Hetero
February 27, 2023

Clases Particulares Día 7 Parte 1

Continuación de: "Clases Particulares Día 6 Parte 2"
Día 7
Capítulo 22: Detrás de la puerta.

Salí de mi habitación.

Me moví con sigilo. No deseaba que las chicas supieran de mis movimientos, pues iba a ser difícil explicar mi tan sospechosa salida. Cerca de las 00:00 horas, poco había que hacer fuera de la casa.

“Me voy con la mejor amiga de Valentina”, semejante frase no iba a caer en gracia a las féminas de la casa. Las conocía. Puede que sean mis perras, pero yo era su juguete.

En eso, mientras me acercaba a la escalera, dos voces me detuvieron. No estaban dirigidas hacia mí, por suerte, pero si estaban inmersas en una conversación peculiarmente interesante.

Me acerqué a la habitación que vislumbra luz y que en teoría era de uso exclusivo de Marlene (la empleada doméstica de los Rhodes.) Pegué el oído en el marco de la puerta:

—Adriana quiere que coja con tu novio —habló Tatiana resueltamente. Sin pizca de pudor.

Era una fuerte declaración. Follar con Tatiana. Pocos hombres podrían presumir de haberlo hecho, y muchos debieron haber pagado con su alma.

—¿Para eso me citaste? —Era Valentina. Me la podía imaginar en su pose de altanería con los brazos cruzados por debajo de sus tetas—. Me quedó claro en el cine.

—¿No te molesta?

Valentina no respondió la pregunta. Había cosas que no podían ser explicadas, siendo nuestra relación una de ellas.

—La solución es simple —explicó Valentina—. Mantén las piernas cerradas, y de paso el culo. Como te encanta que metan cosas por ahí. —El comentario era innecesario, pero Valentina era Valentina

—¿Me estás responsabilizando por lo sucedido? —espetó Tatiana—. Llegué a esta casa con la intención de retomar lo mío con Adriana. Esperando tu ayuda. Pero resulta que las dos andan domadas por un ñoño, más niñato que hombre.

Y así, de buenas a primera, me comí un insulto. Era evidente que como Amo había fracasado. En aquellas cuestiones eran tan primerizo como cabría esperar de alguien como yo.

—Antes que nada —dijo Valentina—, yo no estoy domada…

Tatiana la interrumpió de lleno:

—No lo parece. Te trata como a una sucia ramera. —Hubo regocijo en la voz de Tatiana.

—¿Es distinto a como te trata Adriana? Además, lo mío es momentáneo. —Valentina seguía batallando—. Lo tuyo es permanente como esos horrendos tatuajes.

Los ojos de Tatiana debieron brillar ante la premisa de mi expulsión de la casa.

—¿Piensas cortar con él?

—¿Lo dudas? —Valentina nunca aprendía. Tendría que castigarle un poco más. Mantenerla en su estado de sumisión continuamente, hasta que no recordara lo que alguna vez fue—. Solo que…

—¿Romina? —comprendió Tatiana. En otras palabras, incluso los demonios le temen a la Inquisición.

Romina, repetí en mi cabeza. Se estaba poniendo interesante la conversación. Quería saber más de Romina, ya que tarde o temprano, tendría que verle la cara y ansiaba ciertas ventajas.

Sin embargo, dejé de escuchar. Un fantasma, una tercera voz entró en mi campo auditivo:

—¿Qué haces?

Venía por fuera de la habitación. Me sacó de onda, por decir algo que no me pusiera en ridículo. En tanto, mi cuerpo sintió un hormigueo anormal.

Por un momento pensé en Adriana, y en la orgía que se iba a montar cuando se encontrara con aquellas dos zorritas, confabulando. Las haría suyas de una manera violenta, muy violenta (debía de aprender de ella). Cuando más resistencia ofrecían sus víctimas, Adriana más apretaba, y aquella reunión era una declaración de rebeldía.

Por eso Adriana gustaba de Tatiana y Valentina, en cierto modo, las dos eran perras de pelea. Rabiosas en un sentido amplio. Afortunadamente para ellas, no era el monstruo que yo tenía como mano derecha. Eso sí, me llevé un buen susto.

—Mierda, Antonella me asustaste.

—No soy Antonella. —Bajó la cabeza en muestra de sumisión—. Soy tu putita.

—¿Maca?

—Sí. —Hubo desilusión en su voz. Esperaba algo de mí—. Incluso Romina no nos puede diferenciar cuando estamos despeinadas, o en pijama.

—Son idénticas —me defendí. Se parecían tanto que incluso un espejo no podría hacer un mejor trabajo. Eran dos personas que tenían el mismo rostro y cuerpo.

Una vez pasada las primeras impresiones y los sustos sufridos, pegué nuevamente el oído a la pared.

—Tu padre es el típico machirulo… —No logré escuchar la oración completa dada la interrupción de Maca, pero me imaginaba la idea general de Tatiana.

—¿Qué hacen? —interrumpió Maca al percatarse de las otras dos voces.

—Platican sobre tus padres. —Obviamente, nos hablábamos entre susurros—. ¿Y vos, qué haces levantada tan tarde?

—Quería… Quería… Soy tu putita. —En otras palabras, lo Macarena estaba tratando de decir era: ¿Me puedes meter los dedos?. Se estaba volviendo adicta a mí— En la mañana solo “mimaste” a Valentina. Fue muy temprano, pero aun así… Tuviste el resto del día para...

—Te he dejado desatendida —admití con cierta culpa—. Habrá días así, putita, pero puedes usar tu cepillo.

