Hetero
February 27, 2023

Clases Particulares Día 5

Continuación de: "Clases Particulares Día 4"

Día 5

Capítulo 14: 2 vs 2 vs 2

Cómo es que no me había dado cuenta.

—Era obvio —exclamé al revisar las redes sociales de Adriana. Por cada foto de ella, había tres con Valentina; por cada foto junto a su novia, había seis abrazando a su hermana; por cada foto con el resto de sus hermanas, había otra donde solo salían ellas dos, disfrutando del mismo evento familiar.

En tanto, me guarde para mí su viaje a Brasil con unos cuantos screenshots: Adriana y Valentina en la playa, bronceadas, en bikini, rozando sus cuerpos, bebiendo, eufóricas…

Cualquiera pensaría que eran muy unidas, pero ese no era el caso. Valentina sentía repulsión (justificada) por su hermana mayor y aun así, Adriana siempre estaba cerca de ella. ¿La acosaba?

—Las cosas se están saliendo de control —bloqueé mi celular. Creía poder someter a Valentina y Margarita por medio de Adriana, pero quién le iba a controlar a ella.

Necesitaba tiempo para reflexionar, pero también energías. Por suerte la reciente noche me la pasé durmiendo y no follando con algunas de las tres.

Agradecí el tiempo a solas, aunque no durara demasiado.

La puerta sonó.

—Pasa. —Maca y una señora que no conocía ingresaron. Con demasiado misticismo para mi gusto y disgusto.

—Ella es Marlene —habló Macarena—. Nos ayuda a mantener la casa en orden.

Ambos nos presentamos como dictaba la formalidad. En parte, era positivo tener a un adulto en la casa, su simple presencia debía de contener un poco aquella casa llena de hormonas.

Salí de la habitación junto con Macarena para que la señora pudiera trabajar con tranquilidad. Me era difícil describirla, llevaba ropa holgada y la verdad se vestía como anciana, aunque su rostro no denotaba más de treinta primaveras. Trigueña y con el pelo muy rizado, color castaño claro, presentaba cierta belleza, bueno, mucha belleza.

Llámenme loco clasista, pero la señora no tenía perfil de empleada doméstica. Y tampoco es que hiciera mucho en la casa, gran parte de los quehaceres recaían aún en las chicas.

El aguijón de la curiosidad picó mi lengua y pregunté:

—¿Es conocida de la señorita Romina? —miré la entrada de la habitación.

—Deja de llamar a mi madre señorita —exigió Macarena—. Es extraño. No sé por qué todo el mundo lo hace. Y no, mi padre la contrato. La verdad no sé quién la referenció. Lleva años con nosotros ¿Por qué preguntas?, ¿la conoces de antes?

—No, por nada —encogí los hombros. No debía meterme en los asuntos de Romina y de su esposo, eran cosas de gente mayor. Otra historia, y espera no hacer nunca un crossover.

Sin embargo, algo me decía que si iba a las oficinas del bufete de abogados del señor Rhodes, me iba a encontrar con dos lindas secretarias y algunas cuantas accionista supermodelos.

Quiero decir, si Romina estudio con mi tía (como me había explicado) eso indicaba que Romina no pertenecía a una “buena familia”, y en mi cabeza eso solo significa una cosa: El señor Rhodes se casó con su señora esposa únicamente por deseo, un deseo carnal que no podía reprocharle.

¡Diablos!, es que Romina estaba tan buena que matar por ella, sería un precio muy muy bajo. Por mi bien dejé de pensar en ella y en su atractivo de sirena, o sería mi fin: mi tragedia griega. Me concentré en sus hijas, también tesoros del mar como su madre.

—¿Y las chicas? —le pregunté a Maca

—Salieron a correr

—¿Margarita también?

—También —asintió—. Su rutina es intermitente. Antonella le pidió a Valentina que le acompañara, y Adriana se coló nada más enterarse.

—Valentina tendría que estar acá —protesté—. Tenemos que estudiar. Llevo haciéndole la tarea, los resúmenes, los trabajos atrasados. A este paso me voy a presentar yo en los exámenes.

A Maca poco le importaron mis quejas. Seguimos caminando, alejándonos de mi habitación.

Pronto pase de profesor particular a limpiador de piscina. Romina me había mandado un mensaje con la petición de ayudar (si podía) a las chicas con los quehaceres que Marlene no estaba obligada a realizar. Con una red unida a un palo, fui sacando las hojas y las distintas basuritas que se metían al agua.

—¿Vamos a ir a la fiesta? —quiso saber Macarena con los pies en la piscina. Noté emoción en sus gestos.

—¿Quieres ir?

—Andrea ha publicado que todo el colegio está invitado. —Valentina, acusé de inmediato—. Va a ser divertido.

—Lo debo hablar con tu hermana. Además, quién hace una fiesta un miércoles.

—Son vacaciones —chapoteó usando sus pies—. Es el cumpleaños de su novio.

—Cada vez se vuelve peor —comenté.

—Pero si te llevas bien con Ferreira. —En la cabeza de Macarena yo me llevaba con todos, incluyendo su hermana Valentina. Según ella, no era un excluido, ya que al menos recibía un par de “holas” del resto.

Mientras movía de aquí para allá la red, pensé en los cientos de compañeros de mi escuela, los NPC de mi videojuego, de mi vida adolescente. Una lista de nombres sin importancia.

Estaban las mejores amigas de Valentina (Andrea y Camila) en lo más alto de la nobleza escolar, y desde ahí para abajo las mujeres eran clasificadas y etiquetadas según su belleza, familia y grado de puteria. Muchas estaban para chuparse los dedos (hecho esperable al ser niñas de alta alcurnia).

Con los hombres pasaba lo mismo, solo que la fuerza y el dinero prevalecían sobre el resto. Agustín Ferreira era el equivalente masculino a Valentina Rhodes, bueno, él no era un hijo de puta, solo el más carilindo y fitness de la escuela. De extrapolarse a Hollywood, él era Zac Efronen en sus películas de adolescente.

Ojo, también había cabrones del lado de los hombres. Y si iba a ir a la fiesta, más me valía estar atento, como suricata en la sabana. Uno, en especial, era un verdadero peligro: Hugo el tocho, aunque nadie se lo decía en la cara, con excepción de Valentina y sus amigas.

Sólo eran nombres… Con todo, mis piernas vacilaron.

Increíble, de solo pensar en la escuela había retrocedido días enteros en carácter… Debía cambiar, o de lo contrario Adriana me comería vivo (me tomaría por una Tatiana 2.0), o como mis sentidos me advertían, Romina me haría trizas como la mantis religiosa que era.

Estaba caminando sobre hielo quebradizo, y en vez de ir hacia delante, estaba dando pasos hacia atrás.

—Julieta —dijo de repente Macarena cuando yo estaba muy cerca de ella, dado una hoja que flotaba de ese lado.

El tiempo se detuvo. Escuchar su nombre fue igual de chocante que recibir una carga eléctrica en el pecho. Llevaba tiempo sin pensar en ella. Pero uno nunca olvidó su primera novia, además con ella si había tenido una relación normal a diferencia de lo que estaba planeando con Adriana.

No iba a negarlo, habíamos tenido nuestros momentos.

—Julieta —continuó Maca—. ¿Vas a ir con ella?

En su voz noté celos. Solo llevábamos un día como aquel juego de roles, y el rostro de Macarena no parecía estar dispuesto a compartir mis masajes y en especial mis dedos fuera de su círculo familiar.

—No somos novios. —O al menos ya no lo somos, ¿alguna vez lo fuimos?—. Ya te lo había dicho.

—Pero salías con ella. —Al parecer nuestra nueva relación implicaba un mayor interés en mi vida personal.

—Tal vez.

—Eso no es una respuesta.

—No hubo una pregunta.

—Aquí te va una —anunció Maca—. ¿Cuál es tu tipo?

—¿Mi tipo?

—Tu tipo de chica —señaló—. ¿Julieta es tu tipo? Te gustan pelinegras y flaquitas… Con los ojos marrones. —Estaba describiendo a Julieta—. O rubias… —Se tocó el pelo en un reflejo de sus inseguridades.

De haber diez hombres en una sala con dos fotos, una de Julieta y otra de Macarena, más de la mitad escogerían a Macarena, por no decir todos. Es que era matemática simple: más tetas y culo implicaba más votos a favor. Además, el rostro de Maca y su cinturita provenía de los genes de Romina.

Sin embargo, Maca no lo logra comprender. Para ella la cuestión era más complicada, y sus dudas más persistentes.

—No tengo un tipo. —Me las follaría a la dos por igual y de ser posible a la par, obviamente solo pensé. Una vez que probabas dos coños a la vez, difícilmente te conformabas con uno nuevamente.

