September 17

Con mi Suegra

Si Jano estaba deseando irse a vivir con su novia es porque no contaba con la aparición de la suegra.

Hay gente que se deja manipular por cualquiera, que ni siquiera su decisión más firme está segura ante la opinión de otros. Yo no era en absoluto así, cuando algo se me metía en la cabeza, ya podían aparecer un centenar de expertos para decirme que me estaba equivocando, me daba igual, seguía adelante asumiendo cualquier consecuencia.

Con la decisión que más tuve que nadar a contracorriente fue con la de irme a vivir con mi novia. Ni uno solo de mis amigos o conocidos, ni siquiera de mis familiares, consideraban que fuese buena idea. Me decían que llevaba muy poco tiempo saliendo con ella y que a los veinticinco años casi nadie se iba de casa de sus padres.

Pero yo quería hacerlo por dos malas razones: porque tenía un trabajo bien remunerado que me lo permitía y porque quería mucho a Laura. Bueno, puede que esto último no lo justifique del todo, ya que se puede adorar a tu pareja y no por eso precipitarse a la hora de iniciar una convivencia. Lo que pasaba era que en nuestro caso el amor iba acompañado de grandes dosis de sexo.

Laura y yo estábamos enamorados, pero tan noble sentimiento se quedaba casi en nada si lo comparábamos con la química que teníamos en la cama. Nunca había estado con una chica tan explosiva que lograra sacar de mí un rendimiento tan alto debido a mis constantes ganas. Yo vivía con mis padres y ella con su madre, así que todos los caminos nos conducían a lo mismo.

Como decía, nadie apoyaba esa iniciativa. Mis amigos decían que era un pringado por dejarme cazar tan pronto y mis padres no llevaban nada bien eso de que su único hijo se fuera de casa. Aunque Laura se encontró con obstáculos más grandes que los míos, ya que su madre llegaba incluso a chantajearla para que no la dejara sola.

- ¿Y ahora qué hacemos?

- ¿A qué te refieres?

- No parece que tu madre vaya a ceder fácilmente.

- Tranquilo, llevo toda la vida lidiando con eso, ya no le hago ni caso.

- Pero me sabe mal.

- Es una chantajista, Jano, ya la irás conociendo.

- Lo dudo, me va a odiar de por vida.

- Con el primer nieto que le demos se le pasa.

- ¿Piensas ya en eso?

- Sí, pero para dentro de unos cuantos años.

- Menos mal.

- Ahora a buscar piso y a sacarle todo el partido posible.

Ambos estábamos de acuerdo en que el objetivo era sexual, así que no teníamos intención de perder más tiempo de la cuenta en la búsqueda ni demasiado dinero, ya que nos podría venir bien para el futuro. Un piso que estuviera cerca del trabajo y que contara con un par de habitaciones podría ser más que suficiente para los dos.

Con esa idea en mente, nos pusimos a ello sin imaginar que la búsqueda iba a ser mucho más corta de lo esperado. Nuestras ganas eran tan grandes que nos quedamos con el primer piso que fuimos a ver. No tenía nada especial, pero contaba con lo necesario para que Laura y yo al fin pudiéramos hacerlo sin prisa ni miedo a ser pillados.

Mis expectativas eran altas, pero fue aún mejor. De no haber sido porque teníamos que ir a trabajar, como todo el mundo, nos hubiéramos pasado la vida entera en la cama. Di gracias a Dios millones de veces por haberme atrevido a invitarla a bailar en la discoteca la noche en que nos conocimos, desde entonces mi vida era increíble.

Al cabo de un par de meses seguíamos igual de activos que al principio, puede que incluso más. Laura me sorprendía sacándose de la manga nuevas formas de complacerme y yo me esforzaba en encontrar también diferentes e imaginativas maneras de darle placer. Ni el más pesimista hubiese vaticinado lo cerca que estaba todo de empeorar.

- Laurita, podríamos salir a cenar para celebrar que llevamos un año juntos.

- ¿No puede ser otro día?

- Sí, claro, pero el aniversario es hoy.

- Es que no me viene bien.

- Cielo, ¿pasa algo?

- No te enfades, Jano, pero he invitado a mi madre a cenar.

