Clases Particulares Día 3
Continuación de: "Clases Particulares Día 2"
Capítulo 8: Conociendo a Valentina
Eran las dos de la mañana. La ciudad dormía.
Salimos de la farmacia, yo con la billetera un poco más vacía y Valentina con una bolsita de medicamentos. El cartel de la farmacia con la frase “24 horas”, se prendia y apagaba al más estilo película cyberpunk.
No subimos de inmediato al auto. Ambos nos apoyamos en el lateral del mismo. Necesitamos un poco de aire fresco, salir de la jaula de erotismo y depravación que era la casa de los Rhodes.
Para nuestra buena suerte, Maca se había tomado la siesta, por lo que no había escuchado nada. Una preocupación menos.
—Así que te quitaron las tarjetas —dije, intentando iniciar una conversación que acallara al silencio. Me había visto obligado a comprarle la pastilla del día después.
—La mesada también —añadió. Una pausa, seguido de un suspiro de aceptación. El tiempo había restaurado lo que fuera que tuviéramos, encubrimiento la reciente sesión de dominación—. ¿Fue tu primera vez?
—Lo máximo que logré con Julieta fueron unas cuantas frotaditas.
—¿Frotaditas? —preguntó extrañada.
—Ya sabes, froto mi miembro en sus partes íntimas sin introducir nada.
Ella asintió. Captando la idea sin alarmarse.
—No me vas a preguntar si fue mi primera vez. —En los movimientos de mis ojos encontró la respuesta: “Tenes una reputación de zorra, incluso se rumorea que te coges a los profesores”—. No cogí con nadie del colegio —se defendió—. Solo petes. No por gusto. La mayoría a los novios de mis “menos amigas.” —“Enemistades”, era la palabra que buscaba.
Lo sé, recordé las trifulcas de Valentina a lo largo de los años con las alumnas de grados superiores a causa de malentendidos con el novio, siendo Daniela Guser (por un tiempo su rival acérrimo) el caso más sonado.
Si te peleabas con Valentina y eras mujer, ella te hacía cornuda. Bueno, eso pasaba primero, luego le seguian las bromas de mal gusto (a veces ayudada por los exnovios de la víctima). Fue así cómo forjó su reinado de terror sin demasiada contestación, pues el bufete de abogados de su padre intimidaba a alumnos y profesores por igual aunque los últimos lo negaran.
—¿Fue tu primera vez? —pregunte con ironía, sabía la respuesta. Solo quería continuar la conversación.
—No. No fue la primera vez que alguien introduce un falo dentro mío, ni la veinteava —confesó con un gesto de vergüenza e indignación—. Pero, si el primero que no era de plástico.
Sopresa. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.
La curiosidad y el miedo se apoderaron de mi. ¿Estaba insinuando que su primera vez fue con dildo? Debía de descartar a alguien (desconocía la razón detrás de mi preocupación):
—No —negó con la cabeza—. No quiero hablar de eso.
Respete su deseo, en parte porque yo tampoco quería estar al corriente de la vida de Valentina. Al fin de cuenta, no eras amigos.
—¿Quieres saber con quién lo hice? —pregunte. Quería evitar el silencio, más aún cuando aquella personalidad, aquel sentimiento de querer ser un macho alfa, abandonaba mi cuerpo. Además, el despecho hacia Julieta, una vez pasado la calentura, me parecía infantil. ¿No era aquello lo acordado?
—¿Con la gorda Milagros? —conjeturó.
—¿En serio?, la pendeja está prendidita de vos.
—No lo había notado —dije sorprendido. Ahora que ya no tenía a Julieta, no podía poner exquisito, ya saben, no estaba tan gorda como decían (era bonita en muchos sentidos) y yo tampoco era el galán de la secundaria. Además, teníamos intereses en común—. De salir, haríamos el ridículo, ¿no?
—La parejita del año. —Nombró a sus mejores amigas—. Andrea y Camila apostaron contra mí, según ellas, ustedes andan en una relación secreta. Yo lo dudaba.
—Espero que hayas apostado una buena cantidad —indique—. No, no fue con Milagros.
—¿Con la profesora de Dibujos?
—No —salté emocionado—. ¿Es cierto que es bien facilona?
—Fácil le queda chico —asintió—. Sí lo preguntas es porque no fue con ella.
—Hummm, ¿estudia con nosotros? —Moví la cabeza en negación—. ¿La conozco?
—¡No! —se hizo con la idea—, ¿ella?, ¿en serio? Es tu prima.
—Era navidad y ambos estábamos muy borrachos y alegres —me excusé.
—Realmente estás enfermo Valentín —declaró un poco más risueña—. Tu prima, ja, eso es digno de vos. —Ambos nos reímos. Esta vez ella mantuvo viva la conversación—. ¿Qué vas a hacer con Julieta?
—Nada, ella terminó conmigo. Está en su derecho.
—¿No estás enojado? —prosiguió en un susurro—. Cuanto lo hacíamos parecías estar furioso, fuera de sí.
—Vos me provocaste —me defendí. Luego cambié de tema por incomodidad—. No respondi sus mensajes, creo que eso la indigno más. Use tu cuenta para ver sus estados, a mi me tiene bloqueado; y son indirectas muy directas. Esperaba que yo le rogara.
—Hace tres días, tal vez —admití—. Pero, ahora te tengo a vos, al menos por tres semanas más, y con eso me basta para ser el adolescente promiscuo más feliz del mundo.
¿Por qué negarlo? Era obvio que la deseaba. Por otro lado, juro por Dios y por el diablo que la vi sonrojarse.
—Entonces —desvió el rostro—, nuestro contrato desde hoy incluye hacer el amor.
—¿Hacer el amor? —me extrañe. Esperaba palabras más vulgares como: coger, follar, romperme la concha, etc.
—No va con vos el término, ya sabes, el romance en general.
—¿Creés que no puedo enamorarme?, ¿solo soy un objeto sexual?
—La Valentina que conozco, la Valentina que abusaba de mí —la invité a subirse al auto—, no merece enamorarse. —No merece ser feliz, pensé.
Una vez nos subimos en el Fiat 600, conduje sin rumbo alguno. Yo todavía no deseaba volver a casa. Valentina tampoco, aunque no me lo dijera. Adriana debía de seguir tijereteando con Margarita, y los ánimos no estaban para escucharlas gemir.
—¿Unas hamburguesas? —sugerí, recordando la existencia de un local de comida rápida que trabajaba las 24 horas.
—Yo invito —Sin Julieta podía permitirme algunos lujos—. Tal vez no lo sepas, pero estoy trabajando como profesor particular de una rubia sexy.
—¿Así? —me siguió el juego—, y qué tal te va.
Un ambiente de relajación se fue creando.
—La piba tiene potencial —dije con toda sinceridad—. Tiene cabeza, es astuta como una hada, y tan fiera como un dragón. —Uh listo, demasiada literatura de fantasía medieval, concluí de inmediato—. Solo debe esforzarse un poco más en los estudios.
—O conseguirse un nerd que le haga toda la tarea.
—Puede ser, pero si el nerd se rebela, ¿qué sería de ella?
—No lo sé. —Valentina encogió los hombros—. Probablemente se encuentre paseando por la ciudad en un auto viejo, con la promesa de comida gratis.
—No, para nada —dijo Valentina—. Si es que no tienes en cuenta, que posiblemente está embarazada.
Escupí, cagado de miedo. La sola idea de ser padre me aterraba. Sin embargo, mi semen había formado un gotero desde las entrañas de Valentina. Demasiado abundante para mi cordura juvenil libre de responsabilidades.
—Por eso compre la pastilla —señalé con ojos la bolsita de la farmacia—. Para la próxima seremos más cautelosos.
—¿Seremos? —bufó—. Eso te pasa por confiar en Adriana. Para ella todo es un juego, incluso el preñar a una de sus hermanas.
