Aislado Entre Mujeres [53]
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CapĂtulo 53.
La Jugada de Nahuel.
Los Ăşltimos dos dĂas la situaciĂłn en mi casa estuvo tensa… pero ya estamos acostumbrados a vivir con tensiĂłn. Tuvimos que hacer una tregua para que AyelĂ©n pudiera poner un pie fuera del cuarto de mi madre. Fijamos un horario en el que ella podĂa salir a comer algo o incluso a tomar sol al patio. En el instante en que mi prima salĂa del cuarto, todas mis hermanas se refugiaban en sus dormitorios, Brenda y Alicia se les unĂan. Las Ăşnicas personas con las que AyelĂ©n podĂa socializar eran su mamá, la abuela Fernanda y yo.
A ver… que yo tambiĂ©n tenĂa ganas de matarla; pero me aguantĂ© e hice el papel del nieto bueno frente a mi abuela. Incluso la hice reĂr contándole algunas anĂ©cdotas divertidas de mi vida.
Me reclamĂł varias veces que nunca fuera a visitarla y que le hubiera gustado pasar más tiempo conmigo. Le prometĂ que en el futuro le prestarĂa más atenciĂłn.
Por suerte Cristela se encargĂł de que no se hablara del tema que nos tenĂa consternados a todos. La abuela hizo un par de comentarios como “Alicia nunca mencionĂł que tuviera problemas econĂłmicos” o “Hacer una cosa asĂ… teniendo hijas…”. Sin embargo en cada una de estas ocasiones Cristela desviĂł el tema de conversaciĂłn en cuestiĂłn de segundos.
Durante unas de estas salidas de AyelĂ©n a tomar sol en el patio, mi abuela aprovechĂł para darse una ducha en el baño del cuarto de mi madre, y yo no podĂa dejar pasar esa insuperable oportunidad.
Sin siquiera avisarle, me metà al baño unos minutos después que ella.
―Nahuel! ¿Qué hacés acá? ―Preguntó mi abuela. Intentó cubrir su desnudez con las manos pero no le fue posible.
Debo reconocer que su piel se mantiene mucho más tersa y suave de lo que habĂa imaginado. Apenas puedo notar unas sutiles diferencias con el cuerpo de mi madre… o el de la tĂa Cristela. Las tres parecen haber salido del mismo molde: Tetas exhuberantes, cinturas estrechas, y caderas anchas.
―Dijiste que podĂa usar este baño…
―No importa, a mà no me molesta bañarme con otra persona.
Me desnudĂ© con total naturalidad. Me acostumbrĂ© tanto a que me vean desnudo que sinceramente no me molesta que mi abuela me vea asĂ. Además… me vio cogiendo con Brenda… y con Tefi, aunque esta segunda parte no la sabe.
―Abuela, me dijiste que querĂas pasar más tiempo conmigo, para conocerme mejor… bueno, acá estoy.
BajĂ© mi calzoncillo y ella se quedĂł mirando fijamente mi verga flácida. La tenĂa justo donde querĂa.
EntrĂ© en la bañera y me parĂ© tan cerca de mi abuela como pude. RocĂ© el costado de su cuerpo cuando estirĂ© la mano para tomar el jabĂłn, ella se estremeciĂł y al hacerlo bajĂł las manos. Sus tetas quedaron al desnudo frente a mis ojos, aunque una de sus mano seguĂa tapándole la concha.
―¿Tanto te molesta que te vea desnuda? ―Le pregunté.
―Y sĂ… lĂłgico… Âżno te parece? Âża vos no te incomoda ver a tu abuela desnuda? Âżo que yo te vea asĂ?
―Me da igual ―dije, encogiéndome de hombros―. No es la primera vez que me ducho con otra mujer.
―Como lo hiciste con Tefi…
―Em… con mi mamá. Ella sabe perfectamente el problema que tenemos con los baños, y a veces me deja usar este. Y bueno… un dĂa entrĂ© cuando ella estaba en la ducha y me dijo que podĂamos bañarnos juntos.
―¿Y vos lo hiciste asà sin más?
―Claro… si es mi mamá. ÂżQuĂ© problema hay? ―ComencĂ© a enjabonar todo mi cuerpo―. Al principio ella se ponĂa nerviosa, como vos ahora…
―Pero con el tiempo entendió que avergonzarse de que tu hijo te vea desnuda es una forma indirecta de tratarlo de degenerado. Si ella se baña con sus hijas, ¿por qué no iba a hacerlo conmigo?
―Porque sos hombre, Nahuel…
―¿Y eso qué tiene que ver? Somos familia… y tenemos que compartir una casa muy grande.
―Me imagino que habrás visto muchas veces a tus hermanas desnudas ―noté cierta curiosidad en su tono de voz.
―SĂ, claro. Muchas veces. Con la pandemia entendieron que no tiene mucho sentido estar tapándose todo el tiempo frente a todas las personas que habitan en la casa. Somos muchos y siempre se dan situaciones donde alguna sale desnuda de la pieza, o del baño… cosas asĂ. Ya estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas. Es algo normal para mĂ. Y lo mismo puedo decir con vos, abuela… no me molesta verte desnuda. De hecho, me incomoda que te tapes tanto, como si yo fuera un degenerado.