- No me voy a enfadar por eso, aunque no era el mejor día.

- Lo sé, pero es que últimamente lo está pasando muy mal.

- ¿Por qué?

- Me echa mucho de menos.

- Bueno, como siempre.

- Ya, pero últimamente me lo hace saber a todas horas.

- Sabes que te chantajea, tú misma lo dijiste.

- Aun así, le voy a proponer que se quede unos días con nosotros.

- ¿Perdona?

- Reconozco que me lo ha sugerido ella, pero no puedo negarme.

- ¿De cuánto tiempo estaríamos hablando?

- Dos o tres días para que se le pase el mono de hija, no más.

- Qué fácil es ser tú.

- ¿Eso qué quiere decir exactamente?

- Que tienes un novio que no es capaz de negarte nada.

- Porque es el mejor del mundo mundial.

Debo reconocer que ese peligro no lo vi venir. Me advirtieron de todos los inconvenientes de la convivencia, pero en ningún momento pensé que uno de ellos podría ser que mi suegra se nos metiera en casa. No tenía demasiado sentido, ya que vivía muy cerca, pero esa mujer se las había apañado para lograr que su hija se sintiera mal.

Casandra, que era como se llamaba mi suegra, no me caía ni bien ni mal, aunque sus intromisiones en nuestra relación pudieran resultar molestas. La respetaba por ser la madre de mi novia, de la misma manera que estaba convencido de que ella también me tenía a mí cierto respeto, pero de ahí a meterla en casa había un trecho importante.

La primera señal la alarma la capté al ver que aparecía por casa con una maleta en la que cabía yo entero. No parecía que fuese para dos o tres días, pero seguí fiel a mi idea de no protestar para que Laura no se llevara ningún disgusto. Si lograba sobrevivir a esos días seguro que mi chica encontraba una excitante manera de compensarme.

La actitud con la que Casandra llegó a nuestra casa fue un tanto desconcertante. Si bien es cierto que desde el primer momento se mostró simpática y dispuesta a colaborar con todo, había algo en su forma de mirarme que me inquietaba. Esa primera noche ya me dio algunas pistas sobre lo que me esperaba mientras estuviera allí.

- ¿Has cenado bien, Casandra?

- Estupendamente, pero no gracias a ti.

- ¿Por qué lo dices?

- Lo ha hecho todo mi hija mientras tú mirabas.

- Nos vamos turnando y hoy le tocaba a ella.

- Sí, claro, qué casualidad.

- Te lo digo en serio, se lo puedes pregun...

- Cálmate, chico, ¿no ves que te estoy tomando el pelo?

- No sabía que te gustaba bromear.

- Porque no sabes nada de mí, pero estos días me conocerás.

- Casi parece una amenaza.

- En absoluto, querido.

Lo curioso era que cuando la escuchaba hablar con Laura no había ni rastro de esas bromas, más bien lo contrario. Con ella utilizaba un tono lastimero para justificar su presencia en nuestra casa, lo necesario que era que estuviese allí porque se sentía muy sola. En principio, no veía motivos para tomármelo a mal.

Antes de irnos a dormir me hizo una segunda broma punto en esa ocasión no fue nada original, simplemente me dijo que tenía una mancha en el pijama y me lo creí. Algo tan absurdo como eso la hizo reír a carcajadas. No tenía nada claro si buscaba ganarse mi simpatía o simplemente estaba tratando de descolocarme.

- ¿Tu madre no está un poco rara?

- Yo la veo como siempre.

- Me ha hecho un par de bromas.

- ¿En serio? No es nada propio de ella.

- Ya lo sé, por eso te lo he dicho.

- Está claro que quiere ganarse tu aprobación.

- Supongo. ¿La tuya la tengo?

- ¿Qué pregunta es esa? Sabes que sí.

- Me refería a...

- No, de eso olvídate mientras esté mi madre en casa.

- Se me va a hacer eterno.

- ¿No puedes aguantar una semana sin meterla?

- ¿Cómo que una semana? Eran dos o tres días.

- Quizás se quede un poco más, pero la cuestión es que con ella aquí no podemos.

- Pues no entiendo por qué.

