June 11

El Cliente de mamá 2

Capítulo 2


Mi madre Akira quería verme. Yo quería verla. Ambos queríamos tener este contacto filial después de tanto tiempo sin mirarnos. Mi padre la había abandonado y ella se sentía triste y desmoralizada. Con mi ausencia, se sentía sola, y me necesitaba, y yo por este motivo necesitaba verla para ofrecerle mi apoyo y mi cariño.

El problema es que yo estaba internado en un cuartel militar de alto rendimiento donde al finalizar mi servicio aspiraba a obtener una plaza en la Universidad de las Fuerzas Armadas del país, y la principal norma durante la estancia ese año era tener contacto cero con nuestros consanguíneos directos.

Y estas normas resultaban un tanto extrañas y contradictorias, toda vez que a pesar de estar prohibido tener contacto con nuestros seres queridos para poner a prueba nuestra fidelidad y prioridad a la nación en un eventual caso de campo de batalla, a su vez se nos permitiera saciar nuestras necesidades sexuales contratando putas que pagábamos con nuestras propias becas.

Bajo estos términos, y al verme imposibilitado para poder ver a mi progenitora de otra manera, se me ocurrió que una opción para que ella viniera al cuartel y estuviera conmigo por una noche entera era precisamente haciéndola pasar por una “prostituta”.

Mi plan tenía sentido y tuve la certeza de que si actuábamos con sabiduría podría funcionar. Después de todo nadie conocía a mi madre en ese lugar. Nunca le mostré una foto de ella a mis camaradas y compañeros sobre todo porque ni siquiera teníamos permitido tener un teléfono celular.

Otro punto que jugaba a nuestro favor era que físicamente ninguno de los dos nos parecíamos, ya que Akira, mi madre, tenía unos rasgos asiáticos de los cuáles yo no había heredado ni siquiera el color de piel, pues más bien me parecía a mi papá.

Cuando le plantee esta idea a mi madre, ella se quedó absorta y en silencio por varios segundos. Yo sentí que mi esófago se congelaba y ella comenzó a respirar con dificultad.

—¿Estás bien, madre? —le dije preocupado.

Se hubo un silencio prologando, luego una respuesta:

—Ehhh, sí, sí, eso creo, mi soldadito de plomo... es solo que se me fue un poco el aire por un instante.

Lo único positivo de ese momento fue que Astrid, la puta predilecta que solía venir cada quince días a mi alcoba para fornicar, se había quedado en silencio después de minutos de exageración en la que simuló que estaba teniendo el mejor sexo de su vida en brazos de mi hipócrita amigo Alex. A mí me dio risa saber que Alex duró muy poco tiempo machacándola, aun cuando su intención era superarme. Me imaginé la cara de decepción de Astrid al ver el poco rendimiento de su “macho” en turno y de momento quedé satisfecho.

No así de satisfecho con el silencio de mi progenitora, que había quedado estupefacta después de que le dijera que la única solución que había para que me visitara era que se hiciera pasar por una fulana.

—Siento mucho si te impactó mi propuesta, madre, pero de momento es la una forma que tengo para poder verte sin ser sancionado. Es que así, nadie sabría que tú eres mi madre y pues…

—Sí… sí, hijo, no me tienes que dar explicaciones, te repito que simplemente yo… me quedé sin aire.

Su voz sonaba entre impactada y nerviosa. Me sentí mal por haberle propuesto algo así. Mis ganas de verla me habían hecho perder los papeles.

—Oye, madre, si te sientes incómoda, pues ya veremos la manera de encontrar otra solución y… bueno. Te juro que jamás pretendí incomodarte ni faltarte al respeto, sugiriéndote cosa semejante.

Mamá se echó a reír, pero era una risa nerviosa y angustiosa.

—No, no, mi vida; tranquilo, lo que pasa es que bueno, ya sabes, me ha costado asimilar lo que me acabas de decir. Pero no es porque me sintiera ofendida. Entiendo que es la única forma para vernos. Lo que pasa es que una como madre nunca espera que para ver a su hijo lo tenga que hacer en calidad de… mujer… de la vida galante.