Conduje en silencio, de tal forma que le daba la razón. Había sido un error confiar tan ciegamente en Adriana, conociendo su historial de locuras. No pude evitar preocuparme un poco por Margarita. Su cavidad podrá aguantar todo lo que Adriana tenía preparada para ella; Tatiana, por ejemplo, tenía toda la pinta de ser de esas minas que le encanta el dolor.
Finalmente llegamos. Pedimos nuestras hamburguesas, pagamos y buscamos un lugar donde sentarnos. Realmente parecíamos una pareja. De ser Julieta la que me acompañara, no habríamos llamado tanto la atención. Más de uno, se volteó para verle el orto a Valentina (el jean daba todo de sí para no romperse). Incluso las mujeres eran incapaces de ignorar su presencia, su brisa femenina.
—¿Conoces a la cajera? —pregunté, señalando con los ojos—. No nos deja de mirar.
Valentina ni se dignó a ojear a la fisgona. Al contrario, Valentina sacó mi celular de entre sus tetas y empezó a teclear. Ignorando su entorno. A estas alturas de la vida ya se sabía la contraseña.
—Soy bonita —respondió sin más, luego se tomó la pastilla—. ¿Qué esperabas?, la gente siempre se me queda mirando.
—No sé. —Su mirada no es de admiración, pensé—. ¿No te preocupa que nos reconozcan?
Apenas terminé de hablar, ella levantó la cabeza. Turbada y aterrada por mi comentario. Se había acostumbrado tanto a mi que no se percató de lo inusual de nuestra situación.
—Comamos en el auto —ordenó mientras salía disparada del local.
Obedecí. Íbamos a comer en el estacionamiento.
No hubo objeciones por mi parte, la mirada de otros machos sobre mi hembra, me molestaba bastante, además la cajera me daba mala espina. Un sexto sentido me decía que había gato encerrado.
La susodicha era una rubia artificial, es decir, solo las puntas eran rubias el resto eran tonalidades del negro; se mordía los labios, furiosa, al distinguir a Valentina de entre la clientela. Con su uno sesenta de altura y su consistencia inclinada a lo esquelético, difícilmente competía con Valentina. Ojo, tampoco era fea, todo lo contrario (estaba fuera de mi liga para dejarlo bastante claro), solo que Valentina era Valentina. El estándar más alto de la belleza.
—¿Hermanos? —preguntó Valentina una vez estuvimos en el auto y con la comida en la mano.
—Hijo único —respondí—. ¿Hermano?
—Solo hermanas —dijo—, ya conociste a casi todas. Solo te falta Sara, ella va a la universidad. Es media hermana, del primer matrimonio de mi padre.
—Se alquiló un departamento cerca del lugar donde estudia. ¿Primos?
—Margarita por parte de mi madre, y otros tantos más por el lado de mi padre, ¿vos?
—Solo por el lado de Romina —revisó su celular, o mejor dicho, mi celular. Había llegado una notificación—. Es Adriana, dice que llevemos comida a casa.
—No soy millonario —me quejé. Una cosa era comprar un combo de pareja, otra muy distinta, era llevar media docena de hamburguesas.
—Ahí le paso tu billetera virtual —indicó con los dedos que me bajara del vehículo—. Date prisa, no tardes que tu auto me asfixia de lo pequeño que es.
—Controla tu lengua —amenacé con otra sesión de sometimiento.
—Sí, sí, soy tuya —dijo con sarcasmo—, ya bajate.
No lo podía creer, apenas un par de horas que le había soltado el collar y Valentina volvía a ser la misma. En ella, la frase: te doy la mano y me agarras el codo, se aplicaba en su máximo esplendor.
Era increíble como Valentina oscilaba entre sus personalidades.
En un intento de contenerla, le comí la boca. Fue uno de esos besos donde uno dominaba la boca del otro, blandiendo su lengua como arma. Valentina extendió las pupilas de sus ojos azules como muestra de sorpresa. No se atrevió a detenerme.
Cuando bajé, Valentina se notaba un poco más dócil. Aunque intuí que solo era momentáneo.
Camine nuevamente al local de comida, pero esta vez un poco más aliviado al no tener a Valentina detrás mío, con esa brisa de nobleza. En ese momento, solo era un muchacho más del monto. O al menos eso creía.
La cajera vislumbro mi presencia. No era una cajera ordinaria, lo supe en el instante que dispuso del resto de empleados en súbitas órdenes, que le permitieron atenderme personalmente.
Me felicito, al parecer era el cliente número un millón. Ingenuamente le creí. Un premio era un premio.
—¿Eres amigo de Valentina Rhodes? —preguntó, ya instalada en su sillón de encargada, en su oficina de encargada del local.
Fui un iluso. No estaba acostumbrado a estas cosas. Valentina atraía problemas sacados de la ficción.
—Mi premio —insti. ¿Realmente había un premio?
—Conozco a Valentina —ignoró mi protesta—, fuimos amigas. Yo iba dos años delante de ella. Cuando recién ingresó a la escuela, dejé que se uniera a mi grupo. Yo le presente a los chicos guapos…
Iba a mi escuela, pensé aunque no la reconocí. Hablar con los chicos mayores era un evento asociado a los populares de cada grado.
—Tendrías que haberla saludo —dije entreviendo el final de su historia—. Hubiera sido un bonito reencuentro.
No, pensé de inmediato. Intuida que ambas no se llevaban precisamente bien, en parte porque ella hablaba en tiempo pasado.
—Mire, señorita, yo solo quiero el premio que me fue prometido.
—Ella se tomó una pastilla —volvió a ignorarme—, dejó el envoltorio. Lo hizo sin protección, raro, rarisimo… ¿Sos el novio?
—Y que si lo soy —me arme de valor. Me cabreó bastante que mintiera sobre un premio. Ya había ganado entradas a un festival durante el verano, y me había dejado llevar por la ilusión del triunfo.
—Excelente —dijo para luego pararse, acercarse, y sentarse sobre mí a horcajadas.
Al parecer el premio existía, pero no era del tipo que yo pensaba. Solo habia besado a dos mujeres en mi vida: Julieta y Valentina, y con el sexo lo mismo: Margarita y Valentina, y en ambos casos conocia a la piba en cuestión. Sin embargo, lo que estaba ocurriendo en aquel local de comida rápida, era tan desconcertante. Ni siquiera sabía su nombre, y ya tenía su lengua en mi boca.
¿Esto era lo que sentían los Don Juanes? No, no era lo mismo. Ellos atraían a las mujeres, las usaban, en mi caso, era al revez. Mi atacante era una de entre las centenares de mujeres que le guardaban rencor a Valentina, quien con su actitud de niñata malcriada, altanera y belicosa, se había ganado tanto odio.
Sin embargo, la mujer con su lengua en mi boca, estaba cometiendo el mismo error que Adriana. Deseaban dañar a Valentina (Adriana más por diversión que por recelos, según lo visto los últimos días) y habían llegado a la conclusión de que yo era la mejor opción para tal cometido.
Mientras me besaba, recordé que Valentina nunca había tenido un novio oficial, solo decenas de chongo, ¿cuántas mujeres se lanzarían sobre mi pija si yo ocupaba tal lugar privilegiado?
Se bajó el pantalón de su uniforme, dejando entre ver una tanga de hilo rojo que como era de esperarse no ocultaba nada, incluyendo su coño pero también el plug que decoraba su ano, tapando la cavidad con una réplica de piedra roja en sintonía con su ropa íntima.
—¿Siempre llevas puesto eso? —señale el plug anal, mientra se daba la vuelta, justamente para dejar en evidencia el objeto en cuestión.
—No —Su trasero me recordó el de Maca, pequeño pero firme en su figura—. Me lo puse, nada más te vi entrar.
