Hetero
February 27, 2023

Clases Particulares Día 6 Parte 1

Día 6
Capítulo 17: Preámbulo del día

Una vez que hice todos los recados de la noche (con sorpresa incluida por parte de Adriana), me acosté en mi cama. Agotado. No era cosa fácil ser el “hombre de la casa”.

A mi lado, Valentina dormida. Buscando consuelo con la almohada luego de los recientes acontecimientos. Su rostro era adorablemente angelical, quien diría que fuera una bruja, hija del demonio.

Cuchareamos. Desconocía si estaba plenamente consciente, de igual forma nos acomodamos. No era de piedra ni un monstruo, a veces necesitaba de ciertos mimos.

Cuando desperté aún la tenía entre mis brazos. Ella notó el cambio en mi respiración.

—Valentín… ¿Estás despierto?

—Sí.

—Me duele el cuerpo. —Su voz adolorida, confirmaba su pesar.

—¿Es una queja?

—No. Me lo merezco por ser una estúpida perrita. —Me fue imposible distinguir la verdad y la mentira—. Pero… una pomada para la hinchazón

—Hay uno en tu habitación —le metí mano. Con mis cinco dedos toqué uno de sus pechos, como una pitón fue apretando mi presa. Tenía hambre y no de comida precisamente—. Cuando vayas pregúntale a Margarita, ella sabe dónde está.

—¿Margarita?

—Ella duerme en tu cama.

—¿Por qué? —Omitió el insulto.

—Lo decidimos anoche —respondí. Fui por el pezón—. Me costó convencer a Margarita, pero ustedes dos van a compartir habitación.

Por supuesto, era una idea de Adriana.

—¿Por qué? —repitió Valentina conteniéndose—. Ella duerme con Adriana. ¡Ah!, despacio Valentín, no son de goma.

—Ya no más —recordé la silueta del vampiro. Había escuchado tanto de ella que el tenerla en la casa me estresaba—. Tu hermana tiene visita. Se encontraron en el bar…

—¿Tatiana? —Dado cuchareamos me era imposible ver sus ojos, pero algo me decía que en ellos una pizca de ilusión brillaba de un azul intenso.

—¿Por qué la alegría?, perrita. ¿Te gustan los coños góticos?

¿Tendrán también el coño tatuado?, me pregunté mientras recordaba su silueta. Alta, blanca y llena de tatuajes. Tatiana desconcertaba tanto a los hombres como a los rayos del sol. Distorsionando el espacio con su delantera y sus posaderas de camión.

Una criatura de la oscuridad que solo Adriana se atrevía a domar.

—No. No me gusta Tatiana. No me gustan las mujeres. —Se negaba a tener los gustos de su hermana—. Es que con ella aquí, Adriana me dejara en paz de una vez por todas.

Lo dudó, pensé. Lo suyo era una obsesión.

Olfatee su cabello para luego peinarlo con la única mano libre (la otra seguía entretenida en las inmensas tetas de Valentina). Reflexioné. Sus largos hilos dorados eran lo opuesto a la melena negra de Tatiana. Ambas eran lacias, pero una representaba el día, mientras que la otra la noche.

¿Será por eso que Adriana la escogió como su pareja? Para no tener presente jamás a su hermana cuando copulaba. No era una teoría descabellada, si es que su intención antes de mi llegada era olvidarse de Valentina.

De ser aquel el caso, hubo un error en su decisión. Escogió a una tetona con cinturita de avispa pasada por una aplanadora; característica representativa de Valentina.

Una búsqueda entre los bares de lesbianas que no debió ser fácil. Chicas así no se encuentran a la vuelta de la esquina. Pero su inconsciente parecía tener un gusto bien definido e inconscientemente fotocopio a su hermana en blanco y negro.

—¿Se reconciliaron? —preguntó Valentina conteniendo la respiración. Mis manoseos ya empezaban a molestar su tranquilidad mañanera.

—No lo sé, cuando llegué las tres ya estaban pasadas de copas.

—¿Fuiste a buscarla? Pero si toda la noche…

—Toda la noche, qué. ¿Te hice el amor?

Lo último lo dije en un tono burlón.

—Me cogiste muy duro —declaró con firmeza ajena a sus palabras—. Lo recuerdo.

—Vos también te pasaste de copas. —Antonella, pensé en la indudable culpable—. De seguro lo soñaste perrita. Es normal en las putas, no pueden controlar sus coños y se miente en sus sueños.

—Yo…

—Sos una puta. —Con la declaración hecha, pase de su cabeza a su entrepierna. No tuve que mover o estirar nada. Antonella me lo había dejado todo servido; completamente desnuda—. ¿Qué soñaste? La verdad Valentina, sí creo que me estás mintiendo…

Un pellizco y empezó a graznar.

—No lo recuerdo —apretó la mandíbula, fruto del dolor.

—Eso no fue lo que dijiste recién.

—Lo recuerdo, pero a la vez no lo recuerdo —intentó explicarse. Escarbé con mis dedos su agujero mayor, en busca de la verdad. En aquellos labios la honestidad sí brillaba por su presencia—. Estabas encima mío.

—¿Nada más?

—Me cogías. Muy fuerte. Y cuando no lo hacías te gustaba pasar tus dedos por mis heridas, ahí donde la correa golpeó. Te gustaba escucharme lamentar. Lo sé porque mientras más suspira más fuerte apretabas los moretones.

—¿Nada más? —repetí. Estaba muy interesado en su relato.

—Yo… No lo sé… Te gustaba mi vagina, te escuché decirlo más de una vez… Era lo peor, porque cada vez que lo decías me mordías ahí abajo… Cuando volvía a despertar tenía tu verga metida… No te cansabas de meterla y sacarla. Suplicaba, y todo era peor.

—¿Te penetré?

—Sí, muy fuerte.

—¿Cómo?, ¿así? —Imité la descripción de su sueño.

Como un taladro, le metía y le sacaba los dedos. Clavando sobre la carne. En un principio comprimió su vagina, cerró su concha, de tal forma que obstruyera mi perforación mañanera. Pero mi fuerza se hizo con el agujero. Pronto encontré agua.

