La mejor hermana del mundo 14.
Alex tuvo alivio gracias a que la hermana cedió a tener esa clase tan silenciosa. Y más aún, le permitió que le expeliera todo el esperma en la boca. Era dichoso por cumplir aquello, pero asimismo padecía una corrosiva incertidumbre. ¿Cuándo ocurriría de nuevo?
Inaudito era que la desalmada Elisa lo castigara de aquel modo tan terrible, y sin justificación alguna además; pues si bien los padres habitaban la casa, jamás se enterarían debido a las precauciones. Parecía ser que la hermana mayor no era capaz de entender tal cuestión.
Y a la vez que Alex ansiaba más clases, comenzaba a incrementarse una fea angustia en su corazón. Pues adherido a la sensación de sentirse lejos de la hermana mayor, a pesar de morar la misma residencia, le apesadumbraba que esas ganas de estar junto a ella significara interés amoroso.
Tales pensamientos se conjuraban enloquecedores cuando Alex se encontraba ocioso. Y quizás una de las pocas cosas que lo mantenían en cordura, era su amistad con Violeta. Algo tenía esa despreocupada nueva amiga que lo transportaba a una inmediata tranquilidad alegre.
En la escuela, Violeta actuaba con normalidad, causando su acostumbrada molestia. Sin embargo, era una molestia que se transformaba en inesperado bálsamo que Alex aprendió rápido a tolerar e incluso a disfrutar, pues le distraía.
En contrapunto, esa amistad con Violeta, le trajo si bien alegrías, también problemas emergentes. Tal fue en una ocasión que el profesor les pidió elaborar un escrito en parejas. Sin ser sorpresivo para Alex, Joel y Rodrigo se juntaron.
Alex volteó hacia Violeta. Ella estaba volteada hacia él, y luego Alex miro hacia donde Melissa. Cuando las miradas se encontraron, Melissa apartó la suya. Alex notó un aire de reproche en aquellos hermosos ojos. Alguno sus actos molestó a Melissa y necesitaba descubrir cuál era.
Alex estaba a punto de preguntarle a Melissa, pero Violeta lo interrumpió:
—¿Entonces a qué hora nos vemos?
—Lo mejor será que nos veamos en mi casa —aseguró Violeta con despreocupación—. Si mis padres notan que comienzo a salir demasiado pronto, tendrán el ojo sobre mí. Así que primero hay que generarles confianza…
—Ya. Está bien —dijo Alex intentando ocultar su preocupación por Melissa. Y no era solo el tema de la mirada, sino que le preocupaba en verdad que Melissa se quedara sin pareja. Alex comprendía de sobra que ya no era amiga de Paola, y que no tenía a nadie más.
Al día siguiente Alex continuaba pensando en el asunto. No podía sacarse a Melissa de la cabeza, y todo eso a pesar de que el profesor emparejó a Melissa con un dos compañeras. Al parecer Melissa pertenecería al único cúmulo de alumnos con tres personas. Alex reflexionó: «de no ser por Violeta, cada alumno tendría a su correspondiente pareja». Una sensación de traición se le incrustó en la antesala del alma, justo al borde de la contaminación de esta. Debía librarse de la opresión de algún modo.
Y eso no era todo, sino que la propia Melissa parecía estar evitando la mirada de Alex a toda costa. Eso le hacía sentir aún más ruin. Al final del día, Melissa salió a prisa del salón. Daba la impresión de que no le apetecía ser alcanzada. Alex escuchó a Violeta llamándolo mientras él intentaba alcanzar a la veloz Melissa. Pretendió no escuchar los llamados.
Una asfixiante fila de autos se apretujaba delante de la escuela. Parecía el comienzo un funeral sin luto, a la expectativa de que un obispo les diese luz verde para arrancar. Aquel pensamiento deprimió levemente a Alex. Aunque la oscura fantasía se difuminó cuando vio a Melissa andando deprisa una calle por delante.
Alex aceleró. Cuando la alcanzó, Melissa hizo caso omiso de él.
—¿Para qué? —cuestionó Melissa.