- Podría escucharnos.

- Lo dudo, pero tampoco es que sea algo malo.

- Piensa que ella lleva viuda veinte años.

- ¿Y qué?

- No ha estado con nadie en todo este tiempo.

- Porque no habrá querido.

- Da igual el motivo, no debe de ser fácil para ella escucharnos follar.

- ¿Quieres decir que tiene sus necesidades?

- ¿Quién no?

Nunca me había preguntado por el pasado de mi suegra, así que no tenía ni idea de si en algún momento desde que enviudó había tenido algo parecido a un novio o a un amigo especial.

Laura decía que no coma y seguramente fuese cierto, ya que ellas dos estaban muy unidas y de haber habido un hombre en su vida mi chica se hubiese dado cuenta.

Al margen de los conflictos que pudiera tener con ella, que en ese momento se centraban básicamente en que su presencia le impedía follar, debía reconocer que, a sus cincuenta años Casandra no estaba nada mal. Con en total seguridad, su cuerpo había vivido épocas mejores, pero eso no me impedía reconocer que conservaba gran parte del encanto que debió tener en su juventud.

Cuando nos despertamos a la mañana siguiente, descubrimos que Casandra se había levantado pronto para prepararnos el desayuno. Parecía evidente que esa mujer buscaba ganarse nuestra aprobación a toda costa. A mí me pareció un buen detalle por su parte, hasta que me di cuenta de que en vez de azúcar me había echado sal en el café.

Al parecer, las bromas no iban a quedar como algo anecdótico de la primera noche. Yo siempre había sido muy partidario de la risa, pero estar en mi propia casa y no saber en qué momento me la iba a intentar colar no me hacía especial gracia. Esperaba que se le pasara cuanto antes esa tontería verdad dejar de tener que estar alerta.

- Muy graciosa, Casandra.

- No has visto la cara que has puesto.

- Me la imagino perfectamente.

- Es para romper el hielo, hombre, que sé que mi presencia no te entusiasma.

- Sobreviviré una semana sin necesidad de que me envenenes el café.

- Una semana o lo que surja.

- Y sigue con las bromas...

- ¿Quién está bromeando ahora?

Para mi desgracia, con el paso de los días descubrí que en ese momento no estaba bromeando. Con la complicidad de Laura, mi suegra iba retrasando cada vez más su partida. Seguía metida en nuestra casa, con esa falsa amabilidad que tan nervioso me ponía. Obviamente, durante todo ese tiempo no me dejaron meterla en caliente ni una sola vez.

Lo de no follar era duro, pero se me estaba haciendo aún más pesado el tener que soportar las bromas de mi suegra. No dejó de hacérmelas en ningún momento, de hecho, cada vez iba elevándolas un poco más, parecía que lo que buscaba era dejarme en ridículo. Empecé a plantearme la idea de pagarle con su misma moneda.

El problema era que yo nunca había sido de hacer bromas. Me gustaba todo lo relacionado con el humor, pero no quería que nadie pudiera pasar un mal rato por mi culpa. Teniendo eso en cuenta, intenté un par de cosas con las que Casandra ni siquiera se inmutó. Recurrí a Laura en busca de inspiración, aunque dudaba que le fuese aparecer bien.

- ¿Qué broma podría gastarle a tu madre?

- Por favor, Jano, no seas infantil.

- Yo soy infantil, pero cuando lo hace ella te ríes.

- Porque le sale natural, tú solo buscas venganza.

- Ya que no se va ni a tiros, al menos le seguiré el juego.

- ¿Has pagado ya la factura del agua?

- Ahora te interesa cambiar de tema.

- ¿Qué hago? Dice que ha recuperado la alegría y que se queda unos días más.

- Con esa excusa la vamos a tener aquí siempre metida.

- No lo creo, también necesita sus momentos de soledad.

- Lo que tiene que hacer esta señora es buscarse un novio.

- Pues fíjate que por primera vez me ha confesado que le gustaría.

- Interesante...

- Con tal de que esté feliz, yo la apoyo en cualquier decisión.

