May 31

Corrompiendo a mamá 5

Amamantado por mamá

Sus ojos azules nunca brillaron tanto como ahora. Su boca rosada está entreabierta. Pienso que ese mismo color tienen sus pliegues vaginales. Imagino que ese mismo gesto ha formado cuando le han encajado el rabo en su conchita y lo ha disfrutado.

Su piel es brillante, rosácea, y resplandece en la semioscuridad de la sala de estar, sólo iluminada por el canal de MTV del televisor, con música en ingles de los años 90 de fondo que calienta el ambiente.

Mamá sujeta mi dorso suavemente, y a prieta mi mano, que está sobre su abundante pecho desnudo, estrujándolo, apretándolo fuerte. Su pezón duro está hundido en la almohadilla de mi palma, y las carnes inabarcables de su seno se desbordan entre mis dedos.

Mi sola mano no puede abarcarlo todo. Y me pone cachondo saberlo.

—Mamá… —digo nervioso.

Mi corazón está latiéndome muy fuerte, y mi pene palpita impetuoso debajo de la cabeza de mamá, que está mirándome fijamente. Y yo quiero saber lo que está pensando, que me diga lo que opina respecto a lo que estoy haciendo.

Pero ella entrecierra los ojos y respira profundo. Es como si estuviera despierta pero a la vez dormida. Quisiera saber si cuando esté plenamente consciente me reprenderá. Si va a putearme a palabras y se decepcionará de mí. No saber lo que piensa me tiene mal. Por ende, me cuesta tomar decisiones.

Por eso siento taquicardia. Todo es muy fuerte. ¿Qué pensará de que le esté estrujando una de sus tetas? Si es algo bueno, quiero que me lo diga, si es malo, no quiero saberlo.

“Mmmm” jadea.

Su gemido es dulce y angelical. También es lascivo.

Luego remueve sus abultadas nalgas en el sofá y entreabre las piernas. Los plisados de su vagina aparecen, y se abren brillantes, como si estuvieran mojados. Mi pene se pone más erecto que antes. Y la dureza percute en la cabeza de mamá, que la mueve lentamente, masajeándome el cipote no sé si involuntariamente o de forma deliberada.

—Cariño… tengo calor —bosteza con voz ausente.

Es lo primero que dice y yo me aterro. No sé qué decir. Sólo sé que ella está recostada sobre mi polla y que su pezón está clavado en mi mano.

—M---ami…

Mamá abre los ojos. Después los vuelve a entrecerrar.

Ya no sé si está dormida o está despierta.

De hecho no entiendo si cree que sueña o simplemente está impedida. No sé hasta qué punto es consciente de que su cabeza está masajeando mi bulto, que su pelo húmedo acaricia los pelos de mis piernas libres de la bermuda, que mi mano está estrujando una de sus tetas, que se derrama entre mis dedos por su tamaño, y que ella tiene la suya sobre mi dorso como para asegurarse de que la seguiré frotando.

—Des---ca---nsa, m---am---á —le digo temblando—, cier---ra los ojos, yo te cui---do.

Pero no la estoy cuidando. Más bien la estoy acariciando.

Ella cierra los ojos, pero abre un poco más sus piernas y su conchita palpitante y aguosa florea como el botón de una rosa. Y es precisamente así, de color rosa, rosadita, muy rosadita, justo como la imaginaba. Y aunque es la rajita de una mujer madura, la avisto muy fresca, bonita, estrechita. Sus vellos púbicos son claros como sus cejas, muy finos, apenas percudidos. La cicatriz horizontal de su cesárea es muy estética, incluso imperceptible. Y me da morbo saber que su conchita sigue cerrada por ese motivo, que ni a Lucy ni a mí nos tuvo con parto natural, y que eso provoca que esté cerrada “virgen” como le suele decir a su amiga Elvira.

De hecho se me hace agua la boca al verla así, y mucho más cuando escucho un jadeo de mamá.

—“Hummm” —gime.

