Clases Particulares Día 6 Parte 2
Continuación de: "Clases Particulares Día 6 Parte 1"
Capítulo 19: Una pequeña interrupción
Fue interceptado en las afueras de la mansión.
Nunca pensé decirlo, pero empezaba a cansarme de las femeninas con pintas de supermodelos que rayaban la fantasía. Tanta belleza provocaba enrojecimientos sobre mis ojos, como si hubiera comido mucho del sexo opuesto y ahora en mi libido estomacal reinaba la acidez.
Tatiana era aterradora, aterradoramente hermosa. Combinando su belleza con varios tatuajes paganos sobre su pálida piel. Convirtiéndose en un afrodisiaco singular. De fundar su propia secta, más de uno se uniría (posiblemente yo incluido).
Iluminada por la luz del día, comprendí mejor la mente de mi perra mayor, con Tatiana, incluso yo podría olvidarme de Valentina. Ambas eran comparables y a la vez no. Mientras más tiempo la tenía al frente, más me costaba elegir.
La gótica con medidas de Barbie, cumplía todos los requisitos para ser la protagonista de una historia, y lo fue junto a Adriana; hasta mi llegada a la casa Rhodes. Cuantas vivencias podrían narrar aquellas dos… Eran lo que el mundo denominaría dos lesbianas muy liberales.
En fin, cómo es posible que semejante espécimen se hubiera fijado en mí, pues simple, las personas hermosas atraían a otras personas hermosas. Y no me refería a mí, sino a Adriana.
—Hombre. —No era un insulto, pero Tatiana lograba que sonara como uno.
La famosa novia de Adriana, pensé mientras ella se posicionaba enfrente mío, en una caminata que parecía la entrada de un nuevo rival en mi vida. Solo le faltaba la capa negra.
Cambiando las analogías de películas por dibujos animados, justo ahora debía de sonar el soundtrack tétrico de piano. Todo gran villano tenía uno. Dando inicio a la pelea.
Me había enfrentado a Hugo (el bravucón de Valentina) con aplomo, me pregunté, dónde estaba aquella confianza cuando más lo necesitaba. Al parecer Valentina, no era la única con divergencia en la personalidad.
A veces era un Amo despiadado, y otras, me carcomía la culpa. A veces un nerd que se dejaba mangonear, y otras, un desquiciado con un palo de golf. Tal vez estaba entre medio de ambos.
Por suerte, encontré algo de aplomo en aquel instante.
—¿Cómo quieres que te llames? —pregunté con sarcasmo—. Lucifer Estrella de la Mañana.
Esperaba una respuesta algo parecida a: ”No uses el nombre de mi señor en vano”, pero al parecer todo su look solo era estético. En cambio, dijo:
Yo tendría que hacerte la misma pregunta, pensé al dudar de su humanidad.
Adriana me la había mostrado en fotos y videos, pero a Tatiana las fotos no le hacían justicia. Las fotos eran incapaces de captar su aurora y su belleza (no era fotogénica a diferencia de Valentina o Adriana). De una forma no literal, Tatiana no se reflejaba en los espejos.
Carajo, primero la Santa Inquisición de Romina y ahora esto…
—¿Preguntas por mi relación con Valentina? —Tatiana llevaba un corset negro con una pollerita (lo mismo que ayer). Dejando una vez más a la vista sus pechos, decorados con trazos de tinta negra—. Soy su novio.
No era la primera vez que nos veíamos. La había conocido finalmente en persona durante la pasada noche, en compañía de Adriana y Margarita. En la salida de un bar de lesbianas.
Hasta ese momento debía de ser para ella solo “el primo de Margarita, la nueva amiga de su novia”. El segundón de alguien más interesante como Margarita.
Hasta ese momento no me había prestado atención, ni dirigido la palabra. Pero… Ella me había escuchado, y yo a ella mientras cada uno copulaba con una de las hermanas Rhodes.
—Tus oídos fueron testigos de que no miento.
Por supuesto, ella no me creyó. Olfateaba algo más en mi relación con Valentina. Pero estaba claro que yo me acostaba con la más hermosa de las hermanas.
El video. Sabía que ese video me iba a meter en problemas tarde o temprano. Aunque no era el único factor decisivo de mi actual situación, de no haberme entretenido con Antonella hubiera salido más temprano de la casa y Tatiana no hubiera podido interceptarme, hubiera estado con los orificios ocupados.
Caminó. Invadiendo mi espacio. Era como un animal.
—Adriana es mía —me sostuvo la mirada, igual que su declaración, como un joven león que reta al macho alfa para arrebatarle lo que consideraba suyo. Quería a una de mis chicas, por así decirlo.
—No es lo que parecía ahí adentro. —No puede evitar sonreír—. Más bien vos le perteneces a ella.
—Tu culo no debe opinar igual —dije con atrevimiento—. Me sorprende que puedas caminar, luego que Adriana jugará con vos.
—¿Crees que me voy a abochornar por tener sexo con Adriana? Niñito. ¿Quieres saber sobre el estado de mi recto? Justo ahora me he metido unas cuantas bolas.
—¿Qué? —le miré el trasero, aunque obviamente no detecte nada extraño, solo la curvatura perfecta de un buen culo.
—Hombres, no esperaba más. Se creen mucho por tener pene. —Se acercó, rostro contra rostro—. Lo disfruté. Disfruto cuando me abre el ano, cuando me hace gritar. Tu comentario me es indiferente. Nuestra relación va más allá de quien se la mete a quien.
—Así que niño por tu bien, confórmate con Valentina.
De ser listo, hubiera aceptado.
—¿O si no qué? —Era la frase de Valentina.
Tenía manos habilidosas, pues no tardó mucho en meter una de ellas dentro de mis pantalones. Me sonrió con picardía, hizo amago de besarme (engañando a mis reflejos y deteniéndome), tontamente creí que me iba a ser una paja en medio de la calle.
Ciertamente, sudaba hipocresía, minutos atrás (incluso horas) había negado que la quería dentro de mi “grupo”, pero ahí estaba, deseando que me besara y me masturbara, deseando que me jurara sumisión.
El dolor me hizo recordar mis años de víctima, bajó las tenaces manos de Valentina. A ella también le gustaba magullar aquella parte de mí. Al parecer lo bonito iba de la mano con lo cruel.
—De lo contrario te arrancaré el pito.
Pronto superó a Valentina en fuerza.
Carajo, todo esto era como en los videojuegos. Irreal en tantos sentidos. Cuando al fin logras derrotar al jefe final, resulta que el muy cabrón tenía el poder de resucitar, regresando con mucha más fuerza. Había derrotado a Valentina, la reina dorada, pero delante de mí tenía a su copia infernal de blanco y negro.
A esto me refería con que la presencia de Tatiana no era un buen augurio para mi pene.
Cuando nos separamos, o mejor dicho, cuando ella me soltó, varias miradas del vecindario estaban puestas sobre nosotros. Un golpe de suerte, al ver testigos potenciales, Tatiana parecía haberse contenido. Explicando el buen estado de mis testículos.
—Tatiana… —Pronunciar su nombre aliviaba el dolor, al decir su nombre me prometía a mí mismo venganza—. Tati…
El dolor hizo que hincara una rodilla.
