Strip Póker en Familia [01].
Nadia y su familia deben cancelar los planes que tenían para un sábado a la noche, por culpa de la lluvia. Aburridos, buscan la mejor forma de pasar el tiempo. A alguien se le ocurre jugar Póker, y para hacerlo más interesante, deciden apostar sus prendas de vestir.
Los truenos rugían y los relámpagos iluminaban la noche, con las primeras gotas de lluvia se fueron mis esperanzas de salir a bailar.
El aguacero no me tomó por sorpresa, sabía que era cuestión de tiempo, pero no quería admitirlo; me aferraba a la absurda esperanza de que una ventisca salvadora ahuyentaría las nubes, justo antes de que comience a llover. Pero no ocurrió. Alrededor de las nueve de la noche todos mis planes para el sábado se diluyeron con el agua y se fueron por el desagüe.
Las discusiones entre mi hermano Erik y yo, suelen ser frecuentes, aunque casi siempre están causadas por una buena razón; sin embargo aquella noche, por la amargura que trajo la lluvia, estábamos hechos unas furias y bastaba la simple mirada del otro para provocar insultos o actitud desafiante. Sus planes también habían sido truncados por el mal clima. Victoria, mi madre, tuvo que intervenir en más de una ocasión. Ella es el pilar anímico de la familia, hace tiempo que nos hubiéramos desmoronado, de no ser por ella; viviríamos sumidos en el caos y la anarquía total.
Ante la amenaza de pasar el fin de semana encerrados en nuestros cuartos decidimos hacer una tregua. Ya tendríamos tiempo para solucionar nuestras diferencias, cuando estuviéramos solos. Por la astucia que me caracteriza, sabía que yo iba a ser la vencedora; especialmente si tenía tiempo de prepararme para ello. Erik era un animal que sólo empleaba su fuerza bruta para solucionar cualquier inconveniente; si bien nunca llega a golpearme, tiene por costumbre apretar mis brazos, como si sus dedos fueran una tenaza, hasta hacerme gritar de dolor. Esta fuerza desmedida es producto de años de trabajo como albañil, junto a mi padre, quien es Maestro Mayor de Obra. Mi papá, José, alias Pepe, al ver que su único hijo varón, y el mayor de los tres, carecía por completo de aptitudes mentales, decidió darle empleo bajo su mando. Esto al menos le permite a Erik ganarse la vida con un oficio digno.
Como ya no podía pelear con mi hermano, me tiré en el sofá a contemplar el infinito. No tenía idea de qué haría durante el resto de la noche, y dormir no era una opción. Había dormido toda la tarde.
―¿Estás bien, Nadia? ―Me preguntó mi hermanita, cuando me vio acurrucada en un sofá con los ojos inyectados de furia.
―Sí, Mayra, gracias. No te preocupes. ―Se sentó a mi lado, la envolví con un brazo.
Mayra era la menor de los integrantes de la casa, con tan sólo dieciocho años y una personalidad de cristal, se había convertido en el recipiente de todos los mimos. A veces la veíamos tan frágil y delicada que nos costaba dejarla sola por más de una hora, aunque eso no ocurría con frecuencia.
«En mi casa siempre hay gente», es una frase que nos acostumbramos a decir cada vez que alguien organizaba alguna reunión con amigos. A mí no me molestaba convivir con la mayor parte de mi familia; a excepción de Erik, todos son buenas personas. Pero también tenemos nuestros límites, por lo que las discusiones suelen ser frecuentes. En cambio Mayra es un ser de paz, para que ella llegue al punto de discutir con alguien, seguramente esa persona había hecho algo muy malo. Ella nunca pelea con nadie, vive en su mundo y pide permiso para todo, como si fuera una molestia en su propia casa.
―Perdón, pero vamos a tener que suspender todo, no para de llover.
Le había prometido que saldríamos juntas a bailar, sería la primera vez que pondría un pie en una discoteca para mayores de dieciocho. Si bien ella ya llevaba varios meses con esa edad, por nuestros estudios no habíamos tenido la oportunidad de salir juntas antes. Esta debía ser nuestra gran noche, y la lluvia había arruinado todo.
―No te hagas problema, hermana, será la semana que viene, o la próxima. ―Su voz era tan suave que uno debía guardar absoluto silencio para poder escucharla―. ¿Por qué peleabas con Erik?
―Porque el muy boludo empezó a hacerme chistes por las tetas. Dijo que me pongo escote para que los hombres se me acerquen en el boliche, y me lleven a un telo.
Mi mejor atributo, del cual estoy muy agradecida, son los grandes pechos que heredé de mi madre. Es cierto que cuando salgo a bailar me gustaba provocar usando escotes; pero eso no significa que vaya con intenciones de acostarme con un desconocido. Sexualmente soy mucho más reservada de lo que mi familia imagina; pero no es mucho decir, porque ellos deben imaginar que soy una puta. «Ser voluptuosa no es sinónimo de ser puta», suele decir mi mamá, quien tuvo que vivir toda su vida con un cuerpo tan llamativo como el mío.
Tampoco es que yo sea una santa; puede que haya hecho algunas cosas para que ciertas personas piensen en mí como una puta. Pero no es la forma en la que suelo comportarme. Fueron pequeños deslices morales.
―¿Piensa que por mostrar un poco las tetas ya estás provocando? Se nota que no vio el pantalón que pensaba ponerme, ―dijo Mayra, sonriendo.
―Sí, mucho. A papá le daría un ataque si me viera así.
―Seguramente te queda hermoso.
Ella no tuvo la suerte de tener pechos muy desarrollados, sus tetitas son apenas pequeñas lomas en su pecho; pero la naturaleza no fue tan cruel con ella, y le entregó una carita angelical sumamente bella y, lo mejor de todo, un culo que obligaba a los hombres a voltear cuando la veían caminando.