—Valentín… Ayer fue demasiado… Me dejaste la concha hecha mierda… No puedo más… Mi coño tiene un límite.

—Ayer fue un sueño —le dije a la oreja. Oreja que no tardé en chupar—. Solo estoy haciendo realidad tus deseos.

—Yo no deseo esto —dijo en un gemido. Lleno de contradicciones.

—Tu cara de puta golosa dice lo contrario —Volví a pellizcar el pezón—. Vamos, hazlo, tienes mi permiso.

—¡Mierda, no quiero! —Fue traicionada por su cuerpo. En buena parte, las magulladuras y el recuerdo de Antonella habían acelerado el proceso—. ¡¡¡MMM!!!

Fue la primera vez que me obedeció de buena gana. Llegó al clímax con una sonrisa, ahí arriba, su cuerpo no sentía dolor y la condición de sumisa le era indiferente. Soñó despierta.

—¿No me vas a dar las gracias? —rompí con su placer—. Unos buenos manotazos en el coño tal vez te vuelvan más agradecida con la mano que te da de comer.

—No —dijo enseguida, temerosa—. Ya la tengo lastimada. Gracias Valentín.

—¿Gracias Valentín?

—Gracias, bondadoso amo —balbuceó al ver mi descontento.

Le pellizqué la entrepierna y le mordí la oreja. Valentina pasó de estar en el cielo a sufrir en el purgatorio.

—Puede ser peor —susurré, describiendo el infierno en su cabeza.

—Gracias amo, gracias por complacer a tu estúpida perra. —Seguí con la tortura—. Gracias amo, por molestarse en hacer realidad las fantasías de su sucia perra lujuriosa.

Finalmente, la liberé de su calvario. La tortura estimulaba la creatividad en sus respuestas.

—Vas aprendiendo. —Le sonreí—. Veamos que tanto. Más te vale responder correctamente. —Una pausa antes de la pregunta. Una angustiosa pausa para Valentina—. ¿Qué eres?

—Yo…

—¿Qué eres?, responde.

—Soy… —Captó mis intenciones, el amago de querer palmar su coño sin ninguna pizca de ligereza—. Soy tu perrita.

—¿Qué más?

—Soy tu putita. —No me bastó—. Soy una putita que sueña con ser violada toda la noche por tu verga, soy una putita que anhela ser vuestra.

La imaginación de Valentina fluía, se elevaba como la pluma de un escritor luego de plasmar un punto final. Presa del terror que causaban mis trazos sobre su piel.

—Bien. —La solté, nos separamos—. Sé que es temporal tanta sumisión. Una vez sanen tus heridas volverás a olvidar tu lugar en esta casa.

No lo negó.

—Este no era el trato —murmuró, encubriendo la derrota con el recuerdo de tiempos mejores. Resistía pese a estar acorralada como la niña indefensa que era. O al menos, por el momento eso parecía ser.

—No, claro que no —le nalguee las pompis, lo que hizo que saltara de dolor cayendo de la cama—. Es un trato mucho mejor.

No obstante, disparó su última bala:

—Te odio…

Perforó mi corazón.

No lo negaré, sentí lástima, ahí tirada entre lágrimas y magulladuras.

Hui de la habitación.
Capítulo 18: Un trío anhelado

—¿Por qué las has traído a casa? —pregunté

—¿Por qué la cara? —Adriana dejó caer la toalla. Recién salida de la ducha. Me estaba provocando de distintas maneras—. Culpa del despecho, culpa tuya.

Sigue ofendida por la fiesta, pensé. Era una Rhodes, era caprichosa.

—Son tres perras. —¿Acaso no lo eran? Mi vocabulario estaba cambiando drásticamente—. Cuatro contándote. No puedo tenerla siempre todas juntas.

—Cinco —me corrigió mientras buscaba en los cajones la ropa que iba a ponerse. Las gotas de agua le brillaban como pequeños diamantes—. Lo tuyo es mío, maestro.

No insinuará que…

—¿No viste como veía en el auto? De no estar vos, me hubiera sacado un ojo.

—No lo tomes personal, Tatiana es así.

Para el día de hoy, Adriana escogió una tanga gris muy normalita, no obstante, en ella se le veía muy sexy, aunque mis pensamientos ya sonarán muy repetitivos. Un problema al estar rodeado de tantas féminas hermosas.

—Por cierto —continuó—. El auto con el que me viniste a buscar, de quién es.

—De un amigo, me lo prestó. —El mío seguía varado en alguna esquina cerca de la casa de Andrea (una de las mejores amigas de Valentina junto a Camila.)

La noche anterior, mi Fiat había sido marcado por los bravucones de Valentina. Tuve que abandonarlo.

—¿Un amigo? —preguntó Adriana, mientras movía el orto con la tanga bien metida.

Cambié de tema rápidamente. Eran dos historias separadas, o intentaba que fuera así. No sabía qué esperar de Andrea y su novio.

—¿Ella sabe que soy yo?

—¿Qué?

—Tatiana. Sabe que soy el del video.

—Lo presiente. —Esta vez fue por el corpiño. Decidió no llevar ninguno—. ¿Qué es lo que te molesta, Valentín?, ¿mi iniciativa? Deberías estar feliz, vas a follarte a otra perra. Un agujero más. O tres más, si somos precisos.

Expuse mis sospechas. Adriana era mi aliada, cierto, pero donde se ha visto que las alianzas sean eternas.

—Mientras fornico con tu novia, vos harás lo mismo con Valentina, ¿no? —Era lo único que le importaba a Adriana, su hermana. Quemaría el mundo por ella, en términos poéticos.

—Tal vez, podrías prestármela un cayito. —Por ahí van los tiros, pensé—. Por cierto, ya no es mi novia. Así que…

—Pero si la has traído a casa.

Sí, empezaba a considerar aquella mansión de depravación y sadismo, mi casa.

En tanto, Adriana se vistió con una musculosa larga, muy de verano, y nada por debajo de la cintura. Como todo hombre sabe, aquella combinación era mortal para los ojos y el corazón.

—Sí, sí, sí… Pero no pienso regresar con ella. No he olvidado lo que me motivó a hacer el video nuestro. Se dejó tocar por otros, sin mi consentimiento. Siéntete libre de abrirla de piernas.

