La mejor hermana del mundo 16.
Elisa tenía un día ajetreado. Era el peor momento porque no tenía nada de energía. Durmió mal gracias al enfrentamiento que tuvo con el hermanito. ¡Lástima! Lo que pudo haber terminado en una noche de largo descanso y con el hermanito feliz, terminó en estar pensando parte de la noche en la situación, y con el hermanito enojado. Vaya que el hermanito sí era capaz de robarle el sueño y preocuparla de verdad.
Hacia la mitad de la jornada laboral Elisa sentía el peso del cansancio. Tomó varias tazas de café a lo largo del día para poder rendir. Cuando llevaba la cuarta y no parecía la cafeína recuperarla de verdad, se hizo un chiste en su mente sobre que quizás debería llamar a María y que ella le donara algún polvo blancuzco que de verdad la hiciera sentir como la Elisa de siempre: llena de energía y con una mente dispuesta a todo.
Luego se entristeció recordando que ella y María ya no eran amigas; además Elisa no gustaba de esa droga. Era imposible recuperar tal amistad porque María jugó suciamente con la persona que más importaba a Elisa, y eso no podía perdonarlo. No era cualquier cosa.
Poco después, Jorge la mandó llamar a su despacho.
—Cierra la puerta Elisa —ordenó el jefe—. Y siéntate, por favor.
Jorge plantó el puño de su mano derecha debajo de su barbilla en calidad de estar tomando una importante decisión. Miraba a Elisa fijamente. Elisa se extrañó.
Cuando Elisa quiso romper el silencio ante la incómoda mirada, Jorge habló:
—¿Cómo? —preguntó Elisa aún más extrañada.
Jorge se levantó del asiento y comenzó a deambular por el recinto.
—Bien, ya hay una vacante en una empresa filial que será abierta —anunció Jorge después de un rato—. Necesitan un director. Has demostrado ser verdaderamente eficiente. Y también hay otros que están contemplados, verdaderos contendientes.
—¿Me van a contemplar a mí? —preguntó Elisa conteniendo la euforia. Ahora sí estaba despierta.
—Tienes aptitudes y muchas más que la mayoría de ellos —afirmó Jorge—. Sin duda tienes la gran desventaja de ser la más nueva. Y no te voy a mentir. Eres la menos proclive a ser elegida. De hecho lo más seguro es que no lo seas.
—¿Entonces por qué me dice todo esto? —inquirió Elisa desanimándose un poco, pues era verdad. La falta de sueño mermó su capacidad de pensamiento. Dotada de la misma euforia que le dio la noticia, concluyó que Jorge tenía razón. Pero, ¿por qué le decía todo eso?
—Te lo digo, porque… —Jorge esbozó una sonrisa torva—. Nunca se sabe. Y una cosa más. A los otros todavía no les informo. No lo saben. Tú lo sabes solo.
—¿Por qué me dice a mi primero? —preguntó Elisa dando un bostezo que no pudo ocultar.
—Vaya que eres lenta, muchacha —manifestó Jorge casi con desesperación—. Imagina el grito que darán en el cielo cuando se enteren de que siquiera estás contemplada como candidata. Y si saben que eres candidata, te van a joder. Joder. Joder. Y a mí también me van a joder.
—Piénsalo. Si les dijera a todos juntos, la que se arma —gruñó Jorge, y tras eso se sentó de nuevo—. Si te quedas con el puesto, estos chicos son capaces de todo. No creas que no sé que desean mi puesto, los muy hijos de puta. Me lo quitarían, si pudieran. Lo importante es que saben que se abrirá otra filial en algún momento, y por eso se la pasan lamiendo los huevos cada que pueden. Hipócritas de mierda.
—Yo tendré que lidiar con estos hijos de puta tarde o temprano —dijo Jorge—. Alguien tiene que ganar, y el resto reclamarme. Y nada es tan grave como que una nueva llegue y les quite todo. Si quieres el puesto, tendrás que ir conmigo a Singapur. Tienes que pensar que tanto estás dispuesta a dar por ello. De momento no les diré nada a esos buitres, te daré algunos días para decidas lo del viaje.
—De acuerdo, lo reflexionaré —dijo Elisa.
—Puedo influir directamente en el resultado —dijo Jorge—. Si lo obtienes ya nos arreglaremos. Me tendrás de asesor unos meses, y se hace la magia. Pero si lo deseas realmente obtener… Tienes que darme mucho. Puedes irte y ni una palabra siquiera a tu puta sombra.
Ya en su oficina, la sola idea de rechazar la propuesta pareció demencial. Sintió que de no hacerlo se encaminaría por un sendero saturado por una oscuridad decadente, coronado por dolor y miseria. Realmente se hallaba cansada. Necesitaba una siesta y pensar bien las cosas.
Aceptó la idea de que un descanso en la oficina no le haría mal. Ya no rendía. Ni siquiera era capaz de pensar con coherencia o eficacia. Por otro lado, no miraba un lado negativo acerca de la propuesta. Es decir, ya de antemano sabía qué precio habría que pagar. No era inocente. Y ella albergaba en su interior una predeterminación a sacrificarse por el bien del hermanito, aunque fuera a largo plazo. Las cosas se le estaban acomodando y debía aprovechar la oportunidad. El hermanito tendría un futuro decente costara lo que le costara. Además, ya en un puesto tan elevado, podría darse el lujo de no ir algún día al trabajo y pasar el rato libre con el hermanito. Tendría más tiempo y delegaría tareas a otros.
