El tren perveso
Leo ya se ha acostumbrado a personas rozando su cuerpo a su alrededor en el transporte público. Algunas veces hay manos que lo tocan en lugares inesperados e indebidos, pero esa tarde una mano le agarra firmemente las nalgas y no puede evitar sentirse excitado.
N.A.: Esta historia es un producto de la imaginación del autor. Es una fantasía. Por lo tanto, es completamente ficción. Nunca pasó. Eso no significa que apoye o condone los actos que aquí son descritos. El autor no quisiera que este tipo de situaciones ocurrieran en la vida real. SÓLO ES UNA HISTORIA, ¿VALE?
I swear I didn't mean those things I said
I never meant to do that to you
Next time I'll keep my hands to myself instead
La alarma suena unos segundos después de que el tren se detiene y las puertas se abren para permitir la entrada a la avalancha de pasajeros que se encontraban esperando en la estación. El vagón comienza a comprimirse, y aquellas personas que ya se encontraban a bordo se mueven para hacerles espacio. Los codos se rozan con costillas, los pies golpean suavemente los talones, los cuerpos buscan espacio donde ya no cabe un alma.
Leo se remueve en su lugar incómodamente, está rodeado por todos lados. Se encuentra de pie a un lado de la última puerta del tren. Con una mano sostiene su mochila contra su estómago y la otra la tiene envuelta alrededor de la barra de acero que les servía como agarradera. Está vívidamente consciente del muro de personas que lo rodean, la mayoría son más altos que él y le sacan por lo menos una cabeza de ventaja. La tenue luz amarilla de las lámparas artificiales apenas le ilumina el cabello, lucha por colarse entre los hombros y las cabezas de todos los adultos a su alrededor. El joven adolescente suelta un suspiro y ajusta su posición para no caerse cuando siente que los cuerpos apretados se remueven alrededor de él. Su mirada se desliza a través del mapa de las estaciones que cuelga a un lado de la puerta – es la única forma de entretenimiento que tiene de momento ya que prefiere tener guardado su celular cuando viaja. Leer un libro es imposible, considerando que las luces los iluminan pobremente, además del hecho de que la mayoría de su viaje es a través de túneles que tienden a inundar los vagones de oscuridad.
El recorrido dura cuarenta y cinco minutos, acompañado por breves zonas de luz y prolongadas zonas de penumbra. El adolescente descansa su frente contra el cristal de la ventana, resignado al aburrimiento del largo camino que le espera.
La alarma de las puertas vuelve a sonar.
El suelo se estremece ligeramente cuando los engranajes del motor recobran su movimiento y el tren comienza a moverse, lanzando a los pasajeros en un suave balanceo. Nadie parece percatarse de ello, las caras de todos están pegadas a sus móviles y las orejas están cubiertas por audífonos; ávidamente evitan cualquier tipo de interacción humana.
Otra larga tarde en la gran ciudad.
Leo observa atentamente el cambio de escena a través de la puerta de cristal. Sus pensamientos comienzan a ralentizarse alrededor de su cerebro somnoliento, está listo para quedarse dormido de pie. Nunca se percata de que una persona se ha movido para estar detrás de él. Está más que acostumbrado a los ocasionales roces después de años de usar el transporte público, algunas veces alguien lo toca en lugares inapropiados, pero las caricias son breves y no les presta atención.
Así que, a pesar de que el roce que una mano desconocida le hace sobre el trasero lo saca de su distracción, no le alarma en sí mismo. Simplemente mueve su cuerpo para estar más cerca del cristal, imaginando que es alguien que se está ajustando entre el espacio apretado. El toque se retira y Leo devuelve su atención a las luces que pasan rápidamente del otro lado de la ventana.
La palma se presiona contra sus nalgas con un agarre más sólido que el anterior y Leo siente un escalofrío. Está a punto de moverse del lugar, pero la mano lo agarra firmemente y el adolescente se queda congelado. Es una mano. La mano de alguien. Le aprieta y acaricia la suave piel de su trasero con bastante avidez, los dedos se frotan a través de la tela de sus pantalones de arriba hacia abajo. Sus entrañas se hacen un nudo cuando un escalofrío se desenvuelve a través de su cuerpo. Leo trata de escabullirse del agarre, pero no hay suficiente espacio para poder moverse. Da un pequeño paso hacia su izquierda, pero un adulto le impide moverse más allá. No funciona. El toque lo sigue, la mano se extiende sobre su nalga derecha. Leo traga saliva, pero su garganta se siente seca, así que cierra los ojos fuertemente ante la sorpresa.
