¡Cómo está el servicio 2!
“Fanny, este hombre me da a mí que te va a hacer gozar lo que no has gozado en tu vida. Abre tu mente, el trabajo y el placer no tienen por qué estar reñidos” Me decía a mí misma mientras retocaba mi peinado y maquillaje. Antes de salir con el café en la bandeja, llevé mis manos a mis nalgas, recordando lo que acababa de pasar.
Justo en ese momento asomó en la comisura de mis labios una sonrisa pícara, coloqué bien todo en la bandeja y me dirigí hacia el despacho.
La puerta estaba abierta y el Señor estaba sentado en el sillón mirando hacia la puerta.
Entré, mi estómago se estremeció, la mirada del Señor era intimidante, no sé si era consciente de que se estaba mordiendo su labio inferior de manera morbosamente excitante. Sus labios eran finos y llevaba barba de dos o tres días.
- Déjalo encima de la mesita por favor, Fanny.
Me acerqué, vi que había retirado el periódico y, con sumo cuidado, fui dejando las cosas de la bandeja encima de la mesita. El pulso no me llegaba a temblar, pero estaba lo suficientemente cerca de él como para oír su respiración. Di un paso atrás para retirarme con la bandeja paralela a mis piernas.
Mi cara se convirtió en un poema: ¿Qué me arrodillara? ¿Para qué? ¿Dónde?... Miles de preguntas se pasearon por mi mente, pero no sé en qué momento fui consciente de que estaba arrodillada a su lado con la cabeza mirando al suelo.
¿De verdad? qué clase de magia, hipnosis o drogas me habían echado en el desayuno para que mi cuerpo reaccionara de aquella manera.
El Señor se tomó tranquilamente su café, podía notar su mirada clavada en mí, pero yo no era capaz de alzar la vista para ver qué estaba sucediendo.
- Perfecto pequeña. Desde el primer día que te vi sabía que eras especial, pero no imaginé que tuvieras tanto potencial.
Puso su mano en mi hombro y una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo, haciendo que me levantara como un resorte. Él se levantó a la vez que yo, me cogió de la mano para calmarme, se acercó a mí y con voz dulce dijo: “Déjame que te vea tal y cómo eres”
Haciéndome girar sobre mí misma, notaba cómo recorría cada curva de mi cuerpo. Mi lado racional no entendía lo que estaba pasando, pero desapareció, dejando paso a una Fanny que nunca antes había conocido. Era como si un lado que estaba dormido en mi interior se hubiera despertado ante la presencia embriagante de este hombre, un lado dormido que gritaba por salir de lo más profundo de mi ser.
Tras varias vueltas me atrajo hacia él, y con sus manos a ambos lados de mi cara, me besó apasionadamente, como una succión, con una necesidad imperiosa por su parte de poseer mi boca. La nueva Fanny se dejó llevar y le correspondió igual de apasionada, mis manos rodearon su cintura y le atraje más hacia mí.
No sé cuánto duró el beso, nuestras bocas se devoraban, nuestras lenguas empezaban a conocerse, pero la compenetración que estábamos teniendo, no era lo habitual en los primeros besos.
Sin decir nada, me separé y me fui quitando el uniforme despacio, estaba excitada, pero también avergonzada, sentía vergüenza de que mi jefe, un hombre al que apenas conocía, me viera como mi madre me había traído al mundo. Y… ¿Realmente por qué le estaba obedeciendo? ¿Qué sentido tenía?
Más preguntas surgían en mi cabeza, y ninguna respuesta lógica. Pero mis manos obedecían a aquel singular hombre, y lo más extraño es que me sentía bien. Poco a poco la vergüenza fue pasando, los halagos del Señor me relajaron, y una sensación de “poderío” crecía en mi interior.
Con tan solos los zapatos de tacón, el Señor fue recorriendo mi cuerpo primero con sus manos, lenta y suavemente, para después hacer el mismo recorrido con sus labios. Yo, mientras esperaba y sentía, mi cuerpo reaccionaba. Mi piel se erizaba, mis pezones se endurecían y mi sexo se humedecía. Y sólo por sus caricias y besos.
Realizó los mismos recorridos de manos y besos por la parte de la espalda, pero al ir al girar para ponerse nuevamente frente a mí, sentí un azote en mi nalga derecha.
Un leve quejido salió de mi boca, él me miró a los ojos mientras devoraba mis labios.
- ¿Estás bien Fanny? ¿Quieres que pare?
Antes de que mi boca pudiera pronunciar palabra, mi cabeza ya había asentido a la primera pregunta y declinado a la segunda.
- Muy bien, veamos qué podemos hacer. Hay poco tiempo y solo pretendo conocernos un poco.
Me cogió de la mano y me puso de rodillas en el sillón con el pecho apoyado en el respaldo de este. Su mano recorría mi espalda lentamente, desde la nuca hasta la curcusilla, subía y bajaba.
Paró, y se centró en mis nalgas. Las acariciaba, manoseaba, las agarraba con fuerza cuando… Zas, me dio un azote. Zas, otro. Zas, continuó con ritmo seguro y firme haciendo pequeñas pausas entre algunos de ellos para acariciar mis nalgas.
Mi coño extrañamente se humedecía con cada azote. ¡Ummm cómo me gustaba!
Gemía, jadeaba y quejaba a la vez. Era complicado diferenciar lo que de mis labios salía. Salvo lo que salía de mis labios inferiores. Una suave baba inundaba poco a poco cada pliegue de mi sexo, notaba cómo ebullía con cada caricia, cada azote, cada vez que preguntaba con esa voz profunda cómo estaba.
