Siempre puedes contar conmigo
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Nancy es una chica que ayuda a cualquiera en problemas. Cuando su amiga Valeria se siente mal, ella sabe qué hacer para hacerle sentir mejor
Valeria era de esas chicas que todos desean. Siempre ha lucido mayor para estar sĂłlo en bachillerato, con esas tetas grandes y piernas largas y torneadas. Su cabello era perfecto, largo y negro cayendo hacia atrás, y el maquillaje siempre se le habĂa visto de maravilla. HabĂa alcanzado la mayorĂa de edad un par de meses atrás, mientras que yo apenas lo habĂa logrado hacĂa una semana. Era linda, bronceada, perfecta. Pero ese dĂa sudaba y su rodilla no dejaba de dar saltitos por los nervios.
Pidió permiso para ir al baño en la cuarta hora. Se llevó algo bajo la blusa, como si quisiera ocultar lo que yo alcancé a ver que metió justo en el escote. Era alargado y de plástico. Me preocupé, pero no le dije a nadie. Sólo esperé a que volviera con rostro aliviado.
Eso no pasĂł. Diez minutos despuĂ©s, pedĂ permiso para salir tambiĂ©n. Los baños del tercer piso casi no eran utilizados. Un problema en las tuberĂas los volvĂa un lugar incomodo por culpa de los aromas en dĂas cálidos. Supe que ahĂ estarĂa. Los sollozos en uno de los cubĂculos me indicaron que estaba en lo cierto.
—¿Vale? —pregunté al entrar. Ella trató de silenciarse, pero no le fue fácil— ¿Cuál fue el resultado?
Mi nombre era Nancy, la chica con la que todos confiaban. La responsabilidad era mi fuerte y mi más grande virtud. Si alguien necesitaba una toalla o un tampĂłn yo siempre lo conseguĂa. Si alguien iba a tener sexo repentino en los baños o el estacionamiento, podĂan pedirme un condĂłn cuando fuera. Si tenĂan diarrea, yo podĂa darles alguno de los medicamentos en mi mochila o incluso, sabĂa dĂłnde podĂa conseguir ropa interior nueva.
—¡Largo! —respondió, Valeria— ¡Ya deja de meterte donde no te llaman!
Mi madre decĂa que siempre metĂa la nariz en los lugares equivocados y que pronto serĂa el gato asesinado por la curiosidad. Ella decĂa que la buena voluntad no era un pecado, excepto en mi caso. Me pasaba de buena. Pero no podĂa irme sin ayudar. No podĂa, simplemente no.
Las puertas del cubĂculo no tenĂan pestillo. Un tipo con sobredosis en el baño hizo que los intendentes retiraran todos y los reemplazaran por esas puertas que sĂłlo se cierran por presiĂłn. SĂłlo tuve que jalarla para ver a la belleza más grande del colegio, deshecha por el llanto. La prueba de embarazo en su mano parecĂa estar envuelta en un halo de terror. Vi las lĂneas desde mi distancia.
Nicolás Ortega era su novio, era un galán rico y amante de la fe cristiana. A pesar de las enseñanzas de Jesús, el tipo era un violento de primera. Todos recordábamos la vez que golpeó al pobre Luis sólo por no querer darle sus apuntes de examen.
—Te puedo ayudar. Hay tĂ©s, hay pastillas, hay clĂnicas. Tengo folletos, te puedo llevar en mi motoneta…
No necesitĂł hacer nada para hacerme callar. SĂłlo me mirĂł para indicarme que no era tan sencillo.
—No es suyo… nunca lo he hecho con Ă©l. Ya sabes por quĂ©, lo de los anillos de pureza y todas sus tonterĂas.
Yo sabĂa que Nicolás habĂa cogido con la mitad de las chicas del taller de teatro. Lo sabĂa porque yo era su tesorera. Al parecer su pene habĂa estado en todas menos en su propia novia.
Abby, mi amiga, me habĂa contado que habĂa visto a Valeria subir a un coche de un hombre mayor. CreĂa que se trataba de un profesor universitario en sus cuarentas.
