La hija de mi mujer se convierte en mi amante (5)
Disfrutando de un crucero y del cuerpo de mi hijastra.⚡
Llegó la semana del crucero. No la de El Corte Inglés, si no la nuestra. Partimos de Barcelona un martes, con una semana completa por delante, para visitar varios puertos del Mediterráneo occidental. La travesía hacía la primera escala en Mallorca, de allí a Malta, siguiente puerto en Italia, desde Malta ruta hasta Túnez para, desde allí, visitar tres ciudades de Italia: Nápoles, Roma y Florencia. La vuelta desde Florencia hasta Barcelona requería un día completo de navegación, sin bajada a ningún puerto.
La semana fue transcurriendo con bastante estrés. Un viaje en crucero puede ser muy bonito, pero a la vez muy estresante. Los horarios están muy comprimidos y las visitas son muy rápidas y someras, no da tiempo a profundizar mucho en ningún lugar de las escalas.
Como ya conté en el anterior relato, mi mujer, su hija y yo compartimos camarote. Era un camarote sencillo, con un sofá-cama y una cama de matrimonio, con un pequeño baño y una pequeña terraza. En la terraza me “refugiaba” cada vez que ellas estaban en ropa interior, cambiándose y vistiéndose para cada una de las cenas.
He de decir que, para la cena de gala que se supone que ofrece el capitán, hay que vestirse de forma más elegante aún de lo que se hace en las cenas ordinarias y eso que, en general, en los cruceros, la gente suele vestirse muy bien para la cena, pero la cena de gala es especial, se “exige” etiqueta.
Esa noche, que fue la noche que partíamos de Roma hacia Florencia, las dos mujeres con las que compartía el camarote vistieron sendos vestidos de gasa. Mi mujer de color negro, con un escote más acentuado de lo que es habitual en ella, y con una caída que la hacía una figura deliciosa, además del peinado qu ese hizo para la ocasión. Estaba muy guapa.
Mi hijastra eligió un vestido en color burdeos, también de gasa como ya he dicho. Escote pronunciado y espalda al aire. El vestido era muy ajustado en la parte superior, y con caída suelta en la parte de la falda. Estaba preciosa. Y yo no hacía más que intentar imaginar qué ropa interior se habría puesto. Lo acabé averiguando a la vuelta al camarote para acostarnos. Salí al balcón, como hacía cada vez que se cambiaba de ropa, pues lo hacía en el camarote y no el baño, debido a la falta de espacio de éste último.
Desde el balcón no resistí la tentación de volver mi mirada sobre el camarote, y pude ver la ropa interior de Mónica: conjunto de braguitas y sujetador, de encaje ambos, también de color burdeos. La braguita se ceñía perfectamente a su perfecto cuerpo, tanto que la rajita de su sexo se marcaba de forma clara en ella. No pude evitar tener una erección. Tuve que pensar en otra cosa, porque debía volver a entrar en el camarote y no era plan de arrimarle mi verga caliente y dura a mi mujer, con su hija delante. Debía mantener las formas y la calma.
El día de navegación, el que siguió a la escala en Florencia, se presentaba como un día aciago y aburrido. Por eso, en el barco, habían preparado multitud de actividades de todo tipo para mantener, en la medida de lo posible, entretenido al personal.
Yo opté por acercarme a la biblioteca y hojear algún libro. No iba a leer nada completo, pero sí al menos pasar hojas y echar alguna lectura rápida.
María y Mónica dieron una vuelta por la zona de tiendas del barco, aunque dan poco de sí, porque era algo que veíamos cada noche antes de la cena. Una vez que exprimieron las tiendas, y tras comprar algún capricho, pasaron a buscarme. Me convencieron para subir a cubierta.
En cubierta acabamos logrando encontrar un hueco en el que sentarnos, medio a la sombra. El bullicio era bastante molesto: niños correteando, jóvenes sin parar de reír y gritar a los cuatro vientos, familias que se llamaban a gritos…, no era el lugar más tranquilo y relajado del mundo, sin duda.
Tras un rato, que se me hizo eterno, me despedí de ellas:
- Me voy un rato al camarote. Por lo menos allí puedo salir al balcón y contemplar el mar sin tanto bullicio.
- Nosotras nos quedamos aquí un rato más, ¿verdad Mónica? –respondió mi mujer.
- Sí, nos quedamos un poco –dijo Mónica.
- Perfecto, ¿para la hora de la comida pasáis a buscarme? –pregunté yo
- Sí, nos tenemos que cambiar de ropa, así que pasamos, nos cambiamos y nos vamos los tres –respondió María mirando al horizonte, mientras Mónica me lanzó una mirada un tanto sospechosa.
Me despedí de madre e hija con un gesto y me dirigí a nuestro camarote. Estuve un rato en el balcón, pero no caí en la cuenta de que, por la orientación de este, le daba bastante el sol, y se hacía un poco incómodo estar allí. Aguanté un rato, como digo, pero pasados unos minutos, que no debieron ser más de 15 ó 20, tuve que pasar dentro, sofocado de calor.
