Corrompiendo a Mamá 6
Con la amiga Jamona de Mi Madre
Mamá avanza un poco más a la habitación. Mira hacia los lados. Cierra la puerta. Tiemblo de nervios. Me muerdo los labios. En mi timidez, no sé llevar muy bien la incertidumbre.
—¿A qué te refieres con nuestro secretito? —le pregunto.
Los dos sabemos a lo que se refiere, pero hago como que no: anoche me amamantó. O más bien, yo me di de comer solo. Y ella en lugar de pararme, abrió sus piernas, se acarició el clítoris y dejó que mamara su pezón y su pecho disponible para mí.
Recordarlo hace que se me haga agua la boca y mi pene despierte. Pero debo ser cauteloso. No sé cómo es que mamá asumirá todo esto sin que terminemos distanciados. Por eso estoy tan nervioso.
Camina por el cuarto. Se pone de espaldas viendo mi armario, como si quisiera ver lo polvoriento que está, y yo me deleito viendo sus nalgas apretadas debajo de esas mallas tan estrechas que lleva puestas.
—Me da mucha pena lo que pasó ayer.
Ella sigue sin mirarme. Le tiembla la garganta.
—No, mami, no debes sentir pena.
Pero yo también siento mucha vergüenza. No sé cómo asumirlo.
—Sé que no debería darme pena, hijo, pero… ¿qué vas a pensar de mí?
Finalmente deja de mirar el armario y me observa.
No puedo creer que mi madre tenga unos ojos tan hermosos. Una boquita tan engatusadora, y una voz tan atrayente.
—¿Qué voy a pensar, mamá? Que eres… una mujer maravillosa. Que yo siempre estaré para ti y que…
—¡Es que no está bien, Tito! Por donde lo veas no está bien.
Es el momento en donde comienzan los remordimientos. Temí que pasaría. Así que ya lo tenía previsto. Lo importante es saber hacia dónde nos llevará todo esto.
—¡Si para nosotros está bien, ¿qué importa lo demás?! —me aventuro a decirle.
—¿Te parece ético… cielo, hacerte parte de esto? Si tu padre lo supiera.
Mierda. Es cierto. Papá. Yo también me sentí mal por él. Prácticamente lo he hecho medianamente cornudo.
—¡Papá nunca se enterará, mamá! —le prometo. Me remuevo en la cama. Intento mostrarme entero, pero sigo siendo un simple muchacho nervioso que va dejando la adolescencia a un lado para convertirse en hombre—. Te lo juro, má. Por mí no quedará.
—Cielo… te juro que nunca más lo voy a volver hacer —me dice, haciendo un gesto de culpa.
Esas palabras me hieren. Me horrorizan. ¡Me trastornan!
—¡Mamá… por favor… lo que pasó… es…!
—¿Qué ejemplo te pondré si vuelvo a llegar borracha?
Se me cae toda la sangre al suelo de golpe.
—¿Qué? —me da un ataque de tos y cuando me controlo vuelvo a preguntar—. ¿Qué?
—¡El ponche que me tomé, cielo… mi embriaguez! El secreto de que me viste borracha.
¡No me lo creo! ¿Mamá todo este tiempo ha estado hablando de su estado de “embriaguez”, y no de la intimidad que tuvimos anoche? ¡Mierda!
—A ver, mamá, yo--- tú--- ¿sabes lo que pasó cuando llegaste?
Tiene que recordarlo. Claro que lo recuerda, pero se hace la que no. Ella me abrió sus piernas. Lo hizo para mí. Dejó que le tocara las tetas.
—Ni siquiera recuerdo lo que pasó, cielo —se lleva las manos a la cabeza.
Meneo la cabeza. Claro que está mintiendo. Tengo ganas de llorar de rabia e impotencia. No puedo creer que mamá esté justificando nuestro verdadero “secretito” de lo que pasó anoche diciendo que estaba borracha.
Encima la salva la campana. Suena el teléfono y me dice que irá a contestar.
Yo me tumbo boca arriba, desilusionado. Triste.
—No, má, tú te acuerdas de todo. De todo. Y yo te lo voy a recordar.
***
Sigo desmoralizado tras la visita de mamá en mi habitación. No puedo creer que se haya mandado semejante jugada para hacerme creer que no recordaba nada.
No pude dormir bien, y durante el día, en la facultad, apenas he puesto atención a las correcciones que me ha mandado hacer el profesor Moncayo a mi proyecto.
En la comida mamá se comporta normal, diciéndole a papá de nuevo que mañana le cortará el cabello, y que esa tarde irá a lo de su reunión semanal de biblia en casa de una tal Josefina Serrano. Lucy se la pasa todo el tiempo mandándole mensajes a no sé quién, pero parece entusiasmada, y yo les digo que por la tarde iré arreglar la computadora de Elvira, la amiga de mamá.