Los gustos de Adriana sí que eran particulares y muy específicos (le gustaban las perras rabiosas), de donde carajos la había sacado. Había cometido un error al permitir que se me acercara. Me clavó los colmillos.
—¿Realmente crees qué Adriana te tiene un mínimo de aprecio? —contraataqué. Palabras desesperadas pues había perdido la batalla.
—¿Realmente crees qué Adriana te tiene un mínimo de aprecio? —repetí mis palabras y esta vez no pudo fingir indiferencia—. Sé que Adriana no quiere volver con vos. Hoy solo fue una follada casual.
Había venido hasta mí para dejar las cosas claras. Pero por qué. Sencillo, temía perder a Adriana. De seguro, luego que terminara su asunto en la cama, Tatiana le propuso volver y conociendo a la mayor de las hijas de Romina y sus planes, esta se negó.
—Sí, quiere volver conmigo —espetó Tatiana—. Solo que… solo que su macho se lo ha prohibido… Vos…
—Yo no le prohibo nada. —Lo bueno de decir la verdad es que todo suena más sincero—. ¿Realmente crees qué Adriana te tiene un mínimo de aprecio?
—Sí —respondió finalmente—. Me aprecia.
Tatiana había ganado la batalla, pero no la guerra. A fin de cuentas no era la primera “Niña Altanera” que iba a doblegar. Le empezaba a agarrar el gusto y la maña.
—Si tú no eres su “hombre” —ignoró mis palabras—. ¿Quién es?
Confiaba plenamente en su exnovia. El culpable de su separación era un hombre. Un error táctico, como cuando confié en ella y me vine dentro de Valentina. Por otro lado, la mentira de Adriana, ¿qué quería conseguir con aquello?. Divertirse o que Tatiana se fijara en mí. Tal vez ambas.
—Vete a la mierda —me despide de ella mientras el dolor en mis partes persistía.
Desde luego, se podría decir que nuestra primera conversación fue memorable y a la vez no. Memorable porque me agarró el pene e inmemorable porque la conversación se mantuvo dentro de lo predecible. Tatiana actuó como yo esperaba. Desde el minuto uno, deduje que estaba loca.
Por lo que tenerla en mi harén era una locura, una locura muy tentadora. La próxima vez que nos viéramos me las iba a pagar, incluso a sabienda de lo que implicaba.
Capítulo 20: Intentando retomar los estudios
Valentina pasó la hoja del libro que supuestamente estaba leyendo (solo apreciaba las ilustraciones) y preguntó:
—¿Qué tal las compras en el super?
Lo sé, volvíamos a las charlas de amigos a pesar de que no éramos amigos, a pesar de los recientes sucesos de depravación y degradación. Había momentos en que ambos fingíamos que nada de aquello había pasado, como por ejemplo las horas de estudio.
No solo de pan vive el hombre.
—Incómodo. —Observaba y corregía antiguos exámenes. Me estaba preparando para las clases nocturnas con Andrea—. Y de no haber estado Maca hubiera sido peor.
—La señora Marlene y yo apenas nos conocemos.
—No con Maca —señalé mi punto previo—. Ella nos hablaba a los dos.
Y hablando del silencio, la habitación de Valentina volvió a envolverse en él.
Sin embargo, Valentina nuevamente habló pasados unos minutos. Para bien o para mal, me estaba convirtiendo en su única compañía. Luego del incidente de la fiesta, Valentina no considera oportuno pedirme el celular.
—Antes era mi padre quien la ayudaba con las compras.
—No me digas —dije con sarcasmo.
Según el último mensaje de Romina, yo me iba a ocupar también de hacer de chofer para Marlene. ¿Realmente era el hombre de la casa o el niño de los recados?
—Pero él no piensa volver. —Había nostalgia en la voz de Valentina—. Su auto se está empolvando.
—Estaba pensando —dijo Valentina.
—Te felicito —me burlé un poco de ella.
El pensar no iba con ella, en cuanto se refería al colegio. Pues respecto a otras cosas, sí que se le daba bien pensar, como justo ahora:
—Si fuiste a buscar tu auto, cerca de la casa de Andrea, ¿cómo recogiste a Adriana?
—En taxi —mentí rápidamente. No podía decirle que su amigo, el novio de Andrea, me había prestado su auto. Se daría cuenta de que él era mi topo entre su pandilla.
Por el momento, era mejor que no lo supiera.
Valentina al notarme poco hablador preguntó:
—No. Soy un hombre de palabra. Y fuiste una verdadera guarra en la mañana. —El cumplido no fue del agrado de Valentina—. Mi enfado se fue con mi semen.
No tuvo que ni pensarlo dos veces:
—Me tragué todo —asintió—. Puedes preguntarle a Margarita.
—¿En serio debe dormir conmigo?
Valentina aceptó las malas noticias con un suspiro. No obstante, el tiempo sacaba de ella, las ansias de retomar su status previo.
—Así que tenemos un nuevo trato —jugó con sus dedos sobre el escritorio—. Debo besarme con Margarita…
—No tenemos un trato —le agarré de los pelos. Adiós charla casual—. Vos sos mi perrita y obedeces.
—Ay, sí, sí, me malentendiste. —Todo su cuerpo, incluyendo las raíces de su larga cabellera, tenían aún secuelas de lo sucedido. Temiendo que se repitiera retomó su papel de sumisa—. Suéltame por favor, solo quería saber que querías que hiciera en la cama, que querías que hiciera con Margarita.
»¿La debo besar todas las mañanas y nada más?
Me estaba sobornando. Sabía que me encantaba que ambas se tocasen. No deseaba sufrir otra tanta de correazos. La solté y el rostro de Valentina cayó sobre el escritorio.
—Unos besos —dije—. En todos sus labios, ya sabes a qué me refiero.
—Lo sé. — Había sido su idea para salir del apuro, pero tal vez a un precio demasiado alto.
—Pero tienen prohibido acabar —le amenacé—. Sabré si lo hacen.
—No es muy difícil, Margarita es una meona.
—Tienes suerte que no está aquí para oírlo.
—¿Y dónde está? —Valentina inconscientemente miró a su alrededor.
Valentina por lo general pasaba de su familia. Pero últimamente, le preocupaba el que hacían o le hacían a sus pequeñas hermanas. Y aunque ella no lo hubiera notado, una de ellas, Antonella, se había estado acercando cada vez más a ella.
Por ejemplo, durante el almuerzo, Antonella se apoyaba en Valentina para soportar la presencia de Tatiana y del resto de intrusos.
—¿Qué andan haciendo? —me preguntó mientras se levantaba de su asiento. Aunque lo que quiso decir era: ¿Qué hiciste con ellas?
—¿Celosa? Maca no va a tocar a Margarita.
—A tu prima le pueden llenar sus agujeros el chico que limpia la piscina, poco me importaría, pero conozco la depravación de tu familia.
—¿Mi familia? Has visto a hermana mayor. Despreocúpate, solo están hablando. Resulta que tienen muchos amigos en común. Andan haciendo cosas de mujeres mientras hablan.
