Me inicié con mi rica hermanita
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Jamás olvidas la primera vez y si ha sido con tu hermana, ¡joder!
Andaba yo en mis 18 primaveras, novato universitario, el fútbol como hobbie, con las hormonas a mil en búsqueda de mi primera experiencia sexual. Era virgen, no había estado con mujer alguna, pero en lo que respecta a mi moreno pene de 19 centímetros, la piel prepuciana ya había sido estirada durante mi adolescencia, producto de una buena cantidad de pajas hojeando revistas baratas y playboy que circulaban entre mis compañeros.
Tuve bellas novias durante el bachillerato, experimentando mis primeros besos, caricias, manoseos y metidas de mano y por contratiempos ocurría algo inesperado que abortaba mis intenciones de llegar más lejos con ellas. En esos años de colegio y sé que puede resultar increíble, le daba más importancia a estar físicamente en forma, jugar al fútbol y obtener buenas calificaciones.
Desde entonces se me ha hecho re-fácil ligar con el sexo opuesto, me volví un mujeriego más temprano que tarde, aprendiendo a dominar desde muy temprana edad el juego de la seducción, de tener el poder y no caer en el terreno movedizo de la debilidad, la vulnerabilidad y eso es algo que una mujer puede oler a cientos de kilómetros.
Es broma, las mujeres no tienen ese olfato de lobo pero sí que pueden intuir cuando un buen macho las caza y un buen macho como yo caza a sus presas.
Tengo la certeza de que hay individuos que llegamos a este mundo como si ya se nos hubieran proporcionado las lecciones del vivir, los movimientos precisos, los atajos, las estrategias asertivas, las habilidades excepcionales para adaptarnos a casi cualquier situación que se nos presente, teniendo un margen importante de ventaja sobre el resto.
Así entonces cumplí mis 18 años con cierta experiencia con las muchachas del cole y aunque todavía no había degustado una deliciosa vagina ni con la boca ni con mi miembro, tenía la plena seguridad de que ese magnífico acontecimiento y que sería un punto de inflexión, estaba, no a la vuelta de la esquina sino más bien a la vuelta de la puerta de mi dormitorio.
Mi bella y llamativa hermanita mayor, Valeria.
Valeria es un año mayor que yo (hoy casada y con hijos). En esos años ella andaba descubriendo mundos y ya yo deducía que mi hermanita había probado (y varias veces) lo que a mi todavía se me resistía: el sexo.
Me referiré a ella en tiempo pasado.
Valeria lucía su cabello negro al natural, hermoso, le caía con facilidad sobre su espalda, tenía unos ojazos que te prendían de inmediato, unos ojos grandes de pupilas color marrón, llamativos, sensuales. Sus cejas naturales enmarcando sus hermosos ojos de manera perfecta, creando una armonía encantadora.
Su piel blanca al extremo, de estatura pequeña, 165 centímetros, 15 menos que yo.
Tenía un bello cuerpo, no un cuerpo perfecto sino un cuerpo hermoso, con una silueta de mujer real, de cintura discreta, de caderas curvas, hermosos brazos y piernas a los que yo considero muy femeninos, sin ese toque que deja el gimnasio, refiriéndome a las féminas que recurren fielmente a ciertas rutinas exigentes y presumen de un cuerpo bien tonificado por donde las mires.
Valeria no gozaba de esa perfección y aún así a mi me resultaba perfecta y si la describo tan bien es porque de vez en cuando la espiaba cambiarse de ropa desde un lugar donde yo sabía que no podría verme pero yo sí a ella y en todo su esplendor.
Comencé a fantasear con mi hermanita mayor, ni siquiera se me pasó por la mente si estaba bien imaginarla sentada en mi miembro cabalgando, gimiendo ante mis embestidas, pronunciando mi nombre mientras gozaba de mi buen pene. Le dediqué varias pajas en mis momentos de ducha y deseaba hacer realidad ese sueño de follármela.
Me la pasé un buen tiempo dedicándole miraditas a mi hermanita con toda la intención de que sospechara de mis anhelos, que supiera lo que yo sin duda creía de su figura. Cada vez que se me presentaba la ocasión la adornaba con comentarios de lo bello que me parecía su rostro, de tener una hermana tan bonita y tan elegante. A veces creaba escenas de celos cuando la veía con amiguetes o noviecitos. Mi hermana sonreía al tiempo que se sonrojada y yo en el fondo sabía lo que yo estaba provocando, que mi hermana también sintiera cositas a pesar de que éramos eso: hermanos. No tenía dudas de que mi hermanita ya debía haber tenido un sueño húmedo conmigo, esas cosas les suceden a menudo a las mujeres, ellas también fantasean y sueñan lo que no deberían.