D-de verdad estaba pasando. Alguien… lo estaba toqueteando en el tren. Había leído sobre ello algunas veces en las noticias, pero más allá de sentir repulsión y lástima nunca le había dedicado más de un pensamiento ante la realidad de lo que eso significaba. Pero esto era algo real, que sucede todos los días, a muchísimas personas.
Nunca pensó que podría pasarle a él.
Y no era simplemente porque fuera un chico, pero… no le parecía real porque… Leo no era el tipo de chico que robara las miradas de nadie. Su cuerpo caía del lado escuálido, su piel era pálida. Utilizaba unas gafas gruesas y redondas que le daban un aspecto de nerd, y en la cara tenía muchas pecas, que habían pasado de ser lindas cuando era niño a una forma de hiperpigmentación no tratada. Su cabello era rebelde y parecía que nunca terminaba de decidirse en si era ondulado o rizado, así que siempre era un híbrido entre ambos. La gente jamás le dedicaba más de dos miradas. Nunca se detenían para saludarlo, ni le dedicaban sonrisas, ni atisbos de coqueteo. En la escuela nadie le escribía cartas de amor adolescente. Y, aunque odiara admitirlo, el hecho de que nunca llamara la atención lo había salvado de ser víctima de acoso por su complexión. Se sentía menos cuando sus amigos hablaban de sus primeros besos y en cómo le habían metido mano a alguna de sus compañeras.
Odia esa parte de él que quiere darse la vuelta y preguntarle al extraño: ¿yo? ¿de verdad?
La mano se mueve, acariciando ambas nalgas lentamente. Leo trata de evadir los toques de manera discreta. Inconscientemente aprieta el agarre sobre su mochila, pero de nueva cuenta sus esfuerzos son en vano. La persona está justo detrás de él y no parece muy interesada en detener sus caricias. La mano se cuela en la abertura entre sus nalgas, dos de los dedos se hunden tanto como se lo permite la suave tela del pantalón escolar, pero es suficiente para que las puntas se empujen contra el ano… Leo toma aire profundamente a través de su nariz cuando siente que los dedos se deslizan entre sus nalgas, de una manera suave pero tenaz. Las yemas de los dedos comienzan a acariciarlo a-ahí, seductoramente, empujándose contra el agujero.
Su mano que sostiene la barra de metal está sudando. La mano del desconocido se desliza más abajo hasta acunar el arco de su trasero, el dedo medio y anular abandonan su ano y se cuelan entre sus muslos. Leo se sobresalta cuando se empujan contra su perineo, justo detrás de su escroto, como si con ese agarre lo fuera a levantar sobre la punta de sus pies. Se siente sorprendido cuando se da cuenta que está a punto de soltar un grito, pero cierra su boca precipitadamente y el sonido se ahoga en su garganta. Lo único que logra expresar es un ligero gemido que se pierde por los movimientos del tren… su visión se vuelve borrosa mientras los dedos siguen frotándolo fuertemente ahí, así que cierra sus piernas fuertemente, desesperado por detener los movimientos. Un grito más se forma al fondo de su boca, pero no puede dejarlo escapar. No tiene caso. Puede sentir que sus piernas comienzan a temblar, desea que aquellas rudas caricias se suavicen, que los dedos gruesos y fuertes sigan con sus movimientos de manera lenta, dibujando pequeños círculos porque ha comenzado a ver pequeños puntos blancos ante él. ¿Q-qué le está sucediendo?
Su frente se deja caer contra el cristal de la ventana, su cara se sonroja por la vergüenza, y el adolescente mueve apresuradamente su mochila desde donde estaba descansando contra su estómago y la lleva hacia el frente de su entrepierna, escondiendo el bulto que se ha formado con su erección. Varios escalofríos se arrastran por su espalda y su piel se siente electrificada, con un calor intenso; el aire en su nuca es bochornoso. El extraño fuerza su mano para que se entierre más profundo entre los muslos apretados del adolescente. Leo sofoca un gemido mientras aquellos dedos diestros le frotan el escroto a través de su ropa, acariciando sus testículos con ganas, pero sin prisas. Las yemas dibujan círculos en cada esfera, acarician lo mejor que pueden a través de la tela, masajeando. Leo está temblando, frota sus rodillas una contra la otra mientras lucha por mantener su respiración constante.