Antes de cerrar los ojos en la silla de la oficina, Elisa llamó a su madre. La llamada no entró. Tampoco al teléfono de su padre. Elisa sintió extrañeza, una más profunda de lo usual. Ellos prometieron llamar. Qué cansada estaba. No tenía fuerza mental ni para preocuparse.
Elisa cerró los ojos y tuvo pesadillas.
El momento era idílico para Alex. Ese día la hermana trabajaba hasta tarde, al menos eso dijo ella. Alex se iría sin pedir permiso.
Por un momento experimentó miedo y culpa por no avisarle a la hermana mayor. Aunque casi enseguida se convenció de que ella se lo merecía por malvada. En ese instante Alex estuvo completamente seguro que no sentía amor por la hermana mayor, que no la quería, y que haber pensado en que le «gustara como mujer» fue una completa insensatez. Era ahora evidente que no era así. E incluso si continuaban yendo por el camino actual, seguramente él terminaría odiándola. Ella solo le provocaba dolores al corazón y sufrimientos innecesarios.
Los cinco amigos, y Paola, habían quedado de mirarse en un parque cercano a la escuela. Cuando se encontraron Rodrigo se lamentó por ser el único por no tener pareja. Enseguida, Violeta le increpó que ella tampoco. Rodrigo se animó. Y en broma le dijo a Violeta que si quería ser su cita «oficial». Violeta le respondió que no se hiciera ilusiones. A ella le gustaban los «nerdos», por lo que ninguno de los presentes calificaría.
La noche cayó y los amigos llegaron a las cercanías de la playa. Sin embargo, el acceso no parecía sencillo. Numerosas construcciones obstruían el paso y había que dar un rodeo de kilómetros si se quería acceder a la playa. Sin embargo, entre las edificaciones se vislumbraban portones; ninguno parecía abierto. Por otro lado, reinaba la oscuridad. La luna se encontraba finalmente bloqueada por el paso de un ejército de nubes.
—¿Por dónde vamos? —preguntó Rodrigo.
—Llama a tu… Amiga… —dijo Violeta a Alex, que observó como ella volteaba hacia Melissa.
Melissa por supuesto, ante sus amigos era de algún modo la «cita» de Alex. Realmente no tenía la menor idea Alex de cómo las cosas habían llegado hasta ese punto. Por supuesto, no eran novios, pues él no se lo pidió y tampoco hablaron del asunto anteriormente. Por alguna razón sentía un vínculo con ella. Y si no lo había sentido en la escuela, lo sentía ahora. Era extraño, pues en la escuela se hablaron normal durante los días pasados, pero desde que se encontraron todos en el parque, Melissa no se separaba de él. Y Alex tampoco de ella. Tal cuestión quedó evidenciado en el camión que tomaron en dirección a la playa.
Alex marcó a María. Respondió hasta el tercer intento. Entonces uno de los portones se abrió y María apareció detrás.
Abrazó a Alex cuando lo vio. María parecía estar alcoholizada porque arrastraba las palabras.
—Hola, soy Melissa —dijo Melissa a María, y tomó de la mano a Alex.
Los ojos de María y Alex se encontraron; María sonrió con un lado del rostro como si aquello le pareciera divertido e inusual al mismo tiempo.
—Mucho gusto, soy María. Pasen por aquí —dijo María mientras se encaminaba por un camino arenoso.
María no se dirigió directamente hacia la playa, sino que dobló por un callejón hacia la izquierda y abrió otra puertecita que conducía al patio de una casa.
—Tomen lo que quieran, todo está en la cocina —dijo María—. Afuera tenemos la fogata.
Conforme la velada fue pasando, los chicos fueron repartiéndose en grupos separados. De un momento a otro, Alex se vio con Melissa caminando en las orillas de la playa oscura. Juntos se alejaron de los demás, aunque lo suficiente para continuar viendo a las personas congregadas. Y a lo lejos, Alex alcanzó a ver a Rodrigo con María y otra chica. Melissa y Alex se dirigieron a una duna y se sentaron. En ese momento Alex vio a Rodrigo acompañado de aquella chica que a leguas era mayor que él.
—Te quiero preguntar algo —dijo Melissa de pronto.
—Es sobre violeta —reveló Melissa—¿Te gusta ella?
—¿Y eso qué? —cuestionó Melissa—. Una amiga puede gustarte y mucho.
—Es verdad, y no te negaré que me parece atractiva, pero no me gusta —dijo Alex con convicción—. Es decir, fea no es, ¿o tú crees que sí?
—Para nada —dijo Melissa—. Es hermosa. Solo quiero saber si quieres algo con ella.
Alex iba a reafirmar el hecho de que no le gustaba Violeta; sin verlo venir, Melissa lo sorprendió con un beso. Melissa abrió delicadamente su boca y Alex le siguió. El pene de Alex se puso duro enseguida.