—Rapidez que pague con dolor —se sentó sobre mis piernas—. Tuve que ir al baño, introducirlo sin lubricante, y salir corriendo antes que te acercaras a la caja.
—¿Por qué? —No respondió. Cambie de pregunta—. ¿Qué te hizo Valentina?
Sonrió. Feliz de poder vengarse.
—Me hizo cornuda varias veces. —A continuación me bajó el cierre del pantalón, y esta vez sí me puse un condón, lo saque de mi bolsillo, recién comprado de la farmacia. Agradecí a Margarita por enseñarme a ponerme uno—. Pero eso no fue lo peor.
Me aproveche de la situación (iba fingir un noviazgo para tener sexo gratis). Sus senos eran pequeños, la piba era casi una tabla, tenía mucho menos que Maca, aun así en el momento que se sacó la polera, jugué con ellos. Finalmente corrió el hilo rojo y se sentó sobre mi piernas, introduciendo mi verga en su vagina. Y a base de sentones fue templando y abriendo su pequeño coño.
Entonces me di cuenta, estaba teniendo sexo con una desconocida, mientras Valentina esperaba en el auto.
—¿Cómo te llamas? —preguntó para caer nuevamente sobre mi falo.
Esta vez yo fui quien no respondió.
—Te estás haciendo el difícil, eh —dijo esta vez sentada, moviendo únicamente su cadera en círculos—. Estoy feliz, por fin, estoy haciendo cornuda a la trola de Valentina.
Detuvo sus movimientos en círculos, y empezó a restregar su coño de arriba y abajo, y viceversa, manteniendo mi miembro en la angostura de su concha.
—Me alegro haberte ayudado. —Empecé a hurgar los alrededores de su ano. Supuse que dado que tenía plug, no le molestaría. Jale un poquito de la piedra, para de inmediato volver a introducirla.
—¡Valentina una cornuda! —gritó extasiada por la idea más que por el sexo—. Y la mejor parte será cuando se entere.
—¿Creíste que no la llamaría? —Se enterró toda la verga, causádonle dolor—. Está en el estacionamiento. La hice llamar. Pronto ella lo verá —siguió en un murmullo mezclado con una carcajada lasciva—, mi venganza.
Intenté levantarme, pero logró detenerme a base de fuertes sentones. Era flaquita pero poseía fuerza. Fue entonces que la puerta sonó y el gemido de la encargada resonó:
Lo que pasó después… No fue lo que yo esperaba, ni la encargada. Sí, Valentina se sorprendió al verme follar con la cajera, que dado su gesto en la cara la reconoció, sin embargo ella de inmediato se recompuso.
Exhalaba tranquilidad. Una serenidad propia de su sangre real. Entonces la cajera aceleró sus sentones, pero de poco sirvió para descarrilar a Valentina. En cambio la saludo:
—No me llames así —espetó la cajera todavía con mi verga dentro—. ¡¡¡Cornuda!!!
El insulto ni la alteró, no era más que un simple soplido. Miré a Valentina, y de inmediato me vino a la mente el rostro de Romina. Ese rostro que tuvo en el momento de latigar a su hija, sin ningún miramiento. Era idéntica a su avasallante madre. Era la Valentina que yo recordaba, antes que Romina y Adriana la doblegaran.
—Cierto —se rascó la sien, como queriendo recordar—, tus padres tenían varios locales de comida. Que coincidencia encontrarnos de nuevo, puerquita.
En general, todos los estudiantes de nuestra escuela eran de clases media alta. Yo era una de las pocas excepciones.
—Tu novio me está cogiendo —resaltó la obviedad.
—Y eso te convierte en una mujerzuela —se mofó Valentina—. Además de puerca también eres una zorra. En fin.. no fue lo bastante clara cuando te dije que no quería volver a verte.
—No finjas cordura—explotó la muchacha apodada puerquita.
Valentina levantó una ceja ante el inesperado grito.
—Valentin sujetale los brazos —me ordenó y obedecí con rapidez. Yo también estaba un tanto cabreado—. Puerquita, vamos a recordar viejos tiempos.
—Suéltame —intentó zafarse de mis ligaduras y de mi miembro—. Suelta…
No pudo terminar la palabra. Valentina le metió un pedazo de algo en la boca.
—Sabes Valentín por qué la apode puerquita —me preguntó Valentina, pero ella no espero una respuesta de mi parte—. Es porque le encanta revolcarse entre la basura como una cerdita. Pero, la cerdita ya lo ocupaba la gorda Milagros, así que la llamamos puerquita para no confundirlas.
Entonces recordé a la muchacha, graduada hace dos años. Valentina la había tirado a un container de basura a las afueras de la escuela. Después de lo sucedido, fue el final de la chica popular y el inicio de la puerquita. Aquella era una de las razones por la que evitaba a muerte encontrarme a Valentina en las afueras de la instalaciones, no quería acabar igual.
—Ni te atrevas a escupir —amenazó Valentina, de la misma manera que yo la amenazaba—. ¿Me extrañaste, puerquita?
—Mentirosa —señaló Valentina. Ya había entrado en aquella faceta de reina de la escuela—. Armaste todo este embrollo con Valentin, porque deseabas verme de nuevo. Confieso que yo también te extrañe, incluso jugué con el juguete de mi hermana por un tiempo para olvidarte.
Tatiana, pensé. Luego observé a Valentina por segunda vez. Estaba ansiosa por cambiar de papeles. En los últimos días había estado ocupando el lugar de la puerquita, y de alguna forma necesitaba desahogarse con alguien. ¿Era por eso que se comportaba como verdadera hija de puta en la escuela?
Entonces Valentina atacó, como hacía cuando golpeaba mis testículos, pero esta vez pellizco los pezones de la puerquita. Ella gritó, o al menos lo intentó con la cosa en la boca. Los retorció, intentando con una ciega creencia poder hacer un giro de 360° con aquellas dos puntillas marrones. El dolor en su rostro me hizo tener presente la inspección de tanga de Adriana.
—¿Te gusta la pija de mi novio? —preguntó Valentina aumentando 10° grados al giro—. Entonces, disfrutalo, salta puerquita.
—Nwwo —aulló de dolor aunque no se atrevió siquiera a moverse. Cierta, yo la tenía agarrada de los brazos, pero todavía poseía su frente o sus fuertes piernas para poder contestar con algún golpe. Sin embargo, la puerquita solo le suplicaba a Valentina.
—¿No? —disminuyó su torcedura aunque solo fue la calma antes de la tormenta. Esta vez le pellizco con las uñas, engarzando en la práctica dos clavos puntiagudos para luego elevarlos al aire. La puerquita por inercia se separó de mis piernas, y una parte del cuerpo de mi verga quedó libre—. ¡Abajo!
—Arriba, abajo. —Un breve descanso—. Arriba, abajo, arriba, abajo, bien puerquita le estás encontrando la vuelta. Veamos si puedes con un poco más de presión. —Volvió a retorcer sus pezones—. Arriba, abajo, suspira, arriba de nuevo, abajo… —De pronto aceleró—. Arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo, más rápido, puerca….
Valentina casi al final dejó de dar órdenes y se limitó a jalar, torcer y retorcer los pequeños senos de su subordinada. Dejándolos maltrechos, hinchados y con color anormal por la falta de sangre. La liberó de su castigo y de mi verga, únicamente para evitar que yo me viniera.
La puerca fue lanzada por un último tirón sobre sus tetas, directo al piso. Ahí cometió el error de escupir el pedazo de tela (un trapo de cocina) que tenía metida en la boca. Valentina se lo volvió a meter y esta vez con mayor profundidad, apoyada por la inmersión de un puño completo. Quería ahogarla, como horas antes lo intentó con Adriana.
Tuve que detenerla después de varios segundos. Apoyando mi mano sobre uno de sus hombros. Una vez más la muchacha escupió la tela. Entonces Valentina sonrió:
—Puerca, sigues usando el plug que te regale. —Fue directo hacia el objeto anal—. A Margarita le vendría uno —ideó su venganza imaginaria.