―Todo esto me resulta muy extraño, Nahuel. Vamos a tener que hablar…
―Hablemos todo lo que quieras, yo no tengo apuro ―dije, pasándome el jabón por la verga. Los ojos de mi abuela se clavaron en esa acción―. Pero con una condición.
―Que te relajes un poco… soy tu nieto, no un desconocido de la calle.
―Mmmm… está bien… pero hago esto solo para demostrarte que no te veo como un degenerado.
Cristela me dio una pauta muy importante cuando le pedà un consejo sobre cómo tratar con su madre. Me dijo: “La cabeza de la abuela Fernanda funciona de forma muy parecida a la de Alicia”. Y tiene razón, porque una vez usé la misma estrategia con mi mamá y funcionó igual de bien.
―Tenés linda concha ―le dije.
―¡Ay, Nahuel! ¡Que soy tu abuela! Me pone incómoda que digas esas cosas.
―Ah, perdón… no intentaba incomodarte. Es que… mi mamá me enseñó que no hay nada de malo en reconocer la belleza de otra persona. Quizás a esa persona le hace bien escuchar un halago, si hay confianza…
―¿Aunque sea hablando de los genitales de la otra persona?
―SĂ, Âżpor quĂ© no? TambiĂ©n es parte del cuerpo… a mis hermanas tambiĂ©n les digo lo mismo.
―¿En serio? ―Noté una chispa de curiosidad en sus ojos―. ¿Y cuál te parece que tiene la más linda?
―Em… una vez me pidieron que decida cuál tiene el culo más lindo… en mi opiniĂłn, ese serĂa el de Gisela… aunque ahora que te veo sin ropa, creo que podrĂas competirle.
―Ay, no digas boludeces ―soltó una risita―. Si yo ya estoy vieja, no puedo competir con la cola de una chica de veintipico.
―Yo tomo en cuenta esos factores… y me imagino que a la edad de Gisela habrás tenido un culazo que llamaba la atención de todo el mundo.
―Y lo que me habĂas preguntado de las conchas… em… no se lo digas a nadie, porque mis hermanas se van a poner celosas; pero creo que la concha más linda la tiene mi mamá.
―¿Tu mamá? ¿Y en qué te basás para decir eso?
―Bueno, en varias cosas… por ejemplo, esto de acá ―acariciĂ© el pubis de mi abuela y lo notĂ© muy suave, lo que me llevĂł a sospechar que se lo habĂa depilado recientemente. Fernanda retrocediĂł un paso y se dio las canillas de la ducha contra la espalda, eso la hizo volver a donde estaba―. PerdĂłn, me olvidĂ© que vos te tomás a mal estas cosas…
―Ay… es que no estoy acostumbrada a que me toquen de esa manera… y mucho menos mi nieto. Esto es muy incómodo.
―SĂ, lo es al principio; pero una vez que te acostumbrás, ya pasa a ser algo normal. La primera vez que acariciĂ© asĂ a mi mamá me puse super nervioso. Ahora ya no me pasa eso. Ah y notĂ© una cosa, las dos tienen esta parte muy suave… e hinchada.
―Eso es el Monte de Venus. Suele tener esa forma.
―SĂ, eso mismo. Aunque hay algunos más… abultados, y otros menos. Me gusta cĂłmo lo tenĂ©s vos. ÂżTe sigo explicando por quĂ© me parece que la concha de mi mamá es más linda o te pone muy incĂłmoda hablar de estos temas?
―Emmm… prefiero que me cuentes. Necesito saber qué tipo de confianza tenés con tu madre. Todo esto es muy extraño.
No pude evitar sonreĂr. Mi objetivo de bajar su guardia tanto como fuera posible marcha sobre rieles.
―Bueno, yo me fijĂ© que mi mamá tiene un clĂtoris que sobresale un poquito ―bajĂ© mis dedos y acariciĂ© el botoncito de mi abuela, ella se estremeciĂł y tuvo que hacer un esfuerzo para no retroceder―. El tuyo es muy parecido… aunque un poquito más grande. Pero sin duda lo que más me gusta de la concha de mi mamá son sus labios… los tiene bastante pronunciados, como los tuyos ―acariciĂ© los labios vaginales de mi abuela y ella suspirĂł. Me mirĂł fijamente como si no pudiera creer lo que estaba ocurriendo.
―¿A tu mamá también la tocaste de esa manera?
―Em… un poquito, a ella no le molestó ―dije, como quitándole importancia al asunto―. Date vuelta.
―Y… si nos vamos a bañar juntos, me pareció un buen gesto ayudarte con la espalda.
―Mmm… bueno, está bien ―dijo ella, sin mucha convicción.
En cuanto dio media vuelta yo tomé el jabón y comencé a frotarlo por toda su espalda, también aproveché para poner mi pene flácido justo entre sus nalgas.
―Mi mamá me dijo que soy bueno en esto…
―¿Y ella no se queja de que tu miembro quede tan cerca?
