Encaprichada con mi padre 2/1
Desperté alrededor de las seis de la mañana, me quedaban dos horas para arreglarme, el examen ocurriría temprano. Mi padre no iría al trabajo hoy porque nos marcharíamos a la playa tras el examen, así que era lógico pensar que por eso se durmió mucho más tarde de lo usual. Como era su costumbre, durmió en calzones, esta vez, ni siquiera se molestó en ponerse la bata que usó la noche anterior. Imagino que, creyó, no tenía caso hacerlo al encontrarme profundamente dormida en la cama que compartiríamos.
En el amanecer no estaba subida sobre él, de hecho, me quedé en la misma posición toda la noche, tal evento lo atribuí a que estaba realmente cansada por tanto estudiar. Mi padre, Sergio, estaba dormido volteando hacia mí, yo le daba la espalda. Había una considerable distancia de separación entre ambos cuerpos. Los dos estábamos tapados tan solo por una sábana.
Me desperté media hora antes de lo propuesto; el despertador estaba programado para importunarme a las seis y media. La ropa que usaría ese día, estaba preparada sobre mi cama ya desde la noche; no desayunaría hasta salir del examen, así que el tiempo resultaría suficiente para arreglarme. Me quedé acostada un ratito más, no me quería levantar, me embargaba una flojera muy extravagante. Pero también existía otro poderoso motivo por el que deseaba estar más tiempo echada en la camita. Era muy complicado para mí aceptarlo. Aunque ya lo había justificado en la superficie, me molestaba tener que admitírmelo a mí misma esa mañana: necesitaba verle el bulto otra vez a mi papá, solo para comprobar... No me sentía a gusto pensando en ese tema, pero no me podía sacar de la cabeza esa curiosidad que reconocía más científica o filosófica, que erótica.
Mientras seguía disfrutando los minutos extra en la cama, me hice una seria pregunta que me llevó indiscutiblemente a tener más ganas de quitarle la sábana al cuerpo de mi padre, aunque fue un efímero momento. Me pregunté a mí misma: «¿Será que la tiene “así” otra vez?, ¿todos los días se le pondrá tan parada, o solo será a veces?». Esos interrogantes, fueron básicamente el débil alegato que utilicé para decidirme a volver a verle el pito a mi papá.
Me quedé diez minutos sin hacer nada más que estar acostada, pensando que sentiría yo después de hacer lo que esa curiosidad infecciosa exigía de manera dictatorial, asegurándome al mismo tiempo de que mi padre continuara bien dormido. Cuando por fin me armé de valor, me volteé hacia él, y lo encontré hondamente inmóvil, perdido en sueños ignotos. Me puse sobre mis rodillas y agarré la sábana con las dos manos, la comencé a bajar muy lenta... Y cautelosamente... De manera que ningún movimiento brusco sobreviniera y lo despertara.
Cuando bajé la sábana hasta su cintura, comencé a ponerme de verdad nerviosa. El corazón empezó a latirme con muchísima fuerza, la adrenalina se me había disparado en el sistema; en ese instante aún podía retractarme. Estaba en mí, tomar la decisión de volver a taparlo, levantarme, arreglarme y esperar la hora del examen como se suponía debía de hacer, como una obediente buena hija y estudiante modelo. Pero no hice caso a mis dudas, en cambio, obedecí al narcótico morbo científico que me poseía con ansias maravillosas. No encuentro otra mejor forma de explicar la atractiva sensación más que comparándolo con la época en que era niña, y recibía un regalo navideño de mi padre, o cuando me decía que nos dirigíamos a la tienda de juguetes mientras él conducía por la carretera después de que yo solté lágrimas por algún berrinche absurdo.
Dejé de prestarle atención al rostro de mi padre, y enfoqué mis capacidades visuales en la franja donde se ubicaba el enigmático objeto de mi investigación, donde tenía esa cosota que me había impresionado tanto, ese bulto que me impactó hasta el punto de ponerme como una loquita obsesionada. Por supuesto, ya no me animaría a pensar en ese elemento de mi padre mientras me daba rápido con los dedos, en ese lugar que siempre pedía atención forzada por las noches calurosas, para nada… «Eso está muy fuera de lugar», creía.
Me atreví a bajarle más la sábana, tan solo lo suficiente para ver con mayor claridad la zona de interés. La deslicé exclusivamente hasta medio muslo, bajársela hasta los pies constituiría algo llamado «abuso». Únicamente le quería ver el pene a mi padre, no que cogiera un resfriado.
Me llevé una sorpresa anunciada, es decir que esperaba sorprenderme, ¿por qué?, era claro: La tenía bien parada y yo lo había intuido desde mucho antes. Se le puso «así» de nueva cuenta, parecía que diario amanecía de esa forma tan llamativa.