De pronto un correteo desde afuera de la habitación se escuchó. Antonella había estado espiándonos, pues reconocí sus pisadas. Asimismo, si había huido de su lugar favorito es porque alguien se acercaba. Por simple descarte deduje quienes eran.
Deseando impresionar a Tatiana, me levanté de mi asiento y tiré de Valentina hacia el escritorio.
Le bajé el short como respuesta, acompañado también de la liberación de mi ya recta verga. Con Valentina a lado, las erecciones eran tan abundantes como el aire.
Me saqué el cinturón. Ella tragó saliva, eligiendo tomarse por segunda vez la pastillita a sufrir nuevamente la penitencia por parte del cuero. Obviamente, yo no pensaba penetrarla, no era más que una puesta en escena.
Prosiguiendo a despeinarla y colocando los codones en sus respectivos paquetes al lado de Valentina. Incluso usé el cinturón como collar. Quien entrase no tendría dudas en saber que Valentina y yo estábamos por fornicar.
—Valentín… —Mi verga tocó su vagina.
De pronto, mientras me imaginaba que más podría agregar a la escena de fornicación, Adriana y Tatiana ingresaron a la habitación, desde luego sin tocar la puerta.
Tendría que haber escupido sobre nuestras partes, pensé.
—Valu… —La voz de Adriana se apagó. Sonrió burlonamente.
Valentina quiso escaparse, pero la detuve como una rata atrapada en una caja. Por primera vez, algo en la cara de Tatiana tomó forma. Sorpresa, una sorpresa doble al ver cómo el glande de mi verga comenzaba a separar el coño de Valentina.
—Valu —continuó Adriana como si no pasara nada fuera de lo común—, queríamos invitarte al cine. Por descontando tu novio también está invitado.
—Valentín, por favor, suéltame —me susurró Valentina. La estaban penetrando, no mi verga, sino la vergüenza, fruto de dos pares de ojos (pardos y negros) que formaban al público.
—Es una cita doble —golpeó el costado de Tatiana. Hipnotizada.
El golpe hizo reaccionar al fin a la pelinegra.
—¿Se lo vas a meter sin condón? —preguntó Tatiana. Dejando sobre la cama una cajita envuelta en papel de regalo. “Era un presente”, ¿el motivo?, mi noviazgo con Valentina.
—Tatiana largarte —chilló Valentina, roja al notar como Tatiana también disfruta de ver su coño al aire libre o al menos eso supuse, ya que no apartaba la vista. Gustos son gustos, y yo también me quedaba cada tanto con la mirada fija.
—¿No debería? —me hice el tonto—. Ya sabes que solo soy niñito —le recordé su flamante insulto.
—Allá hay unos cuantos —señaló Adriana—. Deberías ponérselo, Tati, al parecer Valentín no tiene mucha idea.
Había querido solo impresionar a Tatiana, pero Adriana incluso con todas sus estupideces y confabulaciones, era una excelente perra mayor. Estaba construyendo el camino para que me quedara con su regalo. Y no me refería al que estaba sobre la cama.
¿Sería Tatiana su caballo de Troya? Va, ¿importaba?, no me iba a quedar con el caballo. Solo jugar un poco con él. Montarla y ya. Luego le prendería fuego o le clavaría una estaca.
—Antes me corto la mano. —¿Era lesbiana o solo odiaba a los hombres?— Adriana, mejor vayámonos.
Arrincone a Tatiana con mis palabras:.
—No va a ser la primera vez que me tocas el miembro.
—¿Tati en serio? —A Adriana le gustaba ese tipo de sorpresas, le daba pie para desarrollar sus fantasías, las usaba en su beneficio.
Cómo decirlo, dentro de la casa la situación belicista y de poder entre ambos (Tatiana y yo) se invertía. Tatiana no esperaba que Valentina fuera tan voluble y que Adriana me la entregara tan fácilmente. Me había atacado pensando que con ello me sacaría de la ecuación. Todo lo contrario. Me tenía dentro.
—No es lo que crees —explicó Tatiana—. Solo me estaba asegurando… Ya sabes que lo detesto —ojeó mi verga.
—En la última fiesta no lo parecía.
Empezaron a discutir, entre tanto yo acariciaba el coño de Valentina mientras ella me miraba con desdén, apresada por mi fuerza, repitiendo con sus ojos azules: “No puedes, no puedes, no puedes ser tan hijo de puta.” Movía las piernas a la sazón de los insultos.
—Mi hermana va a quedarse preñada por tu culpa —dijo Adriana de repente. Quería retomar el peculiar asunto de su hermana empotrada. Fingía preocupación.
El sorpresivo abordaje, me había dejado claro que Tatiana tenía fuerzas, pero no aquí. Aquí no podía arránqueme el pito, solo acariciarlo. Sus amenazas se las estaba llevando el viento. Semejante escena en la calle para nada, aquí, estaba absolutamente desprovista.
Era como un déja vu de mi primer día como profesor de Valentina. Una princesita que se fundía como hielo en pleno verano.
—Valu no te preocupes. —Dió Adriana el primer paso, pero Tatiana la detuvo.
—Adriana basta —espetó Valentina—. ¡Basta!
—Ella lo prefiere así —dije en tono burlón. Valentina me mato con la mirada—. Solo la complazco.
—Sos muy joven para que llenen la raja de leche —rió Adriana mientras apartaba la mano de Tatiana de su hombro—. Soy tu hermana mayor, Valu, debo guiarte, y a la rica verga de tu novio.
—Lo haré, lo haré —dijo Tatiana sobre las quejas de Valentina. Pues Adriana no se iba a detener—. Solo no toques otro pene. Nunca más.
Adriana no prometió nada, de igual manera, Tatiana caminó hacia mí.
Era la segunda vez en el día que alguien me dirigía una mirada mortal.
Agarró un preservativo y lo abrió, hasta aquel momento había actuado con rapidez y determinación, sin embargo, Tatiana no sabía cómo proceder exactamente, es decir, sabía poner un condón pero no como interactuar ante semejante coreografía.
Se tomó su tiempo. Al final entendió que la mejor manera de hacerlo necesariamente involucraba una leve sobada que servirá como punto de apoyo.
Acercó las manos. Rozó el culo de Valentina, no era necesario, pero oye, no me queje, y entonces…
—No, no, no —negó el dedo de Adriana con un ademán—. ¿Qué me dices siempre?
—¿Te amo? —Aprovechaba cualquier oportunidad para regresar con Adriana, para recalcar su devoción.
Le debía una a Adriana. Por otro lado, no la quisiera como enemiga.
—¡No! —No fue Tatiana quien lanzó el grito de oposición como cabría esperar, la protesta provino de Valentina que actuaba como una novia celosa.
—Nos están ayudando —le nalguee para que se callara. Hizo todo lo contrario, aulló de dolor—. Cierra la boca y presta atención.
—Valentina —dijo Tatiana entre pasmada y airada—. ¿Cómo permites que te trate así?
—Cállate —le espetó Valentina al no saber cómo explicar su decaída situación.
—Ya escuchaste a mi hermana, Tati, deja de hablar y llénate la boca con la polla de su novio.