Decidí que lo mejor sería darme una ducha, para rebajar la temperatura corporal y, aprovechando que estaba solo, hacerme una paja y correrme de una vez: sentía que iba a reventar de ver tanto cuerpo semidesnudo como había esa mañana en cubierta, y no poder tocarme. Además, a mi mente no dejaba de venir la imagen de Mónica en ropa interior, mostrando ese cuerpo que tantas veces ya, había sido mío y al que había hecho disfrutar y con el que había disfrutado tanto.
Con la verga medio amorcillada pasé al baño, abrí el grifo de la ducha, me desnudé y esperé el poco tiempo que tardaba el agua caliente en llegar. Comencé a ducharme, acariciándome especialmente los huevos y la polla. Sintiendo como, con bastante velocidad, iba adquiriendo la consistencia y tamaño adecuados. La cabina de la ducha era un lugar bastante pequeño y, absorto como estaba en mi autocomplacencia, no advertí que alguien había entrado en el camarote.
En un momento en el que me relajaba dejando caer el agua sobre mi nuca y cuello, con los ojos cerrados y una de mis manos acariciándome la polla con suavidad, sentí como una mano extraña se unía a la mía. Casi doy un salto, a consecuencia del susto. Era mi hijastra, Mónica, la que estaba acariciándome con suavidad la polla.
- ¿Pero qué haces aquí? –le pregunté sobresaltado.
- Acompañarte y, por lo que veo, echabas de menos mi compañía, -respondió ella, mirándome con fuego en los ojos, mientras su mano continuaba su dulce tarea.
- Hay una sesión de salsa y bachata en cubierta. Se ha apuntado, ya sabes cuánto la gusta bailar y se queja de que tú nunca bailas con ella –respondió Mónica.
- Cariño, no está bien lo que estás haciendo. Tú madre puede venir en cualquier momento.
- No va a venir en una hora. Tranquilo.
Mónica se agachó y, abriendo un poco más la puerta de la cabina de la ducha, inclinó su cabeza hasta comenzar a saborear mi verga, ya bastante crecida y dura. Sentí como su lengua la recorrió de una punta a otra, jugando especialmente en mi glande y frenillo. Esa chica sabía muy bien cómo hacerme sentir en la gloria.
Los nervios y la excitación no me habían dejado observarlo, pero cuando volví a abrir los ojos para mirar cómo me la estaba lamiendo, pude ver que Mónica estaba completamente desnuda. Sus labios recorrían el tronco de mi verga, lanzando pequeños mordiscos sobre ella, a la vez que sus manos jugaban con mis huevos, y alguno de sus dedos hacían lo mismo en mi ano.
Estaba consiguiendo llevarme de nuevo al cielo con su boca. Pronto mi polla estuvo completamente erguida y dura. Mónica acabó de entrar por completo en la ducha, apenas cabíamos los dos en aquel lugar tan estrecho y diminuto. Su piel rozaba con la mía, mientras su boca y la mía se unieron en un beso cargado de pasión, de deseo y de las ganas contenidas en los últimos días.
Nuestras lenguas se unieron, se entregaron la una a la otra, mientras nuestras manos volvían a navegar por nuestros cuerpos, mojados y escurridizos, más sensuales aún que de costumbre, una auténtica invitación a la lujuria y la entrega desenfrenada.
Aproveché un instante que nuestras bocas se separaron para poder coger aire (el calor, la humedad del ambiente y nuestra excitación hacían que la respiración fuera un poco más complicada), para lanzar mi boca contra sus pequeños pechos. Uno y otro pezón fueron presa de mis labios, de los pequeños mordiscos que les propiné, de la intensa forma en que los succioné con los labios. Mi lengua dibujó infinidad de formas y figuras sobre ellos, presionándolos y haciéndolos crecer y endurecer de placer, hasta parecer que iban a estallar, mientras mi mano derecha se dirigió directamente a acariciar y masturbar su maravilloso coño y su dulce clítoris.
Mónica comenzó a jadear y gemir. No sé si se nos oiría desde el pasillo o en los camarotes vecinos, pero sus gemidos fueron cualquier cosa, menos discretos. Sus fluidos comenzaron a aflorar y humedecer mis dedos, distinguiéndose del agua que nos caía desde la ducha por su especial viscosidad.
Una vez que los dos estuvimos dentro de la ducha era imposible que pudiera comerla el coño sin abrir la puerta, y eso suponía que, finalmente, llenaríamos todo el baño de agua, con lo que eso podría suponer si no nos daba tiempo de recogerlo todo antes de que María volviera, así que opté por seguir masturbándole el coño, mientras ella volvió a hacer lo mismo con mi polla.
Su mano se movía deliciosamente sobre mi verga, subiendo y bajando, haciéndome ver el cielo en cada nuevo movimiento. Yo también gemía. Sus manos eran dos sabias diosas del sexo y el placer, que sabían perfectamente cómo moverse, cómo arrancarme gemidos de placer, cómo masajear mis huevos, cómo acariciar mi ano y urgar en él con la yema de sus dedos, a la vez que mi mano continuaba acariciando y estimulando su coño y su clítoris, con dos de mis dedos entrando y saliendo de su vagina, con mis dedos acariciando y pellizcando su hinchado clítoris.
