Terapia Sexual Intensiva (11)
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Gabriela le cuenta a su hermana Julieta una de sus aventuras sexuales más recientes.
CapĂtulo 11.
Hola, Charly. ¿Me extrañaste?
Decime que sĂ, para poder contarle a mi psicĂłlogo que mi diario me habla. ¡Le va a encantar! Eso sĂ que serĂa buen material para la terapia.
Te prometà que iba a contarte lo que pasó con mi familia cuando por fin me animé a permitir que mi mamá me depilara la concha. Debo decir que eso fue un éxito total, la tengo toda peladita y suave, como la cáscara de una manzana. Pero acá lo interesante fue el proceso, no el resultado final.
Mis padres llevaban varios meses adoptando la filosofĂa de vida de Gabriela, y ni siquiera estaba segura de quĂ© tan lejos habĂan llegado en ese asunto. Ahora sabĂa que, al menos una vez, la pija de mi papá estuvo dentro de la boca de mi hermana. Eso es algo que aĂşn me genera un morbo incĂłmodo.
Para mĂ esta filosofĂa de vida es algo nuevo. Me pude soltar bastante en la casaquinta de RubĂ©n, pero fue porque estaba deseosa de que me metieran una verga… y porque esos tipos no eran mis padres.
Mi mamá empezĂł pintarme el pubis con la brocha llena de espuma de afeitar. Fue delicioso. No sabĂa que esa brocha pudiera causarme un cosquilleo tan placentero… especialmente cuando acariciaba mi clĂtoris. IntentĂ© no mirar demasiado a Zulema a los ojos, porque aĂşn me daba pudor. Vi como Gabriela tomaba la mano de mi papá y le pedĂa que la acompañara. Se perdieron en el pasillo que comunica con las habitaciones. Supuse que mi hermana se llevĂł a Oscar para que yo no me sintiera tan expuesta… unos minutos más tarde descubrĂ que era una ilusa, por pensar asĂ.
Pero ahora lo que importa es cĂłmo mi mamá me estaba haciendo calentar, al poner tanto Ă©nfasis a la brocha llena de espuma. AbrĂ las piernas para ella tanto como pude y me pareciĂł que Zulema hacĂa un Ă©nfasis especial sobre mis zonas más sensibles… especialmente en mi clĂtoris. Le sonreĂ con timidez, en un intento por demostrarle que me sentĂa bien y que aprobaba lo que estaba haciendo.
―Por esto es que amo tanto afeitarme la concha de la forma tradicional ―me dijo. Me sorprendiĂł mucho que verbalizara lo que estaba ocurriendo. No podĂa quedarme callada, ella estaba intentando forjar un vĂnculo entre nosotras.
―SĂ, se siente de maravilla… dan ganas de jugar con la brocha, incluso sin tener nada para depilar.
―¿Y quién dijo que no lo hago? ―dijo ella, soltando una risita libidinosa.
―PensĂ© que vos tenĂas suficiente con tu dildo… y con papá.
―Eso es diferente. Me gusta la penetración ―se me paralizó el corazón al escuchar a mi madre afirmando eso―. Pero cuando se trata de sutilezas… ésto es lo mejor.
FrotĂł la brocha directamente sobre mi clĂtoris, esta vez sin ningĂşn tipo de disimulo.
―¡Uf… me encanta! ―Exclamé.
En ese momento volvieron Gabriela y Oscar. Ahora mi papá estaba completamente desnudo y con la pija bien dura. Mi hermana caminaba meneando las caderas, con sus firmes tetas en alto. Me quedé embobada mirándolos.
Oscar volviĂł a sentarse en su sillĂłn y yo me preguntĂ© quĂ© habrĂa hecho Gabriela para que el tipo tuviera la pija tan dura. ÂżLe bastĂł con tocarla un poco o llegĂł a metĂ©rsela en la boca? O tal vez dejĂł que Ă©l la arrimara por detrás, mientras le sobaba las tetas. Sea lo que fuere… debiĂł ser algo intenso, porque la erecciĂłn de mi papá era digna de una pelĂcula porno.
La escena era surrealista, Charly. EmpecĂ© a sentir que Ă©ramos la familia más extraña del mundo. Estábamos todos desnudos y evidentemente excitados… sexualmente excitados. Hasta podĂa notar, por el brillo en los ojos de mi mamá, que ella tenĂa la concha tan hĂşmeda como la mĂa… o como la de Gaby. No sabrĂa explicar por quĂ© o quĂ© era lo que me tenĂa tan caliente. No estaba fantaseando con ninguno de ellos. Es muy difĂcil de explicar. Generalmente mi excitaciĂłn sexual se centra en algo concreto: una buena pija, por ejemplo. Pero en ese momento no habĂa nada en particular que pudiera señalar como el foco de mi elevada temperatura sexual. TenĂa los pezones tan duros que casi me dolĂan, era increĂble.
Si me insistieran con este tema y tuviera que dar una respuesta más o menos concreta, dirĂa que mi calentura se debĂa a una suma de cosas: estar desnuda frente a mi familia; los manoseos indecentes con Gaby; que mi familia tambiĂ©n estuviera desnuda; la pija erecta de mi papá… sĂ, tambiĂ©n eso.
No, Charly, no estoy caliente con mi papá. Nunca dije eso. No jodas.
Sin embargo tengo que reconocer que tiene una buena verga, me recordó un poco a la de Rubén… y Rubén me dio una cogida tremenda, tal vez el miembro de mi papá solo me trae recuerdos del revolcón que me dieron en la casaquinta. Entonces me parece lógico que se me moje un poco la concha mirándole la verga. No tiene nada de malo.
