Clases Particulares Día 2
Continuación de: "Clases Particulares Día 1 Parte 2"
Día 2
Capítulo 6: Blackjack
Un encuentro de miradas. Valentina de un lado y yo del otro como un duelo de pistoleros en el viejo oeste. Esperando que el otro hiciera el primer movimiento. Una pelusa voló entremedio de nosotros, análoga a las bolas de arbustos del desierto.
De continuar con la metáfora, debería decir que Valentina ocupaba el puesto del Sheriff, me había atrapado mancillando a tres jovencitas del pueblo. Que falta me hacía un caballo. Me imaginé en mi auto, acelerando sobre la marcha.
—Soy inocente. Ya te lo dije, y tus hermanas también. Estábamos viendo películas, y la última película era tan mala que nos dormimos en el sillón.
—¿Los cuatro en el mismo sillón?
—Es el que posee mejor vista —mentí—. Valentina, esto no tiene sentido. No cogimos, no hicimos nada malo.
—Coger no es lo único que está mal —arremetió con los ojos a punto de estallar—. Aprovechaste que Maca y Antonella estaban dormidas para meterles mano.
—Yo también estaba dormido —me defendí—. Basta, Valentina, cortala o me voy.
¿Era acaso esto lo que la gente definiría como una pelea de pareja? Porque yo sentía que lo era. Y lo más triste era que Valentina no era ni por asomo mi pareja. Fue entonces que nuestra discusión fue interrumpida. Maca había entrado con la delicadeza de un cisne.
—Hay una chica en la puerta —comunicó—. Dice que te conoce Valentin.
Éramos pocos y parió la abuela, pensé al reconocer a la fémina en cuestión.
Sorprendentemente, Margarita destaca de entre tantas bellas mujeres. En su colegio estaba en el top de las más hot, no me lo habían dicho pero no tenía duda. A diferencia de las chicas Rhodes que poseían una cabellera lacia (variando de tonalidad de rubio entre hermana), Margarita llevaba una melena marrón, en un bucle de rizos que caían como una cascada caóticamente ordenada. Con botas marrones, gafas de sol, unos jeans pegados y una blusa de tirantes, Margarita lograba transmitir frescura.
Mientras bajaba por las escaleras, no pude evitar compararla con su madre, mi tía política. Poco había sacado de ella (Jimena era morocha con un pelo azabache). Según me habían dicho mis padres, Margarita era la copia de mi difunta abuela: ojos grandes, pelo marrón y nariz pequeña. En muchos sentidos, el hecho que ella y yo fuéramos familia no encajaba. Pero para bien o para mal lo éramos.
—¿Julieta? —preguntó Valentina detrás de mí.
—¿Cómo sabes de Julieta?, ¿leíste mis conversaciones?
—Valentin —saludó Margarita—, te ha ido bien en la vida, pequeño suertudo. Adinerado, con casa nueva y una linda novia —fijó su mirada en Valentina. Examinándola de arriba a abajo.
—¿Sé puede saber quien diablos sois? —preguntó Valentina sin rodeos.
—¿Por qué será que a los chicos tímidos les encantan las mujeres con carácter fuerte? —Noté las maletas al pie de Margarita—. Me ha enviado la señorita de Romina, vengo trayendo las cosas de Valentin. Y soy la prima.
—¿Y dónde está mi madre? —preguntó Maca, una vez nos alcanzó—. ¿Por qué tarda tanto en venir?
—Está con mis viejos, supuestamente trabajando en un nuevo emprendimiento. Van a aprovechar la situación para pulir detalles. Me dijo que les dijera que tampoco vendrían hoy. Ah, y también que su casa estaba a mi disposición.
—Qué… —maldijo Valentina entre dientes—. Romina ha enloquecido. Primero Valentin, y después esto.
—Como digas, Valentina Rhodes, me voy a meter a la pileta —se autoinvito. Y rápidamente se esfumó.
—Pero que confianzuda que es —me espetó Valentina entre tanto Maca guiaba a Margarita al patio de recreo de los Rhodes—. ¿Es que acaso tu familia planea ocupar mi casa?
—Yo estoy en contra de mi voluntad. Si por mí fuera, me largaría de aquí. Pero tienes razón, hablaré con ella para que se marche en la tarde.
—Eh Valentín —intervinó Adri desde arriba de las escaleras. Había estado observando la escena tras bambalina. Con sus manos formó dos tijeras—. ¡¡¿Me puedo coger a tu prima?!!
Adriana era un problema. Con cada nueva idea que pasaba por su cabeza, mi corazón se situaba al borde del paro cardiaco. Como un pequeño duendecillo, trazaba sus planes siniestros mientras se frotaba las manos, ansiosa de disfrutar su tan abierta vida sexual.
—Mi hermana es lesbiana —informó Valentina, mientras miramos por la ventana de su habitación la escena sugerente de Adriana con la recién llegada. Margarita llevaba un bikini celeste, de dos piezas, por lo que necesitaba de bloqueador solar ahí donde el bikini no cubría. Adri como buena anfitriona se había ofrecido. Esparciendo la sustancia por toda su espalda, masajeando quizás con demasiado detallismo—. Al menos se mantendrá alejada de nosotros. Por un tiempo.
Con mi celular en mano, Valentina sacó una foto desde la distancia.
—Mi hermana tiene novia. Tatiana.
—Ni la menciones —recordé el video dedicado exclusivamente a ella en la que Adri y yo estuvimos trabajando.
—No. Y ojalá que se mantenga así —Miré inquieto mi celular en sus manos mi archienemiga—. ¿Cómo hiciste para leer los mensajes borrados?
Valentina infló el pecho de orgullo, acompañado con un ademán de astucia en su semblante.
—Desinstale e instale la aplicación de mensajería.
—Y se restauraron todas las conversaciones guardadas en la nube —dije sorprendido por el ingenio de Valentina. Tenía cerebro—. ¿Me vas a chantajear?
—Ya lo sabe todo el mundo. Camilia los vio hace días. Yo ni recordaba que la pendeja existía. Como todos en la escuela. En cambio, vos aunque seas un friki otaku, sos tan reconocible. Famoso de una manera extraña. Leí las conversaciones por curiosidad y… por morbo.
—Sos maléfica —dije pensando en la película.
—Ella no quiere nada serio con vos. —Parecía ser un consejo—. Ella nunca inicia las conversaciones.
—No. Solo quiero hacerte daño. —Carraspeó y luego señaló la piscina—. ¿Qué vamos a hacer cuando nos llamen para ir?
—No vamos a ir, tenemos que estudiar.
—No. Adriana convencerá a Maca para comer en el patio. Y a mi, me va amenazar con llamar a Romina por estar siendo maleducada con la invitada.
Tuvo razón. Al mediodía, en una mesa cerca de la pileta: las tres hermanas Rhodes, Margarita y yo nos agrupamos en torno al almuerzo, formábamos un grupito peculiar. Amigos que por vacaciones habían alquilado una quinta para pasar el verano de forma divertida. Semejante presentación podría encajar al vernos, pero nada más alejado de la realidad.
Yo estaba ahí para dar clases, pero me la pasaba la mayor parte del tiempo… en situaciones acaloradas. Se podía cortar la tensión en el aire.
—¿Y si jugamos un juego? —sugirió Adriana.
—¿Que tienes pensado? —preguntó Margarita cortando rápidamente la negativa de Valentina.
—Reto o verdad —manifestó con completa naturalidad; Valentina y yo nos sobresaltamos en nuestros lugares.
—¿Con límites? —quiso saber Maca.
—Maca ya no sos una niña —dijo Adriana—. Pero si sientes que es mucho para vos, puedes irte a jugar con tus muñecas.
—Le llamas niña, y el jueguito que propones es para niños —espetó Valentina.
