era una tía fuerte, independiente y con un carácter de mil demonios, tal vez de mil quinientos -pensó- haciéndose una gracieta cómo habría hecho con la frase Groucho, su querido filósofo de cabecera. Si todo es absurdo, ¿por qué no recrearse en la absurdidad? Mejor reír con Groucho que deprimirte con Camus -pensó, satisfecho de su ocurrencia.
Giulia siempre había reprochado a Andrés (Andy, entre ellos) su cacareada necesidad de libertad y su incapacidad para comprometerse, su postureo snob tras esa proclama de simple frase hecha que se invoca alegremente como si fuera un derecho humano que te pueden quitar en el sofá viendo la tele cuando te requieren el mando a distancia. Para ella lo de Andy era simple egoísmo e insensibilidad que fastidiaba a los demás en beneficio propio sin ningún escrúpulo. Era un crío y así se comportaba, a pesar de sus cuarenta tacos. “Un niñato irresponsable colgado de la bebida”, le reprochaba últimamente en cada enésima discusión de los últimos meses. Él por su parte, se sentía un poco agobiado, pero tampoco mucho, como si la incomodidad de los demás no fuera cosa suya.
Andy y Giulia eran como el agua y el aceite. Dos almas rebeldes que se atraían y al tiempo se repelían, pero ella no bebía y además tenía una idea demodé, ridículamente sentimental del compromiso y la fidelidad en la pareja, según le reprochaba Andrés en cada discusión.
Cuando torpemente por fin consiguió llegar a la cocina, rozándose en las paredes del pasillo por el camino, encontró una nota de Giulia sobre el mármol del banco, al lado del microondas: "Maldito cabrón, otra vez igual. Tenemos que hablar. Estaré en casa a las 7. No te atrevas a largarte otra vez de fiesta sin esperarme"
Andrés resopló con fastidio al leer la nota: ¡Ya estamos!” A la noche vendría otra discusión interminable sobre su necesidad de dejar la bebida, el compromiso, la fidelidad y toda esa mierda, -pensó-, fijando los ojos en el led del microondas, que esa mañana no conseguía encender para calentarse la leche de soja; ¡maldito trasto!
Tras someter al microondas, Andrés encendió un cigarro y se hizo una taza de café bien denso, de esas de cápsula, tomándolo sin azúcar para aliviar la resaca, pero no funcionó. La resaca seguía ahí y con idea de quedarse todo el día. De modo que, tras pasar por el baño y orinar por fin, tras discutir a cara de perro con la maldita próstata, se volvió a la cama y durmió varias horas más, alterada su fase REM del sueño con algunos sucesos horribles que no vienen al caso.
A las 7 en punto, -ya de la tarde-, Andrés oyó el ruido estruendoso del manojo de llaves sobre la mesa de cristal del salón. Giulia acababa de entrar en casa, con el ceño fruncido y, tras dejar caer las llaves con furia sobre la mesa, se dirigió directa a la habitación.
Andrés, ahora sí ya bien despierto, la miró con cierta resignación sabiendo la que esperaba.
¿Dónde estuviste anoche, Andrés?" -preguntó ella, con voz entrecortada, apenas conteniendo la ira.
Por ahí, ya sabes. Con el personal, necesitaba un poco de aire fresco” -respondió él, evasivo.
¿Aire fresco, maldito cabrón? ¿Y yo qué? ¿Yo no necesito también aire fresco? ¡No me vengas con esa mierda!
Eres un cabronazo. Me dormí a las dos esperándote y no sé ni a qué hora has llegado. Y hueles que das asco a Beefeater y a colonia barata. Te conozco. Imagino que bebiste como siempre y, por la colonia dulzona esa, seguro que estuviste con otra tía. ¡Seguro! -le espetó Giulia, con losojos relampagueantes de furia.
Andrés se encogió de hombros, indolente y sin inmutarse, pensando en si hacer su gracieta y decirle que no era Beefeater sino Larios. Pero no estaba la cosa para gansadas. Además, la cabeza se le quería caer al suelo de la resaca e intentaba cortar ya el martirio de la conversación:
No bebí, pero y si fuera así, ¿cuál es el problema” -atinó a decir.