Te sigo contando… ¿o pensás seguir interrumpiendo?
Mi mamá empezĂł con la tarea para la que yo me habĂa preparado mentalmente: la depilaciĂłn. Para mĂ es una novedad esto de tener la concha peladita, pero debo reconocer que a mi hermana le queda de maravilla.
Sobre la depilaciĂłn en sĂ no puedo contar mucho, Zulema lo hizo como si fuera una profesional. Me di cuenta de que no era la primera concha que depilaba… que no fuera la suya. Se ve que estuvo practicando mucho con Gaby; de lo contrario no me hubiera sentido tan tranquila al tener a otra persona con un instrumento cortante tan cerca de mi concha. Los pelitos desaparecieron como si nunca hubieran estado ahĂ. Mientras ella me los iba afeitando, notĂ© que Gaby se habĂa sentado en el sillĂłn, junto a mi papá. Era un sillĂłn individual, asĂ que los dos estaban medio apretados. Gabriela tenĂa una mano sobre la pija de Oscar, se la estaba acariciando lentamente, como si quisiera mantenerla erecta.
―Una vez que veas cómo te quedó la concha depilada, no vas a querer tener más pelitos ahà ―dijo mi hermana, hablando con total naturalidad.
―No sé, para mà esto es un experimento. Me gustan los pelitos, me parecen sexys.
―Tienen su encanto ―dijo mi papá―. Pero estoy seguro de que te va a quedar muy bien la depilación.
Me sorprendiĂł que Ă©l tambiĂ©n estuviera tan tranquilo. Puede que Gabriela los hubiera preparado para este momento, como lo hizo conmigo. Me preguntĂ© quĂ© mĂ©todos habrĂa empleado.
Tengo que reconocer, Charly, que este fue mi primer “momento familiar” en mucho tiempo. Gabriela tiene razĂłn al decir que yo me apartĂ© de mi familia. Me centrĂ© tanto en mi trabajo, y en la apatĂa que me causaba mi monĂłtona vida, que no me di cuenta de que en mi propia casa habĂa gente con la que podĂa pasar un buen rato.
TambiĂ©n tengo que admitir que esto de andar sin ropa ayuda muchĂsimo a entrar en confianza con la gente. Nunca antes habĂa hablado con tanta soltura con mis padres. Y sĂ, el estĂłmago me daba vueltas, el pecho me palpitaba a toda velocidad y me sentĂa completamente expuesta con las piernas abiertas… sin embargo todo eso era parte del proceso. Ya lo dijo Gaby, despuĂ©s de un tiempo una se acostumbra a estas cosas. Por eso decidĂ dejar de lado todas mis preocupaciones, las encerrĂ© en un cuarto oscuro, con doble candado, y tirĂ© la llave. Si alguna vez esas preocupaciones consiguen liberarse, te lo voy a contar; pero de momento puedo decir que estoy muy tranquila.
La parte más rara llegó cuando mi mamá terminó de depilarme. Usó una toalla húmeda para limpiar los restos de pelitos y de espuma de afeitar y puede ver mi Monte de Venus resplandeciendo. Fue muy raro ver mi concha sin pelitos.
Zulema empezĂł a buscar zonas que hubieran quedado sin afeitar y para eso se valiĂł de su tacto. AcariciĂł el Monte de Venus, tomándose su tiempo para recorrerlo completo, y luego bajĂł por la curva de mis labios vaginales. ComencĂ© a agitarme porque… me gustĂł. Nunca me habĂan acariciado la concha con tanta gentileza, ni siquiera mi ex novio. Es muy raro admitir que las primeras personas que me hicieron sentir placer tocando mi vagina fueron mi hermana y mi mamá; pero es la pura verdad. Mientras Zulema buscaba pequeños pelitos rebeldes, yo me quedĂ© mirando fijamente la pija de mi papá. Al parecer Gabriela se dio cuenta de Ă©sto y sus caricias se convirtieron en una suave masturbaciĂłn… casi como lo que mi mamá me estaba haciendo a mĂ.
SĂ, Charly. Porque Zulema no se limitĂł a recorrer los rincones de la parte externa de mi sexo, sino que recorriĂł el centro de mis labios vaginales de abajo hacia arriba en varias ocasiones. Incluso pude sentir sus dedos en la puerta de mi concha, como si estuvieran espiando quĂ© habĂa dentro. No se animaron a entrar, pero sĂ tocaron timbre.
Los dedos de mi mamá se entretuvieron durante un buen rato masajeando en cĂrculos mi clĂtoris.
Ahì fue cuando la calentura empezĂł a sentirse incĂłmoda… placentera, pero incĂłmoda. Al fin y al cabo esa mujer es mi mamá, y yo ni siquiera tengo tanta confianza con ella. ReaccionĂ© de forma un tanto brusca, cerrĂ© las piernas y me puse de pie. Zulema me mirĂł con incredulidad, ella seguĂa de rodillas en el piso. GirĂ© la cabeza y mirĂ© a Gabriela, ella seguĂa acariciando el miembro de mi papá y no parecĂa importarle mucho mi reacciĂłn.
Hice lo Ăşnico que se me ocurriĂł: volver a mi cuarto.
Pero a mitad del trayecto, en el pasillo, mi mamá me agarró la mano y me preguntó:
La notĂ© muy preocupada. ImaginĂ© que ella tenĂa miedo de que esas actitudes pseudosexuales me hubieran molestado. Yo no estaba molesta, solo incĂłmoda. Por eso decidĂ hacer algo para tranquilizarla. Le sonreĂ y hablĂ© con naturalidad.