—¿Y algún fetiche? —No se dio por vencida. Deseaba tener un bosquejo entre sus manos.

—¿Qué quieres decir?

—En tus redes —farfulló—. Sigues a muchas tipejas… —Me declaró culpable—. Sus nombres son raros…

Me atrapó. Sentí vergüenza ajena.

—Sí, me gustan las asiáticas —admití acorralado. Había tenido una vida antes de mudarme a aquella mansión. Una vida solitaria con gustos particulares, y Maca lo había descubierto.

—Entonces te gusta Fátima —¿Fátima?, ¿la puerca de Valentina? Me extrañé. Ella no encajaba.

—¿Cuál Fátima?

—La chica de intercambio.

—¡Ah!, esa Fátima. —Recordé a la piba en cuestión. Una entre tantas. No sabía cómo podía recordar tantos nombres.

Así era hablar con Maca, te hablaba y te hablaba del elenco del colegio como si fueran importantes cada uno de ellos. Y aunque fuera molesto, eso explicaba la razón de nuestra amistad previa, yo fui y era relevante para ella.

—No ese tipo de asiáticas, Maca. Más orientales.

—Sos un friki… —Al menos era digno de mi reputación.

—Sonaste como tu hermana.

—Perdón. —Ambos estábamos olvidando nuestros papeles. ¿Podía ser mi sumisa y mi amiga a la vez? Adriana diría que no.

—Sin embargo… —Deje que el interés aumente con una larga pausa—... Las rubias han empezado a llamar mi atención.

—¿Un nuevo fetiche? —apretó los muslos con mucho disimulo.

—Algo así. —Nada más terminé de hablar, Macarena se había parado.

Fue directo hacia mí. Fue directo hacia mis labios.

Sus mechones rubios decoraban mi rostro.

Nuestro primer beso. Con la mezcla justa de lujuria y afecto sincero. Como diría un poeta, estaba en el cielo, entre nubes de terciopelo, comiéndome un caramelo.

¿El problema? Que en realidad estábamos muy cerca del filo de la piscina. Semejante sorpresa hizo que perdiera el equilibrio, que ambos perdiéramos el equilibrio y que la gravedad nos trajera a su nido de amor.

Beso y caída fueron uno. Por suerte, el agua era menos sólida que el piso. Ambos, de alguna forma u otra, logramos sacar la cabeza en busca de aire.

—Esto de ser limpiador de piscina —nadé para estar más cerca de Maca—. Es más peligroso de lo creía.

—Perdón. —Se sujetó a mi cuerpo—. Me dejé llevar.

Le di un pico. Un retazo de nuestro beso.

—Deberían buscar a alguien para que limpie la piscina. —Ambos empezamos a tocarnos por debajo del agua—. Romina no me contrató para esto. —De lo contrario no hubiera aceptado.

¿Qué sería lo próximo? Cortarle el césped.

—Venía un familiar de Marlene —me envolvió con sus piernas. Flotaba a mi alrededor—. Pero está de vacaciones, sos el único que trabaja por estas fechas.

—Soy un “Amo“ muy trabajador. —O muy endeudado, dependía del cómo se mirará.

—¡Amo! —Mis manos ya estaban por dentro del short de Maca. Jugando con su braga y en especial con su orto—. Quiero ir a la fiesta, quiero estar con mis amigos.

Ya lo había previsto. Por eso había incluido a Macarena en el plan en primer lugar.

—Iremos, pero no se lo digas a tus hermanas.

Ella asintió.

—¿Debo vestirme como una puta? —farfulló, avergonzada y agitada en parte por mi toqueteo—. Como lo hace mi hermana…

—Compórtate como siempre lo has hecho. —No quería llamar la atención—. Eso incluye tu ropa.

Volvió a asentir. Rojo al ver como sus defensas inferiores eran ultrajadas: Mi dedo del medio surcaba su suave zanja. Labrando la buena tierra.

—Ad… Adriana… —Maca siempre había tenido dificultad al momento de hablar cuando yo le metía mano. Su mente flaqueaba—. Ella… no querrá… excluida…

Tenía razón.

—Tendrán la casa para ella sola. —Esperaba que eso fuera suficiente para tener a Adriana contenta.

Me equivocaba, no iba a ser tan fácil. Nada era fácil con aquellas hermanas de por medio.

Las chicas llegaron pasadas media hora, nada más escuchamos sus voces salimos de la piscina. Macarena ya había "acabado" un par de veces entre broma y broma, entre dedo y dedo.

Sospecharon al vernos mojados, pero por suerte solo sospecharon y no hicieron muchas preguntas, creyéndose la versión nuestra de una caída accidental. Valentina, la que más desconfiaba de mí, tuvo que abstenerse de dudar.

Estaba sudada y vestía un conjuntito deportivo que exhibía y comprimía mucha carne. A mí me puso bastante caliente el ver sus atributos tan apretados (una vista grotescamente sexy), y a ella muy temerosa al captar mis intenciones.

De estar solo, me la hubiera follado sin más. Poco me importaba que estuviera transpirada, es más, aumentaba la morbosidad al encuentro. No obstante, los dos, o mejor dicho, todos decidimos que debíamos bañarnos y cambiarnos de ropa.

En eso, me tropiezo con Adriana (no fue casualidad). Ambos nos encontrábamos impedidos por la presencia de la empleada doméstica.

Y pues ahí estábamos, en el entretiempo, confabulando:

—No quieres que vaya —concluyó Adriana inmediatamente después de haber escuchado mis intenciones aquella noche—. ¿Te avergüenzas de mí? —La voz de angustia, por supuesto, era fingida.

Sin embargo…

¿Avergonzarme de vos?, todo lo contrario, pensé. El tenerla como perrita me inflaba el orgullo y el miembro por igual. No obstante, no quería que en el colegio corrieran rumores.

Como chico que había sido intimidado, sabía que un perfil bajo era lo mejor.

—Folla con Margarita —respondí.

—No es lo mismo si no hay quien nos escuche.

—Convence a Margarita de hacerlo con Valentina —dije con persuasión—, y yo haré lo mismo con Valentina.

—Ya veremos… —Entendí mejor sus palabras durante el almuerzo. El despejar mi mente de aquella casa no me iba a salir gratis. O en palabras más claras, no le iba a salir gratis a Valentina.

Adriana quería un adelanto de lo prometido.

El partido, el juego de Adriana, dio inicio:

Ella, Maca, Margarita, Valentina y yo en la larga mesa del comedor principal, disfrutando de la comida en una intermitente charla que combinaba incomodidad y bromas con tintes sexuales.

—... Entonces Valu saltó sobre los hombros de Valentín —dijo Adriana sin pelos en la lengua—. Y allí mismo, en mitad de la calle, chaparon como amantes de telenovela. “No me dejes, no puedo vivir sin vos, mis sucios agujeros te necesitan” —imitó a su hermana. Aunque se lo estaba inventando, cuando menos lo último.

—Me dijiste que no eran novios —saltó Macarena entre sorprendida y enojada.

—No son novios —se negaba a creer Margarita.

—Te mentí —se defendió Valentina, acorralada por la súbita narración de Adriana—. Llevamos saliendo un tiempo…

Valentina no sabía que ya había confesado la verdad a su hermana mayor. En su mente debía seguir con la farsa. Además, parecía disfrutar el restregárselo a mi prima.

—Solo lo estás usando —atacó Margarita—. Ya me han dicho que sos media burra.

—¿Solo media? —se rió Adriana.

—Es eso cierto, ¿lo estás utilizando? —preguntó Maca, desilusionada—. Eso no está bien.

—Hola —dije—, estoy aquí, presente.

—Una puta —farfulló Margarita. No obstante, todo lo escuchamos.

—¿Qué dijiste? —arremetió Valentina—. Yegua, no creas que no me he dado cuenta de que te calienta la pija de tu primo.

¿En serio iba a ser posible hacer un trío con aquellas dos? Antes apenas se conocían y el tocarse ya les parecía una aberración, ahora se odiaban a muerte.

Recordé la primera y también la última pelea que libró Valentina con su entonces enemiga declarara Daniela Guser. Digo última, porque el resto de enfrentamientos ya no serían tan directos ni tan corporales; y con corporal me refiero a muchos tirones de pelo.

Cuál sea el caso, el cómo inicio se parecía mucho a lo que estaba sucediendo aquí y ahora.

—Dije que sos una puta —insistió Margarita—. Veías complicado pasar de año, y te arrimaste a Valentín. ¿No fue así? Sos una noviecita interesada, una putita.

