April 12, 2023

El Culo de mi Prima

|Tiempo estimado de lectura: [ 8 min. ] Relato de lo que ocurrió durante un verano en las vacaciones con mi prima...

Déjame que te cuente lo de aquel verano con algo más de detalle.

Se llama Lucía. Es prima mía en segundo grado más o menos. En aquel momento, una muchacha nervuda en la que ya empezaban a apuntar unos bonitos pechos, aún algo picudos, y unas caderas prometedoras.

Nos llevamos apenas unos meses de diferencia de edad y nuestra relación siempre había sido casual porque no venían mucho a vernos al ser de Alicante.

En cambio ese verano… ese verano la cosa cambió. Teníamos las hormonas más a flor de piel y solo fue cuestión de oportunidad.

El mediodía había caído, pesado, con un martillazo de sol y sin un ápice de brisa.

¿El lugar? El cortijo de mi tío, una vieja casona de 250 años, dos plantas. Alargado de extremo a extremo y con muchas salas fresquitas. Todo el edificio rodeado de árboles y emparrados donde zumbaban abejas y avispas por igual peleando por las uvas moscatel verdes y medio quemadas por el sol.

Estábamos en uno de los salones, donde entra a el olor de algunas ciruelas, las últimas de la temporada, dulce y a ratos casi empalagoso.

Lucia vestía un pantalón corto bajo el que tenía el bañador, y la parte superior de color negro.

El salón era antiguo con sofás de tela abotonados, y varios muebles pesados de madera que brillaban, lustrosos. En el suelo de loza catalana, fresca en verano, había una gruesa alfombra que solíamos cubrir con una sábana a veces para estar más frescos cuando veíamos la televisión.

Allí estábamos, como decía, aquella tarde donde todo el cortijo dormía como una bestia pesada. Los mayores se habían ido a casa de nuestro otro tío, a tomar el café y hacer la sobremesa.

Lucia nunca me había atraído per sé pero en aquellos momentos, en aquel estío largo empezamos a hablar con mucha franqueza de chicos y chicas, de cuerpos y de quienes nos gustaban.

Sus ojos oscuros me miraron en un momento con un brillo ―tonto de mí, más bien, inocente― que prometía algo más. Yo no lo sabía pero en la mente de la muchacha había algo parecido a un plan.

No llevábamos ni media hora hablando y ya nos estábamos empezando a tocar. No recuerdo la conversación porque, francamente, sus pezones, que dejó a la vista fuera del bikini, me robaron toda capacidad cerebral.

Recuerdo vagamente algo relativo a confesarnos si nos tocábamos. Para ese momento ella me confesó que se masturbaba con la ducha. Yo que ya llevaba tiempo haciéndolo. Vi su mirada voraz, y su mano viajó rápidamente por mi camiseta hasta mi entrepierna, metiéndose por debajo del bañador.

Mientras sus pezones se agitaban frente a mí (y eso me ponía a mil), su mano, fresca, acarició mi polla adolescente. Sus dedos se agarraron a mi erección, presionando con fuerza. No sabía si aguantaría mucho puesto que apenas nadie me la había agarrado así. Que yo quisiera.

Cuando empezó a mover de arriba abajo sentía que me estremecía. Ella no dejaba de mirarme y por fin los pezones picudos de sus pechos tocaron mis labios.

―Quiero algo ―susurró, excitada por mi succión y también por mi propia excitación al ser masturbado.

Desde entonces es un fetiche que me masturben mientras lamo unos pechos, fíjate.

No tuve que responder porque siguió susurrando en la pesadez de aquel ambiente quiero, entre el olor dulzón de la fruta y la madera vieja.

Años más tarde algo parecido pasaría allí con mi primera "novia formal".

―Quiero que uses tu polla. Pero no follaremos. Métemela por el culo.

Ufff, casi eyaculo en ese momento. Su mano no tenía piedad y en ese momento adquirí una especial sensibilidad a esa frase cuando me la dicen. La reacción es casi insrantánea… así como sus consecuencias.

―Vale ―le concedí con la voz entrecortada―, pero antes quiero que me la chupes, prima.

No sé por qué la llamé "prima", siempre la llamaba por su nombre. Puede que para recalcar esa parte del incesto, puede que solo por gusto.

―Ajá ―creo que fue apenas su respuesta.

Lo siguiente que recuerdo es como se bajó del sofá y empezaba a desnudarse. Yo salí del salón un momento a la mesa de la sala contigua llamábamos el paso, un pasillo ancho con una gran mesa de muchos comensales frente a una chimenea. Era más fresca y yo llevaba una erección de caballo. Pero necesitaba lo que había allí: una botella de aceite de oliva, del suave.

En esa mesa habíamos comido y aún estaba puesta. La botella de cristal pesaba y resonó cuando, en mi excitación erecta chocó contra la ensaladera de cristal.

Pero no había nadie así que salí corriendo de vuelta al salón y cerré las puertas dobles de cristal, tapadas con una cortina, y puse el pestillo.

Entonces entendí por qué había un pestillo en ese salón.

Lucia me esperaba de pie desnuda totalmente. Si coño tenía un mechón de pelo joven y rebelde que un par de años después empezaría a recortarse.

Tenía las manos a la espalda y se mordía un labio. Una breve brisa se había levantado y cruzaba el salón de ventana a ventana, refrescándolo.