Melissa tomó una de las manos de Alex y la puso en uno de sus pechos. Tomó la otra y la puso en sus caderas. Alex comenzó a manosear, pues supo que esa era una señal de permiso. Sin embargo, sucedió otra cosa. Alex dio un respingo cuando sintió la mano de Melissa abriéndole la cremallera del pantalón.
Melissa metió su mano debajo del calzón. Eso rápidamente hizo de la posición en la que estaban en una incomodidad. Por ello, mientras se puso de pie, Alex declaró:
De pronto Alex vio una sombra que se movía velozmente en la oscuridad. Alex intentó seguirle el paso con la mirada, entonces la sombra dejó de moverse.
—Mira —dijo Alex apuntando a un punto oscuro, con dificultad se alcanzaban a vislumbrar unas rocas—. Se mueve algo.
—En aquellas piedras —dijo Alex—. ¿Las miras?
—Sí, creo que sí —susurró Melissa.
—Vi que alguien corría y se fue para allá —aseguró Alex.
—Lo veo —dijo Melissa entrecerrando los ojos—. Parece una chica.
—¿Quién será? —preguntó Alex—. ¿Crees que han visto?
—No lo sé —informó Melissa bastante preocupada—. Mejor vámonos. Tengo miedo.
Juntos se dirigieron hacia la fogata. Melissa agarraba con fuerza el brazo de Alex y no podía dejar de voltear hacia aquellas rocas malditas.
Un rato después de platicar con sus amigos. Ambos parecían haber olvidado el asunto.
—Me quedé con ganas —soltó Melissa de pronto al oído de Alex.
—Vamos adentro —invitó Alex —. Aquí hay mucha gente.
Cuando entraron a la casa, en efecto comprobaron que había menos gente. Aunque en realidad ningún sitio parecía completamente aislado. De hecho, el que hubiese menos personas jugaba en su contra, ya que eran más visibles si se ponían a morrearse o cualquier otra cosa.
—No he visto a María —dijo Alex—, si no le pedía que me prestara su cuarto.
—Sí, seguramente ahí no podemos entrar sin permiso —advirtió Melissa.
—Supongo que no quieres volver a la playa —comentó Alex.
—¡Ya sé! —exclamó Melissa. Y enseguida susurró al oído de Alex—: Vamos al baño.
Melissa jaló risueña a Alex hacia el baño. La puerta estaba cerrada.
—Esperemos —dijo Melissa alegre.
Melissa comenzó a besar a Alex y a sobarle la entrepierna por encima del pantalón. En ese momento, se escuchó cómo la puerta del baño se abría. Alex no podía dejar de besar a Melissa, con esa intención tan caliente, relajada y dulce al mismo tiempo que ella ofrecía con sus labios. Entonces una voz familiar los hizo separarse:
—¿Quién de ustedes va a entrar? —cuestionó Violeta.
—Ah, los dos —reveló Melissa—. Ja, ja, ja, te vemos a fuera.
Alex vio una extraña seriedad en Violeta. Sintió el impulso de ir tras ella, pero el jaloneo de Melissa se lo impidió. De pronto se comenzaron a besar con una intensidad casi violenta. Alex se atrevió a tomar a Melissa por el culo y acercarla a él. Ella se dejó hacer.
El instante de calentura no duró demasiado. Alguien tocaba la puerta.
—Disculpa, ¿tardarás mucho? —preguntó una voz femenina desconocida—. Es que me estoy haciendo.
—Tenemos que salir —susurró Alex. Melissa asintió.
Salieron del baño y la chica que esperaba entró sin dar menor importancia al hecho de que probablemente Alex y Melissa habían tenido alguna clase de intimidad dentro.
Sin tener lugar al cual ir para besarse en paz, Alex y Melissa se situaron alrededor de la fogata. Ahí se encontraron con todos sus amigos y con María.
—¿Ya tuvieron lo suyo en el baño? —interrogó Violeta.
Melissa y Alex guardaron silencio, aunque una risita parecía que salía de vez en cuando de Melissa. Poco después de ese evento, Melissa y Violeta se apartaron. Alex las observó. No parecían pelear. No escuchaba nada de lo que decían debido al ruido y se encontraban lo suficientemente alejadas; miraba como reían y hasta en ocasiones se tocaban. Cada día Alex comprendía menos del mundo femenino. Cada día surgían dudas más complejas y enloquecedoras. Su propia hermana mayor era difícil de comprender, pues era muy caprichosa y las cosas debían de hacerse a su manera aunque no tuvieran sentido.
Alex estaba rodeado de Joel y Paola, por un lado, y por Rodrigo y aquella chica mayor que él, pero ambas parejas hablaban entre sí. Alex comprendió que quizás Paola se había sentido de esa manera durante todo ese tiempo, ya que era la única que no tenía una pareja. «Ahora sí», se dijo Alex.
—¿Por qué tan pensativo y solito? —preguntó una María evidentemente borracha—. ¿Y tu novia? ¿Esa de la que no me habías contado?
—Sí te conté de Melissa —replicó Alex —, y no es mi novia.
—¿Ah no? —dijo María—. ¿Entonces por qué tan juntitos?
