Clases Particulares Día 1 Parte 2
De ser un tipo más listo, hubiera aceptado la espontánea sumisión de Valentina de otra manera. La hubiera llevado arrastrada hasta su habitación, le hubiera ordenado que se bajara el short mientras yo desata el cinto de mi pantalón.
Hubiera replicado la hazaña de Romina que tan efectivo se había mostrado al momento de bajarle los humos a la pendeja atrevida que tenía como alumna. La imagen tomaba formaba en mi mente:
—Las vas a contar —dije imaginándome a una Valentina que contaba los correazos al tiempo que me agradecía por tomarme las molestias de domarla.
Hubiera sido un momento para la posterioridad. Mi gran venganza.
En cambio… solo nos tomamos la respectiva hora de descanso.
—¿Estás hablando solo? —No conteste la pregunta—. Traje bocaditos.
Silencio. Sin embargo, Adriana no se contuvo e ingresó a la habitación de huésped, o en palabras clara, mi habitación en la casa de los Rhodes.
—Valentina… está… alterada —eligió la palabra entre varias. Era difícil describir a la Valentina que brincaba sobre los hombros—. Sos el primero en alterarla de esa manera. ¿Hace cuánto que llevan saliendo?
Realmente cree que tengo una relación con su hermana, pensé molesto al darme cuenta que Valentina tenía razón.
—Mitad de verano —menti, recordando mi romance con Julieta.
Decidí no corregir su error, de lo contrario tendría que explicar la relación agresor y agredido que Valentina y yo llevamos cumpliendo durante tantos años.
—Vi vuestra escena en la calle —comentó Adri mientras se hacía lugar en la cama. La cama donde yo estaba acostado; soñando y fantaseando con el cuerpo de Valentina.
—Se nota que está completamente coladita de vos.
Adriana me dio de comer en la boca. Galletas de agua con jamón y queso. No sabría decir que era lo que estaba pasando entre ella y yo. Pero si quería consentirme no me iba negar.
—Vuestra relación es ese tipo de relación.
—He leído sobre el tema. Amó y esclava. Tu la castigas, y ella disfruta del dolor.
—No, nada que ver. Mas bien es al revés. Ella es quien cree mandar en la relación —recordé los años anteriores—. Pero te aseguro que yo no lo disfruto.
—Realmente no lo entiendo —me alimentó nuevamente—. Como sea… ¿Te vas a quedar?
—Entonces hay tiempo de sobra.
—Para devolverles los favores a mi hermana.
A efectos prácticos, Adriana debía de creer que estaba haciendo cornuda a Valentina. Al parecer la casa estaba habitada por locas, yo me estaba aprovechando de su locura.
Al ritmo de las horas, pronto dejaría de ser un inexperimentado besador. Adriana me devoraba los labios con una intensidad lujuriosa. En tanto su lengua y la mía danzaban en humedad.
En menos de un día me habían besado cuatro veces. Tal vez me quejaba demasiado sobre el trabajo. Con semejante extras, había alcanzado la felicidad financiera.
—Debo irme —me chupo una oreja—. Izquierda, segunda puerta. Ahora ya sabes cual es mi habitación.
Es un puta locura, pensé, realmente estaba sucediendo o solo era producto de mi imaginación. Adriana Rhodes me estaba invitando a su cuarto. Con ese rubio ceniza, los ojos pardos y un cuerpo que desafiaba al de Valentina, se me hacía agua la boca. Ella era todo un bombón, y ese bombón iba a ser mío.
—Valentin, Valentin, Valentin —me sacudió el hombro.
—¿Qué? —solté al percatarme de la presencia de Valentina.
Ella estaba cambiada. No en un sentido emocional, más bien respecto a la ropa. Llevaba una blusa rosada de tirantes en vez del top negro, aunque seguia monstrando el obligo. Después de todo su abdomen era perfecto, ceñido y con una masa muscular homogénea. Por debajo, le seguían unos jean vaqueros con varios parches ajenos al diseño original. Era una lástima, me gustaba verles las piernas, pero con las hormonas tan alborotas, tal vez era lo mejor.
—Vi salir a Adriana —presentó su queja. Con el rostro un tanto molesto.
Otra vez íbamos a chocar con la misma piedra. Y para mi mala suerte, yo estaba en una posición vulnerable, acostado sobre la cama.
—Solo me trajo unos bocaditos —apunté el plato con las galletas, esquivando con ingenio la piedra—. Mantuve mi distancia.
—¿Es cierto que la conoces de antes?
—Es una mentirosa —concluyó la rubia, moviendo de un lado a otro la cabeza—. Bueno… quería saber si el asunto de antes quedó olvidado.
—A medias —resalté—, no te voy a volver a prestar mi celular, y mantendremos nuestra distancia, no más favores sexuales.
Me costó decir lo último, pero si quería una oportunidad con la mayor de las Rhodes, debía apartarme de Valentina, ella era un huracán viviente y todo lo que tocaba lo arruinaba de sobremanera. Si por ejemplo nuestras peleas iban a más, cabía la posibilidad de ser echado antes de tiempo de aquella casa. No podía irme sin antes haber follado con Adriana.
—No te creo. Un pajero de tu talla, solo piensa en coger y en acabar en la cara de la primera que le preste algo de atención.
—Lo digo en serio. El trato que te inventaste, tachalo, desechalo a la basura.
—Cuando te la chupaba no dejas de suplicar mi nombre. ¿No te acuerdas? Y cuando me obligaste a comer tu semen, se te dibujó una sonrisa en la cara. Toda la pinta de un violador.
—¿Vas a negar que lo disfrutaste? Te dejaste llevar tanto que casi me ahogas con tus empujones. Apenas te controlaste. Acaso era el primer pete del pequeño Valentín.
—Primero me provocas, estalló, y después simplemente me besas, para nuevamente hacerme estallar en cólera. Ese es tu juego. Ese beso en la calle, la desesperación, la desesperación era fingida.
—¿Fingida? Crees que me divierte que Romina me rompa el culo, imbécil. Mira, yo no soy tu amiga ni nada parecido, pero necesito de tu cabeza. El trato es el siguiente, yo te la chupo y vos me prestas tu celular, te la vuelvo a chupar y me haces los trabajos escolares. Sé que te gusta que me la trague entera. Sé que te gusta acabar en mi cara.
Hasta yo me sorprendí de mí mismo. Era verdad que el trato era justo, pero la forma en que me miraba, más todavía, la forma en que me hablaba, como si yo solo fuera estiércol, una cosa que podía usar, manipular a su antojo.
En cierto modo, un pete no valía tanto. Si jugaba bien mis cartas, incluso Julieta podía hacerme el favorcillo de vez en cuando, o quien sabe, Adri era una posibilidad viviente.
—Otra vez con lo mismo —atacó.
Saltó sobre mí, rodeando mi pelvis con unas piernas impetuosas. Ya había probado su fuerza durante el sobresalto de la calle, me sería imposible librarme de sus largas y hermosas ataduras. Debía haberlo imaginado. Con Valentina jamás debías tener la guardia baja.
—No vamos a follar —advirtió Valentina, montando mi cuerpo a horcajadas.
