May 18

Terapia Sexual Intensiva (11)

Tiempo estimado de lectura: [ 29 min. ]

Gabriela le cuenta a su hermana Julieta una de sus aventuras sexuales más recientes.

CapĂ­tulo 11.

Hola, Charly. ¿Me extrañaste?

Decime que sí, para poder contarle a mi psicólogo que mi diario me habla. ¡Le va a encantar! Eso sí que sería buen material para la terapia.

Te prometí que iba a contarte lo que pasó con mi familia cuando por fin me animé a permitir que mi mamá me depilara la concha. Debo decir que eso fue un éxito total, la tengo toda peladita y suave, como la cáscara de una manzana. Pero acá lo interesante fue el proceso, no el resultado final.

Mis padres llevaban varios meses adoptando la filosofía de vida de Gabriela, y ni siquiera estaba segura de qué tan lejos habían llegado en ese asunto. Ahora sabía que, al menos una vez, la pija de mi papá estuvo dentro de la boca de mi hermana. Eso es algo que aún me genera un morbo incómodo.

Para mí esta filosofía de vida es algo nuevo. Me pude soltar bastante en la casaquinta de Rubén, pero fue porque estaba deseosa de que me metieran una verga… y porque esos tipos no eran mis padres.

Mi mamá empezó pintarme el pubis con la brocha llena de espuma de afeitar. Fue delicioso. No sabía que esa brocha pudiera causarme un cosquilleo tan placentero… especialmente cuando acariciaba mi clítoris. Intenté no mirar demasiado a Zulema a los ojos, porque aún me daba pudor. Vi como Gabriela tomaba la mano de mi papá y le pedía que la acompañara. Se perdieron en el pasillo que comunica con las habitaciones. Supuse que mi hermana se llevó a Oscar para que yo no me sintiera tan expuesta… unos minutos más tarde descubrí que era una ilusa, por pensar así.

Pero ahora lo que importa es cómo mi mamá me estaba haciendo calentar, al poner tanto énfasis a la brocha llena de espuma. Abrí las piernas para ella tanto como pude y me pareció que Zulema hacía un énfasis especial sobre mis zonas más sensibles… especialmente en mi clítoris. Le sonreí con timidez, en un intento por demostrarle que me sentía bien y que aprobaba lo que estaba haciendo.

―Por esto es que amo tanto afeitarme la concha de la forma tradicional ―me dijo. Me sorprendió mucho que verbalizara lo que estaba ocurriendo. No podía quedarme callada, ella estaba intentando forjar un vínculo entre nosotras.

―Sí, se siente de maravilla… dan ganas de jugar con la brocha, incluso sin tener nada para depilar.

―¿Y quién dijo que no lo hago? ―dijo ella, soltando una risita libidinosa.

―Pensé que vos tenías suficiente con tu dildo… y con papá.

―Eso es diferente. Me gusta la penetración ―se me paralizó el corazón al escuchar a mi madre afirmando eso―. Pero cuando se trata de sutilezas… ésto es lo mejor.

FrotĂł la brocha directamente sobre mi clĂ­toris, esta vez sin ningĂşn tipo de disimulo.

―¡Uf… me encanta! ―Exclamé.

En ese momento volvieron Gabriela y Oscar. Ahora mi papá estaba completamente desnudo y con la pija bien dura. Mi hermana caminaba meneando las caderas, con sus firmes tetas en alto. Me quedé embobada mirándolos.

Oscar volvió a sentarse en su sillón y yo me pregunté qué habría hecho Gabriela para que el tipo tuviera la pija tan dura. ¿Le bastó con tocarla un poco o llegó a metérsela en la boca? O tal vez dejó que él la arrimara por detrás, mientras le sobaba las tetas. Sea lo que fuere… debió ser algo intenso, porque la erección de mi papá era digna de una película porno.

La escena era surrealista, Charly. Empecé a sentir que éramos la familia más extraña del mundo. Estábamos todos desnudos y evidentemente excitados… sexualmente excitados. Hasta podía notar, por el brillo en los ojos de mi mamá, que ella tenía la concha tan húmeda como la mía… o como la de Gaby. No sabría explicar por qué o qué era lo que me tenía tan caliente. No estaba fantaseando con ninguno de ellos. Es muy difícil de explicar. Generalmente mi excitación sexual se centra en algo concreto: una buena pija, por ejemplo. Pero en ese momento no había nada en particular que pudiera señalar como el foco de mi elevada temperatura sexual. Tenía los pezones tan duros que casi me dolían, era increíble.

Si me insistieran con este tema y tuviera que dar una respuesta más o menos concreta, diría que mi calentura se debía a una suma de cosas: estar desnuda frente a mi familia; los manoseos indecentes con Gaby; que mi familia también estuviera desnuda; la pija erecta de mi papá… sí, también eso.

No, Charly, no estoy caliente con mi papá. Nunca dije eso. No jodas.

Sin embargo tengo que reconocer que tiene una buena verga, me recordó un poco a la de Rubén… y Rubén me dio una cogida tremenda, tal vez el miembro de mi papá solo me trae recuerdos del revolcón que me dieron en la casaquinta. Entonces me parece lógico que se me moje un poco la concha mirándole la verga. No tiene nada de malo.