—Te abres de piernas por favorcitos —comentó Adriana en la misma línea con falsa sorpresa—. Ay, mi hermana realmente es un putita.

—Una putita —comprendió Maca en voz baja—. Valentina es una putita…

—No fue así —explicó Valentina—. Ya llevábamos un tiempo hablando… —Se inventó una historia de nuestro espontáneo romance. Con el fin de remediar su reputación—... No le creas nada a esta yegua, Maca. Anda alzada por Valentín.

—Como todas —dijo Adriana en un murmullo de risita.

—No es más que una conchuda arrimada —continuó Valentina—, una puerquita que le calienta cogerse a sus parientes ¿No es verdad, yegua? Por qué no te abres de pierna como en Navidad.

Margarita golpeó la mesa para luego ponerse recta.

—Chúpame bien la concha —espetó Margarita.

—No, gracias —se puso de pie Valentina—. A vos se te da mejor, eso de chupar conchas. No recuerdas cuando me la chupabas, puta.

—Habla la zorra que rogaba para que le metiera los dedos —contraatacó—. Y por cierto, deberías lavarte el chocho más seguido. Te huele a meado.

Adriana me observó; nuestras miradas se encontraron. Se estaba divirtiendo. Tenía un sentido del humor muy extraño.

Otra oleada de insultos. De seguir así, pronto Margarita se transformaría en Daniela Guser e iría tras los mechones dorados de Valentina. Me preocupaban los cuchillos sobre la mesa.

Pensé en Marlene, la señora de la limpieza, la única adulta en las proximidades que habría podido evitar semejante escena. O al menos, eso se esperaba de un adulto. Lástima que se hubiera ido luego de servir la comida proveniente del delivery. En esta casa rara vez se cocinaba.

Sin embargo, sí hubo una interrupción.

Desde la entrada, una voz resonó, fuerte y clara:

—Mi hermana no es una puta —sopló con temple la copia de Macarena. Aunque a diferencia de la original, no llevaba vestido, más bien ropa suelta. En un estilo que se resumía en: ”¿Por qué llevas un buzo si hace calor?”.

—Antonella —dijo asombrada Valentina.

La menor de las Rhodes fue hacia su hermana difamada y la abrazo. El hablar había provocado en Antonella un par de lágrimas. Rodeó la cinturita de Valentina y encajó su rostro en aquellas montañas que llamamos tetas.

Parecían madre e hija.

¿Estaba demente o vi celos en Adriana? Ese chasquido en su boca no era de alegría. Aunque lo cierto era que desde sus declaraciones de ayer, mi mente buscaba fantasmas en cada uno de sus movimientos.

—¿Desde cuándo están tan unidas? —susurró Macarena en mi oído.

No lo sé, ¿desde qué le lamió el chocho?, pensé.

—¡Ya basta! —exclamé. Machista o no, parecía que era el único que podía poner algo de paz en aquella mesa—. No más insultos.

—¿O si no qué? —arremetió Valentina con Antonella en brazos. Esa misma frase le había costado caro con Romina.

—No seas estúpida, Valentina —la amenacé, fingí templanza y saña—. Siéntate, o no lo podrás hacer en un buen tiempo. Lo mismo va para vos, Margarita.

Adriana le tocó una mano a su “novia”, o lo que diablos fueran, provocando sensatez en Margarita. En tanto, Valentina se vio obligada a acatar mis órdenes, en parte por mi amenaza y en parte porque sabía que podía cumplirla allí mismo. ¿Quién iba a detener?

Todas me miraron, en un estado de sumisión momentánea. Con las cabezas semicaidas. Por unos segundos, todas aceptaron en su mente que yo era su macho, y se sintió extrañamente bien.

Entonces observé mejor la mesa. Era llamativo la forma en que nos habíamos ubicado. Prácticamente éramos tres grupos: Adriana y Margarita (de un lado de la mesa), Valentina y Antonella (del otro lado de la mesa), y Maca y yo (entre medio de ambos lados.)

—Así que —rompió Adriana la magia de mi hechizo—. ¿Vas a salir esta noche, Valentín?

—Sí —dije con cierto arrojo—. Me voy a llevar a Maca conmigo.

Valentina hizo amago de protestar, igual que Margarita. Pero Adriana fue más rápida.

—Supongo que las cuatro nos divertiremos —saboreó, mirando con lujo de detalle el cuerpo de Margarita, para luego pasar al de Antonella y finalizar en Valentina. En esta última, se chupó los labios—. ¿Una pijama, chicas?

—Yo también voy a ir —informó Valentina con una mirada de odio enfocada en mí.

—Yo también —le siguió Margarita.

—No estás invitada —arremetió enseguida Valentina—. Es una fiesta privada.

—¿En serio?, Valu —intervino Adriana—. Te has olvidado que Romina te ha prohibido salir de la casa. Mira, Valentín es libre de irse, pero vos estás castigada.

—Valentín es mi novio —se refugió en mí. Esperaba que yo interviniera en su favor. No obstante, me callé. Estaba interesado en los planes de Adriana.

Apoyé los codos en la mesa a semejanza de Adriana.

—Si quieres irte —tanteó Adriana—. Debes ganártelo.

—Otra vez con tus jueguitos —previó Valentina sus intenciones—. ¿Qué es lo quieres para que mantengas el orto cerrado?

—Ya sabes que me encanta jugar —encogió Adriana sus hombros—. Y más si son juegos peligrosos.

—Habla de una vez —espetó Valentina.

—Bueno, ya que somos seis y andamos en pareja…

Chillidos enmudecidos por la indignación se formaron en el rostro de varias de las chicas a medida que Adriana iba proponiendo su juego.

Pasado un tiempo de asimilación, ya me encontraba en la habitación rosada de Macarena. Justo al frente de ella. Sentada en los bordes de la cama, amurallada detrás de sus piernas.

Estaba asustada. O en palabras más marginales: cagada de miedo.

—¿Por qué debemos jugar? —preguntó.

—Porque de lo contrario deberemos pedir permiso a Romina —mentí—. Y con tan poco tiempo dudo que nos lo conceda. Además, el premio es muy tentador, ¿no?

—Disponer de la casa y de los que la habitan —repitió las palabras de Adriana—. Pero… Pero me van hacer… Mis hermanas me van…

—No debes “acabar” —le recordé—. Debes aguantar. Relajarte. Resistir el mayor tiempo posible.

—Mis hermanas me van a meter mano —tartamudeó, horrorizada por la idea.

Giró de un lado a otro su cabeza, en un gesto de negación.

—Antonella va a jugar —la comparé con su hermana gemela. Buscando calmarla.

—Lo dudo.

—Si no juega —dije—. Valentina va a quedar… ¿descalificada? No va a poder ir a la fiesta.

El que jugará su hermana era lo que mantenía cerrada la boca de Adriana.

Además, no era casualidad que se jugará de a dos (uno resistiendo y el otro atacando), de tal forma Valentina estaba en desventaja. Antonella era de naturaleza tímida, el convencerla ya era de por sí un desafío.

Adriana quería ganar y no le importa hacer trampa.

—Es una locura —farfulló entre dientes.

—Locura o no, debes prepararte.

—Valentín —bajó la cabeza—. Yo no voy a poder hacerlo.

Llegado a ese punto solo me quedaba un último recurso. Y lo iba a emplear, pues deseaba jugar.

—Putita. —Alzó la cabeza, impulsada por una fuerza invisible. Era nuestra palabra—. Escucha bien, putita. Vamos a jugar y no quiero excusas.

—Pero… —No pudo terminar de hablar.

La abofeteé. Fue un golpe leve que no iba a ocasionar ningún cardenal en su bello rostro, pero sí la hizo entrar en razón. Recordó quien era su amo.

—Desnúdate. —Era uno de los requisitos de Adriana.

Se fue desvistiendo, lo cual no era muy difícil, ya que llevaba un vestido de una sola pieza. Se bajó el cierre y la empresa de tela y botones cayó. Dejando a la vista sus prendas íntimas.

—¿Te gusta el blanco? —dije al verlas.

—Un poco —respondió simplemente por responder—. Puedes volver a decirlo.

—¿Qué cosa? ¿PUTITA? —deletreé la palabra—. ¿Te gusta que te llamen putita?

—Sí… —Una pausa seguida de una sonrisa—... Me gusta; hace que ya no me tiemble el cuerpo.

—Bien, putita —la felicité—. Recuerda que no puedas correrte, mantén tu entrepierna seca.

—Lo intentaré —Me conformé con aquello.

¿Realmente podíamos ganar? Previamente, durante nuestra caída en el agua, poco y nada había resistido Macarena a mis estímulos.

