April 29

Un verano rural

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El joven Daniel llega al aburrido pueblo de su abuela a pasar las vacaciones, pero por suerte para él una mujer madura y una poza natural en las afueras le iban a enseñar que lo rural también puede ser divertido... y excitante.

PRÓLOGO

El sol de verano brillaba intensamente sobre el pequeño pueblo, pintando el paisaje con tonos dorados y calurosos. Daniel bajó del bus con su mochila al hombro y miró a su alrededor con cierta incertidumbre. Sus padres se habían ido a trabajar fuera durante el verano, y él se encontraba en el pueblo de sus abuelos para pasar las vacaciones. Era un lugar tranquilo, alejado del bullicio de la ciudad, pero también lejos de sus amigos y de las emociones que acostumbraba a vivir en la metrópolis.

CAPÍTULO 1

Los primeros días transcurrieron sin mayores eventos. Ayudaba a sus abuelos en las tareas del hogar y paseaba por el tranquilo pueblo, sin mucho que hacer para entretenerse. Pensaba que el verano sería aburrido y sin emoción alguna, ya que parecía que la mayoría de los jóvenes habían abandonado el pueblo en busca de aventuras en otros lugares. Caminó por las calles, con su cuaderno de dibujos y estuche de carboncillos siempre presentes. Cada tanto, se detenía a plasmar en papel los detalles que llamaban su atención: una antigua casa de piedra con hermosas flores en su entrada, una iglesia con un campanario que se alzaba majestuoso en el centro del pueblo, y los ancianos sentados en bancos charlando animadamente.

Una tarde calurosa, mientras paseaba cerca del río que serpenteaba a las afueras del pueblo, Daniel se sentó bajo un árbol, un tanto desanimado por la falta de emociones en su verano. Miró el cuaderno de dibujos y sintió que incluso su creatividad se veía apagada. Sin embargo, en lo más profundo de su corazón, Daniel anhelaba un verano diferente. Deseaba vivir una aventura que le hiciera sentir la emoción que tanto echaba de menos. Pero no sabía cómo hacerlo, ni tampoco parecía haber oportunidades en el apacible pueblo.

La brisa cálida acariciaba su rostro cuando, de repente, un sonido familiar lo sacó de sus pensamientos: el tintineo de unas bicicletas se acercaba. Daniel se volteó y vio a un grupo de niños riendo y disfrutando de la tarde mientras pedaleaban. Sintió un poco de envidia al verlos, anhelando ser parte de esa alegría infantil que hacía algunos años dejó atrás.

Suspirando, se recostó bajo el árbol, con la mirada perdida en el cielo azul. No se dio cuenta de que el destino ya había comenzado a tejer sus hilos, preparándolo para un verano que cambiaría su vida de formas inimaginables.

Una mañana, mientras el sol se alzaba en el cielo, Daniel decidió explorar los alrededores del pueblo. Disfrutaba del silencio matutino, solo interrumpido por el cantar de los pájaros y el suave susurro de las hojas de los árboles. Llegó a una parte donde había un sembrado y allí vio a una joven mujer trabajando la tierra con dedicación. Su rostro era de una belleza cautivadora, adornado por mechones de pelo negro azabache con suaves ondulaciones. Daniel se escondió detrás de un árbol y comenzó a dibujarla en su cuaderno, prendado de sus curvas y de sus movimientos gráciles.

─ ¿Quién eres tú, hermosa criatura que embellece este campo con cada paso que das? ─ susurró Daniel para sí mismo mientras trazaba cada línea en su dibujo.

Temeroso de ser descubierto, decidió abandonar el lugar, pero la imagen de la mujer quedó grabada en su mente como un fuego ardiente.

Por la tarde, sentado en un banco, seguía recordando a la enigmática mujer del sembrado. De repente, el timbre de una bicicleta lo sacó de sus pensamientos. Miró hacia su derecha, y allí estaba ella, la misma mujer que había dibujado por la mañana, acercándose en su bicicleta. El camino empedrado hacía que los voluminosos pechos de la atractiva mujer se agitaran.

Con el corazón latiendo aceleradamente, Daniel la observó de reojo mientras se detenía frente a él. Ella lo saludó con una sonrisa deslumbrante.

─ Hola, tú eres el nieto de Maruja, ¿verdad? ─ preguntó la mujer con una voz melodiosa.

Tímidamente, Daniel asintió, sin atreverse a mirarla directamente a los ojos.

─ Soy Paula ─ continuó ella, notando la timidez del joven. ─ He oído que pasarás el verano aquí en el pueblo, ¿me equivoco? ¿Tu nombre es Daniel?

La timidez de Daniel divertía a Paula, quien encontraba encantador el rubor en sus mejillas.

─ S-sí, soy Daniel ─ respondió él tímidamente.

Con una risa juguetona, Paula colocó nuevamente los pies en los pedales de su bicicleta y se despidió con un coqueto movimiento de mano.

─ Bueno, Daniel, supongo que nos veremos por el pueblo. ¡Hasta luego!

Mientras se alejaba, Daniel la siguió con la mirada, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo que le era completamente nueva.

Este inesperado encuentro con Paula había despertado algo dentro de él, y el verano que parecía aburrido ahora se presentaba lleno de posibilidades y misterio. Sin saberlo, su vida estaba a punto de cambiar de una forma que jamás habría imaginado.

Daniel al día siguiente, obediente, acudió al llamado de su abuela, quien le pidió que fuera a la tienda del pueblo a por huevos. Con gusto, se dirigió a cumplir la tarea encomendada, caminando distraído por las calles del pueblo hasta llegar al pequeño comercio. Al abrir la puerta, la campana sonó, y para su sorpresa, la mujer que estaba ordenando una estantería detrás del mostrador era nada menos que Paula. La timidez se volvió a apoderar de él, y saludó evitando cruzar la mirada con ella.

─ ¡Hola, Daniel! ¿Vienes a comprar algo o solo a saludar? ─ saludó Paula con su sensual desparpajo.

Daniel, nervioso, respondió tímidamente ─ Hola, Paula. Vine a por una docena de huevos para mi abuela.

Paula asintió con una sonrisa, mientras se acercaba al mostrador para preparar los huevos.

─ Es agradable verte por aquí, Daniel. ¿Cómo te va en el pueblo? ─ preguntó Paula con interés genuino.

─ Bien, supongo. Aunque no tengo mucho que hacer aquí ─ respondió Daniel, sintiéndose un poco más cómodo en la conversación.

Paula, siempre animada, continuó ─ Deberías explorar más el pueblo. Es pequeño, pero tiene su encanto. ¿Ya has visitado la poza del río? Es un lugar tranquilo y agradable para refrescarse en el verano.

─ No, no sabía que había una poza ─ admitió Daniel, sorprendido por la sugerencia de Paula.

─ Pues deberías ir a conocerla, te gustará ─ sugirió Paula con una sonrisa seductora.

En ese momento, Paula extendió su mano hacia Daniel para entregarle la bolsa con los huevos. Sin embargo, el gesto hizo que el escote de sus grandes senos se mostrara de forma sugerente, provocando una reacción instantánea en el joven de 18 años. Daniel sintió una oleada de excitación que lo tomó por sorpresa.

─ Aquí tienes los huevos, Daniel ─ dijo Paula, notando el cambio en la actitud del joven. ─ ¿Estás bien?

─ S-sí, gracias ─ respondió Daniel apresuradamente, cogiendo la bolsa con rapidez y dejando el dinero sobre el mostrador salió rápidamente.

Una vez fuera de la tienda, Daniel se sentía avergonzado y emocionado al mismo tiempo. La imagen de Paula y su coqueto gesto se quedaron grabados en su mente, y una sensación desconocida de deseo comenzaba a bullir dentro de él.

Por la tarde, siguiendo las instrucciones de Paula, Daniel se dirigió a descubrir la poza. Era un lugar apartado y tranquilo, perfecto para escapar del calor del verano. Una vez allí, se quedó solo con su bañador y se zambulló en el agua refrescante. Disfrutó del momento, tratando de relajarse mientras flotaba boca arriba.