Te sigo contando… ¿o pensás seguir interrumpiendo?

ÂżNo? Bueno, entonces sigo:

Mi mamá empezó con la tarea para la que yo me había preparado mentalmente: la depilación. Para mí es una novedad esto de tener la concha peladita, pero debo reconocer que a mi hermana le queda de maravilla.

Sobre la depilación en sí no puedo contar mucho, Zulema lo hizo como si fuera una profesional. Me di cuenta de que no era la primera concha que depilaba… que no fuera la suya. Se ve que estuvo practicando mucho con Gaby; de lo contrario no me hubiera sentido tan tranquila al tener a otra persona con un instrumento cortante tan cerca de mi concha. Los pelitos desaparecieron como si nunca hubieran estado ahí. Mientras ella me los iba afeitando, noté que Gaby se había sentado en el sillón, junto a mi papá. Era un sillón individual, así que los dos estaban medio apretados. Gabriela tenía una mano sobre la pija de Oscar, se la estaba acariciando lentamente, como si quisiera mantenerla erecta.

―Una vez que veas cómo te quedó la concha depilada, no vas a querer tener más pelitos ahí ―dijo mi hermana, hablando con total naturalidad.

―No sé, para mí esto es un experimento. Me gustan los pelitos, me parecen sexys.

―Tienen su encanto ―dijo mi papá―. Pero estoy seguro de que te va a quedar muy bien la depilación.

Me sorprendió que él también estuviera tan tranquilo. Puede que Gabriela los hubiera preparado para este momento, como lo hizo conmigo. Me pregunté qué métodos habría empleado.

Tengo que reconocer, Charly, que este fue mi primer “momento familiar” en mucho tiempo. Gabriela tiene razón al decir que yo me aparté de mi familia. Me centré tanto en mi trabajo, y en la apatía que me causaba mi monótona vida, que no me di cuenta de que en mi propia casa había gente con la que podía pasar un buen rato.

También tengo que admitir que esto de andar sin ropa ayuda muchísimo a entrar en confianza con la gente. Nunca antes había hablado con tanta soltura con mis padres. Y sí, el estómago me daba vueltas, el pecho me palpitaba a toda velocidad y me sentía completamente expuesta con las piernas abiertas… sin embargo todo eso era parte del proceso. Ya lo dijo Gaby, después de un tiempo una se acostumbra a estas cosas. Por eso decidí dejar de lado todas mis preocupaciones, las encerré en un cuarto oscuro, con doble candado, y tiré la llave. Si alguna vez esas preocupaciones consiguen liberarse, te lo voy a contar; pero de momento puedo decir que estoy muy tranquila.

La parte más rara llegó cuando mi mamá terminó de depilarme. Usó una toalla húmeda para limpiar los restos de pelitos y de espuma de afeitar y puede ver mi Monte de Venus resplandeciendo. Fue muy raro ver mi concha sin pelitos.

Zulema empezó a buscar zonas que hubieran quedado sin afeitar y para eso se valió de su tacto. Acarició el Monte de Venus, tomándose su tiempo para recorrerlo completo, y luego bajó por la curva de mis labios vaginales. Comencé a agitarme porque… me gustó. Nunca me habían acariciado la concha con tanta gentileza, ni siquiera mi ex novio. Es muy raro admitir que las primeras personas que me hicieron sentir placer tocando mi vagina fueron mi hermana y mi mamá; pero es la pura verdad. Mientras Zulema buscaba pequeños pelitos rebeldes, yo me quedé mirando fijamente la pija de mi papá. Al parecer Gabriela se dio cuenta de ésto y sus caricias se convirtieron en una suave masturbación… casi como lo que mi mamá me estaba haciendo a mí.

Sí, Charly. Porque Zulema no se limitó a recorrer los rincones de la parte externa de mi sexo, sino que recorrió el centro de mis labios vaginales de abajo hacia arriba en varias ocasiones. Incluso pude sentir sus dedos en la puerta de mi concha, como si estuvieran espiando qué había dentro. No se animaron a entrar, pero sí tocaron timbre.

Los dedos de mi mamá se entretuvieron durante un buen rato masajeando en círculos mi clítoris.

Ahì fue cuando la calentura empezó a sentirse incómoda… placentera, pero incómoda. Al fin y al cabo esa mujer es mi mamá, y yo ni siquiera tengo tanta confianza con ella. Reaccioné de forma un tanto brusca, cerré las piernas y me puse de pie. Zulema me miró con incredulidad, ella seguía de rodillas en el piso. Giré la cabeza y miré a Gabriela, ella seguía acariciando el miembro de mi papá y no parecía importarle mucho mi reacción.

Hice lo Ăşnico que se me ocurriĂł: volver a mi cuarto.

Pero a mitad del trayecto, en el pasillo, mi mamá me agarró la mano y me preguntó:

―¿Estás bien, Julieta?

La noté muy preocupada. Imaginé que ella tenía miedo de que esas actitudes pseudosexuales me hubieran molestado. Yo no estaba molesta, solo incómoda. Por eso decidí hacer algo para tranquilizarla. Le sonreí y hablé con naturalidad.

