La mejor hermana del mundo 15.
—¿Cómo harás para que tu hermana no se entere? —cuestionó Rodrigo.
Alex ni siquiera debía pensar en plan alguno, es más, ni siquiera necesitaba de preocuparse por ello.
—Mi hermana estará en el trabajo, como siempre —respondió Alex—. Y mis padres andan de viaje.
—Los que tenemos que preocuparnos somos tú y yo, colega —comentó Joel mientras tocaba el hombro a Rodrigo.
—Ambos nos quedamos a dormir en casa de Alex —convino Joel—. En excusa y realidad.
Se emocionó al recibirlo. Sucedió antes de dormir. Un mensaje que lo sorprendió e intrigó. No solo le deseaba las buenas noches, sino que lo atravesaba con una insospechada invitación a una fiesta en la playa. Una fiesta bajo una luna incompleta que iluminaría los oleajes sombríos. Alex no supo qué creer.
Instantes después, Alex sintió un escalofrío de inquietud y fascinación al contemplar el mensaje de María en su pantalla, como si este fuera irreal. ¿Qué significaba aquella invitación nocturna a una fiesta en la playa? ¿Qué se ocultaba tras aquellas palabras dulces y amables? ¿Era realmente María? Se tranquilizó cuando comprobó que realmente María era la fuente del mensaje.
Quizás se sentía inquieto a causa de una visiblefrialdad de la hermana mayor hacia él. Un día antes había sentido su presencia en la madrugada; justo en su cama. Sin embargo, no la pudo disfrutar. Ella se levantó y se fue al trabajo. Ni un beso, ni un abrazo, ni un adiós. Ahora a él le tocaba encontrar cobijo y amor en otros lados; ya era suficiente de estar rogando a su propia hermana por un poco de atención.
Melissa llegó, se reunió con los tres muchachos y Alex le habló de la fiesta.
—Supongo Joel, que le dirás a Paola —aventuró Melissa.
—Sí, ahorita que llegue al salón —dijo Joel.
—Yo le diré a Violeta —dijo Melissa. Y enseguida le lanzó una mirada extraña a Alex.
Qué raras eran las mujeres a veces. Alex no entendía a Melissa. Hace tan solo unos días habían estado juntos en su casa. Ella… se la chupó… Y llegó Elisa a interrumpirlos. Después de eso, solo retomaron los besos y ella se fue, no sin antes hacer la tarea juntos. No se miraron el fin de semana, como es natural, y ahora había cierta cordialidad extraña entre los dos. Las miradas eran constantes. La amabilidad era visible entre ambos, aunque también aparecían otro tipo de miradas cuando Alex mencionaba a Violeta. Además, no era como si Melissa y Alex hablaran más que antes, o estuvieran más cerca el uno del otro. Simplemente, intentaban actuar con normalidad, al menos en el caso de Alex.
Ese día cuando Alex llegó a casa, la sala parecía más oscura, más triste, corrompida por el abandono. Y así estaba el corazón de Alex, que rugía con desesperación la compañía de la hermana mayor.
Alex fue a la habitación de la hermana. Rebuscó en el cesto de ropa sucia. Lo encontró con bastante facilidad. Olfateó los calzones usados y sucios de Elisa. Alex supo que la fuerza de su soledad solo era comparada con la fuerza que tenía de hacer suya a la hermana mayor. Si ella le diese esa oportunidad bendita y dorada, sin duda él le perdonaría todo lo que ella le había hecho. Alex se confundió en ese instante. «¿Quiere decir eso que me gusta ella?», pensó.
Elisa percibió algo diferente en la mirada de su jefe desde que llegó al trabajo. No dilucidaba si era malicia, burla o genuina satisfacción por algún trato que salió bien. O si acaso existía algo más profundo y siniestro tras aquellos ojos que la observaban con una intensidad casi sobrenatural.
—Elisa, me gustaría verte en mi oficina —dijo Jorge. Miró su reloj de plata—. En media hora, por favor.