Me acerqué, despacio, y ella hizo lo propio. Dejé la botella en una mesita de taracea marroquí y para cuando lo hube hecho ella me estaba empujando al sofá y sacando e el bañador.

La primera mamada que me hacía. Fue emocionante y me encantó. Algo torpe al principio. Confesó después que era la primera polla que chupaba pero que le había encantado: el sabor, lo caliente y dura que estaba… aún recuerdo ese momento de su cabeza subiendo y bajando.

Le llevó un rato y yo por suerte no me corrí aunque ganas no me faltaban.

―Por fa… ¿Me la metes por el culo ya? ―me pidió cuando llevábamos un rato.

Mi vena dominante surgió por primera vez en ese momento. No supe por qué. Mi mano agarró su pelo negro y tiró de él. Ella abrió mucho la boca, creía que iba a gritar, pero no lo hizo.

―Te lo hago. Te la meto. Será nuestro secreto… pero prométeme que sí te lo hago, cuando te lo pida, me la chuparás.

Su respuesta salió entrecortada.

―Aaah… ssiiiii, vale… lo prometooo…

La solté. No sabía que se tomaría tan en serio semejante promesa.

Fue entonces, después de eso, cuando se puso de pie delante de mí y sin mediar palabra reclamó su parte. Apretó mi cabeza contra su culo. Me sumergí entre aquellas nalgas con fuerza, empujado, y mi lengua empezó a acariciar por primera vez un ano… y me encantó. Si textura, el jugar a intentar entrar, aplastar y abrir las nalgas con mis manos… ella gemía y creo que se cogía los pechos o algo, no lo supe pues estaba ocupado.

No conocía la técnica, la verdad. No sabía que acariciando en círculos el ano con buena lubricación este se abría solo cuando la excitación era la correcta. Eso vendría más tarde.

Pero transcurrido un rato ella se puso de rodillas en el suelo y apoyo los brazos sobre la sábana que poníamos en verano. Ahí su culo se abría prácticamente solo y estaba en una posición perfecta.

El aceite corrió con suavidad, fue la primera vez que lo usaba. Dos días más tarde, cuando lo repetimos usé un lubricante robado a mi tío… sin pararme a preguntar por qué lo tenía. Solo que lo había visto entre sus pertrechos de su armario privado del baño. Y maldito lo que me importaba.

―Hazlo, Damián G, hazlo. Métemela…

Tampoco sabía que metiendo el dedo en la vagina y palpando podía averiguar si el ano estaba… "ocupado", pero tuvimos suerte esa vez.

Puse mi joven y muy dura polla en la entrada.

―Despacio, muy despacio, ¿Vale? Ya he probado y tardan en entrar cosas…

Vaya con la primita mojigata que va a misa los domingos…

Creo que ese pensamiento me excitó aún más.

Obedecí y presioné muy despacio. Estaba muy, muy excitada y ano casi pálpitó un par de veces cuando sintió mi glande ahí. Poco a poco ella mima fue empujándose dentro. Se abrazó a un cojín para no gritar. Yo sentía como aquel lugar estaba excepcionalmente prieto y se celia a mi polla como una presa.

Entré entero y empezamos a movernos. Su ano se dilató perfectamente. Luego me contó que a veces se metía un desodorante de roll on dentro para hacérselo ella sola, pero que no era lo mismo.

Una y otra vez me estrellé contra sus nalgas mientras la sodomizaba. Ella gimoteaba en el sofá y recuerdo que fue también la primera vez que conocí que era un orgasmo anal. Su orgasmo, unas oleadas eléctricas que hicieron palpitar salvajemente su ano me arrancaron el mío.

Sentí que me vaciaba, que me derrama a dentro como una manguera poseída. Los huevos se me habían contraído y mis caderas estaban tensas, clavado en su interior.

―Aaaah… joder… lleénameloooo…

No recuerdo las palabras exactas pero venían a pedir eso.

Y tanto que la llené.

Casi me derrumbo sobre ella pero lo evite.

Salí despacio de su interior. El ano estaba un poco enrojecido y palpitaba. Sudabamos y respiraba agitado.

―Voy a… ufff… voy al… baño ―le dije.

No me respondió, estaba totalmente tumbada en el suelo, sobre la sábana blanca.

El baño quedaba lejos, a varias salas de distancia. El agua helada del aljibe me refrescó y me lave bien.

Al volver escuché el crujir de los guijarros bajo las ruedas de un coche. Volvían.

Corrí hasta el salón.

―Lucía ―susurré.

―Mmmm…

―Que vienen ya…

Pánico. El tiempo justo de encender de nuevo la televisión, vestirnos y sentarnos a aparentar normalidad, cada uno en un butacón, vez de compartiendo el sofá.

Su madre no tardó en asomar. Lucía se hacía la dormida mientras yo veía no sé qué en la televisión.

La miré para saludarla, por encima de la butaca orejera.

―Lucía ven, despierta, niña ―la llamó Genoveva.

―¿Mmm…?

―Tus tíos te han regalado algo que quiero que te pruebes.

―Vaaaale…

Se levantó, desperezándote. Y el Óscar es para…

La habitación olía a hormonas y sexo pero Geno no pareció darse cuenta.

Y allá fue mi prima descalza y con el culo lleno de mi semen a probarse no sé qué vestido.

Y esa fue la primera vez de un verano lleno de bastantes encuentros, de sodomizaciones furtivas, algunas con mejor resultado que otras y de bastantes mamadas en esquinas salas y otros lugares…