—No quise decir… —Le empareje el culo. De seguir hablando, sus heridas nunca se iban a curar.
—Voy a usar las manos —arremetió Tatiana al imaginarse mi pito en su boca.
—¿No que no te avergonzabas fácilmente? —pregunté. A lo mejor lo visto en la calle no era más que una actuación.
—Deja, Tati, lo hago yo —abrió Adriana bien su boca como ejemplo de lo que planea hacer.
Aunque Adriana me hubiera dicho que nuestro video pornográfico le encantó a Tatiana, el hecho de que Tatiana se negase a que volviera a ocurrir, incluso si eso implica que ella fuera la que chupara, ponía en duda su afirmación.
Tatiana se arrodilló, siendo incapaz de comprender cómo había caído tan bajo en tan pocas horas, para plantearse hacer lo que tenía que hacer.
Con el condón en los labios, tragó mi verga. Lo hizo. Me la estaba chupando.
Por los gestos en su cara era como si estuviera orinando encima suyo (dificultando su labor). Estaba tardando. Únicamente debía ponerme bien el condón, no obstante, mis movimientos horizontales de verga dentro de su boca, y mis metidas y sacadas, obstruyeron con sus diligentes habilidades.
Escupió el látex al ya no poder diferenciar el lado correcto.
—¡Vos! —me reconoció. Ya no tenía duda sobre quien perforaba como pica en mina la garganta de su amada.
—Tati, esta vez hazlo bien. —Adriana le tendió otro paquetito. Luego tensó el cinto que hacía de correa. Las hermanas tuvieron su duelo de miradas—. Valu, estás observando, no solo debes abrirte de piernas, ya sé que tus instintos de zorra te ganan, pero de lo contrario vas a acabar como Romina. Si quieres la leche de Valentín debes sacarlo del globito, no de lleno.
»Esto de ser hermana mayor, es difícil. Vamos, Tati, traga…
Fracaso nuevamente. Usando su cabellera (la tenía tan larga como Valentina) repliqué tanto como pude el video de Adriana y mi pija. Metiéndola con una falta de decoro que era insultante incluso para mi falsa novia.
En sus negros ojos vi la intención morderme, de cortarme el pito con sus filosos dientes. No lo hizo (por el momento). Adriana era capaz de domarla sin palabras. Amenazándola con unirse a la mamada.
La tercera fue la vencida. Ya para ese entonces Valentina se había soltado, yo sujetaba la cabeza de Tatiana en vez del cuerpo de Valentina. Bañando mi verga en el placentero río Estigia, tanto antes como después de tener puesto el condón.
El inframundo ya no parecía ser un lugar tan malo.
—Awwww —emitía la boca de Tatiana como el chapoteo de un balsa.
Mi verga se mantenía nadando, pese a estar envuelto en latex. Quería acabar ahí mismo. Sin embargo, tuve que soltar a Tatiana. Adriana no era omnipotente, y algo me decía que estaba colmando la paciencia de Tatiana. La amenaza presente de hincar los colmillos, me impregnó de sensatez.
—Suéltame —rugía Valentina también. Con la braga y el short fuera de lugar. Buscaba librarse de mi cinturón.
—Te queda bien —tensaba el cuero—. Bueno Tati, vámonos, demos privacidad a los chicos.
—¿Esto es lo que deseas desde un principio? —preguntó Tatiana arrodillada, con el interior de su cogote enrojecido.
Adriana no respondió, siendo más exacto, no le prestaba atención.
—Los esperamos abajo. Por cierto, le trajimos un regalo de nuestra parte —dijo señalando la cajita—. Oh no, no te subas la bombacha, Valu.
Una vez más tenso la correa. Tirando del cuello de su hermana, y por lo tanto, atrayéndola hacia ella, cayendo el cuerpo de Valentina entre los brazos de Adriana. Sin dar tiempo a defenderse. Permitiendo alcanzar los tirantes de la ropa interior. Primero estiró hacia arriba, como ya había hecho en el pasado, finalmente hacia abajo, desvistiendo a la portadora.
No hace falta decir que Valentina chillo de dolor.
La preparaba para que yo la penetrara.
—Muchas gracias, Adri —me saqué el preservativo que tanto le había costado poner a Tatiana—. Pero prefiero ir temprano al cine y volver temprano, tengo cosas que hacer en la noche.
Tatiana estaba con las cejas en alto. La indignación de ver destruido su trabajo se hacía visible en su cara. No había preparado la mesa para la cena, sino que ella había sido la cena. Siendo el platillo principal el que me hiciera una mamada.
—Siendo así… —Adriana tiró otra vez de las bragas de Valentina.
—Adriana… aaaAAA —clamó piedad—. Adriana, por favor, si me tienes algo de cariño detente… ¡Ah!
—Lo hago justamente por eso —dijo Adriana inmovilizando a su hermana con destreza (tenía años de experiencia)—. Te voy a romper las braguitas porque te quiero.
—La estas lastimando —susurró Tatiana. Fue extraño. No lo decía por consideración hacia Valentina, sino por envidia. En sus gestos dejaba claro que quería ser ella, la que estuviera a merced de Adriana—. Zorra…
Lo último no sabría decir a quién estaba dirigido.
—No, no, ¡soy tu hermana, Adriana! Por favor.
Un clic, indicó que el elástico ya estaba roto.
—¿Qué te preocupa, la ropita? —saboreó la piel de los hombros de Valentina—. No te preocupes, ahora tienes una más linda.
—Es una tanguita —sonrió Adriana—. Lencería, mejor dicho. Para que disfruten en la noche.
—Mejor que lo use en el cine —le di mi permiso para un último estirón.
Capítulo 21: Cine
No cabíamos los cuatro dentro de mi auto, por lo cual, nos vimos obligados a caminar. Lo bueno es que cerca del vecindario de Valentina, había un teatro viejo reconvertido en cine que reducía las distancias del viaje al ya no tener que ir al shopping.
Los cuatro avanzábamos en pareja. Adriana y Tatiana por delante, seguido de Valentina y yo.
—¿Ella también? —preguntó Valentina.
Me gustó cómo formuló la pregunta, pues en ella estaba implícito que Valentina se considera mi perra.
—No lo sé, qué opinas, dijiste que hubo un tiempo que Adriana te la prestó.
—Como si hubiera sido ayer, estabas castigando a tu puerquita, le apretabas sus pezones.
—Puedo llamarla —dijo Valentina refiriéndose a su puerca, llamada Fátima—. Cuando quieras follar.
—Tu culpa, permitiste que Adriana me irritara todo ahí abajo.
—Solo fueron unos segundos, no exageres —le metí una mano. Llevaba una minifalda, en cumplimiento de mis deseos—. Está bien, húmedo, algo maltratado, pero aguanta. Un coñito de diez.
Saqué la mano. Tenía que guardar las apariencias.
—A mí me arde —espetó—. Llevas días torturándome el… el coño. Mira, friki, sé que no has tocado una vagina en tu vida… —se detuvo, como si un gato le hubiera comida la lengua en menos de un segundo.
—Lo siento. —Apretó los dientes—. Lo olvido.