Algo le daba mala espina. ¿Qué le diría el jefe? Esa forma de pronunciar las palabras. Ni siquiera la vio a los ojos. ¿La despediría?
A pesar de las señales tan sutiles de anormalidad, Elisa se concentró en su trabajo. Se dijo que quizás estaba paranoica. Y cuando se encaminó a la oficina de Jorge, las ideas se conectaron. ¿No será que ya lo sabe?
—Cierra la puerta, por favor —pidió Jorge—. Con seguro.
—Necesito preguntarte algo Elisa.
—Perfecto —dijo Jorge con una sonrisa horrenda—. ¿Sabes? Lo mismo le pregunté a mi sobrino ayer. ¿Y sabes qué me dijo?
—Verás —dijo Jorge, contundente, pero sereno; parecía un león que se acerca paso a paso a su presa, no era el momento para desgarrarle el cuello—, no es cualquier cosa lo que me explicó, y me parece bastante grave.
—No sé qué le haya dicho pero…
—Déjame terminar y luego me dices lo que piensas, cariño.
Jorge levantó la mano para detener la locuacidad que estaba iniciando en Elisa.
—Todo a su tiempo —manifestó Jorge pronunciando de nuevo esa sonrisa de sapo tan asquerosa; y antes de seguir hablando soltó un eructo—. Resulta ser, que mi sobrino cree que lo has utilizado como medio de entrada a esta empresa, que lo sedujiste de tal manera que yo te diera empleo.
—Eso no es verdad —replicó Elisa.
—Y luego, has comenzado una serie de rumores sobre que te he acosado y has estado intentando manejar todo a tu antojo. Deseas pasar por encima de mí. ¿No es así?
—Yo nunca dije que era novia de Ever, solo dije que salíamos y eso es verdad. Sobre el rumor, la verdad es que, no es un rumor, usted es el que ha estado haciéndome insinuaciones y la otra vez me tocó —expresó Elisa encendida. Ya a esas alturas no importaba si la despedían, las cartas estaban echadas en la mesa.
—¿Te gusta trabajar aquí? ¿Te gusta tu sueldo? ¿Y tu puesto?
—Quiero suponer que sí —enunció Jorge—. Tu comportamiento me lo confirma, conozco a las zorritas como tú. Primero calientan a los hombres, les piden cosas y luego no pagan.
—Yo no soy eso que usted dice.
—¿A no? —dijo Jorge—. Conmigo todos pagan, todos y cada uno. ¿Entiendes cariño? Te daré veinte minutos, y piénsalo. Ve a tu oficina, siéntate y cierra los ojos. Si te quieres quedar, estarás dispuesta a desmentir toda la mierda que dijiste sobre mí, entenderás tu lugar ante mí y en la empresa, cariño, y eso es solo si quieres mantener tu puesto. De momento, olvídate de ascender. La otra opción es que te vayas.
Elisa no tuvo que reflexionarlo demasiado. Sentía una enorme impotencia, no obstante, en ningún otro trabajo le pagarían tanto, ni tampoco tendría tantas oportunidades de ascenso; simplemente había tenido suerte y no podía tirar todo por la borda. Además, estaba luchando por el hermanito. Algún día no tan lejano, podría llevárselo con ella, y darle todo lo que necesitara incluyendo sus gastos.
Debía ser fuerte, en ese momento más que nunca. Era una encrucijada menor, porque era claro que el sacrificio era el único camino.
Elisa cerró la puerta tras de sí y miró a Jorge.
—Muéstrame qué has decidido —espetó Jorge mientras tiraba una hoja de papel hacia el suelo.
La hoja se balanceó mientras caía lentamente. Elisa se agachó para tomar la hoja dando la espalda a Jorge. Cerró los ojos. Entonces sintió la mano invasiva, sobando apenas la superficie de su culo.