—No sabes cuanto me alegra saberlo.
—Pero te voy hacer acabar. —Movió uno de sus brazos hacia atrás hasta localizar el cierre—. Decis que no me deseas, pero tu verga dice lo contrario.
Yo nunca dije eso, solo me molesta tu desprecio, pensé mientras sentía los dedos de Valentina escarbando en mi sexo.
—Si tu madre entra —dije con la esperanza de poder escapar—, nos meteremos en problemas.
—Ella aún no llega —Encontró lo que tanto estaba buscando. Jugó con mi verga como si se tratase de una palanca de cambio.
—¿Me vas a masturbar? —pregunté mientras ella confirmaba la pregunta, deslizando su agarre de dedos, subiendo y bajando—. ¿Qué tan desesperada estás?
—Valentin quiero comerme tu verga —Aceleró el ritmo de su mano—. Por favor, déjame comerme tu verga.
—Dios, Valentina… —Una vez más me convenció con un beso. Era difícil pensar cuando ella actuaba de esa manera, no solo se divertía con mis labios y me succionaba los fluidos de mi boca. No, también me adormecía como el más potente de los alucinógenos.
—Tu perrita está en celo —me susurro, me instigó a caer en la tentación—. Soy tu zorrita.
Tan rápido como le di la órden, ella cambió de posición. Realmente se estaba comportando como perra en celo. No la vi, pero sentí como se metía mi miembro a la boca. Era mil veces mejor que la masturbación. El rocío de mi boca, el de la suya e incluso tal vez el de Adriana (no hace mucho me había besado), pintaron mi falo, y la lengua de Valentina era la brocha que guiaba aquel lienzo de lascividad.
—Me encanta tu verga —dijo cuando se la sacó después de una larga tragada. En tanto se acomodo para poder proseguir con la felación, en eso, levantó la cola como una verdadera perra en celo.
Aquel era el paisaje de mis ojos. No podía verla comerse mi verga pero ante mi, tenía el orto de Valentina, restregandose por todo mi rostro. Estaba tan cerca… Tan apetecible como un melocotón.
Esta vez iba a jugar mejor mis cartas. Primero, debía inmovilizar a la chupa pija y eso hizo, una vez Valentina volvió a llenarse la boca con mi pene, actúe. Estaba tan concentrada en atragantarse, que no se percató del peso de mi piernas sobre su nunca, no hasta que fue demasiado tarde. Cayó en mi trampa. Con fuerza, la aprisioné en una llave, en donde inevitable ya no podía sacarse mi verga de mi boca, ni mover el cuello.
La escuche protestar en un gemido, obstruido por un exceso de saliva.
Entonces le desgarre el pantalón. Una mano en cada pedazo de tela de cada nalga. De haber traído falda no me hubiera visto en la necesidad de hacer semejante acto de barbaridad, pero con jean de por medio, no había otra opción.
Fueron tres intentos, pero la tercera finalmente hizo ceder la costura. Debo decir que tanto esfuerzo valió la pena; por debajo de aquel jean, una tanga negra vislumbraba mis ojos como el brillo de un tesoro. ¿Debía tomar semejante prenda como invitación a invadir su intimidad?
No espere una respuesta, tampoco me tome las molestias de reflexionar sobre aquello. Nunca antes había deseado tanto algo. Era la piedra filosofal, yo el alquimista desahuciado por un poco de aquel néctar de inmortalidad. No había tiempo para pensar, ni para cuestionar si era ético o higiénico. Ni siquiera para dar la orden de ir a por ello. No, por primera vez mi cuerpo fue más veloz que mi mente.
Le corrí la tanga negra con la lengua, y deguste sus labios vaginales. Era otro tipo de beso, uno mucho más exigente pero a la vez más deleitoso. Pronto me hice un banquete con su intimidad. Incluso el olor que emanaba me parecía estimulante.
Ella, sin embargo, estaba ahogándose en un mar de fluidos. Fue un placer triple, su boca en mi verga, mi lengua en su vagina, y sus uñas insertándose como clavos en mis muslos.
Cuando la liberé de la llave, Valentina soltó un grito ahogado. Vi indignación en su rostro, pero también dicha. Le gusta que le chupe la concha, afirme en la mente.
—Pelotudo, no puedes… —negó en un gemido. Había encontrado el punto, su punto—. Valentin, Valentin, escuchadme…
No le preste atención a sus labios, bueno no a esos labios, los de abajo eran más sinceros, húmedos, y silenciosos. Pasaron varios segundos hasta que Valentina se resignó, no conseguiría apartar su vagina de mi cara. El goce recibido ayudó a que me perdonara por casi ahogarla.
En tal caso, ambos nos dimos placer. Noté cierta hinchazón en su vagina producto de tanta estimulación y como una flor empezaba abrir sus hojas, y una vez abiertas, Valentina se corrió. No fue un largo chorro como en las películas porno, pero sin duda algo distinto a la orina se impregnó en mi piel. No obstante, el orgasmo de Valentina no me detuvo. Era como cuando conduces un auto por primera vez, no te detienes a la primera hora de manejo. La emoción no te lo permite.
No sé cuánto duramos en aquella posición, según ella una eternidad pero para mi fue tan efímero. ¿Cómo es que había tardado tanto en no pedirselo?
—¿Qué haces? —pregunté. Ambos estamos acostados, ella en especial descansaba entre mis brazos. Encajando su espalda sobre mi tórax, es decir, estamos cuchareando. Ni con Julieta me había atrevido a tanto.
—Miro mis redes —dijo sosteniendo mi celular—. Antes que un ogro me lo quite.
—¿Te refieres a mi o a tu mama?
—¿Por cuánto tiempo vas a estar sin celular?
—Toda la vida —masculló—, o un año. Depende a quién le tengo que creer.
—Dejame adivinar, Romina fue la de la idea de quitártelo de por vida.
—Pareciera que la conoces de toda la vida —asintió—. Es una locura, ¿no?
—El que te vayas a quedar viviendo en mi casa.
—También es una locura lo que ha sucedido…
—Sí —Valentina no se atrevió a describirlo.
—Si, también una locura. Pero me gustó.
—Claro, es que vos no te estabas ahogando.
—La próxima vez, tiene mi permiso para sentarte en mi cara —bromeé.
—¿Habrá una próxima vez? —preguntó Valentina, aunque lo que estaba diciendo era: ¿Aceptas el contrato?
—¿En verdad debo hacer los trabajos domiciliarios? Mi deber es guiarte, asesorarte, nada más.
—Ya los has hecho —replicó con premura—. Estudiamos juntos, te vi entregarlos.
—¿Valentina Rhodes me ha estado observando? Guau, me siento halagado.
—Está bien —acepté—. Los voy a tener que modificar un poco para que no parezca que te has copiado.
—Si sacamos la tarea —habló para ella—, tengo tiempo de sobra para los exámenes.
—No sé. —Deslicé mi manos por dentro de la tanga negra. No llevaba pantalón, pues el que tenía ya no servía—. Con tantas interrupciones…
—¿Nada? —Esta vez yo la masturbe, siendo un poco más proactivo, amparado únicamente por la oscuridad de la sabana—. ¿Nadaaa? —gimió.