—¿Piensas agotarme? —Derrotarme por cansancio, deduje.

—¿Dudas de tu capacidad?

—Responde.

—Es lo malo de los hombres que la dureza en la pija no les dura mucho tiempo. Pero no te preocupes, maestro, como tu perra mayor les voy a llenar sus agujeros a diario para que no olviden nunca que son. —Saboreó sus palabras—. A todas sin excepción, así que no te quiebres la cabeza por el número, mi consolador y yo no tenemos cupos, trabajamos a escala.

Adriana era lo que en el mundo laboral llamaban una empleada proactiva, siempre en la delantera, la primera en llegar a las oficinas y la última en irse.

—¿Estás viviendo tu fantasía?

—¿Quieres ver mis nuevos juguetes? —No respondió mi pregunta, pues su cara lo decía todo—. Llegaron ayer por la tarde, mejor dicho, lo fui a recoger al correo ayer por la tarde. No queremos que nadie se entere, ¿verdad?

—Por el momento.

Me acosté en su cama. La habitación de Adriana era casi idéntica a la mía, respetaba los colores y el estilo de la mansión en general. Fiel al diseñador, salvo por la mezcladora de música y los parlantes que parecían estar fuera de lugar. Otro de sus hobbies, aparte de irse de fiesta y acosar a su hermana menor.

Noté una foto familiar en la mesa de noche y pregunté:

—¿Ese es tu padre?

—Sí.

—Es rubio —sujeté el marco de la foto para apreciar mejor a los integrantes de la familia Rhodes. Parecían sacados de una serie de televisión—. Canoso, un rubio pobre, si se lo compara con el de tu madre. Eso explica…

—¿Qué?

—Que todas ustedes salieran rubias. Sin ningún mechón oscuro. Se apropiaron del amarillo y todas sus tonalidades.

—¿Todas? —señaló Adriana—. Deberías prestar más atención.

Eso hice. Y por supuesto, encontré una anormalidad. Había una pelirroja entre tanto dorado y castaño. La “oveja roja” de la familia por así decirlo.

—Sara —murmuré al ver el cuerpo de la mayor de todas las Rhodes.

Sin duda, el señor Rhodes tenía un buen gusto para elegir mujeres, y cómo decirlo, una genética muy débil. Porque sus vástagos sacaban los rasgos de sus madres que junto a lo anterior, daban como resultado hijas extremadamente agraciadas, por decirlo de alguna manera sencilla.

—¿Valentina te la nombró?

—Algo así —acaricié la foto—. Es media hermana. Va a la universidad, estudia abogacía y vive en su departamento.

—Y fue quien emparejó a mi madre con su padre —agregó Adriana a la ligera.

—¡¡¿Qué?!!

Se hizo la boluda. Cambió de tema con un ademán. Lo hizo a propósito, quería irritarme un poco, como yo con el asunto del auto nuevo.

—Romina se quedó preñada de mí cuando apenas tenía quince años —continuó con su lluvia de información.

—¿Y? —Eso ya lo sabía, había hecho cuentas desde el día uno en que me mudé en aquella casa de locos—. Explícate. Lo de antes.

—¿Curioso?, eh. Me expresé mal —se acostó a mi lado—. Fue la causa de que mis padres se conocieran. Sarita tenía dificultad para leer, una enfermedad de las raras, esas cosas relacionadas con los sesos.

»Irónico ¿no?, al saber lo que estudia y venir de una familia de letrados. En fin, por lo que Sarita necesitaba de un profesor y clases particulares. Esas clases lo cambiaron todo en esta casa. Mira por donde, como las tuyas.

Clases particulares, repetí en mi cabeza. Parecía el título de mi historia.

—Como sea, en resumidas cuentas, al final del verano una nueva señora Rhodes tomó las riendas de la familia. O sea, mi mamá.

—¿Romina? —Aquello no cuadraba. Se necesitaba de un profesional en esos casos—. ¿Romina era la profesora?

—No, su madre, es decir, mi abuela.

—Y tu abuela tuvo la brillante idea de presentarlos a ambos; a su hija adolescente y a su acaudalado patrón.

—Gracioso, ¿no? Pero sobre todo, muy morboso. Mientras le enseñaba a la pequeña Sarita, mi señor padre se follaba a su hija. ¿Le habrá obligado a traer a Romina a todas las sesiones? Espero que sí… —Adriana dejó que su mente navegará en el mar de lo prohibido—. ¿Lo habrán hecho en la habitación de al lado? Te imaginas, Sarita preguntando por qué Romina gemía como loca…

Algo seguía sin cuadrar en aquella historia. Romina doblegada, no, imposible. Una adolescente ambiciosa, bueno, sería más acorde a lo visto en aquella casa: Una robafortunada.

—Tu familia…

—Está repleta de trapos sucios —me besó un cachete—. Entonces, que importa que fantasee con la entrepierna de Valentina, si todo queda en casa.

De pronto, un griterío proveniente de afuera se escuchó. El deber me llamaba, debía controlar a mis hembras.

—Necesitan que las folles bien duro contra la pared —sugirió Adriana entre risitas.

—Más tarde —me levanté de la cama—. ¿Tatiana está en el baño?

—Se está bañando, sí, quitándose la resaca. De seguro está molesta porque no la espere.

—Manténla alejada de mí —me despedí con una orden.

Esperaba que la presencia de la “criatura” en la casa no se prolongará.

—¿Por qué? Te aseguro que su coño no es lo que aparenta, no tiene telarañas y ni es frío. De los mejores que he probado, y mira que si he chupado coños. Las lesbianas de la ciudad son mis testigos.

Mantuve mi negativa. Con Tatiana en la casa, sentía que Adriana agrupaba fuerzas. Si esto fuera la edad media, diría que Adriana estaba levantando sus levas, llamando a sus abanderados al más estilo Juego de Tronos.

Un ejército de lesbiana contra mí… Había visto porno lésbico dominante, y no era un buen augurio para mi pene.

—No necesito más perra, y menos una, que le debe más letalidad a vos que a mí.

—Veremos, capitán, amo —imitó con el brazo el saludo de un militar para luego tirarse a su cama, danzando entre las sábanas, se aparea con una música que solo ella podía escuchar.