—Quería acompañarte —aseguró Alex.
—No te lo pedí —declaró Melissa con sequedad.
Alex no supo qué decir; se limitó a caminar a su lado. Y así en silencio caminaron varias calles. Los soberbios jardines que se acostumbraban en el vecindario no fueron disfrutados. Cuando ya se ubicaban cerca del hogar de Melissa, Alex se atrevió a romper el infectado silencio:
—Nada que ver—dijo Melissa—. Solo espero que estés feliz con tu nueva amiguita.
Al decir aquello, Melissa giró en la esquina donde se bifurcaban los caminos de las casas de Alex y Melissa. Alex estático la miró alejarse.
Los días pasaron y Alex deseaba cada vez más a la hermana mayor; la cordura de Alex apenas y se mantenía a raya. Era verdad que violeta contribuía un poco a mantenerlo sereno, de igual manera lo fue el hecho de que la amistad de Alex y Melissa parecía retoñar en un bosque de hoja verde tras las inclemencias de una temporada de invierno polar. ¿La causa? Alex la desconocía por completo. Pero qué más daba si ya las cosas se manifestaban espléndidas y eso era lo único que importaba. Quizás Melissa simplemente había estado «en sus días».
Sin embargo, existía alguien más que le regalaba ánimo y resistencia: María. Al parecer la amistad entre Alex y María, por más insospechada que pareciera, floreció en el más fértil de los suelos. Era ella sencillamente maravillosa, y cuando conversaban, Alex de verdad se olvidaba de Elisa. María un hechizo encarnado era, alegría que envenena a quien se le aproxima.
Una noche, mientras se mandaban mensajes, María confesó a Alex que lo encontraba a él muy lindo, que era una gran persona, y que hacía él experimentaba una confianza excesiva.
Enrojeció Alex por leer aquellas declaraciones, y se animó tanto que hasta saltó en su cama varias veces. Se halló también aliviado de que María no viera tales reacciones, pues ella le intimidaba de un modo inusual. No era que no confiara en ella, sucedía algo semejante al respeto que Alex sentía con Elisa. Y ante aquella reflexión, Alex se propuso hacerle saber que él también la apreciaba: «Te he llegado a apreciar mucho, y quiero que sepas que confío mucho en ti», escribió Alex.
En esa ocasión, Alex salió por la ventana de su habitación a mirar al cielo oscuro. Algunas pocas estrellas alcanzaban a mirarse; la luna se apropiaba el espectáculo, monumental y esplendorosa lucía. Bajo aquel escenario Alex se preguntó si cambiaría su amistad con Melissa, Violeta y María por poder estar siempre en cercanía de su hermana mayor. Entonces se dio cuenta de que eso no tenía sentido a menos que la hermana mayor lo quisiera a él cerca de ella; y exactamente no compartían más tiempo a decisión de la cruel hermana. Alex desató una lágrima de abatimiento, y no le duró mucho la aflicción: posteriormente pensó en las cosas agradables que María le expresó y se recompuso.
Entró Alex al cosmos de su computadora. Ojeó las redes sociales de Melissa y Violeta y comenzó a masturbarse con sus fotos de perfil. Así estuvo un rato hasta que se le vino a la mente aquel vídeo que María grabó, aquel instante inmortalizado donde estuvieron juntos. Alex lo reprodujo y con un frenesí esquizofrénico jaló su verga.
Cada vez su mano se movía más rápido, tanto que sintió un dolorcito en la muñeca, no le importó; aumentó velocidad. Luego cuestionó que hubiera sentido al tener relaciones sexuales con María, y aquel pensamiento fue el que lo catapultó a la liberación del semen. Ese líquido que María pudo haberle extraído, que por inspiración de ella salió.
En la escuela Alex erraba por recovecos ignotos. Buscaba a sus amigos; los perdió en la tienda gracias a la gente amontonada que anhelaba alimentos. Y a pesar de que se les pedía a todos los alumnos ordenarse en una fila, estos se desperdigaban en todas direcciones. Ahí no solo perdías a tus amigos, sino que manoseaban a tus compañeras. Violeta confesó tal vivencia a Alex algunos días atrás. No quiso preguntar más sobre el asunto, porque Violeta parecía enfadada de verdad, y si bien Alex no era de los chicos que solía meter mano, Joel sí que lo era. Alex escuchó tiempo atrás las ya diversas anécdotas de las vivencias de Joel en ese aspecto.