—No me lo has devuelto.

Macarena se estaba volviendo más atrevida. Días atrás, jamás se hubiera frotado en mí como gata en celo. Me acarició con su cuerpo. Su pelo causó cosquillas en mi piel, al igual que su shampoo en mi nariz. Olía a coco.

Mantuve la calma en ambas cabezas.

—La última vez que vi tu cepillo, Margarita lo estaba empleando. —Como en mi primer día de trabajo, Macarena guió mi mano a su entrepierna. Se había bajado un poco el pijama—. Necesito escuchar, Macarena.

—No haré ruido —apretó mi mano con sus muslos—. Lo prometo. Seré una putita muda.

—¿En serio? —Formé un gancho con el dedo del medio.

Le gusto. Vi la excitación dibujada en su cara.

—Sigue, por favor. Lo necesito.

Como ya era a menudo en aquella casa, tuve que hacer dos cosas al mismo tiempo: Escuchar y frotar.

—Rico… —murmuró Maca, feliz de encontrarme despierto fuera de mi cama.

En tanto, desde el otro lado de la pared:

—Me chupo un huevo lo que pienses de mi familia —oí desde detrás de la puerta.

—Estimó a tu familia —afirmó Tatiana—. Salvo tu padre. En cambio, vos…

—Guárdate la cursilería —dijo Valentina—. ¿No me dirás ahora que me consideras como una hermana? Para vestir de gatita nocturna eres muy sentimental. Mira que emocionarte por un “te amo" de Adriana mientras chupaba una pija.

—Hmmm —contuvo Maca la voz con una mano en la boca—. Así... No te detengas.

—He salido con tu hermana por más de un año… —Se detuvo. No las veía, pero presentía que Tatiana movía la cabeza. Un ademán de: “No tengo que explicar lo que siento por Adriana”—. No sé lo que pasa en esta casa, pero controla la pija de quien llamas novio.

—Si te abres de piernas poco puedo hacer. —Me la imaginaba encogiendo los hombros—. Valentín desconoce lo que es contenerse. Andas siempre con la verga dura. Agujero que encuentra, agujero que tapa.

¿Debía sentirme orgulloso?

—Tienes muy naturalizado que tu novio salga con otras mujeres.

—Tenemos una relación abierta —confesó Valentina—, como tú y Adriana.

—Lo nuestro es distinto. Cuando ella besaba a otra mujer, yo también participaba. Cogíamos juntas. Yo la animaba, no la obligaba ni me dejaba atrás.

—Hmmm… —La mano de Macarena se juntó a la mía, aportando algo de su saliva y liberando su boca. Tocando donde yo no alcanzaba—. Se siente tan bien. Yo… yo no podía dormir sabiendo que solamente Valentina tuvo tu atención. —Continuó en un ruego—. No me abandone, Amo.

—Baja la voz —farfullé.

—No me abandone —repitió Maca. Su vagina succionaba mi mano como prueba de su devoción—. Yo también quiero ser mimada, quiero estar con Valentina en tu cama.

Macarena rayó el decoro. Iba a ocurrir, las piezas para tener a las cuatro hermanas se estaban alineando.

—Que asco —dijo Valentina como si pudiera ver a través de las paredes—. Cierro la boca. No quiero saber lo que hagas con Adriana.

—Está bien, vayamos al grano —suspiró Tatiana—. El domingo pasado me mandaste una foto de Adriana masajeando el cuerpo de esa tal Margarita…

Fue previo al Blackjack, recordé a la vez que estimula el coño de Macarena. Deseosa de recibir un “si” de mi parte, estaba cumpliendo su promesa. Apenas y se escuchaban sus gemidos.

—Lo hice para que vinieras y la cagaras a trompadas —aclaró Valentina—. Lo cual no pasó.

—Es bonita. —El coño de Tatiana debió humedecerse, o mejor dicho, lo imaginé al escuchar su voz azorada—. Ya nos hemos besado.

Adriana no era solamente ruda con su perra, también sabía complacerla. Una cucharada de sal y otra de azúcar. En el bar de lesbianas, debió entregarle a Tatiana, un coño fresco para evitar dar explicaciones de todas sus travesuras.

—¿Qué parte de asco, no entiendes? —preguntó bruscamente Valentina—. Ir al grano, no es lo que dijiste hace un segundo.

—A lo que voy es que… —Una pausa. Tatiana se estaba preparando—. ¿Apruebas mi relación con tu hermana?

Apenas y contuve la risa. Tatiana se comportaba como una niña.

¿Y la conspiración? No hablaban de nada que valiera la pena oír. Estaba perdiendo mi tiempo, y por lo visto, no era el único que se dio cuenta.

—¿Para eso me llamaste? Sos realmente una pelotuda. Me arriesgué, vine al reverendo pedo. Sabes lo que me hará Adriana si me descubre. No me soltaría en horas.

—Tiene una fuerza brutal —concedió Tatiana—. Lo sé, práctico contigo desde que son niñas. —Sentía lástima por Valentina—. No te preocupes, está con Margarita jugando.

—¿No está dormida? —En la voz de Valentina, el tono pasó de ser tranquilo a ser inquieto—. Va a sospechar de tu larga ausencia, estúpida mogólica.

Coincidía con Valentina. Debía de mover el culo de ahí o iba a ser atrapado con la mano encima de Macarena. Por otro lado, Maca estaba ida, perdida entre el placer y el silencio. No le importaba el lugar o las circunstancias, con tal que no se separara de mi mano.