«Sí que la tiene grande, me pregunto cómo se le verá sin el calzón», pensé con un naciente espíritu de indagación. Me mordí el labio. Lo miré con atención plena durante aproximadamente dos largos minutos. Esa curiosidad por verlo quizás estaba satisfecha de momento. Puede ser que, ya me lo había «sacado del sistema», ya no volvería a pensar más en él, porque ya no tendría, en teoría, a la curiosidad rondándome la cabeza todo el tiempo. Pensar esto fue de cierto modo acertado, ya no deseaba verlo con la ansiedad en la que me había hallado últimamente. En contraste, todo fue a peor, ahora no quería verlo, sino que me habían entrado muchas ganas de: ¡Tocárselo! Y lo más trágico de todo, fue que en esta ocasión no lo pensé. Actué por total inercia, y le di un breve toque con el dedo índice sobre la tela del calzón. Me sorprendí sintiéndome levemente excitada, llevé una mano en dirección a mi entrepierna y comprobé lo que ya intuía que me pasaba desde que comencé a pensar en vérselo: Que estaba muy mojada. No lo podía creer, le había tocado el miembro a mi papá, aunque fue por encima del calzón, pero lo había hecho. Aunque ayer le puse mi muslo derecho en su pene, ¿eso también contaba cómo tocar? Dios, estoy actuando como una puta. Tocándole el pito a mi propio padre. «Tengo que calmarme», me aconsejé a mí misma en voz baja.
Por la mente me transitaban muchos pensamientos contradictorios, unos que me proponían ya no alimentar más aquella extraña curiosidad que se había convertido sin querer en tortuosa calentura, y otros, que me invitaban sin compasión a atreverme a más. Lógicamente, entré en razón y me volví a acostar. Tapé a mi padre con la sábana de nuevo. Pero aún seguía mi vagina bastante mojada, a pesar de haber tomado la decisión «correcta», mi calentura no bajaba. No podía creer que la cosa grandota esa de mi papito, me tuviera así de loquita.
Era muy inusual todo esto que sentía, seguramente mi aura estaba manchada de colores enrarecidos. Por una parte, comprendía que estaba mal entregarme a tal impudicia, pensar en cosas como vérselo y tocárselo, era algo tan terrible como enfermizo. Pero en el otro lado, la calentura electrizante se apoderaba de mí, de mis actos, de mis pensamientos, y al mismo tiempo, yo quería que este lado de la moneda ganara. Debía de aceptar que era una hipócrita, que el día de ayer y hoy, solo me estaba diciendo excusas y justificaciones para verle el pito a mi papá. Aunque aún no se la veía sin calzones, y eso era lo que más deseaba intensamente. La realidad es que él me ponía caliente y ya era momento de admitirlo, quizás solo así, estos sentimientos desaparecerían definitivamente para perderse en el tiempo.
En efecto, estas circunstancias las admití en ese mismo instante. Acepté que mi padre me calentaba de alguna manera insospechada, él había provocado que me mojara y era solo eso, no había ningún motivo rebuscado ya por el cual yo quisiera verle el pito. Es decir, no se lo quería ver porque me interesara la biología de los hombres por la mañana, o porque quisiera saber la frecuencia con la cual mi padre amanecía con el miembro erecto. La verdad pura, es que deseaba vérselo porque me gustaba y punto.
Tardé varios minutos volviéndome honesta conmigo misma, me quedaba muy poco para levantarme y comenzar a arreglarme, si me demoraba más de ese tiempo, llegaría tarde al examen, lo cual no deseaba. Decidí aprovechar los últimos dos minutos que me quedaban en la cama.
No volví a destapar a mi padre. La verdad es que no podía volver a hacer algo tan arriesgado como tocársela, debía de ser más sutil. De pronto se me ocurrió una brillante idea. Me volví a mojar de solo pensarlo. Iba a despertar a mi papá, de una forma que él no se esperaba. «¿Le irá a gustar? No creo que se enoje conmigo, por lo que le haré... Quizás a lo mucho se incomode. Después de todo es hombre», me dije. Y sí que era un hombre como todos los del mundo, pues yo ya lo había visto mirándome el trasero, y las piernas cuando he usado faldas cortitas o shorts, incluso me ha visto de reojo los pechos, y eso que soy su hija, su princesa, su tesoro más importante. En esas ocasiones en que detecté sus miradas, no le dije nada por supuesto, es mi padre, no me excitó que me mirara de esas maneras, sí, me incomodó un poquito, pero jamás pensé que en sus miradas se escondiera al tan turbio como la lujuria hacia su bebita hermosa. De hecho, intuía que no lo eran, pues no verme, no prestarme atención, es como si yo pasara frente a un árbol frondoso en floración y negara que existiera, y no considerara sus verdes hojas algo bello que la naturaleza nos ha regalado con los brazos abiertos. Mis piernas, mis pechos y mi trasero estaban allí, insertados en la realidad, existían y yo era consciente de que todas las personas los mirarían tarde o temprano, incluso otras mujeres lo harían, aunque no precisamente porque yo les guste. De la misma forma yo he mirado así a otras chicas, o a mi padre, también le he visto el trasero y sus brazos. Y solo hasta hace un par de días, mis ojos despertaron en enfermiza lascivia por una parte concreta de su hombría.
