El favorito de mi tía.
A menudo se habla de las ventajas de ser el hermano mayor o el pequeño, pero nadie tiene en cuenta lo que supone ser el del medio. Según mi experiencia, consiste en pasar inadvertido para todo el mundo, especialmente para la familia. No acaparas atención ni eres el favorito de nadie, ese era mi mayor problema.
Mi hermano mayor, Isaac, tenía veinte años y era el ojito derecho de mi padre. Compartían la pasión por el fútbol y desde niño lo llevaba a todos sus partidos, nunca se perdía uno. Podían pasar horas charlando de tácticas y jugadas que yo no entendía, lo que me dejaba excluido de una conversación a la que ni siquiera estaba invitado. Daba igual que fuese un estudiante pésimo que a duras penas consiguió terminar la educación secundaria y llevara años como reponedor en un supermercado, sin más ambición que esa.
Mi hermano pequeño, Julen, era el niño bonito de mamá. Siempre iba detrás de ella a todas partes. A los dos les gustaba la lectura. Solían leer los mismos libros y luego los comentaban. A mí me parecía de lo más aburrido, pero también es cierto que yo no tenía sus capacidad intelectual. Siendo muy niño descubrieron en él un gran potencial que llenó de orgullo a nuestra madre. Enseguida se puso manos a la obra para convertirlo en un cerebrito.
Por aquel entonces, yo tenía diecisiete años. Me gustaba el deporte, pero no lo practicaba demasiado, así que no tenía demasiado en común con mi padre. Era muy buen estudiante, pero no tenía una mente privilegiada, por lo que mi madre se olvidó de mí para centrarse en Julen, la gran esperanza de la familia, como lo llamaba ella.
No era solo una cuestión de simple favoritismo. A menudo sentía que me ignoraban, que no formaba parte de la familia, y que en ocasiones no se molestaban en contarme cosas importantes que mis hermanos sí sabían. Aquello me ponía de muy mal humor, pero siempre insistían en que era yo, que no me enteraba de nada. Una mañana, hablando con Isaac, me di cuenta de hasta qué punto pasaban de mí.
- Qué poco queda para la boda de la tía Greta.
- Axel, esa broma no hace gracia.
- La tía lo está pasando muy mal.
- Por el trauma que le supuso el enterarse de que su prometido la engañaba.
- Hace un mes. Todos estuvimos en su casa animándola. ¿No te acuerdas?
- Yo no estuve. Ni siquiera me lo habíais contado.
- Seguro que sí, pero no escuchas.
La tía Greta era la persona que más me gustaba de toda la familia. Nadie se había molestado en contarme por todo lo que había pasado. Tenía treinta y un años y llevaba desde la adolescencia con el mismo chico. Justo dos meses antes de la boda, descubrió que llevaba años poniéndole los cuernos. Me sentía fatal por ella y por no haberle podido mostrar mi apoyo.
Cuando por fin me lo contaron todo, también me dijeron que se había cogido la baja por depresión y llevaba un mes encerrada en casa. No sabía si tendría ganas de visitas, pero necesitaba hablar con ella urgentemente. Una tarde, al salir del instituto, decidí ir a verla con la intención de pedirle perdón por no haberle mostrado antes mi apoyo.
Pensé que estaría enfadada y ni siquiera me abriría la puerta, pero sí lo hizo, después de mostrarme una sonrisa fingida. Tanto la casa como ella, estaban hechas un desastre. Un pijama sucio y su melena enmarañada camuflaban lo que siempre había sido: una mujer guapa y alegre. Había perdido peso, lo que hacía que sus grandes pechos resaltaran más todavía.
- Tía, no te lo vas a creer, pero me acabo de enterar de lo tuyo.
- Veo que te siguen ignorando.
- Yo también soy la hermana del medio, te comprendo.
- Si hay algo que pueda hacer por ti...
- Te lo agradezco, Axel, pero no tengo ganas de nada.
- No quiero verte así, eres muy joven, tienes mucha vida por delante.
- Lo sé, pero ahora mismo no consigo ver nada con claridad.
- ¿No hay nada que te haga ilusión?
- Todas mis ilusiones estaban puestas en la boda y en la luna de miel.
- A Venecia, coincidía con el carnaval.
- Pues ahí tienes los billetes de avión, el hotel reservado... todo.
- Te parecerá una locura, pero, ¿por qué no vamos tú y yo?
- ¿Me lo estás proponiendo en serio?
- Sí, pero supongo que no estaría bien.
- Porque tienes otros dos sobrinos que seguro que también querrían ir.
- No entiendo por qué. No soy el mayor ni el pequeño.
En eso sí tenía razón. No era algo que pudiera hacer que mis padres se sintieran orgullosos, pero era el más guapo de los tres. Isaac ligaba menos que nuestro abuelo y Julen, además de ser demasiado joven, tenía una forma de ser que no hacía augurar un gran futuro con las chicas. Pero yo no solía tener demasiados problemas para ligar. Aunque la timidez y los estudios impedían que le sacara más partido a mi atractivo, ya había tenido algún que otro encuentro sexual.