—Estira el cuello —dije continuando con los preparativos.

Entonces le coloqué el collar de perro que Adriana le había otorgado a cada uno de los equipos. Según ella, para diferenciarnos. Sin embargo, sus intenciones eran obvias. Quería dar la impresión de estar jugando con verdaderas perritas.

—¿De dónde las sacó Adriana? —jugó con su nuevo accesorio.

—Supongo que las compró ayer en el shopping. —Semidesnuda y con el cuello aprisionado daba mucho que pensar. Una picazón se extendió por mi miembro—. Te queda bien.

—Gracias, Amo.

La besé. ¿Y por qué no? Maca seguía correspondiendo a pesar de saber que andaba con su hermana. Una cuñada de ensueño. Asimismo, no sabría decir quien devoró a quien, nuestros labios eran indistinguibles.

Cuando nos separamos, la sentí más segura de sí misma.

—Yo también necesito prepararme —dije—. Tienes algo que me ayude contra de tus hermanas ¿Un vibrador por ejemplo?

—No —negó con la cabeza—, no podría ni comprarlo.

—Ten por seguro que Adriana va a sacar toda su colección.

—Yo a veces uso —murmuró con vergüenza—, mi cepillo. Digo, un cepillo viejo. Tiene forma de tubito y vibra. Es un falo —admitió.

—Enhorabuena. —Hice señas para que me la entregara—. No te preocupes, seré cuidadoso con tu juguete.

Una vez lo sacó de su escondite, lo guardé en mi bolsillo trasero. Proseguí a enganchar su collar con su respectiva cadena para finalmente salir de la habitación, rumbo a la planta baja.

La llevé como a una perrita cuando sale de paseo.

En la sala de recreo (donde veíamos películas) esperamos. Era el lugar acordado. No tardaron en llegar Valentina y Antonella desde la cocina. Fue todo una sorpresa.

—¿Por qué llevas el collar? —preguntó Maca al ver a Valentina—. Debería ser Antonella la esclava.

La nombrada se mantuvo detrás de su hermana mayor. Me fue difícil verla. En verdad era tímida.

—Podíamos elegir —respondió Valentina—. Lo prefiero llevar yo ¿Te ha hecho algo Valentín?

Maca retrocedió unos pasos ante semejante pregunta.

—Nada —mintió.

Yo la encaré.

—Lindo collar —comenté al ver el cuerpo de Valentina (vestía la misma cantidad de prendas que Maca). Se veía muy sexy, tanto que me le acerque—. En las próximas clases, quiero que lo lleves puesto.

—Ni loca. Solo lo llevo porque hoy Adriana está desquiciada. Ha mensajeado a Romina en plan advertencia.

No pude responder su osada negación. Adriana y Margarita habían llegado. ¡Y cielos!, como habían llegado. Margarita llevaba puesto el collar de perro, pero también una linda lencería negra. Estaba hermosa, con unos pechos y una raja que incentivaba la imaginación y la lujuria.

En tanto, Adriana vestía como una oficinista muy guarra, un vestuario sacado del armario de una película porno. Los anteojos le daban un toque de picardía a su rostro.

Lo estaba disfrutando.

—¿En serio? —dijo Adriana también sorprendida al percatarse que Valentina llevaba el collar—. Lo voy a disfrutar, cachorrita.

—Adriana —atajó Valentina—, estás a tiempo de detener está incesante.

Valentina mantuvo la serenidad y la elegancia pese a estar semidesnuda.

—¿Deseas irte de fiesta?

Por primera vez desde que se le había metido aquella idea de salir con sus amigas, dudo de su afán.

—Sí. —No sonó tan convincente.

—Entonces, diviérteme Valu. Además, no es la primera vez que nos “ayudamos” entre nosotros, o ya te olvidaste cuando Margarita te lamió la concha.

O cuando Antonella lo hizo, pensé.

—Es solo tocar —agregué en un intento de alivianar el juego. Pues, Valentina volvía a dudar—. Sin penetración.

—Claro que sin penetración —dejó en claro Valentina.

—No es distinto al Blackjack —dijo Adriana.

—Es al pedo —intervino Margarita. Se la veía igual de incómoda que Maca—. Volvamos a nuestras habitaciones, y olvidemos esto.

—¿Es acaso tienes miedo? —olfateó Valentina.

—¿Yo? Claro que no. Pero es obvio que vos no querés participar. Es sorprendente, con lo regalada que sos.

Valentina se armó de valor. Mejor dicho, el odio y antipatía la armaron.

—Cuando gane te largas de mi casa —declaró Valentina—. Afuera es donde pertenecen las callejeras.

—Epa, te viniste muy arriba, Valentina —expresó Adriana—. Juguemos, y veamos.

Dicho y hecho.

Ubicamos a Margarita, Valentina y Macarena sobre el sofá de tres cuerpos (abiertas de piernas). Le tapamos los ojos por sugerencia increíblemente de Antonella. Por fin la escuché hablar. ¿Se estaba acostumbrando a mi presencia?

—Pensé que lo íbamos a hacer por separado —le dije a Adriana mientras observábamos aquel banquete de féminas. Una más buena que la otra y, sin embargo, todas eran un manjar—. Con un cronómetro y toda la faena del entretiempo.

—No puedo esperar.

—La concha de Romina —espetó una Valentina ciega y que a la vez odiaba a su madre—. Apúrense.

—Estoy de acuerdo con la zorra —apoyó Margarita. Intentando ver a través de la tela de sus ojos.

—Debemos elegir —farfulló en tono bajo Antonella. Tenía una voz angelical—. No podemos seleccionar a nuestra compañera.

—Eso es obvio, bobita —dijo Adriana posicionándose al frente de Valentina.

Con semejante movimiento por parte de Adriana, a efectos prácticos, las parejas ya estaban decididas. Si no podía elegir a Maca por obvias razones y Adriana ya tenía su objetivo en la mira, solo me quedaba Margarita.

Siguiendo el ejemplo de Adriana, Antonella y yo nos ubicamos donde nos correspondía, entre medio de las piernas de nuestro contrincante.

—Comencemos —anunció Adriana. Feliz.

Antonella se abalanzó sobre el chocho de Maca, si esto fuera una carrera, se podría decir que Antonella aceleró en el minuto uno. Excavando con fuerza y poca delicadeza. Iba a por todas.

—No, no, no… —se quejó Maca ante la sorpresa de un comienzo tan brusco.

Aprecié el momento con lujo de detalle.

No solo eran hermanas, sino también gemelas. Idénticas como dos gotas de aguas, y por obras del destino (un destino llamado Adriana), una le estaba masturbando a la otra.

Era tan irrealista. Es que acaso, ¿mis ojos mentían?, o, ¿era un sueño? Gemelas cachondas…

¡Basta!, me dije. Esto era un juego, y yo no estaba para hacer de mirón ni para hacerme preguntas tontas. Tenía que ganar.

Entonces, fijé la atención en mi orificio asignado. El chocho de Margarita me llamaba, ardiente, como un pastel recién salido del horno. Debía de comenzar ahora, sin embargo, antes tenía que hacer algo por el bien de mi posición.

Adriana ya estaba lamiendo los muslos de Valentina (poco le importaba ver a Antonella). Tuve que interrumpirla con un tirón de pelo; lástima que no llevara collar como Valentina, habría sido más simbólico.

Por primera vez me miró con odio. Ahí estaba, la Adriana de la que debía cuidarme. Había salido a flote por haber roto momentáneamente su tan anhelado sueño.

—No me has pedido permiso —le susurré—, para tocar a mi perrita.

—Es un juego —dijo mordazmente—. Pensé que no era necesario.

—Las perras no piensan.

Se mordió la lengua.

—Lo siento. —No separaba la vista de la intimidad de su hermana. En tanto, Valentina estaba agradecida por el tiempo fuera—. ¿Puedo tocar a tu perra?, por favor, lo necesito.

—Hazlo —espeté—. Pero que no se vuelva a repetir.

Esta vez sí me puse manos a la obra. Y esperaba que no solo fueran las manos.

Hice de lado la fibra negra de la lencería de Margarita, escupí y comencé a laburar con la devoción de quien ama su trabajo.

—¡Valentín! —reconoció la aspereza y el grosor de mis dedos—. ¡Valentín sos vos!

Valentina, que estaba a lado nuestro, escuchó la brillante deducción de Margarita.

—Valentín —repitió Valentina mientras fingía indiferencia por lo que estaba sucediendo en su principal abertura—. Entonces… ¡Adriana!, la puta de mi madre, Adriana detente…

—No puedo —confesó Adriana desde el monte Venus con la sinceridad en la punta de la lengua—. Jamás. Es una delicia.