A las siete de la tarde salgo de casa y me dirijo a la casa de doña Elvira. Como dije antes, es una mujer muy imponente de muchas carnes. La vieja jamona, le dicen en la colonia, y no porque esté muy gorda, sino porque de figura sí parece de carnes abundantes.
Su casa está apenas a cinco minutos andando de la mía. Mamá y mi hermana han salido. Y la verdad estoy tan enfadado por la hipocresía de mi madre que ni siquiera me despedí de buena gana de ella cuando se largó. Lucy dice que fue hacer una tarea con unas amigas, pero yo no sé si será verdad. Tiene edad de que ande de caliente, la cabrona, y estoy seguro que un día de estos nos dará una sorpresa.
—Hola, Elvira —digo a la amiga de mamá cuando me abre la puerta de su casa y asoma la cabeza. Como su marido es ingeniero agrónomo, ellos tienen mejor calidad de vida que nosotros, y el hombre suele estar ausente durante el día—. Me dijo mi madre que querías poner un antivirus en tu computadora, y que como mi amigo Gerónimo se fue a un simposio a Monterrey, no sabías a quién recurrir, y me he ofrecido yo.
En realidad mi madre me había orillado a venir. Pero da igual.
—Hola, cariño, pero mira cuánto has crecido —me dice, sin asomarse por completo, sólo la cabeza—. Pero pasa, pasa, y perdón que me encuentres en estas fachas, pero estaba dormida. Como mi marido llegará hasta la madrugada, no tengo que hacer la cena.
Cuando Elvira, la pelirroja, cierra la puerta, me doy cuenta de sus “fachas.”
La madurita lleva puesto un sexy baby doll (picardías en otros países) de un color rojo intenso como su cabello.
Debajo no lleva sostén, salvo la prenda superior que insinúa dos senos abundantes que le cuelgan en el pecho, y que apenas le cubre lo necesario para que no se le vean los pezones, pero sí su oscurita areola.
Sus tetas son tan gordas y tan blandas, al menos por lo que percibo, que parece una mujer embarazada que tiene los pechos cargados de leche para amamantar.
Todo el baby doll está lleno de transparencias, y recordar que mi madre se puso uno parecido, pero en negro, la noche anterior, me pone como moto.
La prenda le llega a sus espaciosas caderas, por lo que sus muslos parecen dos piernas de cerdo colgadas en el aparador.
Elvira en verdad tiene mucha carne de dónde agarrar, y aunque me da pena que se exhiba de esa manera ante el mejor amigo de su hijo, es verdad que toda la situación es sumamente morbosa.
Gerónimo, mi amigo, en un simposio, y don Roberto, su marido, que va a llegar hasta la madrugada. ¿Qué podría salir mal estando a solas con una mujer que le ha dicho a mi madre que quiere "comerme"?
—Joder, Elvira —Es lo único que se me ocurre decir.
—Debo de tener una facha espeluznante, cariño, ¿verdad? —me dice.
Psicología inversa. Me conozco esa táctica.
—¿Espeluznante? Si… estás… hermosa.
“Buenísima” “Follable” ¡Mamable! Perversamente pornográfica.
—Qué bueno que viniste, Tito, prometo que pasaremos una tarde muy rica.
Sus palabras me provocan una punzada en los huevos.
No puedo evitar decirle de nuevo lo guapa que está.
Se da una vuelta y veo cómo sus nalgas se balancean sobre sus fuertes muslos. ¡Vaya mujer jamona! Nunca su apodo tuvo más sentido que ahora.
—Por supuesto que me lo pareces, Elvira.
—Y eso que me agarraste durmiendo, Tito.
Me parece raro que la madre de mi amigo lleve tacones altos de plataforma, como puta de prostíbulo barato, aun si ella luce muy fina.
Para nada tiene pinta de que hubiera estado dormida, a menos que acostumbre echarse la siesta maquillada con los labios pintados de rojo, con máscara de pestañas y sombras en los párpados. Además no tiene lagañas ni la apariencia de ojeras para suponer que estuviera dormida.
Más bien se pensaría que se hubiera vestido así para seducirme. Para provocarme. Y eso me pone cachondísimo, aún más porque es la madre de mi mejor amigo. ¿A cuántos amigos de Gerónimo se habrá follado esta mujer calenturienta?
—Tú también estás hecho un pincel, hijo. Has crecido mucho.
Cuando me dice “hijo” se me cimbra el cuerpo. Me da morbo pensar que fuera mi madre.