—Tienes suerte que estemos afuera. Pero cuando lleguemos a casa…
—¿Qué pasa? —preguntó Adriana volteando el torso—. ¿Pelea de novios?
—Adriana —dijo Tatiana—. ¿Me estás escuchando?
—Uy, Tati que densa que estás últimamente. ¿Dónde quedó la Tati divertida?
—En la habitación de tu hermana, justo cuando me obligaste a hacer un pete al imbécil ese.
—Bien que te encanto —la besó, cosa que verdaderamente le encanto a Tatiana—. Te huele la boca a verga.
—Cómprame un chicle. Urgente. O imprégname de tu olor
—Qué asco —susurró Valentina. Veíamos desde atrás la escenita de amor juvenil que estaban haciendo aquellas dos.
—Sí —afirmó Tatiana con la devoción de fanático religioso.
—Lo haré, pero si quieres más besos… —No pudimos oír el resto. Solo escuchábamos lo que Adriana quería que escucháramos—. La verga de Valentín es el nuevo sabor favorito de mi familia, ¿no es verdad, Valentina?
—Es mi novio —le recordó a su hermana. Como si eso la fuera a detener o a sus comentarios picosos.
—Ah, eso solo confirma mi pregunta, y que además sos una perra golosa y egoísta. Quería más de lo que te correspondía como hermana.
—A mis hermanas no les corresponde nada de Valentín.
—Ves —la señaló—, una perra golosa y egoísta.
El torso de Adriana retomó la normalidad, y siguió avanzando de forma más normal y continua. Cada tanto me provoca con sus caderas.
—No te la estás cogiendo, ¿verdad?
—¡Valentín! —Fue como una llamada de atención por parte de Valentina—. No te la folles, ya te olvidaste como te engañó para que acabaras dentro mío.
—No lo parecía. Te cagabas de miedo al escuchar la palabra embarazo.
Era cierto, tan cierto como que Valentina fuera de la casa era mil veces más atrevida.
De pronto, Tatiana gimió delante de nosotros. Hasta entonces no lo habíamos escuchado pero la subida de potencia conllevaba a un mayor ruido.
—Tiene un vibrador —dije—. Está usando un vibrador.
El sonido de una abeja merodeando reforzaba mis afirmaciones.
Los cuatro nos detuvimos en mitad de la vía pública.
—¿Qué pasa, Valu? —volteó con la aplicación abierta en el celular—. Ignore a Tati, ve gente muerta.
Estaba desconcertado. Sorprendido por la resistencia de la entrepierna de la chica darks. Habíamos caminado varias cuadras y Tatiana había llevado eso puesto, actuando de lo más normal y conociendo a Adriana, no se lo habrá puesto fácil, cortos momentus en el nivel máximo debieron golpearla desde la primera pisada.
Mire a Valentina con el rabillo de ojos. Ella entendió a la perfección el funcionamiento de mi cerebro.
—Ni loca, ni en millón de años —habló sin voz. Solo con los labios. Rechazó de lleno la idea de su coño compenetrado con un motorcito a la vez que caminaba por su vecindario.
—La decisión no está en tus manos.
—Es divertido —dijo Adriana mientras deslizaba el dedo hacia arriba, sumando niveles—. ¿No es divertido, Tati?
—¿El qué? —gimió delante de los tres. Todos tenían un límite. La tensión en la entrepierna de Tatiana no disminuyó. Ella espera algo de tiempo fuera. No sucedió, el zumbido de abeja se mantuvo en el tiempo.
—El caminar en pareja —dijo Adriana jugando con su celular—. Tontita, a que otra cosa podía referirme.
—Al cine —dijo sin pensar—. El cine es divertido.
Tatiana me odiaba, lo había dejado clarísimo. Sin embargo, dejó de lado dicha antipatía por un momento y se apoyó en mí. Estaba usando tacones, lo que le quitaba ya de por sí estabilidad. De no ser por mí, hubiera caído de culo.
Estaba en el lugar y en el momento adecuado. No se podía decir lo mismo de Tatiana, minutos después, tampoco de Valentina. Adriana sacó de un bolsillo un control remoto rosado y pequeño.
—Es otra marca —explicó Adriana—. No se conecta al celular, es más viejo.
—¿Qué mierda te pasa? —espetó Valentina—. Le pusiste dos vibradores a tu novia.
—¿Ah?, no —negó Adriana con la cabeza—. No soy tan cruel, este no está en la chucha de Tatiana.
—Adriana… —Penaba Tatiana en mis oídos.
—¿Entonces? —pregunté y por las dudas revisé con las manos el entre medio de mis nalgas. Adriana era capaz de engatusarme y a mis boxers.
—En la lencería de Valu. —Lo prendió—. Esta es la otra mitad del regalo.
La rubia tetona saltó del susto. Rebotando sus delanteras como pelotas. Un nuevo zumbido se unió al solo de Tatiana.
—Apágalo —rugió Valentina—, apágalo, apágalo.
Adriana pasó de largo la orden de su hermanita y dijo:
—Elegí una que tuviera la parte inferior grandecita y acolchada. —Aumentó dos niveles más—. La descosí, metí el vibrador y cocí de nuevo.
—Me importa una mierda tu explicación—alzó la voz. Valentina se estaba acalorando, en más de un sentido—. Apágalo.
—Tatiana me ayudó con las agujas —continuó Adriana con oídos de pescado—. Lo malo es que no es muy potente.
Valentina la insultó usando únicamente sus gestos. Hablo sin creer lo que su hermana había dicho:
—¿No es muy potente?, ¿no es muy potente? —El dolor se mezcló con la indignación—. ¡Vibra!, vibra como licuadora.
No era cierto. Eran escalas muy distintas. Pero, oye, no era yo el del vibrador.
—Calla y aguanta. —Participó Tatiana en pos de defender a su ama. Su voz era débil—. Solo quiso felicitarte por tu primer noviazgo.
—¿Felicitarme? ¿Sos boluda o te haces? Nos están… nos están pajeando en público. —Se llevó la mano a la falda—. Solo quiere humillarnos, estúpida.
—Valu te comportas como una quejumbrosa, el tuyo ni siquiera te toca. —Adriana aumentó un nivel más, por atreverse a hablar mal de ella—. Tati, enseña el tuyo.
Obediente como un can de la policía, levantó su minifalda. Algo que me decía que no era la primera vez que la obligaban a enseñar sus bragas en público. Lo había hecho en la salida del bar de lesbiana, o eso creí ver en la distancia.
La lencería de Tatiana, era más encaje que tela, por lo que aprecié a la perfección el objeto en cuestión.
Era nuevo. Era un 0 Km. Recién salido del paquete. Era muy distinto al de Valentina. No es que hubiera visto el de Valentina, pero sospechaba que el suyo tenía forma de pelota de rugby. El de Tatiana era un dildo que vibraba. Estaba metido hasta al fondo, además de tener una extensión, un bracito que estimulaba lo de afuera.
Nuevamente, Valentina me leyó la mente. Se horrorizó al pensar que la obligaría a usar aquel. Cerró las piernas, olvidándose que ella tenía el suyo propio.
—Valentina está en el 4, y Tatiana en el 3.