Alex caminó hasta la zona donde se jugaba al futbol. Casi ocultos en una arbolada zona, Joel y Rodrigo platicaban, se ubicaba detrás de las canchas. El encuentro con sus amigos suponía pasar entre los jugadores y los chicos que se apilaban en espera de su turno para jugar contra el equipo vencedor.
Mientras caminaba, Alex se preguntó si en verdad se hallaba convencido. Si es que era lo mejor hacerlo. Lo pensó la noche anterior antes de dormir. Eran sus amigos. Sabían del asunto. Incluso lo consideraban un héroe por ello.
—Tengo que mostrarles algo —dijo Alex de sopetón cuando se encontró con ellos.
—Hermano, hoy andas especialmente misterioso —enunció Joel—. Primero te pierdes, luego andas muy pensativo. ¿Será que ya nos dirás si te decidiste por Melissa o Violeta?
—No es nada de eso —dijo Alex casi de mal humor—. Son solo mis amigas.
—Pues decídete antes de que te las bajen —dijo Rodrigo y después le dio una mordida a un emparedado de jamón.
Alex comenzó a buscar en su télefono.
—Yo solo les diré que ya tuve. Lo que ustedes saben... con Paola... Por fin pasó hermanos —informó Joel —Perdón por robarte el momento Alex, me moría por sacarlo del pecho..
—Te felicito, ahorita nos cuentas los detalles —dijo Alex —Sobre lo otro, esto nadie más lo puede ver.
Entonces sucedió algo en los ojos de Rodrigo y Joel que Alex jamás olvidaría: la admiración verdadera. Y era natural, pues ellos ya lo habían expresado con palabras, ahora lo revelan con el cuerpo ante la pantalla que mostraba a Alex y María en una situación bastante comprometedora. Ella encima, jugueteando y hasta meneándose levemente.
El silencio se hizo. Rodrigo dejó de masticar. Los tres se miraron a los ojos por turnos y en todas las combinaciones posibles.
—Me lo mandó ella la otra vez.
—De verdad que quisiera yo tener así a Andrómeda, aunque fuera solo una vez —confesó Rodrigo.
—Todo lo que ustedes dos patanes me dijeron es verdad, y esta es la prueba definitiva, si hiciste esto con ella es porque le gustas amigo, acéptalo —dijo Joel.
Elisa lidiaba con varias cosas a la vez. Por un lado, las responsabilidades que adquiría en la empresa eran cada vez mayores. En otro frente se encontraba el asqueroso de su jefe, cuya mano se volvía más atrevida con los días.
Este último aspecto era especialmente desalentador, pues le arruinaba lo que pudiera ser una experiencia gratificante; sencillamente no podía trabajar a gusto. Esto se evidenció en una ocasión en que a Jorge se le cayó una pluma con la que estaba firmando una serie de documentos. Junto a Elisa se encontraba Raquel, la secretaria de Jorge. Raquel esperaba las firmas. En cierto momento, Jorge pidió un vaso de agua a Raquel. Luego se le resbaló la pluma. «¿Me la podrías pasar Elisa?», dijo Jorge.
Entonces Elisa se agachó sin doblar las rodillas. Aquello fue un error. Enseguida Elisa sintió la mano de aquel hombre sobándole el culo. Elisa sintió un calor de enojo que le subió hasta las sienes. Y justo cuando iba a protestar con una agresividad acumulada de tantos desmanes, llegó Raquel con el vaso de agua.
Elisa realmente no quería arruinar su reputación dentro de la empresa, sobre todo siendo la nueva, y al frente de un puesto elevado. Porque ante cualquier escándalo todos los que ya la miraban con envidia y desprecio, y que eran muchos, la atacarían sin cesar hasta convertirse en la indeseada de la empresa. Probablemente, alguien con experiencia como Jorge sabía de esas cosas y por ello se atrevía a ser tan grosero, conocía de la propia ambición de Elisa y de que no hablaría porque deseaba ascender. Entonces calló ante la entrada de Raquel.
