Aprendiendo el Placer
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Priscila, una estudiante universitaria, se embarca en una misión para salvar su semestre. A medida que se sumerge en su labor. Descubre el despertar de un morbo prohibido, cediendo gradualmente al sentirse obeto de tentación y deseo.
Sumergidas en nuestro debate, mi amiga Sofia y yo, nos encontrábamos camufladas en los últimos asientos del aula. Poco nos importaba la última explicación de nuestro docente pues ambas sabíamos que nuestras notas no alcanzaban para aprobar. Nos sumergíamos en la necesidad de ganarnos tres miserables puntos en la temida materia de 'Reproducción Animal'. Como estudiantes de Zootecnia, sentíamos la urgencia de salvar la asignatura y, entre risas nerviosas y susurros conspirativos, ideábamos un plan.
Decidimos “suavizar” a nuestro docente con nuestros encantos. Entre miradas cómplices, acordamos emplear una seducción sutil para ponerlo nervioso, buscando juguetear con la atracción.
Al finalizar la clase, nos acercamos al docente, solicitando una conversación privada. Nos instruyó a esperar para atendernos luego de que todos abandonaran el aula, lo cual ya consideramos una victoria pues, este docente solía ser más firme que un demonio ante consultas fuera de horario. Al parecer nuestro encanto femenino estaba cambiando sus reglas.
Recordábamos cómo al principio del semestre, un estudiante se atrevió a preguntar algo y solo recibió una llamada de atención dejándolo en ridículo: “¡Cualquier consulta en el horario de clases!”. Por eso pensábamos que ahora nuestra táctica iba a ser la excepción. Mi amiga, del tipo “común”, delgada y bajita, con piel morena, atractiva y risueña; reconocía que yo, la popular modelo de la carrera, alta, de piernas largas, rubia, pechos voluptuosos y glúteos redondos, debía llevar la batuta.
Pacientemente esperamos a que todos salieran, y cuando el profesor parecía dispuesto a salir olvidando su promesa, lo detuvimos, listas para desplegar nuestra estrategia.
Docente: ¡Ah, ustedes! Pensé que estaban tan felices con su puntuación que no volverían a aparecer por aquí hasta el próximo semestre.
Sofía: No, doctor, no queremos repetir la materia.
Docente: "¿Y por qué no dijeron nada en clases? Ya es tarde para arrepentimientos, ¿no creen?"
Era mi turno de brillar. El señor se estaba haciendo al difícil, así que le dirigí una mirada intensa, levantando las cejas mientras hablaba, dejando en claro mi gesto de coqueteo.
Priscila: Doctor, no queríamos interrumpir su explicación, y de repente, ¡ya fue hora! Por favor, ayúdenos - Crucé los brazos con malicia, sabiendo que mis pechos se realzaban con el movimiento gracias a la blusa ceñida que llevaba. Un silencio tenso se apoderó del ambiente, y mi amiga, lista para imponer su carácter más extrovertido, tomó la delantera.
Sofía: Si doctor, es que estábamos algo nerviosas, por favor, necesitamos que nos ayude
Doctor: Miren señoritas, les falta unos cuantos puntos, no son las únicas, ¿Por qué debería ayudarles solo a ustedes?
Priscila: Porque nosotras podemos ayudarle también – Dije con tono sugerente – Podemos hacer algún trabajo que usted nos indiqué
Doctor: En toda la clase no las vi atentas, estaban riendo sin atender, ¿y ahora quieren que les ayude? – Nos sentamos muy atrás, lejos de todos y sin embargo, él había notado nuestra presencia y nuestra actitud.
No era la primera vez que sus ojos me perseguían, desde el principio del semestre pasaba y repasaba por mi asiento buscando no se que cosa. Aunque estaba acostumbrada a recibir muchas miradas por los demás docentes, pues están también los más osados, no faltaban los que me hacían pasar al frente casi todas las clases como excusa de que realice un ejercicio en la pizarra o simplemente exponga algún tema, permitiendo que toda la clase se deleite con mi figura, y claro, el docente en primera fila.
Sin embargo, este doctor disimulaba su interés ocultado en una imagen estricta y seria. Pero de todas formas sus ojos siempre se desviaban hacia mi.
Priscila: Es que nos distrajo usted – Le dije con picardía e impulsada por mis pensamientos, mientras él trataba de mantener su postura firme levantando las cejas.
Sofía: Priii, no creas que el doctor se va a tragar eso. - La miré sorprendida – La verdad es que estábamos un poco apenadas por nuestra situación, Doctor – Sofia ponía cara de arrepentimiento saliéndose del papel y cambiando la actitud que habíamos acordado.
Doctor: Bueno, señoritas, saben que toda consulta es en clase... Sin embargo, por la sinceridad de solo !!una de ustedes¡¡… voy a hacer una excepción. - Nos miramos emocionadas, aunque yo seguía algo incómoda y traicionada por cómo me hizo quedar Sofía con el docente, aunque no era la primera vez que intentaba ponerme en aprietos, a veces pensaba que se ponía celosa de mi atractivo, siempre terminaba perdonándola porque era una de mis mejores amigas, me hacia reír mucho.
Doctor: Pero no crean que va a ser tan fácil. Esta vez solo tuvieron suerte porque normalmente no ayudo a nadie, justo necesito personal, requiero que participen ayudando en el Centro de Rehabilitación.
El centro de rehabilitación animal, es una organización privada que tiene acuerdos con nuestra Universidad para que podamos realizar prácticas, lo visitamos un par de veces y sabíamos que nuestro docente trabajaba ahí.
Priscila: Pero ¿qué haremos ahí? — "Silencio" — Disculpe, doctor
Docente: En el Centro de Rehabilitación Animal necesitamos pasantes para el cuidado de dos chimpancés. Deben asistir todos los jueves y viernes por la mañana; es el único horario disponible. Durante toda la vacación.
Afortunadamente, no teníamos choque de horarios, así que accedimos. Tres puntos por tres meses, parecía una locura, pero no nos quedaba de otra. Yo pensé que nos daría algún trabajo de investigación, o incluso cuando planeábamos coquetear con él, hasta se me cruzó por la mente que nos iba a regalar esos tres simples puntos. Sin embargo, su imposición era inquebrantable.
Docente: Bien, señoritas, las espero a las 8 en punto en el centro. Comienzan este jueves.
"Si, doctor," contestamos al unísono.
Había llegado el jueves al fin, Sofía y yo nos encontramos para ir juntas al Centro de Rehabilitación Animal, donde ya habíamos hecho algunas prácticas grupales. Aunque lo conocíamos, nunca nos habíamos quedado tanto tiempo. Al llegar a las 7:45, esperamos frente a la puerta cerrada, y a las 08:00 en punto, la puerta se abrió sorprendiéndonos.
Docente: ¡Puntuales! Empezamos bien.
De inmediato, nos hizo entrar. Y lo que me llamó poderosamente mi atención fue un señor sentado en una silla vieja junto a la puerta. Su ropa malgastada no encajaba con el aspecto del personal en bata. Pelo grasiento y piel manchada y oscurecida delataban que no se había bañado en días. Al parecer, era el portero. Le saludamos, pero me quedé con la duda si respondió o no, porque nos miró muy seriamente. Seguimos nuestro camino.
Aunque acostumbro a las miradas en la calle y en la universidad, ya sea de compañeros, amigos, docentes o personal de limpieza, en fin, ¡de todo el mundo! el aspecto desalineado de ese hombre me hizo sentir inusualmente incómoda. Mi atuendo, compuesto por un pullover azul delgado de cuello redondo que se ajustaba a mi cuerpo delineando mis curvas, y unos pantalones vaqueros celestes que llegaban hasta la cintura, acentuaban mi figura. Un cinturón negro sujetaba los pantalones, y, por dentro, sostenía el pullover, resaltando mi trasero en la ajustada tela del pantalón.
Para ingresar por el pasillo que daba a la recepción, necesité dar la espalda al portero, y aunque no me atreví a voltear, sentí su mirada insistente en mis nalgas. Era obvio, ya que pocos resisten la tentación de voltear. Fueron unos incómodos segundos hasta lograr desaparecer de la vista de ese raro sujeto.
El docente nos detuvo en medio del ambiente principal, rodeadas por algunas personas con batas blancas haciendo sus labores. El tono autoritario de su voz resonaba en el aire cargado de expectación.
Docente: Por favor, pónganse sus batas; aquí no se puede estar como están. - Nos miramos, sintiendo el pulso acelerado.
Priscila: Es que no nos indicó que viniéramos con b…
Docente: Es de suponer, señorita. No es la primera vez que vienen. ¿Quieren ser profesionales o están viniendo a perder el tiempo?
Sofía: Ahora mismo podemos ir a buscarlas.
Docente: No hace falta, aquí hay un par, pero es del centro. Desde la siguiente semana deben traer sus batas o, caso contrario, serán suspendidas.
Nos proporcionaron las batas, y en medio de la tensión del momento, nos las pusimos allí mismo. La idea de que el portero podría haberse permitido acechar, intentando disfrutar más de la vista, añadía una chispa de peligro a la situación. Ponerme la bata blanca fue un alivio.