—Bájale —dijo Valentina al escuchar a Adriana.
Se había rendido de intentar persuadirnos de apagarlo. Tampoco se quitaba la prenda. Sospecho que por temor a hacer un intercambio. Adriana diría al verla remover la lencería: ”Epa, Valu quieres intercambiar con Tati.” Conocía bien a su hermana.
—Pero los niveles no son comparables —explicó Adriana—. Por experiencia te digo que un 3 del nuevo es un 5 del viejo.
—Tal vez. —Me extendió ambos aparatos, su celular y el control—. ¿Cuál quieres?
Tatiana seguía sujeta a mí. No hablaba mucho, las cuerdas vocales eran susceptibles a las vibraciones de su entrepierna. No lo pensé mucho.
—De parte mía —le dije mientras agarraba el celular—. Acá está tu regalo.
Adriana se quedó con Valentina.
Reanudamos la marcha, aunque a un ritmo menor e intercambiando parejas. A Valentina le costaba caminar, al contrario de Tatiana, que una vez baje la potencia volvió a la calma.
—No me digas que te atraigo. —Tatiana no solo había retomado la serenidad, sino también la soberbia. Cuando hablaba con Adriana, ella era realmente sumisa, conmigo era otra, usaba la máscara que portaba casi siempre.
—¿Por qué te elegí a vos en lugar de Valentina? —Lo subí hasta la potencia máxima recomendada. Conté hasta tres, el tiempo que necesito Tatiana para buscar mi brazo como apoyo, luego lo bajé hasta el mínimo—. No he olvidado lo del mediodía. Te vas a tragar tus palabras.
—Epa —dijo Adriana desde atrás, atenta a lo que podrían considerar una especie de abrazo entre Tatiana y yo—. Mira, Valu, nos ponen los cuernos en nuestras narices.
—Adriana, los dedos quietos —se quejó Valentina—. En el 2, me prometiste que lo mantendrías en el 2.
—¿Lastime tu penecito? —se burló Tatiana.
—Lo hiciste. —Lancé un +1 en aquel juego de celular—. Pero tus masajes de lengua, hicieron maravillas.
Tatiana tropezó con una piedra invisible. Tambaleándose en el aire. Un corto circuito en los nervios de sus piernas.
—No volverá a suceder. —No me engañarás dos veces, decían sus oscuros ojos.
No fui yo el que te engaño, pensé. Ahí radicaba el problema.
Caminaron con los estímulos en la entrepierna. Valentina y Tatiana parecían estar recorriendo un camino de clavos. Sus imprentas eran el rubor mismo. Gestos extremadamente morbosos.
Varias punzadas y pasos más adelante:
—Nunca digas de esta agua, no he de beber —le decía Adriana a Valentina, aunque bien también se podía aplicar en Tatiana o en mí—. Solo un pico, con tus amigas lo haces siempre.
Por otro lado, oh, sí, recordé. Cuando las tres arpías salían de fiesta (Valentina, Camila, Andrea), nunca faltaba en el álbum de fotos la escenita de amigas cachondas dándose besos. Era una de las razones por las que seguía a Valentina en redes. El resto de razones, eran las sobrantes fotos subidas.
—Es en plan broma —le espetaba Valentina, roja como tomate—. Vos sos lesbiana, es distinto.
—Al parecer no soy la única en la familia.
—Los escuché. — Un “jijiji” se formó en los labios de Adriana—. Te comiste a Margarita. Te comiste el coño de Margarita. Yo diría que también tienes inclinaciones por la pesca de conchas.
—¿Y cómo explicas tu trío con Margarita? —Subía, bajaba, subía, bajaba, subía, subía, bajaba, subía… El control remoto se descontrolaba— Por cierto, estás usando mi antiguo vibrador. Supongo que ahora es tuyo. ¿A que soy una hermana mayor generosa? A mí Sara nunca me regaló nada para sentirse “rico” ahí abajito.
—Yo quisiera ser su hermana —farfulló Tatiana, envidiando el lugar de Valentina y las atenciones que esta sufría de Adriana.
Estaba chiflada. Su mente estaba tan mal como atractivo era su cuerpo.
—A esto me refería con el poco aprecio de Adriana —le dije en voz baja.
—Cállate… —No fui yo el que se calló. Empleé el celular para silenciar la boca de Tatiana. Del nivel 2 pasé al 5. Del 5 al 6. Lo cual fue muy chistoso, ya que la pantalla se tornó de un color rojo, como alertando peligro.
—Lo más nuevo que encontré en internet —dijo Adriana al ver su celular en mis manos—. Con dos marchas más. Potencia máxima y más duración.
—Bájale. —No fue un gemido, pero tampoco una orden. Ni siquiera era Tatiana, fue la sombra de la consciencia de Tatiana quien habló.
—Ya ves estúpida —espetó Valentina, quien también era estimulada con fervor—. No puedo más, no puedo más…
—Un pico —dijo Tatiana—. Y le bajo.
Valentina deambulo en sus pensamientos:
—Valentín me ha torturado por días. No puedo más.
Valentina hizo lo que durante años le había negado a su hermana. Le comió la boca, o al menos le saboreo los labios. Fue un piquito, muy inocente si sacamos el contexto. Pero fue el primero comenzando por Valentina.
—Voy a llorar —celebró Adriana, pasando del imponente 5 al nivel 4.
No lo hizo. Pero no significaba que no lo hubiese disfrutado.
—Dijiste que le bajarías —reclamó Adriana que imito a Tatiana y apoyó una rodilla en la cera.
—Adriana —gritó muy cabreada—. Al mínimo.
—Yo nunca dije eso —se mofó Adriana—. Con un nivel ya es suficiente para considerar que se ha cumplido con el tratado. Deberías prestar más atención a la letra chica.
—¿También vas a estudiar abogacía? —pregunté ignorando los quejidos (mostrar indiferencia agregaba morbosidad) de aquellas dos tetonas sacadas del mismo molde. Así eran como les gusta a Adriana.
—De eso se va a encargar Sarita —respondió a mi pregunta de manera indirecta.
—Desearía que Sara fuera hija de Romina —se retorció Valentina—. Así tendría que convivir con una hermana normal.
Aquello le dolió a Adriana. Su rostro se contrajo. Fue la flecha que atravesó el yelmo de su armadura.
—Te patearía por lo que acaba de decir —amenazó con la frialdad propia del acero.
—Más vale que no lo hagas —dije. Mostrar indiferencia me había llevado a percatarme de mi exterior. En paralelo a nosotros y con veinte pasos de distancia, una mujer nos observaba dada nuestra quietud—. Se está acercando.
Ambos vibradores bajaron al mínimo e intercambiamos de pareja y de controles. Tatiana era oficialmente la novia de Adriana. Que anduviera abrazada de mí, no era bueno para la discreción.
—¿La conoces? —le pregunté a Valentina mientras la levantaba.
Ella miró a la mujer de tez morena que ya cruzaba la calle.
—Es una puta del barrio —me informó—. De las caras. Amiga de Romina.
—Lo que quiso decir Valentina —corrigió Adriana—. Es que es vecina nuestra.