Ahora sí, estaba decidido: lo despertaría. Todo tras una reflexión tan esclarecedora, y de un modo que a mí me gustaría de verdad muchísimo. Acostada como estaba, decidí acercarme a él, dándole la espalda. Acerqué cuidadosamente mi trasero apuntando hacia su miembro, pero aún sin tener contacto con él.
Pasé el pesado brazo de mi padre sobre mí hombro, haciendo que me abrazara con artificialidad. Me sentía muy querida y protegida siendo abrazada en aquella tierna posición. Me pegué muy juntita hacia él, y ahora sí, puse mi trasero entre su miembro y me pegué totalmente. En consecuencia sentí su pene entre la raya de mis nalgas, sobre la delgada telita del short color rosa fiusha que tanto me encantaba utilizar en algunas noches calurosas.
Estábamos de cucharita, abrazados como novios, y me sentía muy bien, en los cielos diría yo. De repente sentí algo extraño. Resulta que comencé a mover mi trasero despacito, hacia arriba y hacia abajo para sentirlo mejor y no podía creer lo que sucedió de la nada: Su pene comenzó a hacerse aún más grande, todavía más grueso y largo, o al menos era la sensación que me daba porque algo parecía estarse moviendo mientras recorría la línea de mi culo, y lo único que estaba ahí era la verga de mi papá, estancada en una trampa de placer desconocido.
Sentí su bulto creciendo lenta y claramente sobre mi colita. De verdad que mi papá tenía un pitote de los grandotes, de los que se me antojaban, me moría de ganas de verlo ahora que sabía que podría crecer más. Me metí bajo las sábanas y me fijé, realmente era una cosota que se había erguido con impertinencia. Rápido saqué la cabeza de la sábana, me acomodé, y le restregué el trasero otra vez. En congruencia con la situación, me movía más enérgicamente, aunque no bruscamente, de nuevo para arriba y para abajo, quería que mi padre se despertara, que se diera cuenta como se había puesto por el solo hecho de tenerme así abrazada, quería calentarlo, quería que pensara en mí. Me quedaba cerca de un minuto para irme a arreglar y él no despertaba. Decidí entonces ser más brusca, así que me hice para atrás imprimiendo mucha presión, y prácticamente le pegué el culo a su cuerpo de manera ya completamente descarada, lo cual, por fin funcionó. Una vez él estuvo despierto, me hice la dormida.
Solo escuchaba silencio, pero mi padre estaba despierto. ¿Cuánto tiempo habrá tardado en asimilar que tenía abrazada a su hija, pero sobre todo, que tenía una erección en contacto con el trasero de su princesa?
—Nena, ¿estás despierta? —dijo con voz soñolienta.
No hubo contestación de mi parte.
—Alisa, despierta mi amor —insistió.
—Mmm... ¿Qué pasa papi? —dije con voz de sueño fingida, mientras él me apartaba de sí.
—Se te hará tarde para ir a la escuela.
—Todavía tengo tiempo, abrázame papi —dije mientras me volvía a acercar a él, pegándole mi trasero de nuevo, solo que ahora mientras estaba despierto, y yo fingiendo que no pasaba nada.
Me pegué a él, con sus manos me agarró por la cintura durante unos tres segundos. Supongo que, al mismo tiempo que se incomodó por tener una erección y ponérsela al trasero de su hija, le dio miedo que yo notara que la tenía.
—No, ya levántate Alisa, se te acabará el tiempo —dijo con una voz extraña, una voz que parecía cargada de preocupación y turbación.
Decidí dejar de torturarlo, y comenzar a arreglarme de una vez por todas. Tenía poco tiempo y debía de aprovecharlo. Además, ya tenía dos minutos de retraso respecto al horario que me había dispuesto a mí misma. Dejé la puerta del cuarto de mi padre abierta. Durante todo ese rato, pasé de mi cuarto al baño, una y otra vez. Gracias a eso, noté que mi padre se volvió a dormir, incluso, antes de irme comprobé que realmente estaba dormido. Le di un delicado beso en los labios y me fui a la escuela.