May 28

Me follé a la madre de mi amiga tras la graduación

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La madre de una amiga con la que salí asistió a la graduación del Master siendo el único de los padres que llegó sin pareja. Tras pasar todo el día con el grupo, me ofrecí a ser su acompañante en Madrid al día siguiente, trabajándomela sin prisas hasta que se rindió y acabamos follando

Después de dos años de intenso esfuerzo, por fin esa mañana recibíamos el grado de Máster de MBA en el Instituto de Empresa de Madrid. En mi caso, había estudiado Económicas en la Complutense, y mi padre insistió en continuar mis estudios con este Máster.

Después de la ceremonia de entrega de diplomas, el grupo de amigos que habíamos compartido las tareas de trabajos en equipo y muchas salidas, presentamos a los padres respectivos. La única persona que estuvo sin pareja, porque estaba separada era Pino, la madre de Maya que estuvo saliendo conmigo a principio del Máster y después acabó con Luis, un rico venezolano del grupo y cuyos padres que residían en Miami, no habían podido venir.

Aunque los padres se marcharon, Maya nos pidió que su madre se apuntara a venir con nosotros, ya que estaba sola en Madrid. Me pidió que le prestara atención dado que la conocía porque en el primer trimestre cuando aún salía con su hija, coincidí con ella cuando vino a Madrid. Había sido Miss Las Palmas a los diecisiete años y ello le valió casarse con el hijo de una de las familias más ricas de la isla, un matrimonio que había terminado hacia un año.

Fue madre muy joven, lo que le valía que pudiera mantener ahora el tipo y aspecto de joven, y haciendo honor a la leyenda de la belleza de las chicas canarias, seguía siendo una mujer bellísima en su madurez. Aunque era más baja que su hija, le ganaba en volumen de tetas y en dureza de culo, con cincuenta años, el más alto que yo había visto nunca.

Después de haber tomado varios chupitos, ya se había quitado la máscara de mamá y mostró la de una chica con ganas de divertirse, liberada de un matrimonio que la había atrapado a los dieciocho años. Casi se quejó cuando a las diez fueron marchándose cada uno a sus casas, agotados de tanto beber.

Se despidió de Maya que se fue al piso que compartía con Luis. Ya no se verían porque al día siguiente se iban los dos a Miami.

Como yo era el único del grupo sin pareja, quedé en acompañar a Pino hasta su hotel.

—Gracias Sergio, me voy tranquila de que la acompañes —se despidió Maya abrazándome, con un cariño que no había desaparecido cuando dejamos de salir.

Le propuse a Pino ir caminando para que se nos pasara un poco el efecto alcohol y disfrutar de una preciosa noche de junio de Madrid.

—Me gusta mucho venir a Madrid, no hago estas salidas en Las Palmas.

—Yo si las hago pero nunca con señoras como tú —le dije sincero.

—¿Tan locas, te refieres? ¿O tan mayores?

—Tan, tan... diferentes.

—Perdiste a Maya y te has quedado con el premio de consolación

—No tenemos nada de que consolarnos, los dos estamos bien. Y en cuanto a ti, eres un Premio con mayúscula y sin adjetivos.

Sin habernos dado cuenta, habíamos llegado a la puerta de su hotel.

—Gracias por la comida, por la tarde y por acompañarme. Has sido muy amable.

—No hay de qué. Siento que Maya te haya dejado sola mañana.

—No importa, pasearé por Madrid hasta el domingo que regrese a mi isla.

—El sábado hay mucho ambiente a medio día. El tapeo de Madrid es famoso.

—Me encantaría pero es para ir acompañada o en grupo.

—¡Pues ya tienes compañero!

—Muchas gracias pero no quiero abusar, ya has cumplido. Tendrás mil oportunidades de chicas monísimas de tu edad.

—Olvídate de eso ahora. ¿Lo has pasado bien hoy?

—¡Genial!

—Entonces, ¿qué más tienes que pensar?

Tardó unos segundos en responder.

—Me parece la invitación más divertida que podría recibir. ¿Te parece bien a la una?

—En el hall del hotel.