―SĂ, está todo bien, mamá. Gracias por la depilaciĂłn, me encanta. A vos tambiĂ©n te queda preciosa ―le acariciĂ© la concha, incluso puedo decir que en mĂ hubo una pequeña intenciĂłn de causarle placer, porque fui directamente a su clĂtoris. Era mi forma de explicarle que no estaba enojada con ella, ni con nadie―. Solamente necesito estar sola un ratito ―dudĂ© unos instantes y al final fui sincera―. Quiero hacerme una paja… y prefiero estar sola.
―Ah bueno ―ella también sonrió. Al parecer sus miedos se desvanecieron―. Entonces que la disfrutes. ―Me dio un cálido abrazo. Se sintió realmente bien―. Después vos y yo vamos a tener una buena charla. ¿Te parece?
―SĂ, hace mucho que no tenemos una charla de madre e hija.
―Es que yo no quiero molestarte, porque siempre estás cansada… por el trabajo.
―Lo sĂ©; pero ahora quiero tomarme el trabajo más a la ligera. Me gustarĂa poder llegar a casa, descansar y disfrutar un poco de las horas libres que tengo. Yo te aviso cuando estĂ© lista para charlar.
―Bueno, está bien ―volvió a abrazarme―. Te quiero mucho, Julieta.
¡Ay, Charly! ¡No sabĂ©s lo bien que me hizo sentir eso! Realmente andaba muy necesitada de afecto. Me prendĂ a ella en el abrazo y te juro que no la querĂa soltar. Tal vez los mĂ©todos de Gabriela sean inapropiados; pero debo admitir que son muy efectivos. Esa chica está logrando que yo me acerque a mi familia como nunca antes lo habĂa hecho.
Por supuesto que después del abrazo entré a mi pieza y me hice una buena paja, tampoco iba a permitir que un momento emotivo me arruinara la calentura. Realmente necesitaba toquetearme un poco, especialmente después del encuentro cercano que tuve con Gabriela.
Mientras me masturbaba imaginĂ© a mi hermana, sentada en sofá junto a mi padre, tal y como los habĂa visto; pero en mi imaginaciĂłn ella le estaba chupando la pija. Me invadiĂł un incĂłmodo revoltijo en la boca del estĂłmago, que a la vez fue muy placentero. Porque ahora sabĂa que esa fantasĂa tenĂa algo de realidad. La verga de mi papá habĂa estado dentro de la boca de Gabriela… y yo ya la vi chupando pijas, sĂ© cĂłmo lo hace, y no me costĂł mucho elaborar una escena mental en la que ella le hacĂa un pete a Oscar.
No, Charly… otra vez con eso no. Dejame de joder. Ya te dije que no estoy caliente con mi papá. Pero una pija es una pija… sirve igual para las fantasĂas sexuales. Gabriela me lo explicĂł muy bien: es lĂłgico que al principio una se excite mirando a gente desnuda. Es parte del proceso de acostumbramiento.
ÂżY seguĂs jodiendo? ÂżQuĂ© tiene de malo que yo me haga una paja pensando en la verdad de mi papá? Tampoco es que se la haya chupado, eso lo hizo Gabriela, no yo. Ella es la que tiene que lidiar con ese asunto, ella sabrá si lo que hizo está mal o no. No es mi problema.
Además, por lo que me contó Gabriela, a mi papá también se le puso dura la chota más de una vez al mirarle el culo o la concha a su hija.
No, tampoco creo que mi papá haya obrado mal, Charly. Mirá que estás molesto hoy…
ÂżSe le parĂł la pija al mirar la concha de su hija? Ok, ÂżquĂ© problema hay? No lo culpo, Gaby tiene un cuerpo precioso, cualquier hombre heterosexual terminarĂa con la pija dura al verla desnuda.
Y si Gabriela se la chupó un rato, fue para enseñarle a mi mamá a hacerlo. Gaby solo quiere que nuestros padres tengan una vida sexual activa.
No, con mi mamá no te metas, Charly. Si ella me acarició un poco la concha fue solo como un gesto de confianza. No tiene nada que ver con que ella esté caliente conmigo.
Y lo que pasĂł con Gabriela ya te lo contĂ©, Charly. No tengo nada más que agregar. SĂ, nos manoseamos un poco y nos besamos de una forma en la que dos hermanas no deberĂan hacerlo. Pero… pero…
Hoy estás intratable, Charly. No se puede razonar con vos.
SĂ© que la Ăşltima vez nuestra charla no terminĂł en buenos tĂ©rminos. TodavĂa estoy enojada con vos; pero necesito que hagamos una pequeña tregua. Tengo que contarte algo muy importante que me pasĂł hace un par de dĂas. ReciĂ©n ahora encuentro el coraje para escribirlo, y a la Ăşnica persona (o cosa) que se lo puedo contar, es a vos.
Lo Ăşnico que te pido es que no me tortures con planteos absurdos. Ahora mismo no tengo ganas de volverme loca sacando conclusiones o analizando demasiado lo ocurrido. Lo que pasĂł es muy fuerte para mĂ y solamente necesito contarlo. Quizás algĂşn dĂa me tome el tiempo para analizarlo con detenimiento. Pero hoy no.
Bien. Entonces procedo a contarte y haceme el favor de no interrumpir.