―No, para nada. Porque entiende que no me puedo sacar la verga para bañarme y colocármela después… además en esta bañera no hay mucho lugar. Pero se ve que a vos te molesta todo…
―Perdón, no fue mi intención, es solo que… hace mucho que no estoy tan cerca de un hombre desnudo, y se siente raro de que se trate de mi propio nieto.
―Quizás por eso tenés tantos tabúes con la desnudez. Yo ya lo veo como algo natural.
Su exclamación se produjo cuando agarré sus tetas y comencé a masajearlas, con las manos llenas de jabón. También froté un poco más la verga contra sus nalgas. Luego le di suaves pellizcos a sus pezones, los cuales ya se estaban poniendo duros.
―Mi mamá me enseñó a hacer esto bien… espero que no te duela. Si te duele, avisame.
―Em… no duele… lo estás haciendo bien, aunque… no sé cómo Alicia permitió que le toques los pechos de esta manera.
―Bueno, eso quizás se lo tendrĂas que preguntar a ella. Yo solo te estoy mostrando lo que suelo hacer cuando me baño con mi mamá… porque vos querĂas saberlo. Si te resulta muy incĂłmodo, podemos dejarlo acá…
―No, está bien ―su curiosidad es su peor enemiga y yo pienso aprovecharme de eso tanto como pueda―. ¿Qué más hacés con tu mamá cuando se bañan juntos?
BajĂ© una de mis manos hasta su concha y comencĂ© a masturbarla, primero frotĂ© su clĂtoris y luego metĂ un dedo dentro de su aguejero.
―Ay, Nahuel… esto es muchĂsimo, es como si… me estuvieras masturbando.
―Claro que me molesta… soy tu abuela, carajo. ¿Cómo es que Alicia te permite hacer esto? Auch… ah…
―Al principio no querĂa ―le comenté―, ni siquiera admitĂa que ella tambiĂ©n se masturbaba. Pero con el tiempo lo reconociĂł, se volviĂł más flexible y se relajĂł mucho con estos temas. Vos deberĂas hacer lo mismo. Seamos sinceros, abuela… pasaste muchos dĂas sola en tu casa, sin ningĂşn tipo de interacciĂłn sexual… te habrás hecho la paja un montĂłn de veces. ―Mis dedos comenzaron un rápido movimiento pajeril, entrando y saliendo de su agujero―. Y no me vengas con “Ay, no digas esas cosas, Nahuel”. Porque estoy seguro de que es asĂ. EstarĂas mintiendo si dijeras lo contrario.
El agua tibia caĂa sobre nuestras cabezas, creo que esto la ayudĂł mucho a relajarse.
―SĂ, lo admito… estaba sola… ÂżquĂ© más podĂa hacer todo el dĂa? A veces me tocaba por puro aburrimiento.
―¿Y no te gusta tener a alguien que te ayude con eso? Y olvidate de que soy tu nieto por un instante…
―Mmm… uf… es que… ay… bueno, si dejamos de lado ese detalle… es un gran alivio tener a alguien que me de una mano con esto… apa! Eso que tengo entre las nalgas se está poniendo duro, cuidadito, Nahuel… no quiero que pase algo malo. No te olvides que soy tu abuela y que además soy mujer… yo tengo un agujero ahĂ abajo por donde podrĂa entrar esa cosa. ÂżTu mamá permite que hagas esto mientras tenĂ©s una erecciĂłn?
―Claro, porque sabe que es completamente normal.
Seguà tocándola durante un par de minutos, ella no se movió de allà y no protestó cuando mi verga comenzó a frotarse contra sus labios vaginales. Aunque siempre mantuve mi glande lejos de la entrada. Fue un roce superficial.
PodrĂa haber seguido, la estaba pasando bien, y sĂ© que hubiĂ©ramos llegado más lejos si yo mantenĂa ese ritmo de masturbaciĂłn; sin embargo recordĂ© una vez más las palabras de Macarena. A veces es mejor esperar… o dejar esperando a la otra persona. Y eso era exactamente lo que querĂa hacer con mi abuela. QuerĂa dejarla con las ganas. Por eso me apartĂ© de ella y salĂ de la bañera, tomĂ© un toallĂłn y comencĂ© a secarme.
―¿Ya te vas? ―PreguntĂł ella, parecĂa aturdida.
―SĂ, no quiero molestarte más. Me gustĂł bañarme con vos ―le dije con una sonrisa―. Si querĂ©s que lo hagamos de vuelta, solo tenĂ©s que avisarme.
―No creo que eso ocurra. Esto no se deberĂa volver una costumbre.
―Puede ser, pero no creo que se vuelva costumbre, porque vos solo estás de paso en casa. Aunque… si te soy sincero, me gustarĂa que te quedes mucho tiempo.
―¿Ah si? Creà que te molestaba mi presencia.
―Bueno, a veces sos un poquito controladora; pero ya estoy acostumbrado a eso, mi mamá es igual… o peor. Sin embargo, yo quiero mucho a mi mamá… y a vos también, abuela.