Cuando llegué tuve que esperar un poco porque había salido a caminar por Madrid. Apareció en pantalones vaqueros con un polo de sport, su melena lacia castaña, recogida en una cola que le confería un aspecto muy juvenil. Menos maquillada que ayer pero con la misma elegancia. Comenzó a asumir su papel.

—Supongo que es usted mi guía —sonrió—. Encantada, soy Pino.

Hice una genuflexión como si fuera miembro de la realeza.

—Sergio, su guía y servidor en esta ciudad.

Después de ese simpático gesto por su parte, continuamos con un buen tono.

—Le he dado vueltas esta noche y aún me pregunto por qué he aceptado.

—Eres una visitante VIP de Madrid y no podemos dejar que te sientas sola —remarqué—. ¡Verás cómo lo pasamos bien!

Yo también le di vueltas y se me pasó por la cabeza la idea de follarme a la madre de Maya. Era una fantasía poder follarme a hija y madre pero no estaba seguro de que ella estuviera por la labor pero si había aceptado salir, quería decir que había partido, solo debía jugar bien mis cartas.

El buen ambiente que creamos durante la comida de la entrega de diplomas seguía intacto al saludarla, lo que hizo aumentar mi idea de poder llevarme a esa hembra a la cama.

—Me parece extraño la salida pero en el fondo me alegro, ya imaginaba un día a solas —exclamó—. ¿Qué plan hay?

—De momento irnos a pasear por la zona centro, el ambiente allí será genial. Y entrar en el sitio que te apetezca.

—Espero que con lo grande que es Madrid, no nos tropecemos con amigos que conozcan a Maya —dejó bien claro.

—No te preocupes, vamos a ir por sitios que no frecuentamos nosotros.

—¿Me llevas de turista? —sonrió.

—Pues un poco sí...

Se sentía entusiasmada con el ambiente.

—Te agradezco el detalle de invitarme hoy.

—Eres una estrella fugaz que has pasado por aquí y no sé cuando volverás a pasar.

—Me hace gracia. ¿Olvidas la edad de esta estrella?

Debía empezar a prepararla. Que supiera que lo que pretendía entraba dentro de la normalidad.

—Solo me la recuerda que seas la madre de Maya. Si te miro a la cara, claro que la olvido.

—Ambas cosas existen, aunque Maya no esté presente y mi edad sí.

—A mí me parece que tu edad está volando a Miami con tu hija. Aquí se ha quedado su hermana.

Se quedó parada. Parecía que debía dejar claro la situación entre ambos.

—No quisiera defraudarte Sergio. Me pareces un chico genial. Pero no creo que yo sea capaz de lo que creo que tú esperas. Es normal a tu edad enrollarse y pasarlo bien. Pero yo no podría....

—No te voy a negar que me gustaría que sucediera algo pero no es obligatorio. ¡Solo quiero que te encuentres bien!

Me dio un abrazo en el que dejó la huella de su espléndido pecho marcado en mi pecho.

—¿Solo un abrazo?

Me besó ligeramente, para no dar una idea ni de liberal ni de conservadora. Me guiñó un ojo que confirmó que aunque había dejado las cosas claras, no por eso iba a renunciar a pasar un día divertido.

—Lo cortés no quita lo valiente.

Todo el mundo bebía y picaba en plena borrachera de alegría compartida en la que se había convertido las comidas de Madrid desde la pandemia. El ambiente era casi desmadrado. Me acerqué a la barra a por un vermut y los llevé eufórico a la mesa, mientras ella bromeaba con dos chicos que debieron pensar que estaba sola.

—¡Esto está genial! ¡Qué marcha! —añadió Pino.

—Me alegro de que te guste. Ven...

La tomé de la mano y la llevé a una zona donde la gente bailaba entre las mesas. Se la veía feliz, había perdido parte de la inseguridad que su situación generaba.

—Uff que sensación de libertad...

—El único riesgo es que te pidan el carnet de identidad. Esto es para mayores.

La risa que provoqué en ella fue estruendosa.

—Qué cosas tienes —se rió de la gracia.

Su risa confirmó que estaba predispuesta a seguir un guión loco y divertido. Miró a su alrededor sumergida de lleno en el ambiente.