Lanza una mirada a su alrededor con miedo, desesperado por ver si alguien se ha dado cuenta de lo que le están haciendo. La gente parece ensimismada, con los ojos pegados a las pantallas de sus dispositivos e indiferente al mundo que los rodea. Su estómago da una voltereta. Grita, la parte más racional de su mente le ruega, pide ayuda, ¡haz algo!
Permanece muy quieto en su sitio, lo único que logra hacer es temblar. Cuando la mano se retira lo hace deslizándose entre sus muslos apretados. Cuando vuelve se cuela por debajo del dobladillo de la cintura de sus pantalones. Leo cierra los ojos, se estremece ante la sensación de la cálida palma deslizándose sobre sus nalgas, piel contra piel. Se siente amplia. Sólida. Deja escapar un pequeño suspiro cuando los dedos se aprietan sobre una de sus nalgas… un agarre firme se siente sobre la piel suave de su trasero, el cual está tenso por la intromisión. Siente un apretón, como si el extraño le mostrara un poco de afecto, el cual le hace sentir más pequeño que nunca, como si fuera un niño confrontándose a la contundente atención de un adulto. Porque la mano que lo está tocando sólo puede ser de un adulto, aquellos dedos, ansiosos y seguros de sí mismos… los dígitos comienzan a deslizarse nuevamente, las puntas se frotan contra la piel lampiña y sensible, la cual normalmente está escondida debajo de la ropa. El movimiento provoca que el adolescente enderece la espalda y que tome un suspiro muy profundo, apretando la mochila más fuerte contra su entrepierna. El extraño se mueve para estar más cerca, trayendo con él una ráfaga de calor corporal mientras se agarra de la misma barra de acero que Leo. El extraño se cierne sobre el chico más pequeño, es mucho más alto.
Leo se estremece con humillación mordaz. Su erección palpita fuertemente contra su mochila y una mancha de preseminal se forma en el frente de sus pantalones.
-De… deténgase…- le ruega, su voz se quiebra y no se escucha más que un susurro. Pero el extraño lo ignora, moviendo sus dedos entre las nalgas. Dos dedos comienzan a frotarse sobre el ano y la espalda de Leo forma un arco contra su voluntad, su mirada se eleva hacia el techo del vagón mientras sus dientes se aprietan fuertemente mientras la mano, tan deliberadamente, lo acaricia ahí abajo. Unos gimoteos temblorosos escapan de su garganta, vertiéndose en su boca cerrada. Los más terribles y más dulces tirones de placer provocan que los dedos de sus pies se enrosquen dentro de sus zapatos. ¿Q-qué era esto? ¿Por qué… por qué se sentía tan bien? Cuando… oh, oh, dios…- … n-no… por favor, ahí no…
Los dedos retroceden con un movimiento lento, mesurado, y Leo adivina lo que está a punto de suceder segundos antes de que la suave yema de un dedo encuentre su agujero. Sus ojos se abren de par en par y de reojo puede ver la silueta de un hombre de negocios frente a él, el cual no le presta atención ni tiene idea de lo que está sucediendo. El extraño traza pequeños círculos de manera gentil alrededor del anillo… acariciando los músculos que se contraen con los toques, alisando las arrugas una y otra vez, seduciéndolo para que se dilate con empujones cuidadosos y caricias que provocan en el adolescente una extraña sensación de cosquilleo. La yema del dedo se alinea sobre el agujero. El suave movimiento circular se funde con la más delicada de las presiones mientras el dedo se hunde ligeramente en el recto. Leo inhala de manera superficial, pero afiladamente, su cuerpo entero se tensa, su boca se abre y por fin deja escapar un diminuto e incontrolable gemido mientras el dedo solitario y grueso se entierra en su cuerpo lentamente, atravesando los músculos tensos del ano en un movimiento incómodo y extraño.
