June 3

Corrompiendo a mamá 7

¿QUIÉN CORROMPE A QUIÉN?

Mamá se ha bajado del auto blanco sin prisa, poniendo sus tacones finos en el asfalto. Me atormenta ver que se ajusta su falda negra y alisa las arrugas por delante y por detrás, como si la hubiera llevado desacomodada, tal vez arriscada o con dobladillos hacia arriba.

Me atormenta ver que hoy no lleva puestas las medias que suelen ocultarle sus piernas cuando asiste a sus reuniones grupales, sino que se fue sin ellas, al descubierto, enseñando sus brillantes pantorrillas blancas.

Mamá da vuelta al coche y se inclina, empinando el culo hacia atrás y metiendo un poco la cabeza por la ventanilla. Los desmedidos pechos, aunque ocultos por la blusa, se derraman delante, y solo puedo pensar en las lujuriosas vistas que debe de tener Nacho, su presunto “amante” respecto a mi madre.

Y esa burda posición, ella inclinada hacia el coche, la cabeza metida en la ventanilla del piloto, el culo echado hacia atrás, y las mamas pesadas cayendo hacia Nacho, me alarman. No es ese el comportamiento que una mujer respetable como mi madre debe de tener. De hecho ella jamás se ha comportado así. Estoy seguro que si mamá sorprendiera a mi hermana Lucy en esa posición, la reprendería escandalizada.

Pero me quedo helado a la mitad del camino. Me duele pensar que mamá parece una prostituta que estuviera agradeciendo a su cliente la follada que le ha dado durante la tarde, mientras recibe la paga.

Y así, inclinada como está, la falda de tubo se le sube un poco más. Distingo sus gordas piernas fúlgidas, y el viento que le bailotea algunos mechones rubios de su cabello.

¡Joder!

Se dicen algo, ella ríe. Me acerco más y las nalgas se le mueven debajo de la falda cuando flexiona su pierna izquierda en lugar de la derecha. Yo avanzo y ella no me percibe. Y odio que, a su edad, se comporte como una colegiala. Si la viera mi padre se arma Troya. Incluso no me creo que mamá esté así, empinada, con las chichis cayéndole al cabrón, sin importarle que algún vecino chismoso la vea.

Todo es muy escandaloso.

De un momento a otro avanzo más rápido. Mamá me oye. Saca la cabeza del coche, me mira y palidece. Sus ojos azules lucen asombrados.

Paso a su lado, de largo, y no le digo nada:

—¿Tito? —me habla—. Hijo, ven, quiero presentarte a Nacho…

Así que tengo razón y ese imbécil es Nacho.

No le respondo. No le hago caso. Paso de largo.

—¡Tito, hijo!

Entro a casa y cierro la puerta con un golpazo.

Subo a mi cuarto, fastidiado. Me tumbo. Cierro los ojos, y a los cinco minutos percibo que la puerta de la casa se abre y se cierra. Escucho unos pasos que se acercan a mi habitación y luego noto que la puerta se abre.

Mi madre está plantada en el marcho.

—¿Me puedes explicar por qué has hecho semejante grosería? —me regaña.

Solo falta que me regañe por no haberme quedado a saludar al cabrón.

Me incorporo, la veo plantada frente a mí, y a pesar del coraje que traigo, no puedo evitar descubrirla tan hermosa, tan firme, tan potente, tan elegante.

Tan culona y tan tetona. ¡Joder!

—¿Por qué mejor no me explicas tú quién era ese tipo que tiene el atrevimiento de traerte a la puerta de la casa, mamá?

—¡Si hubieras tenido la delicadeza de detenerte cuando te hablé para presentártelo, seguramente no me estuvieras haciendo esa pregunta! Él es Nacho, el viudo amigo mío del que te hablé la última vez.

—¿Y qué confiancitas son esas, madre?

—¿De qué confiancitas hablas, Tito?

—¡De que no me parece correcto que una mujer casada se suba al coche de un tipejo que no le llama nada!

Mamá abre la boca, y tarda en elegir las palabras con las cuales reclamarme.