La desilusión estaba presente en la cara de todos los miembros de mi familia, ellos también tuvieron que cancelar sus planes, por culpa del aguacero. Mis padres pensaban ir a cenar a un lindo restaurante y Erik tenía la fiesta de cumpleaños de un amigo. Hasta el sexto integrante de la casa, mi tío Alberto, tenía planes para esa noche. Creo que él fue el más perjudicado de todos, ya que había conseguido una cita con una amiga de mi mamá, que es bastante linda, y se vio obligado a llamarla para cancelar todo. Él dijo que posiblemente no tuviera otra oportunidad con esta mujer, ella no era de las que esperaban por un hombre. Pero mi madre le dio palabras de aliento y le aseguró que ella convencería a su amiga para que Alberto tenga una segunda oportunidad.
Mi tío Alberto es un hombre al que la mala suerte parece perseguirlo a todas partes. Para comenzar, le tocó ser el hermano mayor de mi mamá, lo cual no debe ser una tarea sencilla. Luego quedó viudo a la temprana edad de treinta y nueve años, cuando el cáncer de mama le arrebató a su mujer. Como si esto fuera poco, a los cuarenta y seis años quedó en bancarrota y perdió su casa. Sospechamos que esto se debió, principalmente, a la depresión que le causó perder a la mujer que amaba. Si es así, no lo culpo. Debe ser terrible querer tanto a alguien y saber que de un día a otro, ya no vas a volver a ver a esa persona, nunca más.
Para que él no se hundiera aún más en la depresión, lo invitamos a vivir con nosotros, hace casi dos años. Intentamos que se sienta lo más cómodo posible, yo cedí mi cuarto para que él tuviera uno propio y me fui a dormir con Mayra. A pesar de que a veces podemos molestarnos con él por algún motivo típico de la convivencia, jamás le echaríamos en cara que esta no es su casa, es una regla tácita. Él vive con nosotros, es parte de la familia y por lo tanto tiene los mismos derechos que los demás. La casa es de todos por igual.
Ninguno sabía en qué ocupar el resto de la noche del sábado. Comenzamos a deambular por la casa, estorbándonos unos a otros, e intercambiando miradas duras. Parecíamos tigres enjaulados, preparados para dar el primer zarpazo ante la menor provocación. Harta de la situación, mi madre nos reunió a todos en el living―comedor, que es la habitación más amplia de la casa, y nos dijo debíamos pensar en alguna actividad para no aburrirnos; porque la lluvia no iba a parar. Iniciamos nuestra propia lluvia de ideas. Mi papá propuso mirar películas, pero ya nos habíamos visto todas las que teníamos en la videoteca. Mi mamá sugirió jugar juegos de mesa, pero todos los que teníamos ya nos habían cansado. Eric dijo que podríamos hacer un torneo de fútbol en la PlayStation, pero era injusto, porque Mayra siempre nos ganaba a todos fácilmente. Cosa que hacía enojar mucho a Erik, porque el muy machista no podía tolerar que una mujer (y para colmo su hermana menor) lo pudiera derrotar, con resultados tan abultados como 9 a 0. Así que, para evitar una guerra familiar, esa idea quedó rápidamente descartada.
Al parecer, no podíamos ponernos de acuerdo en nada; estábamos por cancelar la lluvia de ideas justo cuando mi tío Alberto hizo un comentario que nos despertó la curiosidad:
―Cuando yo era pibe bastaba con un mazo de cartas, y algunas bebidas, para tener una buena velada de Póker.
―Eso pasó hace un millón de años, tío, ―dijo Erik―. Ahora ya nadie juega a las cartas… a menos que vengan en una aplicación para el celular.
―A mí me gusta jugar a las cartas, ―dije.
―Yo no sé jugar al póker, ―dijo mi hermanita.
―Es muy fácil, especialmente si es el estilo Texas Hold’em. ―Mi tío estaba captando nuestra atención; bueno, al menos la mía.
―Yo jugué póker online, con mis amigos. ―Acotó mi hermano―. Nos matamos de la risa; ellos se enojaron conmigo porque yo ganaba casi siempre.
―Claro, porque en esa mierda del póker online nadie te puede ver la cara, ―dijo Alberto―. El póker en serio, cara a cara, es un juego mucho más difícil.
―Nada que ver. ―dijo Erik, con arrogancia―. Lo que importa es saber elegir las cartas, cuándo arriesgar o cuándo no. Sé que les puedo ganar.
―La que tiene suerte con las apuestas, es tu mamá ―dijo mi papá―. Juega muy bien al póker. ―Eso nos causó curiosidad, nunca hubiéramos imaginado a mi mamá jugando al póker.
―Pepe, los chicos van a pensar que soy una timbera.
―Yo quiero aprender a jugar, ―dije, con una sonrisa que entusiasmó a todos.
―Y yo tengo justo lo necesario para jugar. ―Diciendo esto, mi tío Alberto se puso de pie y fue hasta su cuarto.
Regresó en poco tiempo, con una caja de madera que llevaba escrita la palabra Póker, en letras negras. De allí sacó dos mazos de carta, uno de reverso rojo y el otro azul. Además había un pequeño paño verde y varias fichas de diferentes colores.
En pocos minutos nos acomodamos alrededor de una mesa hexagonal, con superficie de vidrio. Me molestó que mi hermano se sentara a mi derecha, seguía enojada y no lo quería cerca mío; pero no quería provocar una nueva disputa, así que me quedé callada.
Mi tío Alberto nos explicó las reglas y tuvo la amabilidad de anotar las posibles combinaciones de cartas para formar juegos, y el valor de cada una. Con esto en manos el Póker no parecía difícil, era cuestión de esperar a que salieran las cartas favorecedoras, y saber mentirle a los demás.