La mujer que debía de tener unos cuantos años más que la puerca de Valentina, saludó de forma muy amistosa a la mayor de las Rhodes. Era joven, pero tenía un anillo de casada. Destacando mucho, debido al diamante incrustado en el aro de oro.
—Nina —dijo Adriana subida en el cuerpo de la morocha—. Cuánto tiempo sin vernos.
“Nina” me recordaba a mi tía, la madre de Margarita. Morocha y con el pelo color azabache.
—Confundí a tu hermana con tu madre —comentó mientras acomodaba el nuevo peso sobre su cuerpo. Tenía a Adriana como a una bebe—. De lejos se parecen mucho.
»Valentina —saludó—. Dios, también de cerca, de no ser por eso hermosos ojos azules, serían idénticas.
—No me compares con mi madre —comentó Valentina sobradamente. Con dificultad al momento de concebir a Romina como su madre.
—Culpa de Tatiana, la estaba ayudando con sus tacones. —Tan cortante como un pedazo de vidrio.
El nombrar a otra persona, desenfoco la atención de Nina.
—Tati —continuó saludando Nina—. No te he reconocido. No te pongas celosa, eh. Así nos saludábamos en la escuela.
—Lo seguimos haciendo —comentó Adriana—. Las monjas gritan al cielo. Temen que nos volvamos tortas. Su solución, ponernos a orar. Lo que necesitamos son unas cuantas pijas.
Que ironía, pensé. Adriana y Antonella en una escuela de monjas. El chiste se contaba solo. Cierto era que no estudiaban junto a Valentina, o de lo contrario las hubiera conocido antes, ni tampoco en la escuela pública de la zona, ya que Margarita era alumna de allí.
—Amén, hermana. —Le tocó el culo que levitaba en el aire de forma cariñosa—. ¿Y vos quién sos?
La tal Nina se fijó en mí. Siendo yo el único desconocido.
Las tres guardaron silencio. Ninguna me iba a presentar. Siendo el caso de Valentina el que más molestaba, era mi perra y mi novia falsa. No obstante, ella imitó mi estrategia y mostró indiferencia.
—Valentín —dije—. Amigo de Macarena Rhodes, seguro la conoces.
—Sí, la menor de las Rhodes, bueno la menor luego de Antonella. Si mal no recuerdo, Maca salió primera.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Tatiana. La familia de su novia si era de su interés.
—Romina. Tienen un video del parto.
—Gritos y mucha sangre —describió Adriana.
—Interesante —murmuró Tatiana.
—Y dime, Valentín, ¿qué hace un amigo de Macarena con sus hermanas?
—Una pregunta también de mucho interés —dijo Adriana. Seguía sujeta del cuello y las caderas de Nina. Simulando las ataduras que Valentina usaba en mí—. Le enseña a la burra de Valentina.
—Entonces debió presentarse como amigo de Valentina. ¿Qué intentabas ocultar? No será que es Valentina la que te enseña “la burra”. —Miramos al unísono el trasero de Valentina—. Es chistoso. Valentín, Valentina.
—No es mi amigo —informó Valentina.
—Lo que quiso decir mi dulce hermana es que han empezado a salir —dijo Adriana como si nada. Tomándose muchas libertades—. Pero no se lo digas a nadie.
—¿En serio? Y yo que ya le estaba poniendo el ojo.
—¿No te ibas a casar? —preguntó Valentina.
—Así es —dijo mostrando el anillo—. Pero la despedida de soltera…
—Lo pasa en las Vegas, se quedan en las Vegas —añadió Adriana—. Tal vez puedas contratar a Valentín, eso sí, cobra por hora.
—¿No eres joven para casarte? —preguntó Tatiana sin pelos en la lengua. Estábamos en guerra, pero admiraba su sinceridad. Además, aunque no lo expresara, el hecho que Nina tuviera su mano en el orto de Adriana, debía de molestarle.
—Tati —le reprendió Adriana—. Es que no conoces al novio, es todo un amor. Me regalaba chocolate de niña.
—Es todo un cadáver —la escuché decir a Valentina para sí misma.
—¿Y cómo la tiene? —preguntó Adriana con gestos indecorosos.
—Grande la billetera. —Otro comentario de Valentina que se había olvidado del vibrador. Burlarse de otros, fortalecía su vitalidad.
—¿Y vuestra Madre? —La tal Nina cambió de tema. Según el contexto era una interesada. Ya todo lo sabíamos, no hacía falta gritarlo—. No vino a la última reunión del comité del vecindario.
—¿Cuándo fue? —preguntó Valentina.
—¿Vas a esas tonterías? —preguntó a la vez Adriana.
—Hoy, en la mañana. Tuve que ir. No es por presumir, pero tengo varias propiedades en el barrio. No son mansiones como tu casa, pero son departamentos muy lujosos.
—Son propiedades del viejo verde. —Otro comentario por debajo de la conversación.
Era todo un experto cuando se trataba de leer los labios de Valentina.
—Además, te enteras de todo lo que pasa en el barrio —dijo Nina—. Se acuerdan del taradito alto.
—¿Cuál de todos? —preguntó Adriana.
—El mogólico ese, el pelotudo que no habla bien, el que le tiraba onda a Valentina.
—Nina, amiga mía, no estás descartando a nadie.
—¿Hugo? —sugerí. Era el bravucón de Valentina, y recientemente casi intentó matarme.
—Ese —asintió Nina—. Le han robado en el vecindario. Los ladrones le pegaron con palos. Lo dejaron más taradito de lo que era. Los padres en general están histéricos. Claman protección. Yo de ustedes ando con cuidado.
—No somos nosotros los que andamos presumiendo una linda roca. —Esta vez fui yo el del comentario burlesco. Hice reír a Valentina. Su coño toleraba mejor el regalo motorizado de Adriana. El poder de las risas.
La cháchara siguió por varios minutos más hasta que tuvimos que retirarnos. Habíamos comprado las entradas con anticipación y de seguir Nina manoseando el orto de Adriana, hubiéramos perdido la función.
Valentina y yo nos sentamos en nuestras butacas. Las otras se habían ido al baño.
—Tu madre —le dije—. Es amigo del novio.
—Todos le dicen “Nina”. Sí, el novio es amigo de Romina. ¿Lo sospechas?
—Que fue mi madre la que presentó a Nina al viejo rico.
—¿Estoy en lo correcto? —pregunté. Mis pensamientos se resumían en que: Romina reclutó a la puta en la escuela de su hija, vio potencial en la morocha, y replicó su estrategia de antaño.
—Tu madre es la casamentera de la gente pudiente.
—Cortes con Romina. —Odiaba a su madre—. Romina es una hija de puta. Es la Madame del barrio.
—Está tan lleno de mujerzuela que me sorprende que no sea parada de camionero. Eres listo, Valentín. Piensa.
Asentí con la cabeza. Reflexioné una última vez:
—Junta a muchos hombres ricos en un mismo lugar, y “las Ninas” llegarán como ratas a la basura.
—Y los hombres —imitó a Tatiana—. Hombres que cambian a sus esposas cuando estas envejecen.
—¿Eso supusiste cuando quisiste meter a Camila en la cama de tus padres?