Jorge esbozó la clásica sonrisa que recordaba a un sapo. Raquel le devolvió la sonrisa. Elisa no pudo hacerlo, pero se mantuvo serena.
Cuando por fin ella y Jorge se quedaron solos, Elisa pensó que quizás ya era el momento de enfrentar a Jorge, de al menos hacerle saber que ella no se dejaría humillar con sencillez. No obstante, Jorge se le adelantó:
—Sé qué vez la vida color de rosa. Se te nota. Espero que no olvides que soy tu jefe. Y si un día quieres ascender en esta empresa, no deberías hacerme enojar nunca.
Elisa estaba contra la pared. Intentó callar una vez más, pero se dijo que por lo menos debía defenderse con sutileza.
—Es bueno saberlo —dijo Elisa—. ¿Sabe? Hoy vendrá a recogerme su sobrino, hemos comenzado a salir.
No reveló demasiado la respuesta de Jorge. Elisa no supo si aquello le habría molestado a su jefe. ¿Y qué importaba?, ya las palabras fueron liberadas, había declarado una guerra helada, y quizás, sin saberlo, la habría ganado de antemano.
Algunos días después, al salir del trabajo, Ever buscó a Elisa. Y Elisa, a propósito, se quedó platicando con Ever en la entrada de la empresa, con el fin de que Jorge, al salir, los viera juntos; de ese modo, le haría saber que ella nunca dijo mentira alguna.
Y entonces sucedió. Jorge no pareció siquiera sorprendido, muy al contrario se mostró alegre y saludó con calidez a su sobrino, y de la misma manera se despidió de Elisa.
Por dentro Elisa estaba radiante de felicidad, al fin se había librado del pesado de Jorge y sus manos largas. La estrategia funcionó prácticamente desde el primer día.
Sin embargo, Elisa sabía que era imposible mantener la mentira durante mucho tiempo sin el apoyo de Ever. Jorge era su tío, y se miraban con frecuencia en las cenas familiares. Elisa debía ser honesta cuanto antes.
Elisa, en su auto, siguió a Ever hasta el estacionamiento de un restaurante. Aquello irradiaba romanticismo. Elisa miró al cielo nocturno y suspiró, «¿en qué me he metido?», pensó.
Tantas cosas que habían sucedido, y entre más embrollada era su vida laboral, menos tiempo le podía dedicar al hermanito. Elisa llegó a un punto en que los sentimientos de culpa comenzaban a rebasarla.
Encima, comenzaba a sucederle algo inusual. Sueños impropios se colaban durante las noches. Amanecía en una calentura inconsolable y sobre la que no ostentaba tiempo de acallar. Por si fuera poco, tales sueños tenían de protagonista al hermanito. En los sueños él la penetraba y eyaculaba dentro de ella sin condón. Entonces ella tenía un orgasmo espantoso y delicioso. Por las mañanas solo quedaba calentura y culpa. Ella no debía soñar esas cosas con su propio hermanito menor.
No obstante, no le daba culpa mentir sobre que mantenía una relación con Ever. Aunque sí le inquietaba que la descubrieran por el descuido de no tener el tacto para convencer a Ever de que fuese su novio falso. ¿Pero cómo haría aquello? ¿Y si en lugar de convencerlo de que fuera su novio falso, por qué no lo hacía su novio en verdad, al menos mientras ella ascendía de puesto?
Al terminar la cena con Ever, hubo un silencio que Elisa aprovechó confesar.
Reveló a Ever lo que Jorge le hacía a ella en la empresa. Elisa terminó llorando. No sabía exactamente por qué, pero era algo necesario para que Ever se compadeciera de ella y le apoyara.