Mi hermana sospechaba de mi, de ser un muchacho que al igual que ella ya debía andar de falda en falda, en otras palabras, mi hermana tenía una muy buena impresión de mi, suponiendo que yo ya debía haber tenido mucha experiencia en lo sexual.
Valeria no tenía ni puta idea de que sería ella la que me estrenaría en este asunto.
La última vez que la espié antes del día en que logré follármela se me paralizó todo, el pene. Acaba de salir de la ducha, yo la observaba desde mi lugar secreto y el que ella desconocía. Dejó caer la toalla púrpura que cubría lo que a mi parecer era un exquisito cuerpo. Quedé boquiabierto.
Estaba allí frente a un espejo, observándose con delicadeza y sus hermosos pechos semi caídos era lo que más llamaba mi atención. Deseaba salir corriendo a chupárselos hasta que se me encalambraran la lengua y los labios. Comenzó a pintarse los labios de un rojo profundo y al terminar se quedó de brazos apoyados en su cintura, mirando su reflejo pero luego se daría la vuelta para observar su trasero y es en ese momento en que queda esplendida ante mis ojos con la vulva peluda. Pero no por completo. Sus vellos hacían una forma de corazón, como un triángulo no tan perfecto y me entraron unas ganas de irrumpir en su habitación e hincarme de rodillas a chuparle la entrepierna, abrirle los labios con mis dedos y lengua, hurgar en ese coño que debía saber a gloria y hacerla gemir hasta que acabara en mi boca y una vez que experimentara estar en el paraíso entonces la tomaría entre mis brazos, la llevaría a la cama y la penetraría sin piedad hasta vaciar mis bolas en ella.
Mi hermana terminó de vestirse y me juré que intentaría follármela aunque fallara en mi intento, aunque luego mis padres se enteraran de mis aberradas intenciones y aunque en la práctica no sabía nada de meter mi pene en un rico y estrecho coño.
Qué rica estaba mi hermanita, me sobre excité esa tarde al verla completamente desnuda y con sus bellos labios carnosos pintados de rojo, era como ver a Eva en el huerto del Edén, solo que yo no era Adán y mi hermana era esa fruta prohibida que no debía tocar ni comer pero que moría por hacerlo, moría por pecar y ser expulsado del paraíso.
Dos días después llegaría el momento indicado, nuestros padres estaban ausentes y cuando noté que mi hermana había llegado a casa me metí a mi habitación a esperar el momento para espiarla.
Transcurriría más o menos una hora en la que mi hermana luego de merodear por la casa se metió a su habitación y eso significaba una cosa: hora de la ducha.
Me quedé observando de pie desde el lugar donde solía espiarla hasta que la vi salir del baño como siempre solía hacerlo, con una toalla cubriendo el torso de su hermoso cuerpo.
Estuvo yendo y viniendo dentro de su habitación hasta que hizo algo que yo no me esperaba. Tomó un objeto de su clóset que al principio no reconocí y se recostó en la cama completamente desnuda.
Mi hermana comenzó a darse cariño con un vibrador. Se estaba masturbando y su rostro era un poema, una serie de gestos y gemidos se acompañaron con los movimientos de mano que sujetaban el aparato que le producía placer.
No crean que me quedé ahí como un estúpido jalándome el ganso, lo primero que se me ocurrió y con toda seguridad fue dirigirme a su habitación. Pasara lo que pasara, iba a entrar a su dormitorio y haría todo lo posible por ocupar el lugar del famoso aparato.
Por supuesto que me quedé un par de minutos observando a mi hermanita disfrutar de las vibraciones y sensaciones que le aportaba el objeto parecido a un secador de pelo pero no pensaba quedarme ahí como un tonto jalándome la polla cuando podía hacer algo mucho mejor que eso: follármela.
Eso hice, me dirigí hacia su habitación que estaba justo al lado de la mía, con cuidado y siendo sigiloso, lo único que deseé en ese momento es que la puerta de la habitación de mi hermanita no tuviera seguro.
Cuando giré la manilla me sentí el hombre más afortunado y en cuestión de segundos pude ver directamente a mi hermana recostada al espaldar de su extensa cama, ambas piernas abiertas y flexionadas. Gemía y hacía gestos placenteros y sus bellos ojos estaban más cerrados que abiertos, disfrutando a plenitud creyéndose en total privacidad.
Era tal el trance en el que se encontraba mi hermanita que yo pude entrar y cerrar la puerta de la habitación, incluso con seguro y al voltearme mi hermanita continuaba en su placentera labor sin percatarse de mi presencia.