Mamá continuó riendo nerviosa, y yo me sentí un poco perturbado. La verdad es que, si nos ponemos a pensar con seriedad, toda esta situación sí que resultaba un poco incómoda, embarazosa y hasta turbia.

—No tienes que hacerlo, ¿he, mi hermosa? —Solía ser muy cariñoso con ella desde niño. La verdad que desde pequeño fui muy cercano a ella, más que con mi padre, y por lo mismo estábamos acostumbrados a esta clase de muestras de cariño.

Lo anterior es un motivo más por el cual a ella le había sentado tan mal nuestra separación.

—Quiero hacerlo, corazón, necesito verte, no me importa lo demás.

—A mí sí me importa, madre. No voy a permitir que pases por esta vergüenza… degradación, como lo quieras llamar, sólo para cumplir el capricho de tu hijo que quiere que vengas a verlo.

—No sabes el consuelo que siento al oír tales palabras, mi soldadito de plomo: hace tanto que no me sentía… tan amada, que me cuesta creer que mi hijo me necesita. ¿De verdad quieres verme, Erik?

—Como no tienes una idea, madre, ¿y tú? ¿Tú realmente me quieres ver a mí?

—Lo estoy deseando, cariño. Haría lo que fuera por estar junto a ti… aunque sea un solo instante.

—Lo sé, mi hermosa. Yo sé que tú harías lo que fuera por estar a mi lado, pero ahora que lo pienso, creo que me excedí proponiéndote… eso… así que no.

Sentía un nudo en el estómago. Algo completamente vergonzoso que no me dejaba tranquilo. ¡Cómo le había sugerido a mi propia madre que se hiciera pasar por ramera para venir a verme, caray!

—Te repito que no me importa, ¿lo sabes, cariño? Si el día quince es tu día de visitas… y yo tengo que ir en calidad de… mujer de esas, pues entonces… lo haré, te juro que yo iré.

—¡Pero mad…!

—Pero nada, Erik. Dime a qué hora tengo que estar allí… en el cuartel militar. Dime qué diré y con quién tendré que dirigirme para poder verte… ¿cómo es que funcionan esa clase de… visitas?

—No, no, de ninguna manera, madre. Olvida lo que te dije y, por favor, confía en que podemos encontrar otra alternativa.

—Por favor, hijo, no me hagas esto. Si me diste esta alternativa es porque tú crees que es la única forma para podernos ver, ¿cuál es tu problema? Es cierto que al principio me he sentido… extraña, pero ya pasó. Mis deseos de abrazarte y llenarte de besos son mayores que mi vergüenza y mi pudor.

—¡No voy a arriesgar tu integridad, madre! ¡No insistas, porque no voy a permitir que alguien te falte al respeto pensando que tú eres…!

—¿Una prostituta en lugar de tu madre? —contestó ella con seguridad. Y yo me sentí terriblemente incómodo cuando me dijo eso—. Vamos, cariño, que ya tengo una edad para poder manejar este tipo de situaciones. Ya te dije que mis deseos por verte valen más que cualquier humillación. A no ser, claro (cómo no se me ocurrió antes) que ese repentino cambio de parecer se deba a que, precisamente, mi edad sea tu verdadero problema.

Su respuesta me desconcertó.

—¿Pero de qué hablas? ¿Cuál problema?

Ella guardó silencio por dos segundos, abocanó aire y dijo:

—Pues… que al yo ser una mujer madura, Erik, temes que tu reputación entre tus compañeros… se vea ensuciada.

—¿Qué?

—Hijo, si ese es tu problema, dímelo, por mucho que me duela te juro que lo entenderé.

—¡Pero…!