Estoy muy nervioso. Ambos seguimos parados en el recibidor. Me gustaría que me indicara dónde tiene su computadora para que deje de mirarme con esa mirada de madura traviesa y, a su vez, que yo deje de comérmela con los ojos. La jamona está buenísima, sí señor.
—¿Eres de la edad de mi Gerónimo?
—Sí —digo a tropiezos—. Dieciocho años, los dos.
¿Gerónimo también estaba tan enfermo para desear sexualmente a su madre, o ese mal perverso era algo que sólo me aquejaba a mí? Porque Elvira estaba más buena que el pan en ayunas. Imposible que mi amigo no lo hubiera notado.
—Cómo lo extraño, a mi Gerónimo —dice, acomodándose sus grandiosas bubis morenas en su baby doll—. A cierta edad, una como madre ya no sabe cómo lidiar con las ausencias de nuestros hijos. Es una suerte que Sugey te tenga a ti muy cerca.
Tengo la boca hecha agua. Cada vez que se mueve, sus tetas se balancean, como si se quisieran desbordar como lava, fuera de esas copas tan pequeñas para almacenar pechos tan grandes como esos.
—Sí. Lo mismo pienso. Pero el que tiene suerte de tener una madre como Sugey soy yo.
Me invita un refresco. Me pide que me siente en la sala y veo cómo hasta tenía las botellas y lo vasos previstos para la ocasión. Lo ha planeado todo. Lo del PC debe ser una mentira. Pero no me quejo. Aunque tampoco me atrevo hacer mención de su PC. Ya habrá tiempo. De momento me dejo consentir.
—Luego los hijos se hacen mayores y se van. Nos abandonan —dice, como si de verdad lamentara la ausencia de su unigénito.
Elvira ríe. Sitúa la bandeja delante de donde estoy sentado, sobre una mesilla de cristal, se agacha para servir y mis vistas son inmejorables: me causa una impresión tremenda descubrir que tiene puesta una micro tanga, cuyo par de nalgas se abren por los lados, mientras el hilo se hunde en su chochito, y veo cómo florea un ano que parece, ¿dilatado?, joder.
—Por favor, cariño, pero si todos los hijos se van.
—Y---o n---o —tartamudeo—. Me quedaré con mamá.
Gracias a Dios Elvira se endereza, se voltea hacia mí y ahora se agacha para entregarme el vaso de fanta.
Los copones que resguardan sus senos se restiran hacia abajo, y puedo apreciar, enardecido, la sombra de sus areolas y pezones grandes, oscuros y puntiagudos.
—¿Por eso la espías? —recibo el vaso y al mismo tiempo me desarmo.
No me espero para nada su comentario.
Elvira se sirve otro vaso con refresco, doblándose sobre la mesa para enseñarme sus nalgas abiertas una vez más, y luego se incorpora. Oigo el sonido de sus grandes tacones de fulana y se sienta a mi lado, muy cerquita de mí.
—Vamos, Tito, no te hagas. Sugey misma me lo contó.
Lo sé. Sé de lo que hablaron, pero me resulta muy incómodo que me lo diga.
—Que la espías cuando se baña.
Echo un trago a mi fanta y siento que el gas me quema la garganta.
—No. Qué va, Elvira. Figuraciones de mamá.
Elvira sonríe, se acerca más a mí. Percibo su perfume de zorra contenida.
—¿También fueron figuraciones suyas cuando te sorprendió con sus bragas enrolladas en tu miembro, masturbándote?
Mierda. Esto se está poniendo color de hormiga. Trago más fanta y respiro.
—Elvira, esto me empieza a incomodar.
—No pasa nada, cielo. —Alarga su mano y me acaricia el pelo, como si yo fuera un perro—. Es normal. Estás en una edad en que las hormonas están alteradas. No me parece raro que te excites con tu propia madre, que dicho sea de paso, está que se cae de buena.
—¿Qué? No, Elvira, te equivocas. Yo… a mi mamá la… respeto.
Sus dedos y sus largas uñas se meten entre mi pelo. Me acaricia. Me estremezco. La miro de perfil y ella me está observando. Sonríe, coqueta. Exuda lascivia. Mi pene se altera.
—Y yo me chupo el dedo, ¿no, cielo?
Es imposible convencerla. Mientras yo voy por la vaca, ella ya viene con la leche.
—Mira cariño, te propongo un trato. Si tan mal te pone sentir deseos sucios por tu mami, para no reconocer que te pone, entonces desfógate conmigo.
Doy otro trago de fanta e interpreto sus palabras.
—Me propongo como voluntaria para reemplazarla.