Ever comprendió la situación y se apiadó de ella. Dijo que bien podría hablar con su tío y poner un alto a la situación, mas Elisa le pidió que no lo hiciera. Sin embargo, Elisa no le contó sobre la mentira que hizo tragar a Jorge sobre que estaban saliendo. Y aquello quizás fue un error, porque, mientras Elisa lloraba, Ever se acercó a ella y la abrazó con delicadeza. Elisa se sintió incómoda.
Ever pagó la cuenta y salieron al estacionamiento. Ever se acercó a Elisa, y la tomó del brazo. Elisa se dejó tocar. Ever al parecer lo tomó como una señal, porque la agarró de la cintura y la atrajo hacia sí. Entonces quedaron sus caras muy cercanas. Elisa no se apartó. Ever acercó sus labios. Elisa le correspondió.
Tras un morreo de varios minutos. Ever se hincó y le pidió que fuese su novia.
Camino a casa Elisa reflexionó sobre aquel momento. Sin duda, Alex jamás debía saber lo que ella le dijo a Jorge: que salía con Ever. Aunque en ningún sentido, Alex debía verla coqueteando con Ever, eso no podía suceder o se distanciarían aún más. Y solo era eso de momento, porque Elisa no pudo responder ante la pregunta sorpresa de Ever. En cambio, le respondió que se lo pensaría. Ever con actitud críptica aceptó.
Elisa llegó a casa y sus padres le dieron una bienvenida casi ceremonial.
—Nos iremos a las seis —dijo Davin —. El vuelo sale temprano.
—Asegúrate de que todo esté en orden —dijo Mara.
—Ya nos despedimos de tu hermano —dijo Davin.
«Qué comunes se volvieron estas despedidas», reflexionó Elisa.
Elisa en su habitación, sin inmutarse por el viaje de sus padres, comenzó a masturbarse. ¿Qué le pasaba últimamente? Los dedos salían y entraban poseídos de aquel lugar tan caprichudo. Muchas cosas pasaron por la mente de Elisa. Deseaba terminar rápido, entonces podría organizar el día siguiente y dormir. Y a pesar de estar tan necesitada, no terminaba, su vagina le imploraba quedarse mucho tiempo disfrutando de la sensación. Por otro lado, Elisa deseaba acabar lo antes posible.
Comenzó a hacer una lista de cosas que le calentaban cuando se masturbaba. Algunos años atrás, pensaba en los chicos que le gustaban, mucho antes de eso, pensaba en actores y personalidades inalcanzables del espectáculo. ¿Ahora quien era ella? ¿Qué cosas le provocaban orgasmos? Se dijo que ya no se conocía a sí misma; era otra Elisa, en un universo alterno, uno distinto al de aquellos pasados, aunque real, un universo que era el suyo y que lo compartía con su hermanito.
Fue en aquella reflexión, y justo cuando salió a colación el hermanito, que brotó de ella una sensación magnífica, sucia y placentera. Un ardor de gusto indescriptible; y tuvo su orgasmo. ¿Es que ahora se venía cuando se abstraía en complejidades? ¿Qué demonios le pasaba a Elisa?
A pesar de todo, Alex no creía lo que decían Joel y Rodrigo. Él no veía en la actitud de María nada que indicara que ella gustaba de él. Era de hecho, una idea absurda e irreal. No valía la pena ilusionarse con mujeres así. Sin embargo, Alex admitía que María era un sol personificado, era simplemente una persona increíble y amistosa. A estas alturas podría decir que era su segunda hermana, o su mejor amiga.
Ese día Alex salía de la escuela a lado de Violeta, Rodrigo y Joel. Si ese día Melissa hubiese ido a clases, sin duda estaría junto con ellos. Los cinco se habían vuelto inseparables. Y la insospechada amistad entre Violeta y Melissa sorprendió a todos, como un iluminado tesoro encontrado en el fondo de un abismo oceánico. Alex se alegraba profundamente por eso.
Ese día le tocaba irse solo. Y cuando Alex se despedía de sus tres amigos, que por azares del destino caminaban en la misma dirección para tomar el autobús, escuchó su nombre del otro lado de la acera. Una chica hermosa en un auto deportivo rojo fresa.