—Hijo —continuó ella con un tono de voz triste y resignada—. Sería incapaz de convertirte en el hazmerreír de todo el cuartel por recibir a una vieja como yo. Me sentiría sumamente culpable saber que por mi causa te dejaré en vergüenza ante cuartel entero… Después de todo… si tu padre me ha cambiado porque ya paso de los cuarenta… es mucho más lógico que un joven como tú…

—¡Por favor, mujer! ¡¿Pero es que me puedes dejar hablar?! —exclamé, sintiéndome terriblemente indignado de que pensara que yo tenía semejante concepto de ella—. ¡¿Es que te has vuelto loca, madre?! ¿Cómo se te ocurre que me sentiría avergonzado de que mis compañeros del cuartel me vieran contigo? ¿De verdad la separación de papá te dañó tanto la autoestima? ¿Es que no te has visto en un espejo? ¡Eres la mujer más hermosa del mundo! Y encima con la edad te has puesto mucho mejor y…

—Erik… mira… no intentes arreglarlo, te juro que yo entenderé si…

—¡Te digo que me dejes hablar, por favor! ¡Yo no siento vergüenza por mí! ¡Todo lo contrario!¡¿Sabes que entre los cadetes del cuartel las milf… es decir… las mujeres maduras son las que tienen mayor peso?! ¿Sabes que las mujeres de tu edad son nuestras preferidas?

Mi progenitora hizo un sonido de sorpresa con la boca.

—¿Has dicho “nuestras”? —me preguntó ella con un tono de voz lleno de indignación—… ¿es que acaso tú… tú recibes visitas… de este tipo… de mujeres… en tu alcoba?

Su recriminación como madre que se entera que su preciado hijo fornica con putas… (y que casi me pareció una recriminación fuera de sentido dado el contexto) por poco me deja absorto.

—Madre… por favor… no te vas a poner a regañarme por esto ¿verdad? O sea… yo también ya tengo una edad y sabes de mis… necesidades masculinas…

—¡Sí! ¡Sí! ¡Entiendo! ¡Entiendo!¡Ya, ya, sí, sí, no más, no tienes que explicarme nada, lo siento, lo siento! —Ella reaccionó sumamente avergonzada. Casi la pude imaginar con un gesto de asco y espanto que en otras circunstancias me habría resultado gracioso—. No tienes que decirme nada… Erik…

—Pero yo quiero explicarte, Madre… Me da pena esto más que a ti y te juro que… no me gustaría que te quedaras con la impresión de que tienes un hijo… pervertido… Es solo que tienes que saber que yo… aquí encerrado, con cero contacto con chicas… a mi edad… tengo ciertas necesidades y…

—¡Te digo que basta, Erik! Ay, por Dios, perdona, cariño, pero es muy incómodo para mí… hablar de estos temas contigo. Pero te juro que… a veces se me olvida que ya no eres un niño… y que, en efecto, a tu edad… pues sí… necesitas… una mujer que… ¡Ay, no, de nuevo estoy hablando de más! ¡Mejor volvamos a donde estábamos antes…, ¿quieres?!

—Sí, está bien… perdón, no quise incomodarte…

—Lo sé, lo sé… ay, aaay…

—A ver, madre, respira… y como dices, mejor regreso donde me quedé antes, donde te estaba dando a entender que, lejos de lo que crees, para mí sería un privilegio que todos supieran que tú, tan hermosa y majestuosa, vienes conmigo. Quiero decir que en lugar de burla, yo sería objeto de envidia y de admiración.

Mi madre se quedó en silencio durante un momento. Yo sentía mi corazón palpitar muy fuerte. Ella aguardó cautelosa y nuevamente respiró hondo y dijo:

—¿Estás hablándome en serio, hijo, o sólo tratas de hacerme sentir bien?

—¿Qué si estoy hablando en serio al decir que las mujeres maduras son las predilectas de mis compañeros? Sí, madre, son la sensación, todos las aman. Y por eso te digo que si me ven contigo pensarán que soy el tipo más afortunado del mundo.

Ella se quedó en silencio nuevamente. Podía escuchar su respiración entrecortada.

—Pero… ¿y tú…? —Ella sonaba tan nerviosa cuando me hizo esa pregunta que por un momento creí que se le iría la voz—. ¿Y tú Erik…? ¿También prefieres… a las mujeres como yo…? Quiero decir… no como yo… sino… maduras, ¿me explico?, que si a ti te gustan las mujeres maduras.

Me extrañó bastante ese nerviosismo en mi progenitora cuando me preguntó aquello, sobre todo porque ella solamente se atascaba con las palabras para hablar cuando se sentía incómoda con algo.