—¿Ignorarte? Tenes tu mano en mi concha, pelotudo. No puedes meter y sacar tus dedos, y esperar que…
La puerta se abrió. Si era Romina estamos muertos, bien muertos. Pero no había nada como la perspectiva de la muerte para sentirse vivo. No detuve mis masajes, ni tampoco me desprendí del cuerpo de Valentina. Si ibamos a morir, sería juntos, y preferiblemente con alguna parte mía dentro de ella.
—¿Cuchareando, chicos? —se burló Adriana—. Valu realmente sos una putita, ¿eh?
—Vete —gritó Valentina mientras soportaba mi tenaz obsesión.
—Neee. La casa está vacía, chicos. Que aburrimiento. —Encogió los hombros—. Esperaba visita pero al final nunca vino.
Se está refiriendo a mi, pensé. ¿Cuántas horas habían pasado desde que dejó la habitación? Adriana se sentó en el sillón de espuma. Con su pantalon negro simil y su lisa camisa blanca sin mangas. No iba a desaparecer, por lo pronto.
—Me chupa un huevo tu noviazgo —espetó Valentina—. Déjanos en paz.
—Debo decirlo, hacen una bonita pareja. Valentin y Valentina. 2VL, suena a banda de k-pop. No se preocupen no le diré nada a Madre sobre su relación. Eso sí, cuando traiga visitas, Valentina, espero total discreción de tu parte.
En esta casa, al parecer, todo se solucionaba con chantajes y favores.
—¿No me vas a exigir nada más?
—A vos, no, a tu novio en cambio… —Me miró directamente. Tenía unos bonitos ojos pardos—. Me parecías conocido, y por eso te googleé.
—Y te decepcionaste —asumí. Seguí frotando el clítoris de Valentina. Con su rostro, suplicaba que me detuviera. Empezaba a ponerse colorada.
—Todo lo contrario. —Adriana sacó su celular del bolsillo—. Te encontré en Instagram, debo decir que me sorprendió el hecho de que Valu no te siguiera, inteligente de su parte, así es más fácil mantenerlo en secreto.
—¿Qué es lo quieres? —pregunté empuñando la intimidad de Valentina. Ella gimió con la mano en la boca. Estaba muy sensible.
—Tus entradas VIP. Las que ganaste en el sorteo vía redes. —Quedé en shock o algo parecido—. Recuerda soy DJ, una artista, no puedo perderme semejante evento. Van a estar las mejores bandas del país.
—¿Cómo sabes lo de las entradas?
—Te etiquetaron en Instagram. Por eso te me hacías familiar.
—No puedo dartelas. Iba llevar a… —Julieta, me corregí—. A Valentina, como aniversario por nuestro primer mes.
Esperaba que con semejante detallazo Julieta no me abandonará una vez estuviéramos en el colegio. Aunque ya había dejado las cosas claras. Besitos y toqueteas sin compromisos, y siempre por debajo de la alfombra.
—Perfecto, son tres entradas, y nosotros —contó—, uno, dos, tres, que casualidad somos tres.
—Haz caso a tu novia —dijo Adri confundiendo la suplicaba de su hermana.
Estaba llegando a su orgasmo, y guiada por la necesidad de mantener la boca ocupada y no gemir, opto por lo más práctico, besarme.
—¿Eso es un sí? —preguntó Adri, muy atenta a nuestro beso—. Es un si. Uy, con lenguita.
Sin embargo, nosotros estábamos extraídos de la realidad. La ignoramos por completo, pero ella no a nosotros.
—Me corrí enfrente de mi hermana —me susurro lo suficiente bajo para que Adri no escuchara. Un hilo de saliva unía nuestra boca.
—Te odio. —Por un instante, escuche lo contrario.
—Epa, que tanguita que llevas. —Adri se había levantado del sillón y a nosotros la sábana ya no nos cubría—. Sorpresa, inspectora de tanga.
—¿Qué? —dijimos al unísono. Muy tarde. Adri abrazaba desde atrás a su hermana, tal vez con demasiada brusquedad.
—No, de-bo cum-plir con mi de-ber —dijo con voz de robot—. De-bo ins-pe-ci-onar.
La nombrada no bromeaba. Sus manos asaltaron el pedazo de tela. Valentina brincó usando sus rodillas, en un vano intento de liberarse de su hermana y su inspección. Pero Adri no la soltó, al revés, la tiró boca abajo.
—Suéltame —gritó con el colchón tapando su boca—, me estas lastimando.
—Soportes estables —comentó mientras estiraba los costados—. ¿Eh?, no es una tanga de hilo, muy mal, muy mal —le nalgueó una pompi.
No sabia como reaccionar. Jamás pensé que hubiera alguien mas cabrón e hijo de puta que Valentina. De existir, era de suponer que fuera de la misma familia.
—Facilidad de correrse en caso de sexo casual, ocho de diez —puntuó mientras sus dedos removian la entrada de la vagina de Valentina—. Carajo, está sumamente húmedo. ¿Que opinas, Valentín?
—¿Eh? —abrí la boca. Error. Adriana me restregó la mano completa con los fluidos de su hermana.
—Yo digo que debemos llamar a un plomero, porque el chocho de mi hermana es un grifo.
—Hija de puta… —repetía una y otras vez Valentina mientras pataleaba.
—Pasemos a la prueba final: resistencia del material.
—¡No te atrevas! —espetó en un grito de guerra. Otra vez muy tarde. Adri estiró la tanga hasta muy arriba, convirtiendo la parte de abajo de la pieza en un fino hilo que como un serrucho cortaba la piel con fricción.
—Valentin, ya que sos nuevo en el rubro —dejó de tensar—, escucha con atención, las pruebas deben ser exhaustivas, muchas señoritas dependen de nosotros. —Una vez más estiró la tanga.
Tragué saliva ante semejante juego de hermanas.
—Ni se te ocurra pedirle ayuda a tu macho —le nalgueó otra vez—. ¿Estás lista?, una vez más.
—¡¡¡Ayuda!!! —desobedeció la menor de las hermanas. En un reflejo causado por la súplica de Valentina, fui llevando mis manos hasta su tanga.
—No hagas nada, luego te recompenso —susurró Adriana a mis oídos—. Ayúdame a jalar.
Y de pronto, entre gritos y súplicas, con nuestras fuerzas combinadas, la tanga se rompió. Había traicionado a la que se suponía era mi novia.
—Eh, Valentin, aguafiestas —me guiñó el ojo—. ¿Por qué cortaste la tanga?
—Deberías soltarla —sugerí—. Está rojo.
—Valu que aburrido es tu novio —chilló—. En fin, terminamos, solo falta el sello de control.
—Si, mira —bajó la cabeza y le mordió la nalga de derecha. Debió de ser igual de tormentoso que el calzón chino, porque Valentina se retorcía de dolor.
No obstante, con Adriana mordiendo, Valentina pudo escapar de su agarre. Cayó al suelo con la tanga rota, y corrió hacia la puerta imitando el movimiento de una lagartija. Una vez en la puerta, usó los marcos como apoyo para levantarse.