Giu, sabes que tú y yo nunca hemos sido una pareja convencional. Siempre hemos dicho que necesitamos nuestra libertad, nuestro espacio personal...
¿Qué no bebiste, dices? Venga, ¿Me tomas por idiota...? Eso de la libertad no significa que tengas que emborracharte cada noche y transformar nuestra vida en una mierda, o que puedas acostarte con quien te dé la gana, ¿o sí? ¡Desgraciado! -gritó Giulia.
Yo también necesito y uso mi libertad, pero eso no implica beber todas las noches ni engañar y traicionar la confianza de la persona que vive contigo. Lo tuyo es sólo egoísmo y postureo; el postureo barato de justificación de un alcohólico, de un borracho que va de moderno en vez de ir de persona, y que no quiere afrontar su problema de adicción.
Andrés escondió la mirada, la cabeza la tenía como rellena de cristales molidos:
Mira, Giulia, no entiendo porqué te pones así. Somos adultos, podemos hacer lo que queramos. Yo no te he pedido que seas mi madre, ya sé cuidarme solo, y tú tampoco deberías exigirme fidelidad, que alguna vez te has liado con otro tío...
Antes de conocerte, hijo de puta, antes de conocerte. ¡Eres un maldito egoísta, Andrés! Un hijo de puta miserable. -espetó ella. Siempre pensando solo en ti, sin importarte los sentimientos de los demás. ¿No te das cuenta el daño que haces a la gente que tienes al lado?
¿A la gente, a qué gente? ¿A qué gente, si a toda la gente le importo una mierda?
Pues a mí, a esos amigos, que cada vez te quedan menos, a mi familia que no quiere conocerte siquiera desde que se enteraron de que su hija está liada con un alcohólico. A ti mismo, que te estás destrozando con la bebida…
Andy se encogió de hombros, indiferente: Lo siento, pero soy yo. No puedo cambiar. Si esto no te gusta, tal vez debamos terminar de una vez.
Giulia lo miró con incredulidad.
¿Eso es todo? ¿Así de fácil? ¿Prefieres tirarlo todo a la mierda en vez de intentar arreglarlo? ¿No quedamos en que ibas a ir al médico para que te dirigiera a la UCA? ¿Cuándo va a acabar esto, cuando va a acabar esta mierda, Andrés?
Andrés se levantó y se acercó a ella, cogiéndola por los hombros.
Escucha, Giu, yo te quiero, de verdad. Pero no puedo vivir atado a nadie. Necesito mi espacio, mi libertad. Si no puedes entenderlo, tal vez sea mejor que cada uno siga su camino…
Ella se soltó del agarre, cortándole la frase con lágrimas de rabia en los ojos.
¡Eres un maldito egoísta, Andrés! Siempre eludiendo los problemas, y viviendo nuestra relación a beneficio de inventario. El amor también es entrega al otro, el darle tanto como recibes. ¿Qué te cuesta ir al médico?
Andrés se pasó una mano por el pelo, frustrado pero asertivo:
Mira, no quiero pelear más. Si esto no funciona, será mejor que terminemos antes de que nos hagamos más daño.
Giulia lo miró con decepción y tristeza:
De modo que ahora te pones exquisito y moderno. Bien, si eso es lo que quieres. Creo que no hay nada más que decir. Lárgate cuando quieras.
Ella se dio la vuelta y se fue a encerrarse en su habitación.
Andrés se quedó en el salón a solas con su resaca y un nudo en la garganta, pero al tiempo recreciéndose en su postura: ¡Qué se ha creído la tía esta!
Notaba en la garganta la sequedad del alcohólico, la deshidratación, tan típica como la necesidad imperiosa de orinar cada poco tiempo debido al funcionamiento deficiente de la ADH, la hormona diurética que se ve afectada por el consumo de alcohol e inhibe la función de los riñones, como le explicó el psiquiatra un día que fue a visitarlo en un intento de dejar la bebida.
Esa noche, mientras Giulia seguía en su habitación, Andrés salió a beber solo al bar de siempre. Necesitaba ahogar sus penas como fuera y olvidar, al menos por un rato, el mal rollo con Giu. Mientras bebía, una mujer se acercó a él y comenzaron a conversar. Antes de que se diera cuenta, estaban besándose apasionadamente en una esquina oscura del bar, mientras la gente seguía a su rollo, ajena a los escarceos de aquella pareja de alcohólicos con pinta desmadejada que apenas se tenía en pie.