En ese momento llegó Melissa, por lo que Alex no pudo contestar.
—No me queda mucho rato —comentó Melissa—, y tampoco a Violeta.
—Si quieren yo los puedo llevar —ofreció María—. Irán apretados, aunque supongo que es suficiente con que los novios soporten el peso de sus novias durante un rato.
—¿De verdad? —preguntó Joel que se acercó—. ¿Y la fiesta?
— Sí —dijo María—. Puede seguir sin mí, además ya estoy aburrida. Vámonos.
María dejó en sus casas a cada uno de los chicos. Alex que iba en la parte de atrás con Melissa encima, tenía una erección notable. Pensó que quizás Joel, a su lado y con Paola encima, tendría también una que era inevitable. En el otro extremo iba Rodrigo; y en frente Violeta. Eran los únicos que tenían espacio individual.
Alex y Melissa comenzaron a susurrarse durante el trayecto. Melissa le comentó que se había quedado con «ganas»; Alex dijo que también, y que era una mala suerte que no tuvieran lugar. Aunque, Alex le dijo a Melissa que estaría solo hasta un par de horas más a causa del trabajo de Elisa.
Al final solo quedaban Violeta, Melissa y Alex. La seriedad de Violeta era visible; Alex se preguntó si estaba agotada o María la hacía sentir timidez. Melissa, por otro lado, iba pegada a él, todo a pesar de ambos tener suficiente espacio en la parte trasera del auto. Y de cuando en cuando, Melissa se atrevía a pasar su mano por la entrepierna de Alex. Aquel toqueteo parecía ser «sin querer». La mano se posaba unos pocos segundos y luego volaba cuál mariposa. Alex no se atrevía a tocar a Melissa. Y sin saber por qué, se sentía cómodo haciendo tales manifestaciones frente a María.
La casa de Melissa era la primera en la lista. Melissa bajó y Alex también.
—De cualquier forma, no es buena idea que me dejes en mi casa —expuso Alex.
—Mis padres no saben que he llegado todavía. Les diré que ya llegué.
Así hizo Melissa, e hizo a Alex pasar a la casa y saludar a los padres. Un par de minutos después Melissa aseguró a sus padres haber olvidado la libreta de la escuela en casa de Alex.
—Voy y vengo —dijo Melissa—. Alex me acompañará de regreso. ¿Verdad que sí?
Solo fue cruzar la puerta de la casa de Alex cuando ambos se tiraron en el sillón y comenzaron a besarse. Pronto estaban desnudos. Melissa movía sus caderas invitando a Alex a que la penetrara.
En ese momento un auto llegó de manera súbita y presurosa. Era Elisa. Alex y Melissa comenzaron a ponerse la ropa como un rayo. El tiempo no les fue suficiente. Elisa los descubrió.
—¿Qué están haciendo? —gruñó Elisa. Y sus ojos reflejaron locura.
Esa noche era importante porque eran días imprescindibles en la empresa, y ella era la encargada de coordinar varios proyectos. Tal era su responsabilidad que cada pocos minutos alguien pasaba a su oficina a buscarla para pedirle un visto bueno, una solicitud, una opinión o decirle que alguna otra persona la buscaba. Continuaba sin energía y el recuerdo de cómo la trató el hermanito en la noche, con esa gelidez, no ayudaba.
Por otro lado, Elisa se preguntaba si sus padres los habían abandonado de una vez por todas; si habían decidido irse a la India a vivir en alguna aldea perdida bajo la tutela de un extraño gurú. Elisa ya no tenía a quién llamar; los parientes que los ayudaron en el pasado ya habían fallecido. Tenía otros familiares, no obstante, estos no eran demasiado cercanos; nunca estaban enterados de las aventuras de los padres de Elisa. Así que se ahogó en sus propios pensamientos, y se entristeció de pronto. Esa sensación que le oprimió el pecho, una que parecía olvidada en la adolescencia, y ciertamente Elisa se dio cuenta de que la muerte no la acompañaba, sino aletargada; era débil, pero existía.
A pesar de todo, decidió salir antes de tiempo. Necesitaba dormir y aclarar su mente. Quizás olvidó lo irresponsables que eran sus padres. Siempre yendo de un lado a otro sin importar las consecuencias, dejando a Alex en el olvido. Elisa se recompuso al pensar en esa idea. Mas apareció una emoción peculiar. No era enojo; se le parecía mucho. Era semejante al rencor aunque más profundo. Elisa se dijo que la percibió un poco cuando sucedió el incidente de María con Alex. Odio. Odio rodeado de un aura de negrura y ponzoña. Y eso paradójicamente podría ser lo que el hermanito sentía por ella ahora.
Al subir al auto la emoción ya se había esfumado. «Necesito descansar», pensó de nuevo Elisa. Condujo hasta llegar a un semáforo en rojo, de esos que tardaban varios minutos en permitir el paso de nuevo. Tomó su teléfono y se dio cuenta de que tenía en su bandeja un mensaje de texto.