No fue una gran revelación que mi tía pensara que era guapo, pero sí me provocó cierto cosquilleo que me lo dijera. No estaba acostumbrado a recibir halagos dentro de la familia, y este había llegado de la mejor persona posible. Me hacía mucha ilusión hacer ese viaje con ella y tener la responsabilidad de sacarla del pozo en el que se encontraba.
Como era de esperar, mis dos hermanos protestaron al enterarse de la noticia. A mis padres tampoco les hizo ninguna gracia. Mi madre creía que era mejor que fuese Julen el que viajara a Venecia para empaparse de su cultura. Por otro lado, mi padre prefería que fuese Isaac, ya que en Italia tendría la oportunidad de ver grandes estadios de equipos de fútbol. Pero yo no pensaba renunciar... y mucho menos por ellos.
Pero por suerte, ni siquiera la presión que ejerció mi madre en su hermana pequeña surtió efecto. Mi tía estaba empeñada en que fuese yo su acompañante. Incluso llegó a amenazar con seguir encerrada indefinidamente en casa si le seguían tocando las narices. Como lo más importante era que mi tía recuperara el ánimo, a mi madre no le quedó más remedio que ceder.
La actitud de mi tía cambió de inmediato. Aunque todavía faltaba un mes, comenzó a salir de casa para ir comprando todo lo que necesitábamos para el viaje. En realidad, era una excusa para renovar su vestuario y dejar atrás todo lo que le recordara al infiel que le había roto el corazón. A menudo contaba conmigo para ir a hacer esas compras y comer en buenos restaurantes, aprovechando que comenzaba a un recuperar el apetito.
- Tita, deberíamos ir mirando los disfraces.
- No te tienes que preocupar por eso.
- A mí me gustaría ir de tortuga ninja.
- Sí, claro... y yo de Pikachu.
- Pues entonces yo podría ir de...
- Axel, los disfraces los tengo desde hace tiempo.
- Sí, tú vas a llevar el del que no debe ser nombrado.
- No, tonto. Me refiero al disfraz que ya tenía comprado mi ex.
- Es un traje clásico y una máscara veneciana.
- Tenemos entradas para una fiesta muy elegante.
- Bueno, mientras podamos probar una buena pizza italiana.
Lo de los disfraces clásicos y los bailes de gala no era lo que me esperaba, pero ya que me salía gratis, qué menos que complacer a mi tía en todo. Seguía deseando que llegara el momento de hacer ese viaje, aunque solo fuese por dejar de escuchar las quejas de mis hermanos.
El mes se hizo eterno, pero finalmente llegó el momento de partir rumbo a Venecia. Lo que menos me gustaba era que me tenía que perder varios días de instituto, pero estaba seguro de que merecería la pena. Con algo de nervios por ser mi primera vez, subí al avión con mi tía. El vuelo duró un poco menos de dos horas y fue bastante bien, quitando el momento del despegue. Durante todo el trayecto fuimos hablando de todo lo que teníamos por hacer.
Mi tía ya parecía la misma mujer de siempre. Nada que ver con la que me había encontrado un mes atrás. Incluso había recuperado parte del peso que había perdido, volvía a estar preciosa. Llegamos al hotel y dejamos las maletas. Habían reservado una suite nupcial, una habitación llena de lujos.
Lo primero que hicimos fue ir a cenar a una pizzería, por supuesto. Nos pusimos hasta arriba de comer, casi salimos rodando del restaurante. Habíamos planeado dar una vuelta nocturna, pero preferimos volver al hotel, estábamos llenos y teníamos mucho cansancio acumulado.
Como era lógico, la suite tenía una única cama. Era enorme, pero aun así, me imponía un poco de dormir con mi tía. Mientras ella se cambiaba, yo fui al cuarto de baño a ponerme el pijama. Al salir, todavía se estaba subiendo el pantalón y le vi el culo. No necesitaba verla desnuda para saber que había que ser un imbécil para dejar escapar a una mujer así, pero la visión de su perfecto trasero me lo confirmó. Esperé a que terrminara para ir hacia la cama y los dos nos acostamos.
- Supongo que esto no era lo que tenías planeado para tu noche de bodas.
- Claro no, pero doy gracias por haberlo descubierto todo.
- No tardarás en encontrar a un hombre mejor.
- Me había acostumbrado a él, pero sé que no era gran cosa.
- Y menos para una mujer como tú.
- Jolín, tita, si yo estuviera con una como tú, jamás la dejaría escapar.
- Ya me gustaría a mí tener un chico tan guapo y noble.
- Pero algo más mayor, yo no creo que pudiera dar la talla.
- Cuéntame lo que sea, no me dejes así.
- Digamos que no me tenía demasiado satisfecha.
- Exacto. ¿Ves mi dedo meñique?
- Te lo digo totalmente en serio. Y he estado toda la vida con él. Imagínate.
- O sea, que nunca has echado un buen polvo.
- Me fastidia confesar esto a mi sobrino, pero no.