—¿Por qué no dejamos los celos para tu padre y tú me respetas como el hijo que eres? Ni siquiera Lorenzo es tan avasallador y controlador como tú.

—Porque él no te ha visto con Nacho, pero yo sí, y no sabes lo mal que me lo has hecho pasar, mamá.

Ella suspira, taconea, vuelve a suspirar.

—¿Pero por qué te pones así, mi amor? ¿Qué te parece mal de que Nacho me haya traído a casa? Llevo tacones, ya tengo una edad que me cansa andar por la calle así.

—Existen taxis, mamá.

—Y también caballeros que pueden hacer el favor de traerme a casa en su casa. ¿Por eso estás tan rabioso, Tito?

—¡Estoy rabioso porque el otro día me lo negaste! —le recuerdo—. Te pregunté que quién te había traído y me dijiste que era un uber, que por cierto yo mismo vi por la ventana. Pero me mentiste, porque el auto del que te bajaste hoy es el mismo del otro día. No era un uber, era Nacho, el que te trajo borracha de esa “reunión.” Y tú me mentiste.

Mamá abre los ojos como plato.

Su iris azul resplandece.

—¡No te mentí, Tito!¡Yo te dije que era Nacho!

—¡No es cierto! ¡Me dijiste que era un uber!

—¡Basta, Tito, por Dios! Ya estás peor que tu padre, a quien por cierto, dudo mucho que lo tomaría tan mal como tú.

—¿Apostamos? —la desafío, rabioso.

—¿Apostamos qué, hijo, por favor?

—¿Apostamos a que si le digo a papá que “un amiguito tuyo” te ha traído hasta casa en dos ocasiones, una de ellas borracha, no se enfadará?

Mamá está lívida, asombrada por mi actitud controladora.

—¿Qué es lo que he hecho tan mal que te ha puesto como loco, Ernesto?

—¡No está bien que te exhibas en la calle con otro hombre que no sea papá, y menos afuera de nuestra propia casa!

—¡Pero si no he hecho nada!

—¡Sí que lo has hecho, te has exhibido! Ojalá te hubieras visto, mamá, me diste vergüenza. ¡ME DISTE MUCHA VERGÜENZA!

Y mamá se echa las manos a la cara y se pone a llorar.

¡Mierda!

Doy un salto de la cama, sorprendido, y respiro hondo. ¡Joder!

—Mamá…

—Está bien… está bien… —dice llorosa—, lo siento, hijo, pero me ha dolido mucho lo que me has dicho.

—¡Pero mamá!

No me atrevo a acercarme a ella. Me siento muy avergonzado. ¿Ahora cómo lo arreglo?

Ella me dice:

—Si no quieres que salga de casa nunca más, sino que me quede aquí esclavizada, ahogada en el aburrimiento y asfixiada en la monotonía, pues lo haré, me quedaré aquí para siempre con tal de que no me vuelvas a tratar así.

—Madre, estás exagerando.

No encuentro la manera de tranquilizarla.

—¡Me quedaré aquí para que no te avergüences de mí! Es que… eres… sumamente importante para mí, hijo, y no soporto que me hayas hablado de esa manera. Lo puedo esperar de tu hermana, ¿pero de ti?, ¿de mi hijo predilecto? ¡Por Dios, Ernesto, cuánto daño me has hecho!

—¡Mami! ¡Mami! ¡Nooo! ¡Perdóname, por favor, he sido un idiota! ¡Elegí mal las palabras! Yo jamás me avergonzaría de ti. ¡Si eres lo que más amo en la vida, mami! ¡Por favor, ya no llores!

La abrazo fuerte, mientras se sigue limpiando la cara. Ella suelta sus manos y las echa hacia a mí. Y yo la aprieto y siento sus gordas tetas aplastadas en mi pecho.

—¡Mami! ¿Me perdonas? Por favor.

Ella gimotea y yo me reprocho por este comportamiento tan horrible.

—¿Se lo dirás a tu padre… hijo, que llegué borracha el otro día y que me he subido al coche con Nacho?

—¿Eh? ¡No, má! ¡Jamás lo haría, lo sabes bien!¡Jamás sería el que propiciara que mi padre te gritoneara! Y tampoco lo permitiría.