Elvira se levanta. Mi pecho palpita. La veo que se acerca peligrosamente hasta mí y casi me da un paro cardiaco cuando pone sus pesadas nalgas sobre mis piernas, sentándose.
Ella me acerca sus pechos a la cara. Casi siento que me los aplasta. Mi falo palpita fuerte, se está poniendo gordo.
—No seas tímido, amor. Sólo trato de ayudarte a encontrar una salida a todo esto. Debe ser muy feo sentir deseos por una mujer y no poder saciarlos.
Comienza a mover el culo sobre mi polla que ya está más que dura. Me agito. Ella la siente. Se sigue moviendo. No sé qué hacer con todo esto.
Dejo mi vaso en la mesita de al lado. No creo poder sostenerlo más. Los movimientos de la madre de mi mejor amigo me tienen caliente. No sé lo que pretende (bueno sí) pero sé que está mal.
—Te la acabo de decir, tontonazo. —Se echa sobre mí. Sus pechos obesos, dos globos de carne, son la fantasía de cualquier hombre de mi edad. Y no tan de mi edad. Y yo los tengo rozándome la cara—. Te lo explicaré mejor.
Se levanta un poco, y echa un vistazo a mi entrepierna y sonríe, maliciosa. No veo venir el momento en que ella alarga su mano y aprieta mi bulto.
¡Esa mujer me ha manoseado, joder!
Mi falo vibra debajo de mis pantalones, y mis testículos se rellenan de semen. Ella se ríe y sigue mirando mi protuberancia.
—Hola allá abajo —dice—, soy la tía Elvira.
—Es que tu madre y yo somos como hermanas, cariño. Anda, Tito. Tranquilo, respira.
Mi pecho se siente congestionado cuando veo que se levanta y va por más refresco. El suyo se lo ha bebido de tirón. Al alejarse, mi polla me pide salir. Me duele de lo dura que está. Me falta la respiración. Con un cojín intento ocultar mi erección. Me estoy muriendo de vergüenza. Ella vuelve, con sus tetazas meneándose. Con sus piernas oscilando. Con sus nalgas jamonas deseando volver a sentir mi protuberancia.
Elvira se ríe cuando me ve el cojín ocultando mi bulto.
—¿Por qué te tapas, Tito? Es normal que se te pare ante la seducción de una, ¿cómo es que las llaman ustedes?, ah, sí: una milf.
Me quedo quieto. Elvira quita el cojín, se relame los labios y se vuelve a sentar arriba de mí. Bebe de su vaso y deja pintada la huella roja de sus labios. Me acerca el vaso y me da a beber fanta, como si fuese un bebé incapacitado. Lo cierto es que sí estoy incapacitado.
Bebo de su vaso, y casi estoy seguro que me he manchado los labios con su labial.
Ni en mis peores fantasías habría creído que un día estaría la cachonda madura mejor amiga de mi madre, casi en pelotas, sentada sobre el mejor amigo de su hijo.
—Quiero que imagines que soy tu madre, Tito —comienza, desabotonando mi camisa gris—. Y que me hagas todo lo que querrías hacer con ella pero que, por considerarse inmoral, no se puede.
Estoy que no me lo creo. Está muy salida y yo muy asustado. Sus uñas son tan largas que podría sacarme un ojo si se lo propone. A la vez estoy muy caliente, y ella también. Mueve sus nalgas de nuevo y mi pene se aplasta.
—Pero tú estás… casada… —Se me ocurre decir.
—Pero ella no… —Callo unos segundos. Es momento de indagar, aunque me atemoriza descubrir cosas que me lastimarían—. Elvira, dime una cosa, ¿mamá ama a otro hombre? Quiero decir, alguien diferente a papá.
Es parpadear y luego ver cómo Elvira comienza a bajarse los tirantes de sus hombros. Cuando menos acuerdo, las copas de su baby doll caen a su vientre y sus dos voluptuosas tetazas se desparraman sobre mi cara. ¡Joder!
Esto me supera. Elvira ha quedado con los pechos al aire libre sobre mí. Cuelgan pesados, abundantes, carnosos. Sus pezones duros y oscuros apuntan hacia mí.
—Ay--- Dios —farfullo—. El---vira--- me refiero a otro hombre que no sea---mos papá y yo. ¿Ma---má ama a otro ho---mbre? ¡Joder, Elvira, ¿qué haces?!
Con sus dos manos levanta sus gordas carnes y me las restriega en la cara. Mi polla está por explotar. Sus pezones se hunden en mis mejillas, y la mujer calentona las lleva a mi boca.
—Imagina que soy Sugey, tu linda mami —dice.