- Bueno, ahora que estás soltera, todo es posible.
- Eso espero, Axel, eso espero.
Después de mi primera conversación sobre sexo con mi tía, nos deseamos buenas noches y, tras un beso demasiado cerca de los labios, nos dispusimos a dormir. Cada uno estaba en un extremo de la cama, pero amanecimos muy pegados. Cuando abrí los ojos y descubrí que mi tía tenía medio cuerpo sobre mí, incluida una de sus tetazas, se añadió más dureza a mi ya de por sí erecta polla. Me hice el dormido hasta que ella se despertó y no salí de la cama hasta que se fue a la ducha.
Era una gran forma de empezar un día que iba a ser perfecto. Hicimos un montón de visitas culturales, degustamos la pasta y otros manjares italianos y vimos el desfile de carnaval. Disfrutamos, con la música, los disfraces, las góndolas engalanadas. Nuestra complicidad iba en aumento, cada vez me sentía más unido a mi tía. No solo como sobrino.
Esa misma noche teníamos el evento que tanto esperaba mi tía. Un cóctel y posterior baile de máscaras en la embajada española. Fuimos al hotel para ponernos los disfraces. En esa ocasión, nos cambiamos el uno delante del otro. Pude ver sus braguitas y su sujetador, un conjunto negro que prendió la chispa del deseo en mí. Mi traje me pareció excesivamente serio y la peluca ridícula, pero su vestido llevaba un escote que me daba toda la alegría que me faltaba a mí.
En contra de lo que me esperaba, me lo pasé muy bien. El baile nunca había sido lo mío, menos aún ese tipo. No sabía bailar lento, estaba seguro de que la iba a pisar y sería un desastre. Pero mi tía me guió en todo momento. Colocó una de mis manos en su cintura, ella me sujetó el hombro y me cogió la otra mano.
El deseo por mi tía iba creciendo en mi interior, pero el hecho de estar disfrazados, de llevar máscaras, daba cierta sensación de estar bailando con una desconocida y me permitía actuar como si así fuera. La distancia entre nuestros cuerpos se iba estrechando y la mano que tenía en su cintura cada vez bajaba más. Ella apoyaba su cabeza en mi hombro, lo que me permitía inhalar su perfume y desearla todavía más. Sus manos tampoco estaban quietas. Recorrían mi espalda, mis bíceps. Sin decir una sola palabra, nuestra temperatura se iba elevando.
Por miedo a lo que pudiera suceder después, seguimos bailando hasta que el acto terminó. Fue entonces cuando no nos quedó más remedio que emprender el camino de vuelta al hotel. Caminamos en silencio, agarrados por el brazo. La iba mirando de reojo y notaba que ella hacía lo mismo. La tensión se palpaba en el ambiente, sobre todo cuando subimos al ascensor.
En la segunda de las cinco plantas que teníamos que subir, ninguno de los dos pudimos aguantar más y nos besamos. Eran besos apasionados que contenían todas las ganas reprimidas durante el baile. Cuando llegamos al quinto piso, fuimos sorprendidos por varios huéspedes que esperaban para bajar. Nos cogimos de la mano y corrimos hacia nuestra habitación.
Una vez dentro, nos seguimos devorando el uno al otro. Intentábamos meternos mano, pero los ropajes lo hacían muy complicado, especialmente su vestido. Me tenía contra la pared y me agarraba el paquete con fuerza. Separó sus labios de los míos y pasó a mi cuello, donde comenzó una serie de besos que iban descendiendo a medida que sus rodillas se iban flexionando hacia abajo, hasta que se encontró de cara con mi bulto. Desabrochó el botón y me dejó desnudo de cintura para abajo.
- Joder, Axel, esto sí que es una polla grande.
- Métetela en la boca, por favor, lo necesito.
Comenzó lamiéndome la punta. Noté las primeras descargas de placer cuando su lengua recorrió la sensible piel de mi glande. Apoyé una mano en su cabeza y ella empezó a mamar. Se la fue metiendo poco a poco, circundando mi falo con sus gruesos labios. Notaba como me la humedecía con su saliva, justo antes de comenzar los movimientos de cuello.
Realmente le costaba tragar, pero le ponía empeño, ganas, ansia... me la succionaba mientras me agarraba los huevos, dándose el festín de polla que nunca se había dado y que merecía una mujer de bandera como ella. Se agarró a mis piernas y aumentó la velocidad. Apenas paraba unos segundos para coger aire y volvía a la carga. Le arranqué la peluca y la sujeté con fuerza del pelo. Cuando ya no pude aguantar más, tiré de ella hacia atrás y me corrí. Varios chorros de leche impactaron en su cara, su escote e incluso en el vestido.
Sin darme tiempo para recuparme, se metió las manos debajo del disfraz, se quitó las bragas y me las tiró a la cara. Después se tumbó en la cama y se subió el vestido por encima de la cintura. Abierta de piernas, me ofreció su coñito totalmente depilado.
- Ya va siendo hora de que me folle una buena polla... y no se me ocurre ninguna mejor que la de mi sobrino favorito.