Caminé sigilosamente hasta quedar a dos metros de distancia de ella, muy cerca del borde de la cama.
Tenía unas ganas enormes de follarla pero verla masturbarse frente a mi me produjo una agradable sensación. Yo también estaba disfrutando al máximo con el simple hecho de verla allí entregada a su vibrador.
De repente mi querida hermanita salió de su ensimismamiento y exhaló un suspiro que casi me envuelve por completo cual anaconda.
—Aleeeeeeeeeeeeeex! —pronunció.
Hasta ese momento nadie había pronunciado mi nombre con tanta pasión o al menos eso fue lo que a mi me transmitió.
Había sido un susto para ella pero para mi fue como escucharla gemir.
No me incomodé ni me sentí intrusivo, tampoco tuve la intensión de pedirle perdón por entrar a su habitación sin avisar, simplemente me quedé de pie observándola apenada por sentirse descubierta en un acto tan íntimo.
Mi hermana buscó desesperadamente cubrir su desnudez, observó la toalla tirada en el suelo y se aproximó a recogerla.
—¿Qué haces, Alex, acaso estás loco? —me preguntó con la voz temblorosa.
—Nada, solo entré y te encontré así. Wow! qué bello cuerpo tienes —le respondí.
—Casi me matas del susto —agregó, mientras se acomodaba la toalla.
—Estás demasiado rica, Valeria —le dije.
—Alex, por favor, sal —me pidió.
—Pero ven acá, hagamos algo interesante —le dije mientras me aproximé hacia ella con toda la intención sexual.
—Estás muy buena, Valeria, buenísima.
Y ahí pude tomarla de los brazos y ella como quien no quiere la cosa quiso zafarse de mi y quedó a mis espaldas procurando distanciarse y dijo:
—Alex, sal, ¿qué te pasa? o sea.
Y ella quedó a espalda de mi sujetando la toalla con ambas manos mientras yo acariciaba sus brazos y agregaba:
—Vale, estás muy rica, demasiado rica —insistía yo.
Y así estábamos. Yo sentía que ella quería, solo se resistía por naturaleza, deseando que yo no me rindiera y por supuesto que yo no iba a rendirme ante la gran posibilidad de probar a mi deliciosa hermanita, estaba a punto de lograrlo y ella no me había rechazado, solo se hacía la que no quería y yo tenía la plena seguridad de que así era.
—Alex, no —decía ella con el mismo tono de voz de sus gemidos ante el vibrador.
—Anda, déjame probarte, Vale, que estás demasiado rica.
Mi hermana cedió un poco y la toalla comenzó a deslizarse, ella luego volvía a tomarla intentando cubrirse de nuevo hasta que en un momento la toalla cayó en la alfombra y yo continuaba acariciando sus brazos y al ver sus pechos descubiertos comencé a manosearlos sin dejar de halagarla y hacerle saber lo buenota que a mi se me hacía su figura.
—Qué hermosos pechos, Vale, se ven riquísimos.
E increíblemente mi hermana se quedó muda ante mi insistencia, comencé a acariciar sus pechos mientras le hablaba al oído y continuaba hipnotizándola con mi limitada pero efectiva labia.
—Qué cuerpo tan rico tienes, Valeria.
Manoseé sus pechos, sus brazos, su cintura, me paseé por sus caderas y mi hermana enmudecida hasta que con una de mis manos hurgué en su entrepierna y la oí gemir timidamente.
—Déjame hacerlo a mi —pedí—, déjame devorarte con mi lengua.
Logré darle la vuelta, nos miramos por un momento y entonces con mis brazos la rodeé por detrás de sus nalgas y la cargué por un instante hasta recostarla en la cama, le abrí las piernas y por primera vez en mi vida me vi frente al coño de una mujer y qué pedazo de coño el que tenía mi hermanita.
Me hinqué y comencé a chupar sin ser delicado, abrí sus labios vaginales y probé por primera vez el sabor de un coño húmedo y me sentí en absoluta confianza, como si ya me hubiera chupado 10 mil coños en una vida pasada.
Fue tal mi dedicación que en pocos segundos la oí gemir así que continué devorando su coño como si de un manjar exquisito se tratara y eso era para mi el coño de mi hermana en ese momento, un manjar, no solo degustarlo sino saber que a mi hermanita le estaba gustando el placer que mi boca le proporcionaba.