—En eso estoy de acuerdo con Valentina —dijo Margarita—. Y si jugamos Blackjack…
—Perfecto —corroboré, Adriana quería jugar y eso no podía evitarse, además Blackjack era un juego inofensivo, ¿verdad? Solo tenías que contar hasta veintiuno con las cartas, y no pasarte de este número.
—... y los que pierdan cada partida se quitan una prenda —continuó Margarita. Semejante imprudencia era el motivo de por qué no me reunía con Margarita salvo en las fiestas familiares. Un recuerdo navideño rasgó mis pensamientos, pero de inmediato volví a sepultarlo. Lo sucedido era un tabú—. Y no podrán vestirse hasta terminar el juego.
Valentina me observó con el rabillo del ojo, y yo también. No dijimos palabra alguna, pero ambos observamos nuestra ropa. Existía la posibilidad de perderlo todo e ir por la casa desnudo.
—¿Y el ganador? —preguntó Maca un poco más sumisa. Quería demostrar que jugar aquellos juegos picantes no le afectaba.
—Un reto —insistió Adriana con su primera idea—. El ganador podrá proponer algún reto.
—¿Cómo “el rey dice”? —comparó Maca.
—Que el ganador elija a uno de entre los perdedores —aportó Margarita.
—Me niego —apoyó Valentina sus manos sobre la mesa. Estaba por levantarse e irse.
—Vaya que cagona que sos —soltó Margarita mientras se acomodaba sus gafas de sol. La verdad es que mi prima se estaba comportando de una manera anormal. Más anormal de lo habitual. ¿Estaba en el bando de Adriana?
—¿No quieres vengarte por lo de ayer? —prosiguió Adriana, fingiendo morder un trasero imaginario—. Si te vas, Valentin estará tan solito como ayer mientras veíamos películas.
—¿Qué pasó ayer? —preguntó Maca.
—Mira, Maca, ayer yo me pasé de la “raya” —miró brevemente la intimidad, la raja de su hermana—. Como sea, Valentina, si ganas podrás hacer conmigo lo que se te plazca, o de querer, sodomizar a tu Valentin.
—Valentin no va a participar —habló Valentina por mí.
—Si va a participar —dijo Margarita, desafiando con la mirada—. Vine a divertirme. Además, Valentin me lo debe.
A lo que se refería Margarita… Me costaba admitirlo, pero el que me vendió el auto estaba enamoradito de mi prima. Ya saben, su número por un pequeño descuento. Ella le coqueteó un poco mientras cerrábamos el trato para luego mandarlo a volar. Desde entonces, Margarita siempre decía que le debía una. “Una”, que una vez se cobraba, volvía a sobreponerse.
—Hazlo —ordenó Adriana. Repitiendo aquel tono que uso para obligarme a meterle mano a Maca. ¿Era su forma de amenazarme? Valentina fijó su mirada sobre mí, esperando una respuesta.
—¡Ja! Valentina por qué no nos haces un favor, ya que estas parada, y buscas el maso de carta —despachó a su hermana con los dedos. Adriana parodió la voz de un comentarista de TV—. Escucha bien, participantes, nadie puede retractarse, una vez pierdan deben quitarse la ropa, y obedecer al ganador. El que incumpla la regla será “eliminado”.
—¿Eliminado? —repetí—. ¿Cómo que eliminado?
—Eliminado del juego significa que vas a recibir un castigo, es muy simple Valentin.
—Adriana me comentó… —añadió Margarita, le dedicó una breve mirada a las piernas de Valentina. Se estaban curando, pero eran visibles ciertas líneas—. Que aquí se castiga a punta de correazos. ¿Veinte?
—No nos limitemos —respondió Adriana—. Así nos aseguramos que a nadie se le ocurra desobedecer el reto.
Lo que fuera que íbamos a jugar no era Blackjack. Y no lo digo por la parte del castigo y recompensa del juego propuesta por Adriana, perder dinero o perder la ropa no cambiaba la esencia del juego en sí. Pero Margarita y el resto de chicas, no jugaban de acuerdo a lo establecido. Jugaban una variante del Blackjack, sin crupier y tampoco era obligatorio enseñar las cartas.
El ambiente era tenso. Analice mis fichas, es decir la ropa que llevaba encima, una camiseta sin mangas, un short, un boxer y un par de zapatillas con sus respectivas medias. Siete. De poder retroceder el tiempo, me hubiera puesto algo encima de la camiseta y un pantalón encima del short.
El juego en sí era injusto porque no todos teníamos la misma cantidad de fichas. La más suertuda o adinerada por así decirlo era Valentina. Sin bikini, a diferencia del resto de participantes, se aseguraba un corpiño y una braga por debajo de la ropa (y el par de medias). Y la pañoleta encima de su cabeza, Valentina sin duda también lo haría contar como una prenda.
—Comencemos —anunció Adriana, repartiendo las cartas.
Miré las dos cartas que habían tocado. Un cuatro de trébol y un rey de picas. Cuatro más diez, pensé sumando en mi cabeza. Catorce. Sí, asentí, podía arriesgarme por una carta más para llegar a veintiuno.
Nos miramos entre todos, era el momento de retirarse para los que quisieran, lo cual costaba media prenda. Dos retiradas sumaban una prenda menos.
Pedí mi tercera carta, igual que Margarita y Valentina. La levanté de la mesa con demasiada teatralidad. ¿Había hecho lo correcto al aceptar jugar? Sí, Margarita y Adriana me habían persuadido, pero fueron aquellas voces las verdaderas razones o solo una excusa barata para poder ver desnuda a Maca y Adriana. Y qué diablos, también a Margarita.
Miré la tercera carta. Una reina… Había perdido.
—Veinte —dijo Adriana, mostrando sus dos Jotas. Margarita tiró sus cartas al ver semejante mano. Solo un veintiuno sería capaz de ganarle.
—Veinticuatro —dije al menos con la dignidad de poner las cartas sobre la mesa.
—Te pasaste —se mofó Adriana—. Bueno, la ropa sobre la mesa, especialmente vos Valentina. Te quiero desnudista, perrita. Hoy vas a lamer mis pies.
—Veintiuno —expuso Valentina sus cartas con una sonrisa. Un cuatro, un siete, y un diez. Maca aplaudió desde su silla—. ¿Qué decías sobre lamer unos pies? —miró la piscina—. Te reto a meter la cabeza bajo el agua.
—Mientras te sostengo el pelo —agregó—. No quiero que te ahogues hermana.
Nadie detuvo la locura de aquel día. En parte porque sabíamos que de ser otro el retado, Adriana lo hubiera obligado de mil formas. Además, la idea de jugar era de Adriana y si se negaba… Bueno, según lo acordado debíamos azotarla hasta el escarmiento.
Sorprendemente, Adriana aceptó el castigo sin quejarse.
Se levantó de su silla, con Valentina detrás. Entonces, Adriana se acercó al límite de la piscina, se arrodilló y acercó la cabeza a la superficie del agua, tan cerca que un pequeño empujo provocaría una caída, como una barra en peso muerto.
—¿Sabes dar respiración boca a boca? —preguntó Maca quien se me había acercado.
—Lo practicamos en la escuela.
—El bombero me dijo que debía practicar más.
—La vida de mi hermana está en tus manos, Valentin.
—En las de Valentina —le corregí. De inmediato, la nombrada actuó sin filamentos. No tuvo piedad. Su agarré, tan fuerte que debía provocar jaquecas en Adriana, ahogó la cabeza de su hermana. Fue realmente un castigo. Algo que solo pasaba en las películas de acción. Cada tanto Valentina le hacía respirar, pero solo por un breve momento, ya que a continuación volvía a hundir la cabeza bajo el agua.
Pasaron los segundos y la desesperación en el cuerpo de Adriana se fue asentando. Al principio había logrado mantener controlado su cuerpo mientras aún le quedaba aire, perpetuando la inmovilidad en sus articulaciones pero varios minutos después, los brazos y piernas buscaban con frenesí salir del filo del pozo.