La partida comenzó a buen ritmo, teniendo en cuenta que mi hermanita y yo aún estábamos aprendiendo a jugar y preguntábamos muchas boludeces. Sin embargo nos estábamos divirtiendo mucho. Mi mamá tuvo que intervenir unas cuantas veces, porque cuando yo preguntaba algo, Erik me contestaba de mala manera, como si yo fuera estúpida. Algo muy hipócrita de su parte, teniendo en cuenta de que él, con diferencia, es el más lento de la familia. Sus comentarios me hacían hervir la sangre, y tenía ganas de azotarle la cabeza contra la mesa de vidrio. Pero Viki me calmó en cada ocasión.
Tengo que admitir que, al principio, el juego me pareció muy divertido; pero después de una hora, comenzó a tornarse muy aburrido. No era la única que pensaba esto, Mayra estaba tan carilarga como yo. Mi mamá mantenía siempre una sonrisa en los labios, pero yo tenía la impresión de que lo hacía para no arruinar el momento. En cambio los tres hombres se los veía genuinamente entusiasmados. Intenté apostarlo todas las fichas que tenía, para perder de una vez; y me sorprendí, porque gané la mano, y recibí aún más fichas. Mi tío me felicitó por mi proeza, y a mi hermano le dio mucha bronca, lo cual me alegró momentáneamente. Pero si seguía ganando quedaría atrapada eternamente en un juego aburrido en el que, aparentemente, era muy buena, sin saber por qué.
―Esto no termina nunca, ya me estoy aburriendo, ―dije. No era mi intención arruinar la velada, pero no pude aguantarme.
―Es cierto, yo también me aburro. ―Me apoyó mi hermanita, mientras se inclinaba hacia su derecha para mirar las cartas que Alberto tenía en mano―. Además el tío gana seguro en esta, tiene dos ases.
―¡Ey, pendeja buchona! ¡La vez que me tocan dos ases, y vos me arruinás la mano! ―Mi hermanita empezó a reírse a carcajadas.
Noté que la mente de mi mamá trabajaba deprisa, seguramente intentaba encontrar la forma de arreglar todo antes de que la situación se pusiera fea.
―Es porque falta el alcohol, ―dijo, por fin. A ella nunca le molestó que bebiéramos ocasionalmente.
―Puede ser. ―La idea de tomar algo me agradaba, pero igual el juego seguiría siendo aburrido―. Lo que pasa es que no le veo la gracia a estar ganando fichitas de plástico. Nadie gana ni pierde nada de valor. No digo que juguemos por plata, ―de hecho eso me desfavorecía mucho, porque no tenía ni un centavo para apostar―; pero ¿hay algún otro tipo de apuesta que se pueda hacer?
―Se puede apostar lo que uno quiera, ―dijo mi mamá―. Algunos apuestan por “desafíos”, como: “El que pierde sale a bailar bajo la lluvia”, o cosas así. También está la apuesta por tragos: los que pierden toman un shot de tequila… pero eso no lo vamos a hacer; porque vamos a terminar todos con un coma etílico.
―Especialmente Erik, que pierde en todas las manos, ―dijo Mayra, en tono de burla. Erik la fulminó con la mirada.
―Existen otras variantes, ―prosiguió mi mamá―. Está lo que se llama Strip Póker, por ejemplo. ―Mi padre soltó una estrepitosa risotada.
―¡Qué recuerdos! ―Exclamó Pepe―. Eso es lo que jugábamos con tu mamá, cuando nos pusimos de novios. Pero lo hacíamos los dos solos, y ella siempre me ganaba. Me dejaba en bolas, literalmente.
―¿Y por qué solos, tiene algo de malo? ―Preguntó Mayra, demostrando toda su ingenuidad. Hasta yo me había dado cuenta que el nombre del juego provenía de la palabra Striptease, y mi papá dijo que quedaba desnudo cuando jugaba con mi madre.
―Es que en ese juego cuando uno pierde, tiene que quitarse alguna prenda de vestir. ―Explicó mi mamá, con su santa paciencia.
―Eso parece divertido. ―Opinó Erik―. Ahí sí se pierde algo importante, podemos jugarlo de esa forma, ¿o te daría vergüenza, Nadia? ―Me miró desafiante.
―Acá el único sinvergüenza sos vos; pero yo me animo a jugarlo, ya demostré que gano casi siempre. Vas a quedar en pelotas, adelante de todos. Cuando veamos tus “pasas de uva”, vas a querer inventar la excusa de que hace mucho frío. Cuenten conmigo. ¿Alguien más se suma?
Mis padres y mi tío se miraron inquietos, ninguno sabía qué decir. De pronto mi mamá se puso de pie, diciendo:
―¿Me ayudan a buscar las bebidas y los vasos?
Los tres adultos se alejaron, y me quedé con mis hermanos, en silencio. Sabía que esa actitud era sólo una excusa para poder decidir si seguiríamos adelante con el juego, empleando el nuevo sistema de apuestas. Mayra estaba algo sonrojada y apretaba nerviosa su negro cabello, atado formando una cola de caballo. Al parecer la idea no le gustaba mucho, pero no se animaba a decirlo. Tengo que admitir que a mí también me ponía un poco nerviosa el imaginar a mi familia desnudándose delante de mí. Fui un tanto prepotente porque Erik me desafió, y yo no podía tolerar que ese troglodita me desafiara.
Cuando los tres adultos regresaron, vi que mi tío traía una pequeña mesa de madera plegable, en la que apoyaron varias botellas de vino, blanco, tinto y rosado. Yo no acostumbraba a tomar vino, pero también trajeron algunas gaseosas; para poder mezclarlo, y hacerlo más apetecible para mí y para Mayra. Los hombres de la familia solían tomarlo puro, y mi mamá acostumbraba variar.