No se daba por vencida.

Abrió las piernas. Mierda, ¡qué piernas!, y más adentro… Tragué arena.

Separó aún más la entrada de su deliciosa concha, dejando entre ver piel, tela y unas cuantas gotitas de agua.

De inmediato, mis labios se secaron y un árido dolor producto de la sed se impregnó en mi garganta, como si hubiera recorrido kilómetros en el desierto, y la concha de Adriana era la única fuente de humedad, un manantial entre las arenas.

Me estaba invitando a follar allí mismo. A metros de Tatiana. Si ella nos viera…

A punto estuve de saciar la sed. Realmente era una perra provocadora. Sin embargo, yo no caí en su trampa, milagrosamente. Mi celular rompió el espejismo de Adriana.

Cerré la puerta con frustración retenida y fui directo a la habitación de los gritos, es decir, a la habitación de Valentina. No sin antes, revisar el mensaje que hizo vibrar mi celular.

—”Te espero en el motel. Llevó a Andrea.”

—”No te preocupes. Me haré cargo de tu boba novia.” —Esperé un insulto o un arrebato de furia que me librara de aquel compromiso ya pactado. No lo hubo. Persistí—. “La llenaré de conocimientos.”

—”Sería lo ideal.” —Mi plan no estaba funcionando.

Respiré hondo. Reanude mis pasos.

Entonces:

—¿Qué pasa aquí? —entré sin tocar la puerta.

Margarita y Valentina se encontraban en plena discusión. Una enfrente de la otra, acusando e insultándose, sin mucha educación. Parecían dos prostitutas, peleando por la esquina de la calle.

Margarita se alegró de verme, Valentina no tanto.

—La puta está —señaló a su enemiga declarada—, no quiere que use el ropero.

—¿Yo puta? —se mofó Valentina—. Toda esa ropa que llevas puesta, te la compró Adriana. Por dios, hasta la ropa interior. Crees que no me ha dado la relación que llevas con mi hermana; ella te compra cosas, te consiente, y a cambio le haces caso en todas sus estupideces de lesbiana.

»Eso, Margarita es ser una puta: Vender tu cuerpo.

Era un strike en toda regla. Difícilmente se podría contraargumentar semejante declaración. No obstante, Margarita no se quedó callada.

—Habla la mujerzuela que llegó a su habitación completamente desnuda —espetó Margarita, muy cabreada por lo dicho por Valentina—. Desnuda, con el orto y las piernas marcadas.

—No estaba desnuda. —Lo otro no lo podía negar.

—¿Lo dices por la camisa que le robaste a Valentín? Que pintas que traías, Valentina Rhodes. Si te hubieran visto los de tu escuela, ya no te tendrían tanto respeto. Sabrían lo bajo que has caído.

—Yo no…

—Valentina Rhodes —insistió Margarita e imitó el sonido de una cámara—. Marcada y golpeada. #Perrasumisa #Putitabarata.

—Ni se te ocurra. —Valentina preparó su cuerpo para una pronta embestida. Su reputación era lo único que le quedaba y no pensaba perderlo—. Te voy a cagar a trompadas, yegua.

Intervine antes de que la discusión pasara a mayores. Sus cuerpos se habían hecho para follar, no para pelear.

—Basta, aquí nadie va a publicar nada. —Le brindé un poco de tranquilidad a Valentina—. Y el ropero lo van a compartir mitad y mitad.

—Imposible —se negó Valentina—. Hay más habitaciones en la casa, que se largue a una de ellas.

—Mejor —se limitó a asentir con la cabeza Margarita—. Esto es una estupidez y no sé por qué lo acepté.

Porque estabas borracha y tenías sueño, respondí en mi mente. Y la razón más importante:

—Aceptaste por qué te lo exigí —le recordé a mi prima—. Yo gané el juego de ayer y puedo disponer de la casa.

—Ya —Margarita y su mano le restaron importancia a mi autoridad—. ¿Y sobre lo otro?, prometiste que ibas a pensarlo.

—Lo estoy pensando —dije.

—¿Me vas a rechazar? —preguntó Margarita un tanto ofendida. Era la primera vez que un hombre se le resistía.

—¿Qué quieres decir? —saltó alarmada Valentina.

Margarita sonrió con solo recordar la razón del porqué estaba ahí. Una pequeña venganza contra su recién creada enemiga.

—Valentín y yo desde ahora somos novios —le restregó en la cara a Valentina—. Si voy a vivir en esta casa, no voy a ser menos que vos, ni el mal tercio de nadie.

Tatiana, tuve presente. Había perdido su lugar junto a Adriana.

—No puedes, Valentín —me recriminó Valentina de inmediato y con una intensidad ajena a nuestro noviazgo falso—. Yo soy tu novia. Se lo dije a todas mis hermanas.

—La exnovia —le corrigió Margarita.

—Yo no he terminado con nadie. —Al parecer el status empezaba a importar en esta casa. Como en toda manada, un orden de jerarquía empezaba a construirse—. Puedo tener dos novias, ¿no?

—Por supuesto que no —negó Valentina.

—Claro que no —también se negó Margarita.

Ninguna de las dos quería estar por debajo de la otra. Y obviamente Margarita había hecho su primer movimiento. Quería ese privilegio de ser “la mujer oficial” delante de las otras chicas.

El cómo terminó la discusión fue cuestión de regateo, fuerza y de ciertas amenazas. Aprovechándome del odio mutuo que sentían una de la otra. Las dos se acoplaron a mis intenciones y peticiones. No eran idiotas, sabían que yo las quería juntas como parte de mi fantasía.

Entonces, deleité mis ojos con el accionar de aquellas dos: Un beso de reconciliación.

—No me muerdas —le advirtió a Margarita—. Tampoco me toques el culo que me duele.

—Le quita la diversión al asunto —deslizó su beso a través del cuello de Valentina—. Deberías aprender de Adriana. Con ella no hay reglas, solo el disfrute de nuestros sentidos.

—No me compares con mi hermana —dijo Valentina repeliendo el placer—. Hago esto por mi estúpido novio.

Me obsequió su típica mirada de odio. Yo desde el escritorio y ella desde arriba de la cama, bien acompañada por supuesto.