Sin embargo, la imagen del escote de Paula volvió a apoderarse de sus pensamientos, eclipsando el momento de relajación. La excitación que sentía no le permitía disfrutar plenamente del baño. Decidió salir del agua y buscar algo que lo ayudara a despejar su mente. Optó por dibujar la poza en su cuaderno, pensando que esa actividad podría calmar su agitada mente.

Se subió a lo alto de un conjunto de rocas para observar mejor la poza y plasmar su belleza en papel, un ruido proveniente del camino lo alertó. Sin saber muy bien por qué, decidió ocultarse más entre las ramas, justo a tiempo para ver a Paula acercarse en su bicicleta.

Paula dejó sus cosas encima de una piedra y se quitó el vestido, revelando un bikini que resaltaba su cuerpo de generosas curvas y piel morena. Daniel no pudo evitar sentir cómo la excitación volvía a apoderarse de él, observándola sin perder detalle mientras nadaba en la poza.

La erección se hizo evidente, y preocupado por ser descubierto en esa situación, decidió marcharse rápidamente. Al hacerlo, el roce con las ramas produjo un ruido que llamó la atención de Paula. Ella miró hacia el lugar del ruido, pero al no ver nada, supuso que habría sido algún animal y continuó disfrutando de su baño.

Daniel, con el corazón acelerado, caminó rápidamente a través del campo, ocultando su erección lo mejor que pudo. Llegó a la casa de sus abuelos y entró rápidamente en su cuarto, evitando cruzarse con ellos. Una vez a solas, se masturbó en la intimidad de su cuarto repitiendo en bucle imágenes de Paula, tratando de calmar la excitación que lo embargaba.

CAPÍTULO 2

Era última hora de la tarde, y Daniel se encontraba sentado en un banco de la plaza, revisando sus dibujos, cuando vio a Paula cerrar su tienda y montarse en su bicicleta. Sus ojos se iluminaron al verla dirigirse hacia el camino que llevaba a la poza. Sin pensarlo dos veces, Daniel decidió seguir sus pasos. Había encontrado un atajo de difícil acceso por el que solo se podía llegar a pie, pero le daría tiempo suficiente para llegar antes que Paula y tener tiempo para esconderse.

Con agilidad, se adentró en el camino y se agazapó en su escondite, esperando ansioso la llegada de Paula. Al poco tiempo, la vio llegar, dejando su bicicleta a un lado y colocando sus cosas en la misma piedra. Daniel no perdía detalle desde su escondite, pero esta vez algo fue diferente. Paula miró a los lados, asegurándose de no ser observada, y sin titubear, se despojó del bikini también.

Daniel quedó atónito, incapaz de creer lo que estaba viendo. La mujer que atormentaba constantemente sus pensamientos estaba delante de él con sus redondos pechos desnudos y su coño adornado por un liviano y oscuro vello púbico, parecía una hermosa mujer de un tiempo anterior. Sin saber cómo reaccionar, Daniel seguía observando mientras Paula se zambullía en la poza, disfrutando de su baño. Disfrutaba de la sensación del agua en su cuerpo desnudo, ajena a su joven observador.

Esta vez, Daniel no pudo marcharse. Se quedó allí, hipnotizado, observando cada movimiento de Paula mientras ella disfrutaba del agua. Su excitación crecía, al igual que el bulto de su entrepierna por la erección y aunque sabía que estaba invadiendo la intimidad de Paula, no pudo apartar la mirada de su cuerpo. Finalmente, Paula salió del agua, su cuerpo desnudo y mojado se veía aún más tentador.

Una vez que se vistió y montó en su bicicleta, Paula se alejó, dejando a Daniel confundido y excitado, mientras se acariciaba su polla. Esta vez no aguanto a llegar a casa y se pajeo derramando su semen en los matojos.

Desde aquella vez que Daniel vio a Paula desnuda en la poza, se volvió una costumbre esperarla en la esquina cuando se acercaba la hora de cerrar la tienda. Sabía que era en ese último momento del día cuando ella se dirigía hacia el lugar secreto de sus baños desnudos. Con cada encuentro, la atracción hacia Paula crecía, y Daniel se encontraba cada vez más obsesionado con ella.

Pasó una semana llena de emociones y baños seductores. Varias veces se repitió la escena en la poza, y Daniel aprovechó cada oportunidad para inmortalizar en sus dibujos la figura desnuda de Paula. Cada trazo en su cuaderno representaba la fascinación que sentía por ella.

A pesar de la excitación que estas experiencias le provocaban, Daniel también se sentía culpable y avergonzado por invadir la intimidad de Paula de esta manera, ella siempre era amable con él. Sin embargo, no podía resistirse a seguir espiándola, atraído por la pasión que ella despertaba en él.

Cada vez que Paula se alejaba, Daniel se quedaba solo, escondido tras los arbustos, aliviándose en soledad y dejando que sus fantasías sobre ella lo consumieran.

Esta relación clandestina entre Daniel y Paula se volvía cada vez más intensa, aunque solo en la mente de Daniel. Él anhelaba el momento de encontrarse nuevamente con Paula, pero temía que ella descubriera su secreto y todo se desmoronara. Los días pasaban, y Daniel se encontraba pletórico a causa de su libidinoso secreto. Sus sesiones de placer solitario se intensificaban, acompañadas por los vívidos recuerdos del cuerpo de Paula en la poza.

Una mañana, como era habitual, Daniel caminaba distraído por la calle con su carpeta de dibujos en la mano. Sin darse cuenta, al girar una esquina, chocó con alguien y cayó de culo al suelo. Sus dibujos se esparcieron por el suelo, y en medio del caos, una voz familiar lo resonó, era Paula. Levantó la vista y la vio agacharse para recoger uno de sus dibujos. Daniel palideció temiendo que Paula se reconociera en alguno de los dibujos, lo cual sería un desastre. Pero en lugar de eso, Paula admiró el dibujo y alabó su talento. Daniel respiró aliviado, creyendo que su secreto estaba a salvo. Sin embargo, la siguiente frase de Paula lo dejó congelado como un tempano.

─ Es un dibujo muy bonito de esa hermosa mujer ─ elogió Paula, haciendo referencia al modelo del dibujo.

Daniel se sintió aliviado pensando que Paula no sé había dado cuenta de quién era la mujer del dibujo.

─ Aunque no deberías espiar a tu modelo mientras se baña desnuda en la poza ─ dijo Paula, mirándolo directamente a los ojos.

Dentro de Daniel, algo se desmoronó como un castillo de naipes. Su corazón latía desbocado, temiendo lo peor. Se sintió expuesto y avergonzado. Su mente entró en pánico mientras trataba de mantener la compostura. Paula, al ver la cara descompuesta de Daniel, se apiadó de él. Le ofreció su mano para ayudarlo a levantarse y le dijo que se tranquilizara. Admitió que era en parte culpa de ella por andar desnuda en la poza, pero al mismo tiempo, le pidió que respetara su intimidad.

─ Lo dejaré pasar si prometes no volver a espiarme mientras me baño ─ dijo Paula seriamente. ─ También te pido que guardes mi pequeño secreto. No quiero que en el pueblo se corra la voz de mis relajantes baños en la poza.

Daniel asintió efusivamente, sintiendo un nudo en la garganta. Agradeció a Paula por su comprensión y se disculpó por su imprudencia. Ambos quedaron en silencio por un momento, reconociendo la delicada situación en la que se encontraban. Aquella mañana, Daniel aprendió una lección importante y comprendió que debía respetar la privacidad de Paula. Aunque su corazón latía con fuerza por la cercanía de aquella mujer que lo cautivaba, ahora también sentía cierta incomodidad y una mezcla de emociones difíciles de procesar.