—¡Como me alegro de haber venido!

—Madrid no son solo museos o parques.

—Madrid es genial... con buena compañía —guiñó un ojo.

La agarré de sus manos y comencé a girarla al ritmo de la salsa que sonaba, marcándole los pasos. La notaba cómoda y desenfadada, le gastaba bromas picantes y permitía mis acercamientos de una forma natural. Ante un apretón bailando, con dulzura me separó.

—No te animes demasiado, no me gustaría que esperaras algo que no puede ser. ¿Lo entiendes?

—Por supuesto. Hoy preocúpate solo de disfrutar.

—¡Carpe diem!

Yo me sentía inseguro ante la estrategia que debería desplegar para poder follármela. Ella no parecía en absoluto conservadora, solo tenía que quitarle de su cabeza la manía de la edad...y de que había sido el amigo de Maya.

Pasado un rato, se sintió cansada y algo mareada y quiso retirarse a descansar. De camino a su hotel, el ambiente en la calle no podía ser más festivo, la gente celebraba cada vez más el tardeo que la propia noche.

Ya en el hotel, quiso hacer una siesta para poder recuperarse, iba pasadita de cervezas y vinos y no estaba preparada para ese ritmo de marcha y bebida. Cuando suspiraba que me invitaría a subir, con tacto me despidió.

—Bueno Sergio, gracias por la salida. Hasta otra vez...

No podía dejar que se escapara sin al menos intentarlo. Le quedaba una noche antes de que volara a Las Palmas.

—¿A qué hora te recojo luego?

Se rió de mi comentario.

—Ya has cumplido bastante.

—Como quieras. Había pensado en invitarte a cenar en un precioso lugar con música en directo.

Su semblante cambió. Ella también pensaría que le quedaba una noche para salir en Madrid.

—¿No te rindes nunca? ¿Donde sería? —preguntó curiosa.

Ya había flojeado.

—Sorpresa. A las 8,30 abajo.

Sin avisarla, di un paso adelante y le dejé un beso en la boca, suave, corto, sin apretar, solo para que ella supiera mis verdaderas intenciones. Sin molestarse, con toda naturalidad, se separó de mí.

—Hay límite de velocidad. Respeta las señales... —se despidió sin enfadarse—. Hasta luego.

—¡Ah! Tienes que venir bien arreglada...

No podía echarlo todo a perder. Necesitaba seguir ganándome la confianza de esa hembra brutal que no cerraba sus puertas totalmente a que acabara follándomela.

Aproveché para dormir un rato también porque aunque estaba más acostumbrado que ella a la bebida, tampoco era ajeno a todo lo que habíamos tomado.

Aparecí en la puerta de su hotel con traje azul marino, camisa blanca de botones en el cuello y sin corbata. Pino salió especialmente pintada, su pelo castaño lacio cayendo por la espalda, sus ojos verdes perfilados como nunca, luciendo un vestido de verano negro que modelaba una figura casi perfecta de una chica de 30.

—¡Guau! Será un placer ser su pareja.

—¡Tú también estás muy guapo!

—El hada madrina le ha concedido 24 horas de ser tratada como princesa hasta que regrese a su isla.

Al acercarme a ella, comprobé que no llevaba ropa interior, o bien era de la que no marcaba las costuras, solo marcaba los pezones, señal inequívoca de que no llevaba sujetador.

—Estás bellísima. Se me van a acabar pronto los adjetivos para regalarte.

—¿Sabes que los halagos son un afrodisíaco?...

Percibía que me iba dejando miguitas de pan para que no me perdiera en el camino de conquistarla.

Reservé en el Retiro, en Florida Park, antigua sala de fiestas reconvertida en varios restaurantes donde el menú incluía actuación en la sala y que quedaba a 5 minutos en taxi. Conseguí una mesa individual para la cena, con acceso a la sala de fiestas por un suplemento.

—¡Me encanta el sitio! Pero tienes que decirme cuanto es mi parte, esto es muy caro.

—Señorita, me ofende. Soy un señor —presumí en nombre de la tarjeta de mi padre al que le dedicaría el polvo si lograba follármela.

—Eres un tío genial. Qué pena tu....