Entonces, Valentina comprendió que no podía seguir manteniendo prisionera a su hermana. Por lo que opto por tirarla al agua como un pescador que lanza una carnada al mar. Adriana cayó boca arriba y un ¡plop!, proveniente del choque del líquido contra el sólido cuerpo de Adri, resonó en el patio.
Fui a salvarla. No, no me lanze como un salvavida, de hacerlo provocaría más daño que ayuda. Desde los bordes le sostuve, posicione con firmeza mis piernas, y saque su cuerpo de un tirón. Lo cual me debilitó, a punto estuve de caer yo también. Leer y ver series no te proporciona la suficiente fuerza como para levantar el cuerpo de una chica vulgarmente sexy.
Revisé su pulso; seguía respirando. No hubo comentarios una vez se sabía con seguridad que Adriana está viva.
—Mi hermana es una perra. —Fueron sus primeras palabras, tirada entre cerámica celeste de los bordes—. Valentin, me has salvado la vida.
—Nunca te ahogaste. Por la forma que te mantuviste a flote… sabes nadar.
—Valentina está sentada, Maca le está reprochando por tirarte y Margarita está en silencio.
—Bien, ayúdame a levantarme —dijo—, el juego no ha terminado.
La mesa se fue llenando de cosas. Por ejemplo, mi media mojada, las gafas de Margarita y la sandalia de Adriana.
—Y si evitamos que los retos sean tan peligrosos —comenté una vez recibí mis dos cartas—. Ambas ya están a mano.
—Por mí no hay problema —afirmó Adriana completamente mojada y serena (salvó por los ojos rojos debido al cloro)—. Sin rencores.
—El juego se trata de hacer cosas “divertidas” —comentó Margarita con una mano en el muslo de Adriana—. Por ejemplo, si gano, habrá solamente besos y unas cuantas lamidas.
—Valentina se contendrá —corroboró Maca—. ¿Verdad Valentina?
Su respuesta fue el dedo índice levantado, pero todos asumimos que aquello era un: “está bien”.
—Veintiuno —anunció Adriana apenas iniciado la ronda. Un as y un diez de pica—. Valentina, fumemos la pipa de la paz. En mi nombre recibe este regalo. Margarita te reto a besar a mi hermana, con lengua, por supuesto.
Todos asentimos con la cabeza, el juego iba a ser respetado. Luego del casi asesinato de Adriana, la legitimidad de los retos era inamovible. No nos podíamos negar.
Jamás pensé ver a mi prima besuqueandose con Valentina Rhodes, mi enigma mortal. Ambas melenas, castaña y rubia, se mezclaban formando una delicada cortina que intenta cubrir la unión entre ambas bocas. Por la forma en que se tomaban la cara, era fácil imaginarse la batalla de lengua que ambas estaban llevando. Bailando cada una en la abertura de la otra. El resto disfrutamos con mirar (Maca apretaba cada tanto los muslos). Los tres encontramos fascinación al verlas besarse.
De pronto Valentina replegó su rostro.
—Un truco que tu hermana me enseñó —le comió una última vez la boca. El reto consistía únicamente de un beso, pero ambas hicieron la vista gorda.
—¿Valentina lo está disfrutando? —me preguntó Maca.
—No —negué con la cabeza—. Es su forma de rebelarse contra Adriana.
—¿Comiéndole la boca a tu despampanante prima?
—No te preocupes, Valentin. Tu verga siempre será el juguete favorito de mi hermana.
Se fue llenando la mesa con las nuevas prendas de los perdedores. La verdad es que estaba un poco indignado con las chicas, las toallas, las pulseras y los aretes no debían de contar como una ficha. Pero sus argumentos fueron sólidos, una compensación por llevar solo traje de baño.
Esta vez no hubo nadie que obtuviera una suma perfecta. Así que el ganador fue el que sacó el número más alto y a la vez menor a veintiuno. La susodicha fue Margarita.
—Valentina, te reto a lamer los pies de mi primo. —Cayó como un rayó sobre mí. Había comenzado con el beso lésbico, los retos estaban tomando un tinte erótico.
Tuvo que desnudar mis pies ante la mirada de todos. Se sentía raro, el que un grupo de personas observará un lugar específico de tu cuerpo. Eran pies normales, sin embargo, en ese instante detecté mil defectos. Mucho vello, muy gordito, el pulgar, uñas largas, etc.
Valentina se resistió. Estaba recta, enfrente mío, pero se negaba a arrodillarse. Vi dudas en sus ojos. Para ella, chupar pija y chupar unos pies no eran equivalentes.
—Tu prima es una yegua mal cogida —masculló, rechinando los dientes—. Me las va a pagar.
—Están limpios —intenté consolarla.
—Tik tok, tik tok—apremió Margarita—. El reloj avanza, Valentina.
—Maca, ve por la correa de Valentín, mi hermana necesita recordar…
—¡Ya! —espetó Valentina postrándose ante mí. Inconscientemente, se acomodó el cabello.
—Es lamerle los pies, no hacerle un pete —se burló Margarita.
—Instinto de zorra —explicó Adriana a mi prima.
—Mientras más tarde peor será —aconsejó Maca. Dándole un empujoncito a la nuca—. Vamos, solo son unos pies.
Finalmente se inclinó. En cuatro y con el rostro rozando el suelo, lamió los dedos de mi pie derecho. Era más placentero de lo que yo pensaba, como una mezcla entre un delicado cosquilleo y un masaje húmedo, untando saliva en vez de crema. ¿Qué tenía su lengua que enloquecía mi mente? Tragando mis dedos y lamiendo entre medio de estos, fue acostumbrado a su boca a la nueva forma, la cual debía de succionar con insaciabilidad.
Pasó el tiempo y la vergüenza inicial también.
Valentina se dejó llevar. Ahí abajo, olvido que aquello era un reto y no el disfrute de un fetiche. Debo decir que verla, deseando con tantas ansias la parte más inferior de mí, elevó mi libido. Literalmente me estaba haciendo un pete en el pie. Pronto cambió al izquierdo. Repitiendo sus acciones. Jugando con mis dedos, como si se tratasen de pequeñas paletas de helado.
—¡¡¡Valentina!!! —supliqué para que se detuviera. Era demasiado, el morbo de verla en cuatro, el cosquilleo en las plantas del pie y la chupada a mis dedos, todo expresado en un leve y contenido pataleo. Supliqué una vez más, pero no paraba de succionar, intercambiando de izquierdo a derecho, y del derecho al izquierdo. Formando un ciclo inhumano.
¡Basta!, grité en mi mente fatigada como si me hubiera corrido en Valentina.
—Reto cumplido —intervinó Maca—. Ves, no fue difícil.
—Entendimos Valu —comentó Adriana—, los pies de Valentín son tu debilidad. ¿Es por su olor y forma o por qué te calienta la idea de estar a sus pies?
—Pensé que tendría asco —dijo desilusionada Margarita.
Le retiré mis pies de sus manos. Soplé desorientando y le hablé a Valentina en voz baja:
—¿Qué mierda fue eso? Te dije que te detuvieras.
—Mi venganza por ahogarme con tu verga. —Yo no le creí.
La siguiente en ganar fue Maca, con diecinueve en mano. Por suerte, para todos, ella actuó con recato. Un abrazó entre Valentina y Adriana fue la petición de la menor. No sabría decir si realmente fue efectivo para bajar los ánimos entre esas dos.
Entonces miré mis fichas, era el único que no había ganado ni una sola vez. Ahora solo poseía la camiseta, mi short y mi ropa interior. Era al que peor le estaba yendo junto a Adriana, que también solo poseía su bikini y una pulsera smartwatch.
El primero en desnudarse iba a ser uno de entre los dos, si las cosas no cambiaban.
La suerte me abandonó. Ya era hora que mi realidad me golpeara en la cara.