Hace un movimiento de lo más obsceno. Pasa una pierna al lado de mi muslo derecho, y ahora está sentada frente a mí, como si me cabalgara. Una pierna en un lado de mi cuerpo, y la otra en otra. Y sus abultados senos desparramados en mi cara.
—¡Elvir---joder--- ¿qué ha---cmgmms?!
No sé por qué cedo tan pronto, pero la calentura es superior a mí. Es abrir la boca y llevarme sus senos dentro. Me los como, los ensalivo, paso mi lengua sobre ellos, primero uno y luego el otro.
—¡Uy, que rico, cielito, qué delicia…! —jadea, hudiendo mi cara sobre sus bubis gigantes.
—¡Dime que soy tu bebé! —le digo mi fantasía.
—Uy, ¿así que mi sucio bebé quiere comerme las tetas?, ¿el sucio bebé quiere mamarle las tetas a su mami?
Las muerdo, las chupo, las lleno de saliva. Sus pezones crecen dentro de mi boca, y se enfilan sobre mis dientes, que les da pequeñas mordiditas.
—¡Atáscate, hijo, cómete las tetas de tu mami! ¿Te gustan?
No puedo ni responder. Estoy hambriento, caliente. Las absorbo, las babeo, chupo sus pezones con fuerza, las succiono y las suelto. Intercalo un pecho y luego el otro.
—¡Ayyyy! ¡Mámamelas, cielito, mámamelas hijito!
Elvira jadea, y cabalga sobre mí, como si estuviéramos follando. Restriega su coño sobre mi pantalón y mi pene se frota con mi bóxer. Yo sigo apretando sus gordos senos con mis dos manos, desparramándolos en mi boca. Sus mamas son tan blandas que parece que se derretirán entre mis dedos.
—“¡Ayyyy! ¡hooooo! ¡qué ricooooo!” —grita ella, lujuriosa—. ¡Mi bebé se está portando mal! —gime, con una voz obscena sólo atribuible a una prostituta—. ¡Te daré unos tetazos en la cara por mal portado!
Elvira me echa hacia el respaldo del sofá. Coge los dos pechos con sus manos, que se desparraman entre sus dedos, y se echa encima de mí. De pronto mete mi cara entre sus dos senos, en el canalillo, y me la aplasta, como si el par de tetas fueran muros de concretos.
Hace con mi cara un sándwich. Y yo disfruto asfixiarme con sus bubis.
—¡Niño malo, niño malo! —me amonesta, y pronto me abofetea con sus tetas.
Cumple con su promesa y me agarra a tetazos.
Yo abro la boca, que me babea. Saco la lengua y e intento, como estúpido, atrapar sus pezones en cada cachetazo.
—Cómemelas, cabrón, muy machito, ¿eh?, te sientes muy grandecito, ¿a que sí? Pues cómetelas, estas tetazas son tuyas hoy.
“Huuuum” las saboreo, las amaso.
—Con que quieres follarte a tu madre, ¿eh, cerdo degenerado? Pues cómeme a mí, cabrón, traga tetas.
Aprieto sus tetazas y me ahogo con ellas. Están brillando de mis babas.
—¿A qué saben las tetas de la madre de tu mejor amigo, eh?
—Te da morbo, ¿eh, degenerado? ¡Te estás comiendo las tetas de una mujer casada que, además, es la madre de tu mejor amigo!
Cuando menos lo advierto, mi “madre” postiza se levanta. Me avienta sobre el respaldo y se aleja. Menea el culo y se sienta en el sofá que está a mi lado. Y yo no entiendo por qué me deja con semejante calentón.
Elvira es una mujer perversa, y me lo hace saber.
—Vamos, cariño, sácate la polla.
—¿Me dejarás--- metertela---? —me sorprendo.
—Ni lo pienses —sonríe con crueldad.
—Tienes que ganarte mi coñito.
—Porque las mamás no le comen las pollas a sus hijos ni se dejan coger por ellos.
Ese juego de madre e hijo me está matando de morbo.
—Pero tú no eres mi madre, Elvira.
—Pero estamos jugando a que sí lo soy.
No sé en qué momento pierdo el pudor y así sentado, me bajo los pantalones, luego el bóxer, y le enseño mi pene.
Ella abre los ojos. Me mira. Se ríe. Espero no se esté burlando del tamaño, que para nada es pequeño, pero a lo mejor no es el tipo de anacondas que, con su experiencia, ella está acostumbrada a comerse.
—Es rosita, me gusta su forma —me dice—. Vamos, mastúrbate viéndome.
—Elvira, por favor--- ven, y agárramela.
—No. Primero seré como tu maestra, cielito. Voy a convertirte en un verdadero semental. Así te prepararé para que un día te puedas follar con ganas a tu mami.