Los parroquianos ya los conocían, aunque por separado, y alguien simplemente murmuró “Dios los cría”, entre las risas de los otros al verlos tan tambaleantes que apenas se tenían en pie.
Cuando regresó a casa a las tantas, Giulia lo esperaba despierta. Al verlo entrar, lo miró con decepción, con un poso de tristeza en la mirada, comprobando por enésima vez que no reaccionaba ni iba a reaccionar nunca:
¿Así que sigues con tu movida de siempre? -dijo, con la voz rota.
Andrés se encogió de hombros, intentando mantener la verticalidad como un tentetieso y sin poder mirarla a los ojos:
Lo siento, Giulia, ya te lo dije; no puedo cambiar mi manera de ser. Necesito mi libertad, necesito salir, necesitaba tomar algo.
Giulia se levantó, furiosa del sofá.
Tomar, tomar. ¡Podrías irte a tomar por culo! ¡Eres un maldito egoísta, Andrés! ¿Y yo? ¿No te importa lo que yo sienta? ¿Crees que puedes jugar con mis emociones, borracho noche tras noche y con tus infidelidades, y yo de cornuda?
No es un juego, Giulia. Simplemente soy así. No puedo vivir atado a una sola persona.¿Atado a una persona? ¿Y quién te ata? Entonces, lárgate, vete -dijo ella, reprimiendo unas lágrimas rebeldes que se le escapaban de los ojos.
Vete y déjame en paz. No quiero volver a verte. Lárgate ya, ya tardas. Andrés la miró, sorprendido.
Muy en serio -respondió Giulia. Si no puedes respetarme y darme lo que yo necesito, entonces no tiene sentido que sigamos juntos.
Andrés se quedó en silencio, sin saber qué decir y mucho menos que hacer. Finalmente, asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta.
Adiós, Giulia -dijo, antes de salir.
Apenas el chasquido de la puerta al cerrarse, ella se sintió en la soledad inmensa de la habitación. Llevaban tres años juntos y había querido a Andrés con todo, sin reservas, pero no era posible convivir con él.
Tal vez era hora de dejar ir a ese cabrón y encontrar a alguien que valiera la pena y pudiera entender y respetar sus necesidades.
Mientras tanto, ya fuera del edificio, Andrés caminaba por las calles oscuras de la barriada, de nuevo hacia el bar, sintiéndose más solo que nunca. Había perdido a la mujer que quería, pero no podía dejar de ser quien era. Intentaba convencerse de que la libertad era demasiado importante para él, incluso si eso significaba renunciar al rollo con Giu. Con un suspiro, encendió el cigarro y se perdió en la noche, buscando el consuelo en la soledad, la bebida y el anonimato de la metrópoli entre los coches, aceras, noctámbulos y rótulos de neón que anunciaban cualquier cosa.
Pasaron los meses desde que Giulia se quedó en el piso y él se largó. Cada uno siguió su camino, sin ningún contacto entre ellos, pero, a pesar de su aparente indiferencia, Andrés se sentía destrozado. Cuando estaba de bajón y resaca, las horas se le hacían eternas y la nostalgia bloqueaba cualquier otro pensamiento en su cabeza que no fuera Giulia. Rememoraba pequeños y grandes momentos vividos por los dos, viajes, sensaciones, confidencias… Quería a Giulia, pero su dependencia de la bebida era más fuerte que cualquier cosa, y ya ni siquiera lo vivía como cuestión de principios; era
Había pasado ya un año desde que se habían separado. Él había intentado contactarla varias veces por Telegram y por Facebook, ya que lo tenía bloqueado en el teléfono, pero ella se mantenía firme en su decisión de no volver a verlo. Terapia de contacto 0, le había aconsejado el psicólogo.
Aquella tarde, Andrés se armó de valor tras unas cervezas, -estaba bebido, aunque no borracho-, y se presentó en el apartamento de los padres de Giulia, ese en el que habían pasado tan buenos ratos cuando compartían su pequeño microcosmos de pareja. Cuando Giu abrió la puerta, se quedó en shock al ver a un Andrés sonriente en el vano de la puerta. A pesar de su sonrisa, había envejecido como mil años.