—Veinte —anunció Adriana, y esta vez no hubo ningún veintiuno que le arrebatara la victoria—. A quién retó, a quién, quién será el afortunado.
—Primero que Valentin se saque la ropa —propuso Margarita. Una traición familiar. La fulminé con la mirada. No obstante, tuvo que obedecer, Adriana se negaba a decir su reto sin antes verme semidesnudo.
Me saqué la camiseta sin mangas. Era mi mejor opción. Un par de silbidos y comentarios obscenos me fueron dedicados, por ejemplo, cuánto cobraba o qué hora salía.
Mi abdominal no era una tabla de lavar, pero tampoco caía en la obesidad, era un abdominal estándar para una persona tan sedentaria como yo. Con el rabillo del ojo, me fijé en Valentina. Lo negaría en público, pero en el fondo me importaba el saber que opinaba de mi cuerpo. Ella ni me miró, tenía la vista quieta en el mazo de cartas. Una mueca de asco, hubiera dolido menos.
—Va siendo hora que Maca se moje un poco —continuó Adriana—. Hermana, te reto a recibir veinte buenas nalgadas por parte de Valentín, claro que debes agradecer como es debido.
Sorprendente Maca no soltó un grito al cielo, si estaba asustada, se veía en la cara, pero aceptó el reto. En cambio, hubo protesta por parte de Valentina:
—Adriana, te estás zarpando. Una cosa es meterte con Valentín y conmigo, y otra…
—Yo puedo —afirmó Maca, parada, recta como si prestara servicio militar—. No soy una niña, yo puedo.
Se me acercó, y se tumbó boca abajo, usando mis piernas como soporte, como patas de mesa. Llevaba un bikini rosado entre normalito y picante, así que era como si solo llevara encima ropa interior. Pude apreciar sus glúteos a diferencia de ayer. Eran, como mis manos habían indicado durante la noche, dos frutas apetecibles ¿Realmente iba a pasar lo que estaba pasando?
—Después de cada golpe —se arrodilló Adriana delante de Maca—, debes decir: “Gracias Amo. Me lo merezco por ser una putita como mi hermana Valentina”.
—Maca —siguió con una voz muy muy baja—, ayer te vi. Comportándote como una pervertida. Sabes que te mereces este castigo. Vamos, dilo.
No hablé en favor de Maca. Es más, en mi rostro la menor de las Rhodes encontró únicamente una mirada severa. La verdad era que me gustaba tenerla en esa posición. La razón del porqué acepté jugar. Esa posibilidad de hacer algo atrevido con alguna de las Rhodes siempre anduvo rondando por mi cabeza.
Lo estaba disfrutando, era un hecho innegable.
—Gracias Amo. —Apenas se escuchó—. Me lo merezco por ser una… —Pausa—... putita como mi hermana Valentina.
—Te salio a la primera —felicitó—. Recuerdalo muy bien. Si te saltas una palabra o dejas incompleta la oración, no contará.
No espere la indicación de Adriana. Tan pronto se separó de Maca, yo castigue el trasero de la menor de las Rhodes. Fue un golpe con nula delicadeza que agarró por sorpresa a Maca. Con las defensas desprevenidas, se olvidó decir su frase. Error que Adriana se lo recalcó:
—El primero no cuenta —dijo mientras mi mano caía sobre los glúteos de Maca por segunda vez.
Muy dentro de mi, o no tan lejos, agradecí a Adriana por el favorcillo. Sentir nuevamente el orto de Maca, la redondez de su joven carne, sació una necesidad que no sabía que poseía.
—Gracias Amo —dijo esta vez en voz alta y muy acelerado—. Me lo merezco por ser una putita como mi hermana Valentina.
—¡¡¡Maca!!! —estalló Valentina ante lo dicho por su hermana.
Una tercera caída, un encontronazo de la palma de mi mano sobre el orto de Maca.
—¡La concha de mi madre! —chilló Maca con los ojos cerrados a causa del dolor. Era una de las pocas veces que la había escuchado decir palabrotas—-. Gracias Amo. Me lo merezco por ser una putita como mi hermana Valentina.
—No seas bruto, Valentin —protestó Valentina—. Con menos fuerza.
¿Me estaba excediendo? Miré mi mano agresora. El golpe también había entumecido aquella parte de mi. Encogí los hombros, y la golpeé con menos fuerza. Era difícil decir cuanto menos dolor le causaba.
—Gracias Amo —suspiró más aliviada—. Me lo merezco por ser una putita como mi hermana Valentina.
—No cuenta —sentenció Adriana—. Yo soy la del reto. Y dije muy claramente unas buenas veinte nalgadas.
—Adri tiene razón —apoyó Margarita—. Valentina no tiene voz en este reto. —Le habló a Rhodes—. Cuando castigaste a Adriana, nos mantuvimos al margen.
Volví a castigar el culo de Maca. Aunque no pude recuperar la emoción inicial que tan ciegamente me había llevado a ejercer fuerza bruta sobre el cuerpo de Maca.
—No cuenta —sentenció nuevamente Adriana—. Maca, algo que decir. Mira que podemos estar todo el día con el reto.
—Valentin, Amo, por favor, golpee mi culo más fuerte. —Su voz era una mezcla de dolor, emoción y extraordinariamente también de deseo—. No se contenga. Me lo merezco.
Verla tan sumisa hizo que volviera a mi papel. Tomé distancia,o mejor dicho, mi mano tomó distancia. Esta vez iba en serio. Mis músculos acumularon fuerzas, hasta que finalmente recorrieron la distancia entre mi mano y las maltratadas nalgas de Maca, acelerando segundo a segundo.
¡Un plop!, seguido de un rebote de la área afectada, arrancaron un grito mudo de Maca.
—No cuenta —sentenció nuevamente Adriana mientras preparaba un segundo impacto. Esta vez hasta yo la mire extrañado—. No dijiste tu frase completa, Maca.
—¡Gracias Amo! —gritó fuerte y claro cuando volví a castigar sus posaderas. Ya al rojo vivo—. ¡Me lo merezco por ser una putita como mi hermana Valentina!
A mitad de camino tuvimos que cambiar de posición, pues mi mano me dolía. Debiendo utilizar la otra. Yo mantuve mi solidez en el castigo, o de lo contrario no contarían como tal. Una por una hasta llegar a veinte fue nalgueando a Maca mientras ella repetía con vigor: “Gracias Amo, me lo merezco por ser una putita como mi hermana Valentina”. Por la forma en que lo decía, empezaba a creérselo. Creer que merecía ser nalgueada y que su hermana era una putita.
Cuando la solté, cayó al piso, derrotada. Completamente sumisa. Me vino a la mente la escena de Adriana desparramada por el suelo luego de la garganta profunda. Se veía igual de cansada.
—De estar presente Antonella se hubieran repartido el castigo —bromee queriendo volver a la normalidad. Mis gestos eran menos duros, igual que el tono de mi voz.
Le sonreí como lo hacía cuando estábamos en la escuela. Funciono, creo. Deje de ser su Señor Amo, y pase solamente a ser el amigo de la escuela.
—Ella nos vio —dijo tocandose el culo magullado. Vi una mueca de dolor mientras lo hacía.
—¿Antonella? —Ya había comprobado su existencia, la hermana gemela de Maca no era un fantasma o una tomada de pelo. La muy descarada se nos había acercado cuando dormíamos en la sala. Usandome como su peluche. Cuando finalmente, Valentina me despertó, ella salió corriendo y solo dios sabe hacia dónde.
—Desde las ventanas —señaló con los ojos—. Ahora podrás diferenciarnos Valentín, solo debes tocarnos la cola, —se estaba refiriendo a lo ocurrido el día de ayer—, y sentir quien la tiene más hinchada.
—Lo dudo. Mis manos también sufrieron. No siento nada.
—Pobrecito —rió con sarcasmo—, de seguro sufriste mucho. Soy una desconsiderada.