Paula se despidió de Daniel y se marchó camino a abrir la tienda. En su mente, todavía resonaban las imágenes de los dibujos que Daniel le hizo desnuda en la poza. Se sintió algo avergonzada por haberse dejado observar de esa manera, pero también reconocía una extraña excitación al saber que había provocado esas sensaciones en un joven como Daniel y no como siempre, en las miradas de los ancianos del pueblo. La idea de ser el objeto de deseo de alguien tan joven dibujó en su rostro una leve sonrisa de excitación. Aunque debía ser más cautelosa en el futuro, no podía negar que la idea de seguir alimentando la fantasía de Daniel le resultaba intrigante y estimulante.

El secreto que celosamente guardaban entre los dos provocó que se acercaran aún más. Con el paso de los días, su trato se volvió más cercano, y una amistad especial comenzó a forjarse entre ellos. Paula se convirtió en una confidente para Daniel, y juntos compartían risas, charlas. Gracias a Paula, Daniel obtuvo una bicicleta propia, lo que le dio una sensación de libertad que nunca había experimentado. Los paseos en bici se volvieron una actividad habitual entre ellos, y cada recorrido era una oportunidad para conocerse mejor. Paula notó cómo Daniel poco a poco perdía su timidez y se abría más a ella. Admiraba la madurez inusitada en un joven de su edad y disfrutaba de sus conversaciones profundas. Sentía que podía hablar de casi cualquier cosa con él, y esa conexión les unía cada vez más.

Una tarde, mientras iban juntos montados en sus bicicletas, disfrutando del hermoso atardecer, Paula se sintió algo acalorada y se lo mencionó a Daniel.

─ Oye, llevo debajo el bikini, ¿te apetece ir a la poza a refrescarnos? ─ propuso Paula con una sonrisa coqueta.

A Daniel le gustó la idea de sumergirse en el agua refrescante junto a ella, así que, sin dudarlo, se encaminaron hacia la poza. Sin embargo, por el camino, Daniel empezó a ponerse algo nervioso. La idea de estar a solas con Paula en la poza despertó sus fantasías, y dudaba si sería capaz de controlarse y si ella notaría su excitación, pero al mismo tiempo, la emoción y la atracción por Paula lo embargaban, y la expectativa de ese momento a solas en la poza lo llenaba de ansias. Así, en medio del atardecer continuaron su camino hacia la poza, sin saber qué les depararía aquel refrescante encuentro.

Llegaron a la poza y soltaron sus bicicletas. Con una mezcla de emoción y nerviosismo, Daniel se quitó la camiseta y se zambulló primero, sintiendo cómo el frescor del agua absorbía el calor de su cuerpo. Paula, más juguetona, corrió hacia la poza y le pidió que la esperara. Sus senos apenas contenidos por el bikini se agitaron con la carrera, pero Daniel trató de mantener la compostura, concentrándose en disfrutar el momento de diversión. Jugaron en el agua, riendo y salpicándose mutuamente, disfrutando del refrescante encuentro. Daniel se esforzó por mantener la mente despejada y evitar pensar en las provocativas curvas de Paula, que emergían de forma turgente del bikini mojado. Pasaron un rato divertido hasta que, finalmente salieron del agua y se dispusieron a secarse al sol.

Paula sorprendió a Daniel al proponer que la dibujara nuevamente, esta vez vestida bromeó. Entre risas y complicidad, él aceptó el desafío. Daniel le pidió que posara pensativa, sentada en una gran piedra mirando al horizonte. Paula siguió sus indicaciones y adoptó la pose, dejándose caer con gracia y naturalidad sobre una roca. Daniel comenzó a dibujar, concentrándose en plasmar cada detalle del rostro y la postura de Paula. Sin embargo, en esta ocasión, la cercanía de su musa y la visión de su abultada entrepierna, delineando los pliegues de su coño cubierto por el fino bikini desataron una lucha interna en él. Trató de mantener la calma mientras su mano realizaba trazos temblorosos debido a su excitación. Respiró profundamente y se esforzó por concentrarse en el dibujo, logrando finalizarlo con éxito. Le mostró el retrato a Paula, quien quedó encantada.

─ Es para ti ─ dijo Daniel ofreciéndoselo.

Paula lo acepto encantada, prometió enmarcarlo y colocarlo en su casa. Agradeció el detalle con un beso en la mejilla de Daniel, quien quedó extasiado por aquel gesto cariñoso. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, así que se vistieron de nuevo y montaron en sus bicicletas, dirigiéndose de regreso al pueblo. Cuando llegaron al punto donde sus caminos se separaban, Daniel se detuvo y recordó que el dibujo estaba en su carpeta. Paula también frenó y lo miró con una sonrisa.

─ No te olvides del dibujo ─ dijo acercándoselo con la mano.

─ Oh, sí, es verdad, estaba en tu carpeta ─ dijo Paula mientras lo cogía con sus manos y lo admiraba nuevamente. ─ Quedará genial en mi casa. Es un regalo precioso, gracias.

En un gesto espontáneo, Paula de nuevo, le dio un beso en la mejilla a Daniel como agradecimiento por el retrato. Aquel dulce roce dejó a Daniel en una nube de felicidad mientras veía a Paula alejarse en su bicicleta. Exultante y enamorado, Daniel continuó su camino a casa, repitiendo en su mente el beso de Paula. Aquel verano prometía ser inolvidable y lleno de emocionantes encuentros para ambos.

CAPÍTULO 3

Daniel se había despertado temprano, pero se encontraba acostado, retozando en la cama. De repente, escuchó unos pasos y una voz llamando a la puerta. Era Paula, y su abuela Maruja se acercó para abrir.

─ Buenos días, Maruja, ¿está Daniel? ─ preguntó Paula con su característica voz alegre.

Daniel escuchó que preguntaba por él y, como un resorte, saltó de la cama y se vistió rápidamente con lo primero que encontró. Bajó apresurado mientras escuchaba a su abuela decir que él aún estaba en la cama. Con una sonrisa bromeó:

─ Buenos días, señoritas.

Paula le devolvió la sonrisa y le respondió:

─ Buenos días, dormilón. Vengo a pedirte ayuda. Voy a comprar gallinas para vender los huevos en mi tienda y tengo que adecentar el viejo gallinero antes de que me las traigan. Así que me preguntaba si te importaría ayudarme. Antes de que Daniel pudiera responder, su abuela se adelantó.

─ Claro que te ayudará, Paula. Venga, Daniel, lávate la cara y péinate.

Paula y Daniel se miraron y sonrieron cómplices. Él asintió y dijo ─ Sí, abuela, ahora mismo.

Siguiendo las instrucciones de su abuela, Daniel se lavó la cara y se peinó rápidamente. Luego, se marchó con Paula hacia el gallinero. Al llegar, el estado desastroso del lugar sorprendió a Daniel.

─ Vaya, esto está fatal, ¿no? ─ comentó él.

─ Sí ─ respondió Paula ─. Lleva muchos años sin usarse. Pero lo limpiaremos bien, arreglaremos la alambrada y pintaremos.

Daniel aceptó la tarea sin problemas y dijo ─ Me parece bien, aunque será mejor que nos pongamos manos a la obra.

Paula asintió ─ Sí, venga, vamos. Y si lo haces bien, te invito a comer después ─ le propuso sonriente.

Así comenzaron la labor de limpiar y arreglar el gallinero. Mientras trabajaban, bromeaban y reían, haciendo la tarea mucho más amena y entretenida. Con el gallinero limpio y la alambrada arreglada, solo quedaba pintar. Paula, con su cuerpo brillante por el sudor del esfuerzo, no pasó desapercibida para Daniel, quien cada vez que podía echaba un vistazo a su escote con disimulo. Daniel le pidió una escalera para pintar una parte alta, pero Paula regresó solo con una silla en la mano.

─ No encuentro la escalera, ¿llegarás con la silla? ─ preguntó Paula.