―Bueno, vamos a jugar al “Strip Póker”, ―dijo Viki, con voz serena―. Si no hacemos eso, nos vamos a aburrir toda la noche, y nos vamos a terminar matando.
―¡Qué bien! ―Exclamó Erik, al mismo tiempo que yo hacía la pregunta.
―Si hija, puede ser divertido, y si alguno quiere abandonar, puede hacerlo en cualquier momento. No vamos a obligar a nadie hacer algo que no quiera. ―Eso me tranquilizó bastante―. La idea es divertirnos un rato y reírnos. Estamos en confianza, acá todos nos vimos en calzones alguna vez.
―Sí, por desgracia, ―dije―. Tengo algunos recuerdos de levantarme a la noche para ir al baño, que me van a atormentar toda la vida.
―Ey, eso fue un simple descuido, ―dijo mi tío Alberto―. Pensé que estaban todos durmiendo…
A él lo había sorprendido desnudo de la cintura para abajo, por suerte alcanzó a taparse rápido con la remera; pero tuve que ver su culo desnudo mientras se alejaba de mí, caminando como un pingüino.
―Sí, ya sé, tío… pero no me refería sólo a eso. Creo que a todos me los crucé en situaciones más o menos similares.
―Claro, porque vos siempre te levantas a mear toda tapada, ―dijo Erik.
Me sonrojé, recordé una noche de mucho calor en la que me levanté a hacer pis. Casi me muero de la vergüenza, y creo que a él le pasó lo mismo. Como yo comparto dormitorio con mi hermana menor, estoy acostumbrada a andar medio desnuda dentro de la pieza, y como era tarde supuse que nadie estaría despierto. Salí de mi pieza vistiendo una diminuta tanga, y nada más. Vi a mi hermano en el pasillo, caminando directamente hacia mí; pero en realidad él también iba al baño, igual que yo. Éste se encontraba justo entre mi dormitorio y el suyo. Él no me hizo ningún comentario, se quedó petrificado, mirándome las tetas, que se tambaleaban y estaban cubiertas por pequeñas gotas de sudor. Eso no se debía sólo al calor, sino que apenas unos segundos atrás estuve haciéndome tremenda paja… fue tan intensa que tuve miedo de despertar a mi hermanita. Tenía la concha toda mojada, y estoy segura de que Erik se dio cuenta de eso, porque la tanga, que me cubría muy poco, tenía una gran mancha de humedad, justo debajo de mi concha. Él no tenía más ropa que su bóxer. Lo más vergonzoso de ese encuentro fue notar que mi hermano tuvo una erección, y no supo disimular para nada. Su gran bulto creció de manera inmediata. Podría haberme enojado con él, porque soy su hermana; pero también soy consciente que tengo un cuerpo que es capaz de excitar a muchos hombres, y posiblemente agarré a mi hermano desprevenido. Recuerdo que me quedé muda durante unos segundos, al igual que él. Nos miramos el uno al otro, con detenimiento y asombro. Cuando reaccioné le dije que yo pasaría primero al baño, porque no aguantaba más. Lo cual era cierto, después de llegar al orgasmo me entraron unas ganas increíbles de hacer pis. Él no se opuso. Entré al baño, hice mis necesidades, y cuando salí me volvió a sorprender. Él seguía allí, de pie en el pasillo. Sus ojos volvieron a recorrer toda mi anatomía, especialmente me miró las tetas, seguramente notó lo duro que tenía los pezones. Caminé de regreso a mi cuarto, y giré la cabeza para comprobar que me estaba mirando el culo descaradamente. Al entrar a mi dormitorio prendí la luz y me miré en un espejo, especialmente quería ver la parte de atrás. Me agaché un poquito, dándole la espalda, y me encontré con la tanga medio metida en mi concha, mis voluminosos labios vaginales parecían estar devorando la tela. Con razón Erik me había mirado de esa forma. Desde esa noche no pude dejar de preguntarme si él se habría hecho una paja pensando en mí, o en alguna mujer muy parecida a mí. No habíamos vuelto a hablar del tema, hasta ahora; me sentí tan avergonzada que no supe qué contestarle. Por suerte papá intervino, para rescatarme.
―Bueno, che… dejen de pelear de una vez, y vamos a jugar, ―dijo―. A todos nos ha pasado alguna vez, la casa es chica y somos muchos.
Se repartieron las bebidas y se establecieron las reglas. Todos debíamos comenzar con la misma cantidad de prendas, se determinó seis, como el número apropiado. Conté la ropa que llevaba puesta: una remera roja, un pantalón azul marino bastante holgado, corpiño, bombacha, medias y zapatillas. Eso sumaba un total de seis, ya que las prendas en pares se contaban como una sola. Todas las mujeres teníamos la misma combinación de prendas, y los hombres, al no llevar corpiño, debieron ponerse gorros. Mi papá apareció con un sombrero de “guapo tanguero”; se veía totalmente ridículo, con su ropa informal, nos hizo reír mucho. Erik optó por una gorra con visera que usaba con mucha frecuencia, demasiada frecuencia… ya estaba toda desteñida y olía a rata muerta. Mi tío se puso una boina le que tapaba la incipiente calva que estaba apareciendo en la cima de su cabeza.