—No sospecha —aclaró Tatiana—. Porque me estoy haciendo un enema, o es lo que cree.

¿Otra vez, en un mismo día?, pensé. Había estado oscuro el cine cuando jalé de la hilera de circunferencias, sin embargo, la hinchazón e irritación en los esfínteres de Tatiana fue palpable en su grito.

—¿No te bastó con las bolas en el cine? Adriana te dejó toda abierta.

—Fue Valentín el que me lastimó. —Fue la primera vez que le escuchaba decir mi nombre. No fue de mi agrado. Estaba cargado de odio—. Además, justamente esa será mi excusa al volver y no querer nada por atrás.

—De igual forma me voy —se despidió Valentina. Aunque opusiera resistencia al reinado de Adriana, le temía—. Adriana está igual que antes. Antes de que se pusiera de novia. Se piensa la Señora y Ama de todas. Es capaz de hacerme tragar su ropa interior.

—Sería divertido.

—Estás mal de la cabeza —se exasperó Valentina—. Y no, no sería divertido incluso para tus gustos, pues luego nos arrastraría hasta la habitación de Valentin. Donde chuparías verga por tercera vez en el día.

El sonido de los pasos de Valentina se pronunciaron. Mierda. Macarena no soltaba mi mano. Y aunque usara la fuerza, tampoco podía dejarla sola. Me preparé mentalmente para el sobresalto y el estallido de insultos por ambas partes.

Sin embargo, Tatiana alzó la voz:

—¡Espera!

—Carajo —Valentina se detuvo, y mi ansiedad también—. Baja la voz.

—Hmmm… —Macarena aprovechó el aumento de decibeles para liberar la tensión acumulada—. No te tengas, Amo. Me gusta estar así, me gusta que Valentina nos descubra.

¿Le excitaba la idea de ser atrapada? Otra cosa que tenía en común con Antonella. No había pasado ni un día desde que Antonella me la había chupado en aquel mismo pasillo.

—Espera, espera —continuó Tatiana en un repentino ataque de sinceridad—. Acepto, acepto.

—¿Qué aceptas? —Yo me preguntaba lo mismo.

—Lo que me dijiste en la salida del cine, pero necesito tiempo —dijo Tatiana en una explicación que no me satisfacía—. Es mucho dinero.

—¿Aceptas?

—Sí —asintió Tatiana—. Eres como una hermana, ¿no?

Reconocí la risa de Valentina. Era de las sinceras. Pronto, Tatiana se unió.

—Pero dime, para qué lo quieres. —Las risas murieron nada más nacer—. ¿Es para irte a Brasil?

¿Mi perra planea escaparse? Fue como si un escorpión me agujereara en el centro de mi pecho. Abandonarme. Aunque de estar en sus zapatos, yo también me lo plantearía. No obstante… La deseaba.

—¿Por qué supones eso?

—Sé por Adriana que tienen familia, por esos lares.

—No pienso viajar. —Mi corazón y verga se aliviaron—. De hacerlo sería después de cumplir la mayoría de edad. Antes de eso, Romina jamás lo permitiría.

—Entonces… —Insiste, le dije a Tatiana dentro de mi cabeza. Deseaba comprender mejor todo—. También sé que abusaste de tus tarjetas.

—¿Me lo vas a prestar o no? Lo necesito para hacerla caer.

¿Hacer caer a quién?. La piel y el oído me picaban de curiosidad. Hablaba en femenino por lo que no era yo. ¿Romina, acaso?

—Valentina…

—Olvida lo último. No pienso responderte. ¿Aceptas?

Tatiana dejó que el tiempo pasara. Exhalaba fuertemente hasta que:

—Sí, pero quiero que Valentín se aleje de Adriana.

—Un trato es trato. —De un momento a otro, me cabreé bastante. Para mala suerte de Maca, su vagina sufrió las consecuencias. Presioné con dureza—. Me lo voy a cojer a diario de ser necesario.

—¡Dios! —exclamó Maca—... Tus dedos, tus dedos están bien adentro. Ni con el cepillo yo… yo me atreví a tanto.

—Su verga en tu coño, no en el de mi novia —expusó Tatiana sus exigencias—. Su semen en tu boca, no en la mía. Y los preservativos, debes ocuparte vos. Con la boca o de lo contrario Adriana no estará satisfecha.

Ganando fichas mientras fingía ser una buena perra. Valentina demostraba una vez más no solo ser una cara bonita. Liberé parte de mi enojo estimulando el coño de Macarena con rudeza. Chapoteando entre sus puntos sensibles.

—¡Dios! —repitió Maca tocando el cielo.

—Shhhh …

—¿Algo más? —preguntó Valentina sarcásticamente.

—Puedo conseguirte un celular. —Sin duda, la llegada de Tatiana estaba alterando las cosas dentro de la mansión Rhodes.

—Demasiada generosidad —gruñó Valentina. Sospechando—. ¿Es una trampa?

—Quiero algo más por el celular —exhibió Tatiana su codicia—. Pero no se lo dirás a nadie. Ni siquiera sí te tortura Adriana. Promételo.

Valentina poseía poca paciencia:

—¡¿Qué mierda quieres?!

¿Se acabaron los rodeos? No. A Tatiana le encantaba dilatar las cosas.

—¿Recuerdas esos días? —Los tacones de Tatiana resonaron. Se estaba moviendo—. Cuando Adriana me mandó a servirte.

—Estaba molesta con Romina —se excusó Valentina—. Había tenido su ataque de locura.