—Pues sí —le admití con total sinceridad y un poco de pena—. Me fascinan las maduras… madre… no sabes cuánto.

No sé qué me pasó en ese momento pero en segundos mi cabeza se acochambró y se tornó sórdida, mostrándome imágenes sucias que me resultaron terriblemente turbias y asquerosas.

Al principio esas imágenes surgieron pensando en el cuerpo desnudo de Astrid, con sus enormes senos brillantes y grasientos botando de arriba abajo sobre su torso mientras me cabalgaba con vehemencia, gritando guarradas al por mayor, como lo había hecho hace sólo instante al otro lado de mi alcoba.

Al principio esas imágenes surgieron pensando en sus piernas obesas aplastándome los muslos en cada sentón. Pensando en su coño tragón absorbiéndome mi falo. Pero de pronto… aun si al cerrar los ojos estaba pensando en el cuerpo desnudo Astrid, cuando los abrí de nuevo, me llevé una gran sorpresa al descubrir que era el rostro de mi madre completamente congestionado en lujuria el que me miraba cual guarra mientras bailaba sobre mi verga.

***
¡¿WTF?! ¿Pero qué mierdas estaba pensando? ¡PENDEJO! ¡PENDEJO! ¡PENDEJO!

Tuve tanta vergüenza de haber profanado la imagen de mi progenitora al traerla involuntariamente a mi cabeza de esta forma tan grotesca y obscena, que casi quise pedirle perdón por teléfono. Y lo habría hecho de no ser porque entendí que ella… ni siquiera era consciente de lo que pasaba por la cabeza de su depravado hijo.

—¿Erik? ¿Hijo, sigues en la línea?

—¿Eh? Ah, sí, madre… perdón… perdón… de pronto hubo interferencia… pero aquí estoy…

Me sentí mucho más culpable cuando la imagen de mi madre en cueros, con sus ubres enormes colgándole en el pecho produjo que tuviera una erección. ¡JODEEEER!

—Ah, qué bueno, porque me habías preocupado, cariño… pero, ¿entonces qué, hijo? ¿Te animas a… que llevemos a cabo este plan?

Con la erección en mi pantalón admití que justo eso era lo que más quería. O sea; no que viniera en calidad de puta a verme, sino simplemente que viniera... ¡Joooder! Si aceptaba este plan estaría mortificado y con la ansiedad constante de pensar que quien la viera entrar podría faltarle al respeto al creer que ella era una prostituta auténtica, y yo sin la posibilidad de poder defenderla para evitar generar sospechas.

Si aceptaba que se llevara a cabo el plan, tendría que aceptarlo con todos los contras que esto implicaba, como el hecho de que por mucho que nos esforzáramos al final terminaran descubrieran la verdad, que ella era mi madre y no una prostituta. O que, si de verdad lográbamos pasar la prueba de fuego y todos se tragaban el cuento de que ella era una mujer de la vida galante… a alguien le pudiera dar por interesarse o encapricharse con ella, (como había ocurrido con Astrid) y empezaran a joderme con que les pase su contacto para agendar una cita con ella, cosa me que llenaría de profunda rabia.

Pero si me negaba, entonces sería mi madre la que se pondría mal, al creer que yo me avergonzaba de ella, propiciando que su autoestima se viera afectado mucho peor de lo que ya estaba ahora.

Así que tuve que decidir lo que era mejor para ambos… aun si en el fondo sabía que no era lo mejor.

—Está bien, madre… llevemos a cabo el plan.

***
Juro por Dios que aquella fue la conversación más incómoda que tuve en mi puta vida a partir de que aceptara que ella viniera a verme el día quince en calidad de ramera. Ni siquiera se compara esta incomodad al hecho de aceptar ante ella que yo necesitaba de prostitutas quincenales que saciaran mis necesidades sexuales.

No. Lo verdaderamente incómodo fue tener que planear cómo iba a venir vestida, el nombre con el que se iba a presentar, y todo ese tipo de protocolos que se tienen que seguir cuando se ingresa a un cuartel militar.

—¿Estás seguro de que no me van a pedir mi identificación oficial al entrar, Erik? Es que si miran mis apellidos… podrían sospechar de que tú eres mi hijo, y no un cliente.