Esta vez la que sonriĂł fue ella.
Le comentĂ© a Gisela que la primera parte de mi plan habĂa sido un Ă©xito, le di detalles de lo que habĂa ocurrido en el baño y en recompensa me dio una buena chupada de pija acompañada de Brenda. Hasta me permitieron acabarles en la boca. DespuĂ©s ellas se pusieron a coger. Yo me fui a hacer otra cosa porque me di cuenta de que no me necesitaban.
Antes de salir de su pieza, Gisela me dijo:
―Tenés que seguir insistiendo con la abuela, y cuando consigas dejarla con la guardia totalmente baja, avisame. Ahà voy a intervenir yo.
DespuĂ©s pasĂ© por el cuarto de Macarena. Por supuesto que ella estaba completamente desnuda, a veces incluso se daba el lujo de salir asĂ, para buscar un vaso de agua o algo para picar, solo con la intenciĂłn de provocar a mi abuela. Cada vez que Fernanda la veĂa decĂa algo como: “Nena, deberĂa darte vergĂĽenza andar asĂ por la casa. Y es una falta de respeto para los demás”. Palabras que Macarena fingĂa no escuchar, y esto alteraba aĂşn más a mi abuela.
―¿Pudiste hablar con mamá? ―Le pregunté a Maca.
―¿Y cómo se está tomando el asunto?
―Mal. Muy mal. Le avergĂĽenza muchĂsimo hablar del tema. En especial con su madre.
―¿HarĂa bien en hablar con ella?
―Yo sugiero que no, Nahuel. A mà me costó horrores sacarle dos oraciones seguidas. Creo que ahora lo mejor para ella es distraerse y pensar en otra cosa.
―Muy bien. Gise me dijo que ella iba a intervenir cuando yo consiga bajar la guardia de la abuela.
―AsĂ es. Con Gise trazamos un plan… es bastante arriesgado, pero confĂo en que va a funcionar. En especial si vos y Gise cumplen con su parte. ÂżCĂłmo dirĂas que vas con la abuela?
―Muy bien. De momento todo marcha fantástico.
―Pero imagino que todavĂa estamos lejos del punto adecuado.
―Eso depende de cuál consideres vos “el punto adecuado”.
―Lo vas a saber cuando lo veas. Vos solito te vas a dar cuenta que la abuela ya está lista para que pasemos a la acción.
―Ok, cuando haya novedades, te aviso.
PasĂ© unos diez minutos sentado en el sofá del living con Brenda en mi regazo. Nos besamos todo el tiempo y yo me puse muy cariñoso con sus nalgas. Ella solo vestĂa una remera fucsia sin mangas y una pequeña tanga negra. Y yo, que debajo solo tenĂa mi bĂłxer, estaba con una potente erecciĂłn. Cada movimiento de Brenda me excitaba más, porque su concha se rozaba todo el tiempo con la cabeza de mi verga.
De reojo pude ver a mi abuela observándonos y le susurrĂ© a Brenda en el oĂdo:
Los dos nos levantamos como si no la hubiéramos visto y nos dirigimos hacia la pieza de Tefi. Allà dentro mi hermana nos esperaba completamente desnuda.
―Ay, ya era hora… ―dijo, mientras se acariciaba la concha―. Ya no doy más de la calentura.
Brenda y yo nos desnudamos y ella se puso en cuatro patas sobre la cama, lista para que yo la penetrara. Al mismo tiempo se lanzĂł sobre la concha de Tefi y comenzĂł a chuparla. A pesar de que todo esto habĂa sido hablado previamente y se trataba de una simple actuaciĂłn, la chupada de Brenda fue completamente en serio y lo notĂ© principalmente en la forma en que Tefi gimiĂł y se estremeciĂł cuando comenzaron las lamidas.
HabĂamos dejado la puerta entreabierta a propĂłsito, para que mi abuela se asomara. Cuando escuchĂ© el chirrido de las bisagras, girĂ© la cabeza y mirĂ© a mi abuela sin dejar de moverme. Mi verga ya estaba bien adentro de la concha de Brenda y no hacĂa más que hundirse…
―¿Pero qué es esto? ―Preguntó Fernanda, sorprendida.
―Ay, abuela… estamos cogiendo. ―Protestó Tefi―. No vengas a joder.
―SĂ, los tres… ―respondiĂł Tefi.
―No puedo creer que tengas sexo con tu hermano…
―En realidad Ă©l está cogiendo con su novia ―dijo EstefanĂa―. Y ella me está chupando la concha a mi. TĂ©cnicamente no estoy teniendo sexo con mi hermano.
―Claro, abuela… es muy diferente. SĂ© lo que vas a decir… que en tus tiempos esto serĂa visto como una locura; pero hoy en dĂa es muy comĂşn compartir la pareja.
―Además ―acotĂł Tefi―, Brenda solo me la chupa a mĂ, porque a ella le gusta. A mĂ eso de chupar conchas no me va.
―Ay… bueno, me alegra escucharlo ―dijo Fernanda―. Ya estaba empezando a sospechar que esta casa está llena de lesbianas. Aunque… si no te gustan las mujeres, no deberĂas hacer eso.