—Me debieron dar algo con que golpear.
—Que no te escuche, Adriana. Hoy está de suerte, y de seguro saca otra buena mano.
—¿De que están hablando? —intervinó Valentina quien se había acercado mientras las otras dos volvían a la cocina, buscando algo que beber—. Ustedes dos…
—De que más vamos hablar, Valen, tengo la cola descosida.
—Valentin —me juzgó con la mirada—, debiste contenerte.
—De haberlo hecho —le recordé—, Maca seguiría recibiendo nalgadas. Hubiera sido peor.
—Margarita y Adriana se están acercando —dijo Maca, cambiando de tema bruscamente. No quería escucharnos pelear—. Volvamos a la mesa. ¿Me ayudas?
Me habló a mi. Ella esperaba una mano con que hacer de palanca para erguirse, pero en vez de eso, yo la alcé como dictaba la tradición del matrimonio cuando ingresan a la habitación de la luna de miel. Una vez suspendida, la fui bajando de tal forma que se soltara parada.
—Cuando seas el novio de Mily —me susurró durante aquel proceso—, no lo digamos sobre esto, ¿dale?
—Para diferenciarlas, para diferenciarte de Antonella —explique—. Tendré que verles el trasero, no tocarles con la mano.
No sé que quise decir con aquellas palabras. Pero sentí que no era correcto prometer lo que quería que prometiera. Y no porque apreciara a su amiga Milagros. Era por otra razón. ¿Tristeza en su voz?
—Sí —asintió con la cabeza—. Debes verlas.
—¿Jugamos? —preguntó Adri con bebidas en mano.
Dos prendas. Debía de ser cauteloso. Estaba al borde de la desnudez. Mantuve la respiración mientras Adriana juntaba, barajaba y repartía las cartas. Fui levantando mi par, lentamente, como lo hacían en las películas, casi doblando el trozo de papel en dos.
Un tres de corazones y un diez de diamantes. Muy lejos del veintiuno. Ante mi pobreza, lo más sentando hubiera sido retirarse, perder solo media prenda. Sin embargo, el que no arriesga no gana. Y la irracionalidad ya se había apoderado de mí hace mucho.
—Otra —pedí mi tercera carta. Dejé escapar una breve sonrisa. Instantánea, sospechosa, y amorfa a lo que debía de ser una cara de poker—. Duplicó. Terminemos con este juego.
Ahora las chicas debían decidir una vez más, retirarse y perder solamente una prenda, o continuar y enfrentarse a mí, con dos prendas como apuesta. Las chicas se lo pensaron, vieron mi ropa y recordaron mi sonrisa. Una por una se fueron retirando.
Gané. ¿Por default? No sabía el término técnico.
—Veintitrés —contó Adriana mis cartas una vez las mostré—. Mentiroso.
—Entiendes que si alguien se quedaba te ibas a quedar desnudo —me reprocho Maca desde un cojín que amortizará su dolor.
—¿A quién castigas? —preguntó Valentina sin más. Fría como el hielo.
—No me asustas —espetó—. ¿A quién más vas a retar? Conociéndote.
—¡Eh! —tomó Adriana parte de la discusión—. ¿Qué onda, te la chupo aquí mismo?
—Era solamente una ejemplo —dije—, además todavía no decido el castigo.
—Bueno, primo, todos aquí asumimos que cuando ganaras, una de las cuatro te la tendría que chupar. Incluyéndome.
Nadie se escandalizó. El incesto pesaba menos en la casa Rhodes.
—¿No será que lo estabas deseando? —preguntó Valentina al aire—. Zorra.
Esas dos se llevaban para el orto. ¿Culpa de Adriana? No, sin importar las variables, ellas no podían convivir, a pesar de haberse comido la boca sin miramientos. Margarita era la chica popular de su escuela, y por naturaleza, dos abejas reina no podían vivir en el mismo panal.
—Valentin —dijo Maca—, nada de nalgadas, por favor.
Cerré los ojos. Pensé entre las miles de posibilidades. Todo el poder era mío, solo debía tomarlo. Desde el beso de Margarita con Valentina, mi cabeza no podía dejar de imaginarse que más podrían hacer juntas. Además se llevaban tan mal, que el obligarlas a enrollarse entre ellas también contaba como un castigo, y un deleite de ver.
—Lo sabía —constató Margarita.
—No a mi, a Valentina. Margarita te retó a hacer “acabar” a Valentina. Puedes usar la lengua o los dedos. No importa. —Ni yo me creía lo que estaba diciendo. La escena lésbica y el sadismo hacia Maca, envalentonaron mis deseos. Además, después de casi matar a Adriana, qué era un toqueteo entre dos desconocidos.
—¡Bien! —me felicitó Adriana—. Ese es mi hombre. Nunca me decepcionas.
—¡¡¡Valentin!!! —exclamó Maca entre tanto Valentina y Margarita me lanzaban miradas, esas miradas que matan. Ninguna de las dos hubiera tenido problemas en hacerme un pete, lo tenían naturalezado. Con una vagina era distinto, y como había calculado ambas no querían ni tocarse con un palo desde los pies. Aun así, una debía abrirse de piernas y la otra chupar.
Adriana y yo nos acomodamos para presenciar mejor el evento lésbico, pues decidimos trasladarnos a los sillones de la sala. Por comodidad. Una silla no era lo suficientemente firme para aguantar las acabadas de Valentina, lo sabía por experiencia. Era capaz de caer en el vacío completo.
Maca se tapaba los ojos. Aunque a veces separaba los dedos para poder ver un poquito. Caminaba en círculo.
—Hubiera sido un desperdicio —me dijo Adriana mientras esperamos que Margarita comience. Valentina se negaba a separar las piernas.
—El que me retaras hacerte un chupada de pija.
—El que haya ocurrido una vez, no significa que no quiera que vuelva a ocurrir —confesé—. Disfrute el momento.
—No necesitas ganar un juego para que te la chupe —susurró con tono seductor—. Solo debes pedírmelo.
¿Qué trama esta vez? fue lo que pensé al escuchar su declaraciones. ¿Ponerme nervioso? De ser ese el caso lo estaba logrando.
—Lo tendré en cuenta. —Fingí desinterés. Luego me dirigí a Valentina—. ¿Cuánto más debemos esperar?
—Cabronazo de mierda —insultó Valentina—. ¿Tanto te calienta que me chupen la concha?
—Sí —La franqueza salió de mi boca con demasiada facilidad. La calentura persistía.
—No te imaginas cómo —aportó Adriana—. Abrí las piernas, Valentina.
—Dale, pelotuda —se quejó Margarita de rodillas a la espera—. Empieza a dolerme los tobillos. De qué te quejas si yo tengo la peor parte, desde aquí siento el olor a meado.
—Dije que abras las piernas —expresó Margarita—. O pediré ayuda a Valentin para que te sostenga.
—Buena idea —dijo Adriana entusiasmada—. Mientras yo le pellizco los pezones.
Lo último fue el pistoletazo para que el reto finalmente comenzará. Valentina, temerosa de la fuerza proveniente de su hermana mayor, separó las piernas mientras estas se debatían en un temblor constante.
Estaba desnuda de cintura para abajo, por lo que Margarita al acercarse encontró vía libre a la vulva de Valentina. Fue directo hacia el monte Venus, y desde ahí incursionó hacia abajo, conquistando todo a su paso.
—Quiere terminar pronto —le comente a Adriana ante el asalto sobre el clitorisis de Valentina.
—Sí, tu prima no está acostumbrada a los coños.
—No es bisexual. O al menos no lo era hasta hoy. —Margarita ya empezaba a usar uno de sus dedos, dado su intención de explorar más allá de la superficie—. ¿Te vas a follar a mi prima?
—¿No me das permiso? —Se frotaba con la corpulencia de sus piernas.
—Mientras sea consensuado —dí mi permiso. Aunque no creía que fuera necesario—. ¿Esta noche?