El número de donde provenía era desconocido. El mensaje decía: «A estas alturas ya se comieron a tu hermanito. Revisa en tu casa». Elisa no se tomó muy en serio al principio. Sin embargo, mientras conducía, aprovechando los momentos en que debía detenerse por algún semáforo, intentaba llamar al hermanito; entonces comenzó a inquietarse porque él no le respondió.
Y entre más se acercaba a la casa, más aceleraba. No supo Elisa ni de qué manera entró a la casa; en efecto, ahí se encontraba Alex con la verga de fuera, y con esa zorra a punto de tener relaciones con él.
—¿Qué están haciendo? —cuestionó Elisa intentando disimular el enojo y la frustración.
Melissa se fue desnuda a alguna parte de la casa. Alex guardó silencio.
Elisa se quedó observando. El ambiente era tenso y silencioso. Al poco tiempo regresó Melissa con pena en el rostro.
—Te llevo a tu casa —declaró Elisa apuntando a Melissa con su dedo índice. Y a Alex le dijo—: Tú me esperas aquí.
El trayecto a casa de Melissa fue silencioso y corto, ella realmente vivía cerca. Melissa al bajar del auto dijo:
—Ni una palabra —zanjó Elisa—. Entra a tu casa, tus padres te deben estar esperando.
De regreso a casa, ideas erráticas surgieron en la cabeza de Elisa. «Sabía que se iba a interesar por mujeres que no le convienen», fue uno de sus pensamientos. Sin embargo, idea de hablar con el hermanito sobre el tema, y terminar con la situación, y todo lo relacionado con Melissa, debía llevarse a cabo cuanto antes. Si bien reprender al hermanito por casi tener relaciones sexuales en la sala no era lo que Elisa buscaba, era imperativo que él se fijara solo en el sexo. Esa obsesión no le traería nada bueno. Solo ella, Elisa, era capaz de educar adecuadamente a Alex. Si de otro modo Alex no se corregía, mujeres como Melissa se aprovecharían de él toda la vida.
Por otro lado, Elisa se esperaba todo lo que acontecía. Desde Alex dejándose manipular por Melissa, hasta Alex distanciándose de la que era su hermana mayor. Lo más preocupante era que Alex comenzara a buscar prostitutas. Entonces numerosas alteraciones poco saludables serían provocadas en Alex.
Elisa se desvió antes de llegar a casa y se estacionó en un supermercado. Compró una botella de licor y se echó un trago generoso. La garganta le ardió. Qué asco le daba el alcohol. Pero todo se le estaba juntando: preocupaciones por los padres, distanciamiento del hermanito, remordimiento por hacer que el hermanito se distanciara, remordimiento por no darle tantas clases como ella quisiera, la propuesta del jefe de ir al viaje y escalar en la empresa, el enfrentamiento que tuvo que el hermanito la noche anterior y la manera en que la ignoró por no entregarse a él, y por si fuera poco, posibles conspiraciones futuros contra ella dentro de la empresa.
Tomó otro trago, y otro, y otro. Elisa recordó los ruegos del hermanito por tener sexo con ella. Otro trago. Recordó la calentura de las tantas clases que habían tenido. Siempre terminaba muy mojada. Era evidente que su cuerpo iniciaba la preparación para tener sexo con el hermanito; y al final ella nunca lo permitía. Pero el cuerpo no mentía y sabía lo que quería. Elisa no se sentía borracha. Dio otro trago más, uno grande. Condujo a casa.
Fue justo al bajar del auto cuando Elisa sintió un cambio. La visión se le volvió borrosa. El caminar se dificultó. Su juicio se debilitó. Sin embargo, ella tomó la decisión desde antes. Probablemente, se gestó cuando dejaba a Melissa en su casa. Y mientras ingería de la botella, daba vueltas a su decisión y sus implicaciones. Se había dado cuenta de que, el no hacerlo, provocaba ya consecuencias graves en el hermanito. Y si es que hacerlo tenía consecuencias, estas eran insospechadas. La vida era insospechada. Era por el momento mejor arreglar lo descompuesto. Ya habría tiempo dedicado a los problemas futuros.
Además, Elisa en su interior, ya había aceptado irse de viaje. Se lo ocultaría al hermanito lo más posible. Y a su jefe le haría esperar solo unos pocos días. Si bien no se quería mostrar desesperada, tampoco desinteresada; y en realidad el jefe tenía una posición ventajosa; aunque esta no le duraría demasiado. A todo ello, Elisa se preguntó antes de entrar a la casa: «¿Qué pasará con Alex si me voy con esa distancia entre los dos?». De alguna forma tenía que arreglar su vínculo y protegerlo.
Sencillamente, no existía otra opción. Era momento de hacer lo que todos querían y que solucionaría muchas cosas.
Para abrir la puerta, Elisa se sostuvo de la pared. El mundo de pronto se volvió inestable a su alrededor. Por alguna razón tuvo la necesidad de escupir. Lo hizo en la entrada porque sintió no tener otra opción, ya limpiaría en otro momento.
Abrió la puerta y buscó al hermanito. Lo encontró en la sala. Quizás se tomó demasiado literal todo aquello de «espérame aquí».
Elisa vio como los ojos del hermanito hicieron tímido contacto con ella. Emociones extrañas se reflejaban en ellos, o es que el licor la hacía desvariar. Creyó percibir miedo, tristeza y un destello de ese odio que Elisa teorizó.