Por un lado, Margarita llevaba un pijama blanca con corazones azules como estampado, y en tanto, Valentina se había vestido con lo primero que encontró en el piso. Un short y un poleron. Un esfuerzo inútil dado que Margarita ya empezaba a desvestirla.

—Es tu exnovio —increpó otra vez Margarita.

—Ahora que Adriana te ha tirado como un perro —continuó Valentina sufriendo—. Te arrimas a nosotros. Al menos, ten la decencia de respetarnos como pareja.

—¿Pareja? —Margarita le bajó el short de un tirón. Al parecer a Valentina no le había alcanzado el tiempo para ponerse algo más. Llevaba la chocha libre—. Déjate de joder, Valentina. No son nada, o por qué si no lo mantienen oculto.

Debo decir que me gustaba, no, me encantaba verlas pelear mientras se besaban y se desnudaban. No era solo sensualidad, también había un picor en la escena, un sabor agridulce que empalagaba mi libido.

Quería más.

Cambié de planes. No solo iban a ser unos cuantos besos de reconciliación.

—Cambio —anuncié con altanería, como un terrateniente a sus jornaleros.

Empezaron a obedecer. Nuevamente, Valentina y yo nos topamos con los ojos. Ella encontró en mí, expectativas. No había olvidado lo prometido durante la noche.

“Guarra” imitaron mis labios, pero sin decir nada. Junto a aquella acción, desabroche mi cinturón. Entonces Valentina, comprendiendo a la perfección mis indirectas, brincó en la cama misma, quitándole el protagonismo a Margarita.

Ahora era Valentina quien estaba arriba. No perdió el tiempo y ni se contuvo. Besó a mi prima con la misma intensidad que cuando me chupaba la pija. Una vez más, los labios de Margarita y Valentina se comportaron como los de dos amantes perdidamente enamorados.

Aunque lo negaran, el deseo carnal estaba presente. Y cómo no iba a estarlo, si ambas eran dos jovenzuelas jodidamente bellas, hijas de Afrodita, las chicas más sexys de sus respectivas escuelas…

Al conocerlas era imposible no soñar con tenerlas juntas en tu cama.

—¿Qué te pasa? —preguntó una Margarita que en un segundo había perdido la iniciativa, una Margarita que se veía avasallada por las intenciones de Valentina, la cual le subió la polera, dejando las tetas de Margarita a plena vista, y a la vez, sus brazos atrapados dentro de la comprimida pijama—. Me hace cosquillas.

—Cállate —se sentó sobre Margarita. Quería inmovilizar a su adversaria de cama—. ¿Te gusta?, Valentín, ¿te gusta que me bese con tu prima?

—Sí —admití—. Me encanta, me encanta que seas una guarra. —Noté el alivio mismo en la cara de Valentina—. Vamos, continua, no te detengas.

Ella asintió, y atacó rápidamente los pechos indefensos de Margarita. La protestas de esta última no se hicieron esperar, pero poco importaron.

En un principio, Valentina le dedicaba un largo lapso de tiempo a cada pezón; sin embargo, una vez perdió la vergüenza y la noción de ser, fue intercalando sus chupones y caricias entre seno y seno, en pequeños intervalos a los cuales también se le incluían espontaneos besos.

—Valentín —protestó Margarita cuando los labios de Valentina le devolvieron la voz—. Detenla, están muy sensible, dios, no lo chupes, ¡no!...

—¿Quiere ser mi novia? —me acerqué a la cama.

—Sí. —Margarita se mordió el labio inferior—. Pero quiero ser la única, quiero que sea como antes. No quiero compartirte, ni quiero que estés con Valentina.

Acaricié la cabellera ondulada de Margarita. Sus sentimientos eran difíciles de explicar, pero de tener que hacer una analogía aislando la razón principal, diría que a la pequeña Margarita le habían quitado su juguete favorito en el parquet, y la culpable de semejante robo había sido la niña que más odiaba.

—Yo soy la novia —declaró Valentina como leona hambrienta, completamente ida. Ansiaba mi perdón y ya no le importaba que el beso de reconciliación se hubiera transformado en mucho más—. Yo soy la novia, entiéndelo, estúpida yegua.

Otra batalla:

—¿Temes por tu posición? —atravesó la fortaleza de Valentina—. Si pierdes a tu macho, no sos nada en esta casa. Lo sabes. Incluso tu madre, te considera inferior al resto. ¿Y cómo culparla?

—Cállate —Esta vez, Valentina fue por la parte de abajo del pijama de Margarita.

—Hacer cornuda a tu propia madre —cerró las piernas en un intento de mantener el pijama en su lugar—. Puta loca ¿Qué querías conseguir?

—Cállate.

—Como me dijiste: “Te voy a sacar a patadas de mi casa” —tuvo presente Margarita—. ¿Querías hacer lo mismo con la señorita Romina? Pero qué clase hija sos.

—¿De verdad? —solté completamente sorprendido.

Ambas giraron la cabeza en dirección mía.

—Sí, primo. Tu novia quiso usar a una de sus amiguitas, una tal Camila, para que montara la verga de su padre.

—Adriana dijo que iba a mantener la boca cerrada —se quejó Valentina.

—Me lo contó mi madre, estúpida.

¿Se podía esperar menos de Valentina? Ella quería estar en la cima, y para tales ambiciones, primero debes cortarle la cabeza al rey de turno, o reina en este caso.

Suspiré. Eso explicaba los vehementes correazos de Romina hacia su hija, a punto estuvo de perderlo todo. ¿O ya lo había perdido? Teniendo en cuenta que el señor Rhodes era un talentoso abogado…

Otra vez más, Romina era el trasfondo de mi historia.

—Valentín, yo…

¿Sentía pena ajena? Un poco, pero más lástima, una lástima acumulada.

—Sos mi novia —la interrumpí. La defendí, de alguna forma extraña—. Dale, date la vuelta, lamele la conchita a Margarita. Cumple tu palabra. Demuéstrame que sos una guarra.

Ella asintió, feliz de seguir manteniendo algo de poder en esta casa.