Daniel lo intentó, pero no llegaba a la altura necesaria. Entonces, se le ocurrió una idea:

─ Oye, ¿y si te subes a mis hombros y tú lo pintas? ─ sugirió Daniel.

─ Vale, pero ten cuidado conmigo, no me dejes caer ─ respondió Paula con una sonrisa.

Paula se subió a la silla y Daniel se agachó un poco para que ella pudiera subirse a sus hombros. Para evitar que se cayera, Daniel agarró sus piernas, sintiendo el contacto con la suave piel de sus muslos. Se esforzó por mantener la compostura y no dejarse llevar por la tentación de subir sus manos por aquellas prietas carnes. Paula comenzó a pintar mientras él la sostenía firmemente.

─ Ya está pintado, ya me puedes bajar ─ dijo Paula al terminar su tarea.

Al bajar de los hombros de Daniel, Paula perdió el equilibrio y él la sujetó rápidamente. Sus manos recorrieron sus muslos desnudos subiendo el vestido hasta llegar a su trasero. Ambos se miraron con sorpresa, y Paula, algo ruborizada, bajó su vestido mientras ambos reían nerviosamente, tratando de obviar lo que acababa de suceder.

─ Vamos a recoger la pintura y luego a comer ─ propuso Paula, rompiendo el momento de tensión.

Daniel asintió, intentando mantener la calma mientras recogían las herramientas de pintura. Ambos caminaron hacia la salida del gallinero, disfrutando de la cercanía y la complicidad que se había forjado entre ellos.

Se sentaron a la mesa y disfrutaron de la comida que Paula había preparado. Durante la comida, Daniel se armó de valor y le pidió a Paula si podía hacerle una pregunta personal. Aunque sorprendida, Paula confiaba en él y respondió:

─ Adelante, dispara.

Daniel tomó un respiro y preguntó a Paula qué hacía una mujer como ella en ese pueblo perdido de la civilización. Paula suspiró y le explicó que no siempre fue así. Cuando era joven, se había ido del pueblo en busca de un futuro mejor. Estuvo a punto de casarse, pero un mes antes de la boda, descubrió que su novio la había estado siendo infiel. Ante tal traición, se refugió en la casa de sus padres. A los pocos años sus padres fallecieron, pero decidió quedarse y abrir la tienda en ese lugar tranquilo y apartado. Y cierto era que no era una vida social apasionante, pero ahora a sus 40 años le sería difícil volver a empezar en alguna ciudad. Daniel escuchó la historia atentamente y le expresó su pesar por su frustrada boda. Paula, intentando aligerar el ambiente, hizo un comentario gracioso, diciendo que gracias al capullo de su ex novio, habían podido conocerse. Ambos rieron, y Paula agradeció a Daniel por estar allí con ella, agarrando fugazmente su mano.

Después de comer, recogieron y lavaron los platos juntos. Paula acompañó a Daniel hasta la puerta de su casa y se despidió dándole un suave beso en la mejilla. Daniel volvió a casa cansado, pero ese beso lo llenó de energía y alegría. Era el tercer beso que recibía de Paula, y el corazón del joven latía con emoción. Esa noche, Daniel no podía dejar de pensar en Paula. Había algo en ella que lo atraía profundamente, algo más allá de su belleza física. Se sentía afortunado de haberla conocido y quería pasar más tiempo con ella.

A la mañana siguiente fue Daniel quien fue en busca de Paula ─ Buenos días, Paula. He preparado unos bocadillos y me preguntaba si querías pasar el domingo conmigo. ─ Dijo Daniel con entusiasmo mientras esperaba en la puerta.

Una sonrisa radiante se dibujó en el rostro de Paula al escuchar la invitación. ─ Me encantaría. Dame un minuto, voy a ponerme el bikini. ─ Respondió Paula emocionada. Daniel esperó pacientemente mientras ella se preparaba. A los pocos minutos, Paula regresó lista para la aventura. Tomaron sus bicicletas y se dirigieron a dar un agradable paseo por los alrededores. Disfrutaron del paisaje y de la compañía del otro, riendo y charlando alegremente. Llegado el medio día, decidieron ir a la poza para almorzar. Se dieron un refrescante baño y luego disfrutaron de los deliciosos bocadillos que Daniel había preparado. Mientras comían, Paula sugirió que le gustaría que la dibujara nuevamente, esta vez desnuda.

─ ¿Desnuda? ─ Preguntó Daniel, sorprendido por la inesperada petición.

Paula río y aclaró su intención. ─ Bueno posaré con el bikini, pero quiero que me retrates como si estuviera desnuda.

Daniel balbuceó, tratando de disimular su sorpresa, pero asintió rápidamente. ─ ¡Claro, claro! Lo había entendido asi.

Se acomodaron en un lugar cómodo junto a la poza, y Daniel sacó su cuaderno y sus carboncillos. Comenzó a dibujar con concentración mientras Paula posaba con una mirada juguetona en sus ojos. Cuando terminó, le mostró el dibujo. Paula examinó la obra con una sonrisa picarona y comentó: ─ Parece que has memorizado bien mi cuerpo desnudo.

Daniel se sintió un poco avergonzado, pero Paula le entregó el dibujo con cuidado. ─ Toma, guárdalo bien. No quiero que se moje. Este lo pondré en mi habitación. ─ Dijo, y luego, con una risa traviesa, se zambulló nuevamente en la poza.

─ Daniel, ¿vienes? ─ Preguntó Paula con una mirada juguetona, provocando una excitante complicidad en el aire.

Sin dudarlo, Daniel la siguió y se zambulló en el agua. Continuaron con sus habituales juegos acuáticos, pero esta vez, la tensión sexual entre ellos era palpable. Sus cuerpos se encontraban cada vez más cerca, y el roce de la piel generaba una ardiente conexión entre ambos. En un momento dado, mientras estaban muy cerca, sus miradas se encontraron y el deseo se hizo incontrolable. Se besaron apasionadamente, permitiéndose entregarse a la atracción que los unía. Paula rodeó su cuello con sus brazos, mientras Daniel acariciaba su espalda suavemente. Sus bocas se abrían levemente para que sus lenguas se encontraran. El resto de la tarde transcurrió entre risas, juegos y besos ardientes.

Paula, con una sonrisa pícara, le dijo que ya era hora de marcharse, pues el sol hacia rato que se había escondido y comenzaba a hacer frio. Comenzó a salir del agua, pero Daniel, apurado, le comentó que ahora él saldría, tenía una evidente erección. Paula, bromeando, respondió: ─ ¿Tengo que ir yo a sacarte?

Corrió hacia él y Daniel, sintiéndose atrapado, se dejó llevar por el juego. Paula se lanzó sobre él, agarrándolo. Ambos forcejearon entre risas y complicidad, disfrutando del divertido momento. Ella intento agarrar su pierna, sin embargo, lo que agarró fue la polla erecta de Daniel. Ambos se quedaron congelados.

─ Paula, lo siento mucho, no sé qué me pasó… ─ Se disculpó Daniel, sintiendo que había arruinado el momento.

Ella lo interrumpió, tomó su mano y lo condujo a un lugar más apartado. Daniel la siguió, sin saber qué esperar, pero dispuesto a dejarse llevar por ella. Cuando estuvieron lo suficientemente resguardados de miradas indiscretas, Paula volvió a besarlo, sorprendiéndolo gratamente. Sin previo aviso, bajó su bañador y comenzó a acariciar su miembro erecto con suavidad. Se colocó detrás de él pegando sus pechos a la espalda del joven y comenzó a pajearlo. Apenas pasados unos minutos los gemidos de placer escaparon de los labios de Daniel mientras Paula lo llevaba al clímax con sus expertas caricias. Sintió un éxtasis abrumador, dejándose llevar por el placer que ella le proporcionaba. Paula continuó acariciándolo suavemente, sintiendo las palpitaciones de aquella joven polla y cómo su cálido semen brotaba en su mano.