El miedo se debía a la posibilidad de ser regañado y castigado. La tristeza y el odio eran producto de la distancia que ahora mantenían y del hecho de que ella le había negado ya varias veces tener sexo con él. Ahora las cosas habían cambiado.
Elisa caminó hacia el hermanito y el mundo se movió a su alrededor. Los mareos la inundaban. Escupió de nuevo, esa vez en la sala. No supo Elisa si el hermanito la observaba. Sintió la necesidad de correr hacia fuera y sacar algo que anidaba en su estómago.
Se tropezó Elisa en el trayecto. Escuchó al hermanito levantarse.
Elisa se puso de pie y continuó caminando hacia afuera. No logró llegar. Un líquido espeso y abastecido de numerosos colores pastel salió de su boca. La puerta recibió el primer disparo. La arcada lastimó la garganta de Elisa. Trató de recomponerse; una segunda arcada le sobrevino. Esta vez logró depositar el vómito en una maceta cercana a la entrada. La planta aromática quizás tendría nutrientes extra que provenían del vómito, o quizás esta se secaría a causa de tanta inmundicia que cayó sobre ella. Nunca se sabía cómo reaccionarían algunas plantas.
El hermanito llegó hasta ella y la tomó de la cintura y la espalda para sostenerla. Elisa apenas se daba cuenta de que tambaleaba. Y poco después, en la tercera arcada, salió poco vómito. Tan solo salía un líquido blancuzco o amarillento. Era difícil verlo bajo la luz externa.
Elisa intentó respirar y notó su nariz obstruida.
—Tráeme papel —pidió. Elisa sintió dolor al hablar y sintió su garganta rasposa.
Al poco tiempo Alex regresó con un rollo de papel.
—Vamos adentro —dijo el hermanito. Y condujo a Elisa hasta el baño del primer piso.
Elisa se miró en el espejo del baño y se vio hecha un desastre: el cabello revuelto, la falda manchada con aquellos sucios fluidos, los ojos enrojecidos, y mocos o alguna sustancia saliendo de su nariz. Elisa aún sentía parte de la sustancia en su garganta y escupió para liberarse de ella.
El hermanito la sostenía por detrás.
—Estás temblando hermana, ¿qué tienes? —dijo Alex asustado.
—Qué, mareada —formuló Elisa con dificultad—. La regadera.
Alex abrió la llave de la regadera y en poco tiempo comenzó a salir agua caliente. Elisa se desnudó frente al hermanito. Cuando se dirigía a la regadera estuvo a punto de resbalarse, pero el hermanito la sostuvo.
—Tienes que entrar conmigo —pidió Elisa. Luego se tocó las sienes, como si ese ademán tuviera la facultad extraordinaria de bajar la borrachera.
Elisa no se dio cuenta del momento en que el hermanito se desnudó. De pronto, Elisa sintió la erección al costado de su muslo derecho. Y los brazos del hermanito la sostenían en la cintura y la arrastraban hacia el agua.
Qué relajada se sintió al sentir ese calor cayendo por su cuerpo. Se dio cuenta de que todo ese tiempo tuvo frío y soledad. Ahora el agua caliente y las manos imprudentes del hermanito se colaban por todas las partes de su cuerpo. Al parecer el hermanito se tomaba demasiado en serio el papel de ayudante de la hermana mayor, pues le enjabonaba los pechos en un momento, y en el siguiente, le limpiaba la vagina y el agujero del culo con curiosos manoseos.
A veces Elisa sentía la verga del hermanito en los muslos o en las nalgas. La verga la rozaba una y otra vez. El hermanito nunca se atrevió a penetrarla. Elisa sintió el breve impulso de hincarse y chupar al hermanito, aunque estaba demasiado borracha. ¿Qué demonios le había pasado? Momentos atrás Elisa se encontraba perfectamente, de golpe la potencia del alcohol se amplificó. Sin embargo, la ducha pareció haberla relajado. Las náuseas desaparecieron y el frío dejó de existir.
Alex acompañó a la hermana hasta su cuarto. Elisa se vistió delante del hermanito. Cada vez se sentía mejor. Seguía alcoholizada y ahora era disfrutable. El mundo dejó de girar.
Juntos bajaron Elisa y el hermanito; luego cenaron.
—¿Por qué estás así hermana? —preguntó el hermanito.
—¿Así cómo? —dijo Elisa—. Solo estoy un poco achispada, no es nada. Ya estoy bastante mejor.
—Hermana, incluso vomitaste toda la entrada.
—Sí, es que seguramente comí algo en mal estado —dijo Elisa—. Y sí, tomé un poco con unos compañeros del trabajo y seguramente las cosas se combinaron y, sucedió lo que sucedió.
Elisa sentía que sus capacidades mentales volvían a su cauce. Era difícil mantenerse concentrada demasiado tiempo; por lo menos era capaz de inventar las mejores mentiras de modo que el hermanito no la viera con malos ojos. Jamás se perdonaría Elisa si de pronto el hermanito comenzara a verla como una borracha. Ese concepto no podía entrar en su mente jamás.
