May 7

Matrimonio timidez y perversión 55

Capítulo (55)
Sentí los pasos de mi mujer acercándose y cerré el correo de
Roberto rápidamente para evitar ser cazado por ella, lo que
provocaría una nueva disputa entre nosotros. De ello estaba
seguro. Como si se enterara de mi intromisión en su teléfono
la pasada noche… y con razón, claro está. Todo esto me hizo
ver el cambio que se estaba produciendo también en mi
persona. Fisgando en el correo de su jefe, mirando en su
móvil mientras ella dormía… ¿qué me estaba pasando a mí
también? Yo nunca había sido así…
Sara me dijo algo que no escuché sumido como estaba en
mis pensamientos y, cuando sentí su mano sobre mi hombro,
di un respingo.
-Carlos, ¿estás bien? –Preguntó preocupada- llevo un rato
llamándote…
-Perdona, cariño –dije levantándome del sofá- le estaba
dando vueltas a una cosa del trabajo…
-Estás muy raro esta mañana…
-No te preocupes, estoy bien –intenté tranquilizarla- ¿ya
estás? Pues vamos, que llegaremos tarde.
Salimos del piso camino del garaje donde guardábamos el
coche en silencio, notando la mirada preocupada de Sara en
mí. Nos montamos en el coche y emprendimos el camino al
trabajo acompañados por el sonido de fondo de la radio, cada
uno sumido en sus propios pensamientos.
-Carlos, si es por lo del fin de semana en Sevilla con
Roberto… -rompió el silencio Sara verbalizando su
preocupación por mi estado. -No es por eso, Sara –volví a
intentar tranquilizarla- estoy dándole vueltas a lo de los
servidores del trabajo, los que tenemos que cambiar… no
quiero que se alargué más de este fin de semana… -le mentí.
Ese asunto no me preocupaba lo más mínimo.
-¿Seguro? Porque aún estoy a tiempo de decirle que no… -
dijo ella.
-Ni se te ocurra, cariño –le dije vehementemente- es una
gran oportunidad para ti y no voy a permitir que la dejes
escapar.
-Pero para mí lo más importante es nuestra relación y si eso
va a hacer que tú estés mal… -insistió ella.
-Sara, yo confío plenamente en ti –le dije cogiéndola de la
mano- confío en tu palabra que nada va a ocurrir entre
Roberto y tú y que, si intenta algo, que sabrás pararle los
pies. Además, como te dije, no creo que tengáis tiempo para
jueguecitos… lo que está en juego es demasiado
importante…
-¿En serio?
-Que sí… y por mí no te preocupes, que con el plan que
tengo por delante no voy ni a tener tiempo de pensar en ti…
-le dije mitad en broma mitad en serio.
La verdad es que trabajando en turnos de doce horas poco
tiempo iba a tener para comerme la cabeza pensando en si
algo podía estar ocurriendo entre ellos dos, cosa que ahora
me venía la mar de bien.
Sara, algo más tranquila, sonrió agradeciéndome mi
confianza e inició una conversación banal a la que yo me
integré con normalidad, superando aquel momento de
incómodo silencio con el que habíamos empezado el día.
Nos separamos al llegar al trabajo, cada uno hacía su lado,
despidiéndonos como siempre. Parecía que, de nuevo, las
aguas volvían a su cauce pero nada más lejos de la realidad.
Mi intención, nada más llegar a mi mesa, era mandarle un
mensaje a Judith pidiéndole explicaciones por su encerrona.
Pero las cosas no salen siempre como uno desea y nada más
llegar a mi mesa mi encargado me pasó una notificación
urgente. Me habían pedido expresamente a mí y debía acudir
nada más llegar, era urgente me dijo queriéndose quitar
aquel marrón de encima. Miré donde era la incidencia y
descubrí que la que me solicitaba con aquella urgencia no era
otra que Daniela.
Sabía que algo tramaba pero tampoco podía hacer nada para
evitar aquel encuentro que era consciente que, tarde o
temprano, iba a producirse. Y mejor que fuera en el trabajo,
rodeados de gente conocida, que no en otro lugar donde
pudiera intentar algo.