—Zorrita, ven aquí, tengo que inspeccionar tu corpiño. —Adriana imitó a un cangrejo.
—La boquita, Valu. —Me señaló con la cabeza—. Tenemos invitados, debemos guardar las apariencias.
—Valentina, ¿estás bien? —pregunté. Su intimidad estaba irritada. Seguía siendo apetecible pero estaba más colorada de lo normal—. ¿Quieres que vaya a comprar una pomada?
—Valetin tiene razón —coincidió Adriana—. Inspección de concha.
Fue tras su hermana con toda la intención de atraparla, y solo dios sabría con que fines.
—¡Vete a la mierda! —huyó de la habitación con la ternura de una pequeña que corre de sus padres. Desnuda de cintura para abajo. En tanto Adriana se detuvo en la puerta.
—No huyas, cobarde —reprendió—. Como sea, y ahora que hacemos.
—Lo que sea menos inspeccionar —aporté.
Adriana levantó la tanga rota de su hermana. La olió e intentó unirlas.
—No pasó la prueba de calidad —dijo revoloteando la tanga hacia mi.
—Es que no has visto la mía. —De su pantalón simil hizo aparecer dos ligas púrpuras, las cuales estiró hasta llegar a la altura de su ombligo—. Me la puse pensando en vos.
Capítulo 4: Luces, cámara y acción.
Yo creía que la suerte era un fenómeno aleatorio, pero luego de casi 24 horas en la casa de los Rhodes empezaba a creer que debía de ser un evento acumulativo. Había vivido sin suerte durante tanto tiempo, que ahora me caía a raudales como una lluvia monzónica en plena cordillera.
La escena no podía ser más idealista y surrealista a la vez. Sus brazos extendidos, prácticamente a 45° grados, apoyados en mis hombros, surcando mis periferias.
De un momento a otro, Adri se puso de puntitas y dijo:
—Sos mi tipo. —Un piquito inofensivo y continuó con su declaración—. Cumples con todas mis exigencias.
En cualquier otra circunstancia, hubiera aceptado aquellas palabras sin más. Feliz de gustarle a una fémina, pero la voz de Valentina persistía en mi cabeza.
—¿Cuál exigencia, ser novio de tu hermana?
La pregunta no le tomó por sorpresa. La estaba esperando.
—Me atrapaste. Sos el primer novio que Valentina trae a la casa
—Entonces te tengo una mala noticia... —Estaba tirando mi oportunidad por la borda, ¡ay de mí! Pero ese momento de intimidad con Valentina me obligó a seguir hablando—. No soy el novio de tu hermana, nuestra relación es más simplista. Cuando me besas no estas dañando a tu hermana. Para ella… no soy especial.
De ser el protagonista de una historia hubiera decepcionado a todos. Aquella era la oportunidad de salirme con la mía. Julieta, Valentina, Adriana, todas me usaban en cierto grado, y yo era incapaz de tomar la iniciativa, de devolverles el golpe.
—Así que ya ves —dije espabilando mi cuerpo y apartando sus brazos—, no cumplio con ninguna de las exigencias.
Hizo fuerza en los brazos, manteniendo su posición. Levanté una ceja ante la sorpresa. ¿Y ahora qué? Se suponía que debía apartarse, bifurcar sus planes maquiavélicos.
—La honestidad es contagiosa. Esta noche he sido más dura con Valentina de lo habitual, ¿quieres saber por qué?
—De igual forma me lo dirás —farfullé. Quiere desahogarse.
—Regresé temprano para descansar y tomarme una aspirina —justificó su anticipada llegada—. El plan estaba funcionando. Con ustedes dos jugando a la parejita, las risas no faltaban. Hasta ese momento, solo quería molestar un poco a mi pequeña hermana.
Me mostró la pantalla de su celular. Una foto. Una chica de largo pelo negro y ojos negros, con una aurora gotica; tatuada en las piernas, en los brazos y en los pechos; y con un piercing de toro asomando en la nariz. Como un friki otaku, la clasificaría como una hija del diablo, la misma Lilith en persona.
Adriana deslizó su dedo índice por la pantalla, y ahora la foto era un video, la misma chica bailaba en un boliche, alcoholizada y enfiestada, con la pollera levantada. Unas cuantas manos masculinas le tocaban el orto al pasar. Y entonces lo vi, al novio de Adriana, por supuesto tenía que ser él, musculoso, cara linda y mandíbula perfilada, encaraba a la mina sin rodeo.
Y yo tuve la oportunidad de hacer lo mismo con la mayor de Rhodes, pensé al observar cómo el novio de Adri le comía la boca a la chica dark.
—¿Eso pasó hoy? —pregunté todavía atento al video. Un nuevo chico se les había unido, y “apoyaba” a la mina desde atrás.
—Una amiga me lo mandó —apagó el teléfono—. Es temprano, deben seguir ahí; bailando.
—Más que un baile parece una orgia.
—¿Qué te parece caerles de sorpresa?
—¿A qué? —usé la lógica—. Si vas, le demuestra que te importa. Obvio, no te dire que es lo tienes que hacer con tu relación, pero tanto esfuerzo sin obtener nada a cambio, más que gritos y una trifulca. Además, te lo digo por experiencias recientes, los escándalos en lugares públicos solo causa cringe.
—Discrepó, se veían tan mono los dos. Valentina sobre tu espalda, aferrándose al amor de su vida, y vos preocupado de que no se lastimara, calmandola con palmaditas en la cabeza. Y el beso al final; sellando vuestro amor.
Está imitando a Maca, recordé en mi mente. La menor de las Rhodes solía pensar y hablar de esa manera. Emparejando gente en el colegio, con un imaginario muy amplio. A mi por ejemplo, según su criterio, debía de salir con la gorda Mily. Confundía tolerancia con amor
—Así no fue como sucedió —me limité a decir.
—Como sea… —miró la pantalla bloqueada de su celular—. Lo que más me molesta es que ella odia a los hombres. Y ahora resulta que se los besuquea.
—¿Tu novia? —Debía de parecer un imbécil repitiendo palabras en forma de preguntas.
—Sí, mi novia, la de la foto. Soy torta, Valentin.
—Ahh —dije comprendiendo mejor el video, y la razón de su enfoque sobre la chica dark—. Uhh, lo lamento. A tu novia le están dando fuerte —se me escapó de la lengua—, como piñata en fiesta.
Esta vez fue ella la que levantó las cejas sorprendida.
—Que insensible —bufó, fingiendo indignación—. Fue un comentario irrespetuoso de tu parte.
—Perdón, llevo demasiado tiempo con tu hermana, se me ha pegado sus malos hábitos.
—Te perdono. —Volvió a tirar de su tanga, recobrando su sensualidad—. Pero necesito que me hagas un pequeño favor.
Miedo. ¿Que tal si el favor, en sí, era un castigo? La inspección de tanga era dolorosa incluso de ver.
—Retomar lo nuestro. Hacerme tuya. Devolverle el golpe.
Le había dicho la verdad y aun así quería estar conmigo. Era lento pero no idiota. Por lo tanto accedi.