—Vamos a acostarnos —ordenó Elisa.
—Abrázame —ordenó mientras movió las caderas, de tal forma señaló la manera en que debía abrazarla el hermanito.
El hermanito se tiró también en la cama y Elisa sintió el abrazo más cálido que le habían dado en toda su vida. Sin embargo, no pasaron más de dos minutos cuando notó un bulto en su cola.
Elisa sabía lo que ocurriría. La palabra «clase» no se mencionó, aunque el hermanito se deslizaba hacia delante y hacia atrás. Si no estuviesen usando ropa, Elisa estuviera siendo penetrada por el hermanito y su apetito de clases.
Elisa dejó al hermanito hacer lo que quisiese. Ella callaba, y de alguna forma se entendieron en el silencio, porque las cosas parecían fluir de forma natural.
El hermanito tocó los pechos de Elisa. ¿Desde cuándo era él tan atrevido? Luego, Elisa sintió como el hermanito le bajaba el pantalón para dormir. Elisa le ayudó a pasárselo por los pies. No supo Elisa cómo ocurrió, simplemente el hermanito estaba desnudo y la besaba. Quizás, entre tanto manoseo, uno que otro beso y el alcohol ingerido, le habían alterado la percepción de ciertas cuestiones.
Luego Elisa se quitó por decisión propia la parte superior de su ropa. Solo quedaban los calzones que la protegían de cualquier penetración o invasión a su vagina. Extrañamente, el hermanito tuvo fijación especial en esa área desde que fue la única con ropa encima.
En ese momento inició una breve batalla. Mientras el hermanito intentaba meter la mano en esa área para quitársela de encima a Elisa y dejarla completamente desnuda, Elisa retiraba las manos insistentes del hermanito. El juego se extendió hasta que la mano del hermanito se posó tantas veces sin en el área privada que Elisa terminó mojada sin querer.
—No me la quites hermanito —rogó Elisa. Sin embargo, el tono de su voz revelaba claramente que se hallaba en un ánimo alegre y juguetón. No era como esas veces en que era estricta con el hermanito. La propia Elisa se sentía diferente.
Llegó un momento en el que Elisa miró a los ojos al hermanito. Y este, sin darse por vencido, intentó bajarle los calzones a Elisa. La hermana mayor no dio resistencia en esa ocasión. Se dejó bajar los calzones.
De un momento a otro, el hermanito consiguió su objetivo. Entonces se subió encima de Elisa. Parecía, sin embargo, que la intención del hermanito era tener una «clase normal», una sin penetración. Pues el pene, si bien rozaba la vagina de Elisa, no conseguía la penetración.
Elisa miraba la verga del hermanito deslizándose por sus labios inferiores. El hermanito se deslizaba con dificultad como un lagarto cuya punta de su verga se paseaba casi hasta el ombligo de Elisa. Y en una de esas ocasiones, Elisa sintió un hilo líquido caer sobre su pelvis. Adivinó que era el líquido preseminal del hermanito.
—Hermana —dijo Alex de pronto.
—¿Me vas a dejar hoy? —preguntó Alex—. Te lo ruego…
Elisa no formuló palabra alguna al respecto. Si se negaba, sabía que dañaría al hermanito de nuevo. Por otra parte, desde que compró aquella botella de licor, Elisa tomó su decisión. Sin embargo, el hermanito no volvió a preguntar.
Si bien Elisa no dio una negativa, tampoco lo había permitido explícitamente. Entonces alejó sutilmente con sus manos el torso del hermanito. Y este no se hizo hacia atrás. Alex sabía muy bien que las órdenes de su hermana mayor eran incuestionables y que era imprescindible obedecerlas, pero hasta el momento ella no le ordenó absolutamente nada. Un gesto como el que hizo Elisa no representaba nada ante el hermanito, sino que iba acompañado de una orden verbal explicita.
El hermanito tomó las manos de Elisa e intentó contenerlas; no deseaba ser alejado. Alex miró a su hermana mayor a los ojos. Elisa notó algo en la mirada del hermanito. ¿Qué era? ¿Una petición de consentimiento? ¿Disculpas? ¿Amor quizás? Era demasiado sutil como para que una Elisa afectada con el alcohol pudiera descifrarlo, y muchos menos en medio de estar casi dejándose coger por su hermanito menor.
De pronto el hermanito le abrió las piernas de la manera más amplia posible, pues hasta entonces, el hermanito se había meneado encima de Elisa mientras ella mantenía las piernas semicerradas. De ese modo, el pito del hermanito, cuando se acercaba a la barriga de Elisa permanecía en posición horizontal, y cuando rozaba la vagina, lo hacía de modo vertical. Por lo cual, cuando el hermanito se elevaba, junto con su verga, esta rebotaba levemente al subir y el hermanito debía de recurrir a una maniobra extraña para que su verga se pusiera en paralelo al cuerpo de la hermana.
Elisa en su nueva posición de piernas abiertas, se sintió expuesta. No pudo pensar demasiado porque el hermanito le empezó a comer sus grandes pechos. Elisa sintió en las cercanías de su barriga a la verga del hermanito palpitar. Luego el hermanito la besó en la boca con mucha ternura.