―No te ofendas, abuela; pero no pedà tu opinión. Yo hago de mi vida lo que quiero. Ya soy grande. Y si no tenés nada más que agregar, podés retirarte. Cerrá bien la puerta al salir. ―Mi abuela no se movió―. Pero si querés… te podés quedar a mirar. A nosotros no nos molesta.
Sin decir una palabra, nuestra abuela se acercó a la cama y se sentó a mi lado. No sé qué estaba pasando por su cabeza. No sé si la motivaba el morbo, la curiosidad, o las ganas de seguir jodiendo. Lo importante es que cayó en nuestra trampa y se quedó mirando fijamente mi verga.
Tefi le dio unos segundos de tregua y luego dijo:
―Si te vas a quedar mirando, tenés que sacarte la ropa.
―Porque esta es mi pieza y son mis reglas. Sin ropa o nada. Y no te preocupes, nadie tiene intenciones de tocarte ―Fernanda mirĂł cĂłmo la lengua de Brenda se movĂa hábilmente por toda la concha de Tefi―. Si te quedás vestida es incĂłmodo para nosotros, que estamos desnudos y en pleno acto sexual. Igualdad de condiciones. Sino… ahĂ tenĂ©s la puerta.
Fernanda se puso de pie y caminĂł hacia la puerta, por un momento pensĂ© que la habĂamos ahuyentado, que le pedimos demasiado. Sin embargo, ella cerrĂł la puerta y se tomĂł la libertad de ponerle tranca, luego comenzĂł a desnudarse. Tefi mostrĂł una sonrisa de triunfo. Todo estaba marchando a la perfecciĂłn.
Una vez que mi abuela estuvo desnuda, se tendiĂł en la cama junto a Tefi, desde allĂ podĂa ver cĂłmo Brenda le comĂa la concha a su nieta, pero ya no veĂa la penetraciĂłn. Por eso le sugerĂ a Brenda que se colocara boca arriba. Ella se puso en esta posiciĂłn, yo tomĂ© sus piernas y ella dejĂł los tobillos sobre mis hombros. Tefi se colocĂł de rodillas sobre la cara de Brenda y asĂ las lamidas continuaron. Ahora mi abuela podĂa ver toda la escena a la perfecciĂłn. Tefi volviĂł a sonreĂr. A pesar de que todo esto era una treta para bajar la guardia de Fernanda, realmente estaba disfrutando mucho de este momento con mi hermana y con mi novia de fantasĂa. Me preguntĂ© si momentos como Ă©ste se repetirĂan en el futuro.
Brenda comenzó a gemir, no sé si lo hizo para mejorar la performance o porque de verdad lo estaba disfrutando. Espero que sea por lo segundo. Esto me motivó a metérsela más fuerte y Tefi por su parte comenzó a menear la cadera.
―QuĂ© frĂgida que sos, abuela ―dijo EstefanĂa.
―Ey, Âżpor quĂ© me decĂs eso? No me gusta que me hablen asĂ.
―Porque estás viendo a tres personas cogiendo y ni siquiera te estás tocando.
―No se toca porque le da vergĂĽenza hacerlo frente a otras personas ―dije―. A mĂ me confesĂł que es muy pajera. Durante los dĂas que pasĂł sola en pandemia se hacĂa la paja todo el tiempo.
―Nahuel! Eso te lo conté en confidencia…
―Ay, abuela, no te preocupes… todos nos hacemos la paja, en especial ahora que estamos en cuarentena. ÂżCĂłmo creĂ©s que empezĂł esto? ―SeñalĂł a Brenda―. Mucha abstinencia sexual, mucha paja… y bueno, un dĂa la novia de Nahuel se ofreciĂł a chuparme la concha, como yo lo necesitaba un montĂłn, accedĂ. Y no me arrepiento de nada. Prefiero mil veces que me chupen la concha antes que seguir recurriendo solamente a la paja. A mĂ me gusta pajearme, pero hacer solo eso… aburre.
―Puede ser, sĂ… aunque no comparto todo lo demás. Esto que está ocurriendo no me parece apropiado. Tener sexo en la misma cama que tu hermano es… perverso. Aunque no estĂ©n haciendo nada de forma directa.
―Abuela, ¿por qué no te relajás un poco? Asà solo vas a lograr que te echemos de la pieza ―le dije mientras le daba unos potentes pijazos a Brenda.
Si Fernanda se parece a Alicia, entonces jamás tolerarĂa quedarse afuera de esto, porque ella necesita saber lo que está ocurriendo. Necesita verlo.
―Eso, abuela… tocate un poquito, asĂ nos demostrás que no sos tan rĂgida ―dijo Tefi.
Fernanda dudĂł durante unos segundos, sus dedos se movieron como si ella no los estuviera controlando y las primeras caricias sobre su vagina fueron suaves, tĂmidas. Obviamente se morĂa de vergĂĽenza por dentro. Para ella esto debĂa ser un acto muy humillante. De todas maneras, quiero creer que si aceptĂł hacerlo fue porque la calentura ya la estaba desbordando. Mi abuela debiĂł pasar años de abstinencia sexual (a pesar de que es una mujer muy atractiva) y ahora debe estar recordando los viejos tiempos, en los que ella incluso era capaz de someterse al sexo anal. Y justamente ese era nuestro siguiente tema de conversaciĂłn.
