June 12

Corrompiendo a mamá 11

HIJO EN ESTADO NATURA

No es fácil asumir que tu madre está recostada en tu cama como una verdadera diva, caliente, relamiéndose los labios como si estuvieran llenos de semen, con su faldita negra a la altura de sus redondeadas caderas, su pelo dorado desperdigado en mis sábanas beige y su blusita morada conteniendo sus voluminosas mamas, esperando que la folles.

—¡Joder mamá!

—¿No vienes con mami, mi amor? —me pregunta ella, seductora, con la voz más guarra que alguien se pueda imaginar, sonriéndome lujuriosa—… mami quiere que su bebé le dé un beso en su conchita.

Mi falo palpita dentro de mi pantalón ante las perversas palabras de mi madre. Ella tan recta, tan fina, tan siempre maternal, ahora me pide que le dé un beso en su coño. ¡Mierda! ¡No puedo creer que me esté pasando esto! ¡Mis fantasías casi hechas realidad!

—Mam---iii —digo nervioso, atragantado.

Las manos me tiemblan. Mis latidos me tienen atontando. Mi cabeza se ha puesto caliente. Y mi madre está abierta de piernas para mí, con sus rodillas dobladas, enseñándome su caliente pulpa punzante y un fino vello púbico rubicundo que apenas es perceptible a la luz. Me parece mentira que después de tanto tiempo se expongan tan obscenamente ante mí.

Pero finalmente hemos cedido a nuestros deseos; a nuestras pasiones. A nuestros pecados.

—Oh, mi niño, me temo que ha engordado tu bragueta de pronto —juega ella conmigo, incorporándose un poco, mirándome mi bulto a través de sus preciosos ojos azules que a pesar de haberlos visto toda la vida me siguen hipnotizando.

La blancura de su piel le da a su tez una sensualidad inusitada. Jamás me habría imaginado que sus pliegues vaginales fuesen tan rosados y tan gorditos. Ahora puedo admirarlos a conciencia, entreabiertos, goteando. Están expuestos para mí, obscenamente.

—Tú me la has puesto gorda, mami —le recuerdo, empalmado.

Ya no hay tiempo para remilgos, ni para hablarle con delicadeza. Ella se está descubriendo ante mí como una mujer cachonda, y ahora quiero ser yo quien se muestre a ella como un hijo en su estado natural.

—¡Eres tan hermosa, mami, que hasta me duele mirarte!

Mamá se recuesta otra vez y desabotona lentamente su blusita morada. Sus uñas cristalinas y brillantes juegan con los botones, y poco a poco la blusa se va abriendo. El canalillo que separa un pecho del otro va surgiendo glorioso desde el nacimiento. Debajo de la blusita aparece un diminuto sostén negro de encajes que intenta contener sus grandísimos senos rosados, que tiemblan a cada movimiento.

“Son enormes” pienso, poniéndome más duro.

Son como dos melones de carne que van cediendo al sujetador, y que reposan en su pecho a la espera de ser estrujados.

Mamá con un movimiento sensual logra quitarse la blusa de botones y sólo queda ella y su sostén. Ella y su blancura. Ella y sus obesas mamas pendiendo del sujetador negro con encajes.

¡Joder!

Ya mi ex novia Alicia hubiera querido tener un poquito el cuerpazo de mamá. ¡Es que Sugey está tan buenísima, que mis ojos ya la han fornicado en segundos mil veces sin tocarla!

—¡Parece que tu sujetador quiere reventar, mamá!

Contengo el aliento. Paso saliva y mi boca se queda seca. De pronto me siento inmovilizado, nervioso, consciente de lo que está pasando. Encima percibo sus braguitas negras y mojadas echas bola dentro de mi bragueta, donde ella misma me las metió.

¿Qué se supone que un chico como yo puede hacer en la cama con un mujerón con ella? Lo he fantaseado tantas veces que ahora que la tengo allí me siento intimidado. Estúpido. Un perfecto imbécil. Me siento incapaz de mover un solo dedo.