—Margarita no es como ella —defendí a mi prima a la vez que señalaba a la fémina con el plug—. Te lo demostro en el Blackjack.
Valentina arrancó la piedra roja de un fuerte tirón. Sin pizca de delicadeza lo que provocó un dolor inmenso en la encargada del local. No gritó pero sus dientes rechinaron de dolor, mordiendo con desespero el trapo de cocina.
—La odio —declaró Valentina su antipatía hacia mi prima—. La puerquita era como Adriana, y mira en lo que se convirtió.
—Te mientes a vos mismo —le susurre en voz baja. Era una comparación absurda. Adriana no era de las que se rompían con facilidad. No obstante, Valentina me desafió con la mirada, pero no fue tan estúpida como para mantenerla en el tiempo—. Volvamos a tu casa.
Era evidente que no había doblegado a Valentina, la llama de su rebeldía ardía, ella seguía siendo una yegua salvaje.
—¿No te las va cojer? —preguntó Valentina con el plug en mano—. Todavía la tenes parada.
—No te la voy chupar. —Nuevamente se dio cuenta de su error—. Lo siento, a lo que voy es que puedes follaterla por el culo.
—No, no, no, no —suplicó la puerquita—, por favor…
—A la puerquita le encanta que le meta los dedos —declaró Valentina separando y abriendo su segunda cavidad en contradicción a los ruegos de la sometida—. Además tenemos que castigarla. —”Tenemos” pensé, hablaba como si ya perteneciera a su banda de arpías—. Y no se me ocurre que más meterle por el ano aparte de tu pene.
—¿Por qué no le metes tus dedos? —pregunte.
—No se lo ha limpiado —declaró, apartando el plug, dejando en evidencia sus pensamientos—. Que asquito.
—Por favor, Valentina, por favor no lo hagas… —Me recordé a mi mismo. Siendo sometido en los baños por Valentina, mientras Andrea y Camila le aplaudían—. No, su pene me va a desgarrar el culo.
—He leído sobre lo que pasa cuando tenes sexo anal sin una previa limpieza, no soy estupido, Valentina.
Sentí lástima por la puerquita, no obstante debía castigarla. Valentina observaba, ella no estaba conmigo por amor, sino por protección y miedo, y este último estaba siendo puesto a prueba. La puerquita me había engañado, y de no dejar las cosas claras, mañana podría perder el control de Valentina.
—Tenes el condón puesto —objetó Valentina.
—Repulsivo —me negué—. En otra ocasión, vuelve a metérselo.
—¿Entonces? —preguntó las ansias de Valentina mientras me obedecía, penetrando con el plug el ano de la puerquita.
¿Entonces? Entonces me desconocí a mi mismo. Dejando rienda suelta a Valentina para que castigara el cuerpo, desde hombros para abajo incluido el coño, de la puerquita. Ella se divirtió a su manera, pellizcando y aporreando, mientras yo me follaba la boca de la encargada (ya sin condón). Una réplica de mi primer video porno.
Metida tras metida, me suplica piedad y tiempo para reordenar su respiración. No se lo concedí.
Finalmente me vine. No mucho, ya había descargado la mayor parte en Valentina, no obstante la puerquita no pudo tragarlo todo en el momento de la expulsión. Y vi mi oportunidad para impresionar a Valentina.
La obligue a lamer el piso. Se negó, pero Valentina le abofeteó el rostro ante la primera negativa. Un segundo después, le siguió la otra mejilla.
—Tomale una foto —le ordené a Valentina. Ella obedeció, sacando mi celular entre sus enormes tetas. Un regalo y recuerdo para Valentina Rhodes—. ¿Contenta?
—Mucho —respondió Valentina, liberando el estrés acumulado—. A ver puerquita anota tu número, no me olvidado de tu ano, debemos agendar un próximo encuentro.
—Cajera —me despedí—, no pienso pagar por la comida.
Capítulo 9: Desconociendo a Romina
Estacione el auto al frente de la mansión Rhodes.
—¿Por qué? —pregunte antes de bajarnos del auto—. ¿Por qué te contenías conmigo? Vi lo que sos capaz de hacer, lo que hacías a la puerquita. —Se llama Fátima, me corregí—, lo que hacías a Fátima.
—¿Por qué no te metí un plug en el ano? —simplificó Valentina—. Es verdad que tuve contención durante todo estos años con vos. Es simple, eras amigo de Maca.
—Sí, no quería mezclar mis asuntos en la escuela con la familia, has escuchado la frase: No comas donde cagas, bueno, eso —se bajó del coche—. Mira lo que pasó cuando te metiste en mi vida familiar.
—Entonces hay dos Valentina —dije—. Una fuera y otra dentro de su casa.
—Sola hay una —se alejó—. Solo que en mi casa no tengo la fuerza para imponerme al resto.
Me vi obligado a bajar la comida yo solo. Adriana, Margarita y Maca (Antonella debía de estar por ahí) me recibieron con los brazos abiertos y con el estómago vacío. Sin embargo, yo no las acompañe, estaba cansado por tanto sexo, jamás pense que yo sufrieria de aquella fatiga, pero así era.
Fui directo a mi habitación, y me dormí. En un abrir y cerrar de ojos, el sol salió. Entonces una mano acarició mi cabello, haciendo pequeños torbellinos con él.
—Buen día —me saludó con un beso en la frente.
—Oh no —solté al ver a Adriana sentada en el filo de mi cama—. ¿Qué quieres?
—Compraste preservativos —dijo. Sin duda había revisado mis cosas—. ¿Te divertiste anoche?
—Valentina no se toma ninguna pastilla —espete todavía con la cabeza sobre la almohada.
—No, no se toma la pastillita —afirmó—, ¿voy hacer tía?
—Es una lastima —fingió desdicha—. Anoche, Valentina no dejaba de gritar mi nombre. Y recién en el pastillo me encaró. Según ella, le chupe la concha.
—Y así fue. —No iba a dar ninguna explicación. En parte porque quería encubrir a Antonella, y en parte porque estaba furioso con Adriana.
—Ya veo —asintió—. Y qué hacemos.
No respondí, Macarena justo entró a la habitación.
—Romina llegó —declaró la menor de las hermanas.
Y como por arte de magia, mi entorno cambió. Una vez más estaba en la habitacion de Valentina, impartiendo conociendo en vez de mis fluidos. Con mi Laptop (Margarita tuvo delicadeza de traerlo), iba editando mis antiguos trabajos para demostrarle a Romina que habíamos avanzado.
Era difícil, pues debía mantener el equilibrio entre el léxico de Valentina y la calidad de lo expuesto en el trabajo, con fin de no levantar sospechas pero que a la vez mereciera ser aprobado.
—¿Qué hago? —preguntó Valentina, temerosa que parecía que no estuviera haciendo nada, lo cual era verdad.
—Abre tu libro de historia —le indiqué—, en la parte de la Revolución Industrial, y ve subrayando cualquier párrafo al azar.
Había dado la órden a Adriana para que distrajera a su madre. Y sorprendente me obedeció. Fueron pocos minutos, pero suficientes como para tener algo con que justificar mi presencia el fin de semana.
Cuando Romina entró (no tocó la puerta) el terror se hizo carne, mejor dicho, mi carne se aterro, como cuando un venenado detecta la presencia de un depredador. En un rápido movimiento le tendí mi computadora a Valentina y dije:
—Valentin, buen día —ingresó a la habitación. Romina estaba hermosa, no es que hubiera un momento en que no lo fuera, pero llevaba un maquillaje sutil, elevando el encanto de su rostro, y el vestido morado le iba como anillo al dedo, resaltando sus anchas caderas—. ¿Cómo va la educación de mi hija?