Esa promesa me la pone más dura, y arrecio mis jaladas de cuero.
—No tienes el rabonón que a mí me gustaría, evidentemente, cielito —se carcajea, y me siento humillado—, pero el morbo que me das, eso sin contar lo guapito que me pareces, me pone muy cerda.
—El hijito de mi mejor amiga. El mejor amigo de mi hijito. ¡Uy, cielito, cómo me moja la idea de pervertirte!
Me sigo masturbando. Y aunque me siento utilizado por esa madurita jamona, no me importa. Estoy muy cachondo.
—¿Me la quieres chupar, Elvira? Aunque sea la puntita —suplico.
—Hoy no. Mejor tócatela, anda, tócatela tú, en tu próxima visita ya verás cómo te la como.
Es una promesa. Pero yo no creo poder aguantar sin eyacular hasta una “próxima visita.”
Mi pulso cardiaco se acelera cuando veo que la madre de mi amigo se abre de piernas de forma vulgar, con la tanga puesta. Su pubis moreno está depilado. Es lógico: ella es una mujer experimentada. Y adúltera. Lo siento mucho por su marido don Roberto y mi amigo Gerónimo, pero que conste que ella fue la que me instigó a esto.
El hilo de su tanga está hundido entre las dos partes de su vulva, que se le mira hinchada. El minúsculo tejido frontal de su prenda íntima luce pringosa, mojada.
Y me parece una locura estar viendo a la madre jamona de mi mejor amigo en el sofá de al lado, con sus mamas grasientas colgando obscenamente en su pecho, con sus piernas abiertas enseñándome la forma en que su vagina palpita y se come el hilo delantero de su tanga, mientras escurre por los labios, dándose a desear.
Y yo masturbándome como un ridículo pajillero, mientras la veo, con la leche casi en la punta de mi glande, ansioso por vaciarme dentro de ella o al menos en su boquita. Pero ya me ha dicho que para la próxima vez me la va a chupar.
Y quién sabe, a la mera deja que me la folle.
—¿Te puedo chupar la concha al menos? —le suplico, pajeándome duro—. Se me antoja.
Veo que su conchita está escurriendo, mientras Elvira juega con el hilo de su tanga, que lo desentierra y lo suelta, de manera que se vuelve a enterrar otra vez entre sus labios vaginales.
—Está muy apetecible —relamo mis labios.
Me sigo masturbando cuando le vuelto a preguntar de manera directa si mi madre tiene un amante.
—¿Y por qué habría de saberlo yo, Tito?
—Porque son amigas, y las amigas se cuentan todo.
—¿Tú le contarás a mi hijo que me comiste las tetas, que me vestí de zorrón para ti, y que te masturbaste mientras mirabas mi pose tan sexy? Gerónimo es tu mejor amigo.
—Pues ahí lo tienes, querido. Tampoco yo suelto prenda respecto a Sugey.
—¿Me estás diciendo que mamá sí tiene un amante?
—Qué terco eres. Ella no me cuenta sus cosas.
Me confunde. La madura pelirroja primero me dice una cosa, y luego otra. Es muy contradictoria.
—El otro día las oí hablar —le confieso—. La instigabas a que tuviera una canita al aire. Y eso no me gustó.
Elvira se mira sus pechos. Los amasa con sus propias manos que todavía tiene mi saliva. Y quisiera que fueran mis manos quienes la siguieran acariciando.
—¿Crees que tu madre es feliz, Tito?
—Porque… ella sonríe, se le ve contenta.
—Cuando una mujer sonríe puede estar llorando por dentro.
—Eso, cielo. Tu madre no es feliz.
—Papá puede ser un ogro, pero la quiere.
—A cierta edad, Tito, el amor no es suficiente. En un matrimonio hace falta sexo. Y tu padre, si oíste bien nuestra charla de ese día, hace mucho que no toca a tu madre ni con un palo.
—Te digo que no. Además tienes que saber que una mujer también tiene sus necesidades carnales. Nos hace falta sentirnos amadas, mimadas, folladas. Caricias, una verga batiéndonos los caldos dentro de la vagina.
Me pongo colorado. La claridad con que hablaba esa mujer me asombraba y me intimidaba. Aun así ella sigue frotándose los pezones mientras yo me la jalo duro.
—Soy muy claridosa, cielo, así que no te asustes por lo que diga.
—¿Asustado yo? —sonrío aterrorizado—. No, Elvira. Para nada.
—Bueno, pues como te decía. Tu madre es una bomba sexual.
—Porque las mujeres somos reservadas. Ella más que otras. Lo que no significa que no tenga deseos sexuales. En términos claros quiero decirte que a tu madre le falta un hombre.