—Romina no está, y ella se va a quedar. No hay mejor momento.
—No… No… Más lento… Ahí… Ahí… —Gemía. Procurando extender los besos en sus labios inferiores.
—¿Y Tatiana? —pregunte. A pesar de estar conversando, nuestros ojos se mantenían atentos a los estímulos ejecutados sobre el coño de Valentina. Coño que empieza a abultarse.
—Sí. Le gustó aunque no lo dijo. —Valentina soltó un gritito. Dos dedos penetraban su interior—. Te diste cuenta que Maca ya se fue, ¿verdad?
—Salió corriendo con el primer dedo —informé.
—Sos una zorra… Puta barata… —Margarita no protestó. Mantuvo su cabeza unida a la entrepierna de Valentina. Empezaba a cogerle la maña.
—La vagina de tu prima también se está humedeciendo —señaló Adriana la parte de abajo del bikini de Margarita. El celeste ya no era el único color de la tela. Un azul brillaba en la zona mojada—. Es de esas, ¿no?
—Sí, es de squirt abundante. —Le gana por goleada a Valentina, pensé, imaginando las cantidades.
—Dos veces. —El erotismo visual hacía de suero de la verdad—. Sin besos. —De esos, los obtuve de Julieta —. Solo penetración. Nunca fuimos nada.
Valentina ya era incapaz de negar el disfrute. Le sostuvo la cascada de rulos marrones de tal forma que pudiera tirar de Margarita o pujar hacia su vagina.
—Después de la segunda vez, ¿ya no quiso?
—¿Y la primera vez no lo eran? —No respondí. Me acaricie por debajo de mi short. Adriana hizo otra pregunta—. ¿Te vas a coger a mi hermana?
—Luego de esto, va querer si o si una verga. Y la tuya es la única cerca. Solo debes empujarla un poco. Esta noche, cada uno en su habitación. Será divertido.
Valentina dobló la espalda hacia atrás, tensando su cuerpo, empinando los pies. Faltaba poco.
—No tengo preservativos —inventé una excusa barata.
—Acaba dentro de ella, se toma la pastilla.
—¿Por qué me ayudas con Valentina? —pregunté ante la propuesta de Adriana. ¿Deseaba con tanto anhelo que fuera el novio de su hermana?
—Necesito explorar cosas. Mis hermanas son una opción contigo aquí. Además me gusta ser algo así como tu perra mayor.
—No las comprendo… Tus explicaciones.
—¡¡¡Te odio!!! —gimió Valentina en un alarido que ensordeció al resto de ruidos—. Te odio Valentín… Te odio…
Su voz se fue apagando a medida que caía en un letargo.
—¿Terminamos? —preguntó Margarita desde el suelo y con las piernas cruzadas.
—Sí —dijo Adriana—, el juego terminó.
Adriana fue a besarla, tirándose encima y engrasando su beso con algo más que saliva.
—Las Vegas un poroto —comente al ver el nuevo espectáculo que la casa de los Rhodes presentaban ante mis ojos.
El Blackjack desde ahora era mi juego favorito.
Capítulo 7: Un rompimiento
Una vez más me encontraba en el dormitorio de mi némesis. Al pasado que iba, pronto sería mi dormitorio. El perfume de Valentina ya era parte de mí, y es que rara vez nos separamos. Apenas habían pasado dos días, pero parecía todo una eternidad.
—¿Cómo quieres que estudie si ellas están abajo haciendo “cosas”?
—Solo están viendo peliculas, Valentina —mentí. Adriana y Margarita estaban disfrutando de su aperitivo para luego, bien entrada la noche, zamparse una a la otra. Por suerte, Adria me había ahorrado los detalles. ¿O era mala suerte?
—¿Por qué debería molestarme? Ninguna de las dos es mi novia.
—Pero la mogólica de Margarita, es tu prima. Al menos deberían ser más discretos.
—¿Te molesta el ruido o el que no te hayan invitado? —pregunté con el recuerdo fresco de Valentina acabando en la cara de Margarita.
Ella levantó las cejas, ciertamente ofendida.
—No, por tu habilidad con los petes, me inclinaría más por el término bisexual.
—No soy bisexual, no disfrute con tu castigo —renegó Valentina y contraatacó—. Te vi, te vi durante el reto con las manos en tu pene. ¿Te estabas masturbando con el cuerpo de tu prima? Un pervertido de primera.
—Me excité más bien con tu cuerpo. —La miré de arriba y abajo. Realmente la forma de su silueta cumplía con el arquetipo de rubia sexy. Unas gomas y un trasero que no iban de acuerdo a su edad. Valentina era una pendeja a la que le pasó por encima más de una vez el tren de las hormonas. Nadie en la escuela podían competir en belleza con ella.
—Asco —balbuceó, aunque no sonó tan convincente como de haberlo dicho ayer—. ¿Qué opinaría tu novia de tu fascinación por mí, de tu amistad con Adriana?, ¿qué opinaría tu novia de todo esto?
Eso sí, no me lo esperaba. Por primera vez Valentina me pregunta sobre Julieta. En un primer momento, pensé que no sabía de ella, pero Valentina se había encargado de desmentirme.
—Dijiste que no ibas a chantajearme —aludí al pasado—. Habla claro, sin rodeos.
—No cogas con Adriana. —Otra vez con lo mismo—. Recuerda que tienes novia.
—Julieta va a cortar conmigo. Y lo sabes. Solo es cuestión de tiempo.
—No cogas con Adriana —insistió. Siempre que se mencionaba a su hermana mayor, la conversación terminaba en discusión.
—Si te acuestas con Adriana no te la vuelvo a chupar —amenazó. ¿Creía que tenía poder sobre mí?—. Ella intentará llevarte a la cama. Margarita solo es una distracción.
—Me chupas la pija porque te hago la tarea —rugí—. No estás en posición de exigir nada.
—¿Es que no lo entiendes? Una cosa es chuparte el pito limpio y otra es con residuos de la vagina de mi hermana.
¿Cómo es que nuestras conversaciones habían llegado a ese punto de intimidad?
—Entonces ese es el problema. —Al parecer los fluidos intrafamiliares eran el límite de Valentina. Qué pensaría del reciente beso de Margarita y Adriana con sus fluidos de por medio—. Lo haré con condón, despreocúpate.
—¿No que soy pervertido necesitado, un perro alzado? Si Adriana se me insinúa me la voy a follar. —No era tan así, pero Valentina empezaba a ser un granito en el culo cuando exigía más de lo acordado—. Si luego no me quieres chupar la verga, problema tuyo, chau celular y chau tarea.
De pronto, mi celular sonó. Reconocí el tono, era un tono distinto al general. Era Julieta. Después de casi dos días sin hablarnos, se había dignado a llamarme. Valentina no mentía al decir que si yo no empezaba la conversación, ella pasaba de mí.
—¿No vas a contestar? —Su cara era de alegría.
Colgué la llamada. Fue mi respuesta.
—No. —Empezaba a cansarme de sus “no” rotundos—. Piénsalo, afuera está Adriana. Te la puedes encontrar y nuestra farsa de novios puede ser descubierta.
—Solo quieres ver como rompen conmigo. —Un zumbido. Una notificación. Un mensaje: “Tenemos que hablar”—. A la mierda con Julieta…
—Al menos posees un poco de hombría —avivó las llamas de mi ser. Una vez más Valentina me provocaba como si nuestra relación fuera la misma que antaño.
—Esa pendeja no me llega ni a los talones.
—Me usan —continué expulsando la hiel acumulada por aquella arrogancia de Julieta, las cuales fingía minimizar—. Creen que me están haciendo un favor con el simple hecho de estar a mi lado.