Docente: Pásenme por aquí, por favor. La doctora les explicará qué es lo que deben hacer.
Caminamos por otro pasillo hasta un lugar más solitario, donde una enorme jaula nos recibía, con dos chimpancés dentro, uno era Bruno, estaba dormido, y la otra era Laika que permanecía sentada sin mirarnos.
Docente: Ella es la doctora Rodríguez. Va a trabajar con ustedes estos tres meses... Doctora, las dejo en sus manos. Las señoritas deben hacerle caso en todo. Cualquier cosa, me avisa.
El imbécil docente se esfumó sin despedirse. Cuando se fue, la doctora nos habló, soltando risas que aliviaron la tensión.
Doctora: Tranquilas, chicas, relájense. Yo no soy como él, jaja. Se toma muy en serio su posición, pero en la fiesta de fin de año lo hubieran visto bailando, jaja. Cuando esté el doctor, vamos a actuar con más seriedad, pero normalmente, el trabajo es más tranquilo.
Sonreímos, entendiendo la complicidad que se formaba entre ella y nosotras. Agradecidas, nos presentamos, y la doctora nos explicó que lo único que requería era que estuviéramos a cargo de informes del comportamiento de los chimpancés. La atmósfera se relajó en medio de las risas y la complicidad.
El problema era que Bruno, el chimpancé macho, debería estar apareándose con Laika, pero no mostraba el más mínimo interés. La doctora, le suministraba medicamentos para avivarle el fuego, pero el mono prefería hacerse sus “propios negocios”. Nuestro trabajo era ver si esos medicamentos hacían algún efecto entre la pareja, o si Bruno seguía siendo el rey de la autosatisfacción.
Además, la doctora nos soltó el chisme de que al doctor le importaba más la vida sexual de estos chimpancés que la de él mismo. Según él, si Bruno se apareaba con Laika, sería la prueba viviente de que un chimpancé rescatado podía integrarse. Ya lo habían intentado antes, pero la cosa acabó a golpes con los otros chimpancés y Bruno de vuelta a la soledad.
La doctora no sabía si Bruno tenía un miedo patológico a los de su especie o si simplemente tenía un problema disfuncional. En fin, el doctor quería descubrir la verdad para justificar su trabajo en la reserva.
Mientras la doctora nos explicaba todo esto, dándonos la espalda y mostrándonos a los chimpancés, Sofía se burlaba bostezando, y yo le respondía con un codazo y una sonrisa pícara.
Doctora: ¡A anotar observaciones, señoritas!
Pasaban las horas, y mientras la doctora permanecía en su laptop apoyada sobre la mesa en el centro del ambiente, nosotras ya habíamos perdido el interés. El mono seguía roncando, y Laika, más amigable, nos hacía gestos. Sofía, como siempre la más chistosa, le hacía muecas, y Laika a veces la imitaba, haciéndonos reír. Al notar eso, la doctora se acercó, y nos pusimos a anotar lo que sea.
Doctora: A Laika la traje yo, ¿no les dijo el doctor? - "No", respondimos - Se encontraba en un lugar que decía ser una reserva, pero en realidad querían hacer negocios con ella. Era muy joven y se apegó a mí... miren.
La doctora, saliéndose de su condición de doctora seria, comenzó a bailar, y Laika la imitaba a la perfección. Ambas estaban frente a frente haciendo "monadas" mientras nosotras nos divertíamos.
¡Doctora¡ - dijo Sofía poniéndose seria y mirando a la puerta. No nos habíamos percatado de que el doctor había regresado. La doctora dejó su actuación y se recompuso.
Docente: Doctora, aquí está la receta que solicitó.
Nadie dijo nada más, y segundos después de que el doctor se fuera, las tres nos reímos eufóricamente. La doctora volvió a su sitio, y nuevamente el silencio reinó en el lugar, un silencio que fue interrumpido por las risas sutiles de Sofía. La miré extrañada, y no me veía a los ojos. Seguí examinando a Laika, y nuevamente Sofía se reía tapándose la boca.
Priscila: "¿Qué mosca te picó?" - Sofía estalló en una risa burlona.
Doctora: Señoritaaas, por favor, concéntrense - nos dijo la doctora, tratando de recuperar su autoridad.
Entonces, Sofía me señaló con el dedo al otro lado de la jaula. Bruno, el chimpancé macho, había despertado. Al verlo, noté que su intensa mirada no se despegaba de mí. Mientras Sofía aguantaba la risa como podía.
Sofía: Es interesante dónde una puede encontrar el amor.
Sofía no pudo soportar otra carcajada, mientras la mirada ya inquietante del mono me perseguía.
Doctora: ¡¡Señoritas!! - dijo la doctora con voz firme - Voy a salir un momento. Por favor, compórtense. Si el doctor las pesca riendo, las puede suspender. Ustedes lo conocen.
Priscila: Sí, no se preocupe. Vamos a estar más serias - dije, mientras miraba a Sofía, quien bajaba la mirada al no poder ocultar su enorme sonrisa.
La doctora salió, y Sofía seguía burlándose graciosamente del aparente gusto que Bruno tenía hacia mí.
Sofia: ¡Parece que el mono encontró a su alma gemela!
Priscila: Sofía, déjalo. Estamos aquí para trabajar.
Sofía: Pero, ¿y si estás destinada a ser la Jane de Bruno? Priscila y Bruno: ¡un amor salvaje!
Priscila: Deja de inventar tonterías
Sofía: ¡Oh, pero ser la reina de la jungla suena tentador! ¿Qué opinas, Pri?
Priscila: ¡Sofía! (suspiro) … ¡estúpida¡ – Le dije dejándome llevar por su carisma y riéndome también
Después de un rato, dejando al mono que seguía viéndome como un verdadero pretendiente, en complicidad con Sofía, decidimos revisar la laptop de la doctora antes de que vuelva. Nos paramos frente a la mesa, girando la laptop para no estar lejos de nuestros puestos por si alguien apareciera. Dando la espalda a los chimpancés que, en realidad, digamos, "no era nuestro problema".
Al revisar, vimos muchos documentos abiertos y una pestaña de Google con su Facebook. Nos miramos, sonriendo en complicidad, y comenzamos la revisión, buscando algo comprometedor. Sabíamos que estaba mal, pero el aburrimiento era muy atrapante. Con sentimiento de culpa, yo usaba el mouse entre las conversaciones de la doctora.
Priscila: Hasta ahora nada interesante - le dije a Sofía mientras me reclinaba de pie sobre la mesa.
En eso, escuché unos jadeos de Bruno, como siempre hace un chimpancé: UH, UH, UH.
El sonido de los jadeos de Bruno resonó en el aire, creando un ambiente inquietante. Nos miramos con Sofía, intercambiando miradas nerviosas.
Giré la cabeza ligeramente para ver, pero no le di importancia, me sumergí curiosa en mi atrevimiento de revisar la información de la doctora.
UH, UH, UUUHHHH. – Se escuchaba nuevamente al molesto mono.
Sofía: No le hagas caso, yo te aviso si alguien viene.
Los ruidos del mono ya se habían vuelto muy molestos, gritaba como si pidiera auxilio, como si le estuviéramos maltratando. Al girar, me pude percatar de lo que estaba pasando...
Un escalofrío electrizante recorrió mi espalda al descubrir que Sofía, con astucia y atrevimiento, había estado levantando mi bata poco a poco y sin que yo me diera cuenta. Ahí estaba yo, reclinada sobre la mesa, con los pantalones jeans celestes, ajustados, revelando mis nalgas redondas a Bruno, el macho temblaba de excitación, aferrándose a las barras de su jaula.
Sofía, con una sonrisa traviesa, continuaba elevando la bata con más descaro y apoyada sobre mi para no dejar que me levante y dejando al descubierto todo mi trasero. Mi postura, entregada y provocativa, invitaba a la lujuria. Cada centímetro revelado provocaba un estremecimiento de deseo en Bruno, cuyos ojos ardientes seguían la escena con intensa atención. Mis piernas juntas y rectas, realzaba mis curvas, atrayendo la atención del simio excitado.
Sofía obligándome a mantener la postura mientras forcejábamos, Bruno, incapaz de contener su lujuria, exigía salir moviendo los barrotes. Sus jadeos eran profundos, como si intentara comunicarse en un lenguaje primitivo. Se aferraban a las barras con fuerza, mostrando una excitación desenfrenada y empañando ligeramente el vidrio de protección.
Por fin logré quitarme a Sofía de encima y me arreglé sin mirar al mono, quien seguía observándome con deseo. Sofía reía intensamente, aunque ya conocía su carácter, esta vez se había pasado de la raya. Durante los siguientes minutos permanecí callada, mostrándole mi enfado mientras ella mantenía su cara burlona. Finalmente, entendió que no debía molestar más y el silencio reinó nuevamente.