—Gracias, cielo.

Su rostro suave se frota en mi mentón, agradecida. Siento cerca su aliento, demasiado caliente. Se frota lentamente como una gata cuando se restriegan en los pies de su humano. Su perfume fresco llega a mi nariz y de inmediato se me pone duro mi miembro.

—Y tampoco… tampoco es verdad que quiero que te quedes encerrada, má. No, claro que no. Solo que… no sé qué me ha pasado.

—¿Te has puesto celoso?

Su voz es dulce, erótica.

—¿Eh?

—Es normal, mi vida, pero no te tienes que preocupar.

—¿Es normal que me ponga celoso de que… otro… hombre… sea tu amigo?

Siento sus pechos duros en mi cuerpo. Ella se aprieta más a mí y me acerca su pelvis aun cuando yo me echo hacia atrás para que no me sienta la erección.

—Sí, cielo, es normal, y por eso lo entiendo.

—¿Tú? Mami, ¿tú te pondrías celosa si… si yo… si supieras que yo tengo una novia?

Ella sonríe. Su pelo rubio me acaricia el cuello, el pecho. Se abraza más fuerte contra mí y yo respiro muy hondo. Mi falo está más duro que antes.

—¿Y cómo no voy a ponerme celosa si querrá arrebatarme a mi hombrecito?

Siento una satisfacción enorme cuando la escucho. Pero lo que más siento son sus tetas aplastadas contra mi pecho. Y ahora me cuesta respirar.

—No, má, yo no tendré novias —le prometo para dejarle claro que la quiero a ella como mi mujer—. Mi novia eterna serás tú, mamá.

La blandura y dureza de sus bubis se desparraman de un lado a otro en mi camisa.

—Anda, loquito, que ya lo hablamos antes.

—Si te pone celosa que tenga una novia no la tendré.

—Por Dios, mi bebé, es un decir.

Sus uñas largas se clavan en mi espalda, y me acarician la espina dorsal, bajando lentamente. Me estremezco. Mi falo sigue palpitando.

—¿Entonces me has perdonado, mamá?

—Yo nunca podría enojarme contigo, mi bebé. Te amo.

Nos separamos un momento. Sus ojos grandes, azules, me miran ansiosos. Y veo sus labios enormes, rosados, gruesos, y me los imagino en medio de mi polla, que me está palpitando justo ahora.

—Yo te amo más.

Cuando mamá intenta besarme las mejillas para despedirse, yo hago un suave movimiento, y mis labios y los suyos se juntan. Apenas es un piquito, pero me trago su aliento. Nuestras bocas se han besado aunque sea por un mínimo instante.

He sentido la blandura de sus labios, su aliento fresco, la humedad manada por entre la boca. Y me estremezco.

Ambos nos separamos. Ella se dirige a la puerta y yo retorno a mi cama. El pecho me tiembla muy fuerte.

¡Joder, casi--- casi nos hemos besado!

Y me arrepiento de no haberla tomado por la cabeza, y de haber metido mis dedos entre su melena rubia para presionarla contra mí y besarnos en forma, con nuestras lenguas húmedas compartiendo saliva de una boca a la otra.

¡Mierda!

Mamá es la que rompe el hielo, cuando está a punto de salir.

—Oye, cielo, ¿sabes que tu primo Hernán vendrá en Septiembre a quedarse con nosotros una temporada?

Pongo una almohada en mi entrepierna. Se nota mucho mi gordo bulto.

—¿Mi primo Hernán, el hijo de la tía Estela?

Mamá está agitada, colorada, nerviosa.

—Sí, mi amor, justo él, Hernán, el hijo de mi hermana Estela, que por cierto es de tu edad.

—Joder, mamá, ¿hace cuánto que no lo vemos?

—No sé, hijo, pero seguro son los mismos años que no visitamos a la tía Estela allá en su casa de Monterrey, ¿serán cinco años? Tú y Hernán eran unos niños.

Me parece una locura que estemos hablando de nimiedades después de lo que ha pasado.