Estuve un buen rato chupándole el coñito a mi hermana y oyéndola gemir y retorcerse un poco ante las embestidas de mi cálida lengua y los chupetones que le proporcionaba a su clítoris con mis labios hasta que me levanté y me despojé de mi bermuda de variados colores y ella se quedó observando el momento en que apareció mi pene moreno de nada más y nada menos que 19 centímetros, grueso, venoso y erecto al 80% pero de camino a la absoluta, dolorosa, enérgica y placentera erección.
—No, Alex, ya, eso no —dijo mi hermana entre gemidos.
Pero a mi no me engañarían esas negativas, era como si ya supiera el actuar de las mujeres, sus conflictos mentales, su naturaleza, sus miedos pero también sus deseos y un largo etcétera.
Por supuesto que no puedo dejar a un lado el hecho de que somos hermanos y que socialmente lo que estábamos a punto de acometer era una abominación gigante para la sociedad, un tabú de los que pertenecen al podio.
Mientras mi deliciosa hermana se debatía entre continuar disfrutando conmigo o detener en ese preciso instante el incesto que ya habíamos comenzado, yo solo tenía un objetivo en mi retorcida mente; follármela.
Me recosté sobre ella, le sonreí con ternura y respeto y le dije:
—No me niegues este placer de hacerte mía, me encantó comerte ese riquísimo coño.
La besé, dándole a probar de su propio coño y ella correspondió y continuó besándome profundamente mientras yo me acomodaba, la empujaba hacia el centro de la inmensa cama matrimonial aún sin penetrarla y entendí que lo que ella quería era ahogarse y callarse con mi boca, que yo la entretuviera besándola antes de penetrarla así ella no tendría que entrar en el dilema de negarse a mi o permitir el coito que en el fondo de su ser anhelaba.
Nos besamos y eso sí que sabía yo muy bien hacer y me di cuenta de que mi hermanita era una experta, nuestros labios se fusionaron tan bien que mi pene alcanzó su máximo punto y entonces con una mano lo dirigí hacia la deliciosa entrada del coño de mi hermanita y la penetré levemente y me percaté de rico suspiro que expresó mi hermanita y cuando sentí que mi pene podía adherirse por sí solo al coño de mi hermana entonces la penetré y fui entrando lentamente en ella pero en una sola embestida y mi hermana paro de besarme para tomar aire y gemir como si hubiera alcanzado el cielo.
Y empecé a follarme a mi hermanita que paró de besarme y se entregó a lo que mis movimientos impusieran. Yo me quedé recostado a ella penetrándola yo no sé cuántas veces y ella gimiendo enloquecida y lo primero que se me vino a la mente fue:
«¡Me la estoy follando, me la estoy follando y se está dejando, se entregó a mi, qué perra y qué coño tan delicioso!»
Eso fue lo primero que me llegó al pensamiento, que me estaba follando a mi hermanita un año mayor que yo, que se había entregado a mi, que lo estaba disfrutando, que no se me había hecho nada complicado.
—Qué coño tan rico, Vale —le decía yo entre gemidos y ella gemía teniendo los ojos cerrados, mis embestidas la estaban enloqueciendo.
No recuerdo cuánto tiempo transcurrió pero sí sé que duré más de lo que yo pensé podía durar la primera vez que estuviera con una mujer, solo me dediqué a mirar a mi hermana mientras me la follaba prácticamente a mi antojo, le metí mis 19 centímetros hasta lo más profundo, la sentí completamente mía, lamí sus mejillas, mordí sus labios, su mentón, jalé un poco su cabello y cuando al final sentí que no aguantaría más aumenté el ritmo y terminé jadeando como loco casi gritando mientras podía sentir a mi pene escupir chorros de semen dentro del estrecho y delicioso coño de mi preciosa hermana.
Recuerdo que me levanté con prisa, mi hermana no decía ni una sola palabra y yo tampoco, me vestí rápido y abandoné la habitación pero antes de desaparecer de su habitación volteé a mirarla. Estaba cabizbaja, como si se sintiera culpable por lo que habíamos hecho.
No iba a ser la única vez que disfrutaría a mi hermanita, eso fue apenas un abreboca, así fue cómo me inicié en el mundo del sexo y no lo vi como una novatada, fue como si ya hubiese tenido sexo con mil mujeres antes que con mi hermana. Mi hermana se entregaría a mi unas cuántas veces más y hasta el día de hoy ella afirma que he sido el hombre que mejor se la ha follado.
Pienso que a mi hermana me la follé antes de follármela. La manera de mirarla, los celos que yo me inventaba, halagos atrevidos, le elevaba su autoestima con exageración. Ahí comencé a follarla, primero su mente, luego me deleite con ella en su propia cama.