Al comienzo todo parecía muy divertido. Era más importante no perder que ganar. El que recibía la peor mano de la partida debía quitarse una prenda de vestir. Para facilitar el juego, empleamos el método en el que recibíamos cinco cartas en la mano, y podíamos cambiar las que no nos gustaran, por cartas nuevas; pero esto sólo se podía hacer una vez por mano. Mi hermanita demostró que tenía mala suerte con las cartas, la preocupación se apoderó de su rostro. Perdió las zapatillas y las medias de forma consecutiva, intentó serenarse un poco, tomando un largo sorbo de vino mezclado con gaseosa. Yo también estaba tomando, pero lo hacía por puro gusto.
Mi mamá también perdió todo su calzado, y fue la primera de las mujeres en perder la blusa, quedando en corpiño; pero éste era grueso, y no transparentaba nada. Además todos la habíamos visto en bikini, y ésto era más o menos parecido.
En las siguientes manos, mi tío y mi hermano perdieron gran parte de su vestimenta, hasta quedar con tan solo el pantalón y el calzoncillo. Entre las veces que perdieron ellos, yo tuve mala suerte en dos ocasiones; quedé sin medias y zapatillas. El juego se fue poniendo cada vez más interesante, y la pérdida de prendas aumentaba el riesgo. Ya me podía imaginar que alguno de mis familiares quedaría completamente desnudo en cualquier momento. No quería ver eso, pero mucho menos quería ser yo la que perdiera; por eso me preocupaba por seleccionar bien mis cartas, al momento de hacer el cambio. Mientras jugábamos, nos estábamos metiendo, entre pecho y espalda, grandes cantidades de alcohol.
Me tocó perder una vez más, y mis grandes pechos quedaron sostenidos por un corpiño de encaje negro. Si alguno miraba atentamente, tal vez podía notar cierta transparencia. Esto podría haberme preocupado, pero los primeros indicios de borrachera me ayudaron a no darle mayor importancia; además pretendía golpear a quien se atreviera a mirarme mucho.
Cuando le tocó el turno a Mayra de quitarse la blusa, dudó un momento; pero al ver cómo estábamos mi madre y yo, se animó a hacerlo. Sus pequeños pechos apenas ganaban volumen gracias a su corpiño color rosa. La desgracia de la pequeña no terminó allí, fue la primera en perder su pantalón. Su mala suerte me daba pena; o tal vez no era eso, ya estaba sospechando que Mayra no sabía jugar. Por la combinación de sus cartas, me daba la impresión de que arriesgaba mucho, con la esperanza de armar juegos difíciles, como escaleras y fulles.
Pensé que no se atrevería a despojarse de su pantalón, pero, contra todo pronóstico, se lo quitó sin ningún tipo de ceremonia. Tenía puesta una pequeña colaless, del mismo color que el corpiño. Me sorprendió ver lo bien que esta colaless resaltaba sus blancas y redondas nalgas, a tal punto que hasta mi propio padre se sonrojó al verlas. Nadie la miró más de un segundo, para no ponerla incómoda; de todas formas no era muy diferente al bikini que solía usar cuando estábamos en la pileta… aunque este atuendo era un poco más chico.
Supuse que la trágica suerte de Mayra mejoraría para la siguiente mano, pero volvió a perder, mostrando una espantosa combinación de cartas. ¿Qué carajo había querido armar? La pequeña quedó petrificada, no podía perder otra cosa que su ropa interior. Un incómodo silencio se apoderó de la sala.
Todos sabíamos que apostábamos la ropa y que, probablemente, alguno de nosotros quedaría desnudo; pero creo que a nadie se le cruzó por la cabeza que la primera podía ser Mayra. Yo ni siquiera creí que llegaría a verla en ropa interior.
―Pago una prenda, para la próxima vez que me toque perder, ―dijo mi madre, en un valiente acto para que mi hermana tomara un poco de confianza.
A pesar de que aún llevaba puesto su pantalón, se quitó el corpiño. Dos grandes melones, coronados con pezones marrones, rebotaron ante nuestros ojos. Mi hermanita sonrió, agradeciendo el gesto. Al parecer, ver que su mamá mostraba las tetas sin ningún pudor, le dio coraje. Llevó las manos a su espalda y desprendió el corpiño, enseñándonos un par de pequeñas tetitas, con pezones rosados. Noté que mi hermano tragaba saliva al verla, estuve a punto de darle un codazo, pero eso sólo humillaría a Mayra.
Cuando a Erik le llegó el turno de perder su pantalón, estuve a punto de burlarme de él. Pero quedé sorprendida. Primero: porque él no puso ninguna objeción, se lo bajó sin protestar. Segundo: por lo mucho que se marcaba su bulto, en la tela del bóxer. Para colmo la mesa era transparente, y al tenerlo sentado a mi lado, era imposible no mirar. Supuse que al chico se le estaba poniendo un poquito dura al ver tantas tetas, aunque éstas fueran las de su madre y hermanas.
La siguiente en perder fue Victoria, como ya había pagado prenda no tuvo que desvestirse; pero en la siguiente mano, las cartas se rieron de ella. A sus cuarenta y tres años, mi madre aún conserva parte de su figura juvenil; aunque está algo más caderona, y su cola creció un poco, porque acumuló algunos kilos extras. Al bajarse el pantalón, nos mostró una linda bombachita blanca de encaje. Algunos pelitos asomaban por la tela, y su vulva se marcaba muy bien. Para mí, la imagen fue un tanto impactante; pero no tanto como cuando mi padre tuvo que quedarse sólo en slip. Tenía un bulto aún mayor que el de Erik, y sus piernas eran peludas. Para colmo él estaba sentado a mi izquierda, bastaba con mirar la mesa para encontrarme con dos paquetes llenos de masculinidad. Me estaba poniendo un poco nerviosa. Aunque Mayra parecía estar mucho peor que yo, no dejaba de estrujarse los dedos, o de tirar de su cabello; creí que se quedaría calva en cualquier momento. Tomé algo de vino, para calmarme, y mi mamá volvió a llenar el vaso de mi hermanita; que era una de las que más tomaba.