No podía ver, pero sentía la tensión del ambiente. Aumentaba, no, cambiaba. Pasando de ser una habitación de negociación a una habitación de placer.

—Fuiste ruda conmigo.

—Muy fuerte —gimoteó Macarena—. Voy a acabar si no te detienes.

—Te encantó —espetó Valentina—. Conozco a las de tu clase, puerca.

—Te equivocabas, no me encantó. No totalmente. —Las pisadas se detuvieron—. ¿Sabes, por qué?

—¿Por qué?

—Porque en ningún momento permitiste que te tocara. Ni siquiera con la lengua. Aunque me arrodillara.

Ambos, Valentina y yo, entendimos rápidamente a donde estaba apuntando.

—¿Eso es lo que quieres? —preguntó Valentina.

—Esto —llegó Maca al clímax—. Esto es lo que quiero para siempre.

—Nunca antes había visto tu coño —dijo Tatiana—. Hasta hoy. Delicado y hermoso como una flor. Hoy fue privilegiada. La mierdecilla de Valentín no se lo merece. Él no entiende tu belleza…

Tatiana si que me tenía ganas. Pero no de la manera que los hombres esperaban del sexo opuesto.

—Detente —se quejó falsamente Valentina—. ¿Qué haces? ¿Piensa traicionar a Adriana?

—Nunca. Solo es un pequeño desliz. Algo que quedará entre nosotras y que no volverá a repetirse. Además, quiero vengarme solo un poquito, casi nada. Tampoco quiero que se entere. Pero ella estuvo jugueteando con tu novio, con la prima de tu novio.

—Un celular por dejarme chupar la concha —exclamó la reina de mi escuela.

No era un mal trato. La concha de Valentina valía oro, lo sabía de primera fuente.

—Y también ahí. Me gusta. —Supongo que se refería a su ano dado el gritito de Valentina—. Solo la entrada.

—Más vale que venga con un plan ilimitado el dichoso celular.

Decidí no intervenir, no alertar a Valentina. Ya había escuchado suficiente.

—Separa las piernas… Delicioso… Rico… ¿Una marca de nacimiento?... —Tatiana ya empezaba a satisfacer su adicción. Explorando la entrepierna de su cuñada, su hermana de complot.

—Despacio. Me gusta lento. —Valentina cedió como horas antes con Margarita. Ya no tenía ningún problema moral con acostarse con mujeres. Lentamente, había logrado que Valentina se sintiera cómoda con otras féminas. Y como siempre, lo estaba usando a su favor—. Ahí… Sigue.

Por otro lado, en la habitación de Adriana, pequeñas risas y gemidos también empezaban a marcar el rumbo de aquella noche.

—Vamos —le dije a Maca—. Ve a tu habitación, yo tengo que salir.

Salimos de nuestras posiciones en cuclillas. Caminamos unos cuantos pasos hasta la escalera.

—¿Seguimos? —me pregunto, saliendo de su éxtasis—. Vos aún no has acabado. Espera. ¿A dónde vas?

—Por ahí.

—¿A dónde?

A ver a la mejor amiga de tu hermana, pensé. Me detuve en mitad de la escalera. ¿Qué estaba haciendo? Apenas podía con Valentina e iba a ir en búsqueda de otra arpía. Encima a la segunda peor: Andrea Bogania.

Describirla físicamente era más sencillo usando un recuerdo pasado. Más exactamente el Hallowen del año pasado. Ferreira, su novio, se había disfrazado de legionario romano, en tanto ella, con ese color de piel cobre, similar a un bronceado natural, pelo negro brilloso, ojos levemente rasgados y una carita perfilada, encarganaba a la perfección su disfraz. Era Cleopatra en persona, al menos el ideal que todos teníamos en la cabeza fruto de la televisión.

Volverme su profesor era un acto de IMPRUDENCIA, en mayúsculas.

—Al desierto —respondí y bajé las escaleras.

Sin embargo, los planes no sobreviven a la cruel realidad. En el momento justo que giré el pomo de la puerta principal, ella hizo acto de presencia desde detrás de la puerta. Brillando como el sol e igual de peligrosa.


Capítulo 23: Romina.

—Valentín. —Entró Romina a su casa, usando un vestido azul de una sola pieza, bien apretado—. Que amable de tu parte, pero no había necesidad de que me abrieras la puerta.

De inmediato sentí aquel olor particular. Y por supuesto, también mi perrita detrás de mí.

—Mamá, ¿estás borracha? —Fue una pregunta que los tres allí presentes, sabíamos la respuesta. Romina apestaba a alcohol, y también a algo más. Un aroma exquisito y a la vez no. Olía a sexo. Brutal y salvaje.

—Solo bebí un poco, Macarena.

—Mamá —insistió Maca—. Tenemos visitas.

—Lo sé, lo sé —balbuceó Romina mientras se dirigía a la cocina—. Margarita y mi niño favorito. Utiliza esos brazos de hombre y ayúdame a sujetarme, Valentín. Estos malditos tacones me están matando.

Fue instantáneo y completamente descarado, el cómo mis manos rodearon la cintura de Romina. En ese momento, yo… yo era el hombre más feliz del mundo y también el más bobo.

Pese a que la cercanía, por lo general, acrecienta los defectos, en Romina se daba la excepción. Segundo a segundo, mi mente le otorgaba divinidad. Mis brazos eran las nubes que aquel ángel empleaba como almohadas.