No puedo describir la lascivia que escapa de su boca. Es como un soplido erótico y musical. Un gemido que choca con mi mente y me hace temblar.

La mitad de su bata de encaje negro sigue cubriendo parcialmente la parte izquierda de su cuerpo. Y no entiendo cómo es posible que estemos en esa postura y ella haga como que no es consciente de nada, aun si mi instinto me dice que lo hace a propósito, que está aprovechando su embriaguez para no hacerse cargo de lo que estamos haciendo.

Porque no es normal que su hijo la esté viendo desnuda, que le esté estrujando uno de sus gordos pechos, y que ella en lugar de cubrirse se abra de piernas para dejarme ver su jugosa rajita.

—Me da vueltas… todo… mi bebé… —dice eróticamente.

No sé si es real lo que siente o sólo se justifica.

Pero yo estoy mirando los grumitos transparentes y densos que salen de su pequeño agujerito, que parece angosto, pero visiblemente abierto, con sus carnosos plisados rojizos, babeando, prueba concreta de que se ha masturbado en el baño mientras yo la esperaba afuera.

¡O una prueba irrefutable de que recientemente ha sido penetrada! De que Nacho le ha abierto las piernas y la ha fornicado. Una prueba de que nunca hubo una segunda reunión mensual en la parroquia, sino que el cabrón se la llevó a un motel de paso, o a su propia casa, para follarla duro.

¡Joder!

Tiemblo.

No quiero pensar en Nacho ni en ella de una forma tan sexual. No quiero pensar en infidelidades. ¡No quiero que la imagen modelo que tengo de mi madre me perturbe y me decepcione! Ya habrá tiempo para indagar. Este no es momento.

Este solo es momento para admirarla. Para mirarla. Para amarla. Para seguirla tocando.

Además mamá no sería capaz de ponerle los cuernos a mi padre. Ella no es de esas. Pero… lo que oí entre ella y Elvira, ahora dudo un poco, y porque si encima está fingiendo embriaguez sólo para mostrarse de esa forma tan obscena ante mí, ¿de verdad no es capaz de cornear a papá?

Y de paso a mí, que me mataría que estuviese con otro hombre que no fuera papá. A él lo tolero no sólo porque es mi padre, sino porque sé que no la toca.

¿Pero y Nacho? No. Por favor no.

—Me da vueltas… todo… hijo…

—Shhh —le susurro.

Y hago suaves y continuos movimientos en su inmensa mama, como si la quisiera ordeñar. Como si pretendiera que de su pezón saliera un chorro de su leche para amamantar a su hijo.

Ella debe de sentir un cosquilleo en mis caricias, porque vuelve a gemir y su piel se vuelve a encrespar.

“Hayyy”

Y en breve entiendo que eso es lo que deseo. Quiero que mi madre me amamante… que mi boca absorba sus tetazas y exprima sus pezones, como cuando era niño. Si no hay penetración no puede haber pecado en ello. No puede haber malicia. Esta vez no voy a penetrarla. Primero porque no podría. Mamá es intimidante aun si está medio dormida. Además ella es mi madre, y sé que no debo, no puedo, no tengo que penetrarla nunca…

Aunque sé que no podré.

Pero mamarle las chichis sí. Eso sí puedo. Comérmelas con todo y pezones. Saborearla. Aplastarlas con mi boca. Llenarlas de saliva y masajearlas.

Eso quiero. Quiero comerme sus dos mamas. Ahora. Sí. Quiero hacerlo ahora. Porque me estoy muriendo de ganas. Los nervios los tengo a tope. La adrenalina me está quemando por dentro. Pero quiero mamárselas.

Debo de atreverme.

Si ya una vez mi boca estuvo prendada de sus tetas, mamándolas, ¿qué diferencia hay ahora, aunque ya han pasado muchos años y no soy ese bebé de antaño?

—¿Yo soy tu bebé, mami? —le pregunto.

Ella actúa como adormecida.

—¿Crees que aun soy tu bebé?