—No tengas miedo, mi amor… —me anima mamá con voz dulce, acomodándose el pelo—, lo haremos como tú te sientas más cómodo.

“¿Lo haremos?” “¿En verdad mamá me está dando luz verde para hacerle el amor?”

—Es que… —digo, sin saber qué decir, vibrándome la garganta—, me impones, mamá… te juro que me impones. Es que nunca pensé que estaríamos así.

—¿Así cómo, bebé? —Su voz es de lo más sensual.

—Tú abierta de piernas para mí, mamá, con tu conchita estilando, y yo empalmado frente a ti, sin saber que hacer.

Mamá sonríe. Se apoya con sus palmas para incorporarse. Se arrastra lentamente hasta el borde de la cama, donde permanece sentada.

—Acércate, bebé —me pide con cariño, extendiéndome sus manos, como una madre que pretende enseñarle a su hijo una enseñanza de la vida—, te ayudaré para que todo esto nos sea más fácil. Tampoco para mí es sencillo.

Escuchando mi propia respiración me acerco hasta mamá, arrastrando los pies. Apenas son un par de pasos hasta que me detengo.

—¿Crees que estamos seguros de esto, cielo? —me pregunta. Su tono de voz es seguro. Ya no parece tan renuente como antes, pero su mirada sigue siendo de resistencia, de dudas—. Aún podemos parar, Tito.

—No quiero que paremos, mamá —le confieso, apretando mis manos con las suyas, cuyos dedos se entrelazan. Ambos tenemos las manos sudadas. A pesar de todo ella también está nerviosa. No es fácil decidir follarte a tu hijo y actuar como si nada—. Sólo… estoy un poco alucinado, pero es normal. Eres hermosísima y me intimidas. Pero esto es exactamente lo que deseo. Quiero meterme dentro de ti. Quiero comerme tus tetazas. Quiero besarte mucho, mamá, hasta que nuestras lenguas se cansen de luchar. Quiero que nuestros cuerpos desnudos se hagan uno. Lo he deseado desde hace mucho tiempo, mami. Quiero hacerte el amor.

Mamá tiene los ojos brillosos. Me mira ilusionada. Mi verga sigue palpitando en mi pantalón, junto a mis bóxer y sus bragas. Es impactante tenerla así, sentada delante, con sus grandes pechos colgándole en el sujetador, la faldita atada a sus caderas y su rajita expuesta. Mamá semidesnuda y en zapatos de tacón.

—¿Y tú, mami… deseas continuar?

Y ante mis temores de que me diga que no, me tranquiliza su sonrisa. Se pone de pie, mete sus manos entre mi camisa desabotonada y acaricia mi espalda suavemente. Tengo un escalofrío que me pone cachondísimo.

—Palpa mi rajita, mi niñp, y dime tú si lo deseo o no.

—¿Pu-puedo, má? —no me lo creo, verdad de Dios que no me lo creo.

—Puedes, Tito.

Sus labios mullidos están muy cerquita de los míos. Me agobia su aliento a madre cachonda y la forma en que su lengua se mueve dentro, mojada. Su mirada azul es lasciva, y conecta con mis ojos. Veo la gruesa boca de mamá entreabrirse y sacar su lengua. Eso me hace falta para acercarme a ella, tímidamente, e intentar besarla.

Pero Sugey no permite que la bese aun. Ha sacado su jugosa lengua y me está lamiendo con la punta los contornos de mis labios. Las comisuras. Mi mentón. Yo me estoy estremeciendo. No puedo controlar mis manos y las llevo hasta sus caderas. Tiro de su falda y hago que caiga al suelo.

Siento cómo mamá se la termina de sacar con los tacones. Sin mirarla sé que ahora está desnuda de la cintura hacia abajo, y ahora sí llevo mis dedos hasta sus piernas duras, y luego los arrastro hasta sus dos nalgas.

—¡Joder, mamá!

Entierro mis dedos en sus abultados glúteos y ella jadea. Son infernalmente blandos y duros a la vez. La carnosidad de su gran culo quema mis dedos y mis manos. Le estrujo las nalgas muy fuerte y la empujo hasta mi pelvis. Mientras tanto ella sigue acariciando mi espalda debajo de mi camisa.