Valentina le entrego mi computadora, y yo fui explicando el trabajo y los aporte de su hija (una completa mentira). Acotando varias veces lo que el profesor tenía en cuenta al momento de evaluar. Y como cereza del pastel dije:
—Decidimos enfocarnos en los trabajos atrasados de historia, ya que el profesor da puntos extras si el alumno los entrega todos —tomé aire. Estaba hablando muy rápido—. Lo que nos da margen de equivocación en el examen.
—Sí, sí, sí —dijo Valentina nerviosa—. También vamos hacer el trabajo domiciliario extra que me mandó por mail. Así, solo debo presentar un oral para aprobar. —Eso no estaba en mis planes, pues significaba más trabajo para mi. Conociéndola aprovechó el momento para cargar sobre mis hombros más de sus deberes.
—Estoy impresiona, Valentin —dió el visto bueno—. ¿Y por qué está usando tu computadora?
—Romina —saltó Valentina a la yugular—, no te acuerdas que me quitaste mi laptop, y también el celular, y como olvidar la tablet. Me gustaría que me devolvieras todo, no puedo estudiar sin internet. Hoy todo es informático, no es lo que siempre gritas cuando te enojas con la gente del buffet.
Romina alzó la ceja y cruzó los brazos, como Valentina. Era la misma mueca de su hija.
—No —le negó su pedido—. Te las has arreglado bien con la computadora de Valentin. Y no vuelvas a hablarme en ese tono, Valentina.
Estúpida, pensé. Ella debió pensar lo mismo, tenía la lengua demasiada larga. Esto no era la escuela. ¿Es qué acaso lo sucedido en la madrugada, la habían envalentonado?
Romina me entregó mi computadora mientras Valentina intentaba huir. Fueron vanos intentos. Pues de todos modos la atrapó, empujándola a una de las esquina de la habitación. ¿Seguía enojada de antes?
—Valentin, cariño —dijo Romina—, prestame tu cinto.
—Romina, lo siento, me equivoque, ya entendí.
Una Valentina en semejante estado era tan rara de ver.
—Contra la pared —ordenó mientras recibía su herramienta favorita. No podía negarle nada a mi empleadora—. Y no me digas Romina, soy tu madre.
—Mamá —suplicó—, por favor, no lo hagas.
—Bajate el pijama o será peor, Valentina —habló con la dureza del acero.
Al comprender lo iba a suceder, me dispuse a salir de la habitación. Anteriormente era un desconocido en aquella casa, ahora sabía de la existencia de otros lugares a donde huir. Además estaba Maca, con ella podía fingir tener una conversación para no pensar en los gritos de Valentina. Sin embargo…
—Cariño —me llamó Romina—, quedate. Tu presencia es valiosa.
—Mamá, por favor… —se fue bajando el pantalón. No llevaba ropa interior.
El primer cintazo cayó sobre sus pies, arrancando de los ojos de Valentina el inicio de un lloriqueo.
—Contra la pared —volvió a ordenar Romina—. No vayas a gritar que hay visitas.
—Mamá, por favor, lo siento… —Romina la ignoró por completo, y con fuerte jalón le dio la vuelta a Valentina, dejando su culo vulnerable.
—Vas a gritar —se percató Romina al oler la flaqueza de su hija—. Valentin, cariño, ve al ropero de mi hija y tráeme algo para que pueda morder.
Nuevamente obedecí. Le entregue un blusa de talle pequeño que usaban las adolescente para mostrar todo el abdomen. A punto estuve de entregarle una prenda íntima, pero no quería que pensara que era un pervertido.
Y entonces, el castigo sobre las nalgas de Valentina comenzó. Para ser una ofensa tan leve como elevar el tono, Romina estaba aplicando una violencia inusitada. Durante el blackjack había nalgueado el orto de Maca, pero comparado con lo que le estaba haciendo Romina a Valentina, mi castigo sólo era un juego de niños. Me estaba mostrando un nuevo límite.
—Para —saltó Valentina a causa del dolor, ya habíamos pasado al menos los veinte correazos. Sin embargo, sus palabras no tuvieron efecto en las pretensiones de su madre.
Es más, la fuerza de Romina aumentó, y otro correazo se sumó a la lista, y otro, seguido de otro… El enorme orto de Valentina estaba tomando un color rojo sangriento. Marcas sobre marcas, magulladuras sobre magulladuras. Cuando Romina terminó, Valentina ya no podía ni sentarse. No obstante, tuvo que hacerlo, ambos, Romina quería hablarnos.
—En lo que estábamos —inició Romina con mi cinto todavía en sus manos—. No te voy a devolver ni la computadora, ni la tablet ni el celular, ni las tarjetas. Deja de gimotear, Valentina, o te voy a dar el doble.
—Me duele… —farfulló con un nudo entre la garganta—. Nunca me pegabas tan fuerte.
—Culpa tuya —espetó Romina—. Este verano cruzaste la raya. Crees que me he olvidado lo que hiciste con tus amiguitas, me voy a divorciar de tu padre, estúpida niñata.
—Al menos déjame estar parada —imploró mientras eleva un poco las nalgas para no tocar la superficie de la silla—. Me duele mucho, no puedo sentarme.
—No —negó Romina mientras soltaba otro correazo sobre las piernas a Valentina. Muy cerca mio. Carajo, podría haber chocado con mi rostro. Romina ansiaba sangre.
Valentina cayó en consecuencia del golpe. Su silencio se debió únicamente a que ambos sabíamos que si gritaba Romina volvería a golpearla (con mucho más ímpetu). Odiaba cuando Valentina chillaba.
—Valentín —esta vez me hablaba y me miraba a mi—, debo agradecerte por tanto. En un fin de semana has logrado que Valentina esté al día con una materia. Tu tía no se equivocó al recomendarte.
—No, no, todo se debió a usted y sus métodos —dije conteniendo las ganas de huir—. De no ser por usted, Valentina no se hubiera “sentado” a estudiar. Yo simplemente la guíe.
—”Mis métodos” —remarcó Romina—. Sí, mis métodos han empezado a dar sus frutos. Empezando con el rumbo de mi vida. —Recompuso su elegancia—. Valentin, debo informarte que no me verás tan seguido en la casa. Espero que puedas prescindir de mi presencia, pero entenderás que sin el apoyo del padre de mis hijas, debo trabajar.
Incluso Valentina se sorprendió ante el anuncio.
—Papá te dará una manutención… O la abuela.
—Cierra la puta boca, Valentina —amagó el cinto—. Valentin, puedo esperar resultados similares con el resto de materias.
Dudé al ver con el rabillo del ojo a Valentina, una Valentina que gimoteaba con la nariz llena de mocos. La estupida no sería capaz de aprender tanto en tan poco tiempo. Además, matemática era un problema, pues no veía un camino fácil donde yo pudiera hacer trampa.
Necesitaba saber las preguntas del examen. ¿Pero cómo? No es como que pudiera hablar con la profesora y pedirle las preguntas sin levantar sospechas, ¿o sí?
—Si lo logras —me susurro Romina al oído, exhalando sensualidad —, te recompensaré, cariño, es una promesa.
No necesité de nada más para comprometerme con lo exigido, si Romina me hubiera pedido cruzar el Atlántico bajo la misma premisa, también hubiera aceptado sin dudarlo.
Asentí con la cabeza, y entonces pregunté por curiosidad:
—Tu tía era mi mejor amiga de la secundaria —me contó Romina mientras me devolvió el cinto—. Juntas tuvimos varios emprendimientos. Por ejemplo, le hacíamos las uñas al resto de las chicas, y cosas por el estilo.
—¿Van a abrir un centro de belleza?
—Algo así —me concedió—. Solo que un poco más gris. Respecto a tu tía, ella también estará ocupada, por lo que Margarita se va quedar con ustedes. Es una buena chica, de haber tenido un hijo varón con Jimena los hubiéramos obligado a casarse.