Alex enfocó la mirada y se pasmó cuando descubrió que era nada más ni nada menos que María. «Qué increíble», se dijo Alex.
—¡Alex! —gritó María de nuevo.
—Ve con tu novia hermano —dijo Rodrigo en una amplia sonrisa.
—Me impresionas —añadió Joel, y le dio unas palmadas a Alex.
Alex miró a Violeta. Parecía bastante sorprendida, y no parecía entender lo que sucedía. Tras sostener unos segundos la mirada a Alex, comentó:
Alex hizo seña de amor y paz a sus tres amigos y cruzó la acera.
—¿A dónde vamos? —preguntó Alex.
—Hay un lugar aquí cerca que me gusta mucho, ya verás —dijo María que estaba al volante.
Varios altos, varias vueltas, algunos acelerones, y unas felices melodías cantadas por María, llegaron a un café.
Ahí sentados el uno frente al otro, Alex alcanzaba a oler el aroma de María; era delicioso. Alex se hallaba muy nervioso y al mismo tiempo feliz. María estaba relajada y parecía disfrutar cada segundo de su existencia. Alex se preguntó por qué estaba tan feliz.
Platicaron durante un par de horas que a Alex se le pasaron volando. María le pidió actualización sobre las cosas en su casa y de la relación de él con Elisa. Por su puesto, Alex no podía hablar de las cosas que habían hecho, pero sí mencionó que se hallaban algo distanciados y que la hermana mayor se la pasaba trabajando. Alex también hizo sus preguntas y María se las devolvía. Conversaron de tantas cosas que Alex no recordaba todo.
María pagó la cuenta y llevó a Alex a una cuadra de su casa.
—No quiero que tu hermana me vea contigo; me mata —dijo María—. Y ya sabes, tú y yo, nunca nos vimos, y por el momento solo amigos.
—No diré nada —dijo Alex; aunque no entendió lo de la amistad.
A medio camino, ya en su soledad, Alex vio que una figura femenina se dirigía hacia él. No le dio importancia hasta que la chica estuvo lo bastante cerca como para reconocerla.
Melissa. No sonreía, aunque tampoco se le miraba afligida.
—Estuve tocando en tu casa —dijo Melissa—. Y te llamé…
—Perdón, no estaba en casa —respondió Alex—. No le presté atención al teléfono.
—¿Vamos a tu casa? —preguntó Melissa.
Alex se puso nervioso de estar a solas con Melissa. Ella también olía bien, y era de reconocer que sin el uniforme lucía más bella.
—Paola y yo ya arreglamos las cosas —comentó Melissa cuando caminaba por la habitación de Alex curioseando sus pertenencias.
—Me alegro, de verdad —dijo Alex—. Con eso de que ella y Joel…
—Bueno ya era hora de que se hicieran novios —dijo Melissa sonriendo.
—Sí ¿Entonces a que te referías tú?
—No, a nada —dijo Alex sabiendo que metió la pata, aunque también se sentía desconcertado porque Joel no le había mencionado ningún noviazgo.
—Ahora me dices —dijo Melissa con una sonrisa alegre que decía que Alex le soltaría todo.
—Es que, me dijo que tuvieron relaciones…
—Alguno de los dos miente, ¿no crees?
—O los dos dicen una parte de la verdad —dedujo Melissa—. La pregunta importante es por qué cada uno ocultó algo.
—Ni idea —dijo Alex—. ¿Tienes hambre?
Bajaron a la cocina. Alex buscó alguna comida que su hermana le hubiera dejado preparada. En su lugar encontró una escueta nota a la que se adjuntaban un par de billetes. Esta decía: «No tuve tiempo de prepararte algo. Te dejo dinero. Pide una pizza». Alex suspiró.
—¿La pedimos? —inquirió Melissa.
Ya comían la pizza cuando Melissa de pronto comentó:
—¿Sabes? No sé por qué pensé que me encontraría con tu hermana.
—Qué va, ella no pasa mucho tiempo en la casa —dijo Alex mientras saboreaba un champiñón—, se la pasa trabajando.
—No tenía esa imagen de ella —dijo Melissa.