―Pasame el lubricante ―le pedà a mi hermana. Ella agarró el pote que estaba en su mesita de luz y antes de dármelo, dijo:
―Abuela, acercá la mano… ―Ella obedeció y entendió que la intención de su nieta era ponerle un poco de lubricante en los dedos, para facilitarle la masturbación. Me sorprendió que accediera sin hacer ningún comentario, luego volvió a tocarse la concha―. ¿Le vas a dar por el culo a Brenda?
―Esa es la idea ―dije, agarrando el lubricante. Puse una buena cantidad en mi verga y también en la entrada del culo de mi falsa novia.
―Despacito, Nahuel ―me pidiĂł mi abuela, vĂ como ella se introducĂa dos dedos en la concha―. La tenĂ©s muy grande y podĂ©s lastimarla.
―Él sabe cómo hacerlo ―aseguró Tefi―. Brenda nunca se quejó… y eso que siempre le da por el culo.
―Ay, abuela ―Tefi se rió―. A esta putita le encanta que le den por el orto. ¿No es cierto, Brenda?
―Muy cierto ―dijo ella―. Tanto como me gusta comer conchas.
―¿Y a vos abuela? ¿Te gusta mucho?
―Emm… no es lo que más me fascina, tuve pocas experiencias con eso. Las mujeres no me provocan demasiado.
―¡Ay, abuela! ÂżComiste conchas tambiĂ©n? Yo te preguntaba por el sexo anal… que ya sabĂa que lo habĂas hecho. No puedo creer que se la hayas chupado a una mujer… quĂ© tortillera!
―¡Ey! No me digas asĂ… ―ninguno se esperaba que mi abuela admitiera que tuvo experiencias lĂ©sbicas, Tefi tuvo que improvisar, y lo hizo de forma brillante, poniĂ©ndola en una situaciĂłn incĂłmoda―. EntendĂ mal la pregunta, creĂ que hablabas de chupar… vaginas. Y sĂ, lo hice… pero no fue algo que yo buscara. Simplemente se dio, por las circunstancias… y no quiero hablar sobre eso.
―Entonces hablanos del sexo anal. ―dijo Tefi―. Ya sabemos que te dieron por el culo, lo cual me sorprende un montón. Pero te re entiendo si te gusta. A mà también me encantó cuando me metieron una verga por el orto… y me da morbo ver cómo Nahuel se la mete a Brenda. Por suerte ellos me dejan mirar cuando lo hacen.
Mi verga estaba entrando en el culo de Brenda lentamente, pero sin detenerse. Su dilataciĂłn era cada vez mejor.
―¿A vos también te la metieron por el culo? ―Los dedos de mi abuela se movieron más rápido al entrar y salir de su concha―.
―SĂ, claro. No creo que en esta casa haya una mujer a la que no le hayan dado por el culo alguna vez, asĂ que podĂ©s hablar tranquila sobre eso. Nadie te va a juzgar. ÂżCĂłmo te gusta que te la metan? ÂżAsĂ boca arriba, como le están dando a Brenda… o en cuatro patas?
―Ay… no sé, nena… me da vergüenza hablar de estos temas, y más con mis nietos.
―No seas tan rĂgida, abuela ―le dije―. Pensá que si te soltás un poquito con nosotros, nos vamos a entender muy bien. Te vamos a contar todo lo que quieras saber sobre nosotros sin miedo.
―Mmm… bueno, está bien… ―ella se tomĂł unos segundos para pajearse en silencio mientras miraba cĂłmo mi verga adquirĂa buen ritmo en la penetraciĂłn anal―. No tuve tantas experiencias con el sexo anal como se imaginan. No crean que soy una mujer que hace eso como una costumbre. Fue algo que ocurriĂł en ocasiones muy especiales.
―¡Ay, abuela! ―protestó Tefi―. No hace falta que des tantas vueltas. ¿Te gustó que te dieran por el orto? Sà o no.
―En cuatro… y fuerte. Me gusta sentirla entrando fuerte… aunque me duela un poco ―los dedos se estaban moviendo cada vez más rápido en su concha, al igual que mi pija al penetrar a Brenda.
―¿Te metieron una pija grande como la de Nahuel?
―SĂ… ―ya la habĂa escuchado confesar algo parecido; pero era necesario que lo hiciera otra vez, en especial en una situaciĂłn como esta.
―Y decà la verdad ―insistió mi hermana―. ¿Te gustó esa pija?