Los siguientes minutos trataba de alejarme de la vista de Bruno lo mas que podía mientras analizaba lo ocurrido. Al finalizar la jornada, Sofía seguía con su juego mientras salíamos: “¿Te has puesto perfume de plátano?” “¡Ay¡, Bruno Debería ponerle un límite al enamoramiento. Priscila no puede concentrarse en sus estudios con tanto romance”
Mientras trababa de que baje la voz, llegamos a la salida y vimos la silla del portero nuevamente, esta vez no perdió detalle desde el principio, al igual que el mono sus ojos se pegaron em mí, solo que, a diferencia de Bruno, él podía verme sin la bata. “Hasta luego” dijo Sofia, yo no dije nada inmersa en la incomodidad que me producía su mirada. Por suerte Sofía no dijo nada o quizás no se percató pues, seguramente me molestaría también con el anciano.
Al día siguiente, decidí tratar de vestirme menos extravagante, usé ropas anchas y sueltas para ir al Centro de Rehabilitación, aunque aun así era difícil ocultar mi figura, algo que, admito, me enorgullecía. Sofía no perdía la oportunidad en seguir con sus burlas recordando el día anterior y también se hizo cargo de que todo el personal sepa del gusto que Bruno tenía por mí.
Las frases burlonas no se dejaron esperar y hasta se atrevían a visitar el ambiente para ver el comportamiento del chimpancé, escuchaba murmullos y risas mientras Bruno sin saber disimular me perseguía con la vista todo el tiempo.
El chisme había llegado hasta nuestro docente, quien en una de sus cortas visitas me dijo “Señorita, por favor deje en paz a Bruno, él debe estar solo con los de su especie” Su frase burlona, pero manteniendo su clásica postura seria hizo que todos exploten de risa. Yo me enfadé mucho por dentro maldiciendo a Sofía.
Esa mañana, unos minutos antes de salir, el docente me pidió que le visite en una pequeña oficina en el centro.
Docente: Siéntate, Priscila. Quería hablar contigo sobre tu desempeño en el Centro y cómo podríamos encontrar formas más... efectivas de mejorar.
Priscila: Estoy abierta a sugerencias, doctor
Docente: Priscila, en el mundo académico, a veces es necesario establecer conexiones más cercanas para entender completamente el tema. Creo que podríamos explorar esa posibilidad.
Priscila: ¿Conexiones más cercanas, doctor? – Le dije levantando una ceja
Docente: Sí, Priscila. Podríamos organizar sesiones de estudio más... personalizadas. Creo que eso beneficiaría tu comprensión de los temas, y ya no tendrías que venir al Centro
Era claro que intentaba seducirme, solo que no encontraba el camino, él no era como otros docentes que se insinuaron más descaradamente a mí, que me invitaban a salir sin recatos y me pedían mi número con excusas solo para enviarme mensajes casi todos los días. Sonreí, nunca había cedido con ningún chantaje de otro de sus colegas y tampoco lo haría esta vez.
Priscila: Doctor, creo que me concentro mejor trabajando en el Centro. Pero gracias por la sugerencia.
Docente: Por supuesto, Priscila. Volvamos a lo acordado entonces.
En mi mente empezaba a formarse una idea loca y provocadora. Había una conexión interesante: Laika imitaba gestos, movimientos y posturas de la doctora, y por otro lado, era innegable que yo excitaba a Bruno. Si lograba utilizar eso a mí favor, tal vez podría sorprender a los doctores.
Priscila: Doctor, y que pasa si logramos que los chimpancés finalmente, usted sabe… - Le hice gestos con mis dedos sugiriendo la copulación
Docente: Eso sería todo un logro, pero por ahora Bruno encontró una distracción inesperada – Me dijo mirándome a los ojos y aunque trató de controlarse no pudo resistir mirar mis pechos por un segundo.
Priscila: Jajaja, es algo que mi compañera inventó, no le de importancia
Docente: Bueno, precisamente por eso sugería las clases personalizadas, porque parece que tu presencia, Priscila, está alterando a Bruno y eso está perjudicando el proyecto
Priscila: Todo lo contrario, doctor, en realidad encontré un avance, tengo todo anotado, Bruno esta mejorando, por eso Sofía inventó esos chismes porque está celosa – Mientras decía eso, por dentro sentía cierta satisfacción por hacer quedar mal a Sofia.
Docente: ¿En serio? Interesante, pero yo necesito resultados
Priscila: Y los tendrá, pero necesito trabajar a solas, sin distracciones. Hay un afrodisiaco para monos que he probado en Bruno, no dije nada a la doctora pues ella insiste en que lo mas probable es que Bruno tenga un miedo patológico a los demás chimpancés, pero si eso fuera cierto, no aceptaría a Laika en la misma jaula.
Docente: Interesante argumento, pero si le estás dando algo a Bruno debes informar a la doctora.
Priscila: Es que ella es muy testaruda, no acepta sugerencias, solo quiere que anotemos, pero al parecer lleva meses sin avances.
Docente: Bueno, en eso tienes razón. ¿Entonces me planteas que le darás ese afrodisiaco a ocultas de la doctora?
Priscila: Si, le apuesto que habrá avances en poco tiempo, ese afrodisiaco es muy efectivo
Docente: ¿Afrodisiaco para monos? Debo conocerlo antes que intentes algo
Priscila: No se preocupe, es un afrodisiaco natural, no es un medicamento.
Docente: Bueno Priscila, te ves muy confiada, me despierta curiosidad, quizás pueda considerarlo – Me dijo con una postura mas relajada, claramente mi encanto femenino lo había cautivado, comencé a pensar que, si hubiera solicitado los tres puntos que me faltaban sola, sin Sofía, quizás iba a poder doblegar al estricto doctor, pues ahora parecía un cachorro en mis manos.
Docente: Esta bien Priscila, te dejaré actuar, pero espero resultados en máximo dos semanas, si no, no tendrás otra opción que las clases personalizadas, pues ya no quiero interrupciones en el Centro. Así que espero que ese “Afrodisiaco para monos” funcione
Priscila: Doctor, puedo garantizarle que funcionará a la perfección. – Le susurré, dejando que mis palabras flotaran en el aire cargado de tensión. De manera despreocupada, me levanté de la silla, acomodándome el cabello hacia atrás y permitiéndole que sus ojos recorrieran mi figura sin restricciones. Al dar media vuelta, caminé hacia la puerta con una gracia sugerente, dejando una estela de atracción a mi paso. Sin molestarme en despedirme, salí del Centro con una sonrisa maliciosa, consciente de que había recuperado el control gracias a mi atractivo. El doctor, visiblemente deslumbrado, había aceptado mis condiciones, quizás ilusionado con la esperanza de algún agradecimiento "especial" en el futuro, sin sospechar que lo que tenía en mente trascendía mucho más allá. No sabía que mi lado más seductor, morboso y más ardiente, se había liberado por completo, alimentado por el morbo que mi entorno había impulsado. Ignoraba que, el verdadero “Afrodisíaco para monos” era yo misma.
Comencé a elaborar mi plan: debía ganar la confianza de Laika para que me imitara, aunque eso tomara tiempo. Cuando eso sucediera, mi siguiente paso sería seducir a Bruno, llevarlo hasta Laika y tratar de que se aparearan mientras él me observaba, pero para eso sucediera, definitivamente tendría que estar sola.
¡Era una locura! Sacudí la cabeza pensando en lo ridículo que era todo eso, pero al mirar a Bruno, quien me seguía con la mirada mientras caminaba por todo el ambiente, no parecía algo tan descabellado. Sabía que podía sorprender a todos, sobre todo a mi estricto docente. ¿Qué tan lejos estaba dispuesta a llegar por esos ansiados tres puntos?
Pasó una semana y, después de meditarlo mucho, decidí poner mi plan en marcha. Le pregunté al doctor si podía asistir los viernes y sábados, argumentando que había oído que no había mucho personal esos días y podría estar sola con los chimpancés para administrarle el afrodisíaco a Bruno. Tras explicarle todos los detalles, el doctor lo consideró y finalmente me lo permitió. No le dije nada a Sofía, ya que es de esas amigas pegajosas; simplemente le inventé algo, diciendo que era una determinación del doctor.
Era viernes y en mi cabeza solo estaba la idea de poner en marcha mi plan al día siguiente; como siempre, Sofía no dejaba de comportarse de manera infantil. Comencé a restarle importancia, y ese día se me hizo largo. Peor aún, nos quedamos unos minutos más a pedido de la doctora, accedimos mientras ella nos explicaba que debíamos preparar un informe sobre todas nuestras anotaciones.
En eso, escuchamos unos ruidos molestos ingresando por la puerta; era el portero, el anciano ridículo de aspecto desalineado que parecía otro animal al perseguirme con la mirada cada vez que ingresaba y salía del Centro. En sus manos llevaba un balde de frutas, hojas y otras cosas. Caminó hasta detrás de las jaulas, donde jamás pusimos un pie nosotras, abrió las rejas con unas llaves e ingresó para alimentar a los monos.