—Bueno, es lo único que le importa a ella —dijo Alex—. Y la verdad no lo entiendo porque mis padres tienen dinero de sobra, no es que lo necesite.
—Podría ser que, ya tiene ganas de independizarse o algo así —razonó Melissa.
—Pues que quiere juntar dinero y vivir sola, por su cuenta; obvio ya no quiere depender de tus padres.
Alex se sumió en un silencio. Aquel comentario, le respondía esa duda tan fuerte. ¡Su hermana quería irse de la casa! ¡Él se quedaría solo!
—¿Te pasa algo Alex? —dijo Melissa—. Te noto muy serio.
—No es nada —dijo Alex—. Es… no es nada.
—Dime —insistió Melissa—, puedes confiar en mí.
—Me he sentido solo últimamente —dijo Alex—. Me la paso aquí sin nada que hacer y sin nadie. Mis padres se fueron de viaje, y a veces veo a mi hermana en la comida. Ella llega noche, y cuando llega estoy dormido.
—Pobrecito… —dijo Melissa mientras le acariciaba el cabello.
Alex enmudeció. Y nunca antes Melissa lo abrazó como en esa ocasión. Alex sintió la calidez y la autenticidad de aquel abrazo.
—¿Sabes? —dijo Melissa—. Me gustas mucho.
Se vieron a los ojos. Alex apenas podía sostenerle la mirada, se sentía menos; en ese momento sentía terror.
—¿Qué ha cambiado? —preguntó Alex de pronto.
—Fui una tonta —respondió Melissa e hizo algo que tomó a Alex desprevenido: le sobó la entrepierna.
Melissa se abalanzó sobre Alex, y comenzó a besarlo. Alex cayó hacia atrás en la comodidad del sillón de la sala.
Alex sintió el aliento de Melissa fundiéndose con el suyo. No sentía su lengua, no era un beso invasivo. Los de su hermana mayor sin duda lo serían.
Melissa se las arregló para sacarle el pene del pantalón mientras se besaban. Comenzó a masturbarlo con una mano, el beso continuaba tierno y contundente al mismo tiempo.
Melissa detuvo el beso y bajó al suelo. Miraba a Alex a los ojos, hipnotizándolo. Alex abrió las piernas en un instinto.
Melissa abrió su boca y agachó la cabeza. Alex sintió su pene envuelto en aquella humedad cálida y deliciosa. Melissa bajaba y subía rápidamente. Los sonidos de succión con los que Alex ya estaba familiarizado gracias a su hermana mayor, salieron a la luz.
De pronto, fuera de la casa, se escuchó el motor de un auto. Las luces de ese mismo auto, traspasaron las cortinas.
Melissa se incorporó. De su bolso sacó un pequeño espejo y comenzó a arreglarse el cabello. En eso entró Elisa que los miró petrificada en la entrada de la casa.
La decisión estaba tomada de antemano. La respuesta era que no sería novia de Ever, ni de chiste. Simplemente, no le gustaba y no existía nada en el mundo que la obligara a contaminarse de tales sentimientos. Sí, era un chico agradable, y sí, no era mal «partido», pero simplemente no estaba Elisa en sintonía con esas cosas. Cualquier noviazgo debería esperar a que ascendiera de puesto, ella en teoría era un dolor de cabeza ante cualquier hombre que anduviese con ella en esa época en la que solo deseaba respirar trabajo. Tantos sacrificios efectuados como para que un chico le arrebatara sus posibilidades.
Luego vendrían los problemas de pareja, los celos, la falta de tiempo, las peleas, la falta de sexo. No gracias.
Ahí fue donde cometió un error fatal, en su necesidad o estupidez en decírselo. Se lo dijo el día en que encontró al hermanito con la zorrita. Melissa, Melissa, Melissa, la que tanto daño hizo a Alex, la que jugó con sus sentimientos inocentes. Y encima, ahí estaba él tras ella, de nuevo, asemejando ser su perrito faldero.
Elisa saludó a Melissa en calidad de bienvenida; desde luego, no lo era. Y luego Elisa dejó las compras del mandado en la mesa. Enseguida se regresó al trabajo.