Esa breve conversación con Laura me sirvió para encontrar justo lo que llevaba días buscando, la broma perfecta. Tras darle muchas vueltas, consideré que no era demasiado cruel y que podía alargarla todo lo que quisiera en función del comportamiento de Casandra. Me puse de inmediato con los primeros detalles.

Lo que tenía en mente era hacerle creer a mi suegra que tenía un admirador secreto, un candidato al posible novio que por lo visto andaba buscando. No tenía mucho de donde tirar para que fuese creíble, así que decidí que presupuesto enamorado sería un vecino de nuestra escalera que llevaba días observándola.

No podía implicar a terceras personas, pero en nuestro mismo rellano había un hombre viudo de muy buen ver y esperaba que Casandra ya hubiese coincidido con él y se le metiera en la cabeza que era su admirador. Aunque me reía solo de pensarlo, mis carcajadas fueron tremendas cuando empecé a escribir la carta que dejaría en nuestro propio buzón.

"Estimada vecina, no sé si usted se habrá percatado de mi insignificante presencia, pero yo llevo varios días observándola. El motivo de mi fijación es que en mi ya extensa vida jamás habían visto mis ojos una dama tan hermosa como usted. Ruego que me disculpe por mi atrevimiento si otro afortunado caballero ya ocupa su corazón, pero no he podido contener las ganas de expresarle mi admiración, tanto por su belleza como por la elegancia con la que se mueve.

Si esta misiva no le ha resultado ofensiva, cosa que entendería, puesto que no soy más que un vulgar ser humano dirigiéndome a una diosa, volveré a escribirle en los próximos días. Permítame no revelarle aún mi identidad, pero sospecho que alguien con una inteligencia como a la que usted le presupongo, no le costará nada intuir quién se esconde tras esta pobre prosa. Sin ánimo de robarle más tiempo, me despido hasta la próxima."

No es que destacara por mi forma de escribir, de hecho, una vez me inventé un poema para Laura y me lo estuvo recordando durante meses, pero por la gracia que le hizo. Sin embargo, tenía la sensación de que la carta me había quedado bien, tanto, que se me saltaban las lágrimas solo de imaginarme a Casandra emocionada porque alguien le hubiese podido dedicar algo así.

Al salir del trabajo compré un sobre en el que metí la carta y me dirigí hacia casa con la intención de dársela a mi suegra diciéndole que me la había encontrado en el buzón. Nada más empezar a leerla me di cuenta de que se lo había tragado por completo. La leyó varias veces antes de despegar la vista del papel e interrogarme.

- ¿Dices que esto estaba en nuestro buzón?

- Sí, en el nuestro, de Laura y mío.

- ¿No tienes ni idea de quién la ha podido meter?

- Pues no, y menos si no me dices lo que pone.

- No es asunto tuyo, chafardero.

- ¿Te ha salido un admirador?

- No digas tonterías.

- El vecino de aquí al lado está viudo como tú.

- ¿En serio?

- Eso nos dijo.

- ¿Te refieres a ese hombre alto que sale por las mañanas a correr?

- ¿Cómo lo sabes?

- Paso mucho tiempo asomada a la ventana.

- Sí, ese mismo.

- Vaya...

A mí no me quiso contar nada, pero en cuanto Laura llegó del trabajo se lo explicó todo con pelos y señales. No solo si lo había creído, sino que estaba convencida de que se trataba de nuestro vecino de al lado. Apenas podía contener la risa pensando en todo el partido que le iba a sacar a esa carta surgida de mi retorcida mente.

Entonces apareció el primer problema. Laura se ilusionó tanto por la idea de que su madre pudiera encontrar la felicidad que no fui capaz de confesarle que todo había sido obra mía. A eso había que añadirle un segundo inconveniente en el que ni siquiera había pensado: mientras durara todo eso, Casandra ni se plantearía la opción de irse.

Muy a mi pesar, decidí no escribirle más. Mi suegra estaba tan ilusionada con lo de su admirador, que dejó de gastarme bromas pesadas, así que ya había sacado algo positivo, además de muchas risas. Pero para entonces ella ya se había obsesionado y pasaba el día bajando al portal para ver si había una nueva carta en el buzón.