Valentina, por fin, fue lo suficientemente inteligente como para no contradecir a su madre.
—Debo bajar —informó Romina mirando la puerta—. Mi pobre Adri, terminó con su novia, está hecha un mar de lágrimas; tuve que consolarla por más de mediahora.
Fue mucho menos, pensé manteniendo bien cerrada la boca. Miré la pantalla de mi computadora con los distintos trabajos que llevaban en la carátula el nombre de Valentina. Estaba agradecido con Adriana por el tiempo comprado. ¿Qué hubiera pasado si defraudaba a Romina?
Capítulo 10: Un ingrediente especial
“Desde ahora, Valentin, sos el hombre de la casa” había anunciado Romina antes de marcharse. Lo cual no me hizo ni puñetera gracia, pues conociendo Adriana era capaz de tergiversar las palabras de su madre.
Por lo que cerré con pestillo la habitación de Valentina. No podía distraerme con ninguna de las otras chicas. Incluso no permití que pasara la señora de la limpieza (solo trabajaba durante la mañana me advirtió), temiendo que Adriana o Margarita aprovecharán el momentus para colarse a la habitación. Con ellas adentro difícilmente podía avanzar.
—¿Qué haces? —preguntó Valentina al mediodía, tirada sobre su cama jugando con el celular, con las pompas al aire si es que no tenías en cuenta la bolsa de hielo que calmaba las magulladuras en su trasero.
—Tu tarea —espeté. Volvíamos a las frases cortas como en el primer día.
—¿A qué viene la pregunta?—No pude evitar interesarme. Todo lo que se tratase del coño de Valentina, valía la pena escucharlo.
—¿Estás en tus días? —Ayer no hubo sangre, algo no cuadraba.
—No, mi madre me rompió el culo en mil pedazos, y si intentas cogerme, me va doler… mucho. —Lo último lo dijo con su voz infantil.
—Lo es —reafirmó—. Puedo llamar a “la puerquita” para que te la folles pero debe ser con tiempo
—No hagas lo que no te gusta que te hagan —recité, un poco contrariado por lo sucedido en la madrugada. Me negaba aceptar mi lugar junto a Valentina—. ¿No te molesta que me coja a la cajera?
—No, ¿por qué me iba a molestar? —Su voz no sonaba tan sincera.
—Es distinto —sentenció de inmediato con aquellos ojos vigilantes—. Adriana es mi hermana. En su mente me estaría ganando.
—No puedes darle la vuelta al juego —comprendi.
—¿O quieres que te la chupe? —insistió nuevamente.
—Diablos, Valentina, estoy trabajando —dije apartandome de la computadora—. Me desconcentras.
—¿Qué tu vagina está cerrada hasta nuevo aviso?
—Sí, exacto —metió la cabeza entre sus peluches y almohadas—. Me tome una pastilla para el dolor, y me están dando sueño… O te la chupo ahora o llamo a la puerquita, decide, para que después no digas que incumplo mi parte.
—Ya he hecho bastante —miré la pantalla del ordenador. Si mantenía el ritmo Valentina tendría chance de pasar el año—. Duerme tranquila. Voy a descansar un poco también. Pero antes, devolveme el celular.
—Quiero revisar mis redes —explique—. Mis mensajes.
—Es mío —susurró, aferrándose al aparato—. Nadie te ha hablado.
De igual forma se lo quite. Valentina era adicta a la redes, y en cierto modo podía condicionar su actitud con la cantidad de horas con el celular.
Salí de la habitación, dejando tras de mí a una Valentina fatigada y con el orto adolorido. No faltaría mucho para que cayera en un sueño profundo.
Bajé al comedor/cocina, en busca de comida y compañía pero no encontré a nadie. Entonces le escribí a Maca:
—”Salí con algunas amigas” —reveló la pantalla de mi celular—.”Estabas encerrado con Valen, y me sentía aburrida”
—”Ok.” —Emoji de un gatito llorando—. “Nos vemos en la noche.”
—”Me duelen las pompis.”—A tu hermana también, pensé. Reenvío al gatito llorando.
—”Lo siento” —bloqueé la pantalla al percibir la llegada de alguien.
—Por fin —declaró Margarita, nuevamente en su bikini celeste—, saliste del nido de la víbora.
—Margarita —saludé con la cabeza. Con esa ropa de baño, sus curvas y atributos, se lucían como las constelaciones en una noche muy oscura. Tenía la pinta de haber salido de alguna pasarela de traje de baño, luego de haberla ganado.
No voy a mentir, Margarita me ponía la pija dura. No por nada me la había cogido mientras el resto de mi familia festejaba el nacimiento del niño Jesús.
—¿Cómo viene tu amiguito? —preguntó mientras sacaba una jarra de jugo—. Anoche te luciste con la bruja de Valentina. Gritaba como una verdadera puta.
—Fuiste una gran maestra —devolví el cumplido. Fingía tranquilidad, era la mejor táctica cuando una chica bonita hablaba de sexo.
—¿Solo con dos clases? —se preguntó así mismo—. Que buena que soy.
—En muchos sentidos —susurré pero ella me escuchó.
—Fue un error —dijo—. Te dejé pensando que siempre estarías ahí para mi, y mira por donde, ahora Valentina Rhodes te lame los pies.
—Adriana tiene novia —cambié de tema o de lo contrario mi capa de falsa serenidad se iba a romperse—. No la conozco pero sospecho que no es de las minas que dejan escapar fácilmente a su pareja.
—No me gustan las mujeres —declaró apoyada en la mesada de la cocina—. Al menos para una relación seria.
—Solo fue una noche de diversión. Además, ya sabía de su novia, esa tal Tatiana le anda rogando para volver.
—Adriana le dijo que su macho no se lo permitía —Encogió los hombros—. No entendí esa parte, no dejaba de reírse mientras le contestaba. ¿También tiene novio?
—Ni idea —mentí—. Adriana está loca, y su novia aún más. Ten cuidado.
—¿Yo cuidado? —se rió Margarita, mi consejo le causaba gracia—. La oveja le dice al león que se cuide del lobo.
—Solo digo que esta familia es peligrosa. Vos podes marcharte cuando quieras, tenlo presente.
—¿Quieres que me vaya?—preguntó haciendo el papel de novia celosa— Asi podes coger con Valentina las 24 horas.
—Nos criamos juntos, yo también tengo derecho a que me cojas, primo.
—Si hay que hacer fila para la pija de Valentin —ingresó Adriana, también en traje de baño, acoplándose a la conversación—, yo estoy primera.
Hasta ese momento no me había percatado de lo peligrosa que era la casa sin la presencia de Maca (y Valentina noqueada). Con Margarita y Adriana sueltas, el desenfreno no tenía límites.
—No me gusta compartir —me abrazó Margarita ante la llegada de Adriana—. Su verga siempre ha sido mía. Desde que jugábamos a la casita y al doctor. —Por mi dignidad, debo decir que lo último era una reverenda mentira.
—Mezquina —dijo Adriana en tono de broma—. Lo siento Margarita, pero Valentin es el novio de mi hermana. Y en su ausencia, yo soy la novia.
—En esta casa, sí, nos compartimos todo entre hermanas —asintió Adriana—. Además… No te lo quería decir pero Valentin ya me ha metido la verga entera en la boca. —Hizo el gesto típico de estar haciendo una felación con la boca.
—¿Y? —se mofó Margarita—. Valentin me cogió delante de mis padres.
—¿En serio? —Por fin algo sorprendió a Adriana.
—No fue tan así —aclaré—. Había una puerta de por medio, y mis tíos estaban pasados de copas.
—Detalles —demandó Adriana, hambrientas de saber.