Y yo tengo los labios entreabiertos, dejándome hacer, con mi lengua en la entrada, intentando atrapar la de mamá, cuya punta continúa bordeando mi boca.

—Tócame aquí abajo, mi bebé —me susurra entre alientos. Su lengua sigue jugando con mi boca, mis manos siguen estrujando su delicioso culo. Sus pechos se están apretando contra mi pecho, y sus uñas largas siguen arañándome sensualmente la espalda—. Quiero que hurgues mi pulpita mojada, amor.

—¿De- v-er-dad- pued-o? —le pregunto agitado, apretando más fuerte sus gordas nalgas.

—Hazlo, amor, hazlo ya, que siento una fuerte picazón.

Es mi mano derecha la que tiene el honor de soltar una de sus gordas nalgas para deslizarse lentamente hasta sus muslos. Ni siquiera he llegado a su rajita y mamá ya ha jadeado, enterrando sus uñas en mi piel, causándome más placer que dolor. Ni siquiera he llegado a su hondura y ya noto la humedad de su entrepierna.

—Estás escurriendo, mami —musito orgulloso, cuando mamá desciende sus manos por mi espalda y circunda mi pantalón hasta llegar a mi cinturón, el cual afloja.

—Mamá está mojada porque su hijo la está tocando —me dice cariñosa, mordiéndome el labio inferior—. ¡Hoooo, hijooooo!

Es llegar a la altura de su hendidura aguanosa y repasar con un dedazo toda la superficie de sus labios vulvares.

—¡Joder mamá, estás inundada!

—¡Cielo… síiiiii!

Mi dedo medio sigue chapoteando en la superficie de su pulpa, y ella abre sus piernas para que mis dedazos sean más placenteros.

—¡Mételos, hijo mío… por favor… que estoy ardiendo!

—¡Oh, sí, mami… soy tu esclavo, haré lo que tú quieras!

Sugey al fin atrapa mi boca con la suya, y nuestras lenguas húmedas se encuentran. Así como chapotean nuestros labios mientras nos besamos, así también chapotean mis dos dedos, medio y anular, cuando los encajo en su rajita, que se expande y se los traga con facilidad.

—¡Jodeeer! —grita mamá sin dejar de besarme, apurada por desabrocharme el pantalón hasta que éste cae al suelo, junto a sus braguitas.

—¡Oh, mamá… oh… mamáaaa —balbuceo excitadísimo—, siento tu mano… mami, en mi… miembro… siento tu mano… apretándomelo por arriba de mi bóxer!

—¡Y yo siento tus dedos… hijo —lloriquea mamá gustosa, bailando sobre mis dedos enterrados—, siento tus calientes dedos dentro de mí! ¡Haaaa!

Sólo despegamos nuestros pegajosos labios para decirnos tales guarradas. Mientras tanto mis dedos están insertados en su vagina. La mano libre le aprieta una de sus gloriosas nalgas. Y ella, tras liberarme del pantalón, ahora con sus uñas tira de mis bóxer, de modo que siento mi dolorido pene siendo liberado, saliendo como resorte y chocando contra su pubis.

—¡Joder, má!

Las suaves puntas de sus pelitos púbicos acarician mi glande, que babea de gozo, y me estremezco, y lanzo un gemido “¡ay mamiiiii!” a la vez que ella menea sus caderas para que mis dedos batan sus aguas por dentro.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —gime ella—. ¡Vamos, amor mío… báteme por dentro, así, amor, así…!

Estoy alucinando de gustazo. Su voz no puede ser descrita. Es un tono pornográfico y erótico a la vez. Mamá se menea sobre mis dedos y mi mano se chorrea de sus flujos.

—¡Ha! —grito, cuando las uñas de mamá empiezan a frotarse contra mis testículos, de manera ascendente—. ¡Má! ¡Máaa!

Tiemblo y preveo que sus caricias en mis huevos con sus uñas no me van a permitir que mis piernas me soporten.