No responde a nada. Solo jadea. Remueve los glúteos en el sofá y sus muslos se siguen abriendo. Está mojadísima. Y no creo que sea normal que esté mojada sin razón. Ella sabe lo que le estoy diciendo. Sabe que le estoy estrujando una de sus tetas, sabe que la deseo. Se lo ha dicho a Elvira. Mamá sabe que la amo, que la adoro, que la quiero sólo para mí.

—¿Verdad que sigo siento tu bebé, mami?

Ella me responde con un “¡Huuum!”

—Amamántame, madre. Quiero mamarte las tetas como cuando era bebé. Tu bebé.

Mamá continúa removiéndose, aunque tiene cerrados los ojos. Se la mira exhausta. Adormecida. Aun así está despierta.

—Quiero chupártelas, mami, así, grandes y redondas como las tienes. Ni siquiera van a caber en mi boca. ¿Cómo fue que metí tus tetazas en mi pequeña boquita sin que tu enorme pezón me atragantara?

Me da morbo imaginarme de bebé, siento tan pequeño, y que cada una de sus tetas fuese más grande que mi cabeza de infante. Tiemblo otra vez. Me lleno de fuego por dentro.

—Déjame mamarte las chichis, mamá, quiero probarte como cuando era bebé.

En realidad hablo en susurros, pues tengo miedo de que en verdad me esté oyendo.

—¿Sí, mamá? ¿Tú también quieres que tu hijo te las chupe?

De pronto me asusto, no porque haya abierto los ojos de nuevo, mirando al techo y no a mí, sino porque su mano libre, la que no está posada sobre la mía que aplasta su pecho, se levanta, y se frota su vientre plano.

Sus uñas reptan lentamente hasta el preludio de su triangulo púbico. Un escaso matorral rubicundo cuyo camino dirige a sus genitales femeninos.

—Joder —susurro cuando desliza sus dedos entre su entrepierna, cuyas uñas están pintadas de nácar, y los mueve en círculos.

Y yo no sé qué mierdas está pasando. Mi pecho está inflamado. Mi verga está inflamada. Mi corazón golpea fuerte. La sangre me sube a la cabeza.

¿Cómo puede no dar señales de consciencia mi madre y a la vez haberse metido los dedos en su coñito empapado?

Y quiero ver todo de cerca. La forma en que se masturba y maniobra con su clítoris. Quiero ver de lo que es capaz mi abnegada mamá.

Si tan solo fuese más perversa, y tuviese una mente mucho más corrompida, estoy seguro que ahora mismo la tendría a cuatro patas y yo penetrándola duro, muy duro.

Y la sola idea me paraliza.

¿Entonces es eso? ¿Para lograr mis sucios y perversos propósitos tengo que corromperla? ¿Podría hacer algo así? Por Dios, claro que puedo.

—Ay, mami, qué buena que estás… por amor de Dios.

Con cuidado intento levantarme. Por eso quito mi mano de su pecho y con cuidado levanto su cabeza. Me aparto de ella, me incorporo, coloco un cojín que supla mi cuerpo y la recuesto de nuevo.

Respiro y ahora de inmediato me pongo de rodillas.

—Huuuuuy —puja.

Sus dedos están entrando cada vez más a su vagina.

Y yo estoy de rodillas, junto al sofá donde mamá está recostada. Situado frente a ella.

—Estás deliciosa, mamá, tus pechos se desbordan por los lados de los grandes que son.

La contemplo, goloso. Con una mano aprieto mi virilidad, dura, hinchada, y me masturbo, poniendo mis dedos incluso en el glande para sentir más placer.

Con la otra amaso el seno libre de mi madre. Duro y blando a la vez.

Ella aparentemente luce fatigada, ebria, desfallecida, pero sus dedos hundidos en la entrepierna, frotándose el clítoris en círculos, siguen trabajando. Escucho los chapoteos. Está empapada. Yo estoy ardiendo de morbo, contemplando a la santa de mi madre masturbándose delante de su hijito el más amado.