Había follado con Valentina, con Adriana, con Margarita, pero incluso con semejante historial de hermosas mujeres, mis manos, mejor dicho, mi ser, temblaba de nerviosismo como todo un virgo.

Romina era aplastante, y no me refería únicamente a su carácter. Físicamente, lograba combinar la juventud con la madurez por imposible que pareciera. Un ejemplo de semejante contradicción que causaba Romina ante los ojos de los mortales, era la posibilidad de poder pasar como madre o como hermana de Valentina.

Romina era muy muy bonita. Y con aquella pequeña frase, quedé hipnotizado. Caminando de lado hasta que a la propia Romina le pareció adecuado escaparse de mis brazos.

—Aquí está bien, cariño —se sentó en una de la silla de la cocina—. ¿Y dónde están las otras?

—Mamá… —La voz de Macarena se quebró en silencio. Las otras, es decir, las hermanas de Maca, estaban echando un polvo con las supuestas invitadas.

Fue un segundo golpe de realidad para mí. El primero fue perder a Romina de mis brazos. Comprendiendo nuevamente que lo sucedido los últimos días no era normal. ¿Que pasaría si Romina descubriera a Tatiana entre las piernas de Valentina, o, Adriana y Margarita compartiendo un dildo? No quería saber las respuestas; por ahora.

—Están despiertas —dijo Maca.

—Deberías verlas, Maca —sugerí. Buscando cubrirles las espaldas a mis subordinadas—. Avisarles.

Mi putita asintió con la cabeza al instante y dijo:

—Sí, sí, sí, eso haré.

Salió disparada, rumbo a la escalera, con el coño todavía fresco de su última paja con mis dedos. Quedando únicamente Romina y yo en aquella cocina comedor.

Fue inevitable que me hablara, pues como es sabido el alcohol endulza la lengua.

—Valentín —me llamó Romina—. ¿Vas a algún lado?

Se fijó en mi ropa. No estaba usando un pijama, ni siquiera ropa holgada de entre casa. Llevaba una chaqueta de cuero, unos jeans azul y remera casi nueva. No era mi outfit casual.

—¿Vas a una cita? —preguntó Romina con aquel tonito que caracteriza a los borrachos alegres.

—No. —Estrictamente no era una mentira, sí, me iba a encontrar en un motel con una chica de mi edad extravagantemente guapa, pero no era una cita. Su novio también iba a estar presente.

—Es un “no” rotundo —se burló Romina—. ¿Cómo es ella?

—Voy a lo de un amigo.

—Ah, como Adriana, un rarito. —Estaba muy borracha. Había perdido las etiquetas—. No tienes pintas de trolo. Pensaba que te gustaban los coños. ¡Y las tetas! —Soltó un hipo—. Mi hija tiene unas buenas tetas.

—¿Cuál de todas? —dije sin pensar. Por poco y me llevaba las manos a la boca, en muestra de arrepentimiento. Crucé la raya. Afortunadamente Romina estaba pasada de copas, y sonrió.

—Valentina. Mocosa del demonio. Me recuerda a mí cuando era jovencita .—Otro sobresalto en los hombros acompañó sus palabras—. Pero las otras no se quedan atrás. Mis princesas, mis tesoros.

»Adriana le sigue. No son tan inmensas, pero son unos buenos pechos. Envidiables. Si mal no recuerdo, usa la misma talla que Sara. Mi Sara querida, debo llamarla. No importa lo que digan los demás, también es mi hija.

»Y por último, mis gemelitas: Maca y Anto. Mis dos últimas oportunidades.

Al parecer había dejado de hablar de los senos de sus hijas. Enfocándose en otros asuntos más amargos.

—Vuestras hijas son muy hermosas. —Carraspee un poco la garganta—. Todas sacaron vuestra belleza.

—Hablas como los socios de mi esposo —dijo Romina mientras caminaba hacia el estante de vinos, ya sin tacones—. Exesposo.

—¿Toma por su divorcio? —pregunté con un atrevimiento que en otras circunstancias nunca se hubiera asomado a mi lengua.

—¿Es lo que crees? No. Mi divorcio solo es un pequeño tropiezo. Bueno. Un gran tropiezo —admitió—. Esa amiguita de Valentina, me las va a pagar. Era tan joven y resultó ser una tremenda puta experimentada. Supuestamente provenía de una buena familia. Pero cada que se quedaba en la casa, no perdía la oportunidad para andar por los pasillos bien entangada. Moviéndole el culo a mi marido.

—Camila nunca me cayó bien —comenté por comentar, solo para no llevarle la contraria. Aunque lo cierto era que las tres arpías formaban mi anti-liga de la justicia.

—¿Camila?, ¿la conoces? —Menos mal estaba borracha, pues Romina no se preguntó cómo sabía de semejante incidente intrafamiliar—. Camila Ocampos, exacto, me costó millones su juego. ¿Y cómo se llama la otra?

—¿Andrea Bogani?

—¡Esa! —Romina se sirvió una copa de vino. Seguía con sed—. Esas dos culisueltas tienen prohibido pisar esta casa, si es que no quieren salir mutiladas.

Una amenaza de Romina era suficiente para reconsiderar tus actos. ¿Realmente quería relacionarme con Andrea? Podría perder mi trabajo, o peor, la santidad de mi cuerpo.

—Son las mejores amigas de Valentina…

—Valentina tendrá que conseguir otras amigas —espetó Romina con dureza—. Margarita, es una niña muy hermosa. De las que gusta rodearse mi hija. ¿Qué opinas?, Valentín.