A fin de cuentas, era la novia del “hombre de la casa”. Además, la protegía en cierto grado de Romina, al ser capaz de cumplir con todos sus deberes escolares a tiempo (claro que mi trabajo era deshonesto y tramposo); con lo burra que era Valentina ningún otro lo lograría.

—Valentín —Otro inconveniente, esta vez de parte de Margarita. Apretaba su coño, impidiendo el pase de cualquier intruso—. Odio a tu novia, la odio.

Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había suspirado. En cualquier caso, suspire.

Ella también quiere un trato especial, pensé al ver sus ojos y entender sus indirectas: gestos y declaraciones de resistencia.

—Mientras vivas aquí, Margarita, harás lo que yo te diga —continúe en voz baja, muy cerca de su oído—. Adriana te va a seguir comprando tus regalos, tenlo por seguro.

—Tatiana… Sus regalos… —murmuró.

Debía aclarar las cosas de una vez por todas con mi prima. A quien realmente le debía sumisión, puede que los últimos cuatro días, Adriana le llevara la correa, pero era yo quien realmente mandaba en aquella mansión.

—Ya lo sospechas —dije—, pues es verdad, también Adriana es mi perra, y su trastornada novia no te va a apartar de sus atenciones y generosidad. —¿No es lo que Adriana me había asegurado recientemente?

La codicia en sus ojos brillaron como el oro que tanto ansiaba. Le estaba ofreciendo la vida que sus padres nunca le pudieron dar. Por fin, iba a ser la niña pija de su escuela con toda las de la ley.

Y sí, me estaba atribuyendo favores y facultades ajenas, pero si verdaderamente Adriana era mi perra, podía disponer de ella de formas muy variadas.

—No me importan los obsequios —mintió. Todavía quedaba la otra parte del asunto—. ¿Me vas a seguir follando?

—Sí.

—¿La misma cantidad de veces que a tu novia?

—Sí.

—¿La misma cantidad de tiempo?, ¿en los mismos agujeros?

—Sí y sí.

—¿Voy a recibir el mismo trato aunque ella se haga llamar tu novia? —Asentí con la cabeza—. ¿Podemos repetir lo de navidad?

—Por supuesto —afirmé—. Pero ahora quiero deleitarme con la mirada. —Proseguí sin ningún pelo en lengua, exponiendo mis más profundos sueños húmedos desde que las tenía a la dos en la misma cama—. Vamos, fuera la ropa, y póngase a chupar sus coños.

Luego de tanta cháchara, las cosas empezaron a acomodarse de la misma forma que sus despampanantes cuerpos femeninos, marcados por curvas y circunferencias.

A regañadientes ambas aceptaron. Siendo así, formaron un “69”, como Dios las trajo al mundo, Margarita abajo y Valentina arriba, y por fin, mis ojos cosecharon religiosamente el fruto de mi trabajo y el de Adriana.

Era una pieza de arte; y Margarita y Valentina eran mis ninfas lujuriosas. Avivando la entrepierna de la otra con la misma intensidad con la que se odiaban. Reemplazando el causar dolor por placer.

—Valentina sos una guarra —aulló Margarita cuando la nombrada empezó a usar su lengua como una especie dildo, la penetraba, apenas, pero lograba alcanzar la zona más sensible del interior de la vagina.

En respuesta, Margarita empezó a meterle dedo. En un sentido literal.

Esta vez gimió Valentina:

—Suave, me gusta suave, Margarita…

—¿Te gusta? —se burló.

—No te hagas la de la concha de piedra —espetó Valentina—. Que acá arriba tu coño no deja de gotear.

—Es una condición. —Fue el turno de Margarita para avergonzarse—. No lo puedo controlar. Ya te lo dije, solo sale… —Como una cañería rota, y sin mucho esfuerzo, completé por ella.

—Pues más te vale que lo controles —amenazó Valentina para luego volver a beber, saciando un nuevo tipo de sed y cada tanto escarbaba en busca de más… Una verdadera guarra.

Pronto Margarita también hizo el mismo descubrimiento en el hoyo que tenía al frente, y como una reacción natural, ambas empezaron a emplear sus piernas y brazos para atrapar el cuerpo de la otra, y como dos lombrices se enrollaron, se aparearon.

El barco, o mejor dicho, el crucero del amor en donde aquellas dos iban a bordo, finalmente había zarpado. Ya no era necesario ningún otro empujón de mi parte.

Aprovechando que ambas estaban muy concentradas en chupar sus coños, les tomé una foto discretamente. Segundos después, se lo mandé a Adriana.

—”Misión cumplida” —le escribí.

Recibí la respuesta casi de inmediato.

—”¿Cómo convenciste a Valu?”

—”Te olvidas que es mi perra”

—”Cierto. Tienes mi admiración. Con solo verlo me calentó la pocha. —Emojis de gotitas—. Ya quiero que sea fin de semana para que nos la metas a la dos.”

—”Entonces compórtate. Sin más sorpresas.”

—”Mira” —adjuntó una foto. Reconocí a la moza en cuestión. Era Tatiana, estaba desnuda, sentada en la cama de Adriana, colocándose unas pantis negras. Sí que estaba buena, por lo que se veía en la foto, sus tetas eran más grandes que las de Adriana o Margarita—. “Me la voy a coger justo ahora por tu culpa.”

—”¿Mi culpa?”

—”Me calentaste la concha. Voy a probar los nuevos juguetes.” —Otra foto. Esta vez era un consolador doble, es decir, un falo largo de color rosa que tenía dos cabezas, una en cada lado. Le siguió un emoji de una tijera.

Le iba a contestar, sin embargo, el celular saltó de mis manos dado el sonido de la puerta.

Alguien tocaba, alguien estaba detrás de la puerta…

—¿Señorita Valentina? —Reconocí la voz, y Valentina también.

—¿Marlene? —Valentina tembló como la adyacente entrepierna de Margarita—. Estamos estudiando, Marlene.

—Lo sé, señorita Valentina. Solo venía informar que voy al super. La casa sigue limpia…

—Sí, sí —interrumpió Valentina con la cara llena de baba—. Ve, Marlene.

—Señor Valentín —persistió la señora.

—¿Qué? —Ya estaba delante de la puerta, si Marlene intentaba pasar, mi cuerpo se lo iba a impedir.