Me arrastro hasta la altura de su entrepierna y observo lo que hace. Sus vellos púbicos son muy finos. Se confunden con el color de su piel. Su clítoris está erecto, rojizo, hinchado. Y lamento mucho que la luz del televisor no sea suficiente para apreciarle su conchita perfectamente.

—Joder mamá… me tienes calientísimo y duro…

Y me reservo el derecho de tocarla allí, de meterle mis dedos hasta llegar al útero donde me tuvo durante nueve meses. Me reservo ese derecho hasta que ella esté consciente al 100% y tenga la libertad de permitírmelo o no.

Lo más que hago es acercar mi nariz allí, en medio de su sexo, y olfatearla. Y huele a hembra. A mujer caliente. A madre guarrona y reprimida. La boca me tiembla, mis ojos arden, mi sangre me calienta mucho.

Mi verga da pálpitos fuertes cuando mi nariz logra percibir las puntas de sus vellos púbicos acariciándome. Y me echo hacia atrás, después de intoxicarme con el aroma de hembra en celo. Y quiero quitarme de ahí, porque no aguanto tener tan cerquita su rajita abierta, mojada, su clítoris dispuesto, y no poder penetrarla.

La olfateo, pero no me animo a más. Todavía mis escrúpulos son altos. Mis estigmas morales y el pudor que siento hacia mi progenitora me rebasan.

—“Hooooh” —vuelve a pujar mi adorada madre.

Así que mi nariz escala hasta llegar de nuevo asu puntiagudo copón de carne. Esa montaña inmensa y caliente que antes estrujé. Pego mi nariz a su piel y la hundo en la gordura de su teta. Y subo más. Luego noto cuando cambia de textura blanda y lisa de su seno a una un poco más corrugada, y entonces sé que he llegado a su areola.

—“Qué rico hueles mami, que rica estás”

El fuego me está quemando. Estoy muy cachondo y duro. Me sigo masturbando. Pero lo hago lento porque no quiero eyacular tan pronto. Quiero seguirme excitando. Esta es una travesura de niños. Pero también es un pecado. Mi corazón tamborea fuerte cuando siento su duro pezón mi nariz. Lo olfateo. Lo palpo, está muy duro y caliente.

La respiración de mamá es muy apretada ¡“Hoooouuu”. Es una respiración continua y espesa. Como si estuviese corriendo un maratón. Su pecho se infla y se desinflama. Mis huevos palpitan, y casi sin pensarlo levanto la cara y veo la vastedad de su gorda teta desparramándose por los laterales del sofá, hacia dónde estoy yo, como si se quisiera derrumbar. Como si quisiera meterse a mi boca.

—Joder mamá, mira cómo me pones —le susurro—, me la has puesto gorda y dura, durísima.

Y hago lo impensable, algo atrevido, algo muy irreverente: abro mi boca grande y me prendo de su mama, en la cúspide, abarcando apenas su areola y su pezón.

“¡Mghuglup!” la chupo una y otra vez.

La blandura de su bubi se traspasa a mi boca.

Y apunto con mi lengua hacia su pezón, y lo lamo, lo lengüeteo. Paso la punta de mi lengua jugosa por los contornos de su salami. La lleno de saliva y yo mismo absorbo su pecho. Es como si fuese una fresa. Como si fuese un bebé y quisiera leche.

Ninguna de mis ex novias tiene los pezones tan gordos y duros como una piedra como el de mi progenitora. Ninguna mujer que conozca tiene unas tetas tan enormes como las de ella. Palpo la textura y la complexión de la punta y me pongo más cachondo.

—¡Hummm! ¡Uggggfff! —jadea mi madre mientras le mamo la teta.

Ella gime, su piel se escalofría.

Y ese jadeo me mortifica. Por Dios santo que me mortifica. ¡Me estoy portando mal, muy mal! Sé que merezco ser castigado por lo que estoy haciendo pero no puedo parar.

Me siento muy caliente. Hay morbo por todos lados.

Mamá está sintiendo mi lengua, la lengua caliente de su hijo que le chupa su pezón.