—Se llevan muy bien—dije con un toque sarcástico—. Tan bien que duermen juntas.

Mis palabras fueron recibidas como buenas noticias. Esperaba más neutralidad.

—Yo también dormía de joven con tu tía Jimena cuando venía a visitarme —explicó jocosamente—. Es cosa de mujeres. Pronto, serán mejores amigas —brindó con su copa.

Súbitamente alguien entró. Ya era hora, pensé.

—Romina —gruñó Valentina. Un poco acalorada después de la chupada de concha de Tatiana—. Estás borracha. —A veces Valentina olvidaba a quien le hablaba.

Volví a sentir aquella sensación que pasaba por mi cuerpo cada vez que Antonella y Macarena estaban juntas. Intranquilidad al tener dos personas tan parecidas una a la otra. Era evidente que Romina y Valentina compartían sangre.

—¿Así es como me saludas? —dijo Romina llenando nuevamente su copa—. ¿Deseas otra tanda de correazos, Valentina?

—No. —Valentina se mordió el labio inferior—, mamá.

—Ven —le hizo un ademán—. ¿Le puedes hacer un favor a tu madre?

—¿Qué? —Valentina obedeció, acercándose. Sabía a la perfección lo que pasaría de hacer lo contrario—. Yo no hice nada. Pregúntale a Valentín, he estado estudiando. Valentín dile.

“No has hecho nada”, grité en mi mente. La verdad es que yo lo estaba haciendo absolutamente todo cuando de trabajo escolar se trataba. Sin embargo, cada vez que deseaba follar, ella se abría de piernas. Era una verdad indiscutible.

—Sí —dije. Dejando pasar la reciente ira que tenía en contra de Valentina por estar confabulado con Tatiana—. Hemos avanzado muchísimo. Solo nos faltan matemáticas.

—No, no se trata de tus estudios —la abrazó Romina—. Me dijo un pajarito que te has hecho muy amiga de Margarita.

Valentina me miró, entre perpleja y encabronada, y dijo:

—Sí, mamá, ella es maravillosa. —Le costó pronunciar lo último.

—Entonces, podrías subir a tus redes una foto juntas —pidió Romina—. Ya sabes, para que quede claro tu distanciamiento con otras innombrables.

—Mamá…

—Una foto —dio la orden mientras le palmeaba los hombros—. ¡¿Y dónde están mis otras hijas?! Su madre ha llegado.

—Bajando —se escuchó desde la escalera la voz de Adriana.

No esperaba que nada fuera de lo común sucediera con la llegada de Adriana. Tendría que ser una charla casual. No obstante, fue una noche de sorpresa. Y junto a Adriana llegaba también Tatiana, lo cual no fue del agrado de Romina.

Pronto lo hizo notar, al apartarla de Adriana y del resto de sus hijas, pues Maca y Anto también llegaron segundos después, acompañada de Margarita.

Eran pasadas medianoche, y aun así, en aquella casa íbamos a cenar por caprichoso únicamente de Romina.

—Así que… —comenzó Romina con su pantomima de reunión familiar—. Tatiana, le fuiste infiel a mi hija…

—Solo discutimos —se defendió la acusada. El rostro de Tatiana reflejaba cierto miedo. Pues, incluso los paganos le temen a la inquisición.

—Le fuiste infiel —recalcó Romina, sin dar su brazo a torcer—. Y ahora vienes a enmendar tu error.

—Madre, no deberías meterte en su relación —dijo Valentina tontamente.

Con el rabillo de ojo me fijé en Adriana. Como esperaba, lo estaba disfrutando.

—Cierra la boca. —Romina le lanzó una advertencia con sus ojos—. Resulta, Tatiana, que en esta casa se castiga la traición, ¿verdad, Valentina?

—Mamá…

—¿Si o no, Valentina? Habla o quieres que vayamos a tu habitación a tener nuevamente una charla privada.

Bajó la cabeza. Como había dicho Margarita, Valentina había caído en desgracia delante de los ojos de Romina. Y dado su actual estado, a Romina no le importaba que hubiera gente ajena en la mesa. La trataría como correspondía de acuerdo a su lugar en la familia.

—Sí. La traición se castiga en esta casa.

—¿Cómo? —se bebió otra copa de vino.

—¿Cómo? —Valentina tragó saliva—. Con correazos.

—¿En dónde?

—En el culo. —Fue una pregunta doblemente respondida, pues Antonella repitió lo dicho por Valentina. Ella también tenía desplomada la frente, además de poseer toda la piel erizada.

—¿Qué hace Antonella aquí? —le pregunté a Maca, quien estaba a mi lado—. Ella evita estar en sitios llenos.

—Mamá —respondió Maca—. No le gusta que se aislé. Te acuerdas el primer día que viniste a trabajar, que me fui de compras. Madre la obligó a acompañarme.

La respuesta de Macarena causó más dudas en mí que certezas.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Tatiana desde la otra punta de mesa, en contracara de Romina.

—¿Qué quiero decir? —Romina se vanagloriaba de su poder—. Mira, Tatiana, la verdad, fue un alivio cuando me enteré de tu separación con esta familia. En fin, no sos bienvenida.

—Hasta que pagues por tus faltas —agregó Adriana. Feliz de la vida—. ¿Te sirvo otra copa, mamita?

—Valentín, creo que mamá… —Macarena me tocó el hombro—. Solo ten la mente abierta y no te espantes. Lo mismo para vos, Margarita.