El momento era algo tenso, pues la sola presencia del viejo resultaba perturbante e incómoda. Su aspecto era repugnante, con esa forma de caminar agachado y tambaleándose de un lado a otro, la boca abierta, ingresando sin pedir permiso y sin saludar. Una respiración agitada retumbaba en el silencio del ambiente, ya que las tres, Sofía, la doctora y yo, habíamos quedado calladas, como acordando en silencio que la presencia del anciano debía terminar para poder retomar nuestra charla.
Mientras el viejo repartía la comida a los monos, pude notar que la puerta de la jaula estaba peligrosamente abierta. La posibilidad de que Bruno lo comprendiera y pudiera pasar por encima del portero para salirse me pareció intrigante. Un morbo momentáneo me invadió al considerar la conexión entre el primate y yo. Por un instante, imaginé la escena: Bruno escapando y corriendo hacia mí entre gritos de nosotras, se acercaría a mi cuerpo, logrando por fin tocarme después de tantos intentos frustrados tras las rejas. Comenzaría a frotar sus genitales en mi pierna, liberando toda la tensión contenida, mientras yo no pudiera quitármelo de encima.
“Tal vez imaginando con la fuerza que tienen los primates, lograr que Bruno me pusiera de cuatro y...” Mi fantasía fue interrumpida bruscamente por el sonido de la puerta de la jaula siendo cerrada por el portero y asegurada nuevamente. Mientras se retiraba, mis ojos se pegaron en las llaves que portaba en las manos, hasta perderlo de vista.
Mientras continuábamos con la charla, mi mente bullía con la idea de hacerme con esa llave. No sentía ninguna atracción real por Bruno; el morbo residía en convertirme en el objeto de lujuria del mono y satisfacer sus necesidades primarias. Fantasear con esa posibilidad generaba en mí una serie de emociones profundas.
Al fin, la doctora nos dejó ir. En el camino de salida, Sofía me hablaba, pero yo estaba completamente distraída. Mis pensamientos estaban fijos en el día siguiente, aunque sentía un conflicto interno. Inicialmente, la emoción por sorprender a todos con mi avance y logro era mi principal motivación, pero ahora parecía que me emocionaba más la idea de quedarme sola con los monos y liberar mi morbo. Esa idea me estaba superando y se estaba saliendo de control.
Llegó el primer sábado y, decidida a poner en marcha mi estrategia, opté por una ropa más sugerente, cubriéndola con la bata para disimular.
Al llegar al Centro de Rehabilitación Animal, me llevé el primer disgusto: el viejo portero seguía allí. Pensé que me había librado de su mirada lujuriosa de todos los jueves y viernes, pero al parecer, tenía su propio territorio en ese lugar incluso los fines de semana. Me miró con asombro; no esperaba que me apareciera un sábado. Le saludé con fastidio y entré. Afuera, solo la recepcionista me atendió y me dejó pasar al lugar. El silencio era atrapante. Me acomodé, dejé mi bolso sobre la mesa, tomé la libreta y disfruté de la paz que brindaba trabajar en soledad.
Dejé pasar unos minutos para acostumbrarme al ambiente y al pensar en lo que estaba a punto de desatar, decidí poner en marcha mi plan con una mezcla de anticipación y nerviosismo palpable en el aire. Me acerqué cautelosamente a la jaula, pero opté por empezar con Laika para ganar su confianza. No obstante, Bruno, como siempre, no estaba dispuesto a pasar desapercibido y se interponía frente a nosotras, tratando de llamar mi atención. Nerviosa, me alejé.
Bruno, con su mirada penetrante, una pata apoyada en una roca y su postura encorvada, mostraba expectación, como si supiera lo que estaba por venir. Decidí acercarme susurrando su nombre con sutileza, "Bruno". El mono se acercó, y al notar mi soledad en ese rincón del centro, decidí continuar con mi atrevido plan. Mi determinación estaba firme, y estaba lista para llevarlo a cabo, sin importar las consecuencias.
Me desabotoné los dos primeros botones de mi bata, liberando con ello un atisbo de mi atuendo. Bruno quedó completamente inmóvil, en shock; su boca se abrió como si la baba estuviera a punto de escaparse, creando una tensión palpable en el aire.
Llevaba un vestido corto negro que desafiaba los límites de la sensualidad, con un provocativo hueco en el centro del pecho, formando un escote redondo que demarcaba mis senos aprisionados y levantados por el sujetador, listos para desbordarse en cualquier momento. Era un look que el lugar no había visto antes, con mucha más piel al descubierto, creando una atmósfera de tensión erótica.
Bruno, completamente hipnotizado, se pegó al vidrio, y yo, consciente de la intensidad del momento, decidí llevar las cosas al siguiente nivel. Me agaché estratégicamente para que pudiera apreciar aún más, girando mi cabeza para asegurarme de que estábamos completamente solos. Con cada botón que desabotonaba de mi bata, mi vestido de minifalda negra y mis botas a juego realzaban mis caderas, revelando cada una de mis curvas a Bruno. El mono, incapaz de contener su excitación, saltaba ligeramente mientras se aferraba a las barras, juntando los labios en un intento de contener la anticipación y el deseo que claramente se apoderaban de él. La conexión eléctrica entre nosotros se intensificaba
Recordando la situación incómoda que Sofía me hizo pasar, decidí hacer a un lado mi bata. Giré de manera sugerente, permitiendo que Bruno pudiera observar de cerca mi trasero, esta vez enfundado en la minifalda y el vestido ceñido, lo cual intensificó la ya palpable tensión sexual en el ambiente.
Bruno comenzó a jadear, soltando el clásico UH, UH, UH.
Fue en ese momento que noté una falla en mi plan: no había establecido límites ni había pensado en cómo manejar la situación. Mi deseo había superado cualquier intento de planificación y me había centrado únicamente en la creación de tensión sexual con Bruno. Aunque podría haberme detenido en ese instante, decidí dejar que las cosas siguieran su curso, sumergiéndome en la excitación del momento. La incertidumbre de lo que sucedería a continuación añadía un toque de peligro a la situación, alimentando mi propia anticipación y deseo.
Giré la cabeza y noté su miembro alargado, delgado y en forma de trompeta apuntándome. Bruno se satisfacía frenéticamente frente a mí, sus ojos muy abiertos y pegados a mis nalgas. Estuvo ahí un rato y luego bajó la intensidad de sus movimientos.
Giré y me quité la bata por completo. Tiré de mi escote, revelando un poco más y permitiéndole ver parte del sujetador en encaje rojo. Bruno no pudo resistir más, se autosatisfacía con entusiasmo y rapidez. Vi cómo sus enormes genitales se movían por las pulsaciones, y su miembro puntiagudo eyaculaba fervientemente en el vidrio antes de tirarse boca arriba, exhausto.
Noté que yo estaba temblando, agitada y considerando querer más, pero me recompuse y me arreglé para ir con Laika.
El segundo disgusto del día fue que Bruno no nos dio más tiempo; se levantó y, de manera más directa, "fue al grano". Comenzó a estimularse mirándome, y con sus gestos, me insinuaba que me quitara la bata nuevamente. Era increíble cómo este mono se calentaba tanto conmigo. La tensión sexual en el aire era palpable, y la manera en que Bruno reaccionaba a mi presencia me hacía sentir poderosa y, a la vez, intrigada por hasta dónde podría llevar esta situación.
Para ver si nos dejaba tranquilas, me desabroché nuevamente la bata y le dejé acabar, pero el mono se forzaba a seguir. Ese día no pude avanzar con Laika; solo era objeto de placer para Bruno. No era un avance real, ya que Bruno estaba loco por mí desde el primer día, eso ya se sabía, todo el mundo en el centro lo sabía, hasta el doctor, pues las miradas y gestos del mono eran muy evidentes y, claro, Sofía se enorgullecía compartiendo el chisme.
No había logrado mi objetivo, y comprendí que ese primer sábado solo fui la perra de Bruno, y el solo pensarlo generaba una corriente eléctrica en mis piernas, y aunque no era lo que buscaba, la intensidad del momento me hacía replantearme cuán lejos estaba dispuesta a llegar por esos ansiados tres puntos y hasta dónde podría llevar esta tensión sexual con los primates.
Pasó la semana entera, y pude modificar mi plan para que funcionara. Debía educar a Bruno primero, afianzar mi control sobre la situación. Sofía me contó que el doctor quiso castigarlo por empapar con su semen el vidrio, pero la doctora le dijo que era un avance. Bruno estaba mostrando más niveles de excitación, autosatisfaciéndose más veces de lo acostumbrado durante toda la semana. Parece que mi influencia sobre el mono no solo era palpable, sino que también estaba obteniendo resultados.
Esperé con ansias la llegada del sábado, mientras el viernes transcurría entre risas y gestos inconfundibles de Bruno que delataban su excitación al verme. La peculiaridad de la situación generaba risas entre los presentes, quienes notaban que el mono estaba más animado de lo habitual, insinuándome con sus gestos que me deshiciera de la bata frente a todos. Le susurraba con enfado: "¿No sabes disimular? Suerte que no hablas, mono tonto".