—¡Mi bebé! ¡Mi bebéeee! —dice ella y yo tiemblo.

Me está llamando. Porque está consciente. Aunque finja que no. Me da vergüenza asumir que sus gemidos me ponen duro como una moto. Que me dan morbo. Y también me cuesta asumir que parece una puta, como la de las películas.

Y no sé qué pasará después.

—Ohhh, mi bebéeee —vuelve a pujar.

Mi piel se pone de gallina. Estoy retumbando por dentro. ¡Le estoy mamando una de sus bubis, joder!

Jalo más fuerte mi verga, la aprieto, y deslizo mi mano de arriba abajo. Y me la sobo.

Yo no sé qué tanto puede pasar, ni hasta dónde llegará esto, que es una locura. Pero continúo.

—Mi bebito… mi bebito…. —me suplica.

Chapoteo su inabarcable teta con mi saliva y mi lengua. Mis dientes rozan su pezón. Lo quiero morder, pero entonces a lo mejor mamá recobraría la consciencia. Aunque se mueve y susurra, a la vez no sé si está fingiendo extenuación o de verdad está retraída.

Se toca. Sus dedos están clavados en su vagina. El olor de su sexo llega hasta mi nariz, muy fuerte. Y yo la sigo mamando. Ojalá estuviera lactando para que me diera de su leche. De momento la única leche disponible es la que almaceno en mis huevos, que está subiendo por los conductos de mi pene y quieren llegar a mi glande.

Estoy caliente, cachondísimo.

—Mami… amamántame… te amo, mami, te amo….

Sólo me saco su teta de mi boca para decirle aquello.

Y vuelvo a él. Chupo el pezón como si fuese la mamila de un recién nacido, y me atasco en esa gorda inmensidad, que se aplasta en mi cara. Me atasco y lo devoro.

—“¡Huuuuf! ¡Huuuuf! ¡Huuuuf!” —jadea.

Con lo que me excitan los jadeos femeninos, joder. Y más aún si son de mi propia madre y se los estoy provocando yo.

Los absorbo, los exprimo. Mi lengua chapotea más. Me saco su carnoso pecho y lo escupo. Miro mi salivazo que resbala por su pezón, y lo vuelvo a mamar. Ella jadea más fuerte “¡Hooooh Diohsss! ¡Haaaaah!”

Y yo sigo chupando, exprimiendo, absorbiendo.

“¡Mghuglup!”

La calentura rebasa todo lo que soy, y mi verga está por estallar. Me levanto, con terror, y me la jalo.

Es ver hacia el sofá, mi madre con las tetas desparramadas, con sus dedos masturbándose, y yo eyacular. Son chorros abundantes, espesos, que cruzan su vientre plato y unas gotitas en sus rubicunda vellosidad púbica.

—¡Hooooooh mamáaaah! —bufo como un animal.

Eyaculo potentemente. La cabeza se me pone caliente y caigo de rodillas junto al sofá.

Mis latidos me están estremeciendo. Siento que estoy muy agitado, que no puedo respirar.

—¡Mamaaáh! —exhalo.

Y sé que he hecho todo mal.

La he tocado, le he chupado una de sus tetas, sus vellos púbicos me han picado la nariz y ahora me he masturbado, corriéndome sobre ella.

¡JODER!

***
Escucho llegar el carro de papá casi quince minutos después, y huyo a mi cuarto haciéndome el idiota.

Antes he corroborado que mamá no tuviera restos de lefa adherida a su vientre, que la he limpiado bien con una de las cremas que suele untarse al cuerpo después de bañarse, y también he corroborado que la frazada que he traído de su cuarto la cubre completamente para que papá no la vea con esa bata tan vulgar y luego piense cosas raras.

—Mierda —digo cuando llego a mi cuarto.