―Fue la más linda que probĂ© en mi vida. Aunque no puedo decir lo mismo del dueño de esa verga… Ă©l no me caĂa tan bien… y me avergoncĂ© mucho al sentirme sometida por un sujeto tan desagradable; pero… dios… cĂłmo cogĂa. Me hizo ver las estrellas a puro sexo anal… Ă©l me dijo: “Te voy a hacer acabar sĂłlo con pijazos en el culo”, yo no creĂ que eso fuera posible… ese dĂa descubrĂ que estaba equivocada. CumpliĂł su promesa… me hizo acabar como nunca en mi vida, y solo me dio por el culo… y me dio duro, casi sin parar, durante… no sé… como una hora.
―Uf… te debió dejar el culo roto, abuela ―dijo Tefi, con una risita.
―SĂ, se podrĂa decir que sĂ. Al otro dĂa no podĂa ni sentarme.
―¿Te acabó dentro del culo?
―No. Para humillarme más, me acabó en la boca… me hizo tomar todo su semen.
―DeberĂa haberme molestado ―dijo la abuela, mientras se pajeaba a toda velocidad―, sin embargo en ese momento de calentura extrema, lo disfrutĂ© muchĂsimo. Ese dĂa tambiĂ©n tuve que reconocer que, a pesar de que lo considero una vulgaridad, me excita muchĂsimo tragar semen… en especial si es en grandes cantidades… y a este tipo le saltĂł leche como para ahogarme… no sĂ© cĂłmo hice para tragarla toda.
―Uf… quĂ© rico, a mĂ tambiĂ©n me gusta tomarme la lechita ―reconociĂł Tefi―. Ahora me caĂ©s mejor, abuela… ya no te veo tan rĂgida como antes… y no somos tan distintas. Nos gustan las mismas cosas… aunque a vos te gustan las conchas y a mĂ no.
―Nunca dije que me gustaran…
―Bueno, pero chupaste alguna, eso es más de lo que yo hice. ¿Hace mucho que no te dan por el culo?
―¿Y te gustarĂa repetirlo?
―Admito que alguna vez me gustarĂa repetirlo.
Nos mantuvimos en silencio durante unos minutos mientras yo seguĂa penetrando a Brenda. Fernanda nunca apartĂł los ojos de la escena, veĂa la pija entrando en el culo y la lengua jugando con la concha de Tefi, sus ojos saltaban de un lado a otro como si fuera un partido de tenis, y en todo momento sus dedos se mantuvieron acariciando y penetrando su propia vagina.
―Uf… no doy más ―dijo Brenda―. Nahuel… ¿podés parar un poquito? Ya me duele la cola.
―SĂ, claro ―me detuve de inmediato y saquĂ© la verga. Tefi se apartĂł y quedĂł sentada a un lado de Brenda.
―Pobrecita ―dijo mi hermana―. Que te den todo el dĂa con esa pija debe doler un montĂłn.
―SĂ, ya no doy más. Estoy agotada. Amor, Âżno te molesta si me voy a descansar a la pieza? Es que ya no puedo más.
Toda esta escena habĂa sido ensayada previamente. Brenda puede resistir mi verga durante mucho más tiempo; pero nuestro plan requerĂa que ella abandonara la habitaciĂłn. Lo comprendiĂł perfectamente y estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para ayudarnos… incluso quedarse con las ganas de coger.
―Pero yo todavĂa no acabĂ© ―le dije―. Yo quiero seguir…
No soy tan imbécil. Esto también era parte del guión de nuestra pequeña obra de teatro.
―Andá a descansar, Brenda ―dijo mi hermana―. Y vos, Nahuel… no deberĂas insistirle si ella no quiere más.
Antes de salir de la habitaciĂłn, Brenda me dio un rico beso en los labios.
―Hasta luego. Te espero en la cama, cuando quieras ir a dormir ―pasó sus suaves dedos por toda mi verga y me hizo estremecer.
―Y ahora qué hago? ―Pregunté.
―Nos hacemos una paja en conjunto ―dijo Tefi, con una radiante sonrisa―. La abuela ya empezó.
Fernanda estaba con los ojos cerrados dándose rápidos dedazos en la concha. La tenĂa bien lubricada y dilatada. Se notaba que lo estaba disfrutando y eso significaba que ya no opondrĂa tanta resistencia a las locuras que hiciĂ©ramos. DebĂamos aprovecharnos de su calentura.
―Pero yo no tengo ganas de hacerme una paja… ―protesté.
―Yo te ayudo, para hacerla más interesante ―se ofreció Tefi.
Ella se colocĂł en la misma posiciĂłn que habĂa mantenido Brenda: boca arriba con los tobillos sobre mis hombros. AhĂ fue cuando mi abuela abriĂł los ojos como platos.
No le respondimos. Puse mi verga sobre la concha de Tefi, pero sin penetrarla, luego comencé a menear mi cadera. La idea era frotar todo mi falo erecto sobre la vagina de mi hermana, mientras ella se masturba y, ocasionalmente, pasaba los dedos por mi glande.
―Esto está mucho mejor ―aseguré.
―No hagan eso, che… que son hermanos ―dijo mi abuela, sin dejar de masturbarse.
―No tiene nada de malo, la verga no va a entrar ―dijo Tefi―. No te preocupes, sabemos lo que hacemos.
―¿Eso significa que ya habĂan hecho esto antes?