Cogí mis cosas y subí en el ascensor hasta la planta donde
estaba la empresa donde trabajaba mi mujer, Daniela y
Roberto. Y si ya era malo empezar la jornada de trabajo
recibiendo aquella encerrona de Daniela, peor fue salir del
ascensor y toparme con mi mujer que se sorprendió de verme
allí.
-¿Qué haces aquí? ¿Me buscabas para algo? –me preguntó
creyendo que la buscaba a ella.
-No, en realidad he venido por una incidencia –le contesté
tratando de ocultarle mi destino.
-Ah por fin has llegado –nos sorprendió la voz de Daniela-
acompáñame a mi despacho que me corre prisa que me
arregles el ordenador.
Lo dijo cogiéndome del brazo y alejándome de mi mujer que
nos miraba entre sorprendida y con un principio de enfado
que se delataba en su mirada y sus puños crispados.
-Ya hablaremos –le dije mientras me dejaba arrastrar dentro
de su despacho. Dejé de verla cuando Daniela cerró la puerta
quedándome atrapado dentro con ella.
Daniela estaba de pie mirándome atentamente junto a su
mesa mientras yo, nervioso, no sabía qué hacer o qué decir,
esperando algo que no llegaba.
-¿Qué es lo que le pasa a tu ordenador? –le pregunté
buscando acabar cuanto antes con aquella situación.
-Nada –me dijo sin inmutarse- necesitaba hablar contigo y
no se me ha ocurrido otra manera en la que no pudieras
negarte a venir…
Yo tragué saliva, nervioso a más no poder. Si tenía alguna
duda que aquello era una encerrona por su parte ella misma
me lo acababa de confirmar. Ahora era cuestión de saber qué
es lo que pretendía con aquello.
-Bueno, pues ya me tienes aquí –le contesté intentando
aparentar lo que no sentía- ¿Qué me querías decir?
-Siéntate –me ordenó señalándome la silla que había a su
lado.
Yo dudé, demasiado cerca de ella y no me fiaba que
intentara nada pero, para mi alivio y tranquilidad, Daniela
volteó la mesa y fue a sentarse en su silla poniendo la mesa
entre los dos. Ahora sí, me senté tal como ella me había
pedido.
-Lo primero, decirte que el otro día me lo pasé muy bien –
comenzó ella de forma alegre- lástima que se acabara tan
pronto… tenía tantas ideas sobre lo que tú y yo podíamos
hacer juntos…
-Daniela, lo del otro día fue un error –la corregí yo- algo que
se nos fue de las manos tanto a Sara como a mí, algo que no
se volverá a repetir.
-Si tú lo dices… -dijo ella no muy convencida- aunque yo
creo que antes de lo que piensas cambiareis de parecer.
-¿Por qué lo dices? –pregunté yo intrigado por su respuesta.
-Bueno, es evidente ¿no? –dijo Daniela como si fuera obvio
para todos menos para mí- si tú no llegas a estar delante,
Roberto se hubiera follado a Sara esa misma noche. Y ahora,
un fin de semana por delante, los dos solos con nadie que se
interponga entre ellos y lejos de miradas indiscretas.
-No va a pasar nada entre ellos. Yo confío en Sara, me ha
prometido no darle pie a nada y parar cualquier avance suyo.
Así que ya ves, no me preocupa para nada ese viaje a Sevilla
–le dije intentando aparentar toda la tranquilidad del mundo
y mostrarme confiado aunque no sé si lo conseguí.
-¿Y tú? –Me dijo cambiando de tercio- ya has estado a punto
de caer en la tentación dos veces y, te puedo asegurar, que al
menos por mi parte no va a haber una tercera…
-Porque vas a dejar de intentarlo… -insinué yo.
-Jajaja qué gracioso eres Carlos –contestó ella divertida-
sabes que me encantas y deseo que me folles así que no
cuentes con ello…
-Lo suponía pero tenía que intentarlo –dije resignado. Hice
ademán de levantarme pero ella me lo impidió.
-Siéntate Carlos, aún no hemos terminado –me dijo
tajantemente.
-¿Y ahora qué?
-¿Qué habéis decidido sobre el tema del intercambio? –
preguntó dando un nuevo giro a la conversación.
Continuar