―Sí, está todo bien, mamá. Gracias por la depilación, me encanta. A vos también te queda preciosa ―le acaricié la concha, incluso puedo decir que en mí hubo una pequeña intención de causarle placer, porque fui directamente a su clítoris. Era mi forma de explicarle que no estaba enojada con ella, ni con nadie―. Solamente necesito estar sola un ratito ―dudé unos instantes y al final fui sincera―. Quiero hacerme una paja… y prefiero estar sola.

―Ah bueno ―ella también sonrió. Al parecer sus miedos se desvanecieron―. Entonces que la disfrutes. ―Me dio un cálido abrazo. Se sintió realmente bien―. Después vos y yo vamos a tener una buena charla. ¿Te parece?

―Sí, hace mucho que no tenemos una charla de madre e hija.

―Es que yo no quiero molestarte, porque siempre estás cansada… por el trabajo.

―Lo sé; pero ahora quiero tomarme el trabajo más a la ligera. Me gustaría poder llegar a casa, descansar y disfrutar un poco de las horas libres que tengo. Yo te aviso cuando esté lista para charlar.

―Bueno, está bien ―volvió a abrazarme―. Te quiero mucho, Julieta.

¡Ay, Charly! ¡No sabés lo bien que me hizo sentir eso! Realmente andaba muy necesitada de afecto. Me prendí a ella en el abrazo y te juro que no la quería soltar. Tal vez los métodos de Gabriela sean inapropiados; pero debo admitir que son muy efectivos. Esa chica está logrando que yo me acerque a mi familia como nunca antes lo había hecho.

Por supuesto que después del abrazo entré a mi pieza y me hice una buena paja, tampoco iba a permitir que un momento emotivo me arruinara la calentura. Realmente necesitaba toquetearme un poco, especialmente después del encuentro cercano que tuve con Gabriela.

Mientras me masturbaba imaginé a mi hermana, sentada en sofá junto a mi padre, tal y como los había visto; pero en mi imaginación ella le estaba chupando la pija. Me invadió un incómodo revoltijo en la boca del estómago, que a la vez fue muy placentero. Porque ahora sabía que esa fantasía tenía algo de realidad. La verga de mi papá había estado dentro de la boca de Gabriela… y yo ya la vi chupando pijas, sé cómo lo hace, y no me costó mucho elaborar una escena mental en la que ella le hacía un pete a Oscar.

No, Charly… otra vez con eso no. Dejame de joder. Ya te dije que no estoy caliente con mi papá. Pero una pija es una pija… sirve igual para las fantasías sexuales. Gabriela me lo explicó muy bien: es lógico que al principio una se excite mirando a gente desnuda. Es parte del proceso de acostumbramiento.

¿Y seguís jodiendo? ¿Qué tiene de malo que yo me haga una paja pensando en la verdad de mi papá? Tampoco es que se la haya chupado, eso lo hizo Gabriela, no yo. Ella es la que tiene que lidiar con ese asunto, ella sabrá si lo que hizo está mal o no. No es mi problema.

Además, por lo que me contó Gabriela, a mi papá también se le puso dura la chota más de una vez al mirarle el culo o la concha a su hija.

No, tampoco creo que mi papá haya obrado mal, Charly. Mirá que estás molesto hoy…

¿Se le paró la pija al mirar la concha de su hija? Ok, ¿qué problema hay? No lo culpo, Gaby tiene un cuerpo precioso, cualquier hombre heterosexual terminaría con la pija dura al verla desnuda.

Y si Gabriela se la chupó un rato, fue para enseñarle a mi mamá a hacerlo. Gaby solo quiere que nuestros padres tengan una vida sexual activa.

No, con mi mamá no te metas, Charly. Si ella me acarició un poco la concha fue solo como un gesto de confianza. No tiene nada que ver con que ella esté caliente conmigo.

Y lo que pasó con Gabriela ya te lo conté, Charly. No tengo nada más que agregar. Sí, nos manoseamos un poco y nos besamos de una forma en la que dos hermanas no deberían hacerlo. Pero… pero…

¡Ah, ya me cansaste!

Hoy estás intratable, Charly. No se puede razonar con vos.

Me voy. Chau.

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Hola, Charly.

Sé que la última vez nuestra charla no terminó en buenos términos. Todavía estoy enojada con vos; pero necesito que hagamos una pequeña tregua. Tengo que contarte algo muy importante que me pasó hace un par de días. Recién ahora encuentro el coraje para escribirlo, y a la única persona (o cosa) que se lo puedo contar, es a vos.

Lo único que te pido es que no me tortures con planteos absurdos. Ahora mismo no tengo ganas de volverme loca sacando conclusiones o analizando demasiado lo ocurrido. Lo que pasó es muy fuerte para mí y solamente necesito contarlo. Quizás algún día me tome el tiempo para analizarlo con detenimiento. Pero hoy no.

¿Está claro?

Bien. Entonces procedo a contarte y haceme el favor de no interrumpir.

Para ponerte en contexto te digo que esto ocurrió tres días después de que mi mamá me depilara la concha, hace exactamente dos días.