Para ponerte en contexto te digo que esto ocurriĂł tres dĂas despuĂ©s de que mi mamá me depilara la concha, hace exactamente dos dĂas.
Todo empezó cuando llegué a mi casa, luego de una densa jornada de trabajo. Estaba de mal humor porque el encargado de mi área me citó a una reunión para explicarme que mi rendimiento estaba volviendo a bajar. Tuve unas semanas de buenas ventas, pero quedaron atrás. Ahora mismo me está costando mucho concentrarme en mi trabajo y puede que eso lo estén notando los clientes.
AbrĂ la puerta de mi casa con una sola idea en mente: dormir.
No tenĂa sueño, solo querĂa que ese dĂa terminara lo más rápido posible. Simplemente no tenĂa ganas de existir.
Pero todos mis planes se vieron alterados cuando al entrar me encontrĂ© con una escena de lo más peculiar. En el living estaban de pie mi hermana y mi papá, ambos miraban en mi direcciĂłn, por lo que ellos se dieron cuenta de mi presencia antes que yo de la de ellos. Sin embargo esto no detuvo lo que estaban haciendo. Ambos tenĂan la ropa puesta, algo que me sorprendiĂł, dado el nivel de nudismo que habĂa alcanzado mi familia. Gabriela tenĂa puesta ropa de gimnasio: un top muy ajustado que le inflaba las tetas y una calza que parecĂa estar pintada en sus torneadas piernas. Oscar la abrazaba desde atrás, y sus manos estaban muy ocupadas. Una (la izquierda), estaba sujetando firmemente una de las tetas de mi hermana. La otra se habĂa introducido en la calza y, sin ningĂşn lugar a dudas, estaba acariciando la concha de Gabriela. No tengo dudas de esto porque, además de ver la mano metida en la entrepierna de mi hermana, tambiĂ©n podĂa notar el constante movimiento de los dedos.
Gabriela me sonreĂa, como si nada raro estuviera pasando, y mi papá, a pesar de que me estaba mirando, no parecĂa interesado en mi presencia. Esa mano se movĂa a buen ritmo… literalmente le estaba haciendo una paja a su hija.
Puedo entender ciertas cosas de la filosofĂa de Gabriela y tal vez hasta podrĂa quitarme algunos tabĂşes sobre el sexo; pero no serĂa capaz de aguantar que mi papá me toque la concha de esa manera. Sin embargo mi hermana lo estaba disfrutando, podĂa verlo en el brillo de sus ojos y en la forma en la que me sonreĂa.
―Hola, hermanita ―me saludó Gaby, como si yo hubiera aparecido recién, a pesar de que ya llevaba unos cuantos segundos observándolos―. A nosotras nos quedó una charla pendiente ¿no te parece?
―Em, sĂ… puede ser ―la verdad es que no sabĂa a quĂ© charla se referĂa. En ese momento solo podĂa pensar en que mi papá la estaba pajeando.
Cuando ella se alejĂł de Oscar, vi que Ă©l tenĂa la verga fuera del pantalĂłn, completamente dura. Se la sacudiĂł un poco y cuando Gaby le hizo una seña, Ă©l fue a sentarse a su sillĂłn. Mi hermana se me acercĂł, me tomĂł del brazo y me dijo:
―VenĂ, vamos a tu pieza, para charlar más cĂłmodas.
Mientras nos dirigĂamos hacia el dormitorio, girĂ© la cabeza y vi que mi papá se estaba haciendo una paja. Eso me acalorĂł mucho, y al mismo tiempo me hizo sentir incĂłmoda, porque sabĂa que Ă©l estaba pensando en la concha de su hija.
Cuando entramos a mi cuarto, Gabriela cerrĂł la puerta y lo primero que hizo fue quitarse la remera, mostrándome sus grandes y blancas tetas. Esto no me molestĂł en absoluto, al contrario, me divirtiĂł. Ya no sentĂa ningĂşn tipo de pudor al ver a mi hermana desnuda.
―¿Tuviste un dĂa muy pesado? ―Me preguntĂł. Eso es raro en ella, nunca se preocupĂł demasiado por mi dĂa a dĂa.
―SĂ, fue bastante pesado. Hay veces en las que me pregunto por quĂ© vuelvo a ese maldito trabajo.
―¿Y por quĂ© volvĂ©s? ―Se acercĂł mucho a mĂ. Me abrazĂł, posando sus tetas contra las mĂas, y me agarrĂł ambas nalgas con fuerza.
―No sé… es mi única fuente de ingresos. No me imagino trabajando en otra cosa.
Ella me sonriĂł de forma libidinosa y mientras acariciaba mis nalgas dijo:
―No te preocupes, hermanita. Yo voy a hacer que te sientas mejor. ―Acto seguido, me besó en la boca, como si fuera mi novia.
Se me heló la sangre, no porque eso me pareciera algo malo, sino porque me excité. Mucho. Se me mojó la concha al instante y eso me produjo una fuerte sensación de culpa. Pero, a pesar de esto, en ningún momento intenté alejarme de ella.
Gabriela empezó a quitarme la blusa y me desprendió el pantalón, esta tarea le llevó un tiempo, ya que en el trabajo me obligan a usar pantalones con cintos. Yo también colaboré, de pronto la ropa comenzó a sentirse como un estorbo. Incluso la ayudé a quitarse su pantalón. Lo hicimos intercambiando besos intermitentes.
El corazĂłn se me puso a mil, porque la Ăşltima vez que hice algo asĂ fue con un hombre. Nunca lo habĂa hecho con una mujer… y mucho menos con mi propia hermana.