—¡¡¡Antonella!!! —Al parecer mi compañera también había reconocido a su atacante.

—No soy yo —la escuché decir a la restante gemela, en un infantil intento de no reconocer estar lamiendo las partes íntimas de su hermana.

Siguieron lamiendo y chupando.

Tanto Valentina como Macarena ya andaban unos grados más arriba en temperatura. Pronto hervirían en placer. Estaba perdiendo…

Guiado por la inminente derrota, use el cepillo de Maca. Apreté el botón de encendido, y el típico sonido de un objeto en constante vibración alertó a todas.

—¡Dios! —declaró Margarita ante la primera caricia del mango del cepillo, en los alrededores del prepucio de su vagina—. No seas cruel, Valentín, soy tu prima ¡Ay!… —La besé en sus hechizantes labios vaginales—. Así… —Por varios segundos se olvidó que no debía entregarse al placer.

Rápidamente, había alcanzado a Adriana y Antonella. Humedecido por los fluidos de Margarita, me deslicé hasta el primer lugar, lengüetazo tras lengüetazo.

—Tiempo —gemía Margarita—. Tiempo… Ayuda…

Valentina se percató lo que estaba sucediendo y dijo:

—¡Antonella! —gritó muy fuerte, como si en su voz liberará parte de su agitación para continuar resistiendo—. Antonella úsalo, úsalo ahora…

Me detuve, pero no el cepillo, y me fijé en el otro extremo del sofá. ¿Qué le esperaba a Maca?, ¿qué estaba tramando Valentina?

Y entonces lo vi.

Desde el enorme bolsillo delantero de su buzo, Antonella sacó un mini batidor de mano (mucho más potente que mi cepillo). Era lo que usaba la gente cuando no quería mover la cuchara de su taza de café. En el cabezal llevaba una pelusa de goma con irregularidades que antes debió pertenecer a una lapicera.

Una vez más, Valentina me dejaba en claro que no era únicamente una cara bonita. Pero la sorpresa no quedó ahí. Antonella siguió hurgando entre su bolsillo.

Le iba a doler.

—Ahhhh —gritó Maca—. Duele, sácalo, sácalo…

Un gancho de ropa, apretaba uno de sus pezones. Debí haberlo pensado, más teniendo en mi posesión clips que empleaba para mantener las hojas unidas.

—No —respondió Antonella ante la petición de su gemela—. No. Ríndete, por favor.

Y empleó, de una vez por todas, el batidor sobre el clítoris de Macarena. Antonella era la sorpresa del mundial. Una batalla de forcejeos iba a dar inicio y con ello mi derrota.

—Maca, no cierres las piernas —advertí nuestra descalificación—. No cierres las piernas. Mantenlas abiertas como la putita que sos.

Mis palabras, sorprendemente, causaron efecto en Maca. No mentía cuando decía que le daban fuerza. Gemía y se retorcía en el sofá, pero mantenía sus piernas bien abiertas, de par en par, por mucho que Antonella usará un batidor eléctrico.

Debía apresurarme y sacar del juego a Margarita para poder continuar con Valentina.

Confíe en Maca y me concrete únicamente en mi prima. Por mal que sonara tenía que hacer eyacular a la hija de mis tíos.

—Cuando vayamos a tu casa —dije reemplazo mi boca por el cepillo—. Te voy a coger en la habitación de mi tía. Donde follan tus padres.

—No voy a caer —balbuceó Margarita, batallando por mantener abiertas las piernas y no mojar el sofá.

Unas cuantas gotas ya habían regado el piso. En otras mujeres eso significaba la cima de su orgasmo, pero en Margarita solo era la punta del iceberg.

—Me importa una mierda el juego —le aseguré—. Es un compromiso pendiente.

Un grito del exterior:

—¡¡¡Adriana para!!!— Al parecer mi perra mayor había sacado los juguetes en contra de Valentina—. Somos hermanas.

Nuevamente, debía apresurarme. No podía penetrarla, por lo que posicioné el cepillo en la abertura de Margarita, rozando el límite de la no penetración.

Fui subiendo por el cuerpo de Margarita.

—Que pensaría tu papá si te viera —divulgué la fantasía en sus oídos—. Siempre anda diciendo que su hija, su única hija, es su princesita querida. El idiota de mi tío cree que sos una monja… pero qué sos en realidad. ¿Qué dijiste la última vez?

—Antonella, piedad, menos fuerte, duele Antonella… —se escuchó a lo lejos.

—Qué soy tu golfa —admitió Margarita a un pie de llegar al orgasmo—. No quiero perder ni quiero perderte, Valentín. No quiero. —Negó con la cabeza—. Carajo, quiero que Valentina sufra.

Lo último, era la razón por la que jugaba.

—Lo hará —prometí y esgrimí mi cepillo sobre su clítoris.

—¡¿Cómo?!

No había tiempo que perder. Le levanté bien las piernas, logrando que sus tacones apuntarán hacia arriba y a la vez que formaba una “V” con sus extremidades.

La secuencia final. Debía de usar su imaginación.

—¿Cómo? —repetí la pregunta de Margarita—. Yo voy a ganar y Valentina hará todo lo que le diga. Será nuestra hasta el aburrimiento. —Margarita dobló la espalda—. Luego iremos a tu casa, y follaremos delante de mis tíos, como toda buena niña de papá.

La mente de Margarita se lo imagino. Le gustó la idea.

—Quiero que mis padres me vean follando. Quiero que Valentina sude sangre.

—Valentina está a lado tuyo —le dije mientras la desplazaba a un costado—. Vamos, hazlo.

Solté el cepillo y pellizqué.

—Sííííííí —aceptó—. ¡¡¡Puta!!!

Junto con su insulto le acompañó su corrida, mojando como un aguacero el cuerpo acalorado de Valentina. Pero la eyaculación es más arte que ciencia, con lo que no calcule las dimensiones a las que era capaz de llegar Margarita.

Fue un diluvio. Maca y Antonella fueron víctimas colaterales, Adriana también, pero no encajaba con lo de víctima. Ella debió verlo más como una lluvia bendita.

Adriana y Antonella se detuvieron al verse empapadas. Enhorabuena, me estaban concediendo tiempo a mí y a Maca.

—Pero qué. —Valentina se tocó la cara, el abdomen y el pelo—. Asquerosa ramera, serás hija de puta.

Un cuarto chorrito salió disparado de Margarita hacia Valentina. Un remanente de lo ocurrido. Justo en la boca. Valentina hizo amago de querer sacarse la venda, pero la detuve.

—Si te las sacas pierdes —dije.

—¿Pierdo? —No se lo podía creer—. Pero si se ha orinado encima de mí, pelotudo. —No es estrictamente orina, pensé—. La venda está bañada en pis, mi boca…

Hablando de bocas, Adriana se comió la de Valentina, en un beso morboso repleto de fluido e incesto.

El juego continuaba.

Dado que había eliminado a Adriana, ella ahora jugaba a mi favor. Entre los dos nos íbamos a encargar del placer de Valentina. O en otras palabras, hacerla sufrir.

—No. —Apartó sus labios de los de Adriana.

—¿Te rindes? —pregunté.

—No —negó Valentina. Una respuesta esperable—. Nadie me orina encima, Voy a forzar a la estúpida de tu prima, será una segunda puerquita, no, algo peor, y luego la sacaré a patadas de mi casa.

No podía permitirlo. Deseaba seguir follando con Margarita. Ella era una moneda de oro y yo un tipo muy avaricioso. No obstante, dependía de mi compañera.

—Macarena ni se te ocurra acabar —le ordené a la vez que sujetaba la cadena de Valentina—. Lo tienes prohibido, putita.

Tiré de la cadena, sacando a Valentina del sofá bruscamente.

—Antonella insiste —dijo Valentina en cuatro y con el cuello magullado debió a mi reciente trato para con ella—. Antonella, la casa será tuya.

—¿Ese fue tu discurso motivacional? —pregunté. Decepcionado.

—Tiene pudor —intervino Adriana con las manos llenas. Con una sujeta un vibrador en forma de huevo y con la otra un succionador—. No le puede decir en voz alta que estimule la entrepierna de su hermana gemela con más fuerza, que rompa la batidora, que tenga prisa en provocar un orgasmo en Maca.

—Todo esto es culpa tuya —espetó Valentina—. Estás loca, enferma, Adriana.

Está enamorada, la corregí en mi cabeza.

—¿Loca? —separó las nalgas de Valentina—. Si hubieras preferido estar con tu familia, estaríamos viendo una película y comiendo pochoclo.

Adriana soltó el vibrador al piso para luego meter el aparato que quedaba en sus manos (el succionador), en medio del orto de su hermana. Lo prendió y un gemido salió del interior de Valentina.