—No hay penas, ni edades, ni hijos... —interrumpí su excusa—. Recuerda, Carpe diem.

—Te has ganado un premio —sonrió adelantándome un beso.

Yo no lo consideré un premio sino un anticipo del premio final pero no podía decírselo.

Nos sentamos frente a frente en la mesa. El menú muy bien presentado, incluía de primero, un cóctel de gambas y unas ostras. De segundo, una lubina al horno a compartir entre los dos, regada con vino blanco de Rueda y una exquisita tarta de postre con la que sirvieron una copa de cava.

Ella no perdonaba ninguna copa de las que servía el camarero, casi habíamos liquidado la primera botella antes de que trajeran el segundo plato.

Cuando brindamos con el cava, ya tenía esa risa floja que suele acompañar a los que no han controlado el alcohol.

Me dio las gracias por una cena tan especial y volvió a regalarme un beso dulce, con sabor a cava. Al separar las bocas, todavía con el buen gusto del beso en su paladar, su mirada pidió ser besada de nuevo. Cerró los ojos, abrió su boca y su lengua se enroscó con la mía.

—Me alegro de que estemos solos. Me muero si nos viera alguien.

—Imagina que estamos dentro de una cápsula de cristal, con el vidrio opaco desde fuera —Le respondí volviendo a intercambiar besos.

Los camareros, eufóricos seguían trayendo cava.

Yo aunque estaba más familiarizado que ella con la bebida, tras la tercera copa de cava empecé a notar un cosquilleo en las piernas. Imaginé que Pino debía estar un poco perjudicada, sino de cabeza, de vejiga.

Se levantó para ir al lavabo, caminando elegantemente entre las mesas, sin que se les notara su estado semi ebrio, me quedé admirando el estilazo que desplegaba al caminar y las miradas de los babosos que la contemplaban embobados.

Una señora de una mesa contigua se plantó ante mí bailando pensando que me había quedado libre y solo me interesaba la edad. Ella, mucho mayor que Pino no tenía ni la décima parte de su glamour.

Al regresar Pino, dispuesta a seguir disfrutando la noche, le lanzó una mirada de fuego a esa señora.

—¡Socorro, esa señora está seduciendo a mi pareja! —falseó la voz cuando se alejaba.

—¿Celosa...? —le dije mientras la besaba de nuevo, sin ningún reparo ya por su parte, acariciando levemente sus senos que, aunque no muy grandes, desprotegidos de sujetador, solo sujetados por la estrechez del vestido, se perfilaban firmes y duros.

—¡Mucho! Parecía una tigresa...

Nos reímos los dos y nos abrazamos de nuevo. Para facilitarle que se evaporara un poco los efluvios alcohólicos, tomé su mano y la invité a salir fuera, a la terraza exterior que daba a los jardines del Retiro.

La noche era fresca pero la luna en cuarto creciente se reflejaba en las cepas de los árboles que poblaban el parque. Su cara al trasluz de la luna brillaba más que ella. La abracé para protegerla del frío, en un acto de complicidad. Que estuviera deseando follármela no impedía que me mostrara cariñoso.

—¿Por qué estás aquí? Te has gastado una pasta teniendo chicas con polvo asegurado.

La vi mirarme de una manera que era pura ternura debatiéndose en una lucha interna. La besé restregando mis manos por todo su cuerpo.

—Quizás no esté asegurado, pero me encantaría echarte el polvo más espectacular que hayas echado en tu vida

—¡Qué bruto...!

—Viendo tu cara sería un verdadero polvo de estrellas.

La sonrisa que me regaló indicaba que no la había molestado.

—¡Eres incorregible! Tienes un pico de oro para decir palabras bonitas.

—Es mi sino contigo, pico y pala.

Nos quedamos mirando los dos. Ella tomó la iniciativa y se acercó a besarme en los labios.

—Lo estás haciendo muy bien.

—Eres deliciosa, lo estoy pasando genial.

—Yo también —y dejando unos segundos de silencio, añadió—. No sé si habrá polvo, pero me encanta que me beses.