Paula lo miró con picardía y le preguntó ─ ¿Ya podemos irnos? ─ mientras limpiaba su mano en el agua.

Dirigiéndose nuevamente a las bicicletas. Daniel subiéndose el bañador, trató de asimilar lo que había ocurrido, aún abrumado por la intensidad del momento. Montaron en las bicicletas y regresaron a sus casas, compartiendo miradas cómplices sin necesidad de romper la magia con palabras. Al llegar a la puerta de la casa de Paula, ella se acercó y le Dio un suave beso en los labios. ─ Me ha encantado este día, Daniel ─ le confesó con una sonrisa llena de complicidad antes de entrar en su casa.

Daniel llegó a su hogar, la sonrisa persistía en su rostro y con ella se durmió, sumergido en las sensaciones y emociones que habían hecho de aquel día algo inolvidable.

CAPÍTULO 4

A la mañana siguiente, Daniel se sentía confundido. Mientras desayunaba, se preguntaba que significaba lo que ocurrió en la poza. Su falta de experiencia en el amor y el sexo hacía que su mente saltará de un pensamiento a otro.

─Daniel, cuando termines de desayunar ve a la tienda y compra esto─ dijo su abuela tendiéndole un trozo de papel que tenía en su mano.

─ Claro abuela─ tomó el trozo de papel y se apresuró a terminar el desayuno. Agarró su bici y salió en dirección a la tienda.

Paula hacia inventario en la tienda tarareando una dulce canción, cuando la puerta se abrió y vio a aparecer al joven.

─ Buenos días, Daniel. ¿Te puedo ayudar en algo? ─ Dijo Paula con una sonrisa nerviosa.

─ Buenos días, Paula. Sí, mi abuela me pidió que viniera a comprar algunas cosas. Aquí tienes la lista. ─ respondió Daniel, entregando la lista a Paula.

Ambos estaban notoriamente cohibidos por lo que había sucedido el día anterior en la poza, y eso se reflejaba en su distante conversación. Daniel se armó de valor y decidió preguntar directamente a Paula sobre lo ocurrido.

─ Paula, ¿qué significó lo que pasó ayer? ─ Preguntó Daniel, buscando una respuesta clara.

Paula se acercó a él y puso una mano en su mejilla, reconfortándolo. ─ Daniel, lo que pasó fue un momento íntimo y hermoso entre dos personas que se sienten atraídas. A veces las cosas simplemente ocurren, y no siempre tienen una explicación clara. Lo importante es que fue especial y debe ser un secreto entre nosotros dos.

Daniel asintió, comprendiendo sus palabras, aunque todavía sintiera confusión en su interior. Antes de salir de la tienda, Paula le hizo una propuesta que llenó de emoción a Daniel.

─ ¿Te gustaría ir a la poza esta tarde después de que cierre la tienda?

─ ¡Claro que sí! ─ respondió Daniel entusiasmado.

─Nos vemos allí, ¿vale?

─ Allí estaré. ─ Daniel salió de la tienda con el corazón latiendo con fuerza.

Daniel se encontraba sumido en su arte, dibujando en su cuaderno mientras el sol se iba ocultando poco a poco en el horizonte. El sonido del agua de la poza y los pájaros cantando creaban un ambiente tranquilo y sereno. Pero su concentración se vio interrumpida cuando una voz conocida lo sorprendió.

─ ¿Ese también me lo regalarás? ─ Paula apareció ante él, luciendo su sonrisa característica. Sus manos agarraron el vestido por debajo y tiro de el hasta sacarlo por su cabeza, acetuando sus encantos con su bikini. Daniel se quedó sin palabras por un momento, admirando su figura mientras ella se lanzaba al agua con gracia.

Emergió del agua con un brillo pícaro en sus ojos y le hizo la invitación que no pudo resistir: ─ ¿No te animas a acompañarme, Daniel? ─ Paula deslizó sus manos por la superficie del agua, invitándolo a unirse a ella.

Sin poder negarse, Daniel se quitó rápidamente la camiseta y, con un corazón acelerado, se lanzó al agua junto a ella. Ambos chapotearon y rieron mientras disfrutaban del refrescante baño al atardecer.

Paula nadó hacia él y se acercó con una mirada juguetona. ─ ¿Sigues con tus dibujos, artista? ─ Le preguntó, mientras flotaban cerca el uno del otro.

─ Sí, siempre dibujo lo que más me inspira. Y últimamente, eso eres tú. ─ Respondió Daniel, sintiendo un poco de timidez al admitirlo.

Paula sonrió complacida y se acercó más, quedando frente a frente con Daniel. ─ Entonces, ¿me dibujarás de nuevo? ─ Susurró con suavidad, acariciando su mejilla.

─ Si tú quieres, sí. Eres mi musa. ─ Daniel respondió con una dulce sinceridad, dejándose llevar por el momento y la cercanía de Paula.

Sin perder más tiempo, ella se acercó y le dio un beso suave en los labios, despertando una oleada de emociones en Daniel. Se fundieron en un abrazo, disfrutando del contacto entre sus cuerpos en el agua tibia de la poza. Paula puso sus manos en los hombros de Daniel y lo hundió en el agua de forma divertida y se alejó de él riendo. Daniel nadó tras ella para devolverle la broma, forcejeaban cuando los dedos de Daniel se engancharon en el bikini de Paula desatando la parte superior. Este hecho paró las bromas. Paula mirándolo de forma juguetona cogió la parte del bikini que flotaba y lo lanzó a la orilla y le dijo a Daniel que ya la había visto desnuda, así que importaba una vez más. Entre risas y juegos, sus cuerpos y sus labios se volvieron a juntar. Paula llevó su mano a la polla de Daniel, esta vez intencionadamente, deshizo el nudo e introdujo su mano. Daniel no pudo evitar la tentación de llevar su boca a los pechos de ella, aunque con torpe brusquedad. Ella le pidió que lo hiciera suavemente, él obedeció y un gemido escapó de la boca de Paula. Ella acariciaba su miembro, recorriéndolo ampliamente hasta que Daniel derramo su leche bajo el agua.

─ Paula, esto… esto es increíble. No sé qué decir… ─ Daniel murmuró, aún con la respiración agitada por la pasión compartida.

Paula le sonrió cariñosamente, acariciando su rostro con ternura. ─ No hace falta que digas nada, Daniel. Solo disfrutemos del momento, ¿de acuerdo?

El joven asintió, totalmente prendado por la mujer que tenía frente a él. El silencio se llenó de complicidad mientras se miraban profundamente, como si quisieran descubrir el alma del otro a través de los ojos.

─ Nunca pensé que algo así pudiera pasar… ─ confesó Daniel tímidamente.

─ A veces, la vida nos sorprende con cosas maravillosas, Daniel. No hay que resistirse a lo que el destino nos tiene preparado. ─ Paula acarició su mejilla y le dio un suave beso en los labios.

Ellos continuaron disfrutando de su intimidad en la poza, compartiendo caricias, risas y palabras susurradas al oído. La noche cayó sobre ellos, envolviéndolos en una mágica atmósfera de conexión y deseo. Finalmente, decidieron salir del agua y caminar de vuelta hacia el pueblo, agarrados de la mano. El cielo estrellado les guiaba el camino, y cada paso juntos fortalecía el vínculo que habían forjado.

Era domingo por la tarde y Daniel daba una vuelta por el pueblo con su bicicleta. Al pasar cerca de la casa de Paula, unos gritos lo alertaron. Soltó su bici y se acercó preocupado, los gritos venían del gallinero. Cuando llegó al gallinero, la imagen que vio lo tranquilizó: Paula, con su sensual gracia, corría detrás de unas gallinas que parecían haberse escapado.

─ Daniel, menos mal que estás aquí, ven ayúdame a cogerlas. ─ dijo Paula, entre risas.

Daniel se quedó unos segundos mirándola divertido y se acercó a ayudarla. Entre los dos consiguieron meter las gallinas en el corral, compartiendo risas y complicidad.