Con la llegada del tan esperado sábado, opté por un atuendo deportivo rosado bajo la bata. Se trataba de una elección similar al que acostumbraba usar para ir al gimnasio: unos leggings que delineaban mi trasero, insinuando la separación de mis nalgas, y por arriba, un top deportivo del mismo color con un pequeño escote recto y tirantes a los hombros. Entré apresurada, ignorando al maldito portero, cuya presencia me incomodaba bastante como siempre, aunque estuviera cubierta con la bata. La tensión en el ambiente aumentaba mientras me preparaba para llevar a cabo la siguiente fase de mi arriesgado plan.
Una vez dentro y envuelta en una atmósfera cargada de anticipación, di inicio a mi cautivadora actuación. Me dirigí directamente hacia Bruno, desabroché rápidamente mi bata y permití que se entregara al placer durante unos instantes. Sin embargo, pronto me cubrí, desatando la protesta del mono, quien exigía ver más de mis encantos con gestos y sonidos molestos.
"¡No, No, Bruno!", le reprendí con autoridad. "¿Quieres ver más? Entonces, debes obedecerme".
El obstinado primate parecía no comprender mis palabras. Pasé casi media hora allí, enfrentándome a sus chillidos y gestos, hasta que finalmente logró calmarse. Me destapé ligeramente, y comenzó a tocarse, pero me cubrí de inmediato, provocando nuevamente sus quejas y molestias. Durante todo mi turno, me dediqué a educarlo, y al final del día, conseguí un avance significativo. Logré que Bruno no hiciera un escándalo cuando me cubría, haciéndole entender que le permitiría ver más si se mantenía tranquilo. La recompensa por su obediencia era la revelación de mi cuerpo y la posibilidad de que se entregara a sus deseos por unos breves segundos antes de que me cubriera nuevamente. Afortunadamente, la inteligencia de los chimpancés jugó a mi favor, y a pesar de su mal genio, comprendió que si quería más, debía aprender a controlarse y obedecerme.
Como premio, y con unos pocos minutos restantes en mi turno, permití que Bruno disfrutara viendo mis leggings. Aunque la exhibición fue breve, ya que había contenido su éxtasis varias veces durante el día, mis curvas lucían irresistibles con los ajustados leggings y la piel descubierta en la parte baja de mi espalda. Debo admitir que estaba comenzando a disfrutar la situación más de lo que había imaginado.
No elegí ese atuendo únicamente para Bruno, ya que originalmente lo había planeado para ir al gimnasio. Al llegar allí, algo interesante sucedió. Mientras entrenaba, noté más miradas de lo habitual, o tal vez antes no les prestaba mucha atención al estar concentrada en mis rutinas. Ahora, al observar discretamente a mi alrededor, podía percibir cómo me devoraban con los ojos. La verdad es que ya lo sabía antes, pero ahora estaba captando mucho más mi atención, especialmente debido a la forma en que Bruno se excitaba al verme. "Seguramente todos se convierten en Brunos en su soledad al recordarme", pensé. También recordé las fotos que me tomaban en eventos como modelo. ¿Cuántos habrían liberado su frustración entre sus manos, comportándose como Bruno en la intimidad, al ver alguna imagen o video mío? ¿Cuántos y quienes? ¡Todos¡ supongo, amigos, docentes, esas compañeras que jugaban a ser lesbianas y parecían dejarse llevar por la broma intentando besarme entre risas y tragos… el doctor, el portero… La idea añadía un nuevo matiz a mi perspectiva sobre el impacto de mi atractivo en los demás mientras me veía en el espejo del gimnasio en medio de un mar de ojos pendientes de mis movimientos.
Pasaron varios sábados, y conseguí que Bruno moviera sus caderas mientras me miraba, como si fuera un acuerdo entre los dos, premiándolo con diferentes poses. El plan consistía en que actuara por sí mismo mientras me observaba.
Cada sábado, arrastraba el sillón hasta del fondo para acomodarme cerca de la jaula, y al ponerme en posición, intentaba guiar a Bruno para que moviera sus caderas, imaginando que, con la pose que le sugería, se transportara mentalmente a estar cogiéndome. Me costaba un poco, pero estaba emocionada por los avances que lograba.
Aunque el juego de poder entre el primate y yo era peligroso, ya que apenas me veía llegar, exigía que me pusiera en posición. A veces, cuando no podía controlarse y comenzaba a utilizar sus patas para estimularse, yo me cubría, y él, envuelto en su propia excitación, expresaba sus emociones con gritos. La situación se volvía cada vez más intensa y riesgosa, pero mi emoción por los avances logrados superaba cualquier precaución.
Intentamos varias poses para que aprendiera a moverse, le dejaba ver mis empinadas nalgas mientras apoyaba las rodillas sobre el sillón y mantenía las manos rectas en el espaldar, mis pechos rendidos por la gravedad y solo sujetos por los escotes que no daban mas, arqueaba la espalda demarcando mas mi figura.
Intentamos varias poses para que Bruno aprendiera a moverse. Le permitía ver mis empinadas nalgas mientras apoyaba las rodillas sobre el sillón y mantenía las manos rectas en el espaldar, mis pechos rendidos por la gravedad y solo sujetos por escotes que apenas contenían su exuberancia. Arqueaba la espalda, destacando más mi figura en la tenue luz del lugar.
Otra pose consistía en sentarme en el sillón, abriendo las piernas. De igual forma, arqueaba la espalda, haciendo que se despegara del sillón mientras mis hombros sostenían mi peso. La pose resaltaba mis pechos para Bruno, y parecía funcionar, ya que él se esforzaba por cumplir mis órdenes, ansioso por verme los senos. Noté cómo movía sus caderas y le complacía bajándome un poco más el escote. Ese día estaba a punto de mostrarle mis pechos en todo su esplendor, pero no pudo soportar la tensión y, en un acto de furia, utilizó sus patas. A pesar de que me cubrí en castigo, la imagen se había grabado en su mente, y se dejó llevar por la excitación descargando su semen en el vidrio nuevamente.
Lo positivo era que ya había logrado que, tras nuestra batalla de voluntades, Bruno se acostumbrara a acabar y me permitiera trabajar con Laika. Con solo un mes restante en ese lugar, sentía la urgencia de avanzar con ella. La ayuda de la doctora era necesaria para acelerar el proceso.
Tomé la decisión de abordar el avance con Laika los viernes, aprovechando la asistencia de la doctora para obtener el progreso deseado. La encontré en la entrada, y mientras caminábamos juntas, explicó que Laika ya tenía gestos y movimientos específicos, por lo que debíamos comenzar por ahí.
Ante la pregunta de la doctora sobre la razón de mi interés en Laika, le respondí con la excusa de que simplemente me gustaba y que mi objetivo a futuro era trabajar en una reserva después de terminar la carrera.
Al entrar al centro ese viernes, lamentablemente, había bastante personal en el ambiente. Traté de moverme discretamente, evitando que Bruno no notara mi presencia, y la doctora me acompañaba, decidida a asistirme en este desafío.
Doctora: Mira, vamos a empezar por algo sencillo, un saludo, ¡Laika! – dijo, y antes de que pudiera mostrarme el ejemplo, Bruno saltó desde el otro lado de la jaula, corriendo con sus cuatro patas hacia donde estábamos.
El alboroto que causó fue evidente para todos, ya que se pegó a los barrotes, y su miembro comenzaba a mostrar su excitación ante mi presencia. La risa se desató cuando el mono, acostumbrado a nuestras sesiones, hizo gestos bastante claros exigiéndome que me pusiera en posición, moviendo sus caderas de manera provocativa.
Usaba ambas patas para tocarse el pecho desde abajo, formando un pequeño bulto, una señal inequívoca de sus deseos. Sentí que todas las miradas se centraban en mis pechos, que, sin duda, eran los más prominentes y atractivos entre las presentes.
Aunque vestía de manera más casual, resultaba difícil que mi figura no resaltara incluso debajo de la bata. Mientras la doctora reprendía a Bruno, noté cómo todo el personal observaba la escena, impresionado pero con sonrisas burlonas.
El atrevido mono, comenzó a agacharse como yo lo hacia en el sillón, tuve que retirarme avergonzada, mientras el mono gritaba desde la jaula hasta perderme de vista.
Después de que todo se calmó, logré que la doctora me explicara y enseñara algunos gestos para comenzar a trabajar con Laika. Quedó decidido que practicaríamos el sábado con ella, y yo estaba ansiosa por avanzar en mi nuevo plan.
Al día siguiente, mostré mi descontento a Bruno por el papelón al que me sometió. Sin embargo, llegué a comprender que, siendo un animal, se dejaba llevar por sus instintos. Además, no podía ignorar mi propia contribución a su excitación, pues de alguna manera había fomentado que el mono se acostumbrara a mi presencia y reaccionara de manera más intensa de lo habitual.
Mientras permanecía en la mesa de trabajo revisando documentos sin pretender seguir la rutina acostumbrada, Bruno aguardaba.
Revisando los papeles, puede encontrar las anotaciones de Sofia:
- “Bruno se volvió más inquieto, al parecer la medicina administrada está haciendo mucho efecto”
- “Redujimos la dosis de Bruno, pero él sigue más potente que una licuadora en modo turbo. ¿Alguien dijo 'efectos secundarios'?”