Me ofreció su boca y fue inevitable volver a beber de nuestros labios, esta vez con furia y deseo, con las manos recorriendo su cuerpo. Pude sentir el tacto de sus pechos, oír la aceleración de su respiración, su pelvis vibrando al acercarse mis dedos de avanzadilla. La unión de las lenguas disparó un terremoto en su cuerpo que la llevó a bajar una mano a mi entrepierna.

—¿Eso es por mí?

—Por ti... y para ti.

Me arrimé aún más a ella, la cogí por su nuca, abrí su boca, mordí sus labios y se animó con su lengua, desatando la apertura de las compuertas del deseo empantanado. Me parecía leer en su frente...«Fóllame aquí mismo».

—Va todo tan rápido... —su conciencia apareció tras los arbustos.

Pino era una era una preciosa vestal bajo los rayos de luna, con hambre de sexo y cuya conciencia le obstaculizaba para que esa noche fuera mía.

Al regresar a la fiesta, sin dejar de bailar, entre risas, comencé a mostrarme más atrevido en mis frases- «Que tiemble el mundo, Pino ha despertado» y ella «hoy, tú eres mi mundo»; «Pues tienes el mundo a tus pies», y ella, «Lo deseo a mi lado».

Después de habernos besado salvajemente y descubierto nuestras cartas, nuestros roces bailando eran continuos, como queriendo sentir a través de ellos, lo que deseábamos que se produjera. Sus pezones, duros de la excitación, querían saltar de su entallado vestido. Me acerqué para que notara que se mantenía mi erección al apretarla contra mí.

Cerró los ojos y al abrirlos, se rindió.

—¡Vamos al hotel, no puedo más!

Durante el recorrido en taxi, me faltaban manos y lengua para comérmela. Ambos estábamos en un estado de euforia elevado.

Al entrar en su habitación, la vi temblar, insegura ante la prueba final. La besé cariñoso, demostrando que por muchas ganas que tenía de follármela, aceptaba su ritmo.

—Me ha gustado el juego de la seducción que has desplegado —susurraba.

—Te lo mereces, eres sublime.

—¿Te da morbo follarte a la madre de Maya?

—Me das morbo tu, tu sensualidad, tu lucha interior, la firmeza de tus pechos...

Me cogió por el cuello, comiéndome de una manera inimaginable y me dijo.

—Me rindo, puedes tomar posesión de la plaza...

Comenzó a desnudarme sin respetar botones ni ojales, mientras yo apenas podía quitarme el cinturón. Me quedé en boxer bajando la cremallera de su vestido a la vez y viéndola por primera vez al natural, cubierta por una braguita de cordón que le permitió usar ese ajustado vestido. Mantenía un cuerpo escultural con unos firmes y no pequeños pechos que deberían haber pasado por las manos de algún cirujano. Su belleza en la oscuridad era increíble. En su coñito aparecían unos pelitos sobresaliendo de su tanga. Hacía tiempo que no encontraba un coñito con pelos pero no le iba a hacer ascos.

Me arrastró a la cama y se arrodilló subida sobre mí para quitarme el boxer con la boca y capturar mi polla de un lengüetazo, acercando sus tetas a mi boca para que no dejara de comérselas. Parecía que alguien le había dicho que el mundo se iba a acabar en quince minutos y quería aprovecharlos.

Yo que llevaba todo el día pensando si podría tirármela, me veía desbordado. Tuve que retirar su cabeza de mi polla porque veía que acababa conmigo.

—Ostias Pino, estás desatada.

—Me ha costado, pero ahora ¡lo quiero todo!

Con mi polla completamente firme, la tumbé, y cambié de agujero y de herramienta.

—Follame hasta matarme.

Se la metí de golpe sin esperar más ni darle tiempo a que tomara la iniciativa.

Me sentía el rey del mambo, me estaba follando a la madre de Maya. Un gemido se le escapó y a continuación un concierto de sonidos.

—Mmm sí sigue, dame, que rico, mmm que ganas de que me follaras...

—Ganas las mías desde que te conocí.

—Calla y no pares.