Nunca me imagine haciendo porno. Pero, ¿realmente estaba haciendo porno?, digo, Adriana era la que sujeta mi verga y la cámara, yo solo tenía que estar parado y tenerla parada. No era difícil, más si tenías como compañera de set a alguien como Adri: una rubia sexy de ojos pardos. Voluminosa a su manera, si sacabas de la ecuación a Valentina y a su madre.
—¿Que vas hacer con las fotos? —pregunte—. ¿Con el video no es suficiente?
—Conozco a Tatiana —respondió mientras me besaba el escroto y tomaba la selfie—. Mañana me hablara, y cuando me pregunte que estoy haciendo, le dire desayunando berenjena. Primero la foto y luego el video.
Escupió sobre mi falo. Fue expandiendo el lubricante casero con sus dedos.
—¿Quieres que rompa con ella? —me devolvió la pregunta. Para luego seguir planificando su puesta en escena—. Necesito estar desnuda.
Dicho y hecho. Arrodillada, comenzó a desnudarse. Primero su camisa salió volando, para continuar con su corpiño. Demasiado rápido para mi gusto.
—Valentina las tiene más grande —comentó mientras yo mantenía fija la mirada en aquellas llanuras—. ¿Te gustan?
Adri se pellizcó un pezón. Deseaba una respuesta afirmativa.
Finalmente se quitó el pantalón, quedando únicamente con la tanga casi transparente con encaje púrpura que tantas veces me había presumido.
—No has respondido a mi pregunta. ¿Quieres que rompa con Tatiana?
—¿No? —Nuevamente se acercó a mis genitales. Ansiosa por proseguir—. Que rica verga. Empiezo a replantearme mi vida.
—¿Es lo qué escribirás a Tatiana?
—No pero no es mala idea —me tendió su celular con la cámara abierta—. Empieza a grabar.
Nada más terminar de hablar, engullo la mitad de mi miembro, y como una experimentada actriz porno, no perdió la cámara de vista. Cuando Tatiana viera el video, no podría esquivar los ojos de su novia mientra esta le hacía una felación a un desconocido,
—Tati, mi amor, no puedo responderte, estoy ocupada. —Esta vez se la comió entera, o al menos lo intento. Subiendo y bajando la cabeza hasta llegar al minuto y medio—. Tati.. Tati… Está muy rica… Tati… mejor que tus consoladores…
Entre tanto hablar y tragar, una cascada de baba se fue formando alrededor de la boca de Adri. Pronto descendería al suelo. Mi pene estaba de suerte, en un mismo día, había recibido tres chupadas.
—... Tati estoy caliente… tu concha seca… Desde ahora solo quiero verga…
Me guiñó el ojo. Aquella era la señal. Debía de follarle la boca y no detenerme bajo ningún motivo. Era la parte que más le gustaba a Tatiana (aunque no sabía quién hacía que). Debía de usurpar su momento, en palabras de Adri. Ella abrió la boca tanto como pudo, dejando el resto del trabajo en mi manos, o en este caso, en mi polla.
De mí dependía el éxito del video, y por eso no lo consideraba porno. En mi tonta cabeza, el porno dependía de las actrices mujeres.
—Confío en vos —me había dicho minutos antes. No podía defraudarla. Lo bueno es que no iba acabar pronto, Valentina me había estado preparando para ese momento.
Con una mano grabé y con la otra le sujeté la cabeza. Y entonces ejercí fuerza desde mi pelvis. El primer martilleó, y di en el clavo. Entró e hizo estragó la respiración de Adri. Era la primera prueba, pues quiso alejarse, empujando mis muslos con las palmas de sus manos.
Un segundo golpe, seguido de un tercero, y de un cuarto… Pronto perdí la cuenta.
—Yawwnowwwmás —dijo Adri con ojos rojos y mi verga todavía dentro de su garganta.
No, no podía detenerme. Tenía que tomar el castillo, romper las defensas psicológicas de Tatiana, y eso requería mayor esfuerzo, como un ariete choque contra la boca de Adri. Una y otra, y otra vez. Cada tanto la mantenía dentro, pues me había percatado que aquello le causaba náuseas.
Y entonces supe que había llegado el momento. Aquel era mi límite, pensé, no podía ir más profundo en su garganta. Pronto me iba a venir. Sin embargo, una duda me albergó. ¿Era posible? Espera que sí, porque de lo contrario me iba doler.
Adri no lo vio venir. Pero ocurrió de igual forma. Esta vez metí todo, incluyendo mis bolas, y en lo más profundo de su ser, liberé mi esperma. Ella vomitó. De su nariz y boca, fluidos de tonalidad lechosa brotaban.
Acerqué la cámara al cuerpo desparramado de Adri, fui subiendo en el video, desde los pies hasta su cabeza. A menudo dicen que los mejores momentos de las películas, son cuando los actores improvisan. Otra idea loca, se cruzó por mi cabeza e improvise.
—Ahora es mía —me dejé llevar por el momento.
Ella miró la cámara, asintió ante mi declaración e igual que yo improviso sobre el momento. Con la cabeza en el suelo, aprisionada por mi peso, señaló la tanga rota de Valentina. Estaba muy cerca.
Fui a agarrarla, apartando la cámara de la cara de Adri en pos de la tanga negra, y aprovechando el momento me explico su plan con señas. Como ella me indicó, fui limpiando el suelo con el pedazo de tela. Empapando con seme y fluidos bocales salidos ambos de Adri.
—Tati, mi tanga de ayer, está mojadita de tanto coger —dijo mientras rostro y tanga compartían escena—. Amor, está rota, ay no, ya viste como es él, muy brusco.
»Bueno, amor me despido, debo limpiarle la verga a mi hombre. Te llamo más tarde, con la concha llena lechita.
Un último movimiento de cámara, esta vez dirigido a mi verga media flácida. Se la metió una vez más a la boca. Iba a dejarla impoluta. La próxima vez que Valentina me la chupara, se lo iba a exigir.
—¿Que tal quedó? —preguntó Adri.
—Yo creo que bien, no ganaremos un oscar pero Tatiana de seguro se indigna.
—Es la idea —expresó a la vez que intentaba levantarse. Aunque yo la detuve—. ¿Qué?
—No está limpia. La usaste. Si bajo y Valentina quiere hacerme un pete, se va a dar cuenta.
—No lo somos, pero quiere que mantenga mi distancia con vos.
—Interesante. Muy interesante. Si le meto la tanga por la boca, ¿crees qué se enoje más que hoy?
Levantó su mano izquierda, la cual sostenía eso que alguna vez usó Valentina para cubrir su intimidad. Estaba destrozada a un nivel extremo.
—Ya le he metido varias cosas por la boca cuando me hace enojar. Una media, un pepino, un preservativo… claro antes lo probaba conmigo para saber que fuera seguro. No soy una hermana inconsciente.
—Justo ahora, cuando mencionaste que quería apartarme.
—No creo que nadie sea capaz de meterse eso en la boca—señalé la cosa propiedad de Valentina—, y no cabrearse.
—¿Cómo que no? —En eso añadió la tanga de Valentina en su lista de cosas probadas—. Miwwwra.