Se suponía que bebía de alegrarme, ya que bien sueños me hubiese imaginado una venganza tan efectiva, pero sentía pena por Casandra. Estaba convencida de que su admirador, del que ya daba por hecho que era el vecino de al lado, se había arrepentido de haberle escrito. Pasaba todo el día asomada en la ventana, esperando para verlo.

- Al vecino ya le vale.

- ¿Por qué damos por hecho que ha sido ese hombre?

- ¿Quién va a ser si no?

- Pues cualquiera con el que se haya podido cruzar por la escalera.

- No creo que eso sea suficiente para escribir una carta.

- Existen los flechazos, ¿no?

- Seguro que la ve por la ventana cuando se asoma al patio interior.

- No me imagino a ese señor comportándose como un adolescente.

- Mi madre puede despertar pasiones, ¿vale?

- Sea quien sea, ya volverá a escribir si sigue interesado.

Lo último que quería era discutir con Laura por su madre, demasiado tenía con llevar ya casi un mes sin mantener relaciones sexuales. Estaba en una encrucijada, no sabía si escribir una nueva carta que pudiera calmar sus ánimos o no hacer nada y quizás la desilusión la llevara incluso a querer alejarse de nuestro edificio.

Casandra estaba tan desesperada que llegó a compartir lo que le estaba ocurriendo conmigo. Obviamente, yo ya lo sabía todo, primero porque había sido cosa mía y porque Laura me lo había contado, pero fingí sorprenderme. Aunque intenté convencerla de que podría haber sido cualquier vecino, que había más candidatos que el de al lado, mi suegra solo pensaba en él.

Maldije el día en que me propuse ponerme a su altura. Ninguna de las risas que me había echado a su costa merecían soportar el drama que me estaba tocando vivir. Tanto la madre como la hija estaban obsesionadas con el tema y seguían esperando una carta que nunca iba a llegar. Temía que Casandra pudiera hacer una locura.

Por aquel entonces ya la conocía suficiente como para saber que lo mío era más que un temor. Una tarde, al volver de trabajar, me encontré a mi suegra abatida en el sofá. Pensé que la ausencia de cartas la tenía ya desesperada, pero resultó que, tal y como me imaginaba, había hecho algo con lo que solo consiguió empeorar las cosas.

- ¿Estás bien?

- No, Jano, no lo estoy.

- ¿Ha pasado algo?

- He cogido el toro por los cuernos y he ido a hablar con el vecino.

- Joder...

- No soy mujer que pueda esperar sentada a que ocurran los acontecimientos.

- ¿Qué te ha dicho?

- Que él no me has escrito ninguna carta.

- ¿Lo ves? Puede haber sido cualquiera.

- No, estoy absolutamente convencida de que fue él.

- ¿Y por qué iba a negarlo?

- Porque seguramente se precipitó.

- ¿Qué quieres decir?

- Cuando me la escribió no me habría visto de cerca y no sabía que soy repugnante.

- No digas eso, Casandra, no está ni siquiera cerca de ser cierto.

- Lo dices para animarme.

- No, mujer, es que estoy convencido de que no te la escribió él.

- ¿Cómo puedes estar tan seguro?

- Porque fui yo.

La pena y la presión me pudieron y acabé confesando. Esperaba que no se lo tomara mal, que entendiera que solo era la respuesta a todas las bromas que ella me había gastado a mí. Ya me imaginaba a Laura echándome de casa y no queriendo saber nunca más nada de mí. Pero resultó que Casandra no lo interpretó de esa manera.

- Jano, ¿te gusto?

- Bueno, a ver... hay un afecto que va en aumento, eso está claro.

- Lo que me escribiste es precioso.

- Me salió solo.

- No me lo esperaba en absoluto, pero la verdad es que tiene sentido.

- ¿Lo tiene?

- Desde que estoy aquí no te has acostado con mi hija ni una sola vez.

- ¿Te lo ha dicho ella?

- No, pero dormimos pared con pared y no he escuchado nada.

- Ya, bueno...

- No te tienes que justificar, ahora lo entiendo todo.

- Pero este que quede entre nosotros.

- Por supuesto, Laura no puede saber nada de lo que hagamos.

- ¿Cómo?

- Tú me amas y yo estoy hambrienta, debemos dejarnos llevar.