No obstante, Valentina logró mantener la cordura.

—No me vuelvas a besar —dijo en una amenaza que parecía ser más un suspiro de placer.

—¡Nooo! —gritó Maca de dolor. Cuando levanté la vista, aprecié el plan de Antonella. También iba a castigar el otro pezón y sus alrededores—. No puedo Antonella, me lo han prohibido, no puedo…

Macarena estaba en su límite. Reteniendo lo inevitable con su respectiva agonía. Parecía estar al borde de una convulsión. ¿Le había exigido demasiado?

En contraparte, Valentina vislumbraba fortaleza, un mayor control de su cuerpo. No es que fuera imposible llegar al clímax, pero con simple vistazo era obvio quien sería la primera.

De alguna forma, Valentina filtraba el placer provocado. Su decisión de llevar el collar ahora tenía más sentido.

Solo vi una posible solución, la misma que llevaba empleando desde que me convertí en el profesor particular de Valentina. El chantaje. No tenía opción, Valentina no podía ganar.

Me bajé el cierre del pantalón. Me saqué la verga y lo pase por la cara de Valentina. Ella reconoció al instante lo que era. Se lo había llevado demasiadas veces a la boca.

El olor y el sabor estaban frescos en su mente.

—Perrita, llego lo que te gusta—le dije—. Te voy a coger.

—No —alejó el rostro tanto como pudo—. No puedes, sin penetración, son las reglas. Si me metes tu verga, yo gano.

—Dale la vuelta, boca arriba —le ordené a Adriana.

—Valentín, ¡no! —bramó Valentina—. Es hacer trampa.

—Vas a ganar, te introduzca o no la verga. —Cogí el vibrador de Adriana del piso—. Así que al menos te voy a follar delante de tus hermanas.

—Valentín, por favor…

—Hazlo sin condón —intervino Adriana—. A las putas baratas les encanta que le llenen la vagina con leche.

—Valentín, por favor… —siguió con su súplica.

En tanto, prendí el vibrador y lo unte en todas las partes de su vagina. Con la cabeza le hice gestos a la mayor de la Rhodes para que también participará. Succionó el clítoris de Valentina; primero con la máquina y después “manualmente”.

—Te voy a follar delante de tus hermanas. Delante de Maca, de Antonella, de Adriana. Te van a escuchar gemir por una verga y llorar. Sí, llorar, como me enseñaste en el local de comida: un buen castigo es un falo por el ano.

—No, no puedes, soy una buena perrita, Valentín.

—Una buena perrita no intenta ganarle a su amo —le susurré al oído. Posicione el glande de mi pene en la abertura de Valentina—. Te acuerdas de nuestro primer encuentro, está volviendo a suceder.

Frote y frote mientras mi perra mayor succionaba y succionaba.

—No. No es justo.

—Tú decides —estiré los labios vaginales de Valentina—. Déjate llevar o te parto en dos, te preño delante de tus hermanas…

—¿Qué hará Romina cuando sepa que va a ser abuela? —agregó Adriana, agregó la manzana al cerdo que estábamos cociendo.

Un mililitro más y hubiera perdido. Pero por fin, mi perra se quebró.

Se resolvió en un instante.

—Gané —anuncié victorioso cuando Valentina acabó sobre mi miembro—. Gané, carajo.

—Tramwwposo —murmuró mientras torcía sus músculos. Aletarga por la derrota—. Te mataré.

Parecía estar hablando en serio. Recordé el miedo que causaba Romina.

—Excelente —me felicitó Adriana para luego manotear la vagina que un segundo atrás había estado lamiendo. No fue un golpe suave, ni el único.

Valentina despertó con un grito. Sin embargo, no fue aquel grito el que llamó mi atención, sino el de Maca. Había anunciado mi victoria, pero a Antonella le daba igual.

Estaba martirizando el punto de Maca, como había hecho con Valentina. Con todo, seguía resistiendo Macarena.

Fue al rescate de mi putita. Con mi presencia la liberé del mordisco proveniente de la dentadura de su hermana gemela. Luego la aparté del sofá y de Antonella.

Ahí cerca estaba Margarita descansando. Era injusto que anduviera tan limpia.

Rápidamente, le metí dos dedos (la cantidad favorita de Maca) y dije:

—Hazlo.

De no ser por mí, Maca hubiera caído sobre el cuerpo y las quejas de Margarita.

Capítulo 15: La trampa

La casa de Andrea Bogani no quedaba muy lejos. Fueron unas cuantas cuadras o mansiones, en este barrio era exactamente lo mismo.

Bajé del auto junto a Maca e ingresamos. Las puertas estaban abiertas.

Localicé a mi grupito, y me mantuve cerca, al contrario de Maca (mantenía su personalidad de puertas para fuera). De seguro tenía algunos chismes que narrar al resto de invitados. Habían sido unas largas vacaciones, por lo menos para mí.

De pronto, me vi envuelto en mis propios rumores. Más de uno me pregunto por mi relación con Julieta. Valentina no se había equivocado, yo era famoso de alguna extraña manera.

Por supuesto, lo negué todo. Perdiendo el interés lentamente de la gente, pues había algo más interesante ya en ese momento.

—Romina —murmuré aterrado.

En seguida vi mi error, era Valentina. Una Valentina maquillada y que vestía prendas elegantes y joyas. De tal forma que se veía bastante madura. En ese estado se parecía muchísimo a su madre; de entre todas las hijas de Romina, Valentina era su viva imagen, salvo por los ojos, por supuesto.

Había llegado por su propia cuenta al no querer viajar conmigo. Tenía una reputación que mantener.

Sonreí al pensar de lo que era capaz de hacerle, de la posibilidad de tenerla a mis pies como mi perrita. Verla tan elegante me hizo pensar en decenas de situaciones; en todas me la follaba con nula delicadeza, como la guarra que era, relevando lo que había debajo de su disfraz de ilustre dama.

Luego del juego de Adriana, ella y yo habíamos tenido, como ya era habitual, una fuerte discusión:

—Cabronazo —Golpeaba mi pecho una y otra vez—. Pajero de mierda. Enfermito. Te coges a tu prima y ya crees que es normal el incesto. —Me mofé en su cara— . Te divierte que nos besemos entre hermanas, inmundo friki, hijo de puta.

—Un poco —confesé—. Los besos fueron lo menos.

Al fin de cuenta, su hermana mayor le había lamido toda la entrepierna, complaciendo su lengua con piel y fluido.

—Vos y Adriana, ¿qué mierda les pasa? —explotó—. Y la pis en mi cara, fue tu idea Valentín. Te escuché. Juro que me vengaré.

—Cálmate —le tiré mi celular como cebo—. Dile a las arpías de tus amigas que vas a ir.

—Esto no se va a quedar así. —Como respuesta, recibió un forzudo beso de mi parte.

Unas cuantas miradas de sus hermanas captaron el momento detrás de la puerta. Valentina cedió temporalmente, producto de la vergüenza de ser mi novia ante los ojos de su familia.

De repente una voz habló, abstrayendo mi mente a la realidad:

—Es hermosa, ¿verdad? —Se estaba refiriendo a Valentina.

Lo es, pensé de inmediato. Tan bella y peligrosa.

—Hola, Ferreira. —saludé al ver quien era—. ¿Feliz cumpleaños?

—Gracias. —Quien me hablaba no era sino el mismísimo novio de Andrea Bogani, el rey del colegio, el capitán de fútbol de ser mi vida una película de Disney—. Gracias también por lo matemática.

—¿Lo de matemática?

—No finjas, es obvio que movías las hojas fuera de la mesa para que pudiera copiarme.

—Ah, eso —dije haciendo memoria—. Debíamos aprovechar, ¿no?, ya que te sentaste atrás mío ese último mes.

Llámalo instinto de supervivencia. Si el mono alfa te debe favores, es menos probable que te roben las bananas.

—Aprobé con lo justo —dijo Ferreira —. Logré copiar lo justo. Me libraste de tener clases particulares este verano. Al contrario de Andrea.

—¿No aprobó?

—Debe presentarse al final de las vacaciones —comentó—. Igual que Camila y Valentina. El año pasado se fueron al pasto con eso de no estudiar. Fue su año sabático. Ahora están en el horno, se han llevado no sé cuántas materias.

—Es una lástima…

—No le tienes cariño —adivinó el sarcasmo en mi voz—. Culpa de Valentina.

—No te preocupes. —Ya me las estoy cobrando, pensé.