La palabra “cliente” me incomodó un poco, al mismo tiempo propició que mi erección no cesara, sino que siguiera aplastándose en mi bóxer. Me estaba siendo muy difícil eliminar de mi cabeza esa imagen suya… de mi madre en pelotas, lujuriosa, sexosa… con las tetas de fuera y sus pezones puntiagudos pegándose en mi lengua, mientras mi verga apuntaba a su encharcada vagina.

¿Qué mierdas me estaba pasando? ¿Es que me estaba volviendo loco? ¡Madre mía, pero si estamos hablando de mi progenitora, la mujer que me parió y por cuya vagina fui extraído!

—No, no, no… madre, sólo te pedirán la huella —tartamudee—. La ley contempla esta clase de anonimidad entre quienes se dedican a ejercer este… oficio.

—Ah… entiendo, ¿y entonces cómo debo presentarme ante los inspectores del filtro de entrada? ¿Qué nombre daré, hijo?

Buena pregunta. La verdad es que no tenía ni idea.

—Ammm, no lo sé. No me había puesto a pensar en ello, ¿a ti se te ocurre algún nombre en particular?

Mamá reflexionó en silencio.

—Akira —me respondió muy segura de sí misma, dejándome asombrado.

—¿Akira? Madre, pero si ese es tu nombre real. ¿Cuántas Akiras conoces en este país? Tu nombre de por sí ya es… muy peculiar, ¿cómo te vas a presentar así?

—¿A caso a alguien le has dicho mi nombre, Erik?

—Te digo que no podemos hablar de ustedes con nadie. Se supone que tenemos que tenernos en el olvido durante nuestro entrenamiento en este cuartel.

—Pues entonces ahí lo tienes, Erik, no habrá mayor problema. Es que hijo… si me van a quitar mi condición de madre y de señora para venir a verte… al menos déjame conservar mi nombre. ¿Tú crees que a alguien le importará verdaderamente el cómo me llamo?

—Pfff… pero es que… prrr--- pues… está bien, caray… está bien… que sea como tú quieras.

Todavía con el teléfono en la oreja, regresé a mi cama y me tumbé, con la luz apagada. Necesitaba la oscuridad para pensar y asumir todo esto. Necesitaba relajarme y permitir que mi falo dejara de estar tan duro. ¡Necesitaba sacarme las tetas imaginarias de mi madre de la cabeza!

—¿Es necesario que use ropa muy… sugestiva, corazón? —me preguntó ella con tal naturalidad que pareció que verdaderamente se estaba metiendo en su papel—. ¿Ropa muy provocativa… es imperativo? Supongo que sí, ¿verdad, cariño? Ropa entallada… sugerente… sensual…

Esa pregunta sí que no me la esperaba en su momento. Me quedé callado, porque no supe qué decir. Es que no me imaginaba a mi madre, ella tan correcta y tan fina, llegando al cuartel militar vistiendo como lo hacían las putas normales; en minifalda casi a la altura de la mitad de sus culos, tacones altos y escotes casi a la mitad de sus pechos.

—Asumo que tu silencio confirma lo que imagino, ¿verdad Erik? Debo de llegar vestida de una forma… de acuerdo a mi oficio.

—¡Joder, madre, en ese tema… la verdad es que yo lo dejaré a tu consideración… a tu criterio! Me daría muchísima vergüenza el sólo hecho de decirte cómo es que debes de venirte vestida para… que tu papel de… pues ya sabes, sea convincente.

—No te agobies, cariño, que lo tendré en cuenta.

—¡Pero por favor, madre, hazme favor de que te traiga un taxi desde casa hasta aquí! Un taxi de confianza. Puedes ponerte… una gabardina larga y discreta que oculte el resto del vestuario. ¡Pfff, mamá, de sólo pensar que los vecinos o alguien en la calle pudiera verte vestida… así… te juro que mi cabeza quiere estallar!

—Ya te dije que no te agobies, Erik. Confía en mí. Yo me haré cargo de eso.