─ Muchas gracias, creo que sola no hubiera podido atraparlas. ─ agradeció Paula.

─ No ha sido nada, además ha sido divertido. ─ respondió Daniel con una sonrisa.

Ambos rieron y Paula lo invitó a pasar a tomar algo frío. Se sentaron en el sofá mientras bebían y conversaban animadamente. La tarde se alargó con risas y confidencias, compartiendo momentos íntimos que fortalecían su conexión.

Mientras tomaban una bebida fría sentados en un pequeño sofá del salón, Daniel no pudo evitar posar su mirada en el escote de Paula. Sus senos, adornados con unas gotas de sudor, parecían llamarlo. Ella se dio cuenta de su mirada intensa y desabrochó unos botones de su camisa, lo cual lo tomó como una invitación. Sin dudarlo, Daniel comenzó a besarlos suavemente, acariciándolos con devoción. Daniel terminó de abrir la camisa de Paula, dejando libres aquellos hermosos pechos, con su lengua jugó con los duros pezones y con sus manos los acariaba suavemente como bien le había enseñado ella.

─ Mm Daniel…

Bajó besando suavemente su vientre y se dispuso a desabrochar el corto pantalón de Paula, sin perder la mirada de complicidad con ella.

─ ¿Qué pretendes, travieso? ─ preguntó Paula, entre risas y excitación.

─ Quiero devolverte el placer que me has hecho sentir estos días. ─ respondió Daniel con voz seductora.

Paula dudo unos segundos, pero el deseo no era menor que el del joven. Levanto un poco el trasero, permitiendo que el tirara de sus pantalones. El joven se puso de rodillas frente a ella y con delicadeza hizo a un lado sus bragas dejando ver su palpitante coño. Daniel, con cierta inexperiencia, pero con dejándose guiar por su instinto, comenzó a pasar su lengua explorando cada rincón de la humedad de Paula, disfrutando de este nuevo sabor que sus papilas degustaban.

─ Mm tu lengua… espera un momento... ─ dijo poniendo su mano en su frente separándolo.

Entonces ella junto sus piernas y subiéndolas comenzó a sacar sus bragas. Su coño apretado adornado por sus mojados labios llamaba al joven que deseaba volver lamerlo. Ella abrió sus piernas ampliamente y tomando delicadamente la nuca del joven lo guio de nuevo hasta su palpitante cueva.

─ Sigue... no pares... ─ le susurró.

Daniel pasaba su lengua de arriba abajo, metiendo su lengua y repitiendo los movimientos que sentía provocaban más placer en la madura mujer. Paula suspiraba y pellizcaba sus pezones mientras movía sus caderas, rozando aún más su coño contra la boca que estaba dándole tanto placer.

─ Oh Daniel sigue... sigue... ─ suplicaba ella llevando su mano a su botoncito más sensible acariciándolo rápidamente ─ me corro... siii.... aaah... siii... oh que gusto Danieeel... ─gritaba cerrando sus piernas y aferrándose a él con suspiros y gemidos de placer. El sorbía sus deliciosos jugos sin apartar su boca, disfrutando del momento de placer que había conseguido provocar.

Paula se levantó, su cuerpo desnudo frente a Daniel era imponente, la tenue luz de la ventana formaba un contraste de luces y sombras realzando la figura. Sus fluidos aún resbalan por sus muslos.

─ Ahora es mi turno, siéntate ─ le dijo Paula.

Bajo sus pantalones dejando al descubierto el recto miembro de Daniel, lo agarro con su mano y comenzó a subir y bajar su piel, cubriendo y descubriendo su glande. Besando por sus muslos fue subiendo por el tronco de su polla hasta que su nariz se impregno con el intenso olor de su cabeza. Abrió su boca y su lengua envolvió la cabeza.

─ Ah... ─ suspiró Daniel cuando sintió la boca de ella cerrarse sintiendo un agradable calor.

Paula alternaba con rápidos movimientos con lentos y fuertes succiones, haciendo que Daniel se estremeciera, mientras sus miradas se encontraban. Él estaba extasiado, era la primera que alguien le hacía una felación. La cabeza de Paula subía y bajaba, succionando el glande y jugando con su lengua. Daniel no paraba de gemir y jadear.

─ Paula… eres increíble.

─ ¿Te gusta como lo hago? ─ su mano acariciaba la polla mojada por su propia saliva.

─ Me encanta... pero como sigas asi voy a terminar en unos segundos.

─ Pues hazlo... dame lo que tienes aquí guardado ─ dijo lamiendo sus huevos mientras con su mano lo pajeaba intensamente.

─ Ah... dios... ya viene... ya viene... ─ dijo Daniel cerrando fuertemente sus ojos.

La boca de Paula sustiyó su mano, apretando fuertemente sus labios succionó la polla que estaba a punto de reventar. Sintió la primera palpitación seguida de un potente chorro que golpeado su garganta, la sacó de su boca y con intensos movimientos de su mano derramó todo el semen en sus tetas, pasando la polla por ellas esparciéndolo. Escupió el semen que habia caido en su boca sobre la punta y le dio unas chupadas mas provocando espamos en las piernas de Daniel.

─ Dios… ha sido increíble. ─ dijo el joven intentando controlar sus piernas.

Paula se subió encima de él, restregando su húmedo coño por la polla de Daniel que había comenzado a perder su dureza.

─ Tu tampoco lo has hecho mal. ─ se inclinó y se fundieron en húmedo beso.

Paula lo agarró de su mano y lo guío hasta el cuarto de baño y ambos entraron en la ducha. Cada uno enjabono el cuerpo del otro, recorriendo sus cuerpos, mientras no dejaban de besarse. La noche había caído y Daniel tenía que volver a casa. Aunque ninguno de los dos quería separarse, tuvieron que contenerse.

CAPÍTULO 5.

El sol apenas había empezado su ascenso cuando la puerta de la habitación de Daniel se abrió de golpe, Su abuela irrumpió sin miramientos, decidida a sacarlo de la cama.

─ Venga, arriba ya ─ instó la anciana en un tono enérgico mientras levantaba la persiana de un tirón.

Daniel entreabrió los ojos, deslumbrado por la intensa luz del día.

─ Abuela, es domingo ─ protestó, entrecerrando los párpados.

─ Y mañana será lunes. Vamos, levántate ─ insistió la abuela, tirando de las sábanas.

Con resignación, Daniel se vio obligado a obedecer. Aún con los ojos hinchados, observaba absorto la pared mientras daba pequeños sorbos al café caliente y comía pan tostado con mantequilla. Su mente proyectaba cada detalle de Paula, su cuerpo desnudo, su olor, su tacto, su calor... rememorando cada uno de sus encuentros.

─ He visto a Paula ─ anunció la abuela, tomando asiento a la mesa.

─ ¿Qué? ─ exclamó Daniel, casi atragantándose.

─ Sí, he pasado por su casa y la he visto bregando con un montón de paja en el gallinero. Podrías ir a echarle una mano. Siempre se preocupa por la gente del pueblo y me fía en la tienda cuando ando justa de dinero.

─ Tienes razón, abuela ─ asintió el joven, engullendo el último bocado. Necesitó un buen trago de café para hacer descender el trozo de pan por su garganta.

En unos instantes, Daniel había subido de nuevo en su habitación, se había vestido rápidamente y montando en su bicicleta con una sonrisa de oreja a oreja.

─ Buenos días ─ saludó Daniel a través de la alambrada.

─ Buenos días, Daniel ─ respondió Paula con una sonrisa radiante. ─ ¿Qué te trae tan temprano montado en la bicicleta?

─ Mi abuela me dijo que estabas trabajando en el gallinero, así que decidí venir a ayudarte ─ dijo orgullosamente el joven.

─ ¿Decidiste o te obligó tu abuela? ─ preguntó la mujer con una sonrisa traviesa.

─ Bueno, un poco de ambas, ya sabes cómo es mi abuela ─ admitió Daniel, avergonzado al ser descubierto.