Afortunadamente mi polla cuando está empapada en alcohol se resiste a descargar, así que pude aguantar sus empujes sin regarla de mi lechecita. Quería disfrutar de ese polvazo que tanto había deseado, recordando que lo que al principio me pareció una ilusión de mi mente calenturienta, ahora era una realidad, estaba descubriendo el placer de follarme a una señora mayor y reconocía que Pino me volvía loco.

Me tranquilizó oírla correrse, pensé que con lo ajetreado de la noche, podríamos dejarlo ahí pero estaba equivocado.

—Qué rico. ¡Quiero más!

No necesitaba caricias solo quería polla. Mi ritmo debió parecerle flojo y me dio la vuelta subiéndose arriba.

—Mmm que rica esta polla, la quiero entera. Aguanta.

Me tenía acojonado, era una máquina sexual. ¡Con lo modosita que parecía! Dejé que el huracán se rompiera en la cama, prestándole mi polla para que se sirviera ella misma. La oí correrse de nuevo poco antes de que su acelerón rompiera mi punto de no retorno y me corriera dentro de ella, pensando que me dejaría descansar. Me relajé cuando la vi destensarse, tumbarse a mi lado y con una retornada imagen de ternura, acariciar mi polla mientras me besaba.

—Que bueno eres follando niñato. Descansa un poco.

Era la primera vez en mi vida que la idea de seguir follando me desbordaba. Había bebido mucho, estaba agotado de la noche de fiesta, solo deseaba dormir. Me levanté para ir al baño y expulsar parte del líquido ingerido.

Le di un beso cariñoso cuando me metí en la cama, disponiéndome a quedarme dormido. Antes de que acabara de asentarme, se giró, echó la mano a mi polla que se encontraba en cuarto menguante y susurró sin abrir los ojos.

—Pobrecita, recupérate. Mañana la quiero para desayunar.

¿Qué había hecho? Sin pretenderlo, había despertado un monstruo. Me quedé dormido deseando que el sueño reparador de la noche reparara también la debilidad de mi herramienta.

No sé cuanto dormí, seguramente menos de lo que necesitaba. Desperté bajo un asedio de mimos y caricias que hicieron despertar a mi pito también. Estaba seguro de que podría darle caña sin correrme durante un buen rato.

Me desperecé del todo cuando se subió sobre mí y con una cara de borrachita callejera salvaje, cogió mi polla con una mano, la metió hasta la mitad, se dejó caer sobre ella insertándola entera y sin mover el cuerpo, solo con las caderas comenzó a agitarme como un molinillo.

—¡Qué rico despertar así Sergio!

—Voy a acabar contigo —dije cabreado porque fuera por delante de mí.

La sola idea de que pudiera haber puesto en entredicho su capacidad sexual provocó un despliegue de toda su artillería. De repente sentí succionada mi polla con su vagina y subiendo y bajando sin escalas, en un recorrido sin límite de veces de meter y sacar y de movimientos a izquierda y derecha.

—Sí, sí, cabrón, fóllame así.

¿Fóllame dijo? ¡Era ella la que me estaba follando a mí y continuó en esa posición hasta que gritó y se corrió. Sin dejar de sentirme en el cielo, un último acelerón acabó con mi exigida potencia. Tomó aire unos segundos y, eso sí, más pausadamente, continuó.

—¡Qué buen amante eres, niño....!

—¡Y tú eres el cuerpo más divino que me he follado nunca! —No era verdad pero sabía que le gustaría oírlo.

Mientras oía el agua de la ducha caer pensé en que la primera vez que la conocí cuando aún salía con su hija me gustó mucho pero nunca pensé que pudiera llegar a follármela. Desde luego follaba mejor que su hija.

Salió del baño con un albornoz de hilo blanco semiabierto dejando a la vista su maravilloso desnudo.

—¿Qué te parece si bajamos a desayunar? —le dije acariciando su pecho. Necesitaba urgentemente un café para reactivarme.

—No tengo hambre de comida...—respondió provocadora.

Me acerqué cariñoso besuqueándola.

—¿De qué tiene hambre este cuerpo? —pregunté imaginando que era parte de un juego dialéctico.

Cogió con mucho cuidado mi polla, la acarició, me miró asalvajada.

—Tengo hambre de polla. ¡Dúchate! —me ordenó.