—Es que no puedo estar tranquilo sabiendo que todo esto será muy duro para ti… y para mí. Pero te prometo que lo más incómodo será cuando pases el primero filtro de seguridad…

—¿A qué te refieres, hijo?

—A que… es inevitable que en ese filtro… tú…

No me di cuenta de en qué momento sucedió, en qué segundo o en qué instante, pero cuando menos acordé ya me había sacado mi dura erección y la masajeaba con mi mano libre, frotándola, apretándola… y sintiendo babaza desde la punta.

—Te escucho, mi cielo.

—Verás…madre… —le dije, todavía viendo sus gordos pezones anclados en mi cara—… en la entrada habrá un filtro donde te presentarás con tu nombre de… prostituta… aunque bueno, dices que te dejarás tu nombre real. Allí, en ese filtro, mostrarás tu bolso para que se cercioren de que no llevas droga o armas.

—Entiendo, hijo, y hasta ahora no veo mayor complicación con ese tema.

—El problema es que… según nos han contado nuestras… amiguitas… ocasionales —Joder, me costaba tanto hablar de esto con ella que la incomodidad me estaba matando a la vez que mi polla seguía dura entre mi empuñadura—, a veces los cabrones que reciben a las pros… mujeres de la vida galante se aprovechan de ellas y… las manosean de más… nos han contado ellas mismas sobre ese incómodo momento. Ay, madre… no sé si seremos capaces de pasar por esto. Ahora que lo estamos planeando lo veo más complejo que antes.

Yo sé que estas cosas le afectaban a mi progenitora, pero ella simulaba que todo estaba bien para no mortificarme.

—Continúa…

—Y pues eso… creo que esa es la parte más difícil… la revisión de la entrada al cuartel militar… ¡Es que si se sobrepasan contigo o te dicen algo irrespetuoso te juro que yo…!

—Tú te quedarás tranquilito, mi soldadito de plomo, que mamá se encargará de lo demás.

Escucharla hablar así me daba seguridad. Me remontaba a mis días de niñez. Pero a su vez… a su vez me angustiaba de más.

—¿Estás segura? Es que madre… es sólo pensarlo… e intentar hacerme la idea de que tendrás que pasar por esa terrible humillación para que mis tripas se tuerzan dentro de mí.

—Te digo que no te preocupes, Erik… tampoco es como si me fueran a matar. Mejor dime… ¿podré entrar con mi teléfono? ¿En mi bolso puedo traer dinero y mis objetos personales?

Y ahí me tocó confesarle la peor parte de la revisión.

—Pues sí… con eso sí puedes entrar… pero… hay algo más, mamá… algo que no te he dicho aún y que podría… desanimarte.

—¿De qué se trata, Erik?

Los goterones de mi glande continuaron secretando.

—Es que… me da mucha vergüenza decírtelo… y a lo mejor… esto sí que no te gustará.

—Hijo, por favor, que me estás asustando, ¿de qué se trata?

A pesar de la oscuridad cerré los ojos, y le dije:

—Tienes que traer… condones… contigo.

—¿Qué?

Las gordas ubres de mamá seguían rebotando sobre mi cara, al tiempo que mi parte racional intentaba tranquilizarla para que asumiera este último requisito con la mayor naturalidad posible. Pero yo no podía estar tranquilo. Estaba erecto… y los pezones de mamá golpeándome en la cara.

—¡Sí, mamá, yo sé que es asqueroso e indignante para ti, pero… es un requisito ineludible!

Ella respiraba profundamente. Estaba completamente sorprendida, asustada y nerviosa.

—Por Dios… hijo, es que yo… con tu padre pues no usaba… quiero decir… tú me entiendes, mi amor… el DIU y esas cosas y…

—Sí, sí, madre, sí… no tienes qué decirme nada. ¡Pfff! Joder, sólo falta que me cuentes tu intimidad. Ay, mamá… cuánta vergüenza siento decirte esto…

Nunca antes me había imaginado a mi madre en esta forma tan sexual. El DIU, los condones… uno nunca se imagina la vida íntima de sus padres. Un hijo normal jamás visualiza los pechos de su madre bamboleándose desnudos, sudorosos… pidiendo a gritos que sus pezones sean absorbidos.