Todo empezó cuando llegué a mi casa, luego de una densa jornada de trabajo. Estaba de mal humor porque el encargado de mi área me citó a una reunión para explicarme que mi rendimiento estaba volviendo a bajar. Tuve unas semanas de buenas ventas, pero quedaron atrás. Ahora mismo me está costando mucho concentrarme en mi trabajo y puede que eso lo estén notando los clientes.

AbrĂ­ la puerta de mi casa con una sola idea en mente: dormir.

No tenía sueño, solo quería que ese día terminara lo más rápido posible. Simplemente no tenía ganas de existir.

Pero todos mis planes se vieron alterados cuando al entrar me encontré con una escena de lo más peculiar. En el living estaban de pie mi hermana y mi papá, ambos miraban en mi dirección, por lo que ellos se dieron cuenta de mi presencia antes que yo de la de ellos. Sin embargo esto no detuvo lo que estaban haciendo. Ambos tenían la ropa puesta, algo que me sorprendió, dado el nivel de nudismo que había alcanzado mi familia. Gabriela tenía puesta ropa de gimnasio: un top muy ajustado que le inflaba las tetas y una calza que parecía estar pintada en sus torneadas piernas. Oscar la abrazaba desde atrás, y sus manos estaban muy ocupadas. Una (la izquierda), estaba sujetando firmemente una de las tetas de mi hermana. La otra se había introducido en la calza y, sin ningún lugar a dudas, estaba acariciando la concha de Gabriela. No tengo dudas de esto porque, además de ver la mano metida en la entrepierna de mi hermana, también podía notar el constante movimiento de los dedos.

Gabriela me sonreía, como si nada raro estuviera pasando, y mi papá, a pesar de que me estaba mirando, no parecía interesado en mi presencia. Esa mano se movía a buen ritmo… literalmente le estaba haciendo una paja a su hija.

Puedo entender ciertas cosas de la filosofía de Gabriela y tal vez hasta podría quitarme algunos tabúes sobre el sexo; pero no sería capaz de aguantar que mi papá me toque la concha de esa manera. Sin embargo mi hermana lo estaba disfrutando, podía verlo en el brillo de sus ojos y en la forma en la que me sonreía.

―Hola, hermanita ―me saludó Gaby, como si yo hubiera aparecido recién, a pesar de que ya llevaba unos cuantos segundos observándolos―. A nosotras nos quedó una charla pendiente ¿no te parece?

―Em, sí… puede ser ―la verdad es que no sabía a qué charla se refería. En ese momento solo podía pensar en que mi papá la estaba pajeando.

Cuando ella se alejó de Oscar, vi que él tenía la verga fuera del pantalón, completamente dura. Se la sacudió un poco y cuando Gaby le hizo una seña, él fue a sentarse a su sillón. Mi hermana se me acercó, me tomó del brazo y me dijo:

―Vení, vamos a tu pieza, para charlar más cómodas.

―Está bien.

Mientras nos dirigíamos hacia el dormitorio, giré la cabeza y vi que mi papá se estaba haciendo una paja. Eso me acaloró mucho, y al mismo tiempo me hizo sentir incómoda, porque sabía que él estaba pensando en la concha de su hija.

Cuando entramos a mi cuarto, Gabriela cerró la puerta y lo primero que hizo fue quitarse la remera, mostrándome sus grandes y blancas tetas. Esto no me molestó en absoluto, al contrario, me divirtió. Ya no sentía ningún tipo de pudor al ver a mi hermana desnuda.

―¿Tuviste un día muy pesado? ―Me preguntó. Eso es raro en ella, nunca se preocupó demasiado por mi día a día.

―Sí, fue bastante pesado. Hay veces en las que me pregunto por qué vuelvo a ese maldito trabajo.

―¿Y por qué volvés? ―Se acercó mucho a mí. Me abrazó, posando sus tetas contra las mías, y me agarró ambas nalgas con fuerza.

―No sé… es mi única fuente de ingresos. No me imagino trabajando en otra cosa.

Ella me sonriĂł de forma libidinosa y mientras acariciaba mis nalgas dijo:

―No te preocupes, hermanita. Yo voy a hacer que te sientas mejor. ―Acto seguido, me besó en la boca, como si fuera mi novia.

Se me heló la sangre, no porque eso me pareciera algo malo, sino porque me excité. Mucho. Se me mojó la concha al instante y eso me produjo una fuerte sensación de culpa. Pero, a pesar de esto, en ningún momento intenté alejarme de ella.

Gabriela empezó a quitarme la blusa y me desprendió el pantalón, esta tarea le llevó un tiempo, ya que en el trabajo me obligan a usar pantalones con cintos. Yo también colaboré, de pronto la ropa comenzó a sentirse como un estorbo. Incluso la ayudé a quitarse su pantalón. Lo hicimos intercambiando besos intermitentes.

El corazón se me puso a mil, porque la última vez que hice algo así fue con un hombre. Nunca lo había hecho con una mujer… y mucho menos con mi propia hermana.

Cuando las dos estuvimos completamente desnudas, ella me guió hasta la cama. Nos acostamos una junto a la otra, abrazadas, mirándonos de frente.