Intentábamos tomarnos todo con mucho humor, hacíamos constantes chistes, para romper un poco esa capa de hielo familiar que había en el ambiente.
―¿Papá? ―Preguntó, Erik―. ¿Quién fue el ciruja que te donó ese bóxer? Está todo lleno de agujeros. No sabía que tu situación económica era tan lamentable.
Nos reímos, tal vez exagerando un poco.
―Pensar que yo le compré un montón de bóxers nuevos, ―dijo mi mamá―; pero él sigue usando los que ya no sirven ni para trapo.
―Es que éstos me traen suerte, ―dijo mi papá.
―¿Suerte en qué? ―Le preguntó Viki―. Porque con las mujeres seguro que no, cada vez que te veo con eso puesto, me dan ganas de hacerme lesbiana.
―Hermana, ―dijo Alberto―. Vos podrías hacerte lesbiana en cualquier momento, no hace falta que esperes a ver la decadencia de tu marido. Con esos dos melones, conseguirías a cualquier mujer que patee un poquito para el otro lado. Eso si es que no se asustan… porque da la impresión de que en cualquier momento revientan, como globos llenos de agua.
―¿Estás diciendo que tengo mucha teta? ―Dijo mi mamá, haciendo saltar sus grande melones.
―Pará un poquito, tarada. ―Se atajó mi tío―. Van a explotar, y me vas a arrancar un ojo con un pezón.
Una vez más estallamos en risas. Era obvio que nuestra “alegría” estaba más causada por el alcohol, que por el nivel de los chistes de mi hermano y mi tío. Yo estaba muy nerviosa, y reírme era una buena manera de contrarrestar eso. Seguramente para Mayra funcionaba igual, la chica se estaba riendo hasta las lágrimas.
Me di cuenta de que mi tío Alberto estaba sentado en una posición por la que cualquier hombre heterosexual se sentiría privilegiado. A su izquierda tenía a mi hermanita, y a la derecha, rebotando, estaban los grandes pechos de mi madre.
Perdí una ronda, por culpa de una escalera que nunca apareció. Estaba muy confiada, me faltaba solamente un ocho de trébol. Más bronca me dio ver que mi hermano tenía uno de esos en su mano. Era mi turno de quitarme el pantalón. Cuando lo hice, me sorprendí a mí misma. Creí que tenía puesto un calzón de abuela, pero en el último segundo recordé que ya me había puesto una diminuta tanga negra, que dejaba en total evidencia que mi pubis estaba completamente depilado.
―¡Apa! ―Exclamó mi mamá―. ¿Pensabas ver a alguien en especial con eso puesto? ―Todos se rieron, y tuve que esforzarme por no enojarme.
―Ya decía yo, salías con la intención de irte a un telo con alguien. ―Acotó mi hermano, con su absoluta falta de tacto. El comentario me hizo enojar, pero sabía que si empezaba una trifulca, luego todos me culparían de arruinar el momento. Tuve que morderme la lengua, y tomármelo con humor.
―Quería ver si me traían algo de suerte, ―dije, con una sonrisa―. Siempre hay que estar preparada. Es una lástima que la lluvia haya arruinado todo.
En la siguiente mano me tocó perder otra vez. No tuve más remedio que acompañar a mi madre y a mi hermana en la exhibición de tetas. No quería hacerlo, pero ya no tenía motivos para oponerme. Al parecer los hombres de mi familia se quedarían con un bello recuerdo de nuestros pechos. Los míos eran tan grandes como los de Victoria, aunque se veían un poco más suaves y juveniles.
―¿A mí también me vas a decir que parecen globos a punto de reventar? ―Le pregunté a mi tío, en tono burlón. Él sonrió y supuse que iba a salir con otro de sus chistes referentes a las grandes tetas; pero en ese momento miró a Mayra, ella parecía algo apenada. Lo más probable era que se debiera al diminuto tamaño de sus pechos.
―No entiendo qué necesidad tienen de tanto abuso de tetas, ―dijo Alberto―. Al fin y al cabo no sirven de mucho. Una linda mujer las tiene que tener como Mayra, es el tamaño ideal; estiliza mucho la figura. ―Mi hermana se sonrojó y miró al piso, pero pude notar una sonrisa en su rostro.
―Coincido totalmente. ―Agregó mi papá―. Si bien es divertido apretarlas un rato, al fin de cuenta lo que importa está más abajo. ―Estiró la mano izquierda hacia su esposa, y le acarició una pierna.
―A mí me gustan las mujeres bien tetonas. ―Acotó el boludo de Erik, tuve que darle un merecido codazo en las costillas.
A pesar del buen humor, el juego se estaba tornando peligroso. Mi tío llevaba una leve ventaja, al tener su pantalón; pero los demás estaríamos en dificultades si perdíamos una mano más. La tragedia cayó sobre Erik, quien tuvo una de las peores cartas que se habían visto en el transcurso del juego. Eran tan malas que no me hubiera sorprendido ver una sota de basto entre ellas.
―Está bien, perdiste, ―dijo mi mamá―. No hace falta que te quites lo último. Pero ya no vas a recibir cartas. ―Ella se caracterizaba por ser una mujer misericordiosa, pero justa.
―Todavía no perdí, el juego puede seguir. Tengo mi dignidad, ―dijo, como si supiera el significado de esa palabra―. Si me lo tengo que sacar, me lo saco.
Viki estuvo a punto de detenerlo, pero Erik no le dio tiempo, se paró a mi lado y bajó su calzoncillo con un rápido movimiento. Di un salto hacia atrás cuando su larga y oscura verga apareció ante mis ojos, bamboleándose como una serpiente que colgaba de un árbol.