—Te concedo que esa tal Julieta se cree más de lo que es. —En sus gestos encontré la otra parte de la oración: “Pero conmigo es verdad. Sos un perdedor, un virgo…”
Otro mensaje de Julieta. Mi ira empezaba a tomar forma en mi imprenta. Sabía que aquel momento llegaría, pero eso no lo hacía menos doloroso, y para colmo, Valentina picoteaba sobre la herida.
Entonces la calentura residual del Blackjack se mezcló con la furia de mi primer rompiendo. Lo ocurrido con Margarita en navidad no contaba, pues no hubo un rompiendo como tal, simplemente nos dejamos de ver. Esto era diferente, ciertamente una relación formal, creo en mí expectativas. Por ejemplo, tal vez un poco de cariño por la otra parte o la decencia de no terminar conmigo por un rumor insignificante y por teléfono.
Me levanté de mi lugar, comencé a recoger mis cosas y finalmente me retiré (más exactamente empecé hacerlo).
—Renuncio. —No era verdad pero quería demostrarle algo a Valentina—. Hablaré con Margarita para que hable con tu madre. No es necesario que me paguen.
—Tu arrogancia me molesta. Veamos como te va sin mí.
—Déjate de joder, Valentin, tenemos un trato.
—¿Hablas de tus favores sexuales?
—¿Eso quieres, que te la chupe?
—No, el solo imaginarte siendo sodomizada por tu propia madre, es un placer que mil pajas tuyas jamás podrán compararse. —Otro mensaje de Julieta a diferencia del anterior que era un testamento, este era más corto:”Terminamos”—. Te veo en la escuela, si es que puedes caminar para entonces.
Las piernas de Valentina temblaron. La desesperación volvió a su cuerpo, esa desesperación que yo conocía tan bien a través de aquel beso en la calle.
—Límpiate tus lágrimas de reptil —le espeté—. Esta vez no van a funcionar conmigo.
—Valentín —suplicó—. Por favor quédate. Sin papa, Romina me matará.
—Sí, todavía lo recuerdo, cuando Romina te rompía el culo a correazo habló de sus discusiones con tu padre. Por cierto, ¿dónde está?
Valentina se tambaleó. No podía vengarme de Julieta, pero poseía las herramientas para hacer de la rubia del colegio mi premio consuelo.
—Valentín, lo siento, ya entendí. —Mostró sumisión. Sin embargo, no lo suficiente—. Siéntate y retomemos las clases.
—Adiós —apreté un poco más. Y como siempre, recurrió al único recurso que le quedaba cuando metía demasiado la pata. Me beso. Sin embargo, esta vez no me tomó por sorpresa, como tampoco lo fue que se sostuviera usando sus piernas como dos enormes garfios que se anclaban en mí. Nuevamente quería aprisionarme.
Aquella posición y disposición fue siempre mi objetivo. ¿Cómo había dicho Adriana?: Solo debes empujarla un poco. Sí, iba a follarme a Valentina por el simple sentimiento de despecho que Julieta había causado en mí. Claro que acentuado por la misma Valentina y su comportamiento.
Nos empujé hacia la cama. Con aquel simple movimiento logré cambiar de rol, de prisionero a carcelero. Ahora Valentina se encontraba aprisionada por mi peso y mi fuerza, entre la espada y la pared, entre mi verga y el colchón.
Fui desvistiendo su femenino cuerpo. Causando terror en Valentina.
—Valentín… —balbuceó cuando notó que le bajaba el jean—. Te la chupo…
—Valentin, detente, para, sigamos como siempre, me trago el semen —prometió mientras detenía la súbita bajada de bragas—. Te lo prometo, me lo voy a tragar todo, cada gota, por favor…
“Solo debes empujarla un poco” recordé las palabras de Adriana. Y eso hice, primero la besé para después dejar caer mi peso sobre ella. Quería eliminar de ella, la idea de creer que tenía opciones. Estaba atrapada y no tenía escapatoria. Finalmente, acorralé su cuello con lentos desplazamientos de mi lengua. Fue el último empujoncito antes que su intimidad expulsara calor y secreción.
Entonces ella se rindió. Y como un fénix, la excitación recolectada durante horas de Blackjack revivió en una llamarada de deseo y vigor juvenil.
—No me vas a abandonar, ¿verdad? —preguntó un segundo antes que mi glándula tocara su vagina. Ella mantenía los ojos cerrados.
La penetré. Lento, pero constante, me fui abriendo paso. Desde ese momento mis instintos primitivos me guiaron. Una vez, tres cuarto de mi verga estaba en Valentina, la saqué (no por completo) para volver a meterla. Repitiendo el movimiento, sin un final a la vista.
Estaba teniendo sexo con Valentina. Era doblemente grato. El morbo de tener a la mismísima Valentina doblegada, y el placer carnal que causaba su cuello vaginal sobre mi miembro, mezclando humedad y estrechez. Follar con ella, era terriblemente placentero.
Con cada empuje, Valentina fue abriendo aún más las piernas. Una reacción a la fuerza que le estaba ejerciendo sobre su entrepierna. Más tarde que temprano, aumente mi velocidad y mi profundidad en su cavidad. Provocando un goteo de gemidos por parte de sus cuerdas vocales.
—¡Te odio! —clamó absorta a la penetración sobre su coño—. Despacio, Valentín…
Bajé ritmo. En parte por Valentina y en parte por mí. Un poco más y acababa dentro. Lo cual no era un problema, pues Adriana me había desvelado el método anticonceptivo de Valentina, pero era demasiado pronto para terminar mi juego con Valentina.
—¿Te duele? Con lo puta que sos.
—Más despacio Valentin —suplicó cuando volvía a querer penetrarla con un poco más de ímpetu—. Todavía me duele de ayer, y Margarita… Yegua… Me mordió casi al final, no me dolió en el momento pero está muy sensible.
La lentitud se convirtió en punto neutro. Entonces la saqué.
—Ponte en cuatro —ordené. Quiso replicar pero un acto de reflejo estrangulé su cuello. Presione—. Ponte en cuatro.
Presione un poco más. Todo, el tono de mi voz, la forma de mis gestos, la precisión de mi fuerza, el temple de mis ojos, absolutamente todo lo había aprendido de Valentina. Tal cual ella actuaba en la escuela. Incluso en aquellas derrotas, había aprendido algo.
Inteligentemente obedeció. Saboree la vista. El mejor orto de entre todas las chicas Rhodes.
—¿Te vas a quedar? —preguntó nuevamente Valentina, percibiendo la sombra de mi cuerpo proyectándose sobre su espalda—. No vas a irte, ¿verdad?
Elevó la cabeza. El preludio de su escape. Pero su melena rubia jugó en su contra pues la agarré de inmediato, ejerciéndola como su collera personalidad.
—No es justo, no es justo… —dijo en un murmullo—. Valentin, por favor, quédate. Te necesito, te necesito para pasar el año, te necesito para que Romina no me golpee.
—¿Y qué obtengo yo a cambio? —la penetre con fuerza. Esta vez me iba a saltar él meneó previo. Aquel primer choque arrancó un gritó a Valentina—. Lo acepto, tu vagina es la mejor.
Le nalguee y empecé nuevamente a follármela.
—¡¡¡Despacio Valentín!!! —se quejó en un gemido que parecía más un alarido de tortura. Luego le siguió suspiro tras suspiro. Pronto el placer y el dolor producto de mi verga, hizo que sus brazos se debilitaran, derrumbándose de cintura para arriba, empinando su orto.
En esa posición, sumado a una vagina lubricada que no oponía resistencia, permitió que mi penetración fuera mayor que antes. Una vez más, su vulva se abría y tomaba volumen, aumentando su sensibilidad y la presión sobre mi pene.
—¿Quieres que me quede? —pregunté para luego nalguear su trasero, provocando que Valentina aflojara el mordido de su boca con la sábana de la cama.
Tomé la energía de mi libido, fuerza prestada que pronto haría estragos en mis musculosos, para poder penetrar a Valentina a un ritmo exponencial. Ya no podía frenarme… Yo estaba en ella, y ella en mi verga.