¿Lo iba a hacer aquí, delante de todos?, me cuestioné al presenciar las intenciones de Romina, alentadas por Adriana.

—¿Qué no me espante? —preguntó Margarita desde mi lado izquierdo—. Conozco a Romina a través de mi madre. Sé que le gustan las humillaciones públicas.

—Explícate —exigí. Yo ya lo sabía, pero Margarita cómo se había enterado…

—El día que Romina descubrió las intenciones de Valentina, la castigó delante del resto de sus hermanas. —Macarena me miró sorprendida, como diciendo: ”Ya saben sobre los desaciertos de mi hermana”—. Lo escuché mientras se lo contaba a mi madre.

—Suena peor de lo que fue —dijo Macarena—. Fue más bien una advertencia. Para todas.

Claro que Macarena no había presenciado los últimos castigos de Romina. Puede que en un primer momento se haya contenido con Valentina, pero eso ya era tiempo pasado. Algo me decía que su tiempo con mi tía Jimena, le estaba cambiando.

Entre tanto, Romina ya exigía la rendición absoluta de la “traidora”.

—Levántate la faldita —dijo Romina burlonamente—. Ya veo que te gusta usarlas cortas.

—Es el alcohol —excusó Macarena a su madre.

La escena estaba siendo traumática. Romina encarnaba a un rey loco. En lo alto de su trono, exigiendo la cabeza de un inocente. Pues bien sabía que Adriana ya se había vengado de Tatiana. Entre tanto, su corte, el resto de nosotros, asentía con la cabeza, temiendo ser los próximos.

Tatiana, acorralada por una suegra bañada en licor, decidió doblegarse antes que huir de la casa y perder para siempre a su amada. Se levantó la minifalda negra con dignidad, o al menos lo intentó.

Estúpida. Fue lo primero que pensé al ver la entrepierna de Tatiana.

—Oh —dijo Macarena. Sorprendida.

La dignidad de Tatiana pronto desapareció de su rostro. Su coño abierto y húmedo era reprochable, pues llevaba todavía puesto el vibrador de Adriana. No se lo había quitado desde lo ocurrido en el cine.

Adriana, Margarita, Valentina, Macarena, Antonella e incluso Tatiana observaron a Romina en busca de saber cómo iba a proceder esta última.

—Al parecer Camila no era la única con el coño hambriento —me dijo Romina. Yo era el único que hasta ese momento no la miraba directamente. Me negaba a quedar atrapado bajo sus órdenes—. ¿Te estabas masturbando mientras cenamos?

—No, solo olvidé que lo llevaba puesto.

—No es la única —me susurró Margarita—. Yo aún llevo tu cepillo en mi conchita.

—¿No te lo has quitado?

—Vos me lo metiste —dijo Margarita con su voz más sensual, apoyando su cabeza en mi hombro—. Así que hazte cargo. Me gusta imaginar que es tu verga.

Valentina, ubicada al frente nuestro, nos observaba con saña. Sí, las humillaciones hacia Tatiana por parte de Romina, seguían, por lo cual se podría decir que no era el momento para el coqueteo entre primos.

Pero…

Carajo. Tenía ante mis ojos el coño de Tatiana, que ya empezaba a hincharse por el abuso verbal por parte de Romina (la penetraba con su habla), y a mis costados, a mis dos perras más obedientes. Solo necesitaba chasquear los dedos para que Macarena y Margarita me mamaran el pito.

Una erección fue apareciendo en mis pantalones.

—Te ha empezado a gustar los hombres —continuó Romina—, ¿verdad, Tatiana?

—No, no es cierto —negó Tatiana. Apenas fueron un par de segundos, pero el vibrador se encendió—. Ssss…

Estimulada y humillada, al parecer aquella no era su semana. Lejos quedaba el momento en que amenazó.

—Viniste a esta casa para que te llenaran ese agujero tuyo —continuó Romina—. Lamento decirte que mi marido ya no vive en esta casa.

—Y es algo que me alegra profundamente —respondió Tatiana, sobrellevando la excitación de su sexo ya evidente—. Me miraba obscenamente cada vez que visitaba a su hija.

—Con todo, nunca dejaste de venir —dijo Romina—. Alguien podría creer que te gustaba. Justo como ahora…

Una minúscula gota cayó desde el coño de Tatiana hasta el suelo. Más de uno lo noto. Fue la gota que colmó la paciencia de Romina. Desbordando las reticencias de una madre de cuatro niñas a actuar como una especie de Dominatrix.

El hedor de la concha de Tatiana era como sangre para Romina, quien ya había emprendido el camino hacia su presa, como hiena hambrienta.

Romina había llegado a la mansión con las venas llenas de alcohol y sexo, sin embargo, deseaba más. Y lo estaba consiguiendo.

La agarró del cuello, apretó por varios segundos como comprobando la calidad de su nuevo juguete. Hasta dónde podía llegar sin romperlo. Cambió la fuerza por delicadas caricias sobre el largo de la garganta de Tatiana.

—¡Romina! —gritó Valentina, quien sin darse cuenta se había levantado de su silla.

Era demasiado para mi putita. Mucho que procesar. No era el caso de mi perra mayor.

—La gatita sacó las garras —dijo Adriana, posicionándose detrás de esta. Era obvio que deseaba sujetar a su hermana. Violentarla. Volver a jugar con las bragas de Valentina—. Empiezo a envidiar a Tatiana; tanta preocupación por una cualquiera.

—Valentina —dijo Romina con una sencillez inusual, totalmente opuesta a un grito—. ¿Deseas unirte?