―¿Cuál es esa charla que tenemos pendiente? ―Pregunté, sin poder dejar de mirar sus expresivos ojos.

―¿No te acordás? Justo antes de que mamá te depilara la concha me preguntaste algo…

Intenté hacer memoria y la respuesta llegó a mí súbitamente.

―¡Ah, sí! Ahora me acuerdo. Vos me dijiste que ya habías probado una concha ―ella asintió con la cabeza, manteniendo una simpática y pícara sonrisa―. ¿Me vas a contar sobre eso?

―Depende. ¿Te molesta el sexo lésbico?

―No tengo una opinión formada sobre el sexo lésbico. Creo que nunca me puse a pensarlo. Simplemente me pasé la vida ignorándolo, como si fuera algo que ocurre lejos.

―Bueno, te aclaro que no ocurre tan lejos de vos… y ese rato que pasamos juntas antes de tu depilación… algunos lo podrían interpretar como sexo lésbico.

―Yo más bien lo vi como una intensa charla entre hermanas. Una charla atípica, pero nada más.

―¿Nada más? ―De pronto sentí un cosquilleo en mi concha. No tuve que bajar la mirada para darme cuenta que se trataba de los dedos de Gabriela―. Recuerdo que te mojaste mucho cuando te toqué.

―Sí, es cierto ―dije, avergonzada―. Pero yo lo vi como una prueba… algo que hacías para que yo me quitara algún tabú sexual. ¿No fue por eso?

―Sí, claro. Fue por eso… ay, me encanta lo suavecita que te quedó ―sus caricias se extendieron por todo mi monte de venus.

―Gracias. Se siente raro.

Por supuesto que ella no se limitó a acariciarme solo por arriba. Después de lo que ocurrió la última vez, prácticamente le había dado permiso a mi hermana para que me tocara la concha a discreción. Sus habilidosos dedos recorrieron mis húmedos labios vaginales y luego se introdujeron de a dos por el agujero. Ésto me produjo un leve dolor, ya que entró con dos dedos a la vez, sin esperar a que yo estuviera dilatada; pero debo admitir que esa sensación me gustó mucho. El placer se intensificó cuando Gabriela posó su pulgar sobre mi clítoris y, sin sacar los otros dos dedos de mi concha, lo masajeó formando pequeños círculos.

―¿Nos pajeamos? ―Preguntó mi hermana.

―Bueno ―le dije con una amplia sonrisa―. Pero para que yo pueda pajearme, vas a tener que sacar los dedos de ahí…

―No, tonta. Me refiero a que nos pajeemos la una a la otra… como la vez pasada. Yo te pajeo a vos, y vos me pajeás a mí.

La miré confundida, a mi mente le costaba funcionar con claridad, porque ella no dejó de mover los dedos en ningún momento… y mi calentura se hacía cada vez más intensa.

Aclaremos algo, Charly: en una situación normal le hubiera dicho que no. Pero dado el nivel de excitación que tenía… y a que era algo que ya habíamos hecho una vez, no pude negarme.

A tientas busqué su vagina y empecé a explorarla de la misma forma que ella lo estaba haciendo con la mía.

―Esto es muy raro ―le dije a mi hermana.

―Puede que para otras familias lo sea, pero a mí ya no me parece tan raro. Es re lindo que otra persona te haga una paja… se siente mucho mejor. Ayer hice esto mismo con mamá.

―¿Qué? ¿Con mamá? ―Por alguna razón eso me incentivó a masturbar más rápido a Gabriela. Tal vez fue porque de esa forma le demuestro que estoy interesada en lo que está diciendo―. ¿Cómo pasó eso?

―No hay mucho misterio. Fue más o menos como lo que estamos haciendo nosotras ahora… pero en mi pieza. Le pregunté si tenía ganas de que le hiciera una rica paja… y ella aceptó.

―Me cuesta mucho imaginar a mamá en esa situación…

―¿Y por qué no lo probás algún día? ―Sus dedos se movieron en mi interior―. Estoy segura de que ella no se va a negar.

―Me da mucha vergüenza. No tengo tanta confianza con mamá… y sé que ella tampoco la tiene conmigo.

―Yo creo que ustedes dos se podrían llevar muy bien. Son bastante cariñosas…

―Gaby ¿te puedo hacer una pregunta seria? Y me gustaría que tu respuesta fuera lo más honesta posible.

―Sí, decime ―dijo ella, sin intimidarse ni un poquito.

―Cuando dijiste que habías probado una concha… ¿te referías a mamá?

SoltĂł una risita picarona.

―No, la verdad es que hablaba de otra persona.

―¿Segura? Porque si fue con ella, me lo podés contar.

―Nunca hice algo así con mamá, Julieta. De verdad me refería a otra persona.

―¿A quién?

―Mmm… no te lo puedo decir. Le prometí a esa persona que no contaría nada.

―Ay, pero yo quiero saber ―de la nada surgió en mi interior el rol de “pendeja seductora”, hice pucherito y le masajeé mucho el clítoris, sin dejar de mover los dedos dentro de su concha―. ¿No me vas a contar nada?