¿Qué haces aquí, Andrés? -preguntó, aún impactada y a la defensiva.
Giulia, por favor, necesito hablar contigo. Déjame explicarte -suplicó él, con la esperanza de poder arreglar las cosas, o al menos de capturarla en un debate sobre su relación de imprevisible resultado que regenerara y mantuviera vivo el contacto. Necesitaba verla, sentirla cerca, oír su voz. Lo necesitaba…
No hay nada que explicar. Me dejaste muy claro que tu libertad y la bebida era más importante que nuestra relación. Me dejaste muy tocada.
En ese momento, un hombre apareció detrás de Giulia.
¿Quién es este, Giulia? ¿Te encuentras bien? -preguntó el hombre, poniéndole una mano en el hombro.
Andrés sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.
¿Quién es este? - inquirió, con los ojos velados por los celos, entre la rabia y la humillación, con ganas de estar a mil kilómetros de allí en ese momento.
Es Martín, y sea quien sea no es cosa tuya -respondió Giulia, desafiante. Creo que debes irte. Aquí no se te ha perdido nada. Ya no hay nada entre nosotros.
Andrés se quedó sin palabras, observando cómo Giulia se refugiaba en los brazos de aquel tipo mientras este le cerraba la puerta literalmente en las narices. Toda su rebeldía y necesidad de libertad de antaño se había convertido en ese momento en un amargo sabor de derrota que le bajaba por la garganta hasta el estómago. Se sentía un pobre diablo mendigando ahora lo que hacía un año había despreciado. Y lo de aquel maldito cabrón apareciendo en el umbral y cogiéndola de los hombros… Ese golpe era más de lo que hubiera podido imaginar.
Mientras se alejaba, no pudo evitar pensar en las similitudes de su historia con algunas leyendas literarias. Se sintió un poco cursi, pero ahí estaban Romeo y Julieta, que también acabaron mal -pensó-. Y cierto que lo suyo era humillación, así, sin matices, pensó conforme le iban haciendo efecto las tres Voll Damm, pero ahí estaba Orfeo, cuando el tipo descendió al Inframundo para rescatar a su amada Eurídice… Pero él no era Orfeo, sino un pobre idiota que había dejado escapar al gran amor de su vida, Giulia, -y conste que había tenido unos cuantos amores en su vida y algunos francamente intensos-; a la misma Giulia que ahora estaría consolándose en el sofá en los brazos del tal Martín.
Pero tú no eres ni Orfeo ni Romeo, Andrés, tú eres sólo un borrachín, que además llevas dos meses bebiendo de fiado -le espetó su conciencia, la mala o la buena.
Al final, adoptó el rol del zorro en lo de las uvas, sin dejar de sentirse ridículo; Si las uvas no se pueden alcanzar es que están verdes. Total, no vale pena pensar en ella, y si se ha liado con otro aún menos” -pensó mientras salía del portal y se adentraba en la jungla hostil de la ciudad ya anochecida.
Pasado el efecto de las Voll Damm, tumbado en un banco y con los ojos mirando al cielo, ya sobrio, se dio cuenta de que su necesidad de libertad, fuera eso lo que fuera, lo había llevado a perder lo más valioso que tenía, que era Giu. Esas y otras reflexiones se hacía con voz queda, mirando al cielo de aquel Madrid estrellado, cuando escuchó lo que creyó una revelación, sobresaltándose y abriendo los ojos para ver de dónde venía la voz…
¡Gilipollas! Libertad, ¡eh! Libertad, para ir de banco en banco borrachuzo, ¡ya te vale! Deja ya de lamentarte que así no hay quien duerma. Lárgate a otro sitio a dormir la mona, anda. La revelación provenía de un tipo que estaba en el banco de enfrente, tapado con unos cartones.
Con el corazón hecho un flan, o tal vez unas natillas, por su extrema debilidad, Andrés se fue a otro banco alejado de aquel tipo para de nuevo poder recrearse en su soledad, preguntándose si algún día podría recuperar a Giu.