—Pero mamá, ¿quién en su sano juicio viene de una ciudad moderna e industrializada como Monterrey a Saltillo para hacer sus prácticas profesionales?

—Porque me ha dicho tu tía Estela que un profesor de la facultad ha recomendado a Hernán a una empresa de informática importante de aquí, no me dijo cuál, con la promesa de que al final de las prácticas profesionales, Hernán pueda obtener una plaza.

—Bueno… al menos tendré con quién platicar —le digo.

Mamá sonríe. Sigue nerviosa. Y luego se va.

Y yo me quedo tendido, y me niego a pajearme pensando en sus labios de mamona. Porque confío en que si todo marcha bien, un día esa leche mi mami se la tragará.

***
La cena ha transcurrido tranquila. A papá le ha sabido mal que Hernán venga con nosotros. En cambio, a Lucy le ha ilusionado.

—¡Tiene ojos azules, Sugey! —dice mi calentona hermana.

—Mi hermana también tiene los ojos azules, Lucy, y no me digas Sugey, que soy tu madre.

Mi hermana actúa como si le hubiera hablado a la pared.

—Es que Sugey, yo lo sigo por redes. A veces conversamos. Hernán está hecho un monumento. ¡Está más bueno que tus pastelillos echados a perder!

—Luciana, por favor —la reprende mamá—. Compórtate, por favor, que encima Hernán es tu primo hermano.

—Entre primos se exprimen —dice ella.

—Niña, joder —Ahora es mi padre quien la regaña.

—¿Lo ves, papá? —digo yo riéndome—. Tu hija no es tan santita como parece.

—¡Tú cállate, Tito! —me dice Lucy—. Que si a esas vamos, tú eres peor. ¿Ya te conté, papá, que tu hijo se la pasa viendo porno?

—¡Lucy! —exclama mi madre.

—¡Princesa! —le secunda papá

—¡Changa! —le gritoneo yo.

Como no quiero ser partícipe de este tema tan bochornoso, me levanto, les digo buenas noches y me voy a mi cuarto, diciendo que me ducharé.

—Cielo —me dice mamá—, ¿te molestaría si me ducho primero yo? Es que me muero de sueño.

—Que se duche él en el baño de abajo —interviene mi padre.

—No hagas caso a tu padre, hijo —sonríe mi madre—, me ducho, y luego entras tú.

—Claro que sí má.

Y mientras tanto, me meto a mi cuarto, entrecierro los ojos y casi me quedo dormido, hasta que alguien toca la puerta por fuera y me dice:

—Mi bebé, el baño está libre.

—Gracias, má, ya voy.

Casi son las once de la noche. La verdad me da flojera, pero luego no me gusta dormir pegosteoso.

Preparo mi toalla, mis chanclas, mi ropa de dormir y voy entro al baño.

Me desnudo, pero es cuando me dirijo al área de ducha que me quedo impresionado con lo que observo:

—¡Mierda!

Ya no puede ser casualidad lo que ven mis ojos; una mini tanga negra de hilo con la parte frontal con encajes colgada sobre la perilla que uno usa para abrirle a la regadera.

Y estoy seguro que mi pervertida madre la ha puesto ahí porque yo por obviedad tendría que abrir la regadera.

—Joder, mamá.

Me acerco, y no puedo evitar ponerme duro. Me masajeo la polla y con mis dedos libres agarro la mini tanguita.

—¡Mierda, má! ¿Esto llevabas puesto hoy?

Todo es una puta locura.

La prenda es tan suave que parece de algodón. Y en el centro de la misa veo una mancha lampareada. Son sus flujos de madre cachonda. La polla se me pone más duro cuando la llevo a mi nariz y la huelo.

Y el aroma a hembra cachonda me pone como moto. Pego más la prenda en mi nariz y quiero sorberla. Masajeo mi pene despacio, pero apretándola duro. Separo la tanguita y sigo viendo la mancha donde reposan sus olorosos fluidos de madre puta.

Y saco la lengua, morbosamente, y chupo la mancha. Y su sabor es tan acorde a su aroma de madre cachonda que me pongo más caliente. Aumento mis jaladas de cuero y sigo oliendo la tanga, chupándola, saboreándola.