―Si me lo pedís así, no me puedo negar. Te puedo contar un poco… pero no te voy a decir el nombre. Solo te puedo decir que es una mujer del barrio, vive por acá cerca.

―¿Una chica de tu edad?

―No, de la edad de mamá… aproximadamente.

―¿Y estás segura de que no es mamá?

―Ya te dije que no, Juli. No es mamá.

―Mm… ¿entonces es Claudia? ―Mencioné a la mujer que vivía frente a nuestra casa. Tenía dos hijos varones medio pelotudos y un marido que se pasaba el día trabajando. Era lo suficientemente bonita como para que mi hermana se fijara en ella.

―Claudia es linda, pero no me refiero a ella.

―Entonces… em… ¿Sofía? ―Ella vivía a una cuadra de nuestra casa y algunas veces pasaba a visitar a mi mamá, para tomar mates. Una clásica solterona. Tenía fama de ser medio “ligerita de bombacha”.

―Creo que me podría coger a Sofía… pero a ella le gusta mucho la pija. Lo sé porque un tipo que me cogía a mí, también se la cogía a ella, y me contó de que alguna vez se la cogieron entre varios.

―Wow, yo solo había escuchado rumores.

―Hay muchas historias de sexo interesantes en el barrio… en todos los barrios. Vos nunca podés estar segura de lo que pasa detrás de cada puerta.

―Cada casa es un mundo ―aseguré.

―Exacto. Pero no me refería a Sofía, y dejá de decir nombres, porque no te voy a decir quién es, aunque aciertes.

―Está bien, aunque eso no quita que yo pueda hacer averiguaciones por mi cuenta.

―Podés intentarlo ―me miró desafiante y presionó mi clítoris con fuerza, haciéndome soltar un gemido de placer. Ella aprovechó que mi boca quedó abierta… y me besó.

Ay, sí Charly… ya sé. No está bien que me esté dando estos besos con mi hermana… pero carajo, ando muy necesitada de cariño, y Gabriela besa muy bien. Nunca creí que me pudiera gustar el beso de una mujer… sin embargo esto me está haciendo dudar. Hasta me estuve preguntando qué se sentiría besar a otra, que no fuera mi hermana.

Y no me vengas con ese discurso de las tendencias lésbicas. Te dije que hoy no quiero sobreanalizar las cosas. Solamente quiero contarte lo que pasó, y punto. No me jodas.

Bien. Continúo con lo que me contó Gabriela, después de que nuestro beso terminó:

―Se trata de una mujer que vive sola ―dijo, sin dejar de masturbarme. Yo tampoco me detuve―. No creo que adivines muy fácil, porque hay varias mujeres solteras en el barrio. En fin, un día me encontré con esta mujer en la puerta de su casa. Estaba regando las plantas con una manguera y me di cuenta de que lloraba. Esto me sorprendió mucho. Por eso me detuve y le pregunté si le pasaba algo malo.

―Qué raro vos, preocupándote por los demás.

―Hey, puedo ser narcisista… y algo egocéntrica; pero eso no significa que no me importen las demás personas.

―Está bien, está bien…

Debo admitir que tiene algo de razón, porque últimamente se está preocupando mucho por mí.

―En fin, la mujer me dijo que no le pasaba nada; sin embargo me pareció que me lo dijo para evitarse la vergüenza. Entonces me senté en el cantero de su casa. Cuando ella me preguntó qué hacía, le dije que no me iba a ir de ahí hasta que me contara lo que le pasaba. Supuse que se había muerto alguien cercano a ella, o que le habían diagnosticado alguna enfermedad horrible. Pero no. Cuando se dio cuenta de que yo no me iba a mover, resignada me dijo: “Lo que pasa es que estoy muy sola”.

―Oh… pobrecita ―casi me largo a llorar.

―Sí, me partió el alma. Entonces le dije que, si ella tenía ganas, me podía quedar a tomar mates. Me respondió que ella prefería el té.

―No te imagino tomando el té con señoras solteronas.

―Yo tampoco. Fue muy raro… pero para todo hay una primera vez en la vida. ¿Cierto?

―Para todo, no. Pero me imagino que tu vida estará llena de “primeras veces”.

―Bueno, tengo que admitir que me gusta “explorar” diferentes emociones. Lo de tomar el té con esta mujer no estuvo tan mal. Me di cuenta de que ella es bastante divertida y tiene lindas anécdotas sobre su juventud. Empecé a visitarla casi todos los días.

―¿Tanto? Yo ni me enteré.

―Porque siempre voy en el horario en el que vos estás trabajando.

―Claro…

―Y bueno, nos hicimos amigas. Tan amigas que ella un día me confesó que lo que la tenía verdaderamente mal no era la soledad… sino las ganas de coger. Imaginate, la pobre mujer, a pesar de ser bonita, había pasado los últimos siete años de su vida sin que le dieran una buena cogida.