—¡Báteme, bátemeeee! —me urge mamá, bailando en círculos—. ¡Meneea tus dedos, cielo, menéalos!

Los chapoteos me ensordecen. La forma en que mamá me acaricia los testículos me privan. La manera en que su lengua ahora ha atrapado mi cuello y me lo chupa me tienen loco, y sin más eyaculo.

—¡JODEEER!

—¡Síiiii! —grita mamá, que siente en su pubis los chorros de mi semen caliente.

Es tanto el morbo que le produce sentirse embarrada por los espermas de su hijo que ella también se corre, mojándome los dedos.

—¡Ay mi amor! ¡Mi amor! ¡Me estoy deshaciendo por dentro, hijoooo!

Sus aguas son calientes en extremo. Y el aroma de su orgasmo y mi semen inundan mi cuarto.

—Ha sido increíble, mi amor —me dice sonriendo, satisfecha, dándome besitos cariñosos.

Yo también le sonrío. Saco mis dedos de su rajita y así mojados acaricio su nalga derecha, que empapo con la humedad.

—No, mamá —le advierto malicioso—, no ha sido increíble aún, porque no he terminado contigo.

—¿Eh?

Mamá se sorprende cuando a los minutos descubre que mi polla está dura de nuevo. Y leo en sus ojos azules la misma expresión que dijo Elvira en su momento “bendita juventud.”

***
Han pasado apenas diez minutos desde nuestros orgasmos en que hemos reposado juntos en la cama, entrelazados como dos amantes que hacen eso precisamente, amarse.

Mamá continúa con su sujetador puesto, y su gorda pierna está arriba de la mía. La rodilla que tengo en su entrepierna la uso para acariciar su coñito, que se ha vuelto a mojar.

Llevamos mucho tiempo besándonos, sin decir nada más salvo jadeos procaces. Llevamos mucho tiempo con mis manos acariciando su culo y ella con la suya arañándome la espalda.

—Me encanta cómo me besas, mami —le digo—, la forma con que tu boca absorbe mis labios y tus dientes me muerden con suavidad.

—Besos los tuyos, amorcito —me dice sonriéndome, lamiéndome los labios—. Ojalá tu padre alguna vez me hubiera besado como tú, mi vida —lo dice con lamentación.

—Papá es un tonto, mami —le digo acariciando su carita rosada—, no puedo creer que teniéndote a su lado… ¡no te toque, no te acaricie, no te bese!

—Pero ahora veo que para eso estás tú, mi amor.

—Sí, mamá, yo estoy aquí para satisfacer todos tus deseos y caprichos. Para despertar de nuevo a la mujer cachonda que estuvo dormida durante mucho tiempo… padeciendo hambres… porque… tú, con Nacho…

Mamá tiene que besarme para que yo no continúe.

—Él no existe ahora, mi bebé, así que no arruinemos este momento pensando en Nacho, ¿vale?

—Vale —digo, sabiendo que en el futuro sí o sí tendré que descubrir la verdad.

—¿Puedo mamarte las tetas, mami?

—Oh, sí, mi amor, puedes. A ver, deja me levanto un poco, ¿quieres que me suba arriba de ti, o prefieres tú echárteme encima?

—Déjame tener el control un momento estando arriba de ti, mami, ¿puedo?

—Sí, cielo, puedes.

Me levanto, desnudo, y me acomodo sobre y entre ella, separando sus gordas piernas donde pongo mis rodillas, evitando que mi pene, que se ha puesto muy tieso, toque de momento su vagina.

Me encorvo para acércame a su sostén, que con mucha dificultad sostiene sus tetazas. Meto un dedo entre en los bordes de su copa derecha y lo remuevo. Desnudo la mitad de su redonda areola asalmonada y veo cómo su pezoncito duro se marca entre los encajes.

Me inclino para darle un beso y para deslizar la punta de mi lengua en los contornos de esa media luna asalmonada. Vuelvo a meter mi dedo en el sostén y finalmente libero toda la tetaza derecha, que se desparrama por el lateral por su pesadez.

—¡Joder, má!