—Te amo hermana —declaró Alex.
Se volvieron a mirar a los ojos. Alex siendo mucho más bajo que Elisa, al desplazarse hacia atrás, de modo que pudiera volver a frotarse contra la vagina de la hermana, perdió contacto visual con los ojos de la hermana. Eran pechos lo único que él podría ver. Elisa miraba la cabellera del hermanito, y sus piernas atrapando sin querer al cuerpo de ese chico al que cuidó durante toda su vida. La única persona por la que daría su vida en sacrificio. Su alma y su espíritu. Sus posesiones. Abandonaría todo su ser por él.
Elisa no supo por qué, pero presintió algo. Entonces decidió mirar hacia otro lado. Sintió como las manos del hermanito le agarraban las caderas de forma diferente. Los movimientos del hermanito eran diferentes. Cautelosos y al mismo tiempo determinados. Elisa sintió como la punta de la verga del hermanito rozaba una y otra vez la entrada de la vagina.
De pronto el hermanito se detuvo lentamente. Elisa no quería voltear. La punta se encajó levemente. Elisa notó en las periferias de su visión que el hermanito la volteaba a ver. Quizás él interpretó el hecho de que ella volteaba hacia otro lado como un permiso. El pene avanzó. Elisa cerró los ojos. «Soy una puta», pensó, «me estoy dejando hacer esto por mi hermanito». Elisa aguantó las ganas de soltar un gemido y, en cambio, emitió un mugido apagado, ya que apretó los labios.
Elisa en ese momento se sintió en otra realidad, una plagada de locura de placer. Esa misma sensación la hizo despertar. «¿Qué estoy haciendo?», pensó. Entonces el hermanito que estuvo estático, quizás evaluando la reacción de Elisa, quizás disfrutando el momento en que por primera vez se encontraba dentro de la hermana mayor, o quizás simplemente sin saber qué hacer a continuación, se decidió por salir levemente y embestir en un regreso que resultó en Elisa, un placer mortificante. Todo cuestionamiento y pensamiento se borró de la mente de Elisa.
El hermanito se quedó estático de nuevo. Elisa aún miraba hacia otro lado; su cabeza moraba de lado contra la almohada. En ese momento Elisa intentó zafarse del hermanito; este volvió a salir lentamente y entrar de nuevo de golpe.
El hermanito volvió a repetir la táctica.
Entonces el hermanito pareció entender algo que la hermana prefería no revelarle. Y era verdad porque Elisa no le enseñó técnicas al hermanito que buscaran enloquecerla de placer, sino cuestiones muy generales, precisamente para que ella evitara sentir tanto gusto durante las clases. Ahora ella se encontraba en una situación sin escapatoria. El hermanito la tenía donde él quería, y ella en realidad jamás tomó precauciones dedicadas a resistir al hermanito. De hecho, ella misma reconocía que el hermanito era su punto débil. Cualquier cosa que él le pidiera con cariño y esos ojos suplicantes, Elisa era capaz de dárselo. ¡Cuanta fuerza tuvo que reunir Elisa en la acción de negarle el sexo la última vez que el hermanito se lo rogó!
El hermanito volvió a repetir el movimiento.
Y otra vez. «¡Ah!», gimió Elisa. Y así, cada vez el hermanito comenzó a repetir el movimiento de manera continua. Y cada embestida Elisa soltaba el gemido. De ese modo Elisa llegó al grado de soltar un gemido casi cada segundo: «Ah, ah, ah, ah».
Las piernas le temblaban tanto por el agarre del hermanito como por las embestidas. Las tetas le rebotaban. Elisa no dejaba de ver hacia otro lado. Sentía al hermanito entrar y salir de su parte más íntima, más secreta. Un área que se suponía confeccionada y guardada exclusivamente para el hombre con el que se aparearía. Y el hermanito ahora la hacía suya.
Después de algunos minutos, Elisa se sorprendió de que el hermanito no hubiera eyaculado antes. Entonces lo vio a los ojos. El hermanito aceleró sus embestidas; Elisa no supo el porqué.
Entonces Elisa sintió la semilla del hermanito fluyendo en su interior, y ella explotó en un orgasmo enloquecedor. Alex se desplomó encima de ella. Elisa se quedó sin aire y sintió que se desmayaba. Estaban sudados ella y el hermanito. Se quedaron dormidos.
Elisa despertó al poco rato, y aún tenía al desnudo hermanito encima de ella. Lo despertó.
—Hermanito —dijo Elisa—. ¡Se nos olvidó el condón!
Elisa fue al baño corriendo y orinó el semen del hermanito que fluía del interior de su aparato reproductor femenino. Elisa respiró profundamente. «Qué hicimos», dijo en voz baja. El hermanito tocó la puerta del baño.
—Hermana, ¿estás bien? —preguntó Alex.
—Sí —dijo Elisa—, acuéstate en mi cama, ahorita voy.
Cuando Elisa salió del baño encontró al hermanito durmiendo. Se había vestido para dormir. Elisa lo arropó. Se abrazó de él. Antes de sumergirse en los sueños, el último pensamiento de Elisa fue «mañana tengo que ir temprano a la farmacia».