—Ni qué me digas… mi amor pero… si te soy sincera, vaya que me ha sorprendido ese requisito… Pero supongo que los encargados quieren asegurarse de que ustedes no contraerán enfermedades venéreas y…

—S…í… justo eso…

Nuevamente el silencio incómodo reinó por un par de segundos.

—Los conseguiré, hijo, no te preocupes por eso.

—¡Pero madre, aun estás a tiempo de que mandemos todo esto a la basura! Es que yo no te voy hacer pasar por la vergüenza de ir a una farmacia a comprar condones! Estoy seguro que con mi padre jamás tuviste la necesidad de someterte a estas indecencias… y ahora tengo que ser precisamente yo quien vaya a ponerte en esta posición tan… bochornosa para ti. ¡Es que simplemente no veo a una mujer como tú, con tu clase… con tu… edad… con tus prejuicios… comprando preservativos! ¡Pfff…!

—Deja de mortificarte y de mortificarme más, por favor, Erik. Ya te dije que con tal de verte estoy dispuesta a pasar por esto y por más… además… pues no es como si fuera a matar a alguien, ¿no crees? Es normal… tú mismo ya me lo has confirmado y yo aún… estoy en edad de… vida íntima y…

—¡Por favor, por favor, madre, por favor… ya no hablemos más de esto! Creo que lo que teníamos que decirnos ya no lo dijimos. No nos hagamos más daño ni nos incomodemos. Pensemos que todo esto… será para vernos otra vez.

—Justamente, mi soldadito plomo. Es precisamente esta ilusión con la que me voy a quedar para hacer todo esto con valor. Estoy segura de que valdrá la pena cada sacrificio, vergüenza y humillación que tendremos que pasar con tal de… estar una noche contigo.

Y después de afinar los últimos detalles del plan, nos volvimos a decir lo mucho que nos queríamos, lo que nos extrañábamos y nos despedimos.

Lo que venía para ambos era una auténtica locura.

***
Cuando corté la llamada con mi madre eliminé el historial de la llamada y apagué el teléfono. En el resto de la noche no volví oír a Astrid y a Alex follar.

Al día siguiente entregué al hijo de puta el celular y le di las gracias de los dientes para afuera. La verdad ahora que sabía la clase de alacrán y envidioso que era no me podía fiar nunca más de él. Ni de él ni de nadie.

Durante el desayuno, el entrenamiento, la cena y el resto de los días el pendejo se la pasó restregándome en la cara la “follada de campeonato” que según él le había dado “a tu puta Astrid”. Su intención era dejarme en ridículo ante los demás.

Obviamente yo no perdí oportunidad de ridiculizarlo también frente a nuestros compañeros, diciéndole que desde que entró Astrid y hasta que se fue, solamente la había escuchado jadear quince minutos.

—¿No me digas que no diste la talla, Alexito? —me reí de él y el resto de compañeros se unieron a mí—. Porque no me voy a creer si me cuentas que Astrid es de las que se conforma con un solo polvo. He de recordarte que durante todas las noches que me visitó, la deliciosa putita nunca dejó de berrear hasta el amanecer. ¿Qué no tenías tú mismo y los demás a escuchar afuera de mi puerta o desde sus propios cuartos?

Como el cabrón no aguantó mis burlas me acusó de que yo me sentía celoso y humillado de que Astrid se hubiera acostado con él.

—Pero no te mortifiques, Erik, que la próxima vez tu puta te sacará de dudas. Astrid te dirá lo mucho que la hice berrear toda la noche. Lo que pasa es que tú te quedaste dormido al no soportar que ella estaba conmigo.

Me reí con ganas por su sarta de mentiras, y luego le dije:

—Júzgame narcisista y presuntuoso si quieres, Alexito, pero una vez que mis putas son usadas por otras vergas, yo pierdo el interés por ellas. Astrid no volverá a entrar a mi cuarto jamás. Así que te la regalo, síguetela cogiendo cuando quieras, que en lo que a mí respecta, ya he contactado a una nueva… —no tuve el valor de llamar puta a mi madre—, mujer que vendrá en mi próximo día de visitas para pasar la noche conmigo.