Dejé caer el agua por muy cuerpo imaginando que quería la misma limpieza que ella ofrecía. Me masajee un poco para levantar a mi polla perezosa.

Al salir, me esperaba completamente desnuda girada hacia mí.

—Aquí tengo tu desayuno —señaló hacia su coñito.

Sin acabar de secarme me lancé a la cama, para no perder ni un minuto de disfrutar. Entré a su juego sin reservas porque sabía que con el ritmo de polvos que llevaba, cuando se levantara mi polla, resistiría sus embestidas con facilidad.

—Me gusta limpita y fresquita —dijo dándole una chupada a mi polla.

Me miraba completamente lujuriosa.

—¿Te gusta que me la coma? —dijo sin esperar respuesta.

Yo solo respondí un ¡ay! escocido ante un pequeño mordisco.

—¡Es mía! y si quiero morderla, la muerdo.

Cualquiera le llevaba la contraria. Pero no podía quedarme esperando a que me rematara. Me giré 180º y tumbado a su lado, le abrí sus piernas.

—A mí también me gusta tu coñito limpito —le avisé ya colocados los dos en una postura invertida, típica del 69...

Comencé a frotarle el clítoris con mi nariz comenzando ella su coro celestial de gemidos. Cuando pasé mi lengua por sus labios ya estaban húmedos. ¡Qué rico lo tenía tan fresquito!

Su coñito estaba tan abierto que me pareció poco darle lengua y lancé dos dedos mar adentro atravesando sus labios. La proximidad de mi nariz me permitía olerla en todo su sabor. Se había enjabonado con gel de rosas que mezclado con el olor de su coñito enfurecido embriagaba mis sentidos.

¡Dios, como me gustaba su coñito, estaría comiéndolo todo el día!

De repente ella que estaba pasiva, se lanzó a comer polla, tanteando primero el glande y una vez decidida, agarrando mis huevos para que no escapara de su apresamiento, se la metió hasta media garganta, con un armonioso movimiento de entrar y salir que hizo que aumentara la presión de mi caldera.

Su clítoris se hinchaba y vibraba con mis besos. Era maravilloso oírla gritar con la boca ocupada con mi polla. Sus muslos ya no podían abrirse más, deseando que mi lengua actuara en su boca, como mi polla en su coño, entrando y saliendo de ella.

Sin abandonar su coñito ni dejar que mi polla saliera de su boca, se giró y se puse sobre mí, aprisionando sus tetas sobre mi cintura. Me abracé fuertemente a su culo y metí un dedo por su rajita anal mientras mis labios no dejan de succionar sus labios vaginales y mi lengua se ha estirado hasta el fondo del océano uterino arrasando lo que encuentra a su paso.

—Otro día te follaré tu culito —le anticipé.

Totalmente excitado, entre jadeos mientras follaba su boca con mi polla sentí sus manos que se dispararon hacia mis nalgas, apretándomelas y clavándome la uñas de puro placer.

Su grito atronador sonó inmediatamente antes de que su boca abandonase mi polla, se girase y sentada sobre mí, se la insertara en su coño e iniciara una cabalgada de locura.

—¿Te gusta cabroncete?

—Siii....

—Córrete dentro de mí.

No tardó mucho en notar cómo exploté a borbotones inundando su vagina. El calorcito que sintió relajó su tensión y se dejó caer sobre mí.

—Qué bueno eres cabrón...

—Tú sí que follas como los ángeles.

—Siempre me ha gustado el sexo. Lo echaba de menos.

—Me tienes a tu disposición.

Sin darnos cuenta se había hecho la hora de partir. Nos arreglamos y en el hall, me quedé esperando hasta que llegara el taxi para el aeropuerto.

—Ha sido un fin de semana increíble —confirmó.

—Pino...a mí....yo...no me gustaría decir adiós. Me gustaría que nos viéramos de nuevo.

—¿Por qué no te vienes a Las Palmas unos días? Maya no regresará hasta el próximo mes. Y tengo una casita en el Sur de la isla, muy cerca del mar. Además, mi culito está ansioso porque cumplas tu promesa...

¿Qué más podía pedir? Iría a verla.