Pero entonces alguien abre la puerta, y al mirar de perfil veo a mamá.

—¡Ah! —escucho su exclamación.

Y yo me quedo helado. Me ha encontrado por segunda ocasión masturbándome con sus bragas. Esta vez con su sexy tanga negra. Y aunque sé que ella la ha dejado a propósito, me estremezco de terror, de nervios.

—Mam… —Trato de hablar, pero no puedo.

La miro por un instante y noto que lleva una bata de dormir plateada de satín atada al cuerpo. Las solapas de la bata están un poco abiertas en la parte de su pecho. Distingo bien su canalillo enorme y la mitad de sus senos asomándose.

También se le marcan los pezones.

Y no puedo creer que de nuevo no lleve sostén. ¡A lo mejor ni siquiera bragas!

Me giro, temblando de vergüenza, sin soltarme el falo ni las bragas con mi otra mano. Antes las vistas de mi madre eran la de mi erección en todo su esplendor, mis testículos colgándome y su tanga en mi mano izquierda.

Ahora sus vistas son mi culo y mi espalda.

—¡Mamá… jo---der!

—Está bien, cielo, está bien… no tiembles, está bien.

—¡Yo--ooo!

Una cosa es que lo hubiera supuesto, que la última vez que me encontró con sus bragas enrolladas en mi pene me había masturbado con ellas. Y otra cosa es confirmar que ahora lo hizo. Me encontró haciéndome una paja y con mi lengua lamiendo su tanga.

—¡Mamá--- sal--- por fav---or!

—No voy a dejar que te traumatices por esto, cielo.

—¡Mamá me estoy muriendo de vergüenza!

—Mírame, quiero que esto no te traume de por vida. Sólo gírate, y ya.

—¿Cómo… voy a girarm---e--- así--- como est---oy?

—Sólo hazlo, hijo.

—¡Estoy desnudo…!

Sigo temblando. Mamá sigue detrás de mí. Encima noto que ha entrado al baño y ha cerrado la puerta detrás de sí.

—Está bien, hijo, quédate así, pero--- permíteme ayudarte.

—¡¿Ayudarme a qué?! ¡Solo vete!

Quiero morirme. Quiero que la tierra me trague. ¡Quiero llorar de vergüenza!

—Ya te dije que voy a quedarme, Tito, y te ayudaré a que no quedes traumado de por vida, sabiendo que yo he entrado y te he sorprendido… así…

¿Así cómo? Como un hijo degenerado que chupa las bragas de su madre mientras se masturba.

¡Mierda! ¡Mierda! Esto no puede ser más traumatizando y bochornoso.

—¡Mamá, más que ayudarme, si te quedas me vas a traumatizar! ¡Solo date la vuelta y yaaaa!

—Voy ayudarte —insisto.

Me aterra oír su voz más cerca de mí, como si se estuviera acercando. Miro hacia la contraparte de mampara que tengo enfrente y la veo avanzar poco a poco.

—¡Má--- no---! ¡No vengas--- tengo--- una--- ere---cció---n!

—No la tienes, cielo, la erección se te ha bajado. Así como tú me estás viendo por el espejo que tienes de frente, yo estoy viendo tu--- tus genitales. Y se te ha puesto flácido.

¡Mierda! ¡Qué puta vergüenza!

—¡Madre, por Dios, jodeeer!

—Si te dejo así, hijo, podrías quedar con disfunción eréctil.

—¡Mamáaaa, vete… por favor--- solo vete!

—Me iré, pero hasta que hayamos arreglado esto. No voy a permitir que por mi culpa no puedas rendirle a ninguna mujer. Además, soy tu madre, que te he visto desnudo desde que eras un bebé.

—¡Pero antes no--- estaba desarrollad---ooo!

Y antes no tenía vellos púbicos, ni tenía la polla más grande y los testículos peludos. ¡No es lo mismo!

—Solo respira, hijo.

Siento que avanza. Cierro los ojos. Suelto mi verga, suelto la tanga y respiro.