Es sumamente morboso ver la imagen de mi madre con una tetaza descubierta, desparramada, con su pezón erecto apuntándome a la cara, y el otro resguardado aun entre los encajes negros de la tela.

Con mis dos manos amaso su mama desnuda y la aprieto fuerte. Su pezón se hunde en mis palmas y mamá grita de placer, retorciéndose en la cama. Y yo veo cómo ni siquiera con mis dos manos puedo abarcarle una sola teta.

—Ahora la otra —la aviso.

Y hago el mismo procedimiento. Meto mis dedos en los contornos de su sostén hasta que poco apoco lo deslizo y desnudo ahora el seno izquierdo, que luce obeso, brillante, turgente

—¡Son tan hermosas tus tetas, mami! —le digo maravillado, sentado sobre su vientre trabajado por el zumba, con mis testículos acariciando su piel, mi pene reposando cerca de sus abultados senos y mis manos intentando abarcarlas, apretándolas fuerte.

—Son tuyas, amor —jadea Sugey—, siempre lo han sido. Has sido tú, mi niño bello, el único a quien he alimentado a través de mis mamas.

Las continúo apretando fuerte, porque en veo en sus constantes espasmos que la sensibilidad que tienen sus pechos son alucinantes.

—¿Y a Lucy? ¿A ella no la alimentaste?

Ahora me decanto por acariciar las puntas de sus duritos pezones, y luego los pellizco.

—¡Ay, sí! —exclama—. No… hijo… Ni siquiera a ella la alimenté, ¡hooo!, por algún problema hormonal que tuve en su momento. Pero tú, mi hombrecito travieso, desde bebé las reclamaste como tuyas.

Vuelvo a pellizcar sus pezones porque me ha puesto cachondo la forma de sus grititos.

—¡Ay, hijo, ay!

—Tus tetas me alimentaron de niño, mami, y ahora de adulto me seguirán alimentando.

—¡Comete las tetas de mami, hijo, por favor… cómete las tetas de mami!

—¿Mami está muy cachonda? —le pregunto, adentrándome a este juego tan depravado.

—¡Sí, amor, muy cachonda! —me sigue el juego.

Y me tumbo completamente sobre ella, para darme una comida de tetas. Me atasco con las dos. Las bamboleo con las manos. Después las escupo, las lleno de saliva, las chupo, las absorbo, y cuando sus pezones quedan pendiendo entre mis dientes, las suelto de nuevo, ante los gritos eróticos de mamá:

“¡Hijo!¡Ay!¡Mi bebéee!¡Hooo!¡Síii!”

—¿Son mías, mami… verdad tus tetazas son mías?

—¡Siempre, mi amor! ¡Siempre, son tuyas y son todas para ti!

—¿Mami está cachonda porque su hijo le está comiendo las tetazas como cuando era bebé?

—¡Sí, amor, sí… precisamente!

Y las devoro. Las absorbo. Las chupo.

—¡Estás muy tetona, mamá, apenas me caben tus tetas en mi boca!

—¡Sí, hoooo, síii!

Y cuando noto que sus pechos están muy enrojecidos me levanto y les otorgo amnistía. Hay un fuego que me consume por dentro. Hay algo que no he logrado saciar aún. Deseo a mi madre, y aun con todo lo que he hecho, no puedo saciarme. Falta lo principal, penetrarla.

—¡Ay, mi amor… ufff, hijooo!

Ver a mamá recostada, con sus ojitos entrecerrados, con sus tetazas enrojecidas, mojadas por mi saliva, y ella disfrutando entre jadeos me pone cachondísimo. Sé que ha llegado la hora de ingresar dentro de ella. Su rajita que palpita y se moja, según logro palpar con mis dedos, me reclama. Mi verga está más tiesa que una pata de pirata. Y los deseos de ambos por conectarnos de esa manera tan íntima y tan impropia nos reclama hacerlo ya.

—Mi bebé… —Sugey abre los ojos, y yo la miro con el corazón iracundo.

Mi polla se mueve sola y encuentra su rajita encharcada en medio de sus piernas.