—Si no es una molestía, podría venir a buscarme con su auto. Voy a comprar muchas cosas.

—Sí, sí —imité a Valentina—. Llévate a Maca para que te ayude.

—Bueno… —Aceptó mis órdenes como si de su jefe se tratase. Todo estaba en el temperamento de la voz. En tanto, aproveché la interrupción para deshacerme de Macarena. Ahora, prácticamente tenía la casa sola.

—Sigan —les ordené.

—Carajo —se ahogó Valentina—. Margarita, detente.

—Me puse nerviosa —comprimió la represa que tenía como vagina—. Culpa de la empleada.

Tan pronto escuche los pasos de Marlene alejándose, me fui bajando el pantalón. Me coloqué el condón y esperé el crujido de la puerta principal cerrándose.

—¿No te vas a quejar? —le pregunté a Valentina mientras que con las manos ponía a Margarita en cuatro—. ¿No me vas a suplicar celibato?

—¿Serviría? —imitó la pose de Margarita. Las tenía a las dos, una al lado de la otra—. Solo, por favor, despacio, y sin nalgadas.

—No prometo nada —nalgueé a Margarita en un acto de demostración y dominación—. ¿Te gustó?, primita.

—Me encanto. —Era una victoria sobre Valentina—. Si tu novia no puede complacerte, deberías cambiarla.

—Cierra el orto, yegua.

—No puedo —se mofó Margarita—. Justo ahora, tu novio quiere que lo tenga abierto.

Una humillación más.

—Valentín —miró mi pija—, primero a mí, folladme a mí. —Era su manera de ganarle a Margarita.

Sin embargo, mi miembro tocó la entrada de una vagina ajena a su cuerpo. Debo decir que Valentina lo había dejado hecho un lodazal.

—Lo siento —dije para luego penetrar a Margarita, con su coño enteramente lubricado—. Sin nalgadas, no tienes prioridad.

—Ah, ah, ah… —gimió Margarita con exageración, se burlaba de Valentina—. Puta, mira como tu novio me coge, así, no te detengas, Valentín… Mi coño es tuyo, no necesitas una novia…

Observé el rebote del culo de Margarita mientras metía y sacaba mi verga. ¿Qué diría mi tía Jimena si me viera justo ahora partiéndole la concha a su hija? No supe la respuesta, solo sé que golpeé una vez más el orto de mi prima, ciertamente con dureza.

—Se siente tan bien —farfulló Margarita—. Desde navidad, solo pienso… solo quiero que como cojas, en todo lados, en todo momento…

—Está bien —se rindieron los escrúpulos de Valentina—. ¡Lo soportaré!

De repente, Valentina improviso. Se paró en la cama, buscó algo entre sus cosas, y bueno, se posicionó arriba de Margarita con el orto bien alzado como una gata en celos.

Valentina la agarró de los pelos (una manta ondulada y marrón) y le escupío en la cara:

—Yegua —espetó, la cabalgó—. Eso es lo que sos.

Entonces, dejó ver lo que había estado buscando. El cepillo de Macarena.

—Ayer me lo dejaste adentro —me reprochó Valentina mientras tantea el coño de Margarita—. No prendía. Le cambié las pilas —explicó para luego acompañar mi verga con su falo, en una doble penetración. Arrancándole un grito a Margarita.

—Joder —gimió Margarita cuando lo prendió.

—Ya puedes cogerme —pidió con sumisión Valentina—. Tu prima, su coño tiene con que entretenerse.

Estaba sorprendido, estaba contento, o palabras más precisas, excitado ante tantas posibilidades con semejante guarra.

Me subí a la cama. De tal forma podía penetrar a Valentina hasta lo más profundo de su coño.

—¿Puedo? —Una última prueba. Alcé una mano.

—¡¡¡Hazlo!!! —resistió con su voz y cuerpo mi azote—. Margarita puta, ¡yegua!

Que decir del coño de Valentina. Las palabras le quedaban chicas. Era la segunda vez que lo probaba, y se sentía también bien como la primera. Con Valentina siempre había morbosidad, lujuria, sadismo. Lo último, fruto de su orto magullado. Mis choques le dolían pero también la complacían.

Me entretuve, en un ida y vuelta… Machacando el cuerpo de Valentina y por consiguiente el de Margarita.

De pronto, interrumpí mis penetraciones, Valentina se alertó, quería que siguiera. Su vagina ya abierta y con las medidas exactas de mi verga, parecía estar sufriendo cuando volvió a conocer el vacío.

—¿Qué pasa? —Necesitaba estar llena nuevamente. La guarra que llevaba adentro habló—. Metémela de nuevo, Valentín, soy tu novia, una novia con necesidades de putita.

—Yo también quiero ser tu putita —murmuró Margarita. Deseosa de no ser ignorada.

—Lo haré, te la voy a meter —me agaché—. Pero antes quiero hacer otra cosa. —Quiero hacer lo que no pude con Adriana. La sed persistía en mi garganta.

—¿Justo ahora? —notó mi beso en su enrojecido e hinchado coño. Exponencialmente sensible a mis estímulos.

Le chupé toda la concha. Eran las palabras más acertadas al describir mi accionar. Aunque lo cierto era que le dedique más tiempo a su clítoris y a su mancha de nacimiento, ambos puntos eran los que más gemidos sacaban de la boca de Valentina. Estimulando mis oídos.

—Yo también —clamó Margarita. Ella sola se metió mi verga. Una vez más el preservativo se bañó en sus fluidos, y en contraparte, el interior de su vagina recibió los de Valentina.

Entonces hizo lo que tenía que hacer. Si te dan limones haces limonada. Mientras lamía aquella fruta dulce, opuse resistencia, recto como una pared, ante los retrocesos de Margarita con su orto. Empujón tras empujón, mi lengua perseveraba.

Nuevamente, me entretuve en un ida y vuelta. Esta vez por dos carriles distintos, hasta que ambas carreteras volvieron a unirse, retomando la anterior posición.

Me follé a Valentina por segunda vez aquel día.

—Ah, ah, ah. —Golpeaba la espalda de Margarita—. Sigue, sigue, sigue…

—¿Ya no te duele?