Rodeó el sillón y me comió la boca, un beso profundo pero corto, para volver rápidamente a mi culo. Zas, nuevo azote. Esta vez su mano terminó acariciando mi entrepierna, subiendo por el lateral del muslo hasta llegar a mi humedad. Pasó los dedos por los pliegues, untando bien todo mi coño, hasta alcanzar mi clítoris. Jugó con él, lo rodeaba suavemente para ir acelerando la velocidad y la fuerza. Cada vez más mojada, cada vez más excitada, jadeaba y gemía. Mi respiración entrecortada se oía en la habitación.
El Señor no paraba de tocarme, cada estaba más empapada, cada vez notaba más tensión en mi cuerpo. Introdujo sus dedos en mi coño.
Desde esa posición sus dedos llegaban hasta la pared frontal, dando justo en plena diana. Haciéndome gemir en cada incursión. Mi coño sonaba como los niños saltando en los charcos, era música celestial. Mis labios estaban resecos, me los mordía, los chupaba, el corazón parecía que se me salía por la boca.
Cada vez más fuertes, cada vez más rápidas, los calambres en mi interior hicieron que brotara ese primer orgasmo. Un orgasmo intenso, sin fin.
El Señor se agachó y limpió entre mis piernas la delicada y exquisita miel que mi sexo le ofrecía.
Una vez limpia, volvió hacia la parte trasera del sillón, me levantó la barbilla, besó mis labios y con voz autoritaria dijo:
- Ahora señorita, empezaré a poseer cada uno de tus agujeros. No quedará uno solo en el que no me haya corrido, ni uno solo en el que no hayas sido mía.
Giró sobre sus pasos y besó mis nalgas. Mi coño aún mojado notó cómo nuevamente acogía en su interior al Señor, pero esta vez no eran sus dedos. Me clavó su polla como dardo tirado al “Bull” de la diana. Hizo pleno, directa, de lleno, hasta el fondo.
Me agarró por las caderas y empezó a penetrarme, hasta el fondo. Fue cogiendo ritmo poco a poco. Primero despacio y profundas. Una vez dentro paraba, yo movía la cadera, me sentía como perra en celo, y le instigaba a arremeter con más ritmo y fuerza. Mi coño le acogía, le abrazaba, le deseaba.
Su polla parecía hecha para mi coño. Desde la primera embestida fue como si mi coño fuera la cerradura y su polla la llave que encaja perfectamente para abrirla y llevarnos al infierno.
El ritmo fue aumentando, el Señor se agarraba con fuerza a mis caderas, empujaba dejando en la habitación el eco de su pubis contra mis nalgas, un sonido espectacular. Me hubiera encantado verle la cara, su expresión en esos momentos. ¿Se estaría mordiendo el labio inferior? ¿Tendría los ojos cerrados? ....
Mis tetas rebotaban, mi espalda estaba sudada, mi cabeza apoyada sobre mis antebrazos, mi boca entreabierta jadeando y, mi coño… Nuevamente empapado. Podía sentir cómo sus paredes se contraían, cómo apretaban de manera involuntaria al nuevo invitado al que, sin saberlo en ese momento, sería su dueño y el de muchos orgasmos que vendrían después de aquella mañana.
- ¡Córrete para mi pequeña! ¡Hazlo! Déjate llevar Fanny.
Seguía embistiendo con fuerza, no podía más, mi cuerpo se estremecía por momentos, una sensación extraña invadía mi cuerpo. Quería reír, quería llorar, quería …. No sabía lo que quería, sólo sabía que un nuevo, intenso y arrollador orgasmo llegaba y me dejé llevar “comedidamente”.
Mis caderas se descontrolaron, mis piernas se cerraron y desde lo más profundo de mi ser emanó una sensación totalmente nueva que terminó en llanto. El Señor justo en ese momento se corrió dentro, llenándome por completo. Paulatinamente fue bajando el ritmo de sus caderas hasta quedarse completamente quieto.
Justo en ese momento, fuimos los dos conscientes de las contracciones tan intensas que mi coño tenía.
- Joder Fanny, tienes un coño maravilloso.
Salió de mi interior, limpiándome nuevamente, salvo que esta vez era la conjunción de nuestros fluidos. Una vez limpia, rodeó el sillón, me tendió la mano y me ayudó a levantarme. Se sentó, y me puso en su regazo, no sin antes besarme dulcemente los labios. Me acurrucó tiernamente, pasando su mano por mi espalda, besando mi frente… Yo estaba extasiada, esos orgasmos habían sido los más intensos de mi vida.
- Siento haber llorado, no sé lo que me ha pasado, he intentado reprimirlo, pero no he sido capaz.
- No te reprimas, déjate llevar, conocerás nuevas experiencias.
El tiempo era como si se hubiera detenido, en sus brazos me sentía libre, y mi mente y cuerpo estaban relajados.
- Muchas gracias, señorita Fanny. Pero ahora debemos volver a la realidad.
Me levantó, recogió mi ropa del suelo, y de la mano me llevó hasta mi cuarto.
- Te ducharía, pero se nos ha hecho tarde. Date una ducha rápida y vuelve a tus quehaceres. Gracias por lo que me has dado hoy.
Besó mis labios nuevamente, esta vez la pasión desenfrenada se había tornado en pasión dulce, tierna. Dándome un pequeño azote, me invitó a entrar en la habitación, cerrando la puerta tras de mí. No sin antes decirme:
- Recuerda que tienes que recoger el café. – dijo con mueca graciosa guiñándome el ojo.
Aquella mañana mi cuerpo y mi mente cambiaron, aquella experiencia ha marcado un antes y un después. Apoyada en la puerta desnuda, mis manos recorrieron nuevamente mis labios y nalgas recordando lo sucedido en aquel despacho.