- A bruno le gusta mi amiga Priscila jajaja
- “Traje fotos de mujeres para mostrar a Bruno, las miró un rato pero de inmediato salió corriendo para atenderse en soledad, esta vez lo hizo moviendo sus caderas como si fuera una persona”
- "Pregunté a Bruno si le gustaba el cine, y él respondió lanzándose contra los barrotes. Parece que prefiere las películas de acción. ¡Qué entusiasta!"
Mientras leía las anotaciones de Sofía que más parecían un diario, comencé a reír a carcajadas. ¿Qué calificación ameritaban esas anotaciones? ¿Qué clase de informe presentaría?
- “Laika nos mira con cara de '¿qué están haciendo estos humanos?' Mientras tanto, Bruno enamorado de Priscila. ¡Qué cuarteto tan interesante tenemos en el centro!"
- "Hoy le mostré a Bruno foto de gorilas hembras para ver si cambiaba sus preferencias, pero ni se inmutó. Parece que es un mono de gustos refinados."
- “Averigüe que Bruno fue amamantado con mamadera, ¿tiene algo que ver?”
- "Intenté tener una charla seria con Bruno sobre su comportamiento, pero él solo quería hacer drama. ¡Increíble¡¡ ¡Así son todos!”
- “Bruno me tiene harta!!! Ya me quiero ir¡¡
- "Bruno ha decidido que los viernes son días de pataletas. A partir de ahora, declaro oficialmente los 'Viernes de Capricho Simio'."
Mis risas resonaban en todo el lugar, y de repente, me di cuenta de que Bruno, desde detrás del vidrio de seguridad, también parecía contagiado por la alegría. Los escritos humorísticos de Sofía habían logrado transformar mi frustración en risas. Me acerqué a la jaula, aún con una sonrisa en el rostro, contagiada por el carisma y la inocencia que Sofía lograba transmitir. Miré a Bruno y entre risas le dije: "Todo por tu culpa".
Bruno, al comprender que todo estaba en tono de diversión, renovó sus intentos de persuadirme para que me quitara la bata. Aunque le negué la petición, consciente de que debía concentrarme en avanzar con Laika, para mi sorpresa, el mono adoptó una actitud inusual y obedeció. Se quedó observando mientras intentaba enseñarle a Laika nuevos movimientos aprovechando los consejos de la doctora. El resultado fue instantáneo: Laika comenzó a imitarme con los movimientos que la doctora me había enseñado. La emoción se apoderó de mí, y decidí dar el siguiente paso, animando a Laika a imitar algo diferente. ¡Y sí, Laika lo logró!
Fue un momento de exaltante euforia, donde tanto Laika como yo saltábamos con alegría divididas por el vidrio. Bruno, contagiado por la alegría, se unió a la celebración, saltando en su lugar. La tensión entre los tres se intensificaba, como si hubiéramos trabajado arduamente y estuviéramos presenciando el fruto de nuestro esfuerzo con entusiasmo y éxtasis.
La emoción rebasó los límites; experimenté una especie de ardor cálido en mi garganta, y mi corazón latía con fuerza mientras Laika imitaba mis movimientos y Bruno se sumaba a la festividad, saltando con ligereza y manteniendo sus patas traseras pegadas al suelo.
Impulsada por la alegría del momento, comencé a bailar con más intensidad, moviendo las caderas para que Laika siguiera el ritmo. Ella intentaba imitarme con entusiasmo, lo que me inspiraba a seguir. Mis movimientos se volvieron más fluidos y expresivos; giraba sobre mi propio eje, elevaba los brazos y sonreía mientras disfrutaba de la conexión con Laika, quien hacía su mejor esfuerzo por imitar mis pasos.
Mi rostro dibujaba una sonrisa enorme, me sentía relajada y feliz. Entonces mi celebración se vio truncada por la imagen que se reflejaba frente a mí; noté que Bruno que seguía saltando ligeramente mientras me observaba fijamente, pero noté como su miembro iba creciendo, esta vez lo noté muy rojizo y mas hinchado de lo normal, parecía no percatarse de su erección porque seguía saltando haciendo que se agite de arriba abajo, dejé de moverme, observando la escena, y en ese instante comencé a temblar, me cubrí los ojos con una de mis palmas. La emoción y la alegría se desvanecieron, a pesar de cubrirme los ojos, en mi mente seguía la escena de como ese pequeño miembro se iba agrandando, la curiosidad me ganó y lentamente fui bajando fui bajando mi mano hasta poder observar al simio.
El corazón me latía muy rápido, su pene estaba totalmente erecto, muy rojo, como si no fuera parte de él. Mi mente no comprendía que estaba sucediendo pues a pesar de la grotesca escena, mi momento de celebración pasó a ser una excitación extrema; sentí un cosquilleo entre las piernas y unas ganas intensas de deshacerme de mi ropa.
Por el arrebato del momento, atiné a quitarme la bata apresuradamente; ya me estorbaba. Ese día, opté por un conjunto casual pero llamativo: una camiseta ceñida de rayas horizontales en blanco y negro que destacaba mis curvas, acompañada de unos shorts de mezclilla que realzaban la forma de mis caderas y piernas.
Entregándome a la excitación del momento, avancé hacia Bruno al tiempo que elevaba la elástica camiseta sobre mis pechos, revelando mi sujetador negro. Bruno captó el mensaje de inmediato y se aproximó al vidrio. Estábamos a escasos centímetros de distancia, su aliento empañaba el vidrio mientras yo respiraba agitadamente, envuelta en la intensidad del momento.
Después de haber llegado a ese nivel de interacción con Bruno, sentí una mezcla abrumadora de emociones. La adrenalina aún corría por mis venas, y mi corazón latía con fuerza. Estaba consciente de que había cruzado un límite, llevando la situación a un nivel íntimo e inesperado con el primate.
Mientras Bruno se masturbaba a unos centímetros de distancia, tomando con ambas manos su miembro más grande de lo normal, separados por el vidrio empañado, experimenté una extraña conexión. Sus ojos, fijos en mis pechos, parecían transmitir una forma primitiva de deseo y reconocimiento. La situación generó una sensación de poder y vulnerabilidad al mismo tiempo.
Desabroché mi sujetador de inmediato liberando mis encantos, mientras ponía un gesto de placer, juntando los labios con fuerza y levantando las cejas como en un gesto de extrema preocupación. Bruno se detuvo a contemplar la escena con placer, entonces apoyé mis pechos desnudos contra el vidrio, el animal instintivamente intentó lamerlos, empapando el vidrio con su saliva y desempañándolo haciendo que mis pezones solo sean protegidos por el vidrio de unos cuantos centímetros de espesor.
Su enrome lengua intentaba lamerme desesperadamente, por momentos se separaba para contemplar y de inmediato se apegaba, Trató de pegar todo su cuerpo al vidrio y empezó a embestirlo haciéndolo resonar.
Yo sostenía mi camiseta con ambas manos para que mis pechos sigan libres, me quedé estática mientras su lengua pasaba y repasaba cerca de mi pezón derecho aplastado por el vidrio que temblaba ligeramente. Parecía que su calor había traspasado nuestra barrera de cristal, simplemente su lengua no paraba.
Entonces me baje ligeramente el short desabotonado los botones del frente, Bruno notó eso y de inmediato bajó para intentar lamerme. Me fui bajando el short aun más junto con mi tanga hasta descubrir mi vagina y apegarla. Bruno lamia con entusiasmo, mientras yo debía inclinar la cabeza para observar, pues mis pechos cubrían mi vista, el vidrio estaba muy mojado por su saliva.
El mono comenzó a lamer de arriba abajo sin parar, su boca apegada tratando de romper la barrera para alcanzarme.
Me di la vuelta mientras instintivamente me cubría los pechos cruzando mis brazos, apoyé mis nalgas ya desnudas al vidrio, fue en ese momento que el vidrio empezó a temblar tanto que parecía que se iba a romper, bruno se movía con rapidez y entusiasmo
Liberó su semen a chorros, toda esa hinchazón descargada fue como una cascada desbordante que chorreaba sobre el vidrio ocultando ligeramente mi desnudez de su vista. El mono gritaba de placer mientras daba unos pasos hacia atrás, pero su potencia era tanta que seguía llegando la vidrio.
Al acabar me cubrí y me arreglé, decidí salir temprano del Centro sin importar si me sancionarían. Seguía temblando, aun de camino a mi departamento, la pasión con la que Bruno me había dedicado una eyaculación me hacía sentir muy deseada y empoderada pero al mismo tiempo, rebajada y usada.
Al llegar el viernes, decidí ausentarme fingiendo una enfermedad, temía enfrentarme a otra situación incómoda y ridícula con Bruno frente a los demás. La semana pasada había sido un desastre, y mi conciencia me recordaba constantemente que me había dejado llevar por el morbo, desviándome del objetivo real de mi plan y posiblemente perjudicando el avance del proyecto.