—Él ni siquiera me gusta. Ni tampoco Nick. Ninguno de ellos. Yo sĂłlo querĂa que no me vieran mal. Yo sĂłlo querĂa…
El dinero invertido en los productos aplicados a su rostro era excesivo, y ni se diga su ropa, pero el tiempo y esfuerzo utilizado en aplicarse todos ellos y en cĂłmo combinar su ropa superaban la suma con creces. No era sĂłlo vanidad, habĂa algo más. Y yo sabĂa que se trataba de la misma razĂłn por la que yo ayudaba a todos los que me encontraba en la escuela.
—¿Quieres lo mismo que yo? —preguntĂ© al cerrar la puerta del cubĂculo tras de mĂ. Estábamos tan cerca la una de la otra. Sus sollozos no se detuvieron, pero sĂ cambiĂł su semblante. LevantĂł la mirada hacia mĂ tanto sorprendida como comprendida —Conmigo vas a estar bien… —rodeĂ© su cuello para abrazarla. Siempre abrazaba a todo el mundo para reconfortar, pero esta vez, tan cerca, no pude evitar ver sus ojos azules —Dios, ÂżcĂłmo puedes ser tan bonita incluso cuando lloras?
Ella combinĂł una risita con sus gimoteos.
—Práctico frente al espejo.
Yo ya estaba demasiado cerca cuando dije:
Nuestros labios se unieron. CreĂ que mi lengua serĂa la primera en entrar a su boca, pero fue al revĂ©s, fue ella la que la introdujo. Fue una sorpresa. No pensĂ© que fuera a ocurrir, no lo esperaba para nada. Yo era nueva. HabĂa prácticado con una amiga un par de años atrás, pero nunca habĂa besado a nadie. ConocĂa la teorĂa, eso sĂ. HabĂa visto cientos de pelĂculas románticas y tambiĂ©n mucho porno. Siempre me habĂa preparado como si aguardara el momento oportuno, pero nadie parecĂa interesarse en la chica de cabello rizado y lentes grandes.
Nuestros cuerpos se unieron. Mis pechos no eran tan grandes, tenĂan buen tamaño, pero no eran llamativos. Los de Valeria eran magnĂficos tanto en forma, tamaño y firmeza. Era un poco más alta que yo, y aun asĂ parecĂan aplastar a los mĂos. Su calor se transfiriĂł a mĂ. Sus 36.6 grados Celsius se convirtieron en una medida desconocida, algo poco posible de medir. Se convirtieron en humedad. Me devoraba la boca y nuestros pechos se presionaban mutuamente, y tambiĂ©n me mojaba en una zona que no deberĂa tener conexiĂłn con el resto.
—Por favor, Nancy…, dime que me ayudarás —susurrĂł a mi oĂdo.
Quise decir “por supuesto, eso siempre hago”. Yo era quien ayudaba a todo el mundo. Lo hacĂa para agradarles. No tenĂa el magnifico cuerpo de otras y tampoco las habilidades cosmĂ©ticas para maquillarme como modelo, pero tenĂa buena voluntad. No me escondĂa bajo mi imagen fĂsica, sino bajo la confianza. Todos podĂan confiar en la amable chica de cabello rizado, jamás la iban a rechazar por querer besar a Kimberly, a Denia, a Cristina, a Valeria…
Mi mano entrĂł por debajo de su falda. No fue difĂcil por lo corta que era. ComencĂ© a frotar. Por encima de la tela fina de encaje.
—¿Quién viene a la escuela con una tanga de encaje?
Su sonrisita sonrojada me mojĂł tanto como los besos.
—Si te molesta… —jadeó—, entonces quĂtamela.
Aun no. No querĂa hacerlo todavĂa. Me encantaban sus jadeos, sus resoplidos, sus intentos por no sonar tan excitada. Una compañera de clase la estaba masturbando en los baños. Por supuesto que eso era estimulante, y aunque pedĂa más, seguĂa sin aceptar lo que estaba pasando.