Cuando las dos estuvimos completamente desnudas, ella me guió hasta la cama. Nos acostamos una junto a la otra, abrazadas, mirándonos de frente.
―¿Cuál es esa charla que tenemos pendiente? ―Pregunté, sin poder dejar de mirar sus expresivos ojos.
―¿No te acordás? Justo antes de que mamá te depilara la concha me preguntaste algo…
Intenté hacer memoria y la respuesta llegó a mà súbitamente.
―¡Ah, sĂ! Ahora me acuerdo. Vos me dijiste que ya habĂas probado una concha ―ella asintiĂł con la cabeza, manteniendo una simpática y pĂcara sonrisa―. ÂżMe vas a contar sobre eso?
―Depende. ¿Te molesta el sexo lésbico?
―No tengo una opinión formada sobre el sexo lésbico. Creo que nunca me puse a pensarlo. Simplemente me pasé la vida ignorándolo, como si fuera algo que ocurre lejos.
―Bueno, te aclaro que no ocurre tan lejos de vos… y ese rato que pasamos juntas antes de tu depilaciĂłn… algunos lo podrĂan interpretar como sexo lĂ©sbico.
―Yo más bien lo vi como una intensa charla entre hermanas. Una charla atĂpica, pero nada más.
―¿Nada más? ―De pronto sentà un cosquilleo en mi concha. No tuve que bajar la mirada para darme cuenta que se trataba de los dedos de Gabriela―. Recuerdo que te mojaste mucho cuando te toqué.
―SĂ, es cierto ―dije, avergonzada―. Pero yo lo vi como una prueba… algo que hacĂas para que yo me quitara algĂşn tabĂş sexual. ÂżNo fue por eso?
―SĂ, claro. Fue por eso… ay, me encanta lo suavecita que te quedĂł ―sus caricias se extendieron por todo mi monte de venus.
Por supuesto que ella no se limitĂł a acariciarme solo por arriba. DespuĂ©s de lo que ocurriĂł la Ăşltima vez, prácticamente le habĂa dado permiso a mi hermana para que me tocara la concha a discreciĂłn. Sus habilidosos dedos recorrieron mis hĂşmedos labios vaginales y luego se introdujeron de a dos por el agujero. Ésto me produjo un leve dolor, ya que entrĂł con dos dedos a la vez, sin esperar a que yo estuviera dilatada; pero debo admitir que esa sensaciĂłn me gustĂł mucho. El placer se intensificĂł cuando Gabriela posĂł su pulgar sobre mi clĂtoris y, sin sacar los otros dos dedos de mi concha, lo masajeĂł formando pequeños cĂrculos.
―¿Nos pajeamos? ―Preguntó mi hermana.
―Bueno ―le dije con una amplia sonrisa―. Pero para que yo pueda pajearme, vas a tener que sacar los dedos de ahĂ…
―No, tonta. Me refiero a que nos pajeemos la una a la otra… como la vez pasada. Yo te pajeo a vos, y vos me pajeás a mĂ.
La mirĂ© confundida, a mi mente le costaba funcionar con claridad, porque ella no dejĂł de mover los dedos en ningĂşn momento… y mi calentura se hacĂa cada vez más intensa.
Aclaremos algo, Charly: en una situaciĂłn normal le hubiera dicho que no. Pero dado el nivel de excitaciĂłn que tenĂa… y a que era algo que ya habĂamos hecho una vez, no pude negarme.
A tientas busquĂ© su vagina y empecĂ© a explorarla de la misma forma que ella lo estaba haciendo con la mĂa.
―Esto es muy raro ―le dije a mi hermana.
―Puede que para otras familias lo sea, pero a mà ya no me parece tan raro. Es re lindo que otra persona te haga una paja… se siente mucho mejor. Ayer hice esto mismo con mamá.
―¿Qué? ¿Con mamá? ―Por alguna razón eso me incentivó a masturbar más rápido a Gabriela. Tal vez fue porque de esa forma le demuestro que estoy interesada en lo que está diciendo―. ¿Cómo pasó eso?
―No hay mucho misterio. Fue más o menos como lo que estamos haciendo nosotras ahora… pero en mi pieza. Le preguntĂ© si tenĂa ganas de que le hiciera una rica paja… y ella aceptĂł.
―Me cuesta mucho imaginar a mamá en esa situación…
―¿Y por quĂ© no lo probás algĂşn dĂa? ―Sus dedos se movieron en mi interior―. Estoy segura de que ella no se va a negar.
―Me da mucha vergüenza. No tengo tanta confianza con mamá… y sé que ella tampoco la tiene conmigo.
―Yo creo que ustedes dos se podrĂan llevar muy bien. Son bastante cariñosas…
―Gaby Âżte puedo hacer una pregunta seria? Y me gustarĂa que tu respuesta fuera lo más honesta posible.
―SĂ, decime ―dijo ella, sin intimidarse ni un poquito.
―Cuando dijiste que habĂas probado una concha… Âżte referĂas a mamá?
―No, la verdad es que hablaba de otra persona.
―¿Segura? Porque si fue con ella, me lo podés contar.
―Nunca hice algo asĂ con mamá, Julieta. De verdad me referĂa a otra persona.
―Mmm… no te lo puedo decir. Le prometĂ a esa persona que no contarĂa nada.
―Ay, pero yo quiero saber ―de la nada surgiĂł en mi interior el rol de “pendeja seductora”, hice pucherito y le masajeĂ© mucho el clĂtoris, sin dejar de mover los dedos dentro de su concha―. ÂżNo me vas a contar nada?