- Vamos a evitar meternos en líos.

- No te reprimas, muchacho, tus sentimientos y mis necesidades son maravillosos.

- Geniales, pero vamos a respetar a tu hija.

- La mejor forma de hacerlo es darme eso que tanto deseo.

- ¿A qué te refieres exactamente?

- A tu polla, es lo que necesito para sentirme de nuevo mujer.

Mi suegra avanzaba hacia mí convencida de que estaba enamorado de ella y que entre mis piernas estaba la solución para ambos. Al llegar a mi altura, Casandra me colocó una mano en el paquete. No estaba para nada metido en situación, más bien lo contrario, pero un roce en esa zona es suficiente para conseguir una erección incluso en el peor momento.

Esa empalmada fue todo lo que necesitó para justificar lo que haría a continuación. Con una agilidad que no me esperaba, mi suegra se puso de rodillas, me bajó los pantalones y los calzoncillos, y me liberó la polla. Antes de que pudiera reaccionar ya se la había metido en la boca. No hacía falta que jurara que llevaba veinte años sin catar una.

Con una intensidad que Laura jamás había empleado, su madre empezó a mamar. Me hubiese encantado poder decirle que parara, pero resultaba imposible. Tanto tiempo sin que nadie se aferrara a tan sensible zona hizo que fuese incapaz de resistirme, que me rindiera a la voracidad de mi suegra y esperara a que me condujese al placer.

No estuvo demasiado tiempo chupándomela, enseguida se incorporó y me llevó al sofá, obligándome a sentarme. Fue entonces cuando comenzó a quitarse la ropa. En un abrir y cerrar de ojos ya tenía a la vista los pechos de mi suegra, tan grandes como se intuían y firmes como no los imaginaba. Tampoco me esperaba que llevase el coño totalmente depilado.

Volviendo a demostrar su agilidad, Casandra se abalanzó a por mí de un salto y se sentó a horcajadas sobre mis piernas, sujetando de inmediato mi tranca para metérsela hasta el fondo. Su humedad también me sorprendió gratamente, no hubiese dicho que se pudiera sentir algo tan agradable dentro de una vagina madura.

Tras cogerme las dos manos para que me aferrara a sus tetas, Casandra empezó a cabalgar. Comenzó despacio, pero poco tardó en ir ganando velocidad y demostrar lo ávida de placer que estaba. Aunque era una situación surrealista, la broma se me había ido por completo de las manos, por nada del mundo le podía pedir que parase.

Mis manos partieron desde sus pechos para recorrerle el cuerpo entero. La agarré con fuerza del culo mientras ella seguía rebotando e incluso la sujeté por el cuello, algo que pareció excitarle aún más. Nadie hubiese dicho que esa mujer llevaba veinte años sin practicar, era una auténtica fiera, dominaba el sexo a la perfección.

Entregado por completo a lo que estaba ocurriendo y sin pensar ni un segundo en que Laura pudiera aparecer, sentí los primeros síntomas de un orgasmo inminente. Eso hizo que le rodeara con fuerza la cintura y volviese a aferrarme a una de las tetas mientras empezaba a empujar desde abajo. Casandra contorsionaba su cuerpo para que no le quedara ni un centímetro fuera del coño.

Empapados ambos en sudor, lo dimos todo hasta el final. Hubo un momento en que sentí cómo todos los músculos de mi suegra se tensaban y arqueó la espalda para alcanzar el placer. Apretando con fuerza sus duras carnes, descargué toda mi leche en su interior. Mientras yo recuperaba el aliento mi suegra comenzó a reírse a carcajadas.

- ¿Se puede saber qué te hace tanta gracia?

- Sé desde hace un par de días que tú escribiste la carta.

- Así que ya sabías lo que siento por ti...

- Deja de fingir, Jano, me la habías colado, pero te la he devuelto.

- Casandra, yo...

- Ahora ya estamos en paz, no más bromas.

- Trato hecho.

- Pero tenemos un problema con mi hija.

- No, no tiene por qué.

- Quieres que mantengamos la boca cerrada, ¿no?

- Es lo mejor para todos.

- De acuerdo, siempre que estés a mi disposición cuando te necesite.