Jorge respiró fuertemente y dijo:
—Así me gusta. Y para que veas que no todo es exigencia, pues retirarte temprano hoy. Ve a descansar. Si te portas bien, tendrás beneficios. Así son las cosas.
—Sí. Gracias —respondió Elisa aguantándose la molestia y el asco.
Cuando llegó a casa, Elisa notó una leve calentura emergiendo de ella. Ahí estacionada fuera, se tocó la entrepierna. Estaba mojada.
Entró a la casa y buscó al hermanito. Lo abrazó al encontrarlo en su habitación. Lo extrañaba. Y así se quedaron un rato, abrazados en un extraño silencio.
—¿Podemos… tener una clase? —susurró el hermanito con timidez.
—Sí —dijo Elisa—. Claro que sí, solo déjame cambiarme.
—Pero hermana… —dijo Alex—. Sí vas a terminar desnuda…
—Es verdad —admitió Elisa—. Nada más revisaré algo.
Elisa verificó si tenía alguna llamada de sus padres. Ya había pasado tiempo y ellos no habían vuelto a llamar. Elisa les marcó; no respondieron. «Deben estar muy ocupados», pensó. Aunque era algo inusual que no llamaran, sobre todo después de tanto tiempo. Y era de remarcar que en esa ocasión sí que contaban con cobertura telefónica. «Les llamaré más tarde», elucubró Elisa.
—Ya podemos empezar —consintió Elisa y se sentó en la orilla de la cama.
El hermanito sin demora alguna se abalanzó sobre Elisa y comenzó a comerle la boca. El peso del hermanito hizo que Elisa quedara debajo. Los besos tronaban. Elisa intentaba corresponder, pero el hermanito le daba besos cortos y rápidos. «Ahora sí estoy mojada», percibió Elisa.
—Discúlpame por estar tan concentrada en el trabajo —soltó Elisa mientras el hermanito le besaba el cuello y le comenzaba a amasar las tetas por encima de la ropa—. Te juro que no será por siempre.
El hermanito se detuvo, y así como estaba encima de ella la abrazó. Elisa sintió con claridad la erección del hermanito en su estómago.
Se quedaron un par de segundos en silencio, y Alex comenzó a menearse hacia atrás y hacia delante. Y una de sus manos se metió debajo del cuerpo de Elisa. La traviesa mano navegó con el peso encima, hasta el culo de Elisa.
—Desvístete hermana —pidió el hermanito.
—Sí cariño, déjame levantarme.
Elisa se puso de pie y se desvistió completamente mientras el hermanito se quedaba en calzoncillos. Elisa se tumbó boca arriba en la cama y abrió las piernas, como si ya supiera de antemano lo que deseaba el hermanito. ¿Cuándo habían dejado de planear, o por lo menos deliberar lo que harían en la clase?
El hermanito se colocó entre las piernas de Elisa y se dejó caer. Elisa sintió el jadeo de Alex en sus pechos. Alex se incorporó y con su mano colocó su pene en la entrada de la vagina de Elisa, si no tuviera calzón sin duda habrían tenido contacto piel a piel. Entonces Elisa sintió humedad y se espantó.
—¿Qué es eso? —preguntó. Al levantarse, vio que Alex en efecto usaba el calzón.
Elisa tocó el calzón del hermanito en el área de la punta de la verga. Alex dio un respingo. Elisa se dio cuenta con aquel contacto que era tan solo líquido seminal que había mojado ya toda la prenda.
—¿Me lo puedo quitar? —preguntó Alex.
Y aquella mirada. Ese rostro suplicante y tierno, esa voz que pertenecía a la única persona en todo el universo por la que Elisa daría cualquier cosa, sacrificaría cualquier cosa, la venció.
—Sí —respondió. Y Elisa tuvo la necesidad de pasar saliva. Y quiso añadir que «no tendrían relaciones», pero no lo hizo.