―¡Che, que no muerde! ―Dijo mi papá, al ver mi reacción.
Todos se rieron, hasta Mayra, quien miraba fijamente el miembro de su hermano. Yo estaba sorprendida por el tamaño, si yo podía presumir de mis tetas, él podría hacerlo tranquilamente con su verga. La tenía a media erección, y no pude evitar preguntarme de qué tamaño sería si estuviera completamente dura. Tragué saliva, sin poder apartar la mirada de esos grandes y peludos testículos. Sentí un poco de orgullo de hermana, si mis amigas sabían lo bien equipado que estaba, seguramente muchas me pedirían su teléfono; incluso aquellas que se burlaban de él por considerarlo algo bruto. Podía ser burro, pero también la tenía como un burro.
A pesar de que soy una mujer voluptuosa, que atrae la mirada y el interés de muchos hombres; tuve muy pocas experiencias sexuales. Estuve en pareja con un chico, con el que cogí varias veces; pero fue un sexo inexperto, los dos éramos primerizos y no nos entendíamos muy bien en la cama. A cada rato debíamos parar de coger para organizarnos un poco, o para decidir qué hacer a continuación. Eso mataba mucho el clímax. Yo creía que mi novio estaba bien dotado, que tenía una verga que se podía considerar grande. Pero eso se debía a mi falta de experiencia en el tema. Ni siquiera soy de mirar porno… empecé a hacerlo luego de cortar con él. Y al ver la verga de Erik pensé que él, tranquilamente, podría ser actor porno.
No fue con el porno que aprendí que mi novio, en realidad, la tenía de un tamaño entre normal, tirando a chica. Eso ocurrió una noche en la que salí a bailar y un tipo me empezó a apoyar de forma descarada. Era un morocho medio gordo y algo feo, que estaba muy borracho. Estuve a punto de mandarlo a la mierda, para que no me molestara, pero vi a su amigo: un morocho medio delgado, y algo lindo. Estaban los dos bastante pasados de copas, y yo, por la insatisfacción sexual que me causaba mi novio, estaba medio cachonda. Me puse a bailar con ellos, a pesar de las constantes quejas de mis amigas, que me decían que esos tipos podían ser peligrosos, y que yo no los conocía. Como pendeja malcriada que soy, las ignoré, y me puse a bailar con ellos. Yo me hice un poquito la puta con el que era más lindo, le rocé mi culo contra el bulto en varias ocasiones; pero él no parecía muy interesado en mí. El que no perdía oportunidad de meterme la mano era el gordito, que ya me había manoteado las nalgas de forma descarada, e incluso me agarró una teta. Me estaba haciendo enojar, pero yo me la aguanté, sólo porque su amigo me parecía cada vez más lindo, producto del alcohol que yo también estaba consumiendo, y de la calentura que tenía encima.
La cosa se fue poniendo más picante cuando estos tipos, sin que me diera cuenta, se fueron acercando a uno de los rincones más oscuros de la discoteca. Incluso llegué a perder de vista a mis amigas. En ese momento debería haberme asustado, pero estaba tan “alocada”, que no vi el peligro ni el riesgo, sino todo lo contrario: vi una oportunidad.
Como una loba en celo me lancé sobre el tipo lindo, que ya me tenía loca, lo arrinconé contra la pared, aplastándolo con mis grandes tetas, y empecé a comerle la boca. Él no opuso demasiada resistencia, pero tampoco parecía estar muy complacido con la situación. Ahí fue cuando se me ocurrió que el tipo tal vez era gay, porque no se me ocurre otro motivo para que pudiera rechazar a una mujer como yo.
Su amigo, el gordito feo, también vio una gran oportunidad en la oscuridad. Se pegó a mí como una garrapata. Me aplastó con su panza y empezó a restregarme el bulto contra el culo, como un perrito en celo. Quise apartarlo, pero si lo hacía también perdería la oportunidad de besar a su amigo.
Mientras yo me esforzaba por meter mi lengua en la boca del tipo lindo, el gordito aprovechaba para manosearme toda. Podía sentir sus rechonchos dedos jugueteando con mi concha, y ya se las estaba ingeniando para correrme la tanga.
Para ese momento yo ya estaba desesperada por algo de acción, estiré mi mano y atrapé el bulto del tipo lindo, y me sorprendí…
Su bulto no era más grande que el de mi novio. Es más… hasta me parecía considerablemente más chico. Me llevé una gran desilusión, ese hombre, con el que creí que podría pasar una buena noche, era un “pitocorto”.
No sabía qué hacer… si me iba en ese momento lo haría sentir muy mal, porque él sabría que se debía a eso. Además su amigo, el gordito, no me dejaría ir tan fácil. Ya había conseguido hacer mi tanga a un lado, y uno de sus dedos me estaba explorando directamente dentro la concha. Feo o no, el tipo ya me estaba calentando… incluso más que su amigo el lindo, quien ya no me interesaba tanto.
Seguramente él pensó que yo ya estaba entregada, porque no opuse ninguna resistencia cuando sus dedos penetraron mi concha, al contrario, separé un poco las piernas y lo dejé obrar libremente.