—Sí… Sí… Sí… ¡Siii! —De pronto contrajo sus paredes vaginales. Un estímulo que fue la gota que hizo rebalsar el vaso. Derramando mi semen sobre ella, o mejor dicho, dentro de ella. Mientras jalaba de sus cabellos.
Caí en picada, desparramando mi cuerpo sobre ella.
—Valentin —hablaba como una niña pequeña—. ¿Te vas a quedar?
No solté sus cadenas de oro, ni tampoco me digne a sacar mi verga. Necesitaba alargar el momento. Necesitaba estar dentro de ella. La necesitaba de alguna u otra forma.
—Te voy a coger —declaré mi promesa—. Te voy a coger cuando y donde yo quiera, ¿lo entiendes?
—¿Lo entiendes? —jalé de su pelo—. Responde o me iré en este instante.
Tardó en responder pero al final eligió, me eligió
Fue entonces que me percate de mi alrededor. Note la mirada sobre mí. Había estado tan concentrado en follarme a Valentina que no escuché la puerta abriéndose y ni la respiración de una tercera persona en la habitación.
Maca, pensé al instante al verla. Luego vi mi error. Era igual físicamente que Maca pero no era Maca. O al menos eso me decía mi instinto. Estaba parada como fantasma en pena, observando con fascinación la unión de mi verga con la intimidad de su hermana.
—¿Qué? —Valentina quiso separar su rostro del colchón pero la detuve. De esa manera no era capaz de ver nada—. Valentin, me haces daño, pesas mucho…
Antonella mantuvo la mirada fija. Sin duda, quería seguir observando cómo cogía con su hermana. ¿Y por qué no? Si ella necesitaba experiencia, no iba a negárselo.
—Valentin —insistió Valentina—, suéltame.
Le señalé la braga de su hermana, tirada al pie de la cama. Con un ademán de mi mano pedí que me la trajera y ella obedeció. Todo fue muy rápido. Yo mandaba y Antonella obedecía, deduje al ver tanta sumisión en su rostro.
—Te voy a tapar los ojos —le dije.
—No —negó Valentina con la cabeza—. Me duele todo el cuerpo. En serio mi concha me arde.
—Te voy a tapar los ojos —reafirmé—, y te voy a follar parada.
Y eso hice, con su braga sobre su cabeza logré tapar sus ojos, ahora ya no era capaz de ver a Antonella. Valentina se quejó pero al igual que las últimas de sus protestas, simplemente la ignoré.
Entonces fui separando mi verga de su cavidad, y como el descorche de un champagne, de su vulva mi leche fue saliendo, deslizándose por sus vaginales labios. Una imagen que valía más que el oro, mi semilla enraizando sobre tierra fértil.
—Valentin, ¿qué es eso? —No entendí la pregunta pero tampoco me importó entenderla. No, mi calentura persistía y la razón se desvanecía. En tanto, Valentina fricciona sus muslos, conteniendo el desliz de mi semen.
Una vez separados, la guie justo al frente de Antonella. La menor de las hermanas se encontraba en un estado de shock pero también de fascinación por lo que estaba viendo.
Era tímida, lo sabía, pero aquello no significa que no estaba interesada en el sexo. Todo lo contrario. Nos había estado observando desde hace un buen tiempo, y en vez de salir corriendo, lo normal cuando pillas una pareja teniendo relaciones, ella se introdujo con pies ligeros a la habitación.
De repente, mientras reforzaba mis ataduras sobre el cuerpo de una Valentina desfilada, unos gemidos externos empezaron a filtrarse por la puerta medio abierta que Antonella no se había dignado a cerrar.
Era Margarita. Gritaba como actriz porno.
—Quiere que la escuchemos —dije separando las piernas de Valentina en forma de “V” invertida.
De tener un reloj, lo hubiera chequeado. Sin uno, supuse que ya eran las cero horas. Adriana se estaba follando a Margarita, esperando que yo hiciera lo mismo con su hermana. Agregando morbosidad a la escena.
—Valentin, mis hermanas nos van a escuchar… —Incliné su espalda—, no me la metas. Mañana, te lo prometo, mañana…
—Cogedme… cogedme.. cogedme… cogedme —gemía Margarita sin ninguna pizca de consideración por el resto de habitantes de la casa.
—Adriana se está cogiendo a Margarita —le expliqué a una Valentina ciega y a una Antonella conmocionada por gritos de un tercero.
—¿Por qué? —pregunté a la vez que guiaba mi miembro un tanto flácido a su nuevo lugar favorito. Tanto mi pene como su vagina compartían fluidos, una lubricación fascinantemente morbosa.
—Porque… —No pudo terminar la frase. Antonella se había acercado demasiado—. ¿Quién anda ahí? Valentin, ¿quién es?
—Nadie —mentí. Antonella se arrodilló entre medio de las distanciadas piernas de Valentina, ella estaba ciega pero aún era capaz de notar la presencia de un tercero. Quiso escapar de mí, pero la retuve con brusquedad—. Quédate quieta.
—Adriana sos vos —dedujo Valentina—, Adriana detente, esto no es normal… Adriana…
Antonella besó ambos sexo. Intercalando entre nuestros genitales con leves lamidas y espontáneos besos. Valentina tensó sus extremidades, se negaba a disfrutar de los estímulos de Antonella. En cambio, Antonella dejó mi verga hecha una piedra como si hubiera inyectado en mí una dosis de viagra.
Entonces, una vez mi erección apareció, penetre a Valentina.
—Carajo, estás tan humedad —declaré al sentir los fluidos de Valentina.
—Valentin para —gemía nuevamente—, Adriana para, paren, paren, no puedo más, no puedo más, mi cabeza…
Ninguno de los dos nos detuvimos. Es más, ambos persistimos en nuestra tarea. Antonella estimulando los labios y el prepucio del clítoris, y yo taladrando su interior sin piedad, alentándonos uno al otro para conseguir que Valentina desfalleciera.
—Adriana… Adriana… Adriana… Adriana… Adriana… —Los gemidos de Valentina acallaron los de Margarita—. Mierda, Adriana… Adriana… ¡¡¡Adriana!!! —No lo vi, pero lo supe al instante, Antonella martirizo el clítoris de su hermana.
Valentina acabó, de tal forma y con tales dimensiones que recordé las corridas de Margarita. Una lluvia de squirt que dado su abundancia podría ser confundido con orina y que como una regadera empapaba al que tenía al frente. Esta vez la desafortunada había sido Antonella.
Huyó de la habitación con la corrida en la cara. Temerosa que la descubran.
—Ya puedes soltarme —farfulló sin aliento en los pulmones.
—Yo no he terminado —atraje su cuerpo hacia el mío.
—Valentín… —No tenía fuerza para resistir—. No más…
Ella se derrumbó en el suelo. La follé una última vez. De tantas idas y sacadas, mi semen, los fluidos bucales de Antonella y el squirt de Valentina, obtuvieron una brumosidad propia de las olas del mar, y como las olas golpee contra el arrecife que era la intimidad de Valentina. El recuerdo de Julieta se fue desvaneciendo. Con el tiempo en contra, finalmente me vine, mis aguas se filtraron entre la porosidad de Valentina por segunda vez.
Me derrumbé a un costado de Valentina.
—Valentín… —Seguía aletargada—. ¿Te viniste adentro?
—Sí —afirmé orgulloso. Ella tenía mi simiente en lo más profundo de su intimidad. La reina de la escuela había recibido mi semen, un sentimiento de dominación inflo mi mente.
—No usaste condón —insistió—. Eres el chico listo de la escuela, sacaste un diez en educación sexual.
—No tengo ninguna ETS, si es lo que te preocupa. Y respecto a lo otro, Adriana me dijo que tomabas las pastillas.
—Valentín… Yo no tengo novio. —Ocultó su rostro—. No estoy en una relación.