Como tengo la puerta abierta escucho el sonido del manojo de llaves de papá intentando abrir la puerta. Y por primera vez me siento mal, muy mal. Soy consciente de que he sido un cabrón. Un reverendo cabrón. De alguna u otra forma le he puesto los cuernos a papá. He chupado los pezones de su esposa, me he masturbado mientras la manoseaba (aun no sé si ella ha estado fingiendo todo este tiempo o de verdad se encuentra aletargada), eyaculando sobre su vientre.

—¿Sugey? —escucho la voz recia de papá, que busca a mi madre.

Oigo los pasos lentos de Lucy. Alguien cierra la puerta.

Me pongo nervioso. Intento visualizar los pasos de mi padre y los de mi hermana en el recibidor, luego dirigiéndose a la sala donde está el televisor encendido.

Ambos caminando hacia allá, buscando a mamá.

—Sugey, ¿qué haces dormida en el sofá? Mira cómo estás de incómoda y de torcida —le dice papá.

La han encontrado, joder.

—¿Mujer? Sugey, cariño, te estoy hablando. Tu hija y yo hemos llegado, ¿dónde carajos está Tito?

Mamá continúa en su línea. Al parecer finge estar dormida. O quizá de veras lo está, yo ya no sé.

—Papa, Sugey no se mueve —oigo la voz mortificada de Lucy—. ¡Cristo Redentor, papá, ¿estará muerta?!

—¡Cállate los ojos, niña! —la afrenta mi padre.

Escucho un bostezo. Debe ser de mamá.

—¿Qué pasa? —Es la voz adormilada de mi madre—, ¿por qué tanto escándalo? Me duele la cabeza, me siento mareada.

Ojalá ya no huela al alcohol del ponche de tamarindo que le dieron a beber en su “reunión mensual parroquial” ¡Ojalá que no huela a semen, a mi semen! Ojalá que no haya quedado su vientre con la costra seca de mis espermas. ¡Ojalá que mamá no se levante de golpe y la frazada caiga al suelo y papá la descubra medio desnuda, con esa erótica bata de encajes transparentes!

—Mujer, ¿qué haces aquí? —le pregunta papá.

Bien podría ir yo mismo a decirles lo que hace ahí, recién magreada, lefada, y estrujada por su propio hijo.

—No sé… ¿dónde está Tito? Si estaba conmigo.

Joder. Me estremezco.

Es Lucy, la fatalista, quien responde.

—¡Cristo redentor! ¿A caso Tito estará muerto en su cuarto?

—Hija, ya —la vuelve a reprender papá mientras yo hago como que escucho voces fuertes desde mi cuarto y bajo a la sala.

Me siento con muy pocas fuerzas. Con el semen que expulsé se me fue toda la energía. Siento mis dos pies izquierdos. Mi falo todavía palpita debajo de mis bermudas. Todavía siento el aroma de mi madre en mi nariz, y el sabor de sus pezones en mi paladar.

—¿Qué pasa? —me hago el idiota, como un angelito que no sabe nada de nada. Ya sólo falta que me aparezca una aureola encima de mi cabeza—. ¿Por qué tanto ruido?

—¿Qué es lo que cuidas, cabrón? —me regaña mi padre, que toca la frente de mamá para saber si tiene fiebre—. Tu madre está con dolor de cabeza aquí dormida y tú ni te enteras.

Si supieras, papá, que esta noche yo la he atendido mejor que tú en mucho tiempo. Y que si está caliente es por mi culpa. Y tú ni te enteras.

—Por eso la dejé que descansara en el sofá —me justifico, mamá sigue pestañeando.

No me mira, y yo tampoco hago por mirarla.

Me muero de la vergüenza.

—¿Y la dejaste sola, Tito? —Ahora es mi hermana quien decide echarme bronca.

—¿Sola? —digo enfadado—. No fui yo quien ha estado fuera de esta casa desde hace mil horas, viendo el futbol en casa del tío Fred y olvidándose de que mamá y yo existimos. Yo he estado aquí con ella al pendiente, así que me regañen.

De buenas a primeras mamá se levanta, dice que siente revuelto el estómago y sube tambaleándose, envuelta con la frazada, al baño del segundo piso.