—Sigue…

—Me aplastan —se quejó Margarita con el cepillo bien metido—. Cambio.

—No —le mordió el cuello en un intento de no perder la conciencia mientras acababa sobre mi pija y encima de Margarita.

Yo le seguí en el camino, al ser mi primera eyaculación del día poco duré.

Sin embargo, no iba a desaprovechar lo que tanto me había costado conseguir. Por suerte, mi cuerpo iba en concordancia conmigo. No tardé en conseguir otra erección.

Esta vez en una posición distinta, Valentina y Margarita cara a cara y con las piernas adecuadamente abiertas. Me las cogí con cada reserva de energía que poseía mis músculos. Intercalando mi pija por el cepillo, cuando deseaba cambiar de coño.

Necesitaba con urgencia un consolador de los buenos.

—Puta —rompió Margarita, uno de sus muchos besos—. Me mordiste el labio.

—Vos te orinaste en mi cara —le recordó.

—Ya te lo dije, es una condición.

—Bésense —interrumpí su discusión. Quería que retomaran lo roto.

Y como en el blackjack, ambas melenas, rubia y marrón, se mezclaron al igual que sus fluidos y lengua. Asimismo, comenzaron a jugar con sus pezones cada tanto, mejor dicho, cuando intercambiaban de coño, la abandonada castigaba a la premiada.

Al verlas una idea surgió en mi mente:

—Mastúrbense.

Obedecieron encantadas. Aunque me pareció que solo me había adelantado al momento, pues conmigo o sin mí, lo iban a hacer tarde o temprano. Ambas se tocaron sus puntos, a veces con sus dedos, otras veces usando su propio clítoris, friccionado una contra la otra, lijando sus sexos.

Seguí, continúe, proseguí… Mi verga no descansaba, tan rápido salía de una, penetraba a la otra. Y ellas, pues transpiraban por toda su piel y por todos sus agujeros. Bombeando placer.

Ambas vaginas ahora compartían sus correspondientes fluidos vaginales de forma abundante e indistinguible una sustancia de la otra. Aquella unión de entrepierna era un sauna donde pululaban calor y humedad.

—Joder sigue, así, así… —mezclaban sus voces en placenteros gemidos, gemidos que tenían un mismo origen: El ósculo que formaban Margarita y Valentina.

Pero como todo, aquel trío también tuvo un final. Los tres llegamos a nuestro máximo. Margarita, como siempre fue la primera, llenando de agua la habitación, le siguió Valentina, quien gritaba ante el mordisco en su cuello. Margarita se estaba vengando.

Yo fui el último. Me resistía, pues quería agregar la cereza al pastel.

Me saqué el preservativo, y eyaculé en sus rostros. Cubriendo de blanco lechoso parte de sus cabellos, mejillas, ojos, y labios. Un mural que valía su peso en oro.

Era de los más indeseable para las mujeres, pero yo deseaba verlas empapadas con mi semen, un deseo primitivo pero un deseo al fin y al cabo. Había marcado a mis perras.

Que puedo decir. Al verlas, supe que valió la pena aguantar tanto dolor en las bolas.

Las dos se mantuvieron tiradas en la cama, abrazadas y sin fuerzas como hermanas de leche. Por consideración cambié el lugar del cepillo. Del coño de Valentía al de Margarita. Pues ella ya lo había tenido dentro toda la noche.

De repente, ya con nuestros aullidos muertos, los gemidos de Adriana y Tatiana entraron en acción, como un cambio de banda, la música continúa en la casa. Esas dos también estaba cogiendo como locas

—Rómpeme el culo —habló a los lejos Tatiana—. Jódeme, jódeme…

—Me voy —dije fingiendo no escuchar y metiéndome la verga dentro del bóxer. Joder, era como estar en un prostíbulo.

—¿A dónde?—preguntó una Valentina apenas consciente, ni siquiera se molestó en quitarse la corrida de la cara. El semen se movió por todos lados junto con el sudor.

Contando lo sucedido en mi habitación, era la tercera vez que se venía, y si teníamos en cuenta lo ocurrido en la noche con Antonella, bueno, su conchita había trabajado muchas horas extras. Explicando su agotamiento.

—Cerca de la casa de Andrea.

Valentina tuvo miedo, recordó lo que hizo.

—¿Por qué? —preguntó con sumisión.

—Mi auto lo dejé ahí, ¿no lo recuerdas?

—Lo siento.

—Además, debo ir a buscar a la señora Marlene —me lamenté. La señora de la limpieza empezaba a ser una molestia en muchos sentidos.

Me fui de la escena del crimen. Lo intenté. No pude alejarme ni tres pasos por fuera de la habitación. Pues había atrapado a una mirona infraganti.

Antonella estaba en cuclillas y abierta de piernas. Exhibiendo una braga de osito. Había estado masturbándose, usándonos como inspiración. Éramos su película porno exclusiva y privada.

Quiso escapar, nada más me vio, pero tenía los pantalones abajo, por lo que fui más rápido.

—Te has olvidado que te preste a Valentina —le sujeté de un brazo.

Era idéntica a Macarena. Tanto que asustaba. Por otro lado, por propiedad transitiva, si Maca era hermosa, ella también.

—No.

—¿Y cuándo piensas pagar?

—¿Ahora? —Noté una mezcla de preocupación y emoción en su voz.

—Respuesta correcta.

Me la chupo en el pasillo (cualquiera podría vernos). Un riesgo que ambos decidimos asumir.

La felación fue… sentí sus dientes. Era una principiante al momento de petear. Sin embargo, la emoción de que me la chuparan en el pasillo, y de que fuera justamente ella, la hermana gemela de Maca, la petera, fue suficiente para ignorar los inconvenientes.

En sí, más que un pete fue una limpieza. Mi pene estaba bañado en semen así que aproveche para que me lo dejara pulcro.

—Es mejor así, ¿no? —dijo Antonella—. Erguida no podría.

—Saldaste tu deuda —la golpeé con mi miembro un par de veces, secándome en su rostro—. Si quieres jugar con Valentina de nuevo…

—Sí quiero.

—Macarena también…

—Si quiero —abrió la boca para que se la metiera—. Wwwporwwfavorwww.


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