―¿Y por qué? Si es tan bonita…

―Por lo mismo que vos, Julieta: baja autoestima. ―Eso fue un garrotazo en toda la nuca―. A ella le pasa lo mismo que a vos, piensa que a nadie le va a interesar tener sexo con ella… y quienes lo hagan la van a usar como un trapo y después la van a dejar tirada. Además es muy vergonzosa. No le gusta eso de andar encarando tipos para que se la cojan. Ah, y como si todo esto fuera poco: siempre se preocupa por “el qué dirán”. No quiere que sus vecinos vean que a su casa entra gente a cada rato. Y le pregunté si le molestaba que yo la visitara… por lo que podrían opinar los vecinos. Me miró raro, como si le estuviera hablando en chino. Le tuve que explicar que las mujeres también pueden tener sexo entre ellas. Se horrorizó de solo pensar que algún vecino pudiera estar contando que ella tenía aventuras lésbicas. Pero no le importó que yo la visitara, al fin y al cabo a ella le parecía imposible que una chica tan joven y hermosa como yo tuviera interés en una vieja solterona… y estas fueron sus palabras textuales. No estoy haciendo alarde de nada.

―Sí, te creo ―miré fijamente a mi hermana a los ojos―. Te creo porque si yo estuviera en el lugar de esa mujer, te hubiera dicho exactamente lo mismo.

―Porque son dos boludas que no saben apreciar lo hermosas que son.

―Bueno, gracias… supongo. ―Hicimos una breve pausa, en la que nos concentramos en mandarnos dedo más rápido―. ¿Qué más pasó con esta mujer?

―Pasó lo que tenía que pasar… pero no fue fácil. Vos ya me conocés, no me gusta andar con vueltas. Así que se lo dije directamente: “¿Querés que te chupe la concha?”. Casi se desmaya cuando me escuchó.

―Yo me hubiera desmayado.

―La cuestión es que a ella todo el asunto le parecía una locura. Algo inverosímil. Sin embargo yo insistí. Le aseguré que estaba dispuesta a chuparle la concha, si ella quería, y que llevaba tiempo con ganas de probar una. Nos podíamos hacer un favor mutuamente: ella me dejaba comerle la concha, yo le brindaba un poco de ese placer sexual que tanto andaba buscando.

―¿Y se animó?

―No. Me echó de la casa. Pero no lo hizo de mala manera. Solamente me pidió que me retirase. Antes de irme le dije que si llegaba a cambiar de opinión, yo estaba dispuesta a chupársela todo lo que hiciera falta, para satisfacerla.

―Dios… sos demasiado directa, Gabriela. No me extraña que esa mujer te haya echado de su casa.

―Ya te dije, a mí no me gusta andar con vueltas. Para mí el sexo es algo que se hace en común acuerdo con dos o más personas. A veces me cuesta entender por qué la gente tiene tantos tabúes con el tema.

―A mí lo que me sorprende es que vos no tengas prácticamente ningún tabú con el sexo. Pero bueno, volviendo a esta señora… me imagino que esa no fue la última vez que la viste.

―No. Y la mejor parte viene ahora. Una tarde yo estaba en mi pieza, mirando tele, lo más tranquila, y mamá me avisa que me buscaba alguien. Era esta mujer, y estaba roja…

―Seguramente muerta de la vergüenza.

―Sí, porque para ella no fue nada fácil decidirse, y mucho menos venir a buscarme. Según lo que me contó, para ella fue un momento muy difícil, especialmente mirar a mamá a los ojos. Es decir…

―Venía a buscar a la hija de esa señora para que le chupara la concha…

―Claro. Pero a mí me gustó que se animara a venir. Cuando le pregunté qué quería, se quedó muda. Tal vez esperó a que yo respondiera por ella; pero no lo hice. Insistí. Le volví a preguntar: “¿Qué querés?”. Hasta que por fin tomó coraje y me dijo: “Cambié de opinión”. “¿Con qué?”, le pregunté.

―Ay, Gaby… qué maldita que sos. Cómo te gusta hacer sufrir a la gente.

―No le pregunté por eso… quería que ella fuera sincera consigo misma. Que lo dijera en voz alta, que asumiera que lo que buscaba era que yo le chupara la concha. Y no le dejé de insistir hasta que lo escuché de sus propios labios: “Quiero que me chupes la concha”.

―Uf, qué fuerte… pero me encanta que se haya animado a decirlo.

―Sí, a mí también. Ahí nomás nos fuimos para su casa. Ella estaba super nerviosa. Cuando estuvimos en la cama me dijo que ella, por nada del mundo, estaba preparada para tener sexo con una mujer. Y yo le aseguré que no buscaba que ella me complaciera a mí. Me alcanzaba con que abriera las piernas y se dejara comer la concha. Tengo que admitir que yo estaba súper contenta, para mí era una de esas “primeras veces” que tanto me gusta experimentar. La mujer se acostó en la cama, separó las piernas y me mostró la concha… ni siquiera tenía puesta una tanga, estaba decidida a que yo se la comiera. Tenía la concha peluda y esto me dio cierta ternura.

―¿Por qué?

―No sé… como si ella fuera más inocente. Hoy en día casi todas las mujeres que se preparan para tener sexo sienten la necesidad de depilarse la concha. Pero me gustó que ella no lo hiciera.

―¿Y vos? ¿Te animaste a hacerlo?

―Sí… yo no me tiro para atrás cuando decido algo. Ni siquiera le di tiempo a arrepentirse, ahí nomás metí la cabeza entre sus piernas y empecé a chuparle los labios de la concha. Estaban muy ricos, por cierto.