―Y bueno, abuela… ―Tefi soltĂł una risita picarona―, de alguna forma tenĂamos que matar la calentura durante el aislamiento…
―¿Te molesta que lo hagamos? ―Le pregunté.
Fernanda estaba muy caliente, eso podĂa notarlo en el brillo de sus ojos. Estoy seguro de que ella estaba disfrutando mucho de la vista.
―Emm… está bien, háganlo… pero tengan mucho cuidado de que no entre.
Miró fijamente el movimiento de mi verga, de momento mantuve el glande lejos del orificio de entrada a la vagina y no me apresuré demasiado.
―Abuela ¿podés ponerme un poquito de lubricante? ―Pidió Tefi, entre jadeos.
Fernanda tomĂł el pomo y dejĂł caer una buena cantidad de lubricante sobre mi miembro, esto me permitiĂł hacer un movimiento más rápido y fluĂdo. Realmente parecĂa que estábamos cogiendo, con la Ăşnica diferencia de que no habĂa penetraciĂłn. Luego mi abuela acariciĂł la concha de Tefi, supuse que su intenciĂłn era distribuir mejor el lubricante, pero sus dedos se movieron principalmente por la zona de los labios y el clĂtoris, me tuve que apartar un poco para permitirle hacer esto. DespuĂ©s de unos segundos, la mano se cerrĂł en torno a mi verga y la presionĂł con fuerza. Sin que yo lo pidiera, comenzĂł el clásico movimiento masturbatorio y con la punta de sus dedos acariciĂł mi glande. Me di cuenta que, lentamente, fue acercando su cara hasta que quedĂł a poco menos de cinco centĂmetros de mi verga.
―Movete con cuidado ―me pidió Fernanda―. No queremos que haya un accidente.
―Mmm… a veces pasan esos “accidentes” ―dijo Tefi.
―¿Ah s� ¿De qué tipo de accidentes estamos hablando?
Movà rápidamente mi verga a lo largo de la concha y de a poquito fui apuntando la cabeza más hacia la entrada… hasta que mi glande se perdió dentro del agujero, lo saqué, volvà a meterlo y luego lo dejé fuera otra vez. Continué con el movimiento normal…
―DeberĂas tener más cuidado, Nahuel… es tu hermana.
―No pasa nada, abuela ―dijo Tefi―. Estoy tan caliente que esos pequeños accidentes no me molestan para nada… al contrario, me alegra que haya alguno de vez en cuando. Se siente rico…
―Ya veo que a ustedes les gusta jugar muy al lĂmite.
Esta vez fue mi abuela la que apuntó mi verga hacia la concha de Tefi, la penetración fue un poco más profunda, pero yo la saqué de inmediato. Mi hermana suspiró de placer. Seguà rozándola por fuera y ocasionalmente Fernanda apuntó la pija para que hubiera una corta penetración.
Como vi que ella no se estaba pajeando y que su concha estaba al alcance de mi mano, comencé a dedearla.
Estuvimos asĂ durante largos segundos hasta que mi verga explotĂł. Admito que llevaba un rato buscando que esto ocurriera y pasĂł en el mejor momento, cuando mi verga se acercĂł hacia la cara de mi abuela. Los lechazos la impactaron directamente.
―Ay… por favor! ―Exclamó Fernanda, sin embargo no se apartó.
Los chorros siguieron saltando cubriendo de semen toda su cara y el pubis de Tefi.
―Aprovechá abuela… a vos te gusta tomar la leche ―dijo mi hermana.
―Aprovechá te digo, no seas boluda.
Creo que en ese momento los prejuicios y tabúes de mi abuela se tomaron unas vacaciones. Ella comenzó a lamer la zona púbica de Tefi, recolectando con su lengua todo el semen. También dio un par de chupones a mi glande. Más semen saltó, esta vez directamente dentro de su boca. Lo tragó todo.
―Al final sos bastante putita, abuela ―dijo Tefi, con una risita.
AhĂ fue cuando Fernanda recobrĂł la cordura.
―Ay, perdón… me dejé llevar. No sé qué me pasó. Em… mejor me voy.
SaliĂł corriendo, completamente desnuda. Ni siquiera se tomĂł la molestia de juntar su ropa del suelo. Me pregunto si en el trayecto de regreso a la pieza de Alicia alguien la vio con la cara llena de leche.
―Me parece que la asustamos ―dije.
―SĂ, puede ser. Todo saliĂł mejor de lo que esperábamos ―asegurĂł Tefi―. No creĂ que se animara a tragar la leche.
―Yo tampoco… creo que ni siquiera ella se imaginaba haciéndolo. Tampoco esperaba que se mostrara tan abierta a la hora de contar sus experiencias con el sexo anal. Ahora sé cuáles son sus puntos débiles.
―Y espero que sepas usarlos a tu favor ―dijo Tefi―. Ahora meteme la pija de una buena vez, que no doy más. Necesito que me cojas bien fuerte…
Y eso fue exactamente lo que hice. Pasé otra noche de sexo intenso con Tefi, y supo a pura gloria. Fue nuestra forma de celebrar la misión cumplida.