Por ser un poquito ingenua, creí que él se conformaría con llenarme la concha de dedos, pero no… apenas unos segundos después sentí algo más grande que un dedo… mucho más grande. Me quedé pasmada e inmóvil. No pude hacer nada, estaba en la posición exacta para recibirla. Una gruesa verga empezó a dilatar mi concha hasta límites que nunca antes había alcanzado. Si solté un grito nadie se enteró, más que estos dos tipos, la música era tan fuerte y la oscuridad nos protegía tan bien, que hubiera dado lo mismo que estuviéramos solos. El gordito me agarró fuerte de la cintura y comenzó a presionar, en el afán de clavarme toda su verga. Si yo quería una más grande que la de mi novio, ahora la tenía… el gran problema es que yo dudaba que mi concha estuviera lista para semejante miembro masculino. La presión del gordito comenzó a ser cada vez mayor, me obligó a levantar más la cola y a separar un poco las piernas… quedé en puntitas de pie, sufriendo porque mi concha parecía estar atravesando por un segundo desvirgamiento. Pero no podía negar que era la sensación más placentera que había experimentado en mi vida. Ya me estaba importando poco que el tipo fuera gordo, o feo… o que fuera un degenerado que desde el primer momento había intentado propasarse conmigo, su pija me estaba abriendo como nunca antes lo habían hecho, y yo quería más. Quería que me la metiera tan adentro como fuera posible.
El chico lindo y “pitocorto” se dio cuenta de que sobraba en ésta ecuación, por lo que empezó a liberarse de la prisión de mis brazos. No opuse resistencia a su partida, yo ya no quería saber más nada con él… mi mente sólo podía pensar en esa gran pija que cada vez entraba más en mi concha.
Cuando quedamos sólo el gordito y yo, empezó la mejor parte. A pesar del dolor, mi concha pudo contener todo ese miembro viril, me la clavó tan fuerte que me hizo gritar de placer… pero allí nadie podía oírme. Mis tetas y mi cara estaban contra la pared, y el gordito, al ver que podía metérmela toda, empezó a bombear con fuerza y sin tener mucha consideración por mi anatomía. Ésto, en lugar de molestarme, me volvió loca… como tarada que soy, empecé a alentarlo… sabía que él sí me podía escuchar, lo tenía respirando muy cerca de mi cuello, con su fuerte aliento a alcohol. Le dije “Metémela toda… bien fuerte… partime al medio”, me sorprendí a mí misma, porque a mi novio jamás le había dicho cosas como esas. Me daba mucho morbo saber que él, a pesar de ser tan feo, había podido excitar de sobremanera a una chica tan hermosa como yo. Unas horas antes lo hubiera creído imposible, pero allí estaba, pasándome la lengua por el cuello y la cara, y clavándome toda su gorda pija… y yo entregada, dispuesta a dejarme hacer lo que él quisiera. Quería que me usara como su muñeca sexual, y me diera para que tenga durante toda la noche.
Tenía toda la concha mojada, y ni un milímetro más para recibir pija, el gordito me tenía completamente llena, y yo movía la cadera como una puta, provocando que las penetraciones fueran más rápidas e intensas.
El tipo me cogió tan bien que me hizo llegar al orgasmo, algo que nunca me había pasado con mi novio. Y como si ésto no fuera poco, empezó a llenarme la concha con potentes chorros de semen.
Jamás me habían hecho gozar tanto con el sexo, ni me había sentido tan morbosamente usada. Al día siguiente tuve que cortar con mi novio, no porque me sintiera mal por haberlo engañado, sino porque ya me había dado cuenta de que no sería feliz con él. Yo necesitaba algo más… grande.
―¿Cómo es eso de que no perdiste? ―El vozarrón de mi tío Alberto me hizo volver a la realidad. Le estaba hablando a mi hermano, quien a pesar de estar desnudo, seguía mostrando dignidad y competitividad―. ¿Qué pensás hacer si perdés otra ronda? ¿Cortarte las bolas? ―Ese comentario me causó mucha gracia.
―No gracias, prefiero conservarlas. Pero pueden ponerme algún desafío si pierdo. Como eso que dijo mamá, de salir a bailar bajo la lluvia, o algo así.
―No es mala idea, ―dijo Viki, dejando el vaso en la mesa―. ¿Pero quién va a decidir el desafío?
―El que tenga la mejor mano de la partida, ―dijo Erik.
Tenía que admitir que la idea era muy buena, aunque ésta proviniera de mi hermano. Tal vez al pobre se le iban a achicharrar las neuronas, por pensar en eso; pero podríamos implementarlo. Así tendría importancia alzarse victorioso. Todos aceptamos, aunque Mayra sólo asintió con la cabeza tímidamente, y no dijo nada.
El juego continuó, y esta vez fue mi tío el que se quedó en calzoncillos. Su cuerpo no era tan firme como el de mi padre, pero aun así era un hombre que podría interesar a cualquier cincuentona en busca de diversión.
En la ronda siguiente mi madre perdió su última prenda. Todos quedamos a la expectativa, pero al parecer ella no quería transformar la derrota en una tragedia griega. Sin mucho preámbulo, se puso de pie y meneó sus anchas caderas, mientras se bajaba la bombacha, dejando a la vista una vulva, con unos gruesos labios que colgaban de ella, y algunos pelitos castaños que la coronaban. Todos nos quedamos en silencio, admirando semejante ejemplar de sexo femenino.
No podía creerlo, quedando desnudos delante de todos los integrantes de la casa, como si fuera lo más natural del mundo. Hay que reconocer que el alcohol tenía mucho que ver con esto, hasta yo misma me sentía menos inhibida. Incluso estaba dispuesta a desnudarme completamente, porque ya había visto a mi hermano y a mi madre haciéndolo. Psicológicamente es más fácil seguir a los grupos y masas, que ir contra ello. Al menos así me lo explicó mi terapeuta, la que afirma que no estoy loca y que soy una muchachita normal de veinte años con problemas típicos de la edad.
Pero en ese momento, disfrutando con mi familia, poco me importaba el boludo de mi ex novio. La única preocupación que tenía era por los supuestos “desafíos” que llegarían cuando perdiera alguien que ya estaba desnudo. Aún nos restaba mucho por jugar, y tenía la impresión de que los desafíos serían humillantes, y muy subidos de tono.