—Mami… yo… Yo quiero… penetrarte… —le suplico avergonzado—, ¿puedo?

Sugey sonríe entre sollozos, ganosa. Pone sus manos en mis nalgas y me empuja hasta ella. Esa es su respuesta. Ella también quiere que se la meta.

—No me preguntes tanto si puedes, hijo. Yo soy tu mami, y toda yo soy tuya, así como todo tú eres mío, ¿es así?

—S---í--- —tartamudeo.

—Entonces… hazlo…

—¿El qué? —pregunto, apuntando mi falo justo en su centro.

—Penétrame, amor —me reclama—. ¡Por favor, hijo! ¡Penetra a tu mami, ahora…!

—¡Mamá…!

Estoy temblando de miedo, y no sé por qué.

—¡Mi niñoooo! —jadea ella.

Y es sentir que mi glande ha encontrado su abertura mojada y temblar sobre mi madre.

—¡Ahí… voy… mami…! —le anuncio con todo el morbo quemándome por dentro, y esa horrible sensación de que estoy por cometer un grave pecado.

—¡Sí… sí… te espero… te espero…!

Mamá también sabe la gravedad de lo que estamos a punto de hacer. ¡Sabe que estamos a nada de cruzar la línea de algo muy prohibido que nos condenará ante el mundo entero si lo supiera! Algo terrible que siempre ha sido considerado tabú, perverso… transgresión.

Por eso aprieta la boca, y me mira con remordimientos, calentura y deseo.

—Te amo, mamá —se lo tengo que decir para que ambos justifiquemos nuestra falta.

Para que los dos recordemos que lo hacemos por amor. Porque no hay nada más puro que un amor entre madre e hijo. Y por eso avanzo más.

—¡Yo también te amo, hijo!

Mi corazón se está estremeciendo muy duro. La mirada azul de mamá conecta con la mía. Y siento mis ojos llorosos. Y no sé por qué. Ella también los tiene húmedos. Mi glande entreabre su hendidura y mamá entierra sus uñas en mis nalgas. Yo suspiro, agitado, y no puedo creer que esté a punto de enterrarme dentro de ella. ¡Dentro de mi propia madre!

Y mamá está agitada, estremeciéndose con solo tener la punta de mi pene rebuscando entre sus pliegues. Jadea, lagrimea y abocana aire. Tiene sus rodillas dobladas, sus piernas separadas, y yo en medio de ellas, empujando un poco más.

—Mamá… déjame traer un condón de mi buró.

—No, amor… yo… estoy protegida…

—¿Eh? —me sorprendo.

¿Por qué una mujer como mamá que al aparecer ya no tiene actividad sexual… está protegida con un método anticonceptivo?

Trato de olvidar y sigo con lo mío.

—¡Mi bebé! ¡Mi bebé! —lloriquea mientras traspaso el umbral y la abertura de su boca vaginal, que me recibe acuosa y caliente—. ¡Haaaay síiiii! ¡Siiii! ¡Tu pene está entrando, mi niño…! ¡Hooo Dios!

—¡Oooh mamiiii!

Sus aguas termales me empapan la verga, mientras su conchita se sigue abriendo y me devora. Ya vamos por la mitad, y yo sigo encima de ella, con las puntas de nuestra nariz tocándose, nuestros labios rozándose, y ambos lloriqueando de placer.

—¡Soy una mala madreeee! —sigue llorando Sugey—. ¡Esto no podemos estar haciendo…! ¡Tu pene me está invadiendo… por el mismo sitio por donde una vez salisteee!

—¡Es deber de todo hijo volver al vientre de su madre! —le digo, dándole besitos, mientras me sigo hundiendo—, aunque nunca se sabe de qué forma… Y mi forma es esta mami… comenzando por mi pene…

Mami me sonríe, entre goterones de lágrimas por el esfuerzo y la calentura que nos envuelve. Sus paredes vaginales se comprimen y aplastan mi polla con fuerza, y yo emito un jadeo de gloria cuando siento que casi le encajo toda, que aun si no es tan grande, aun no llega a la base.