Y entonces la siento detrás de mí. Siento sus suaves manos en mi espalda, acariciándome. Y yo siento que me iré de boca.

Con dificultad me sostengo con las dos manos del tubular horizontal donde se cuelgan las toallas, y así, con los ojos cerrados, comienzo a temblar.

—¡Ohhh! ¡Mamáaaa!

Es respirar, con el corazón explotándome por dentro, y sentir cómo los dedos y las uñas de mi madre descienden lentamente primero por mi espalda y luego por mis laterales, poniéndome la piel de gallina.

Es sentir su presencia justo detrás de mi cuello y que mi corazón me martille, nervioso.

—Tranquilo, mi bebé…

Su voz es tan suave, tan siniestra, que la desconozco.

—Ma---máaaa.

Siento su aliento muy caliente en el lóbulo de la oreja, y su voz en susurros, que me derrite, que me mata, diciéndome; “sólo relájate, mi pequeño, y no pienses en nada”

Pero pienso, pienso mucho.

Yo estoy desnudo, y mi madre detrás de mí, con sus dedos ahora a la altura de mis muslos, y poco a poco deslizándolos hacia delante.

—¡Jodeeer! —me estremezco.

Sus dedos ahora me están frotando siento en la línea triangular inversa de mi pelvis.

—No tiembles, mi amor, que no pasa nada, absolutamente nada. Soy tu mami, y no haré daño.

Me estoy quemando vivo, y mi piel se está encrespando. Mi pecho explotando fuerte.

—Así, mi cielo, tranquilízate, que soy tu mami.

Sus dedos ahora irrumpen entre mis pelos púbicos. Y es suspirar y de pronto sentir su mano derecha atusando mis vellos, metiendo sus deditos entre mis matorrales. Mi verga está tiesa, goteando de la punta, y cuando creo que ya no puede ocurrir nada más, siento cómo sus dedos abrazan mi tronco, sujetándolo fuerte:

—“Ohhh mamáaaaa”

—Shhhh, mi niño, shhhh…

—¿Q---ué haces?

—Shhhh

—¡Haaaauummm!

Casi siento que se me doblan las rodillas. No es lo mismo que te agarre el falo una de tus novias a que lo haga tu madre. Y si encima ella está detrás de ti, con sus enormes tetas, semi descubiertas por la bata de satín, aplastándose contra mi escalofriada espalda, todo es mucho más caliente y morboso.

¡También perturbador!

¡Como un sueño!

¡Como una fantasía!

Y es más placentero y pervertido de como yo imaginé que pasarían las cosas. Al final no soy yo el que ha llevado el control de las cosas, sino ella, desde siempre.

Ella sabe que le mamé las tetas, que se las amasé, que la acaricié, que olisqueé con mi nariz su pubis, sintiendo la punta de sus pelitos cosquillándome.

Y aunque en su momento creí que me sería difícil convencerla de follar con ella, ahora que la tengo allí, segura de sí misma, detrás de mí, aterrorizándome y erotizándome a la vez, con sus pechos desparramados en mi lomo mientras me masturba.

Estoy helado, tísico.

—¡Ouuugggg!

No puedo moverme ni hacer ningún movimiento que me permita girarme de frente a ella, tomarla, besarla, desnudarla y follarla. Me impone demasiado. Estoy intimidado. Verdad de Dios que no me esperaba esto para nada, de ninguna forma. No lo vi venir.

Y sollozo enloquecido “Ouuuhhh mamiiii”

—¿Te gusta, mi bebé?, ¿quieres que mami pare?

—¡¡¡¡¡Nooooo!!!!! ¡Sígue así, mamá! ¡Se sienteeeee bieeeen! ¡Ohhhh!

La mano que me tiene prensada la polla está muy caliente. Y la aprieta fuerte. La desliza de arriba abajo. Y entonces las palabras de Elvira cobran sentido.

Mamá no es la santa que yo pensaba. Mamá no es una hembra ingenua. Mamá es una mujer de armas tomar, que le gusta el sexo, y que ahora está pervirtiendo a su hijo.

—Qué dura la tienes, mi bebé… mami está muy orgullosa de ti.