Había pasado otro año, más o menos, desde que Andrés vio a Giulia con aquel tipo en su casa, el tal Martín. Durante ese tiempo, había intentado seguir adelante, saliendo con otras mujeres y tratando de llenar el vacío que Giu había dejado en su vida. Pero nada parecía funcionar. Su cerebro estaba hecho un desastre y su corazón seguía con Giulia a full time.
Una noche, mientras caminaba sin rumbo por Lavapiés, Andrés escuchó unos gritos y corrió rápido hacia el lugar del que provenían, que era una de la esquina de la Plaza de Agustín Lara, encontrándose con una escena inesperada: una mujer yacía inconsciente en el suelo y a un hombre arrodillado a su lado intentado reanimarla con una expresión de pánico en el rostro:
¡Llama a una ambulancia, corre, por favor! -gritó Martín al ver a Andrés.
Al reconocer a la mujer, Andrés se quedó en estado de shock; ¡era Giulia! pero reaccionó rápido y sin pensarlo sacó el móvil marcando el número de emergencias.
Mientras esperaban la llegada de la ambulancia, Andy se acercó febrilmente a Giu. Allí estaba, tan vulnerable, caída en el asfalto, dormida, como coqueteando con la muerte. Se dio cuenta de lo mucho que quería a aquella mujer y de lo estúpido que había sido al dejarla para seguir su camino de autodestrucción con la bebida.
En el hospital, los médicos luchaban por la vida de Giulia, mientras Andrés y Martín permanecían angustiados en la sala de espera, dejando de lado sus diferencias por el bien de la mujer que amaban.
Finalmente, el cirujano salió al pasillo con una expresión profesional grave: Lo siento, hicimos lo que pudimos, pero su estado era irreversible. No hemos podido salvarla. Lo siento.
Andrés sintió como si el mundo se le viniera encima. Cayó de rodillas en el propio pasillo, llorando amargamente. Martín también se derrumbó, abrazando a Andrés en un gesto de consuelo mutuo. En ese momento entendieron que el amor que sentían por Giulia era más fuerte que cualquier rivalidad.
En el funeral, Andrés y Martín se acercaron al ataúd dejando atrás sus diferencias. Andrés depositó una rosa blanca sobre la caja a punto de ser cubierta por la tierra. Recordó las veces que le había dicho a Giulia que era la mujer más bella del mundo.
Perdóname, amor -susurró. Perdóname por no haber sabido valorar lo nuestro, por haber antepuesto mi estúpida libertad y la bebida a nuestro rollo. Ahora entiendo que lo nuestro implicaba compromiso y entrega y yo fallé en eso.
Martín, simplemente lloraba y al fin puso una mano sobre el hombro de Andrés: Ella lo sabía. Ella sabía que en el fondo la amabas más que a cualquier cosa.
Andrés asintió, secándose las lágrimas. Ahora me doy cuenta de que la libertad a veces no es libertad, sino soledad. Y yo he estado condenado a esa soledad desde que la dejé ir.
Mientras se alejaban de la tumba, Andrés y Martín juraron vivir la memoria de Giulia con la misma pasión y compromiso que ella les había transmitido.