—¡Hooo Dios… Tito… —aúlla mamá dentro de mi boca, mientras nuestras lenguas se juntan de las puntas—, eres mi hijo… y tienes tu hermosa polla hundida en la vagina de mamá…!

—¡Sí mami, ahora la tengo toda dentro!

—¡Hooo sí--- Dio---s m---i be---bé! ¡Hace--- cuant---o—que yo--!

Mi pene está completamente enterrado en su vagina, mientras ella me lo comprime.

—Me ahogarás el pene, mamá… estás muy inundada por dentro…

—¡Ahógate con mami, cielo… ahógate…!

Su concha caliente me la está quemando. Apenas puedo respirar.

—¿Puedo moverme… mamá?

—¡Sí… mi hombrecito… sácala y métela, amor…!

Retraigo mis caderas y siento la fricción de mi pene cuando sale de su caverna, para volverla a meter lentamente.

—¿Así, mami, así? —le pregunto, nervioso.

—Sí, bebé, así… —resuella ella, lamiendo mis labios.

Y lo vuelvo hacer; saco mi falo y lo meto, con cadencia. Lo vuelvo a sacar y lo introdujo. La vagina comelona de mamá me la embebe cada vez que lo hago.

—¿Escuchas cómo chapoteas por tu coñito mami? —le digo sonriendo, sudando, satisfecho.

Amo la forma en que me la aprieta por dentro.

—¡Es que estoy muy mojada, mi bebé!

Las cadencias de mis penetraciones son acordes a nuestros besos, nuestras respiraciones.

—Sí, mamá, justo siento cómo se me resbala muy fácil hacia adentro cuando te la meto…

—¡La tienes muy dura, hijo…!

—¡Y tú me la aprietas muy rico… mamiii!

Mis cadencias se aceleran. Estoy casi tumbado completamente sobre ella. Mi pecho siente cómo sus pezones se clavan en mi piel, mientras sus gordas mamas se comprimen.

—¡Ay! —grita de pronto.

—¿Te lastimé? —me detengo, preocupado.

—¡No, no, amor! ¡Me gusta… me gusta cómo lo haces…! Fue un gemido de gusto…

—¿Entonces puedo ir más rápido? —le pido su beneplácito, mientras tengo enterrada toda mi verga en su vagina.

—Sí, bebé, un poco más rápido…

La saco de nuevo y se la encajo de golpe.

—¡Ha, hijoooo!

—¿Así, mami? ¿Te gusta así?

Mis penetraciones se vuelven más rápidas y duras.

—Sí, hijo, pero mueve tus caderas en hondas, para que tu pene se restriegue por todo mi interior.

—Tú dime cómo te gusta mami, quiero aprender a hacerte sentir placer.

Me aprieta mi falo justo cuando comienzo a sacarlo, y me quema su contacto.

—Justo así, mi amor… —me alienta gimiendo—, justo así… esa es la cadencia… justo así me gusta… muévete en hondas, amor, e intenta sacar la mitad de tu pene, y luego, cuando esté a la mitad, húndete fuerte.

—¿Así, má? —le pregunto cuando hago lo que me pide.

—Un poco más fuerte… mi hombrecito… Salte lento, a la mitad… y entiérramela más fuerte.

Le saco la mitad de mi verga de su cueva, como ella me lo pide, y se la dejo ir de golpe, para luego menearla dentro, en hondas.

—Sí, justo así, y ahora húndete fuerte.

Es fácil clavarme dentro de ella por la cantidad de humedad que expulsa de en su vagina.

—¿Oyes el golpe cuando me la metes toda, cielo?

—¡¡Sí… mi bebé… sí… justo así!!

—¡Cómo aprietas mami, cómo me la aplastas, qué gustazo!

—¡Sí, Tito, así… ese fuerte chapoteo, como un aplauso…, ¿lo oyes?!

—¡Sí, má, sí!

Mis vaivenes se han vuelto más sincronizados. Mamá grita, jadea, y yo bufo. Todo esto es demasiado para mí.

—¡Pues así es como se debe de escuchar, bebé, pero ahora de forma acelerada!