—¿Detalles? —hizo memoria—... Yo llevaba un vestido blanco, con encajes en forma de escarcha, en los hombros y al final de la falda. Me lo había mandado hacer un mes antes. Era bien cortito por debajo, tanto que mi papá me regañó con la mirada . Ah, mi madre me hizo una corona con los rulos, acompañada con bisutería. Y los malditos tacones…
—¿Y por debajo de la ropa? —fue al grano.
—Supuestamente llevaba un minishort blanco debajo de la falda.
—Te lo puedes imaginar. —Margarita le dedicó una sonrisa pícara a la rubia—. Era muy muy finito. Un vientecito y mi familia entera se habrían desmayado al ver mi nuevo depilado.
—¿Y cómo concretaron el asunto?
—Valentin estaba en la mesa de los adultos fingiendo ser un adulto —me apretujo aún más con sus brazos—. Pasaba de largo de mi. Hablando con mi viejo y mis tíos de cosas aburridas.
—Llegó el alcohol. Valentin había sacado la nota más alta de no se que… —El primer lugar en la escuela y el segundo en las competencias nacionales, corregí en mi cabeza—. Y lo premiaron con mucho alcohol.
—No es una buena idea mezclar los tragos —comente.
—Me molestó que no me prestara atención —confesó Margarita—. Incluso mis tíos me miraban las piernas de forma lasciva, pero el tontito no se despegaba del celular. Se mensajeaba con alguna turrita de su escuela.
—Pero que descortés —dijo Adriana, atenta al relato. Me basto una mirada para saber que iba investigar a la turrita en cuestión.
—Me di cuenta que estaba perdiendo a mi primo favorito —siguió con la historia—. Y también que no le había dado su regalo de navidad. Entonces, cuando fue al baño, le seguí y lo encaré.
—En el baño de mi casa —confirmó Margarita—, con toda nuestra familia presente. Aunque la gran mayoría ya había quebrado.
—Mi madre guarda sus stock de preservativos en el baño, así que eso no fue un problema —reflexiono Margarita en retrospectiva—. Lo que sí fue un problema fueron los empujones de su miembro viril, había ido con la idea de hacerlo mío, pero Valentin me sorprendió, por así decirlo.
—Tanto que repitieron —recordó Adriana—. Y llegaron tus padres por tus llantos en el baño, supongo.
—No supones mal —constató Margarita—. Les dije que la comida me cayó mal, para luego ser consolada detrás de la puerta por mis padres mientras Valentin me partía en dos.
—No sospecharon nada —agregué inquieto—, sus padres también se habían ido de copas. De lo contrario me hubiera detenido.
—¿Qué te decía tu papá? —preguntó Adriana, excitada por la idea.
—Que era su princesita, su niña consentida, su tesorito —relató Margarita—. El alcohol lo había puesto sentimental.
—Te calentó la concha, ¿verdad? —Adriana no necesito una respuesta—. Como me lo perdí.
—No te conocíamos —dije. Y ni loco te invito a una reunión familiar, pensé.
—Fue mi mejor experiencia —comentó Margarita, feliz a mi lado—. Acabe despeinada, con la tanga por los suelos, y entumecida ahí abajo… Ensucie todo el baño. —Fue un intento de halago para mi.
—Realmente tienes un grifo ahí —manifestó Adriana, supongo que recordando lo ocurrido ayer en su habitación.
—Es una condición, no lo puedo controlar —se defendió Margarita—. Es que tomo mucha agua.
—No creo que sea por eso —farfulle.
Finalizado el relato y excitada por este, Adriana se me fue acercando a paso de pantera, estirando los tirantes de su bikini como si se tratase de una tanga, y dijo:
—No me respondiste la pregunta, Valentin.
—¿Qué hacemos? —repitió la pregunta hecha en mi habitación antes de que Romina llegará—. Para divertirnos.
—Respuesta equivocada. —Estaba al frente mío. Tan bella y tan cerca que mi pene se fue irguiendo—. La respuesta correcta hubiera sido: Vos, Adri, chupame la pija.
—Hummm —intervinó Margarita, tapando con una mano el cierre del pantalón—. Quiero saber algo antes —volteó el rostro hacia mí—, ¿estás saliendo con Valentina?
—¿No es obvio? —se arrodilló Adriana, ya solo era capaz de ver su corta cabellera—. En vez de preguntar “lo obvio”, deberías estar ganando puntos a tu favor, o mi hermana te va quitar a tu primo favorito. O acaso no sabías que Valentina lo besa en privado y en público para marcar su territorio.
—No es cierto —me interrogó—, ¿verdad?
—Ella me beso desprevenido —me justifique, pero tan pronto explique la situación de mi primer beso con Valentina fuera de su casa, Margarita me comió la boca.
Fue un beso muy muy largo que me permitió comprender lo que estaba pasando y lo que iba pasar. Valentina a efectos prácticos era mía, ella me obedecía, a veces a regañadientes, pero aceptaba mi órdenes. Por otro lado, Margarita no ingería bien mi acercamiento a Valentina, si era verdad lo dicho por ella, no le gustaba que la ignorase, lo cual ocurría con Valentina cerca. Por último, estaba Adriana, no sabia que era lo que realmente deseaba, salvo que cada vez que tenía la oportunidad me hacía un pete.
Tres mujeres. Era demasiado para ser real. No fue hasta que Adriana comenzó con la felación que salí del trance de mis pensamientos.
Margarita me comía la boca y Adriana la polla. El placer convirtió mi indecisión en una voluntad inquebrantable. Pasara lo que pasara, iba a fornicar con Margarita y Adriana. No me importaba nada. Ni los tabúes familiares, ni las quejas de Valentina impedirían que lograra mi nueva meta.
Entonces, me separe de Margarita y decrete:
—Abajo, quiero que me la chupes junto a Adri.
Margarita bajó la cabeza y observó a Adriana, sonriendo con mi lefa en la comisura de la boca y sosteniendo mi verga con una mano y con la otra hacia una “v” acostada como lo haría una idol.
—¿Está rica? —le preguntó Margarita.
—Deliciosa —respondió Adriana jugando con mi falo mientras volvía a introducirlo dentro de sí.
Margarita me concedió un último pico para luego cumplir con mi deseo. Se arrodilló junto a Adriana, y entonces, compartieron mi verga. Adriana se lo entregó bañado en su saliva con un chorrito de presemen.
—Todo tuyo —le dijo y busco unos insólitos nuevos objetivos con el que ahogarse nuevamente. Esta vez fueron mis testículos. Lamiendo y chupando el pliege que recubre semejante zona reservada.
De pronto Margarita se metió mi verga a la boca, prolongando los recientes primeros estímulos de Adriana. Las dos juntas creaban una nueva sensación de placer, no solo era la suma de sus respectivas mamadas, no, había más, el morbo de tener a las dos en el mismo lugar haciendo lo mismo.
—¿Cómo haces para comértela toda? —preguntó Margarita, ataviada por la falta de aire y también al ver sus limitaciones en cuanto podía tragar, en comparación con Adriana.
—Práwwctiwwwca —respondió Adriana con mi testiculo derecho en su boca—. ¿Cambio?
—Yo nunca he chupado las bolas de nadie. Lo mío es más abrirme de piernas.
—Siempre hay una primera vez —le quitó el tronco de mi verga a mi prima—. Valentina, se las lame todas las mañanas a tu primo.
No era cierto, pero Margarita no tenía forma de saberlo. No quería ser menos que Valentina, por lo que bajo el cuerpo aún más de tal forma que ahora mis testículos colgaban encima suyo. Dudo momentáneamente, esa duda que siempre estaba cada vez que se hacía algo nuevo. Pero Margarita no tardó en reaccionar. Recorriendo desde ese punto hacia todo mi cuerpo una ola de placer. Margarita me estaba chupando un huevo, y no en un sentido figurado.