—¿Quieres escuchar el plan que idearon las tres? —A lo lejos divisé justamente a las tres arpías del colegio. Estaban formando un abrazo grupal de reencuentro—. No decirles nada a sus padres, para que en el último momento se vean obligados a resolver “el asunto”.

—Es una estupidez. —Sacado de un mal guion. Además, Romina ya se había enterado. Lo que explicaba mi trabajo.

—Fue lo que dije. Cuando mis suegros se enteren…

—Se acaba la fiesta —terminé por él, mientras miramos el decorado de la casa.

Asintió con la cabeza.

—Sos amigo de Macarena —continuó Ferreira—. La hermana de Valentina.

Es mi putita, opiné fervientemente.

—¿Por qué? —pregunté

—Porque llegaron juntos. Los vi bajarse de tu auto. Yo venía del super, compré alcohol para los pibes. Es mi cumpleaños, pero Andrea me hace trabajar.

—Sí, vinimos juntos. —¿Cómo iba a negarlo?—. Somos amigos, solo amigos.

—¿Como Julieta? Dale, no mientas, Camila me lo contó. —Prosiguió en un susurro—. Ella está aquí, Julieta. Se esconde de vos, tiene miedo que hagas una estupidez de ñoño.

—Friki —le corregí—. Entonces me largó, no quiero arruinar su nochecita.

Hoy en día, tenía autoestima y orgullo. En buena parte por lo sucedido con las hermanas Rhodes. Además, buscando el lado positivo, iba a tener la casa para mí solo, lo cual era un golazo. Adriana y Margarita se habían ido a un bar, aunque por lo que había entendido no era un bar normal. Solo podían entrar mujeres.

—Entonces… —Se extrañó Ferreira—. ¿No viniste por Julieta? Creímos que esa era la razón de que vinieras.

—¿Creímos?

—Andrea y yo.

Algo andaba mal. Cada vez que una de las arpías se implicaba en mi vida, eso solo significaba problemas.

—¿Hablaron con Julieta?

—Recientemente… Dijo que eras un poco obsesivo, posesivo. —Perra mentirosa, la insulté desde dentro de mi cabeza—. Y que vos habías estado acosándola durante estas vacaciones. Intentó hacerte entender por las buenas que no quería nada con vos, pero insistías e insistías. Eso fue lo que vio Camila en el parquet. Si bien no le creó, no besas a los acosadores.

—Será cabrona. —Estaba sorprendido, me lo esperaba de las chicas Rhodes, pero de Julieta—. Esto es el colmo, me alargó. —Ya había disfrutado de lo poco que me podía dar aquella fiesta.

—Ten cuidado si sales —me advirtió.

—¿Cuidado?

—No te asuste, pero Julieta lleva hablando con algunos compañeros desde que se corrieron los rumores —explicó—. Para mí, se le salió de las manos su historia. Ellos —señaló al colectivo de hombres en general—, escucharon su versión y ahora quieren darte un golpiza por pajero y acosador.

Desde el momento que salí de la casa de los Rhodes, había estado caminando hacia la horca, embelesado por la idea de haber cambiado de status. Pero esto era el “colegio” y aquí mandaban otros. Como por ejemplo, Valentina…

—¿Valentina sabe de esto? —pregunté.

—Andrea lo sabe. —Mi celular, recordé—. Obvio que las otras dos también.

—Son mejores amigas —murmuré. Atando hilos.

—Chatean las 24 horas. Son casi familia.

Medité. Acaso esto era su venganza, que me molieran a golpes.

—¿Por qué fueron a hablar con Julieta?

—Sos listo —dijo Ferreira—. Yo no tuve nada que ver. Es cosa de Andrea y Valentina. Querían que Hugo y su pandilla escucharan por la propia boca de Julieta su triste historia.

Era mi fin. No podía contra Hugo, media casi dos metros. Me iba a aplastar la cabeza con sus gigantescas manos.

Sin embargo… Mi lado friki, me recordó que no era tan difícil hacer caer a los trolls. En cierta película de magos, solo necesitaron de un palo.

Por supuesto que no, me negué a morir. Hugo era mierdecilla comparado con Adriana o Romina. Pensé rápido, se me daba bien pensar bajo estrés, lo había demostrado en el blackjack y en el juego de resistencia.

—¿Por qué me cuentas esto? —pregunté. Necesitaba saber qué piezas tenía en el tablero.

—Andrea no puede contarles a sus padres que necesita un profesor particular. Podrían verse algunos días, ustedes dos, en las noches…

—¿Quieres que me haga cargo de tu novia? —No era la mejor manera de decirlo, ni el mejor tono de voz, pero algo en los gestos de Ferreira sacaba lo peor y lo mejor de mí. Me recordaba a mis putitas.

—Sí, quiero que te hagas cargo de Andrea. —Por un momento creí que me estaba ofreciendo a su novia en bandeja de plata. ¿O sí lo estaba haciendo?—. Necesita pasar de año, o nuestras familias explotaran.

—Está bien. —Necesitaba de aquel carilindo, si quería salir vivo de aquella fiesta—. ¿Dónde está el bravucón de Valentina? Ah, y muéstrame la cocina. Ustedes los ricos juegan al golf, ¿verdad?

Capítulo 16: Castigo

Era sorprendente lo frágil que eran las personas e igual de sorprendente la diferencia entre un hombre armado y otro que no. Los cavernícolas no se habían equivocado cuando decidieron empuñar palos en contra de lo que habitaba en la selva. Y en mi caso, la escuela era mi selva.

Miré la pantalla de mi celular. Un video. Hugo tirado en el piso y con varios falos de naturaleza vegetal metidos en sus agujeros. Sin duda una película del género favorito de Adriana. Empezaba a contagiarme de sus gustos.

De repente, entró:

—¿Qué haces acá? —preguntó Valentina. Asustada.

—Te sorprende que esté vivito y coleando.

—Yo…

Me levanté con el cinto en la mano, bajé las escaleras y me encontré frente a frente con mi supuesta novia.

—Perrita, te llegó la hora.

—Tu auto seguía en la casa de Andrea —tartamudeó.

—Me prestaron otro, tuve que salir por atrás de la casa de tu amiguita.

—Romina…

—Le pedí a Adriana que te enviará ese mensaje. Necesitaba verte con urgencia.

—Maca…

—Maca sigue en la fiesta. Se lo ha ganado, atrajo a tu enorme amigo al sótano de Andrea.

—Yo… lo siento. —Le cayó el primer cintazo. Se sintió extremadamente bien, no podía decir lo mismo de Valentina. Entendí mejor la satisfacción de Romina. Saltó de dolor—. Ay, ahí no. Lo siento, enserio lo siento, soy una perrita estúpida, perdóname, con el cinto no, por favor…

La agarré de los pelos, y tiré de ellos. Semi caída, la fue arrastrando y golpeando por todo su cuerpo, trazando varias líneas onduladas de dolor.

Llegamos a la sala de diversión, donde recientemente habíamos jugado.

—Quítate la ropa —ordené. Aun cuando no protegiera el cuerpo de Valentina de mis correazos, era una molestia visual.

—Valentín, perdóname, soy una perrita estúpida muy estúpida.

—Lo eres —concedí—. Lo bueno es que tu madre me ha enseñado que se puede sacar la estupidez del cuerpo, solo hay que ser insistente.

—Lo prometo, no lo vuelvo hacer —Otro correazo, esta vez sobre su espalda—. ¡Pará! ¡Yo no hice nada!

—¿No? —La ira me consumía. La pateé aprovechando que estaba en el piso—. Además de estúpida también sos mentirosa.

—Fue Julieta, ¡Julieta!, tu novia, yo no, ella es la perra mentirosa, ella es la que te puso la trampa —cambió de versión—. Julieta a quien debes castigar, por favor, no más.

—Julieta es una arpía vestida de santa paloma, ahora lo sé, quería salvar su reputación a costa mía. Pero lo de esta noche fue idea tuya, lleva tu nombre grabado en sangre.

Se vio acorralada por mi seguridad en mis deducciones. Desconocía que el novio de su mejor amiga me lo había confesado todo.

—Fue una idea estúpida, ahora lo sé, Valentin —suplicó e hizo lo que siempre hace cuando hay problemas—. Te la chupo. Aprendí la lección. Desde ahora para siempre me voy a tragar mi leche, como buena perrita. Soy una buena perrita, perdóname, fue solo una tonta equivocación.

—Ambos sabemos que son palabras huecas. No te consideras una perra, ni mucho menos mi perra. Una vez te suelte la correa, volverás a ser la misma niñata engreída, abusiva y manipuladora.

—Yo…

—Desnúdate.

Una vez más Valentina cambió, pero esta vez de actitud.

—Basta ya —gritó—, si me golpeas te denuncio. No sos mi madre.