Líquidos pre seminales aparecen en la punta de mi glande. Yo sollozo de placer. Me estoy volviendo loco. Mamá posa su yema en mi glande y lo frota. Yo me retuerzo, gimo fuerte. Ella me sigue masturbando. Es experta, y no puedo creer que mi madre me esté masturbando.

Me pregunto si ha hecho lo mismo con Nacho, en el coche, en alguna orilla solitaria, bajarle el pantalón, el bóxer, y ella masturbarlo. Y él a ella, metiendo sus gordos dedos debajo de su faldita, hurgándole la piel, enterrándolos en su vagina, y dedearla.

Pero eso no me importa ahora. Lo que importa es lo que está haciendo ahora. Esa paja que me tiene como burro. ¡Mamá me está masturbando!

Y estoy sintiendo sus pezones duros detrás de mí y sus piernas chocando contra mis nalgas. Y me sostengo del tubo, porque un paso en falso me voy de boca.

—Tus venas palpitan, mi amor… ¿Vas a eyacular, mi bebé? No te detengas, hazlo, mami estará bien. Tú estarás bien. Todo estará bien.

—¡Mamáaaa! ¡Jodeeer, mamáaaa!

Suelta mi polla. Cierro los ojos. Escucho cómo escupe en su mano, y luego la baja a mi glande, que lo empapa de saliva. Y cuando su mano libre, me abre las piernas, para meterlas por en medio para acariciar con sus uñas mis dos huevos, chorros de semen salen expulsados de mi uretra y manchan los azulejos.

—¡¡¡¡Haaaaa!!!! —grito estremecido.

—Shhhh —mamá me calma, jalándomela fuerte, apretando sus dedos contra mi trozo.

—¡¡¡¡MMMMMMMM!!!! —No me puedo contener.

Estoy sudando a chorros. Temblando fuerte. Mis piernas hondeándose. Mis rodillas flexionándose. Mi semen reventando desde mis testículos.

—¡Ya--- por Diosss! —imploro a mi madre, que me sigue masturbando.

Me descuelgo del tubo y llevo mis manos hasta las manos de mi madre, para detener sus pajas.

—Mamiiii —lloriqueo de placer.

—Shhhhh —me calla ella.

No quiere que nadie nos escuche.

—Mamá.

—No ha pasado nada, mi vida.

Abro los ojos, miro hacia abajo y enloquezco al ver mis manos sobre la mano derecha de mi madre, que sigue rodeando mi pene que se está poniendo flácido, manchada de semen, de mi semen, del semen del hijo que llevó durante nueve meses en las entrañas.

Y la incomodidad que siento justo ahora me hace doler el pecho. Mi polla sigue palpitando, y mi corazón también. Quito mis manos y ella la suya, que corta el último hilo de semen que cuelga de mi glande al suelo. Enreda el hilo entre sus dedos. Juguetea con él y luego se limpia entre mis vellos púbicos.

Estoy temblando de vergüenza, miedo y adrenalina.

No sé qué decirle, y ella lo sabe. Su calor se desprende de mí. Tengo ganas de llorar de alegría y de pena. Pero me quedo quieto. Siento que retrocede.

—Shhhh —me vuelve a decir, con una sonrisa que me tranquiliza.

Sus ojos azules brillan cuando levanto la vista y memira. Sigue retrocediendo mientras se acomoda las puntas de su pelo rubio. Mientras se cierra la bata, que antes pude ver de forma fugaz colgando hacia afuera, con sus pezones tatuados en mi espalda.

Y no entiendo qué pasará entre nosotros a partir de ahora. Solo sé que todo ha cambiado. Nada será igual.

—Mami te amo…

—Yo te amo más, mi bebé.

Mamá está en silencio. Con una expresión de vergüenza como si apenas se hubiera dado cuenta de lo que ha hecho. Sus ojos brillan, no sé si de pena o de arrepentimiento.

Y yo no quiero que se arrepienta. Por eso le digo sin más, acercándome a ella y tendiéndole mi mano:

—Mamá, ven, vamos a mi cuarto.