Pasado un tiempo, intercambiaron lugares otra vez. Y de pronto, cansadas de repetir, probaron una nueva posición de sus rostros con respecto a mi pene. Esta vez no se turnaron para lamer partes distintas de mi sexo, si no que cada una lamió de una lado de mi verga, subiendo y bajando como columpio.
Y al verlas, una fantasía salió de mi boca:
Adriana tomó la iniciativa, ella lo estaba esperando, anhelando mejor dicho.
Primero había sido con los fluidos vaginales de Valentina, y ahora los míos, en ambas ocasiones aceitaron la unión de sus labios con fluidos externos que especiaran sus deseos. Pero no solo de líquido se iba tratar mi aporte, fui llevando mi pene a uno de los márgenes de su unión. Ambas me miraron, entre indecisas y fascinadas, al final incorporaron la punta de mi miembro a su ósculo. Un beso de tres, visto desde otra perspectiva, desde arriba.
—Valentin —dijo Margarita cansada de mamar—, por favor cogedme, ya no aguanto más.
—Se le está haciendo agua la concha —bromeó Adriana. Aunque, de cierto modo, sus palabras fueron fieles a la realidad. Cuando Margarita se quitó la parte de abajo de su bikini, un cuentagotas promulgaba en su hidratado coño.
Adriana sin ningúna clase de delicadeza, como si la intimidad de mi prima ya le perteneciera, le metió un par de dedos. Rápidamente las falanges de Adriana cumplieron la función de un pequeño consolador. Por varios segundos se entretuvo escarbando el lodazal de Margarita
—Encontré un tesoro —dijo mirándome mientras masturbaba a Margarita—. ¿Tienes condón?
—Lo iba usar hoy con Valentina —respondí sacando uno de mis bolsillos. Un plan planeado antes de su indisposición.
Adriana me lo arrancó de los dedos. Lo abrió con los dientes, sabía por la escuela que no se debía abrir de esa manera, pero no me importó. Adriana me había cautivado con sus intenciones, pues me lo coloco usando únicamente los músculos de sus pecaminosas fauces. Envolviendo con látex toda mi verga con una destreza inaudita, propia de manos y no de labios.
—Liwwwsto —indicó Adriana—. Ya puedes satisfacer a tu primita, depravado. —Le indico a Margarita que se levantara y se apoyará en una parte de la mesada de la cocina.
Rápida y sin peros, Margarita obedeció dándome la espalda y el culo, este último fue separado; ambas nalgas bien apartadas por las manos de Adriana. Dejando visible e indefenso el coño de Margarita.
Entonces repetí el postre de mi nochebuena.
—¿Te gusta la verga de Valentin? —preguntó Adriana seguido de un ¡plop!, producto de una inesperada nalgada.
—Siiii —dijo en gemido mientras yo iba avanzando sobre su coño.
—¿Eres la princesita de papá o la suripanta de tu primo? —Al parecer Adriana había quedado encantada con el relato de nuestro encuentro.
—Soy la golfa de Valentín —declaró Margarita a los cuatro vientos, gozando de mis envites efusivos—. No pares, no pares, lléname como en navidad…
Con la respuesta ya en el oído, Adriana dejó en paz el orto de Margarita para colgarse de mi.
—Con vos, la diversión jamás se termina —me susurró Adriana a la vez que yo me ocupaba de perforar la cavidad ya humeante de Margarita—. No acabes que luego sigo yo.
Conocía mis límites, así que para no decepcionarla dije mi única y posible solución:
—Trae tus juguetitos de lesbiana —solicite con el corazón a mil por hora—, y ayudame con Margarita.
Automáticamente en el rostro de Adriana se formó una sonrisa.
—Tendría que subir —se excusó la rubia—. Pero aquí también hay utensilios.
—Papi… papi… papi… —hablaba Margarita para ella misma con su cascada de rulos desparramada en toda la mesada.
—¿Dónde? —pregunte, bajando el ritmo.
Ella respondió abriendo la refrigeradora y sacando un pepino de tamaño considerable, sí, un pepino. Estaba loca, y lo peor era que su locura me prendía.
Me robó el último de mis preservativos escondido en mi bolsillo, y como un deja vu, lo fue colocando nuevamente con su boca, envolviendo la verdura en latex. Y en un instante convirtió un trozo de comida en un consolador vegetariano.
—¿Qué van a hacer? —preguntó Margarita al ver lo que Adriana se traía entre manos.
—Qué vamos a hacer —le corrigió Adriana—. Pues un trencito.
Finalmente Adriana se deshizo de su bikini. Y como un insecto que es atraído por una flor, yo me dejé cautivar por aquella vulva de pétalos dorados. Me ubiqué detrás de ella y fui frotando en su entrepierna.
—¿Con un pepino? —preguntó Margarita.
—Abre bien las piernas —le respondió a Margarita—. Lo sujeto con mi boca y te moves, Margarita.
—¿Con un pepino? —volvió a preguntar. Adriana le contestó con una fuerte nalgada para que de una vez por todas se abriera los labios vaginales.
—Esperen —dije previniendo la sequedad en la vagina de Adriana, para luego extraer con los dedos una porción considerable del lago que era Margarita. Añadiendo sus fluidos en Adriana—. Listo.
Entonces Adriana se metió parte de la verdura a la boca, Margarita apoyada en la mesada respingó el cuerpo esperando que una verdura le llenase como yo se lo hacía minutos atrás. Y por lo tanto, me introduje en lo que Valentina definiría como una fruta prohibida.
Follar con Adriana había sido desde el primer día una crónica anunciada, sin embargo no por eso fue menos orgásmico. Fue tanta la emoción y el disfrute que alargue el meneo pausado del principio, dándole tiempo a Adriana para familiarizarse con su doble función: recibir y dar.
Con sus dos manos sobre las piernas de Margarita, se mantenía firme al igual que el falo que tenía entre su boca. El consolador casero ya estaba en ambas cavidades.
—Muévete —le recordé a Margarita.
—Se siente raro —dijo mientras empezaba con el movimiento elástico de la pelvis.
Pronto los tres nos fuimos acostumbrando a nuestras posiciones. Pronto, me la cogí en serio, en un frenesí constante de violentos choques, empleando toda mis fuerzas y concentración.
Era tal la fuerza que aplicaba sobre la concha de Adriana que por efecto dominó, Adriana también pujaba sobre la concha Margarita. Pronto se ahogaría. Y conociéndola, lo iba a disfrutar.
Una lluvia de todo tipo de fluidos cayó desde nuestros cuerpos hacia el piso de la cocina.
Primero se vino Margarita, lo cual no debia de sorprender a nadie dado su condición. Entonces, mientras Margarita caía en aquel pozo orgásmico de letargo y agotamiento, Adriana y yo continuamos en una posición distinta. Ella encima de la mesada, comiendome la boca y con sus piernas a mi alrededor, y yo evitando por todo lo medios acabar con el momento.
Al final el vegetal jugó nuevamente a mi favor, pues lo agregue a nuestro roce y consiguiente penetración; un segundo falo. Con lo que acelere su momento de éxtasis.
Llegando a acabar los dos al mismo tiempo (por esfuerzo mío).
Posteriormente, nos tomamos nuestro tiempo de descanso, y continuamos en mi habitación (pues tuve que ir por más condones.) Allí cogimos de una manera más “normal”, iba sacando y metiendo entre sus coños (mi profesora de educación sexual me lo hubiera reprochado), y ellas cambiando de posición a medida que yo necesitaba un descanso. En fin, la situación era más graciosa que erótica.
La llegada de Maca puso punto final a nuestra “reunión”. Ellas huyeron de mi habitación con poca ropa y yo caí agotado a mi cama.
—¿Cenamos? —dijo Maca a eso de las nueve de la noche.
Debo decir que no comí la ensalada aquella vez, y contuve la risa, igual que Margarita y Adriana, cuando Valentina y Macarena se comieron las rodajas de un vegetal magullado.
© Lanre