Esta vez use la punta metálica del cinturón. Fue un golpe incluso duro de ver. Iba a dejar marcas en el descomunal orto de Valentina. Un orto ya magullado por Romina. Lágrimas salieron de sus ojos.

—Desnúdate —espeté—. No lo volveré a repetir.

Había solidez en mi voz y en los músculos de mis brazos. Me obedeció con rapidez una vez vio el potencial del acero en mis manos. Deteniendo el amago de un segundo correazo.

—Solo para que quede claro, si le cuentas algo a Romina me limitaré a decir que te escapaste de la casa para irte de fiesta —la miré con mucho detalle mientras se bajaba la tanga—. Tengo fotos. Algunas se te ve con tus amiguitas, esas que Romina detesta. “Me vi en la necesidad de hacerlo como el hombre de la casa”, de seguro le encantará esa respuesta, sí no porque me obliga a mirarte mientras te azota.

—Sos igual que Romina.

—Somos —le corregí—. Párate, tócate los pies y enseña el culo. Sé que te encanta exhibirlo.

—No es cierto —farfulló.

—¿No? Y las faldas cortas que usas en la escuela —le toqué el culo. El simple tacto de las yemas de mis dedos causaron un gruñido de dolor en Valentina. Continúe separando ambas nalgas—. El día que te chupe la concha, apenas y pude apreciarlo. Había poca luz. Se ve deliciosa, para estar metiéndole la verga todo el día, ¿no crees?

—¿Me vas a coger? —Noté alivio en su voz.

—¿Qué es esto?, ¿caca?

—Es una marca de nacimiento —respondió Valentina cuando notó la inspección de mis dedos—. Una manchita.

—Casi ni se ve. —Entonces le introduje el cepillo usado de Macarena. Seguía sucio y con el aroma de Margarita—. Quédate quieta.

Fue una penetración directa y sagaz. Eso sí, angustiosa para la desconcertada vagina de Valentina, por lo que se movió de su lugar e intentó ponerse recta.

—¿Qué me metiste? —preguntó para luego gritar y suplicar de dolor. Pues volvía a emplear el cinto—. Basta, ya, ya, lo siento…

—En tu sitio, perra —indiqué con la herramienta de tortura—. Te metí el consolador que utilice con Margarita. —No se atrevió a insultarme—. Y no, no lo limpié ni le puse un condón.

—Valentín…

—Debes acostumbrarte a ella. Al sabor de su corrida.

—¿Por qué?

—Hacerte la tontita, no te salvarás. Sabes muy bien lo que planeo.

—Ni loca… No, perdón, se me salió, soy una perrita estúpida.

No la golpeé, la necesitaba consciente por un instante, pero al mismo tiempo sumisa, realmente sumisa, por lo que agarré con la mano libre, el utensilio tendido en el sofá que había robado de la casa de Andrea.

—Mañana te comerás el coño de Margarita, y ella te lo comerá a vos. —Pasé el palo de golf por una de sus mejillas—. ¿Lo entiendes?. Te escucho, eres una buena perrita o una estúpida perrita.

—Si le chupo la vagina a tu prima —murmuró—. ¿Me perdonas?

—Si prometes ser una guarra con Margarita, no usaré esta maravillosa herramienta contigo.

Aprecie el palo de golf. Con él había noqueado al gigantón de Valentina, bueno, yo y Ferreira mejor dicho. Se había negado en un principio alegando otras opciones, con todo, luego de amenazar con decir la verdad a los padres de Andrea, se había mostrado más cooperativo.

—Deberías preguntarle a tu amigo troglodita como se siente ser nalgueado con esto —comenté mientras pasaba la cabeza del palo por su espalda—. Entonces, mañana, ¿serás una verdadera guarra callejera con el chocho de mi prima?

Miró el palo y no tuvo que pensarlo mucho.

—Sí, lo seré.

—Bien —solté el palo y con aquellos mismos dedos penetré a Valentina. Revolví el cepillo—. ¿Te gusta?

—Sí. —Supo qué decir—. Me gusta.

Se le daba bien fingir ser una perra, pero yo quería que fuera realmente una. A continuación prendí el cepillo y por los gestos en su cara, parecía gustarle las vibraciones en sus paredes vaginales.

Me separé de su vagina con una nalgada. A punto estuvo Valentina de caerse.

—Comencemos.

—¿Con qué?

—Con el castigo. No creerás que me he olvidado de tu bromita. Este castigo funcionó muy bien en Maca, veamos si ocurre lo mismo contigo. —Desenvaine el cinto—. ¿Te acuerdas del Blackjack?

—No… —mintió.

—Cuéntalas y di: “Gracias mi bondadoso Amo, me lo merezco por ser una mala y estúpida perra.”

La vibración del cepillo se transfirieron como ondas ampliadas a las piernas de Valentina. Indecisa entre huir o enfrentar los latigazos.

—¿Cuántas? —preguntó.

—Hasta que suenes sincera. Hasta que se te grabe en la piel y en la cabeza.

—Soy sincera, en verdad lo… —La interrumpí con la primera tanda de latigazos sobre su orto.

—No te creo, puta. —¡Plap!, su piel volvió a probar la dureza del cuero—. Ni se te ocurra huir o usaré el metal, vamos, levanta bien orto, cuenta y di tu frase.

No encontró ninguna escapatoria.

—Dos —empezó a llorar. No importaba que tan grande sea el número, el tormento podía seguir y seguir—. Gracias mi bondadoso Amo, me lo merezco por ser una mala y estúpida perra.

—Más fuerte —le dije—. Veamos si viene .

Pronto las magulladuras provocadas por Rominas se elevaron en su orto para peor.

Tres, cuatro, cinco… diez, once, doce… veinte, veintiuno, veintidós…

—Treinta —Noté una sombra en la entrada—. Gracias mi bondadoso Amo, me lo merezco por ser una mala y estúpida perra.

Empujé a Valentina directo al sofá. Apenas y tenía fuerza. Había terminado, o algo así.

—¿Quieres participar? —le pregunté a la sombra.

—Le duele.

—Se lo merece —dije mientras me sentaba en el sofá—. ¿Quieres morder el clítoris de Valentina?

—¿Puedo?

—Sos una caja de misterio, Antonella. —Me bajé el cierre del pantalón—. Claro que puedes, solo debes chuparme la pija primero.

—Antonella —dijo Valentina todavía con el cepillo metido—. Ayuda.

—¿Aún puedes hablar? —Le agarre de los mechones y acerque su rostro a mi verga—. Usa esa boca para lo único que sirve.

De un empujón se lo metí hasta al fondo de su garganta. El resto fue una mezcla de empujones con la pelvis y aplastamientos de cabeza. En resumen, me estaba follando su boca. Quedando Valentina en una especie de shock, siendo imposible distinguir lo que pasaba a su alrededor.

—¿Puedo jugar con el cepillo? —me preguntó Antonella. No había desperdiciado el tiempo y ya se encontraba del otro lado del sofá, observando la vagina de su hermana.

—¿Estás dispuesta a pagar el precio?

—Creo, solo debo meter tu aparato reproductor en mi boca.

—Entonces adelante. —Otra vez le clavé mi pija en lo profundo de su ser. Necesitaba noquear a Valentina para que Antonella pudiera entretenerse tranquila—. Si quieres traer tu batidora de mano, así puedes jugar mejor. —Se fue de inmediato como niña que busca su pala en un día de playa.

Cuando finalmente eyaculé en la boca de Valentina, Antonella llevaba un tiempo abriendo, lamiendo y pellizcando cada mínima parte de la concha humedecida de su hermana.

Fue demasiado para Valentina. El alcohol de la fiesta, los correazos, la garganta profunda y los estímulos de Antonella. Para ella lo sucedido, solo era una pesadilla.

—¿Vas a seguir jugando? —pregunté.

—¿Te vas?

—Adriana quiere que la vaya a buscar.

—Solo un poco más —metió dos dedos en aquella cueva dorada.

—Entonces ayúdame a subirla a mi habitación. Juega ahí, pero cuando venga Maca te sales.

—Okey. Espera, una pregunta. Mi hermana no es una puta, ¿verdad? Las putas son malas personas, ¿no?

—Lo lamento, Antonella, pero si es una puta. Más específicamente mi puta.

—Ah, que mal, entonces le debo una disculpa a tu prima. —Con aquella dos falanges fue sacando el cabezal de la batidora y el cepillo.

Ambos sonreímos al ver como este último ya no prendía.

_____________

Muchas gracias a los que comentan, y valoran la historia. Y también por el apoyo vía mail. Espero que la historia sea de su agrado.
© Lanre