—¿Cómo así? —me preguntó un chico llamado Pablo—. ¿De dónde la sacaste? ¿Del catálogo?

Justo fue en ese momento supe que había ese pequeño inconveniente. Mi madre no estaba en el catálogo. Iba a empezar a angustiarme por ese pequeño detalle cuando el mismo Pablo me dio la solución.

—Porque si no está en el catálogo quiere decir que es una recomendada de nuestras putas frecuentes, ¿verdad?

—Eh…. Sí… justamente así es, Pablito. Ella… es una recomendada… Astrid misma me enseñó las fotos de mi nueva prospecto y la elegí.

—¿Y ya pasaste su nombre con el teniente Altamira? Él es quien hace las listas.

—Eh… justo mañana temprano se lo diré, Pablo, gracias por recordármelo.

Alex, que parecía completamente escéptico de lo que yo le decía, me preguntó un tanto burlón:

—Y cuéntanos, Erik, ¿será que esa nueva puta está mejor que Astrid? Porque yo no lo creo, ¿eh? Astrid es la puta más buena de ese catálogo de mierda.

—¿Pues cómo te parece, Alexito, que la mujer que contacté es mucho mejor que todas las putas juntas que han venido al cuartel?

—¿No me digas? Con lo encoñada que estaba Astrid contigo, ¿crees que me tragaré el cuento de que ella misma te consiguió a otra puta, y, lo más exagerado, más buena que ella, según tú?

—El día que llegue al cuartel, tú mismo comprobarás si estoy mintiendo o no.

—¿Tiene buenas nalgas? —quiso saber Pablo.

—Son tan redondas y turgentes que soy capaz de dejarme matar asfixiado en tremendo culo —dije, y para mi mala suerte, sentí una erección terrible en mi pantalón que me volvió a dejar como un pervertido que se excita imaginando a su propia madre.

—¿Y qué hay de sus tetas? —quiso saber Héctor.

—Enormes, mi estimado… dos señoras ubres que te juro no van a parar de rebotarme en la cara durante toda la noche.

—¡Joder, Erik!

—Además… Akira…así se llama ella —cometí la imprudencia de decir con tal de joder al imbécil de Alex que seguía sin creerme una sola palabra—… tiene rasgos asiáticos, lo que me genera mucho más morbo. Será como… como follarme a una milf de hentai…

Se hubo un gran alboroto cuando les dije aquello. Y tal expectación no terminó hasta el día pactado. Todos mis compañeros estaban deseosos por conocer a “mi nueva puta” llamada “Akira”, con culo de infarto y tetas de infierno que supliría a Astrid.

La expectación fue tal que en serio me arrepentí de haberles soltado todas aquellas estupideces con tal de chingar a Alex. Todo el día estuvieron detrás de mí. Vigilando cada uno de mis movimientos. Y yo comencé a sentirme incómodo.

—¿Qué hacen todos aquí afuera? —les pregunté a
Alex y varios compañeros que estaban formados en el pasillo de mi alcoba, como a eso de las siete de la tarde, cuando faltaba poco para el arribo de mi progenitora.
—Nada, nada, Erik —se burló Alex—. Sólo queremos ver a tu nueva putota. Ya no tarda en llegar, ¿eh?, sólo espero que de verdad te salga igual de maciza y zorra que Astrid, o pensaré que sólo elegiste a la tal “Akira” para sustituir a la otra por decepción. Así que estaré muy al pendiente, mi buen amigo… a ver si con esta nueva puta también eres capaz de hacerla “berrear toda la noche.”

—¿Qué? ¡NO me jodas, cabrón!

El desafío que me impuso sorpresivamente Alex no lo tenía contemplado. De hecho… ni siquiera me imaginaba que me fuera plantear aquello.

¿Qué iba a pasar cuando llegara mi madre vestida de puta… dispuesta a pasar la noche entera con su cliente… que a su vez era su hijo? ¿Cómo mierdas iba hacer para asumir el desafío de Alex… haciendo que mi madre berreara como puta toda la noche?

Eso iba ser imposible… de todas las formas iba a ser imposible.

A menos que… me la tuviera que follar de verdad.