―Si me lo pedĂs asĂ, no me puedo negar. Te puedo contar un poco… pero no te voy a decir el nombre. Solo te puedo decir que es una mujer del barrio, vive por acá cerca.
―No, de la edad de mamá… aproximadamente.
―¿Y estás segura de que no es mamá?
―Ya te dije que no, Juli. No es mamá.
―Mm… Âżentonces es Claudia? ―MencionĂ© a la mujer que vivĂa frente a nuestra casa. TenĂa dos hijos varones medio pelotudos y un marido que se pasaba el dĂa trabajando. Era lo suficientemente bonita como para que mi hermana se fijara en ella.
―Claudia es linda, pero no me refiero a ella.
―Entonces… em… ÂżSofĂa? ―Ella vivĂa a una cuadra de nuestra casa y algunas veces pasaba a visitar a mi mamá, para tomar mates. Una clásica solterona. TenĂa fama de ser medio “ligerita de bombacha”.
―Creo que me podrĂa coger a SofĂa… pero a ella le gusta mucho la pija. Lo sĂ© porque un tipo que me cogĂa a mĂ, tambiĂ©n se la cogĂa a ella, y me contĂł de que alguna vez se la cogieron entre varios.
―Wow, yo solo habĂa escuchado rumores.
―Hay muchas historias de sexo interesantes en el barrio… en todos los barrios. Vos nunca podés estar segura de lo que pasa detrás de cada puerta.
―Cada casa es un mundo ―aseguré.
―Exacto. Pero no me referĂa a SofĂa, y dejá de decir nombres, porque no te voy a decir quiĂ©n es, aunque aciertes.
―Está bien, aunque eso no quita que yo pueda hacer averiguaciones por mi cuenta.
―PodĂ©s intentarlo ―me mirĂł desafiante y presionĂł mi clĂtoris con fuerza, haciĂ©ndome soltar un gemido de placer. Ella aprovechĂł que mi boca quedĂł abierta… y me besĂł.
Ay, sĂ Charly… ya sĂ©. No está bien que me estĂ© dando estos besos con mi hermana… pero carajo, ando muy necesitada de cariño, y Gabriela besa muy bien. Nunca creĂ que me pudiera gustar el beso de una mujer… sin embargo esto me está haciendo dudar. Hasta me estuve preguntando quĂ© se sentirĂa besar a otra, que no fuera mi hermana.
Y no me vengas con ese discurso de las tendencias lésbicas. Te dije que hoy no quiero sobreanalizar las cosas. Solamente quiero contarte lo que pasó, y punto. No me jodas.
Bien. Continúo con lo que me contó Gabriela, después de que nuestro beso terminó:
―Se trata de una mujer que vive sola ―dijo, sin dejar de masturbarme. Yo tampoco me detuve―. No creo que adivines muy fácil, porque hay varias mujeres solteras en el barrio. En fin, un dĂa me encontrĂ© con esta mujer en la puerta de su casa. Estaba regando las plantas con una manguera y me di cuenta de que lloraba. Esto me sorprendiĂł mucho. Por eso me detuve y le preguntĂ© si le pasaba algo malo.
―Qué raro vos, preocupándote por los demás.
―Hey, puedo ser narcisista… y algo egocéntrica; pero eso no significa que no me importen las demás personas.
Debo admitir que tiene algo de razĂłn, porque Ăşltimamente se está preocupando mucho por mĂ.
―En fin, la mujer me dijo que no le pasaba nada; sin embargo me pareciĂł que me lo dijo para evitarse la vergĂĽenza. Entonces me sentĂ© en el cantero de su casa. Cuando ella me preguntĂł quĂ© hacĂa, le dije que no me iba a ir de ahĂ hasta que me contara lo que le pasaba. Supuse que se habĂa muerto alguien cercano a ella, o que le habĂan diagnosticado alguna enfermedad horrible. Pero no. Cuando se dio cuenta de que yo no me iba a mover, resignada me dijo: “Lo que pasa es que estoy muy sola”.
―Oh… pobrecita ―casi me largo a llorar.
―SĂ, me partiĂł el alma. Entonces le dije que, si ella tenĂa ganas, me podĂa quedar a tomar mates. Me respondiĂł que ella preferĂa el tĂ©.
―No te imagino tomando el té con señoras solteronas.
―Yo tampoco. Fue muy raro… pero para todo hay una primera vez en la vida. ¿Cierto?
―Para todo, no. Pero me imagino que tu vida estará llena de “primeras veces”.
―Bueno, tengo que admitir que me gusta “explorar” diferentes emociones. Lo de tomar el tĂ© con esta mujer no estuvo tan mal. Me di cuenta de que ella es bastante divertida y tiene lindas anĂ©cdotas sobre su juventud. EmpecĂ© a visitarla casi todos los dĂas.
―Porque siempre voy en el horario en el que vos estás trabajando.
―Y bueno, nos hicimos amigas. Tan amigas que ella un dĂa me confesĂł que lo que la tenĂa verdaderamente mal no era la soledad… sino las ganas de coger. Imaginate, la pobre mujer, a pesar de ser bonita, habĂa pasado los Ăşltimos siete años de su vida sin que le dieran una buena cogida.