El dedo se hunde lentamente hasta el último nudillo, su forma se siente indudablemente clara mientras se adapta a las paredes del recto. Leo está temblando, sigue agarrado de la barra de acero con incredulidad y aturdimiento. E-es tan largo… la extrañeza solamente se hace más fuerte cuando el desconocido comienza a moverse y Leo cierra los ojos, sus hombros se tensan mientras se somete ante la sensación de ser acariciado por dentro, la yema del dedo lo explora mientras la mano se mueve para tener un mejor ángulo. ¿Cómo puede…? ¿Acaso esto es un sueño? ¡Un extraño lo estaba penetrando en medio de un vagón de tren! ¿Cómo era posible? Leo cierra la boca para tragar saliva, la cual se siente espesa mientras se desliza por su garganta. Su cuerpo comienza a temblar cuando siente que el extraño se acerca más, lo suficiente como para poder sentir su respiración sobre su cabello y el borde de un pesado abrigo tocándole la espalda.
La mano desocupada del extraño se desliza a través del flanco izquierdo de su cadera y se escabulle por debajo de la mochila. Leo apenas tiene tiempo de sacudirse con sobresalto cuando escucha un sonido ensordecedor y horroroso, el de la cremallera de su pantalón y el botón siendo desabrochados, seguidos por la sensación de la tela cayendo a través de sus muslos. Leo se suelta de la barra de acero para detener la caída de sus pantalones apresuradamente, su corazón ruge como truenos en sus oídos con un ritmo alocado. Está a punto de decir algo en forma de protesta y con pánico, pero el dedo que tiene enterrado en el culo se hunde más profundo de manera repentina, mientras la muñeca del extraño empuja sus calzoncillos hacia abajo para descubrir la mitad superior de las nalgas. Leo se muerde los labios para evitar soltar un gimoteo que lo deje en evidencia. El brazo libre del extraño abandona su entrepierna y se envuelve alrededor de la cintura del adolescente para jalarlo contra su pecho, ayudándolo a evitar que se tropiece con el balanceo del tren.
El adulto empuja su dedo contra la pared frontal del recto, con movimientos exploratorios, como su estuviera buscando algo en medio del calor. Leo está temblando, sus manos están tensas alrededor de su mochila y en el agarre de sus pantalones. Está indefenso ante la exploración no deseada de su culo. Toma un suspiro tembloroso y, por un momento, logra hacerse de coraje para mirar a su alrededor… pero igual que antes, nadie los está mirando. Nadie parece inmutarse. Nadie… ha notado nada.
Una sensación de desesperación y alivio lo invaden al mismo tiempo, es aplastante, y logra sofocar un sollozo y permanece muy quieto mientras la persona detrás de él sigue abusando de su trasero. Se mira en el tenue reflejo de la ventana y parpadea para eliminar la sensación de ardor que se ha formado en sus ojos. El dedo se desliza suavemente entre los apretados músculos del ano, hábil en cierto grado, mientras frota deliberadamente las paredes que no dejan de apretarse con cada empujón. Se sacude ante un abrupto crujido, caliente y eléctrico, que lo atraviesa de la nada. No puede evitar jadear, la sensación casi provoca que suelte su mochila y sus pantalones para agarrarse del brazo del hombre, no para empujarlo o apartarlo, simplemente por instinto. La mano que lo sostiene de la cintura cambia de posición rápidamente para empujarse contra sus labios justo a tiempo cuando un segundo tronido, más vívido que el primero, se extiende por toda su columna vertebral desde su culo. La mano sobre sus labios sofoca el gemido que no puede evitar soltar a través de su boca. Cierra los ojos fuertemente mientras la erección dentro de sus calzoncillos se pone tan dura que parece que va a explotar. La mancha de preseminal crece. Oh, oh, dios, ¿qué fue eso…? Sus pensamientos se desmoronan, los dedos de sus pies se enroscan en sus zapatos y Leo no puede dejar de gemir, ni de estremecerse ante el placer aplastante que finalmente tiene un origen, y es el dedo que gentilmente se frota dentro de su trasero, flexionado a nivel del segundo nudillo mientras se empuja y dibuja círculos, lentos, firmes, contantes… oh, dios, oh, d-dios, oh, oh…