Llegué directamente el sábado, todavía cargando un sentimiento de culpabilidad por las situaciones incómodas de la semana anterior. El portero, como siempre, me devoraba con la mirada cuando me acercaba. Sin embargo, esta vez, su escrutinio me incomodó más que la primera vez. Sentía sus ojos atravesando mi ropa, lo cual me hizo cruzar los brazos instintivamente para proteger mis pechos antes de entrar, mientras mi rostro se tenía de un sonrojo evidente.
Cuando Bruno me vio llegar, su alegría fue tan desbordante que se aferraba a los barrotes, incluso intentaba treparlos con sus cuatro patas. A pesar de los berrinches evidentes de Bruno, mi objetivo principal era trabajar con Laika. Ignoré las expresiones molestas de Bruno y me dediqué a laborar intensamente durante todo el sábado, siguiendo al pie de la letra los consejos de la doctora. A medida que avanzaba en mi trabajo, notaba la mirada incómoda y expectante de Bruno, quien debía permanecer tranquilo si esperaba que luego le otorgara alguna atención breve.
Con solo dos fines de semana restantes para concluir mi estadía, decidí no esperar hasta el último día por si surgían complicaciones. El próximo sábado sería el definitivo.
Finalmente, llegó el tan esperado día. Mi plan consistía en comenzar con Laika, haciéndola imitar mis movimientos. Una vez controlada, mi intención era ponerme en posición para que Bruno se acomodara encima de ella. Posteriormente, haría que Laika moviera las caderas para estimular a Bruno, y cuando él reaccionara, me quitaría la bata para que se excitara y pudiera aparearse con Laika. Sí, era un plan complicado y descabellado, pero confiaba en mí por todo lo que había logrado hasta ahora.
Al llegar, estaba llena de emoción. La recepcionista elogió mi dedicación, señalando que era mi penúltimo fin de semana trabajando allí. Entré y cerré con llave la puerta como siempre, aunque el Centro estaba vacío los sábados. Me puse en acción de inmediato, acomodando el sillón.
Laika imitaba mis movimientos de manera impresionante. Decidí dejar que tomara confianza para no arruinar todo. Cuando sentí que estaba lista, llamé a Bruno desabotonando el primer botón de mi bata. El mono se pegó al vidrio, reviviendo lo pasado, y tuve que exigirle que se retirara, volviéndome a cubrir. A regañadientes, entendió y apenas pude lograr que se acercara a Laika. Estaba funcionando...
Hice que Laika realizara maniobras para que el juego continuara, y cuando ambos estaban juntos, decidí desabotonarme la bata nuevamente, ordenándole a Bruno que se moviera según lo que le enseñé. Moví las caderas, y Laika también siguió el ritmo. Vi cómo chocaban sus cuerpos con el movimiento; era el momento esperado. Me desabotoné toda la bata, permitiendo que Bruno observara el atuendo más revelador que había mostrado hasta ahora.
Una lencería negra con encajes, un sujetador push-up sin tirantes, solo las abrazaderas a la espalda. La tanga revelaba mis piernas esculpidas y torneadas en su totalidad, acompañada por unas medias de nylon negras que se extendían hasta los muslos. Complementé el conjunto con un collar negro para resaltar mi piel blanca. Estaba decidida a excitar a Bruno; se lo merecía por obedecerme. Sin embargo, también estaba determinada a revelarle mi atuendo solo si cumplía con lo que le sugería. Pude notar que estaba teniendo una erección. Abrí las piernas y comencé a mover más mis caderas, viendo cómo Laika, al imitarme, chocaba su vientre con el miembro de Bruno. Era el momento, solo debía encontrar el camino. Parecía que estaba a punto de descubrirlo y, de repente...
Sentí una respiración agitada. Al voltear la cabeza, vi al asqueroso portero con sus ojos bien abiertos, sin poder controlar su tembladera. Su vista estaba pegada a mi cuerpo, y su mano apretaba mi pantalón con fuerza. Me levanté de un salto cubriéndome y, al darme cuenta, vi cómo Laika también lo hizo.
No, no, no – Dije y le ayudé a acomodarse, mientras me cubría con la bata sin abotonarme apresurada. Laika se acomodó.
Priscila: ¡Salga de aquí! - Le dije con enfado mientras trataba de mantener la posición, pero el viejo se quedaba en su sitio sin decir nada.
El desgraciado estaba arruinando todo. La pareja de chimpancés estaba ahí, como esperando órdenes, y yo no podía moverme para echar al asqueroso portero. Finalmente, pensé que debía deshacerme de él e intentar todo de nuevo. Me levanté y con gritos lo eché, pero el terco viejo no se dejaba. No pude más y me frustré al ver que los chimpancés se habían separado, y de paso, Bruno eyaculaba en soledad excitado por mi actitud. Me senté a punto de llorar.
Priscila: ¡Lárgateee! - Su atrevimiento finalmente me sacó una lágrima de frustración. Entonces, el asqueroso se acercó a la jaula.
“Bruno” decía, mientras yo permanecía en mi sitio con la cabeza agachada y las manos cruzadas. Cuando levanté la vista, vi cómo el viejo jugaba con Bruno al igual que la doctora, y el chimpancé le imitaba a la perfección.
Portero: Yo rescaté a Bruno, bueno, me lo encontré y lo crié en la reserva, por eso el doctor no puede echarme. Jaja, este mono tiene una conexión única conmigo. Si me botan, hace un escándalo, aunque no tanto como cuando vos lo provocas, mamacita. Jajaja.
Quedé en silencio, aún molesta, pero sorprendida por la revelación.
Portero: Te he visto, Priscila, cada sábado. Realmente te has esforzado, aunque hoy te viniste más puta, lo que hizo que no pueda aguantar acercarme. Pero mi favorito siempre fue el atuendo del primer día, con esos jeans mostrando tu culito. Uuuy, no sabes las pajas que me hice, más que Bruno. Jajaja.
No tenía reacción. Estaba paralizada, escudriñando e intentando comprender en mi mente cómo todo el tiempo he sido observada por este viejo decrépito.
Portero: El deportivo rosa también me gustó mucho. Ahí se veían más tu culito, que digo culito, ¡culote¡, pero prefiero los jeans porque es un clásico, y tus tetas, ufff. ¿Te acuerdas cuando le diste de amamantar a Bruno? Yo esperaba a que te des la vuelta para ver, pero no pude hacerlo y eso que me animé a acercarme y me puse detrás de la mesa, ahí me estaba pajeando en silencio. Hice algo de ruido pero por suerte no te percataste, no pude evitarlo, fue cuando pude ver la mitad de tu culo cuando te bajaste el short. Este mono tonto no duró mucho, aunque – me recorrió con la mirada – no lo culpo.
Mi mente imaginaba al viejo escabullirse cada sábado por algún lugar, quizás entre las paredes, ya que él dominaba el lugar, hasta llegar a un escondite seguro con una vista privilegiada para observar mi intimidad. Todavía estaba incrédula cuando el viejo continúo con su atrevimiento.
Portero: Bruno - le dijo y movió las caderas haciendo que el mono lo imite – ¿Lo intentamos?
El portero se aproximó hacia mí, y de manera instintiva, me puse de pie. Al girar la cabeza, noté que Laika imitaba cada uno de mis movimientos. Negué con la cabeza, sintiendo cómo las vibraciones de un temor creciente se apoderaban de mi cuerpo.
Portero: Ves aquel rincón, ahí hay un hueco, no es notorio por la sombra y la se cubrir bien con las cajas amontonadas, Mi plan era hacerme unas pajas con la doctora, pero el destino me trajo un regalo de los dioses, te dediqué varias desde el primer día, cuando tu amiga te levantó la bata para mostrarle a Bruno, no sabes cómo me puse, aunque no podía ver bien desde mi ángulo, como envidiaba al mono ese día. Aunque luego tuve mejores vistas, el sillón tiene mucho semen mío por ti, aprovechaba cuando te ibas y el olor que dejabas hacía que me cogiera a ese sillón en tu nombre. ¿No es verdad Bruno? Jaja, él lo sabe
Al estar ya muy cerca, con una sonrisa forzada y palabras suaves, trató de tranquilizarme mientras afirmaba que solo quería ayudar. Sin embargo, mi tembladera se incrementaba; me debatía entre la oportunidad y la repugnancia que me provocaba aquel hombre. Su apariencia, una obra de descuido y mal gusto, se sumaba al asco que ya experimentaba por sus acciones. Vestía una camisa a cuadros desgastada, un pantalón plomizo desteñido y zapatos con punta redonda. Su barba mal rasurada y su pelo escaso y desaliñado completaban el retrato de su descuido personal. Una postura agachada demarcaba su espalda con una especie de joroba mientras elevaba la cabeza forzando el cuello. A pesar de su intento de sonreír, su piel caída y sudorosa revelaba su antigüedad y la falta de higiene.
A medida que se acercaba, mi deseo de huir se intensificaba. Sin poder reaccionar, me tomó de los hombros y me hizo sentar. Observé cómo Bruno hacía lo mismo con Laika, y una sensación de impotencia se apoderó de mí. Abrí la boca, agitada y temerosa, tomé conciencia de que mi cuerpo chocaba con los cojines violados por ese viejo.