─ Anda, pasa zalamero, ayúdame con estas jaulas ─ invitó Paula.

Entre los dos colocaron la hilera de ponederos de madera junto a la pared y los llenaron de paja para que estuviera mullido para las gallinas. En silencio se sucedían las miradas y sonrisas traviesas de complicidad. Daniel la miraba deseando saltar sobre ella y recorrer su morena piel.

─ Contrólate Daniel, puede vernos alguien ─ le repetía Paula, sus ojos revelaban una mezcla de excitación y advertencia, mientras él dedicaba furtivas caricias.

─ Eso intento... ─ respondía él.

Después de decidir sobre la colocación de los comederos y bebederos, llegó el momento de instalar un cable a través de una viga para colocar una bombilla. De nuevo sin una escalera, Paula volvió a subirse a los hombros de Daniel. Mientras avanzaban lateralmente para fijar el cable, el joven no perdió la oportunidad de acariciar los muslos de Paula hasta donde sus pantalones cortos lo permitían. Finalmente, Paula dejó caer un poco el cable con la bombilla y se bajó de los hombros de Daniel. En ese momento, sus cuerpos se rozaron, desatando una corriente eléctrica entre ellos. Sus labios quedaron a escasos centímetros mientras sus miradas se encontraron, cargadas de deseo. Paula suspiró profundamente mientras Daniel la tomaba del brazo y la guiaba hacia el pequeño almacén del gallinero. Una vez dentro, ocultos de miradas indiscretas, el joven se acercó a su cuerpo y comenzó a besar su cuello con una pasión creciente. Rendida al deseo, Paula se dejaba llevar, abriendo su camisa para ofrecerle sus pechos. Daniel, ansioso, bajó levemente su sostén y atrapó con su boca uno de sus pezones.

─ Mmm, Daniel... siempre logras poner mis pezones muy duros... ─ susurró ella, su voz cargada de excitación.

Ella desabrochó su corto pantalón y él inmediatamente deslizó su mano por dentro de sus bragas. Avanzó enredando sus dedos por el bello pubico hasta encontrarse con su ya mojado coño. Un gemido escapó de los labios de Paula al sentir sus caricias.

─ Ahh... ─ gimió, entregada al placer.

Apoyada contra la pared, bajo las caricias y besos del joven, un intenso orgasmo sacudió el cuerpo de Paula. Sus piernas flaquearon y tuvo que aferrarse al cuello de él para mantenerse de pie.

─ Aprendes rápido ─ susurró Paula, aun recuperándose del placer.

─ Bueno, tengo a la mejor maestra ─ respondió él, abriendo sus pantalones, pero Paula detuvo su mano con una sonrisa traviesa.

─ Tranquilo, guarda eso para más tarde ─ dijo ella, con picardía.

Daniel, aunque algo desilusionado, le devolvió la sonrisa, sospechando que ella tenía algo planeado para más tarde mientras ella recomponía su ropa.

─ Déjame salir primero ─ pidió Paula, asomando la cabeza para asegurarse de que nadie estaba observando.

Con Daniel ardiendo en deseos, terminaron con los quehaceres en el gallinero, ambos anticipando lo que aún estaba por venir entre ellos esa tarde.

─ A la tarde vuelvo y vamos a dar un paseo con las bicis ─ dijo el joven desde el camino.

─ Aquí te espero ─ le contesto ella desde atrás de la valla.

Tal y como habían planeado, Paula y Daniel disfrutaron de un paseo en bicicleta por el campo durante la tarde. Daniel no podía apartar la vista del hipnotizante brillo de la piel canela de Paula. Ella era consciente de su efecto en él y no dudaba en darle gusto al joven. Lo adelantaba intencionadamente y luego se ponía de pie sobre los pedales, ofreciéndole una generosa vista de sus nalgas entalladas en unas mallas elásticas. Llegaron a un saliente con vistas impresionantes de la sierra y decidieron bajar de las bicicletas para beber agua y descansar.

─ Oye, ¿por qué no vamos ya a la poza a refrescarnos? ─ preguntó Daniel, visiblemente ansioso.

Paula se acercó a él y lo rodeó con sus brazos. Sus cuerpos se encontraron y rápidamente el miembro erecto de Daniel se hizo notar, rozando la entrepierna de ella.

─ ¿Te has cansado ya o es por otra cosa? ─ preguntó ella con picardía.

Él tomó sus nalgas y sus sexos se apretaron más el uno contra el otro. Entonces, sus bocas se juntaron.

─ Me tienes loco desde esta mañana, Paula ─ dijo él entre besos.

─ Lo sé... ─ respondió ella, mordiendo su labio inferior. Luego lo empujó suavemente y salió corriendo hacia su bicicleta. ─ El último en llegar a la poza pierde ─ dijo riendo mientras pasaba delante de él en su bicicleta.

─ Ey... eso es trampa ─ exclamó él y sin perder tiempo, saltó sobre su bicicleta.

Corrieron por los caminos empedrados intentando ser el primero en llegar, desafiando el riesgo de caerse en varias ocasiones. Paula llegó primero, riendo mientras intentaba recuperar el aliento cuando Daniel finalmente alcanzó la poza. La sonrisa del joven se desvaneció al ver varias familias disfrutando del agua refrescante.

─ Hay que ser pacientes ─ le susurró ella, consciente de la desilusión de Daniel.

Dejaron sus bicicletas junto a los árboles, y Paula desplegó una amplia tela y sacó unos dulces caseros que había preparado. Se sentaron juntos, charlando mientras merendaban.

─ Muy rico el dulce, pero ahora lo que necesito es un buen baño ─ dijo Daniel, quitándose el calzado y la camiseta.

─ Sí, vamos a refrescarnos, hace mucho calor ─ respondió ella, intentando provocarlo mientras se quedaba en bikini.

Daniel no desperdiciaba ninguna oportunidad para acariciar o rozar el cuerpo de Paula, quien disimuladamente reía, intentando ocultar su creciente excitación. Afortunadamente para ambos, los días iban acortándose y conforme el sol descendía en el horizonte, las familias abandonaban la poza, dejándolos solos. Ambos se miraban como dos fieras a punto de saltar la una sobre la otra.

─ Parece que nos hemos quedado solos ─ dijo Paula de forma traviesa.

─ Sí, así parece ─ respondió Daniel, acercándose a ella.

Poco a poco se fueron aproximando hasta que sus cuerpos se encontraron, seguidos de la unión de sus labios. Bajo el agua, sus manos exploraban la piel del otro.

─ Vamos fuera... ─ susurró Paula.

El joven la siguió con una sonrisa, y juntos desplegaron la tela que habían utilizado para merendar en un lugar más apartado, detrás de unos arbustos. Paula se tumbó boca arriba y él se colocó sobre ella. Sus lenguas jugaban mientras se acariciaban, y Daniel no tardó en descubrir los pechos de ella. Descendió por su cuello hasta tomar sus pezones, mientras Paula acariciaba su cabeza y suspiraba de placer. Luego bajó por su vientre y la hizo levantar las piernas para retirar su bikini, revelando una grata sorpresa.

─ ¿Qué pasó con tu pelo? ─ preguntó Daniel sorprendido al ver el pubis de Paula totalmente rasurado.

─ Me lo quité, ¿te gusta más así? ─ preguntó ella, acariciando su coño con sus dedos.

─ Ahora te lo diré ─ respondió Daniel, metiendo su cabeza entre sus piernas.

Su lengua exploró con delicadeza los pliegues de su mojada cueva antes de usar sus dedos también para llevar a Paula al orgasmo.

─ Me gusta más así ─ dijo Daniel con una mirada lasciva, mientras con su mano limpiaba los fluidos de Paula de su barbilla.

Entonces, las tornas cambiaron y fue el joven quien se tendió mientras Paula recorría su cuerpo con sus labios. Al tirar del bañador, el miembro erecto salió oscilando de un lado a otro hasta que ella lo atrapó con su mano.

─ Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? ─ dijo Paula antes de comenzar a lamer y besar sus testículos.

Subió lentamente por el tronco, desesperando a Daniel, hasta que la cabeza de su polla desapareció entre los labios de Paula. La cabeza de ella subía y bajaba, variando el ritmo, sacándola de su boca de vez en cuando para tomar aire.

─ Uff, está súper dura... creo que es el momento ─ dijo Paula, sacudiendo el miembro del joven.

Sin darle tiempo a reaccionar a Daniel, Paula se incorporó y, sin soltar el miembro del joven, lo guio hasta la entrada de su mojado coño y lentamente se dejó caer.

─ Paula... ─ gimió él.

─ Shhh... disfruta ─ dijo ella, poniendo su dedo índice en sus labios antes de comenzar a mover su pelvis lentamente, sintiendo completamente el falo en su interior.

Él agarraba sus nalgas mientras ella comenzaba a subir y bajar, elevando su pelvis para profundizar la penetración. Ambos gemían y disfrutaban de su unión carnal hasta que una voz autoritaria rompió la magia.

─ ¡Paula, Daniel! ─ exclamó don Gregorio, el párroco del pueblo, con seriedad ─. Espero que tengan una explicación coherente para esto.

Ambos saltaron como resortes. Ella tomó la tela para taparse mientras él daba ridículos saltos intentando ponerse el bañador.

─ Os doy una hora para que vayáis a la sacristía ─ dijo seriamente el párroco.

Aturdidos y avergonzados, ambos asintieron en silencio, sabiendo que tendrían que enfrentar las consecuencias de sus acciones. El párroco se marchó con paso firme, dejando a Paula y Daniel con la incertidumbre de lo que vendría después.

─ No sé qué diremos ─ murmuró Paula con voz temblorosa ─. Esto es un desastre.

Daniel tomó su mano con delicadeza, buscando tranquilizarla.

─ Afrontaremos esto juntos, Paula ─ le aseguró con determinación ─. Aunque no sepamos qué decir, seremos honestos y asumiremos nuestra responsabilidad.

Así, se encaminaron hacia la iglesia, preparándose para enfrentar la reprimenda del párroco y las posibles consecuencias de su encuentro en la poza. Sus corazones latían con fuerza, sabiendo que este episodio marcaría un antes y un después en su relación. Ambos entraron cabizbajos en la sacristía, donde don Gregorio los esperaba con semblante serio. El silencio se hizo denso mientras el párroco los observaba atentamente.

─ Y bien, ¿alguna explicación? ─ inquirió don Gregorio, rompiendo la quietud.

Daniel y Paula se miraron el uno al otro, incapaces de encontrar las palabras adecuadas para justificar lo sucedido.

─ No sabemos cómo hemos llegado a eso, simplemente sucedió ─ dijo Paula con tono desesperado, tratando de explicar lo inexplicable.

─ ¿Y tú no tienes nada que decir? ─ preguntó don Gregorio, dirigiéndose a Daniel.

Daniel levantó la cabeza lentamente, intentando ganar tiempo para formular una respuesta coherente. ─ Todo comenzó con una bonita amistad ─ dijo, dirigiendo una mirada tierna a Paula─, pero la amistad ha pasado a ser algo más profundo.

Don Gregorio comenzó a andar por la sacristía, buscando las palabras adecuadas para abordar la situación delicada que tenía frente a sí. ─ Entiendo perfectamente que podáis tener sentimientos el uno por el otro, soy cura pero no anticuado ─ dijo pausadamente─. Pero ahí, en la poza, expuestos a cualquiera que pase… eso es lo grave, muy grave.

Los jóvenes se miraron avergonzados, comprendiendo en su interior lo egoístas que habían sido. Habían olvidado que la poza era un lugar de recreo y diversión para la gente del pueblo, donde acudían familias y amigos a compartir momentos de alegría.

─ No diré nada por esta vez, pero solo con la promesa de que, si van a seguir con esta relación, actos como los de hoy deben quedar en la estricta intimidad ─ advirtió don Gregorio con seriedad.

─ Sí, don Gregorio, hemos entendido la gravedad de nuestros actos ─ dijeron casi al unísono Daniel y Paula, asintiendo con sinceridad.

─ Espero que así sea ─ concluyó don Gregorio─. Vamos, marchaos a casa.

Paula y Daniel salieron de la sacristía, respirando aliviados. Agradecían la comprensión del párroco, sabiendo que las consecuencias podrían haber sido mucho más graves.

─ Bueno, será mejor irnos a descansar por hoy ─ dijo Daniel.

─ ¿No prefieres quedarte... y terminar? No quiero que tu primera vez se vea frustrada ─ dijo ella con una mirada traviesa.

En el rostro del joven se dibujó una sonrisa ─ Vamos ─ dijo, agarrándola de la mano.

Una vez dentro, se besaban mientras caminaban hacia el sofá, dejando caer prendas hasta quedar desnudos. Ella lo hizo sentarse y, arrodillándose, volvió a tomar su polla en su boca, que en pocos minutos estaba de nuevo lista para cabalgar.

Una vez más, ella se subió encima de él y se empaló con su falo ─ Mmm... dios... qué rico ─ gemía Paula.

Ella botaba con violencia encima de él mientras Daniel acariciaba su culo e intentaba atrapar sus pezones con sus labios.

─ Házmelo tú ahora ─ dijo ella levantándose poco a poco ─ aahh ─ gimió cuando el mástil de Daniel salió de su interior. Se colocó de rodillas en el suelo y apoyó su pecho en el sofá ─ follame en cuatro... ─ le dijo, levantando su culo ofreciéndole una vista increíble.

Él no se hizo de rogar, se colocó detrás de ella con su miembro hinchado en la mano y, torpemente, buscó la entrada de Paula.

─ Ahí... ahí... empuja ─ dijo ella al sentir el glande ─ aaaah... ─ gimió al sentir la polla deslizándose en su interior.

El joven se movía torpemente al principio, pero fue cogiendo ritmo bajo las indicaciones de la madura mujer. Abría los cachetes de su culo para hacer la penetración más profunda, para deleite de Paula.

─ Sí... sí... sigue así... así... oh, qué bien lo haces Daniel... me voy a correr ─ gemía ella.

─ Y yo... ya casi me vengo también...

─ Sí... hazlo... lléname... lléname... diosss... me corro Daniel... me corroooo ─ gritaba Paula deseosa de sentir el semen caliente en su interior.

─ Ahhh... mmmfff ─ bramó Daniel empezando a descargar su néctar dentro mientras daba pequeños espasmos.

─ Ufff... como lo noto caliente...mmm ─ dijo Paula satisfecha.

Daniel se salió de su interior y una mezcla de semen y fluidos salió de la cueva de Paula. Se tumbaron en el sofá, abrazados, desnudos y con la respiración entrecortada, dedicándose tiernas miradas de complicidad y suaves besos.

─ No quiero irme, pero se está haciendo tarde ─ dijo Daniel.

─ Sí, será mejor que vayas a casa ya, tu abuela puede estar preocupada ─ dijo ella acariciando su cabello.

─ ¿Te veré mañana? ─ preguntó él.

─ Por supuesto ─ dijo ella con una sonrisa.

Y, por supuesto, se vieron al día siguiente, más bien se vieron todos los días que quedaban del verano, disfrutando cada vez más intensamente de sus cuerpos. Pero el verano terminó por llegar a su fin y la inevitable despedida se produjo.

Plantada en el polvoriento camino, Paula decía adiós con su mano al joven Daniel, quien llegó a ese pueblo lleno de inseguridades y ahora se marchaba en aquel autobús con la seguridad de saber dar placer a una mujer, aunque solo quería hacerlo con Paula.

El autobús se alejaba levantando una gran nube de polvo, pero no tan grande como la esperanza que albergaban sus corazones de volverse a encontrar.