Abrió la boca, demostrando su audacia. Yo aproveche, y también le metí mi miembro. Era difícil no hacer nada cuando Adri tenía la boca tan abierta, y uno la pija afuera. Luego de haberle realizado una garganta profunda, me era imposible no actuar duro con ella.
—Dejamelo limpió —sentencié, y obedeció sin rechinar.
Pasaron varios minutos hasta que mi verga quedó pulcra. Pero no seca, por lo que Adri se quitó esta vez su propia tanga, la cual estaba más limpia; usándola como una pequeña toalla. Entre tanto, perdí el tiempo observando detalladamente su vulva.
—Porque ahora tengo dos tangas mojaditas.
—¿Valentina? —intuí su curso de acción.
—Sí —confesó—, eso de excluir a una hermana está muy mal.
—¿Vos nunca la excluiste de algo?
—Jamás jamás jamás. —Terminó de vestirse. Camisa y pantalones en su lugar—. Puedes consultarle sobre la vez que le preste a Tatiana.
—Maca tiene a Antonella, y Sara a mamá como confidente. Ella y yo deberíamos ser mejores amigas. Como sea… gracias por ayudarme con el video.
—Supongo que ahora está soltera.
—¿Por qué? —Realmente parecía no entender cómo había llegado a semejante conclusión.
—Una vez que Tatiana vea el video —me explique con paciencia—, ella cortara con vos. Es más que obvio.
—Valentin, una vez que vea el video vendrán enseguida a suplicarme perdón. No si antes tocarse un par de veces.
—¿Te pedirá perdón? —Debía deshacerme de esa costumbre de repetir las palabras. Pero entender a Adri me era difícil.
—La conozco como la palma de mi mano. Está loca, un pelin más que yo.
—No la conozco pero te creo. —Tenías que estar loco como para mantener una relación amorosa con Adriana Rhodes—. Así que el video no era un mensaje de despecho, si no de reconciliación.
—Sí y no. En un primer momento no lo verá de esa forma.
Me alarmé. Salté del sillón dominado por la sorpresa. Pero al igual que su hermana salió corriendo antes que pudiera emitir otra pregunta. La seguí. No me había percatado de lo peligroso que era hacer una secuencia porno. El deseo me había cegado. Cierto, mi rostro no salía, pero mi voz…
Ella iba a diez pasos por delante, podía alcanzarla, y exigir una respuesta más clara. Si, solo debía acelerar un poco más. Corre, mueve las piernas, no te detengas…
—Valentin —gritó una voz femenina desde el final de las escaleras. La reconocí al instante—. Valentin, Valentin.
Una aleación entre abrazo y derribo me detuvo.
—Hola, Maca. —Veinte pasó por delante—. Cuánto tiempo sin vernos.
Suspiré resignado. La suerte estaba echada.
Capítulo 5: La menor de las hermanas
—Hay un rumor… Dicen que te vieron de las manos con Julieta Robles.
—Maca, ¿es lo único que me vas a decir? —Si había una Rhodes con la que yo creía que me llevaba bien, esa era Maca. Que errado estaba—. Suponiendo que sos Maca. ¿Dónde está la otra?
—Valentía te lo dijo. —No fue una pregunta.
—Se le escapó —aclaré—, ella supuso que me lo habías contado. No la culpo, yo también creía que éramos amigos.
Esquivaba mis miradas. Fingiendo estar bebiendo su taza de té.
—Mira la hora que es —se hizo la boluda—. Es increíble como vuela el tiempo cuando vas de compras. Salimos del shopping a las 10 p.m. Tendrías que haber venido… —Deje de escucharla. Mi mente seguía divagando sobre lo sucedido con Adriana. Carraspeó un poco indignada ante mi desinterés—. ¿Y es cierto?, ¿sales con Julieta?
—Todo es tan rosado —noté al observar con mayor detalle las estancias de Maca. Me había invitado a tomar el té, como toda una princesita victoriana, arropada con un vestido de una sola pieza, color crema que parecía calculadamente diseñado para estar completamente a la moda sin ser demasiado atrevido. Valentina lo llevaría más escotado. Esa era una de las tantas diferencias que tenía con su hermana. Físicamente, Maca era más pequeña y en el rostro unas cuantas pecas se asentaban en torno a su nariz. Además había heredado los ojos de su madre.
—Ahora ya sabes cómo se siente que te omitan cosas.
—¿En serio con Julieta? —chilló—. Ni siquiera la conoces bien, en cambio, con Mily llevas toda una vida.
—Lo dices porque Mily es tu amiga, y le estás buscando pareja.
—¿Vas a negar que se llevan bien? O es que juegas en el otro bando, en ese caso, sé por buenas fuentes que Agustin Ferreira se sienta en la torta.
—¿Agustin, el novio de Andrea Bogani? —Andrea, una de las mejores amigas de Valentina, la piel se me erizaba de susto de solo pensar en el trío de arpías que gobernaba sobre el colegio.
Me había olvidado cómo era hablar con Maca. Si algo pasaba fuera o dentro del colegio, ella era la primera en enterarse. Si, era flor de chismosa, pero no lo hacía con maldad, estaba en su naturaleza.
—Una vez me tiró onda —recordé, exagerando tal vez los hechos. Fue en tercero, lo malo de no tener una vida social era que incluso lo más insignificante quedaba guardado en tus recuerdos—. Pensé que lo había malentendido.
—¿Quiere que te organice una cita?
—No te preocupes, él es el pasivo.
—¿Entonces estás saliendo con Julieta?
—No —mentí. O tal vez no, si le preguntaban a Julieta, ella lo negaría rotundamente. La farsa había sido descubierta; pronto, si mi intuición no me fallaba, me bloquearía de las redes. Lo bueno es que estaba tan cansado, mental y física (con el pene decaído), que realmente no importaba. Lo sucedido en la casa de los Rhodes hacía de clínica de relajación en aquel momento, y como dicen, si te van a disparar mejor que sea dentro de un hospital.
—Haz lo quieres, ambos sabemos que no puedo detenerte —me levanté.
—Me voy —confirmé—. ¿Dónde está Antonella?
Me costaba creer que había dos Macarenas. Nombrar a la otra, era como estar hablando de un fantasma.
—Se esconde de vos. Es tímida —En su voz noté sinceridad—. Vimos tu auto estacionado. ¿Lo compraste este verano?, ¿no había uno más moderno? Es una caja de fósforos, está bien cuidado pero es demasiado compacto. ¿Cómo nos llevarás a Mily y a mi cuando salgamos?
—Lo compré pensando únicamente en mí —y en Julieta—. Además me iba servir en el trabajo. Viven en un zona alejada, lujosa, pero alejada. Mi plan era comenzar con Valentina, luego vuestra madre me recomendaría a sus amistades, desplazándome por vuestro barrio. —Suspiré agotado—. Un plan con muchas fisuras, sobre todo, porque depende de los sesos de tu hermana. Es como apostar en las carreras por el caballo cojo.
—Hombres, la verdad es que solo querías un motor y cuatro ruedas. —Incliné la cabeza—. Mañana es domingo, ¿venis? Mamá nos dijo que el tutor de Valentina había aceptado trabajar la semana completa.