La empecĂ© a besar en el cuello. Al principio lo hice porque asĂ lo habĂa visto en videos y en pelĂculas, pero despuĂ©s de un instante, y conforme mi mano la frotaba en la vulva, empecĂ© a dejarme llevar. La besĂ© y lamĂ como se me dio la gana. Lo hice en el cuello, en sus clavĂculas expuestas y bajĂ© por el escote. Nunca un esternĂłn fue más delicioso. El ritmo de sus gemidos iba en aumento. Sus manos, que hasta el momento no habĂan dejado de abrazarme (y de sostener la prueba de embarazo) levantaron su blusa casi hasta el cuello. ApartĂł su sujetador hacia arriba y yo, sĂłlo le lancĂ© una mirada honrada de recibir tal honor.
Su tono de suplica me convenciĂł se succionar. Fue como volver a un antiguo instinto casi olvidado. HabĂa visto cĂłmo se hacĂa, pero en el momento me dejĂ© llevar por el vago recuerdo de lactancia y por lo que se me antojaba. Valeria se sostenĂa la blusa con una mano y con la otra se apartĂł la tanguita de encaje. Mientras yo succionaba, lamĂa y chupaba, mis dedos se empaparon en su lubricaciĂłn para frotarla con más cuidado, velocidad y pasiĂłn.
HabĂa leĂdo mucho al respecto. HabĂa visto mucho porno, pero era más confiable usar a los relatos erĂłticos como referencia. Era mi primera vez y querĂa hacerlo bien. Lo importante era el ritmo, pero su cosita estaba tan mojada que se apoderĂł de mĂ la necesidad de acariciar y frotar con el fin de provocar una respuesta en ella. Si gemĂa más, si olvidaba reprimirse, significaba que lo estaba haciendo bien. Entonces su clĂtoris era mi objeto de diversiĂłn, mi juguetito que la hacĂa agonizar con el mayor de los gozos. Lo descubrĂ rápidamente. Ella deseaba abandonar el miedo y la incertidumbre, asĂ que sĂłlo gemĂa y soltaba chillidos. Era lo mejor que podĂa hacer por ella, sacarla de este mundo.
—Nacy… —dejĂ© de succionarle las tetas para ver su rostro enrojecido. AcercĂł su boca a mi oĂdo— penĂ©trame.
SĂłlo deslicĂ© los dedos hacia abajo un poco guiada por su humedad. Sus pequeños labios me dieron la bienvenida en el momento en que hice entrar mi dedo medio y luego el Ăndice. SĂ© que debĂ empezar por sĂłlo uno, pero ella ya estaba tan deseosa que no pude contenerme. Me empapĂł los dedos hasta la palma de la mano, cosa que empeoraba con cada arremetida. SentĂ su interior, cada pliegue, su maravillosa textura hĂşmeda, cálida y responsiva. La explorĂ© con la yema de los dedos y me aventurĂ© a provocar diferentes reacciones en ella.
—Que rico, mandadera. Oh, sĂ, quĂ© rico.
“Mandadera”, ese era mi apodo. Lo usaban quienes no me estimaban mucho. Lo usaban para humillarme por estar siempre resolviendo sus problemas. Siempre me habĂa hecho sentir mal. FingĂa que no, claro, pero siempre lo hacĂa, en mayor o menor medida. Y por primera vez, me mojĂł escucharlo.
PensĂ© en decirle un montĂłn de apodos que usaban otras chicas para ella a modo de represalia. Por desgracia, no era mi estilo. Me molestaba escuchar que la llamaban “Putilla de esquina” o “levanta vergas”. Los chicos decĂan que si tuvieran el guante de Thanos pedirĂan un vaso de leche de las tetas de Valeria.
Y ahora yo era quien las tenĂa a mi disposiciĂłn. Mis dedos la hacĂan gemir, me suplicaba por más, sus gritos iban en aumento y sus ojos estaban en blanco. Todos esos idiotas deberĂan tenerme envidia. Yo ya no era la puta mandadera. Me estaba cogiendo a la mismĂsima Valeria Andrade, la más deliciosa de la escuela. Mi boca habĂa estado en su boca, su cuello, sus tetas, su…
SaquĂ© mis dedos. Ella quiso protestar, confusa por la interrupciĂłn de su placer, pero de inmediato vio quĂ© querĂa hacer. Me puse de rodillas en ese sucio baño y mi boca pasĂł debajo de su falda. Valeria se apoyĂł contra la pared de cubĂculo y con una mano no sĂłlo apartĂł su ropa interior, sino que abriĂł sus labios vaginales. Creo que con la otra se tapĂł la boca, porque no la escuchĂ© gritar sin amortiguar el ruido.