Aquellas tres palabras fueron suficientes para que Valentina retrocediera y volviera a sentarse. Estaba hecho. Era un camino sin retorno. Romina finalmente iba a mostrar su otro rostro. El que usaba cuando azotaba a la traidora de su hija.

—Cobarde —se burló Adriana. No perdió la oportunidad y la abrazo. Era un abrazo de hermanas, por el momento.

—Me recuerdas a Valentina —ronroneó Romina, reanudando su juego con Tatiana—. Tus pechos son como los de mi hija.

—Confirmó —testificó Adriana con sus propias manos—. ¡Enormes!

—Adriana… —suplicó Valentina a sabienda que no podría esperar que Romina saltara a su favor, o siquiera sospechara de las malas intenciones de Adriana. Era una pequeña gatita entre los brazos de Adriana.

Un ojo ajeno, solo vería una pelea de hermanas. Un ojo experimentando, vería un vehemente manoseo detrás de las risas de Adriana y sus besos en las mejillas de Valentina.

Entre tanto, Romina con mucha habilidad metió los dedos en la boca de Tatiana. Tan fácil que su brazo mismo personificaba una lanza. En respuesta, Tatiana empezó a emitir bramidos de malestar. Mugidos que trataban de expulsar las incursiones de aquellos cuatro falos invasores.

—Traga —ordenó Romina para a continuación verter de su copa el líquido rojo, empapando sus dedos. Formando una especie de cascada. Desembocando el vino en la garganta de Tatiana.

La estaba ahogando.

—Mamá… —Esta vez el clamor provenía de Macarena.

Puede que las niñas Rhodes hubieran sospechado de aquella faceta de su madre, pero una sospecha no era más que una suposición. Bien podría ser falso. En cambio, en ese instante, no había nada que malentender o interpretar. Romina estaba disfrutando con el dolor ajeno.

—¡AGGG! —escupió Tatiana el vino—. Wnwow —tosió—, lo siento… yo…

—Sos una sucia —espetó Romina. Agitando sus dedos, secándose con el aire, salpicando el vino y la saliva de Tatiana por toda la mesa—. ¿No pudiste cumplir una simple órden?

.

Antonella y Macarena, al estar más cerca, recibieron una parte de los fluidos que tan despreocupadamente Romina lanzaba. En cierto modo, se corría en sus caras. Destruyendo mi supuesto de que no iba a incluir a sus otras hijas.

—Mereces un castigo —dijo Romina—. Por marcharme el vestido.

—Dos castigos —farfulló Antonella, hablaba para sí misma—. Dos castigos, dos castigos…

—Pero primero lo primero —le sujetó el pelo a Tatiana—. Unos buenos correazos en el culo. No hemos olvidado que le pusiste los cuernos a Adriana. ¿Valentín?

—¿Eh?

—Tu correa.

—Es que… —El jean que usaba me quedaba perfecto—. No la tengo.

—Entonces ve por ella —dijo Romina con poca paciencia—. Antonella, ve por la soga, ya sabes dónde está. Quiero estar cómoda al contrario de la sucia esta .

Fue inevitable. Ella era mi jefa. Me otorgaba un buen sueldo e indirectamente a Valentina. Tuvo que ocultar mi erección y ponerme de pie, igual que Antonella, y subir las escaleras. A lo lejos, el inicio de una conversación casual entre Romina y Adriana se oía de fondo.

—¿Con quién hablas? —me pregunto Antonella al ver que sacaba el celular.

—Iba a salir con un amigo. Pero no creo que Romina nos vaya a soltar temprano —bromeé pese a la situación sadomasoquista que se estaba viviendo en la planta baja. En un vano intento de bajar la tensión

—No —asintió y miró hacia abajo—. Se va a tomar su tiempo.

De pronto, mi celular sonó. Era él, Ferreira, el novio de Andrea.

—Escucha, no podré ir. —Antonella me observaba y escuchaba con sumo interés—. Te mandé todo por correo. Sí, sí, pero pasó una emergencia. ¿Qué vas a hacer en un motel con tu novia? No lo sé, follar, usa tu imaginación…

Colgué el celular en el instante que escuche la voz de Andrea, felicitando a su novio por su iniciativa. Estaba contenta por pasar una noche de intimidad. Al parecer, no sabía el plan original de aquella velada.

—¿Te gusta mi culito? Todo esto es tuyo y solo tuyo —fue lo último que escuché a través del móvil.

—Sos el novio de Valentina —arremetió Antonella—. El novio de mi hermana.

—¿Y eso a qué viene? —Ya estaba cerca de mi habitación.

—Yo, yo, yo… yo creo que no deberías irte a moteles sin ella. —Hablaba con demasiado nerviosismo, como si me temiera—. Solo es una sugerencia. No deseo que terminen.

—No deseas perder el coño de mi puta —le corregí para luego abrir mi puerta—. Una pregunta, Antonella, ¿una soga?

Era una pregunta incompleta, pero ella me entendió. Tan bien que salió disparada hacia la habitación de Romina. No saldría de ahí hasta que yo hubiera bajado con la correa.

Cuando bajé, me encontré con una escena completamente distinta a la que previamente había dejado. Semi-acostadas en la mesa, Valentina, Tatiana y Macarena estaban desnudas. Con el orto empinado, lista para ser nalgueadas.

—Así que se fueron de fiesta —reprendió Romina a sus víctimas. Tomó otra copa de vino y me tendió la mano—. La correa.

Alguien había hablado de más. Había perdido el control.


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