Mamá sabe cómo disfrutar. Y yo no quiero parecer un imbécil. Por eso hago exactamente lo que me pide y como me lo pide.

—¡Ohhh mamáaaa!

Sugey entierra sus dedos en mi espalda y siento cómo absorbe un poco más mi falo.

—¡Enséñame a darte placer, mami, por favor…!

—¡Así, justo así me gusta, amor, así….!

Mi glande se calienta en su fondo, y cuando nos besamos y ella acaricia mi espalda, yo restriego mi pecho contra sus tetas y me vuelvo loco. Me desenfreno.

Descompongo las cadencias de mis vaivenes y sólo me dejo llevar por mi instinto animal. Escucho los gritos de mamá que quedan atrapados en mi boca mientras la penetro fuerte, con mucha rapidez, y ella tiembla debajo de mí. Sus tetazas se aprietan a mi pecho.

Las fricciones de mi verga sobre su vagina carnosa me avisan de un próximo orgasmo, y se lo digo a mamá.

—¡Mamáaaa! ¡Mamáaaa!

La cabeza hierve, mis pálpitos se vuelven recurrentes.

—¡Eyacúlame dentro, amor, por favor! —adivina cuando mis bufidos son más densos.

—¡Me vengo… me vengo mamáaaa!

En mi última estocada ya no aguanto más y descargo mis testículos en su interior. Mi corrida y sus flujos vaginales se vierten entre sí. Y yo tiemblo de todo el cuerpo, jadeando sofocado.

—¡Hooo… hijo… has inundado de semen el útero de tu madre, donde estuviste antes de nacer!

Sus palabras me embrutecen. Estoy sudorosísimo. Ella está feliz y me sonríe.

—¡Joder! ¡Joder, mamáaa!

Mis últimos chorros escapan de mi falo y me tumbo sobre ella, como si todas mis fuerzas se hubiesen ido a través de mi semen. Y mamá me recibe con sus brazos, mimándome, y yo le digo muchas veces que la amo “te amo, mamá, te amo Suguey”

Giramos en mi cama una vez y ahora ella queda arriba de mí, y se incorpora y veo, engolosinado, cómo grandes goterones de semen salen de su abertura, mientras ella se menea para que mi eyaculación moje mis testículos.

—¡Eres todo un hombre, Ernesto! —me glorifica mamá.

—Y tú toda una mujer, Sugey.

Y así permanecemos un rato más, y yo, agitado, cierro los ojos, como muerto, mientras nos besamos hasta que ya no sé de mí.

***
Cuando abro los ojos noto que mamá está sentada en el borde la cama, mirando su teléfono.

Y es verla desnuda, con las tetas de fuera y su cabello ahora atado en la nuca, confirmar que lo que ha pasado ha sido real.

—Mami, ¿todo bien? —me preocupo, bostezando.

—Sólo veía la hora, mi hermoso dormilón —me sonríe.

Se gira hasta mí y quedo embobado con la forma en que sus enormes pechos botan.

—¿Es muy tarde, má?

—Todo está bien, mi pequeño —se inclina hasta mí y me revuelve el pelo. Yo no puedo dejar de ver sus enormes senos—. Sólo estaba viendo que faltan dos o tres horas para que vuelva tu padre y tu hermana.

—¿Y eso qué significa, mami? —me incorporo un poco más.

Mamá sonríe maliciosa.

—Significan dos o tres polvos más, ¿no crees, mi hombrecito?

Me acerco a ella y la beso alucinado, todavía caliente.

—Sí, mami. Si por mí fuera dedicaría todas mis horas a hacerte el amor.

Me muerde el labio inferior y acaricia mis genitales, que empiezan a despertar.

—¿Vamos a la ducha? —me pide, cuando comienzo a acariciarle sus tetas—. Estamos muy sudorosos.

—Me parece una idea maravillosa, mamá.

Nos levantamos, desnudos, y durante todo el trayecto de mi cuarto a la ducha, que está enfrente, nos desplazamos besándonos como dos enamorados, agasajándonos, acariciándonos. Amándonos. Dispuestos a continuar.