―¿Así nomás? ¿Sin ningún tipo de preámbulo? ¿Te mandaste directamente a chuparla?

―Sí, me pareció mejor hacerlo así, porque de esa forma disminuía la expectativa de la mujer. Tenía la certeza de que si le daba mucho tiempo para pensar, cancelaría todo. Así que me mandé a chuparla y ella, como si le hubiera dado una descarga eléctrica, empezó a sacudirse y a gemir. Fue instantáneo. No paró de gemir y de moverse… y yo se la chupé con cada vez más ganas ―con esas mismas ganas nos estábamos pajeando la una a la otra… y yo ya estaba cerca del orgasmo―. Obviamente no me quedé solo con la concha, le mentí un poquito; porque también subí, para chuparle las tetas. Pero esto no le molestó… es más, unos minutos más tarde me pidió si podía volver a chuparle las tetas, porque le había gustado mucho. Por supuesto que lo hice.

―Ay, Gaby ―suspiré―. Me encanta que hayas hecho una buena acción por esta mujer.

―¿Una? Le chupé la concha como diez veces.

―¿Tantas?

―Y… sí… más o menos. No las conté, pero debo haber ido a su casa unas diez veces. Hubo días en los que me mandó un mensaje de texto para que se la chupe a la mañana, y a la tarde ya me lo estaba pidiendo de nuevo. Para que yo fuera, me mandaba fotos de la concha bien abierta. Esto se lo pedí yo. Le dije: “Si querés que te coma la concha, tenés que provocarme un poquito… y a mí me encantan las fotos porno”. A ella le costó un montón animarse a sacarse esas fotos… porque yo le pedí que se le viera la cara, de ser posible.

―¿La cara también?

―Sí. Todo. La cara, el culo, la concha… las tetas. Quería que se esmerase.

―¿Y la seguís viendo?

―No, ya no. O sea, a veces la veo… y de vez en cuando ella me manda algunas fotos porno bastante interesantes. Pero ya no se la chupo más.

―¿Por qué no?

―Porque eso de que yo no necesitaba que me la chupen era solo por las primeras veces, para que ella fuera entrando en clima.

―¿Se negó a chupártela?

―Sí. Me dijo que no podía. Lo cual me resultó muy raro, porque cada vez que estuve con ella me quedé en tanga y ella me miró mucho el culo… incluso, en caliente, me hizo comentarios como: “Qué orto más hermoso que tenés, pendeja”.

―Por ahí te lo dijo para que vos le chuparas la concha con más ganas.

―Puede ser, pero sé diferenciar cuando alguien me mira con ganas. Y eso no es todo. El intercambio de fotos fue mutuo… ella me pidió que le mandara fotos de mis tetas, o de mi culo en tanga. Incluso llegó a decirme que se hacía pajas mirando esas fotos. Cuando me pidió que le mandara alguna imagen sin tanga, le dije que no. Si ella quiere verme la concha, me la tiene que chupar.

―Pero no se anima…

―No, porque para ella es un sacrilegio admitir que le calienta una mujer. Pero bien que se deja comer la concha por una…

―Ay, qué lástima que todo haya terminado así.

―Sí, es una pena, porque ya le estaba agarrando el gustito a esto de comer concha. Me gusta mucho.

―¿De verdad? ―Pregunté, masajeando su clítoris.

―Sí… es decir, sigo prefiriendo la pija; pero si veo una chica linda dispuesta a entregar la concha, se la chupo sin problemas.

Para ese momento el relato de mi hermana ya había llegado a su fin. Lo único que hicimos de ahí en adelante fue mirarnos a los ojos y pajearnos la una a la otra. Ella se esmeró mucho, metió y sacó los dedos de mi concha a gran velocidad. Me esforcé para seguirle el ritmo.

Hubo otro beso… muy intenso, con mucha lengua, y debo admitir que esta vez fui yo la que buscó su boca… es que… uff… dios… está bien, Charly, lo admito: me gusta besar a Gabriela. Tiene una boca hermosa y se me suben todos los colores a la cara cuando me mete la lengua. Pero no pienses nada raro, estoy segura de que esto se debe a que ella besa bien, y no estoy acostumbrada a besar personas que lo hagan tan bien. Esto no tiene un trasfondo lésbico, o incestuso. Estoy aprendiendo a besar, y Gabriela es una gran maestra.

Sí, ya sé que con tanta paja me hizo acabar… y sí, esto pasó mientras nos besábamos. Puede que ella también haya llegado al clímax en ese preciso momento; pero… pero…

No sé por qué te tengo que dar explicaciones a vos, que sos un objeto inanimado. Lo que pasó, pasó… no tengo ganas de andar analizando las cosas.

Tenía que contarlo y ya te lo conté. No me pidas más que eso, porque ahora mismo no puedo. No me da la cabeza para procesar en profundidad todo lo que ocurrió. Siento que el cerebro me va a estallar, así que prefiero quedarme con el recuerdo de que fue algo bonito. Las dos disfrutamos mucho… y ya está. Ya pasó.

Hasta la prĂłxima, Charly.