―¿Y por qué? Si es tan bonita…
―Por lo mismo que vos, Julieta: baja autoestima. ―Eso fue un garrotazo en toda la nuca―. A ella le pasa lo mismo que a vos, piensa que a nadie le va a interesar tener sexo con ella… y quienes lo hagan la van a usar como un trapo y despuĂ©s la van a dejar tirada. Además es muy vergonzosa. No le gusta eso de andar encarando tipos para que se la cojan. Ah, y como si todo esto fuera poco: siempre se preocupa por “el quĂ© dirán”. No quiere que sus vecinos vean que a su casa entra gente a cada rato. Y le preguntĂ© si le molestaba que yo la visitara… por lo que podrĂan opinar los vecinos. Me mirĂł raro, como si le estuviera hablando en chino. Le tuve que explicar que las mujeres tambiĂ©n pueden tener sexo entre ellas. Se horrorizĂł de solo pensar que algĂşn vecino pudiera estar contando que ella tenĂa aventuras lĂ©sbicas. Pero no le importĂł que yo la visitara, al fin y al cabo a ella le parecĂa imposible que una chica tan joven y hermosa como yo tuviera interĂ©s en una vieja solterona… y estas fueron sus palabras textuales. No estoy haciendo alarde de nada.
―SĂ, te creo ―mirĂ© fijamente a mi hermana a los ojos―. Te creo porque si yo estuviera en el lugar de esa mujer, te hubiera dicho exactamente lo mismo.
―Porque son dos boludas que no saben apreciar lo hermosas que son.
―Bueno, gracias… supongo. ―Hicimos una breve pausa, en la que nos concentramos en mandarnos dedo más rápido―. ¿Qué más pasó con esta mujer?
―PasĂł lo que tenĂa que pasar… pero no fue fácil. Vos ya me conocĂ©s, no me gusta andar con vueltas. AsĂ que se lo dije directamente: “¿QuerĂ©s que te chupe la concha?”. Casi se desmaya cuando me escuchĂł.
―La cuestiĂłn es que a ella todo el asunto le parecĂa una locura. Algo inverosĂmil. Sin embargo yo insistĂ. Le asegurĂ© que estaba dispuesta a chuparle la concha, si ella querĂa, y que llevaba tiempo con ganas de probar una. Nos podĂamos hacer un favor mutuamente: ella me dejaba comerle la concha, yo le brindaba un poco de ese placer sexual que tanto andaba buscando.
―No. Me echó de la casa. Pero no lo hizo de mala manera. Solamente me pidió que me retirase. Antes de irme le dije que si llegaba a cambiar de opinión, yo estaba dispuesta a chupársela todo lo que hiciera falta, para satisfacerla.
―Dios… sos demasiado directa, Gabriela. No me extraña que esa mujer te haya echado de su casa.
―Ya te dije, a mà no me gusta andar con vueltas. Para mà el sexo es algo que se hace en común acuerdo con dos o más personas. A veces me cuesta entender por qué la gente tiene tantos tabúes con el tema.
―A mà lo que me sorprende es que vos no tengas prácticamente ningún tabú con el sexo. Pero bueno, volviendo a esta señora… me imagino que esa no fue la última vez que la viste.
―No. Y la mejor parte viene ahora. Una tarde yo estaba en mi pieza, mirando tele, lo más tranquila, y mamá me avisa que me buscaba alguien. Era esta mujer, y estaba roja…
―Seguramente muerta de la vergüenza.
―SĂ, porque para ella no fue nada fácil decidirse, y mucho menos venir a buscarme. SegĂşn lo que me contĂł, para ella fue un momento muy difĂcil, especialmente mirar a mamá a los ojos. Es decir…
―VenĂa a buscar a la hija de esa señora para que le chupara la concha…
―Claro. Pero a mĂ me gustĂł que se animara a venir. Cuando le preguntĂ© quĂ© querĂa, se quedĂł muda. Tal vez esperĂł a que yo respondiera por ella; pero no lo hice. InsistĂ. Le volvĂ a preguntar: “¿QuĂ© querĂ©s?”. Hasta que por fin tomĂł coraje y me dijo: “CambiĂ© de opiniĂłn”. “¿Con quĂ©?”, le preguntĂ©.
―Ay, Gaby… qué maldita que sos. Cómo te gusta hacer sufrir a la gente.
―No le preguntĂ© por eso… querĂa que ella fuera sincera consigo misma. Que lo dijera en voz alta, que asumiera que lo que buscaba era que yo le chupara la concha. Y no le dejĂ© de insistir hasta que lo escuchĂ© de sus propios labios: “Quiero que me chupes la concha”.
―Uf, qué fuerte… pero me encanta que se haya animado a decirlo.
―SĂ, a mĂ tambiĂ©n. AhĂ nomás nos fuimos para su casa. Ella estaba super nerviosa. Cuando estuvimos en la cama me dijo que ella, por nada del mundo, estaba preparada para tener sexo con una mujer. Y yo le asegurĂ© que no buscaba que ella me complaciera a mĂ. Me alcanzaba con que abriera las piernas y se dejara comer la concha. Tengo que admitir que yo estaba sĂşper contenta, para mĂ era una de esas “primeras veces” que tanto me gusta experimentar. La mujer se acostĂł en la cama, separĂł las piernas y me mostrĂł la concha… ni siquiera tenĂa puesta una tanga, estaba decidida a que yo se la comiera. TenĂa la concha peluda y esto me dio cierta ternura.
―No sé… como si ella fuera más inocente. Hoy en dĂa casi todas las mujeres que se preparan para tener sexo sienten la necesidad de depilarse la concha. Pero me gustĂł que ella no lo hiciera.
―¿Y vos? ¿Te animaste a hacerlo?