—Nos vemos en la noche —dijo Elisa sin esperar respuesta.
Al salir del trabajo, ella misma llamó a Ever y lo citó en un café. Fue directa y contundente.
—No puedo ser tu novia —declaró Elisa—. Tengo muchas cosas en la cabeza. Mis padres se encuentran fuera de la ciudad y tengo muchas responsabilidades. Estoy enfocada en mi trabajo.
—Lo entiendo —dijo Ever—, no tienes que decir más.
Enseguida Elisa vio a Ever que se levantó y se fue. Ni siquiera tuvo tiempo de proponerle una amistad o de que, de favor, le siguiera el juego de que sí eran novios. Se quedó con las palabras atascadas en la garganta. No le podía faltar más al respeto a Ever.
Elisa de verdad esperaba que Ever le hablaría de nuevo, que se le pasaría el enojo, o la decepción. No sucedió. Ever se distanció. La bloqueó de las redes sociales incluso. Elisa se dio cuenta de que ya ni siquiera podrían ser amigos.
Un día después le entró el temor de que Jorge se diera cuenta de que ella y Ever ya no se miraban siquiera. Y en verdad era cuestión de tiempo: una pregunta en la cena del fin de semana, o del siguiente, y listo.
Los padres le hablaron ese mismo día. Mara y Davin aseguraron estar bien, y prometieron hablar al día siguiente. Elisa de verdad necesitaba una perspectiva diferente acerca de sus problemas, pero sus padres tenían prisa.
Luego estaba el tema del hermanito y la putilla esa. ¿Y si el hermanito comenzaba a salir con todas las zorras de la escuela? Peor aún, y viendo que sus hormonas eran incontrolables, qué tal que se iba a ver prostitutas en la zona rosa, y luego contraía una enfermedad sexual por ello.
Y si el hermanito decidía irse de la casa con alguna mujer, ¿cómo ella lo encontraría?
En ese momento Elisa se dio cuenta de que se sentía sola y que si el hermanito la abandonaba su vida dejaría de tener sentido. El hermanito era el motor de su vida, por él trabajaba tanto. Así y todo, solo le quedaba seguir luchando con todas sus armas.
Elisa esa noche no pudo evitar masturbarse, se hallaba en una mezcla de frustración, cansancio y calentura que la tenía harta. Primero pensó en un hombre aleatorio, luego ante el fracaso intentó pensar en Ever. El orgasmo no llegaba. Sus dedos enloquecidos se dedicaban al cien por ciento a la tarea. No existía en ese instante nada más importante.
Luego, recordando lo que sucedió la última vez que se masturbó, sucumbió a la loca idea de imaginar al hermanito encima de ella. Fue el accionar un interruptor; efecto inmediato. Un demente placer morboso se desató en el origen de su intimidad de mujer. «¿Por qué siempre con mi hermanito, por qué me pongo así?», pensó Elisa. No encontró respuesta, y menos ante el gusto tan malsano al que acababa de entregarse en condición de toda una puta.
La culpa le invadió en una repentina tormenta interior. «Es la última vez, que hago esto. Una cosa son las clases para que mi hermanito aprenda sobre la vida de las mujeres, y otra, otra es que yo me de esa clase de… Estoy enferma… Ya no más», se dijo Elisa.
Elisa salió de su habitación en una inspiración de hablar con el hermanito. Lo encontró dormido. Lo observó con enorme ternura. Sin duda debía comenzar a darle la atención que ella tanto deseaba darle, la que el trabajo no le permitía. Con suerte, pronto terminaría una lucha que le daría algo de descanso. Y es que no podía permitir que el hermanito se perdiera, que comenzara una vida enfocada en el sexo con mujeres, una que lo llevaría a un sufrimiento enorme.
Muchas de las chicas de esas edades solo buscaban saciar sus instintos, y ni hablar de los chicos.
Elisa se sentó en el borde de la cama. Acarició aquellos cabellos del hermanito. Le dio un beso en la cabeza. Se metió en la cama con él, y se quedó dormida enseguida.