—Sabes a lo que me refiero, tontito. Un hombre de verdad.
Me ofendo. ¿Lo dice por el tamaño de mi pene?
—Perdona, debí elegir otras palabras. Lo que trato de decirte es que Sugey solo te ve como el hijo que eres. A lo que me refiero es que ella necesita un hombre que la folle.
“Ese también puedo ser yo” digo en mi fuero interno “¡De hecho me la quiero follar… ya… la deseo!”
—Y es evidente que como tú eres su bebé, pues imposible que pudiera pasar nada entre los dos. Otra cosa sería si no lo fueras.
—Te duele ser su hijo y no un hombre común…
No respondo. Ella intuye mi respuesta. La muy maldita me está sacando información y yo con mis actitudes le estoy diciendo todo lo que quiere saber.
Veo que se levanta. Avanza, se acerca, se arrodilla entre mis piernas y la agitación de mi pecho me quita la respiración.
Trago saliva. ¿Ha cambiado de parecer? ¿Le he parecido un ridículo pajillero y al final me chupará el pene?
—Vamos, Tito, cierra los ojos.
Siento sus dedos en los pelos de mis testículos, y casi al instante respingo.
—Que cierres los ojos, carajo. No te pongas nervioso.
—¿Qué se supone que vas hacer?
—¿No me estabas jodiendo con que te la chupara? Pues eso, que te la voy a mamar.
—Estás casada —No sé por qué lo digo.
Suelto mi polla y dejo que ella la rodee.
—¡Tu hijo… es… mi mejor amigo…!
—Qué morbo, ¿no? Ahora podrás contar a tus amigos que te follaste a la mamá de otro de tus amigos.
—¡Elvira… estoy hablando en serio!
—Yo también, cielo. Si no fuera porque sé que ardes de ganas por fornicar con tu madre creería que eres maricón. De pronto tienes unos comportamientos que bueno…
—Cierra los ojos, Tito, y siente mi lengua en tu glande. Imagina una melena rubia, unos ojos azules que te miran mientras tú no miras, y piensa que unos labios sonrosados como los de tu madre besarán tu verga. Ahora soy Sugey, cielito, tu mami, y te la voy a mamar.
¡Es demasiado morbo lo que siento y no aguanto!
Me corro a las cuantas chupadas, sobre su cara. Y ardo de vergüenza.
—¡Perdón, perdón… en verdad, perdón!
Abro los ojos y veo a Elvira con su mano derecha empuñando mi polla y con su carita llena de mis espermas. Se echa a reír y yo me quiero morir de la vergüenza.
—Tranquilo, amor, fue todo el morbo acumulado. Ya arreglaremos eso la próxima vez. Ahora vuelvo, me iré a limpiar.
Vuelve a los cinco minutos, con una bata color perla cubriendo su cuerpo. Yo ya estoy vestido de nuevo, agitado, avergonzado. Se acerca a mí y no le miro la cara. Siento sus uñas acariciando mis mejillas. Sus pechos en mi pecho, y su boca muy cerquita de la mía.
—Anda, cielito, no te mortifiques, no pasa nada. Mejor vete, que ya es tarde.
—Será una excusa perfecta para que vuelvas a venir.
Sonrío, pero no dejo de estar apenado.
Me acompaña a la puerta, y sólo para variar, antes de que la abra le pregunto.
—Elvira, lo que me dijiste (o me diste a entender sobre mi mamá), ¿crees que ella está--- ganosa de sexo?, ¿crees que ella en el fondo sea como tú?
—Perdona, Elvira, no quise ofenderte, yo---
—Es que, no me lo creo. Mamá es tan… reservada.
—Esas son las peores, nene. Pero mejor haz una prueba.
Veo su rostro y no puedo olvidar la mascarilla de semen que le dejé. Me vuelvo a poner cachondo.
—Hace tiempo le hice a Sugey un facebook alternativo para putear.
—¿Cómo que para “putear”? —me sorprendo.
—Sí, Tito. No hay mejor recurso para contactar con chicos que te follen que a través de las redes sociales. Hace un par de añitos le hice un facebook a tu madre para que agregara chicos y follara con ellos.
—¿Por qué hiciste eso, Elvira? ¿La instante a ponerle los cuernos a papá? ¡Cómo pudiste! Es obvio que mamá jamás lo utilizó.
—¿Mamá… lo utilizó para contactar chicos y ponerle los cuernos a mi padre?
—Si elijes mejor las palabras, todo queda mejor, Tito. Mejor digamos “Sugey utilizó el face que le hice para contactar chicos con los cuales satisfacer sus deseos más primitivos.”