—¡Ayúdala, Lucy, que se cae! —le pido a mi hermana cuando veo que mamá se tambalea. Yo no me animo a ir tras ella y tocarla. Ya no.

—Ayúdala tú —dice ella enfurruñada.

Lo que no quiero es acercarme a mamá ahora. Me siento contrariado. Nervioso.

—¡Mejor se apartan los dos! —nos fulmina papá.

***
Ha amanecido. Sorprendentemente me quedé dormido en cuanto me tumbé a la cama. No puedo creer lo que hice ayer. Lo que hicimos ayer mi madre y yo. Me levanto y sonrío.

Tengo la polla parada. Ella tampoco olvida lo que hemos hecho con mamá.

La pregunta es, ¿y ahora qué?

Si la última vez, con sólo haberme descubierto masturbándome con sus bragas, se mantuvo ausente varios días, alejada, sin hablarme, evitándome… ahora que la he manoseado y me he corrido sobre ella, seguro me deja sin habla el resto de mis días.

Y eso me preocupa. No quiero que esté enfadada conmigo. Yo simplemente no lo soportaría.

Todo comienza mal ese día desde que descubro que no me ha levantado para desayunar. Los encuentro a los tres sentados en la mesa terminándose sus hotcakes.

—¿Desayunando sin mí? —digo sin que suene como queja.

A mamá le sigue doliendo la cabeza. La cruda realidad. La resaca bendita. Es mi hermana la que me responde, torciéndome un gesto:

—Nos moríamos de hambre, y tú no atendiste a los llamados de mamá. Así que comimos sin ti. No nos íbamos a morir de hambre sólo porque te la pasaste anoche viendo porno y te dormiste hasta tarde.

—¡Mírala, mamá! —me quejo.

—Por favor, niños… basta… me duele la cabeza.

Al menos me he dado cuenta de que mamá si me habló para desayunar. Pero así debí de tener el sueño tan pesado que no la escuché.

Mamá está vistiendo unos leggins grises, casi plateados, y un top del mismo color que le deja el vientre al descubierto y sus enormes tetazas marcadas en la tela. Sus pezones se ven como sombras. Y me excito, porque sé que ya tuve uno de esas dos mamas en mi boca.

—No, má —le digo—, yo me sirvo solo.

Ella solo asiente. Pero no me mira. Me vuelvo a preocupar.

—Tito —me dice papá con voz firme—, no quiero que andes viendo esas porquerías delante de tu hermana.

Lucy, que tiene un micro short que no le llega ni a la mitad de sus blancos muslos, se ríe, y yo le doy un codazo.

—¿Cuáles porquerías, papá?

—La niña dices que te la pasas viendo cochinadas en el celular durante la madrugada y que por eso no despiertas temprano —dice papá.

Me pongo rojo como un tomate. No me gusta hablar de esos temas delante de mi familia.

—Y tú que le crees, papá —me enojo. Miro a Lucy que me mira con sus mejillas chapeadas y sus ojitos azules como si fuese una angelita inocente—. Será ella quien se duerme tarde viendo “cochinadas en el celular”

—No es cierto, papi.

—¿En serio crees que tu hija es tan inocente?

—Deja a la niña en paz, Tito —me regaña papá.

—Y tú también deja a Tito en paz —me defiende mamá Y me sorprendo que lo haga, porque sigue sin mirarme—. Lucy no es la santa palomita que te crees que es, Lorenzo. Detrás de esa carita tan bonita, hay una niña traviesa que sólo me da mortificaciones.

—¡¿Lo ves papá?! —grita Lucy lloriqueando—. ¡Sugey siempre defiende a Tito y la trae contra mí!

Mi padre refunfuña. Se atasca como cerdo la mermelada de su hotcake y luego le dice a mi madre.

—Sugey, mientras sigas teniendo a Tito entre tus faldas, lo vas a seguir malcriando.