Leo está jadeando, cada respiración a través de su nariz es superficial y afilada, sofocante, cada una de sus extremidades está temblando ante la impresión, su cerebro se siente electrificado dentro de su cráneo… no quiere sentir nada de esto, lo odia, pero el dedo del extraño se frota sobre ese delicioso punto una y otra vez, resbalando con naturalidad dentro de su culo y Leo siente ganas de llorar con las oleadas de dulce placer enfermizo que le provoca. De alguna forma logra reunir suficiente voluntad para detener sus gemidos y así evitar que todo el tren lo escuche, pero apenas y puede lograrlo, lucha por controlar las expresiones de su cara cuando lanza una mirada sin ver a la persona que está frente a él. Su espalda se arquea involuntariamente y se estremece ante cada caricia que siente en su interior. En ese momento puede sentir lo dura que tiene la polla, la cual está palpitando y chorreando, atrapada en la tela y por una mano que luchan para mantenerla en su lugar. Sus calzoncillos están empapados, envueltos alrededor de sus muslos, mostrando tímidamente la mitad superior de sus suaves nalgas. La mancha húmeda que se ha formado al frente se ha colado hasta la tela de los pantalones, Leo está seguro de ello. Si pudiera echar un vistazo hacia abajo, podría ver una mancha oscura justo donde la cabeza de su verga está atrapada. Goteando. Emanando preseminal incesantemente.
Un sonrojo quema a través de sus mejillas, tanto por vergüenza como por excitación.
Leo podría jurar que puede escuchar los sonidos húmedos que emanan de su trasero por encima del estruendo del vagón mientras el desconocido lo folla con su dedo, el cual se mueve lentamente de atrás hacia adelante y se hunde dentro del recto con una dedicación incesante y terrible. Está seguro de que puede escuchar la respiración del adulto un poco más agitada, los latidos de su corazón como un martillo descontrolado, los ojos desenfocados. No puede evitar sentir un escalofrío cuando siente que la persona retira su dedo sólo por un instante, para después agregar un segundo dedo, el cual se empuja en paralelo con el primero, enterrándose a través del apretado anillo de su agujero. Leo se tensa, trata de resistirse… su voluntad es ignorada como si no tuviera importancia mientras ambos dedos se hunden en su culo en un simple movimiento, el cual le provoca un ligero sollozo ante el dolor ardiente de la dilatación forzada. Se siente más grueso. Más lleno. Un poco más profundo. Leo evita soltar un sollozo audible ante esa violación a su ser, lujuriosa y asquerosa. Un sentimiento que es traicionado por su propio cuerpo que reacciona, no ante el dolor, sino ante el placer agudo que siente cuando ambos dedos comienzan a frotarle el recto, con movimientos gentiles y enloquecedores.
Se siente más intenso. Mejor. Y el chico quiere soltarse a llorar, asustado por la respuesta de su cuerpo, quien tiembla pesadamente mientras niega con la cabeza en derrota… ¿por qué le está pasando esto a él? ¿Por qué él? ¿Había sido una coincidencia? El que Leo haya estado en el lugar equivocado a la hora equivocada, o… ¿o quizás lo habían elegido? ¿Acaso este desconocido lo había estado vigilando? Esperando el momento oportuno para abusar de él en medio del tren donde sabía que no tendría modo de escapar. O quizás no se conformaría con lo que estaban haciendo en el vagón. En su mente comienza a imaginarse siendo arrastrado hasta un callejón oscuro o a un baño, siendo empujado contra una pared, mientras le quitan los pantalones y los calzones y una mano se empuja sobre su boca para evitar que grite… la garganta de Leo se cierra en un espasmo y sus caderas se empujan hacia atrás, las caricias rítmicas y empujones contra aquel punto dentro de su culo comienzan a inundarlo de repente con una ola de calor violenta que nunca había imaginado que podía sentir. ¡Jesús…! Su espalda se arquea eróticamente en un tirón, los dedos de sus pies se enroscan sus zapatos, la boca de Leo se abre con sorpresa mientras sus calzoncillos reciben su corrida en silencio con borbotones de líquido caliente, agregando más humedad al desastre que se ha formado dentro de su ropa. Los dedos se frotan sobre la próstata con empatía, más duro y más rápido mientras los músculos del ano se contraen apretadamente alrededor de ellos. La polla del adolescente palpita incontrolablemente mientras derrama su orgasmo.