—¿Me estás confirmando que mamá ha follado con otros chicos a través de ese face alternativo que le hiciste?
Siento la boca seca. La rabia me hace doler el cuerpo. El corazón martilla mi pecho.
—No lo sé —responde ella, relamiéndose los labios.
—¡Claro que lo sabes, Elvira! Dímelo, por favor. ¿Mamá utilizó ese face alternativo para encontrarse con otros hombres?
—¿Y por qué no lo averiguas tú mismo?
—¿Cómo, joder? ¿Crees que me lo dirá?
—A veces pecas de ingenuo, Tito. Obviamente podrías averiguarlo haciendo lo mismo que ella. Haciendo un face falso.
Me quedo callado. Todo me parece demasiado loco.
—No soy yo el que quiere fornicar a su madre, ¿eh?
—Supongamos que lo haga, un face falso con la foto de otro chico, ¿cómo consigo ese face?
—Ese no es problema, picarón. Sabía que el morbo no te iba a dejar tranquilo. Mira. —Saca su teléfono de su bata, busca entre sus contactos y me enseña el perfil—. Es este.
—¿”Sugey 69”? —exclamo, horrorizado—. ¿Le pusiste su nombre real?
—Hay miles de Sugey tetonas en todo México, rey. Además el 69 lo eligió ella.
—¿Estás de joda? —respondo escéptico. Mi madre sería incapaz de algo así—. Encima pones de perfil una foto sin cara, pero con dos tetazas del tamaño de mi cabeza, cual actriz porno. ¡Nadie con dos dedos de frente podría tomar ese perfil como real!
—¿Y tú qué sabes si las tetas de esa foto en verdad son las de tu mami, y no las de una actriz porno? A lo mejor Sugey misma me pasó la foto y yo la recorté. Después de todo se le ven por los laterales unos mechones rubios como los suyos, ¿no crees que se parece?
A decir verdad, la foto de perfil es demasiado vulgar. De hecho me pregunto por qué facebook no la censuró si se le insinúan los pezones debajo de ese escote donde se le ve la mitad de sus dos obesos pechos lechosos.
—Es tu decisión creerme o no, Tito. Envíale solicitud a “Sugey 69”. Si le gusta la foto que elijas para tu perfil, y ella te agrega, pues ya te tocará investigar si lo que te digo es verdad o no. Si es falso, pues entonces te quedarás tranquilo. Y si es verdad, pues entonces habrás descubierto que tu mami es una puta reprimida. Y lo que pase después será responsabilidad tuya. Lo que sí te pido es que no me eches de cabeza con tu madre.
—Me estás volviendo loco, Elvira.
—Más loco te vas a volver la próxima vez que vengas y me folles. Mi chochito ama tragar vergas jóvenes como la tuya. Colágeno puro.
—¿Sí? —la desafío—. Pues no pienso volver.
Y me largo, dejándola con la palabra en la boca. Todo un grosero, lo sé.
De todos modos esa es la mentira más grande que he dicho en los últimos segundos. Elvira me atrae, porque es una milf deliciosa, cachonda, puta, la fantasía sexual de cualquier joven. Y si encima hago que se disfrace de mamá, ¡ufff!
Mientras camino por la acera recibo un mensaje de mi amigo Gerónimo, y no puedo evitar sentirme mal por él. Lo he traicionado.
Hola, Tito, espero te encuentres bien. Fíjate que mi madre me dijo que le hace falta un antivirus en su computadora, y pensó en ti para preguntarte si de favor tendrías chanza de ponerle uno. Se me había olvidado decirte. Échame la mano con mi madre.
Respiro varias veces, y como estoy muy nervioso, no puedo escribir, así que le contesto con un audio.
—Ho---la, Gerónimo, ¿qué tal? Y---o---Ya--- ya se la eché--- a tu madre--- La mamo, es decir, la mano. Quiero decir--- la PC, ya se la arreglé.
Como no quedo muy convencido con mi audio, lo borro, antes de lo que mi amigo lo oiga. Mejor me detengo un momento para escribirle algo más concreto:
Qué tal, Gerónimo. Cuenta con ello.
Retorno a casa, pensativo y con la cabeza hecha un lío. Y al llegar a la cuadra veo dos escenas que me desconciertan.
Lucy está en la esquina de la cuadra de mi casa, escondida detrás de un enorme roble, comiéndose a besos con un cabrón mucho mayor a ella “estupro, eso es estupro”, mientras éste le mete las manos debajo de su faldita tableada de colegiala. Y más adelante, como a veinte metros, sin que mi hermana lo advierta, veo el mismo auto blanco “el uber”, que trajo mamá la noche anterior, y está estacionado afuera de casa.