No lo sabe, pensé. Romina no les ha dicho sobre los nuevos términos de mi contrato. Romina… Romina seguía en la casa de mi tía.
—No puedo irme, no hasta que tu madre llegue.
—Y qué vas hacer, seguir enseñando a Valen.
—No, está muy cansada. —Adri le hizo mierda la concha, pensé y me apiadé de la estúpida—. Debo ir a la farmacia.
—Perfecto, te acompaño, y de paso paramos en una rotisería, no hay nada que cenar.
Salimos de aquella especie de mansión. Los Rhodes tenían dos autos, el de Romina y el del señor Rhodes. La milf se había llevado el suyo, y por lo que había contado Maca el otro estaba determinadamente prohibido usar. Era un convertible, el favorito del patriarca de la familia. Por lo que tuvimos que usar el mío. Además, ninguna de las Rhodes sabían conducir, ellas se manejaban a través de Uber.
—Es de noche —dijo lo obvio, mirando los faroles de la calle por medio de la ventana del auto—. Muy de noche, y yo estoy en tu auto.
—Si nos sacamos una selfie, tal cual, y la subo a mis redes, ¿qué crees que pensarían de nosotros?
—En eso te pareces a tu hermana —vociferé, comprendiendo su indirecta—, pensarían que somos buenos amigos.
—¿Lo somos? —preguntó pero en sus ojos verdes se vio la verdad: ¿Me perdonas por no mencionar a mi hermana gemela?
—Cuando decías que te dolía el cuerpo, y no salías al recreo... —Ella era un año menor que yo y aún así compartíamos las horas de ocio—... Era ella, Antonella, ¿verdad?
—¿Cómo puedo saber? —sonrió—, yo no estaba presente.
Una vez que yo compré lo que tenía que comprar, conduje guiado por las instrucciones de Maca. Llegamos a una especie de bar juvenil donde también servían comida. Ordenamos varias docenas de empanadas, y por supuesto, bebidas cero. Las Rhodes cuidaban de los carbohidratos.
Mientras esperamos nuestro pedido, yo chequeaba mi celular. Tenía las cuentas de Valentina abiertas, la muy estúpida no había cerrado sesión. O no había tenido la oportunidad de hacerlo. No comprendí porque hacía tanto escándalo por no poder revisar sus redes; sus fotos en bikini no podían compararse con la vista de su flor con pétalos dorados humedeciendose, y sus conversaciones con tios, llenos de polla, bueno, eran patéticas como yo espiando de sus conversaciones.
Cerré sesión e inicie sesión. Para continuar con un gritito de sorpresa. Adriana Rhodes me seguía, y lo peor fue cuando vi la casilla de mensajes. Una foto pixelada; era yo, me había sacado una foto a escondidas. Mil cosas se pasaron por mi mente, se imaginan que llegara a ser presidente del país, y el video porno que había grabado arruinara mi carrera política, esas cosas pasaban… No necesariamente debía ser con el cargo de presidente. Y la verdad, no creo que llegara tan lejos.
En fin, ahora podían vincularnos. En fin, conduje de regreso.
Una vez dentro de la casa, decidí postergar lo mio con Adriana, tenía un asunto más importante que resolver. Bueno, “no más importante” pero sí más apremiante. Toqué tres veces la puerta, pues como me imaginaba, debía de tener el cerrojo puesto.
—Sos el único que toca —espetó Valentina.
—Compre comida, más bien, Maca compro comida con su tarjeta, yo solo la lleve.
—¿Y por qué no pidieron delivery? Es lo que hacemos siempre.
—Porque… —Porque a Maca le encanta tomarme el pelo—. ¿Puedo pasar?
—No. Para un pervertido como vos, debe ser difícil de entender, pero no es no.
Plan B. El plan C era tirar de la puerta, como había visto hacer a los policías, esperaba no tener que llegar tan lejos.
—Valentina dejaste tu Instagram abierto.
Ruidos. Ruidos de distintos tamaños; grandes y pequeños. El sonido de un cuerpo moviéndose a toda prisa. Un click proveniente del cerrojo, y la puerta como por arte de magia se abrió, solo un poco.
—Dame el celular. —Una mano salió de dentro de la apertura que ahora había entre la puerta y la pared. Me impuse con mi cuerpo, y ensanche la apertura, y con el sigilo de un hobbit entre en la cueva del dragón—. No puedes, no puedes…
—No pienso estudiar —bramó con furia. Contraatacó arrojando una almohada—. Chupame bien la concha, friki de mierda.
—¿Es una invitación? —La Valentina sonrojada hizo aparición ante mi proposición. Llevaba un pijama, o al menos el pantalón era parte de un pijama, la remera vieja de Hello Kitty parecía ser solo eso, una remera vieja y holgada—. No te preocupes, yo tampoco tengo ganas de estudiar.
Valentina parecía entonces preguntarse entonces cuál era el motivo de miintermisión.
—No, no quiero que me chupes nada.
—Fue una pregunta retórica, Valentina.
—Lo que siempre haces —dije con soltura—. Te traje una crema, el chico de la farmacia me lo recomendó, también pastillas para el dolor muscular aunque no sé si te vaya a servir.
Silencio. Valentina observó la bolsa en mis manos, y supo que no mentía.
—Llevas toda una vida diciendo friki, y no sabes nada de nosotros, un friki tiene el hábito de estar preparado en caso de un apocalipsis zombi o una invasión extraterrestre. Soñamos con el momento.
—No, pero debería. La verdad es que fui a la farmacia —expliqué—. De paso fui a comprar comida.
—No te lo voy a agradecer —agarró la bolsa de un tirón—. Debiste intervenir antes. Debiste defenderme ¡Yo soy tu novia! —Silencio. No esperaba tanto silencio; y el silencio en abundancia atrae a su prima: incomodidad—. No, no, lo quise decir es que ella piensa que tenemos algo. Tenías una tapadera; me hizo daño y no hiciste nada. Tuve que suplicarte.
—No vas a decir qué me lo merezco, qué yo te hacía lo mismo. Es el momento, burlate, ríete de mí.
—Solo me lo hiciste una vez —recordé—, y no fue para tanto, si hacemos una comparación.
—Lo sé. ¿Planeas vengarte de Adriana? —Quería saber más de su relación con su hermana. ¿La Valentina que yo conocía seguía estando ahí?
—Por supuesto —habló como la reina que era. Con ese sentimiento de superioridad y soberbia, y con una pizca de orgullo herido—. Es la guerra.
Ella seguía siendo Valentina Rhodes.
—Renunciar, no parece una mala idea —murmuré al aire.
—No puedes irte. Romina asumirá que es por mi culpa. —¿Y no lo sé? Yo solo debía ser tu tutor, pensé un tanto fastidiado.
—Voy a bajar —Moví la cabeza. Fue mi manera de despedirme—. El celular, le quite el bloqueo automático. Puedes usarlo el tiempo que quieras. Si mensajea mi madre, dile que estoy bien, y que la señorita Romina me trata bien.
—Espera —gritó—. Adonde vas, te la tengo chupar.
—Prefirió comerme una rica empanada. —Valentina se llevó las manos a su intimidad, como queriendo proteger su tesoro—. No me refería a tu empanada. —Toci. Me tragué la risa—. Maca compró comida, ¿quieres que traiga alguna?