—Lo mismo digo de ti con Luciana —le reprocha mi madre, que se sigue sobando las sienes. Le duele la cabeza. Pobrecita. Si pudiera estar junto a ella, abrazarla y acariciarle su cabeza—. Y por cierto, Lorenzo, voy a recortarte el pelo, que ya pareces muñeca de basurero.

Lucy se levanta, le saca la lengua a mi madre y se sienta en las piernas de papá, a quien llena de besos.

—Papi, no le hagas caso a Sugey. Si tienes pelos de muñeca, pero no de basurero.

Yo me río con ganas. Papá tuerce los ojos y le dice:

—Mejor no me defiendas, princesita.

Yo decido marcharme a mi cuarto cuando mamá atiende el teléfono y conversa con su amiga Elvira.

***
Corromper a mamá.

Corromper a mamá…

Eso es lo que tengo que hacer para que sea mía completamente.

Que pierda los tabúes. Que se olvide de la moral.

¡La necesito desnuda conmigo! ¡Quiero amarla! ¡Quiero follarla!

Estoy tumbado en mi cuarto cuando la oigo llegar.

Su perfume es inconfundible.

—¿Se puede, cielo? —me dice.

Me levanto como resorte. Me pongo nervioso.

Es la primera vez que estamos a solas desde la noche anterior en que… le hice lo que le hice.

—Pasa, má… ¿qué necesitas?

Ella respira. No me mira. Y sé que pasa algo malo en todo esto. ¡Por favor, Diosito… que no me reprenda!

—Antes de decirte lo que tengo que decirte, quiero pedirte de favor que vayas a la casa de Elvira.

El recuerdo de esa bomba sexual llamada Elvira, madre cachonda de mi mejor amigo, y una adúltera confesa del pobre de su marido, me altera. Elvira le ha confesado a mamá que si no fuera por ella, “me comería” en términos sexuales.

—¿Que vaya a casa de Elvira?

—Sí, cielo, por favor. Gerónimo fue a Monterrey a un seminario de la facultad de medicina, y no hay quien le ponga un antivirus en su computadora. Ya ves que le ha dado a Elvira por estudiar inglés en línea, y dice que se ha puesto muy lenta su PC desde hace unos días, y me pidió que si la puedes ayudar con eso, que te dará para un refresco.

Trago saliva. Estar a solas con esa mujer tan cachonda me pone nervioso, pero le digo que sí.

—Claro, má, yo iré a su casa mañana.

—Gracias tesoro.

Intenta sonreír.

Pero yo más bien me fijo en el culo que se le marca con esas mallas, y las tetas que se aplastan una con la otra debajo de su top.

—Ahora sí dime qué otra cosa querías decirme.

Mamá sigue en el marco de la puerta. Evita mi mirada. Está muy roja. Nerviosa.

—Quiero que hablemos, mi amor.

—Sí, mami, dime, ¿sobre qué quieres hablar?

—Sobre nuestro secretito.

Mamá sonríe y el corazón me retumba por dentro, como si hubiera detonado y la sangre hubiera salido expulsada por mis venas.

“Nuestro secretito ha dicho.”

Y para mí eso sólo significa una cosa: como yo pensaba, mamá ha fingido su embriaguez, aunque no sé hasta qué punto, porque de que olía a alcohol, olía.

Cuando habla de “nuestro secretito” ella me quiere decir, o así lo entiendo yo, que está plenamente consciente de que anoche le comí una de sus tetas. Que se las mamé, que absorbí uno de sus pezones como un bebé hambriento, como su bebé, y con esa sonrisa tan rara que me dedica siento que me dice que lo acepta, que no hay problema en lo que hice.

Y yo quiero que me lo diga: que me diga que le ha dado morbo amamantar a su hijo como cuando yo era una criatura. Que confiese que la pone cachonda que su hijo la desee sexualmente, que me haya masturbado sobre ella y que me haya corrido sobre su vientre.

Quiero que me diga que lo sabe todo, y que ella también está dispuesta a dar un paso más.

Y sólo así yo poder revelarle la verdad