Elisa se tumbó de nuevo y abrió las piernas mucho. Tomó sus labios vaginales con sus manos y los abrió como enseñándole al hermanito dónde debía él encajarse. Alex se acercó. Elisa sintió el pene en contacto con los labios de la vagina. Entonces ella interpuso una de sus manos.
El pene no entró en ella. Alex quiso entrar sin conseguirlo; chocaba una y otra vez con la mano de la hermana mayor. Sin embargo, Elisa tuvo una idea.
—Ponte de pie —ordenó Elisa—. Sé qué haremos
—Me sostendrá en el mueble de tu computadora y cerraré las piernas lo más que pueda —explicó Elisa—. Tú pasarás tu cosa entre mis piernas, y así sentirás como que lo hacemos.
—No sé hermana… —dijo Alex—. Me gustaría otra cosa.
—Sabes que eso no lo podemos hacer —expuso Elisa—. Vamos a hacer lo que te digo, te va a gustar.
Elisa se sostuvo en aquel mueble y paró el culo. El hermanito la agarró de las caderas.
—¿Así hermana? —preguntó Alex. Elisa sintió la verga del hermanito deslizándose entre sus piernas.
—Sí, no importa que me roces poquito los labios de abajo, mientras no la metas está bien.
El hermanito no dio respuesta. La tenía bien agarrada de las caderas y Elisa sentía las embestidas de la parte inferior del estómago de Alex en sus nalgas. La verga del hermanito presentaba una humectación. Elisa sintió los muslos resbalosos por aquella secreción.
Duraron varios minutos en silencio. Era un acto narcótico donde sobraba la palabra, aunque no el sonido. De esa manera, se escuchaba el choque del culo de Elisa con Alex.
Sin embargo, llego un momento en que el hermanito aceleró las embestidas hacia los muslos de Elisa. En ese punto Alex se atrevió a hablar:
—Hermana déjame meterla —susurró.
—Por favor, te lo suplico —dijo Alex ya en voz normal.
—No bebito —sostuvo Elisa intentando imprimir tanto cariño como fuese posible en esa frase, que sabía, decepcionaría al hermanito menor.
—De verdad lo necesito hermana —declaró Alex.
—No insistas hermanito —zanjó Elisa.
Alex se hizo levemente hacia atrás. Elisa no sabía qué pasaba. Alex regresó a su posición con una diferencia. Elisa sintió la diferencia. La verga del hermanito tocaba la puerta a la intimidad de Elisa. Sin embargo, no la había penetrado aún. Aunque las intenciones de entrar ahí a la fuerza eran claras y contundentes.
Elisa sintió la presión del pene del hermanito queriendo entrar en ella. Elisa dudó un instante en si dejar entrar al hermanito para que ya de una vez se le desvaneciera esa idea de la cabeza. Paró levemente el culo como «entregándose». Pero justo cuando sintió la punta. Elisa se hizo a un lado y se zafó del hermanito.
A pesar de todo, aquel contacto fue suficiente. El hermanito comenzó a temblar; desplegó un gemido de su garganta.
Elisa volteó y el semen cayó en el suelo. El hermanito pareció recuperarse. Elisa se le acercó, mientras ella caminaba hacia él, Alex se alejó.
—¿Por qué me odias tanto hermana? —murmuró el hermanito.
—Habíamos quedado que nada de sexo —regañó Elisa.
—¿Me dejas solo? —imploró Alex. Las lágrimas comenzaron a brotarle—. Ya nunca me das clases, y luego me niegas esto.
Elisa intentó convencerlo de que tener relaciones entre ellos dos que eran hermanos era una locura. Alex se salió de la habitación y se encerró en el baño. Elisa le tocó la puerta; el hermanito no respondió. Solo se escuchaban los llantos del hermanito. Unos que parecían inconsolables.
Elisa sintió esa noche que el alma se le salía del pecho. Se acostó y lloró en silencio como no hacía desde muchos años atrás cuando era una joven adolescente y cuidaba del él sin ayuda de nadie. El silencio hiriente del hermanito la dejó rota por dentro.