Así estuvimos varios minutos. Los suficientes para que, tras varios e intensos gemidos, Mónica se corriese sobre mi mano, a la vez que me mordía el lóbulo de la oreja, en parte movida por el placer y el deseo, y en parte para mitigar sus gemidos.
Volví a besarla, a saborear sus labios, su lengua y su boca. Volví a enredar su lengua con la mía, y a invadir su juvenil y alocada boca con mi lengua.
Ella continuó, a pesar de haberse corrido, masturbando mi polla, obteniendo la secreción de mi líquido preseminal resbalando por su piel.
Pero yo también quería sentirla. Quería poder correrme. Eran muchos días de tenerla cerca, de verla en pijama veraniego, sin sujetador, con sus pequeños pezones apuntándome, señalándome, provocándome…, y no podía ni quería aguantar más.
- Hazlo, por Dios, quiero sentirte dentro otra vez
Y así lo hice. Coloqué la punta de mi capullo en la entrada de su vagina. Pude sentir cómo le palpitaba, como hervía. Y fui deslizándome despacio dentro, muy despacio.
El agua y los fluidos emanados, hicieron las veces del mejor lubricante. Nunca había sentido a mi polla penetrar en su estrecho y suave coño de aquella forma tan sutil. Casi sin esfuerzo logré que mi polla penetrara por completo en su delicioso cuerpo.
Una vez que la sintió dentro, mi mano se agarró con fuerza a su culo, ahora era mi dedo corazón el que jugaba en su ano, penetrándolo con delicada suavidad, mientras mi cuerpo comenzó a moverse para hacerla sentir mi polla entrando y saliendo, una y otra vez.
Volvieron los gemidos. Tanto de su garganta como de la mía. Mi polla entraba y salía, llenaba cada vez más ese delicado y delgado cuerpo, a la vez que uno de mis dedos se iba abriendo paso en el estrecho canal de su ano, tan cálido y suave como su coño.
Fui incrementado el ritmo poco a poco, subiendo en intensidad, a la vez que nuestros gemidos y jadeos se hacían también más intensos y profundos. De vez en cuando nuestra lenguas se buscaban, nuestros labios se encontraban y nuestros ojos se clavaban en los del otro, transformados en puro fuego.
Podía sentir, en cada embestida, como ese maravilloso cuerpo engullía mi polla, como la devoraba con su caliente coño, hasta sentirla completamente enterrada dentro de Mónica. Una y otra vez, sin descanso, incrementado el ritmo, sabiendo cuál iba a ser el final. Deseando, una vez más, ese maravilloso final.
Mi polla adquirió aún mayor tamaño y temperatura, al igual que su coño también adquirió mayor temperatura. Éramos dos calderas juntas, a punto de estallar.
Mónica volvió a morderme el lóbulo de la oreja. Nunca nadie lo había hecho, ni siquiera su madre o ella. Y fue un descubrimiento fantástico, me ponía, me proporcionaba un placer nuevo, distinto. Hacía que mis ganas de follarla, de llenarla con mi polla y de regarla con mi leche, no pararán de crecer, fueran cada vez mayores.
Volví a incrementar la fuerza de mis embestidas, empotrándola mi polla sin misericordia, casi con brutalidad, haciéndola aplastar entre mi cuerpo y la pared de la ducha, mientras una de mis manos seguía en su culo, apretándolo, insertando el dedo corazón en su ano, y mientras conduje la otra mano hasta uno de sus pechos, que apreté con fuerza, con rabia, con auténtico deseo, mientras mi cuerpo invadía el suyo.
Nuestros gemidos se hicieron más sonoros, más constantes y profundos. Mi polla no paraba de entrar y salir de su cuerpo, tan profundamente que mis huevos me dolían de excitación y por lo llenos de leche que ya estaban.
Con la mano que tenía en su culo acabé levantándole una pierna, hasta hacer que con ella abrazara mi cintura, a la vez que mi verga, dura y caliente como siempre Mónica la lograba poner, llenaba todo su cuerpo, sus entrañas, provocando electrizantes sensaciones que la llevaron a un nuevo orgasmo.
Oirla y sentirla correrse de ese modo, sentir sus fluidos calientes envolviendo mi polla, hicieron que yo también alcanzara el clímax de inmediata, corriéndome dentro ella por primera vez, sin protección.
Sentí como mi polla derramaba mi néctar dentro de ella, mezclándose con sus fluidos, en una tormenta que acabó en tempestad. Con todos los rayos y truenos restallando a la vez.
Cuando terminamos nos miramos, nos besamos, nos acariciamos.
- Hemos hecho una locura –le dije.
Volví a besarla y ya, con el grifo de la ducha cerrado, abrí la puerta y me agaché para besarla con cariño y devoción su delicioso coño.
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