Mientras el viejo insistía, intentando abrir mis piernas. Resistí, manteniendo mis músculos rígidos ante sus avances. Su peso hizo que cediera y se acomodó entre mis piernas apegándose a mí, giré la cabeza y vi a Bruno, junto a Laika, observándonos en silencio.
El viejo empezó a moverse apoyando su miembro ya erecto por encima de las ropas, Bruno lo imitaba, yo instintivamente empujaba su pecho para alejarlo mientras sentía su miembro recorriendo la línea de mi vagina debido a lo sedoso de mi tanga
Logró abrirme la bata aprovechando que mis manos estaban ocupadas empujándolo, al verme en lencería se excitó más y aumentó la rapidez de sus movimientos.
No me acostumbraba a la incomodidad, pero al ver a Bruno y Laika que parecían que lo estaban haciendo, me esforzaba por aguantar al viejo y sus embestidas
Intentó acercarse para besarme pero lo contuve nuevamente con mis brazos, cesó sus movimientos tratando de alcanzar mis labios pero no le dejaba, vi como Bruno y Laika nos imitaban y cuando el viejo se dio por vencido descubrí que en realidad había frenado su movimiento para liberarse el pene que lo apoyó sobre mi lencería y comenzó otra vez con las embestidas.
En ese instante empezó el forcejeo pues intentaba quitarme la tanga mientras con una mano no se lo permitía, incluso rozando con mis dedos su miembro sin querer y por arriba las otras dos manos de ambos pelaban para que no me toque los pechos.
Aprovechó para apoyarse sobre mí y lengüetearme el cuello, le empujaba la barbilla, pero su mano quedaba libre y buscaba quitarme el brasier.
En cualquier momento podía empujarlo y quitármelo de encima, pero vi como Bruno estaba en su auge con Laika, solo esperaba a que se apareen y quitarme a este viejo de encima.
“Bruno, Bruno” le dijo para que lo imitara, estiró sus manos y Bruno lo imitó, llegó hasta mis pechos, tuve que permitírselo porque Bruno hacia lo mismo con Laika, con fuerza bajó mi sujetador liberando mis encantos, yo estaba con los codos pegados al cuerpo y levantando mis manos por los costados en claro gesto de asombro, entendí que la estimulación podría ayudar a Laika, era mi destino, aunque no quería llegar a tanto, era mejor terminar todo aquí, ya no importaba el experimento, no podía permitir que este viejo se aproche de mi, eso era demasiado.
No terminé de redactar todo eso en mi mente cuando sentí los pulgares callosos y sucios en mis pechos, los sostenía de desde abajo elevándolos y juntándolos, la estimulación me hizo abrir la boca soltando un gemido corto y elevar las cejas por la fricción, hasta entonces el viejo no lo sabía, pero mis pezones son muy sensibles al tacto, ya no tuve defensas cuando vi que sus pulgares se acercaban
Priscila: Despacito – Le dije suplicando piedad que fue en vano, sus pulgares se movieron rápidamente castigando mis pezones
No pude evitarlo, comencé a gemir mientras el viejo sonreía, aguantaba mirando a los chimpancés, Laika se dejaba y parecía ceder.
Luego, el viejo se alejó y vi como se deleitaba con mis encantos, los juntaba, los alzaba hundía sus dedos en mis pezones, desde mi perspectiva no perdí la escena, sorprendida como mis pechos eran sometidos por esas manos mugrientas, hacia lo que quería, las movía en círculos, luego levantaba una y bajaba la otra, perdí la escena de los chimpancés, como me estimulaba los pechos el viejo era de repente más entretenido, las novió rápidamente haciendo que todo mi cuerpo tambaleé. Entonces se arrojó hacia mí y con sus labios succionó mi pezón derecho, luego paso al izquierdo desesperado iba de uno al otro mientras que con sus manos empujaba desde los costados para unirlos, se sentía tan rico, que no podía creerlo.
Luego tomó nuevamente mis pezones con sus dedos índices y pulgares y mientras movía suavemente mis ensalivados pezones se acercó a mi cara dándome pequeños besos juntando sus labios. El viejo podía escuchar muy cerca mis gemidos y presenciar mi rostro agitado, buscaba mi boca, pero se la negaba. Apenas trataba de juntar su labios con los míos, yo giraba la cabeza mientras tenia la boca abierta e iba soltando pequeños quejidos.
Se acomodó subiéndose al sillón. Giré la cabeza, los chimpancés ya no estaban juntos, no pude ver si se aparearon o no, pero dejé que el viejo continúe.
Acomodó su miembro entre mis pechos, me tomó de las manos e hizo que le ayudara aprisionando, y empezó a moverse.
Bruno me miraba fijamente mientras me tambaleaba en el sillón y el miembro del viejo entraba y salía entre mis senos. Con cada embestida soltaba un gemido ligero “Ah”, “Uy” “mmmhh ahhh”
Ahí estaba yo, sentada con las piernas juntas, mientras me tomaba los pechos desde los costados y con la espalda recta esforzándome por mantenerme erguida para satisfacer los deseos de ese viejo.
Noté que Bruno comenzaba a estimularse mirando la escena olvidando a Laika, comprendí que no conseguí que los simios se aparearan, sin embargo dejaba que el viejo pene del portero se apodere de mis pechos, su movimientos se volvieron mas bruscos empujando con fuerza haciendo que mi espalda rebote con el espaldar del sillón, la mismo tiempo se escuchaba el rechinar de la madera que parecía que se quebraría en cualquier momento.
Escuché los quejidos del viejo “Ahhh” “ahhhhhh” y de repente frenó sus embestidas. Liberé su pene de inmediato, me tomó de las muñecas para observarme por un instante y con fuerza abrió mis piernas, hizo a un costado mi tanga y me fue penetrando de a poco, yo miraba horrorizada, al girar la cabeza miré a los chimpancés que ya no se apareaban, estaban absortos por la escena.
El viejo empezó a moverse, y su respiración se volvió entrecortada, sincronizando con la mía. Por fin, pudo besarme, pero el aire nos faltaba. Sentía su asqueroso aliento, mientras yo ofrecía la frescura del mío. Mis ojos se encontraron con los de Bruno, el celoso mono que comenzó a gritar exigiendo a su hembra. Dejé que sufriera, y mirándolo directamente a los ojos, cambié mi gesto a uno de incomodidad.
Mientras tanto, sentía cómo el viejo me penetraba hasta que quedé con la boca abierta. El viejo no tenía piedad, empujaba con todo su peso, castigándome sin descanso. El sillón rechinaba bajo la fuerza de sus embestidas, mientras el dolor se mezclaba con el placer, creando una sinfonía de sensaciones que me dejaba al borde del éxtasis.
Entendí que no había escapatoria, y la excitación me envolvía por completo. Mis gemidos resonaban en la habitación mientras el viejo aceleraba el ritmo. Bruno, en su jaula, se agitaba frenético, deseando liberarse para poseerme.
En medio del torbellino de sensaciones, me levanté y me acerqué a la jaula. Apoyé mis pechos en el frío vidrio, provocando que mi piel se erizara. Arqué la espalda, ofreciéndome aún más al viejo que, sin vacilar, se aferró a mis caderas con desesperación.
Sus embestidas se hicieron más feroces, y sus manos se clavaban en mi piel con ansias salvajes. Mis pechos se deslizaban sensualmente sobre el cristal mientras mis labios se entreabrían en un éxtasis indomable. Bruno golpeaba y rugía, enloquecido de celos, sus ojos ardían con un deseo feroz, anhelando ser él quien este en lugar del viejo.
Escuché cómo el viejo depravado gritaba más fuerte, entregándose al éxtasis. Sin resistirme, dejé que se viniera dentro de mí, sintiendo cada pulsación en lo más profundo de mi ser.
El viejo seguía moviéndose lentamente, y me sostenía fuertemente de las caderas que ya estaban enrojecidas por su agarre, asegurándose de que cada gota de su semen quedara dentro de mí. Pero mi mirada estaba puesta en Bruno, cuyos ojos ardían con un deseo desenfrenado. En ese momento, le hice una promesa silenciosa con la mirada, una promesa de placer y sumisión, siempre y cuando su dueño le diera permiso.
“Lo siento Bruno, esta hembra ya tenía macho, y está dispuesta a satisfacer sus deseos más oscuros, podrás cogerme siempre y cuando él te de permiso de hacerlo” La pasión se fue apagando en medio de la tenue luz del lugar y la lujuria compartida.
Decidí retomar el curso reprobado con el mismo docente y claro que me ofrecí a ser voluntaria en el centro de rehabilitación animal, me esperaba un nuevo semestre donde debía cumplir con las “tareas” que me impongan y estaba dispuesta a cumplir cada una de ellas, ansiosa por las lecciones y también por las consecuencias de no hacerlas. Sabía que, en caso de incumplimiento, la "educación" que recibiría sería más intensa y personal.