Se despidieron dándose la mano y, al apretar la de Andrés, Martín cambió la expresión de dolor a furia:
Era una persona extraordinaria, y como hermana una caña, mi preferida de la familia... Tuve que dejar el trabajo y venirme de Barcelona para cuidarla y rescatarla de la depresión en la que la habías metido con tus borracheras, tus infidelidades y tus idioteces que la llevaron a la enfermedad que al final la han hecho desaparecer de entre nosotros. Nunca te perdonaré el daño que le hiciste a mi preciosa hermana, ¡maldito cabrón subnormal!…
En ese momento, en el cementerio municipal sonó un disparo que asustó a los cuervos, los cuales apresuradamente levantaron el vuelo desde el ciprés gigantesco de la entrada…
Después del disparo, Martín tiró la pistola contra el césped y fue a entregarse a una pareja de policías locales que paseaban por la zona a unos cincuenta metros. Su hermana había sido vengada, nunca volvería a la vida, desde luego, pero Andrés nunca jodería a nadie más. Juntó las manos y las muñecas y se ofreció a las esposas
Los locales adujeron que mejor esperara un poco mientras llamaban a la nacional para que cogieran el asunto, lo llevaran a la comisaría y se hicieran cargo de él tomándole declaración y todo eso…
“Se lo puedo decir como médico que soy, el VPH es un virus que se transmite principalmente a través del contacto sexual y puede causar cáncer de cuello uterino, así como otros tipos de carcinoma. El virus se había apoderado del cuerpo de Giulia a través de Andrés, transmitido en su relación sexual. Según deduje por las fechas, Andrés lo había contraído en su relación un año antes con Isabel, una amiga de Giulia desde la infancia, que había falleció unos meses antes que mi hermana por la misma causa. Tras la separación y la marcha de Andrés, Giulia comenzó a sufrir la enfermedad de manera silenciosa. Al principio sin síntomas aparentes y sin molestias, pero con el tiempo comenzando a experimentar dolores pélvicos y sangrados anormales que me comentó como médico. Yo, que entonces vivía en Mataró, hacía meses que estaba preocupado porsu estado emocional, pero atribuía su decaimiento y malestar físico al trauma de la separación. Al final la convencí para que le hicieran un chequeo y entonces los doctores de aquí descubrieron un cáncer en etapa avanzada. En estos casos el diagnóstico tardío reduce drásticamente las posibilidades de supervivencia. La noticia nos conmocionó a los dos; a mí y aún más a ella, lamentando no haber actuado antes. El tratamiento agresivo y el estrés emocional comenzaron a acelerar su deterioro físico. A medida que la enfermedad avanzaba, pese al tratamiento, Giulia se sentía cada vez más débil y fatigada, y su calidad de vida se deterioró significativamente. A pesar de que Andrés había dejado de verla, ella seguía sufriendo en silencio, -yo lo sabía- sin saber que la causa de su enfermedad, más allá del desamor, era el VPH. Una noche en el pub me enteré de que había fallecido Isabel González, una amiga mía de la infancia y desde siempre, y también de Giulia. Y de que Isabel, que se había venido a vivir a Barcelona hacía un par de años, había tenido relaciones con Andrés sin saberlo Giulia.
Giulia nunca supo nada antes de morir. Es más, en la última conversación que tuvimos me dijo que perdonaba a Andrés de todo corazón, que simplemente era un alcohólico enfermo y que el error había sido de ella al convivir con él tanto tiempo a pesar de no conseguir que iniciara una terapia de recuperación, que ya no tenía remedio y que quería vivir en paz el resto de sus días, antes de partir. Que cuando viera a Andrés se lo dijera...
Después de aquella conversación, el dolor se convirtió en compañero constante, a pesar de la morfina, y su salud se deterioraba día a día. Por fin, tras varios exámenes clínicos, los médicos de Madrid le comunicaron que el estado de la enfermedad ya era crítico.
Tras viajar a Madrid, dejé mi trabajo en Mataró y me quedé aquí con ella definitivamente, cuidándola en los últimos seis meses de su vida, sufriendo el horror de ver su agonía sin tener valor para comunicarle la infidelidad de Andrés con Isabel, que seguramente había sido el origen del contagio.
-Perdone: ¿Isabel González había sido pareja de usted?
Bueno sí, hacía unos años habíamos vivido juntos, pero eso no tiene nada que ver con esto…
-¿Durante cuánto tiempo vivieron juntos?
No sé, estuvimos viviendo juntos unos meses, tal vez de enero a junio de 2021, pero ya le digo que eso no tiene nada que ver con esto…
-No, sólo era para la identificación de todos los datos en la investigación. Siga, por favor…
Como decía, la enfermedad de Giulia se agravó rápidamente, y finalmente, su cuerpo no pudo más. La noche en que Andrés nos encontró en la Plaza de Agustín Lara, Giulia estaba ya en un estado crítico y nos dirigíamos urgencias. Se desplomó en mitad de la plaza mientras íbamos al servicio de urgencias del Centro de Salud de Adelfas que nos pillaba más cerca que el de Lavapiés… Entonces apareció Andrés y el resto ya lo saben...
Simplemente se me fue la cabeza. Giulia le había perdonado, pero yo no...
-Su hermana, ¿Le perdonó a usted su hermana?
Martín cerró los ojos... mientras el agente configuraba la impresora para que sacara tres copias, al tiempo que le preguntaba si quería leer el acta de la declaración antes de imprimirla por si había algún error.