Mis labios se unieron una vez más a los suyos, sĂłlo que ahora a los de abajo. Mi lengua la saboreĂł tambiĂ©n de forma instintiva, aunque nunca hubiera hecho algo parecido. Hice lo que me habrĂa gustado que me hicieran. LamĂ desde el limite con su ano hasta el capuchĂłn del clĂtoris como si se tratara de un helado. Su lubricaciĂłn, aquellos jugos mágicos llenos de hormonas, me supieron a gloria, dulce y salada al mismo tiempo. Con cada lamida culminada en el clĂtoris habĂa más de ese nĂ©ctar que me empapaba las mejillas, la barbilla e incluso la nariz.
—¡Dios mĂo, Nancy! —ExclamĂł, pero de inmediato se volviĂł a tapar la boca— ¡Sigue, sigue! ¡No pares!
LamĂ de abajo hacia arriba, pero tambiĂ©n me detenĂa para succionar, besar y dar pequeños mordisquitos. Era un espacio tan pequeño y aun asĂ tenĂa tanto espacio para maniobrar con la cabeza. HabĂa orinado recientemente, pero la lubricaciĂłn desde su interior habĂa limpiado todo como si de una bienvenida se tratara. Me sabĂa cada vez mejor. Me habĂa probado mis propios jugos y no se parecĂan en nada a los de ella. Los suyos eran intoxicantes.
Me dejĂ© llevar por su sabor, su olor, sus hormonas y feromonas. Estaba ebria o lo que sigue. EntrĂ© en otro mundo, uno donde el ritmo era dictado por sus gemidos, su respiraciĂłn y lo mucho que le gustaba. Entre más me sumergĂa, ella perdĂa más la capacidad del habla. Se iba a otro mundo. Se iba, o, mejor dicho, se venĂa.
Su orgasmo se materializĂł en forma de un chorrito transparente justo en mi barbilla. Su grito fue amortiguado por la palma de su mano, pero aĂşn asĂ supe que fue tan intenso que habĂa alertado a todo el tercer piso.
Para cuando me levantĂ©, ella jadeaba con el rostro acalorado y el cabello pegado a su sien por el sudor. Me miraba con un tipo de deseo que no habĂa visto jamás. Era como un agradecimiento combinado con satisfacciĂłn y una suplica por más, a pesar de sus piernas temblorosas.
Me adelanté a cualquier palabra que fuera a decir después de mi nombre:
—Todo estará bien. Ya veremos cómo arreglarlo.
AbrĂ la puerta del cubĂculo y fui directo a los lavamanos. Me mojĂ© la boca, la barbilla y el cuello para limpiar un poco el olor a vagina, muy a mi pesar. Me lavĂ© las manos y tambiĂ©n humedecĂ un poco mi camiseta para emparejar el color de las manchas de las gotas de la fina, pero deliciosa, eyaculaciĂłn de Valeria. No la mirĂ© hasta que ella, me rodeĂł por detrás y apoyĂł su rostro contra mi espalda.
—No le dirás a nadie, ¿cierto?
Eso era lo que querĂa evitar: palabras dolorosas.
—Hay quienes nos escondemos bajo el maquillaje, y hay quienes lo hacemos bajo una camiseta oversize y ayudando a otros. No tienes que preocuparte por mĂ.
DespuĂ©s un momento para arreglar su ropa y de retocar su maquillaje, decidimos regresar a la clase, la cual ya debĂa estar por acabar. Bajamos las escaleras en silencio y respirando con más claridad que nunca. Se le veĂa más tranquila, incluso radiante. Se veĂa esperanzada a pesar de ser una adolescente embaraza y sin el bachillerato terminado.
—Oye, Nancy —me dijo justo antes de entrar al salĂłn. La profesora daba clases sin mirar hacia afuera —. No quiero abusar de tus buenas intenciones, pero si vuelvo a necesitar ayuda, Âżlo volverĂas a hacer?
La miré de abajo hacia arriba, sobre todo a sus largas piernas bronceadas.