Tanta información, estaba formando un laberinto en mi cabeza. ¿Estaba en lo correcto con mis deducciones?, ¿tenía el panorama completo? Algo raro pasaba en la casa. Y no me refería al incesto entre hermanas.
—Algo así. —No dijo nada más. Solo otro comentario jocoso—. Esa negra, va a matar al viejo de un paro. No es que me importe, es un viejo verde.
—Si es tan viejo como dices —lo imaginé en la cabeza—-. Va a morir de sentones. Plom, plom, plom…
De llegar a viejo, la verdad, no sería mala forma de morir.
—Como siempre sos un pajero. —Le causaba gracia mis puestas de escena con las manos de lo que iba a ocurrir en la noche de boda—. De seguro le chequeaste el culo a la Nina.
—Ninguno se compara con el tuyo.
“Lo sé”, expresó en un guiño que me dedico.
—Gracias… CaRAjo. —Sufrió un sobrecargo. Prendí el vibrador—. ¿En serio, también aquí?
De pronto, Adriana y Tatiana llegaron. En el mejor momento, justo cuando se estaba poniendo picante la cosa.
—¿Comenzaron sin nosotros? —preguntó Adriana al notar el zumbido—. Valu, zorrita, te gusto.
—Cállate —espetó Valentina—. Valentín, por favor apágalo. Veamos la película que ya va a comenzar.
—No pensarás… —comencé. ¿Valentina poseía inocencia?
—Valu, no vinimos a ver la película —aseguró Adriana—. No te hagas la tonta.
De repente, Valentina notó la ubicación de las butacas. Estamos en la última fila, con la peor vista y encajonados en una esquina. No había nadie a nuestro alrededor, y Tatiana traía una manta entre sus manos.
Era tonta, pero aquello era una obviedad incluso para un ciego.
—La verga de Valentín o el coño de Tati, decide, o tal vez prefieras el mío…
No pudo responder. Las luces se apagaron y el proyector hizo acto de presencia. Sin pensarlo, yo actué primero. Agarré la cabeza de Valentina y la empujé hacia abajo.
Tatiana estuvo atenta al momento. Quería saber si Valentina era o no mi perra, como ella con Adriana. Fue una derrota para la chica dark, el ver como Valentina, la hermana de su ama, abría la boca y no con la intención de insultar o negarse.
Valentina había tomado una decisión. Mi verga sobre el resto de coños.
—Con permiso, con permiso. —Adriana sentó a Tatiana a mi lado mientras ella se ubicaba en el piso, en el espacio donde supuestamente mis piernas descansaban—. ¿Puedo?
—Wwwnowww —negó Valentina a la vez chupaba mi verga como si fuera un caramelo—. Ve con tu novia.
—Mala hermana —dijo Adriana—. Pero no te lo preguntaba a vos. ¿Puedo Valentín?
Por la duda, antes de contestar sujeté bien la cabellera de Valentina.
—Si encuentras espacio, todo tuyo.
—Wwwnowww… —Fue un quejido muy corto. Valentina tenía la boca ocupada, por lo que sus argumentos de su negativa apenas y se escucharon.
—Soy buena para inmiscuirme donde no me llaman —le dijo a su hermana para luego lamer mis bolas—. Valu, ya comenzaste con la baba, mira, si no estuviera hubieran ensuciado todo el sillón.
Era la mejor película que había visto en mi vida.
—Adriana. —Una interrupción por parte Tatiana ¿El conflicto del drama?—. No voy a poder. Lo que dijiste en el baño. No puedo hacerlo con él.
—Sigue. —Adriana encogió los hombros y siguió lamiendo mis testículos—. Entonces, lárgate. Tira la toalla. —Separé mi verga de Valentina y Adriana aprovechó la oportunidad—. La vas a perder por tu fobia.
Peteaba con vigor. Peteaba con la intención de mandarle un mensaje a la chica que tenía al lado.
—wwwTatiwwwTatiwww. —Tomó aire—. Tati bésame. Tati, te amo.
Plop, su corazón de vampiro empezó a bombear luego de siglos de estar muerto.
Realmente la amaba, pues no le importo el falo ni el líquido preseminal que decoraban el rostro de Adriana, Tatiana cabalgó directo hacia su amada, y bueno, saltó la valla de la bisexualidad.
—Sos un monstruo —me dijo Valentina cuando vio lo que había provocado—. También la quieres como tu puta privada.
Adriana chupaba y Tatiana ayudaba. Esta última, hacía cuanto podía para solo tocar los labios de Adriana, pero entre tanto lamidas y tragadas, le resultaba imposible.
—¿Un monstruo? —Aumenté la potencia de su vibrador—. Ahora lo soy.
—No te lo voy a volver a chupar —farfulló, apretando fuertemente los dientes—. No me importa Tatiana. Pero Adriana… Adriana o yo.
La besé. La doblegué con la máxima potencia. La decisión estaba tomada. Iba a poseer a las cuatro hermanas Rhodes.
Pasados varios minutos de la película, Tatiana sufrió la desgracia de recibir mi eyaculación, así lo quiso Adriana. Y para ser breves y sinceros, fue la que peor vivió la experiencia en el cine. O la que más disfruto.
Adriana jugaba con ella, con el vibrador y también con las bolas chinas de su ano, pues había sido verdad. Durante la conversación conmigo al mediodía, había declarado a los cuatro vientos que su culo estaba lleno. No mentía.
Adriana, jalaba y metía, jalaba y metía. No más de tres permanecían fuera. En tanto su celular estaba programado para hacer acabar a Tatiana infinitamente. O cuando durará la batería.
Con respecto a la osadía de Valentina… Le susurré ciertas cosas al oído. Recordó que era mía y que estaba a mi merced.
—Al final te libraste de la lencería.
—Te odio —saltó Valentina sobre mi verga con la facilidad que proporciona una falda—. Vamos a hablar en casa.
—Hablas como si fueras mi mujer.
—Acepté coger con vos pero quiero… —Tenía sus exigencias. Era una perra caprichosa.
—No te hagas, Valentina, que ya llevaba tiempo húmedo tu coño.
—El vibrador. Camine con él. No soy de piedra.
—Mueve el orto, Valu —dijo Adriana en la butaca de al lado y con las manos sobre Tatiana—. Complace a tu macho.
—Está oscuro, no ve nada. Vamos, guarra, ellas están en su mundo y nosotros en el nuestro.
Brincó despacio, carente de ruidos, pequeños saltos que apenas separaban nuestros sexos.
Era un rapidín en toda regla. Pero yo quería más, que durara más.
Cada que sentía que me venía, la detenía, esperaba un par de minutos y luego le ordenaba que retomara los sutiles movimientos de su orto. De tal manera, la película se pasó volando.
Estamos en la recta final tanto de la película como del sexo cuando Adriana me ofreció el culo de Tatiana. O en sus palabras:
Dicho y hecho. Las bolas salieron de un tirón. Mi brusquedad la desgarró. Tatiana grito al inicio de los créditos al tiempo que Valentina y yo damos por terminado la película a lo alto, a nuestra manera.
—Increíble película —anunció Adriana al público para justificar el grito—. ¿De qué se trataba?