Y al final, al final, el clímax llega a su fin. Toma un suspiro de manera desesperada, apenas se siente capaz de pensar coherentemente… pero el adolescente, tembloroso, logra enderezarse y adopta una pose para disimular que acaba de tener un orgasmo en medio de una multitud. Parpadea, tratando de mirar a través de sus lágrimas y de la luz titilante. Cierra su boca con determinación, y traga saliva pesadamente. ¿Acaso él… acaso había dejado escapar uno de esos gemidos que cosquilleaban en el fondo de su garganta? Su cuerpo sigue temblando por el orgasmo cuando siente que los dedos abandonan su ano, dejándolo con un dolor ardiente, pero placentero. La abrupta ausencia del abuso es tan desconcertante que se siente robado de una reacción más acorde y se conforma con un jadeo y un escalofrío.
La persona da un paso hacia atrás, retira su mano de entre las nalgas y deja de abrazarlo. Leo se balancea inestablemente ante el suave movimiento del tren, sus rodillas se sienten débiles y temblorosas. Tiene que agarrarse de la barra de metal para evitar tropezarse y casi suelta su mochila. Con la otra mano detiene rápidamente la caída de sus pantalones y de sus calzoncillos.
Nadie lo está m-mirando, de alguna forma nadie se había percatado de su orgasmo, así que probablemente… no… había gemido tan alto.
Trata de evitar jadear ruidosamente cuando siente una punzada originándose en su trasero. Con manos temblorosas se sube la cremallera, haciendo su mejor esfuerzo para ignorar el sonrojo y calor que hierve a fuego lento alrededor de su cuello y para no prestarle atención al dolor que irradia desde sus nalgas y a través de su espalda, mientras sus piernas tiemblan, pero no puede evitar apretar su culo ante la extraña sensación de vacío. El pensamiento le duele y se siente mareado y aterrorizado y a punto de llorar por el orgasmo tan sobrecogedor que acaban de provocarle. Pero no quiere pensar en ello. No quiere pensar en nada. La vergüenza que siente es más grande como para poder ponerla en palabras, lo carcome, y Leo lucha con toda su voluntad para no echarse a llorar en medio del vagón.
Cuando un pitido les anuncia la siguiente estación Leo se empuja contra la multitud para poder salir a través de las puertas. En ese momento siente una afilada consciencia de la humedad que resbala desde su ano y a través del interior de sus muslos, y de aquella sensación pegajosa dentro de sus calzoncillos. Mantiene su mochila bien apretada y sujeta contra su entrepierna y camina con la cabeza gacha. Cuando tiene suficiente espacio, corre hacia el baño más cercano, los latidos de su corazón se sienten descontrolados y ahogan todos los pensamientos que luchan por formarse en su cabeza.
Espera a que tres trenes pasen y se sube en el cuarto, con las piernas bien juntas para esconder la mancha húmeda sobre su entrepierna.
Cuando por fin llega a su casa, casi una hora después de lo habitual, corre hasta su habitación, ignorando los llamados de preocupación de su familia y cierra con seguro la puerta detrás de él.
Toma una ducha de media hora, en donde lava vigorosamente sus pantalones y calzoncillos para limpiar el semen de la tela, y después enjuaga la incómoda pegajosidad de su piel.
Cuando su madre le pregunta por qué lo ha hecho le dice que fue porque alguien le había derramado una lata de refresco encima en el camino de regreso a casa… que había tratado de secarla en el baño de la estación y que por eso había perdido tiempo tratando de esperar un tren. Por eso había llegado tarde, ¿ves?
Tenía todo el sentido del mundo.
-Bueno, ten más cuidado la próxima vez, cariño.
Leo quiere soltar una carcajada, pero se detiene cuando escucha el primer sonido salir de sus labios, el cual era tembloroso y débil.
-Lo haré, mami,- contesta, forzando una sonrisa.
Su madre le dedica una mirada interrogante pero no le pregunta nada más y Leo la observa darse la vuelta para salir de su habitación con la canasta de ropa sucia agarrada a un lado de su cadera. No puede evitar sonrojarse por mentirle a su madre.