―SĂ… yo no me tiro para atrás cuando decido algo. Ni siquiera le di tiempo a arrepentirse, ahĂ nomás metĂ la cabeza entre sus piernas y empecĂ© a chuparle los labios de la concha. Estaban muy ricos, por cierto.
―¿Asà nomás? ¿Sin ningún tipo de preámbulo? ¿Te mandaste directamente a chuparla?
―SĂ, me pareciĂł mejor hacerlo asĂ, porque de esa forma disminuĂa la expectativa de la mujer. TenĂa la certeza de que si le daba mucho tiempo para pensar, cancelarĂa todo. AsĂ que me mandĂ© a chuparla y ella, como si le hubiera dado una descarga elĂ©ctrica, empezĂł a sacudirse y a gemir. Fue instantáneo. No parĂł de gemir y de moverse… y yo se la chupĂ© con cada vez más ganas ―con esas mismas ganas nos estábamos pajeando la una a la otra… y yo ya estaba cerca del orgasmo―. Obviamente no me quedĂ© solo con la concha, le mentĂ un poquito; porque tambiĂ©n subĂ, para chuparle las tetas. Pero esto no le molestó… es más, unos minutos más tarde me pidiĂł si podĂa volver a chuparle las tetas, porque le habĂa gustado mucho. Por supuesto que lo hice.
―Ay, Gaby ―suspiré―. Me encanta que hayas hecho una buena acción por esta mujer.
―¿Una? Le chupé la concha como diez veces.
―Y… sĂ… más o menos. No las contĂ©, pero debo haber ido a su casa unas diez veces. Hubo dĂas en los que me mandĂł un mensaje de texto para que se la chupe a la mañana, y a la tarde ya me lo estaba pidiendo de nuevo. Para que yo fuera, me mandaba fotos de la concha bien abierta. Esto se lo pedĂ yo. Le dije: “Si querĂ©s que te coma la concha, tenĂ©s que provocarme un poquito… y a mĂ me encantan las fotos porno”. A ella le costĂł un montĂłn animarse a sacarse esas fotos… porque yo le pedĂ que se le viera la cara, de ser posible.
―SĂ. Todo. La cara, el culo, la concha… las tetas. QuerĂa que se esmerase.
―No, ya no. O sea, a veces la veo… y de vez en cuando ella me manda algunas fotos porno bastante interesantes. Pero ya no se la chupo más.
―Porque eso de que yo no necesitaba que me la chupen era solo por las primeras veces, para que ella fuera entrando en clima.
―SĂ. Me dijo que no podĂa. Lo cual me resultĂł muy raro, porque cada vez que estuve con ella me quedĂ© en tanga y ella me mirĂł mucho el culo… incluso, en caliente, me hizo comentarios como: “QuĂ© orto más hermoso que tenĂ©s, pendeja”.
―Por ahà te lo dijo para que vos le chuparas la concha con más ganas.
―Puede ser, pero sĂ© diferenciar cuando alguien me mira con ganas. Y eso no es todo. El intercambio de fotos fue mutuo… ella me pidiĂł que le mandara fotos de mis tetas, o de mi culo en tanga. Incluso llegĂł a decirme que se hacĂa pajas mirando esas fotos. Cuando me pidiĂł que le mandara alguna imagen sin tanga, le dije que no. Si ella quiere verme la concha, me la tiene que chupar.
―No, porque para ella es un sacrilegio admitir que le calienta una mujer. Pero bien que se deja comer la concha por una…
―Ay, quĂ© lástima que todo haya terminado asĂ.
―SĂ, es una pena, porque ya le estaba agarrando el gustito a esto de comer concha. Me gusta mucho.
―¿De verdad? ―PreguntĂ©, masajeando su clĂtoris.
―SĂ… es decir, sigo prefiriendo la pija; pero si veo una chica linda dispuesta a entregar la concha, se la chupo sin problemas.
Para ese momento el relato de mi hermana ya habĂa llegado a su fin. Lo Ăşnico que hicimos de ahĂ en adelante fue mirarnos a los ojos y pajearnos la una a la otra. Ella se esmerĂł mucho, metiĂł y sacĂł los dedos de mi concha a gran velocidad. Me esforcĂ© para seguirle el ritmo.
Hubo otro beso… muy intenso, con mucha lengua, y debo admitir que esta vez fui yo la que buscó su boca… es que… uff… dios… está bien, Charly, lo admito: me gusta besar a Gabriela. Tiene una boca hermosa y se me suben todos los colores a la cara cuando me mete la lengua. Pero no pienses nada raro, estoy segura de que esto se debe a que ella besa bien, y no estoy acostumbrada a besar personas que lo hagan tan bien. Esto no tiene un trasfondo lésbico, o incestuso. Estoy aprendiendo a besar, y Gabriela es una gran maestra.
SĂ, ya sĂ© que con tanta paja me hizo acabar… y sĂ, esto pasĂł mientras nos besábamos. Puede que ella tambiĂ©n haya llegado al clĂmax en ese preciso momento; pero… pero…
No sé por qué te tengo que dar explicaciones a vos, que sos un objeto inanimado. Lo que pasó, pasó… no tengo ganas de andar analizando las cosas.
TenĂa que contarlo y ya te lo contĂ©. No me pidas más que eso, porque ahora mismo no puedo. No me da la cabeza para procesar en profundidad todo lo que ocurriĂł. Siento que el cerebro me va a estallar, asĂ que prefiero quedarme con el recuerdo de que fue algo bonito. Las dos disfrutamos mucho… y ya está. Ya pasĂł.