—Unas dos estarían bien. —Dado que no me insultó, debía de tener hambre pero no podía bajar, ya que su orgullo aún estaba dañado. Cada vez conocía mejor a Valentina.
—Afuera, encontrarás un tupper con empanadas y una lata de gaseosa —indiqué—, son tuyas.
—Adiós —respondí ya la vez no—. No te amanezca con el celular. Mañana debemos estudiar.
Salí, bajé las escaleras y fui directo al comedor. Empezaba a acostumbrarme a los planos de la casa, moviéndome como Pedro por su casa. Allí me encontré a Maca y Adriana, llevando la comida a la sala con la televisión más grande. Habían decido por mí, y por lo tanto, íbamos a ver una maratón de película de terror.
Una vez me senté en el sillón cama, caí en la cuenta de que estaba ignorando mi propio consejo, una maratón de película implicaba justamente amanecerse viendo películas.
—¿Masacre de Texas o Diabólica tentación? —consultó Maca con una tablet en mano que hacía de control.
—Tentación —respondía Adriana a Maca pero su mirada estaba dirigida a mi persona—. Una noche para ser tentado, ¿no crees Valentín?
—La enseñanza de la película es no caer en la tentación —masculle—. Y que incluso una chica linda puede ser peligrosa.
—¿Crees que soy el diablo? —me susurró Adriana mientras se sentaba a mi lado derecho—. ¿Me tienes miedo?
—La foto fue inapropiada —espeté en voz baja pero manteniendo un grado de brusquedad. Mi mano tapó mi boca—. Acordamos que yo no saldría.
—Y no sales, vamos, es solo una fotito.
—¿Qué se traen ustedes dos? —intervinó Maca con una mueca de curiosidad.
—Nada —levantó las manos en muestra de su inocencia—. Hablamos sobre Tatiana. Le estoy preparando un regalo de aniversario.
—¿Y le estás pidiendo consejo a Valentin? Se nota que no lo conoces, él no tiene cabeza para esas cosas.
—Sí que tiene cabeza —me guiñó un ojo.
—Un vídeo. —¿Es que acaso no le tiene miedo a nada? pensé al escucharla—. Un video sobre nuestro futuro.
—Poco original. —Maca se acomodó en mi lado izquierdo, como una pequeña gatita. A pesar de haber varios sillones individuales, las hermanas decidieron usar junto conmigo el de tres cuerpos—. ¡¡¡Antonella la cocina está vacía, ya puedes salir!!!
A continuación Maca aplaudió, y la luces se apagaron.
—No le gusta hablar, si sale, se vería obligada a saludarte. —Rápidamente Maca cambió de tema—. ¿Sabes algo de mamá, Adri?
—Romina no ha estado dentro de mis prioridades el día de hoy. —No la podía ver pero sentí el encogimiento de hombros—. Valentin, ¿me puedes abrazar?
—Le tengo miedo a las películas de terror. —No hacía falta ser un adivino para saber que estaba mintiendo.
Esta vez fue Maca la que intervinó:
—Valentin… Yo también… ¿Me puedes abrazar?
Jamás pensé que los días grises de mi adolescencia podrían vislumbrar tanto colores. Lo que sentía al tener a ambas hermanas entre mis brazos, sintiendo el olor de sus cabellos (usaban el mismo shampoo), el tacto piel contra piel, y el calor de la vida, un calor distinto al del fuego, este no quemaba solo reconfortaba, revivieron las esperanzas de un futuro mío más brillante.E irónicamente en ese instante también podía afirmar que no importaría morir,
—Valentin —besó a Adri mi oreja—, ¿por qué no le tocas el orto a mi hermana?
—Hazlo, ella no dirá nada. Hazlo o publico la foto —amenazó—. Hazlo.
Mierda. Entre la espada y la pared. El momento de amor sano había terminado. Pronto la cachetada caería sobre mí, como una flecha certeza y letal. Adriana no bromeaba, ella nunca bromeaba, lo aprendí igual que Valentina a las malas.
Deslicé mis dedos, desde el hombro, recorriendo la columna hasta llegar al nacimiento de su culo. ¿Realmente lo iba hacer? Mi mano tembló un poco; estaba cruzando una línea roja y cuando cruzas la línea tienes que atenerte a las consecuencias.
—Hazlo —ordenó Adriana, ordenó Ruina, mi ruina. Mi mano y mi alma vadearon el río que separaba las dos mitades del orto de Maca. Arrugue el cachete izquierdo, con la esperanza de amortiguar el golpe. En tres, en dos, en una… Nada.
¿Y la explosión? Las luces estaban apagadas por lo que no podía ver a Maca y su reacción. No podía no sentir que mi mano estaba en su orto. Y de pronto Maca se movió. ¡Ahí viene! Solo era cuestión de tiempo.
Sentí la tensión del momento en mi cabeza.
Nada, una vez más: nada. Aunque no realmente nada, Maca encajó su pequeño cuerpo como si de un puzzle se tratase, uniendolo con el mio. Sentí su respiración. Me había salvado de culo, y todo por tocar un culo. Entonces hubo otro movimiento… ¿Había cantado victoria antes de tiempo? Maca sujetó mi mano, la mano que posaba en su burra redondita y tierna, y la apartó.
No sé porque me sentí tan desilusionado, entre tantas posibles líneas temporales, la mía era más que aceptable. Me había salvado. Pero mi subconsciente era como Nicolas Cages en el Señor de la Guerra, no solo esperaba que me sacaran de la cárcel, sino que también me pagaran por ello, saben.
Y entonces otro movimiento por parte de Maca, sujetó mi mano, la que estaba en el aire, suspendida, para guiarla hacia… ¿hacia dónde? Una vez más mi mano descansó sobre el orto de Maca, pero esta vez era diferente, se había levantado el vestido por lo que nuestro contacto ya no era por medio de un intermediario.
Calor y humedad, eso sentía cada vez que Maca apretaba las nalgas como guillotina eléctrica, cercenando mis dedos. No había luz pero era obvio que se estaba masturbando. Frotando y friccionando contra mis falanges.
Adri guardó silencio. Se estaba haciendo la tonta, mirando la película atentamente. La razón era simple, si ella se movía Maca se detendría al instante.
Después de un rato… No hubo después de un rato. No sé que pasó exactamente pero me quedé dormido.
En tanto supongo que mientras dormía, la tierra hizo lo que había hecho durante millones de años, girar alrededor del sol, con los minutos y las horas pasando. Cuando abrí los ojos nuevamente ya era otro día. Lo sabía porque el sol se filtraba por la cortina de las ventanas.
—Que bonito —comentó Valentina con los brazos cruzados apretando sus gigantescas tetas. El pijama las hacía ver más grandes. Pronto con la llegada del despertar de los cinco sentidos, el peso de Adriana, de Maca y de otra Maca sobre mi cuerpo (al final si existía la gemela) se hicieron cada vez más palpables. Se sujetaban de mí como parásitos—. Que bonito, Valentin. ¿Estás como?, ¿te traigo un café con medialunas?
© Lanre