Incest
May 22, 2022

Encaprichada con mi padre 1/2

CapĂ­tulo 2

Al día siguiente caminé a la escuela. Una cuestión normal para mí, puesto queel instituto se ubicaba cerca de mi casa. Hubo un tiempo en que mi padre insistía en acompañarme hasta la entrada, en esa época, trataba de pasar desapercibida ya que la preocupación natural de mi padre lo invitaba a preguntar al personal de la escuela los cambios en los horarios, los métodos de seguridad de los que los alumnos disponíamos al salir, y cuåndo estaría un guardia de seguridad custodiando los perímetros de la escuela. Por suerte, después de ese primer semestre preparatoriano, mi padre comenzó a relajarse un poco con ese asunto y resolvió que si otras chicas que vivían cerca caminaban todos los días junto a mí, él no tendría porque acompañarme, después de todo eran buenas chicas y él conocía a sus padres. Esas chicas, eran también amigas miås, Samanta y Vanesa eran sus nombres. Sin embargo, ellas pertenecían a una generación detrås de la mía, por lo que no compartía con ellas un destino mås allå del camino a la escuela.

Era ese dĂ­a, un viernes soleado y hermoso de verano, calculĂ© con mucha exactitud que no tenĂ­a mucha ropa para ir a la playa, y no sabĂ­a si el dinero que me darĂ­a mi padre me alcanzarĂ­a para comprar las cosas que ocupaba. A pesar de todo, me ganaba el optimismo y me decĂ­a a mĂ­ misma que ya encontrarĂ­a una soluciĂłn en su momento. DespuĂ©s de todo, aĂșn faltaban dos semanas para el anhelado viaje.

Ya en el salĂłn de clases, como era de esperar, mis amigas y yo, platicamos obsesivamente sobre los pormenores del viaje, y como consecuencia todos los maestros nos mandaban callar de manera frecuente en el triste par de clases que tuvimos. Fue un dĂ­a confeccionado por horas libres, y aun asĂ­, podĂ­amos seguir sacando tela del tema del viaje. De hecho, la Ășltima hora no tuvimos clase y nos fuimos a comer a una pizzerĂ­a todo el grupo completo. Fue genial, ojalĂĄ hubiera tenido mĂĄs dĂ­as asĂ­, pues en ese momento no valorĂ© esos instantes de felicidad grupal que una vez una crece un poco, no se vuelve a repetir de la misma manera. Ocurren reuniones inolvidables mĂĄs adelante, sĂ­, pero jamĂĄs con esa Ășltima inocencia decadente que se ve amenazada con cada vez mĂĄs fuerza por el consumo general de alcohol y tabaco, y una existencia expuesta a nuevas adversidades de la vida cuando se cumple la mayorĂ­a de edad. Las reuniones dejan de ser lo mĂĄximo cuando se realizan en pizzerĂ­as, cafĂ©s o en la casa de algĂșn compañero cuando sus padres se marchan, y son sustituidas por bares, tugurios y el departamento de algĂșn compañero que puede permitirse vivir solo.

Veloces pasaron los dĂ­as, y aĂșn albergaba dentro de mĂ­ la incertidumbre de no tener la suficiente ropa, mĂĄs que nada en materia de trajes de baño. HabĂ­a mantenido en diversas ocasiones, quizĂĄs demasiadas, charlas con mis amigas respecto a las necesidades de la vida en la playa, y el saber cĂłmo ellas me tenĂ­an mucha ventaja al respecto, activĂł lo que yo llamo: mis alarmas de supervivencia social. Estaba sĂșper estresada por todo ese tema, y una leve locura me invadiĂł con soltura. Sin embargo, existĂ­a un asunto que no habĂ­a tomado en cuenta, algo que se me borrĂł de la cabeza por alguna razĂłn misteriosa... Una semana despuĂ©s de que terminara el periodo escolar, se entregaba a los alumnos la boleta con las calificaciones del Ășltimo bimestre, junto con las calificaciones promediadas de todo el ciclo, y si por casualidad te atrevĂ­as, como si alguien lo deseara, a reprobar una materia, debĂ­as realizar un examen extraordinario para poder aprobar la materia y asĂ­ poder continuar en el siguiente semestre con normalidad. Si eso no sucedĂ­a, tenĂ­as que repetir la materia hasta cursarla para poder pasar al siguiente grado. Y, ÂĄoh sorpresa!, ya habĂ­a pasado la semana.

A mí siempre me había ido bien en lo que a estudios se refiere, era muy dedicada en la escuela, pero a veces ocurrían accidentes, materias para las que una no era lo suficientemente apta, o los profesores no eran personas a las que les agradaras y no tenían piedad en perjudicarte. Debo decir en mi defensa que estudié lo mejor que pude, que no pude percibir que la maestra me odiara o algo parecido, o que me creía una inepta para la materia. Sin mås preåmbulos, estas fueron mis calificaciones de ese periodo:

Álgebra II:10

FĂ­sica III: 9.8

Especialidad en contabilidad: 9.5

QuĂ­mica III:10

Historia Universal: 8.8

InformĂĄtica III: 10

Literatura I: 9

Lengua adicional al español (Inglés II): 5

SuspirĂ© aliviada cuando vi los dieces y nueves impresos en la boleta, pero cuando lleguĂ© a la Ășltima calificaciĂłn, no lo pude asimilar completamente, no entreveĂ­a el panorama completo en ese instante. Dije en voz alta para mĂ­ misma: «No puede ser, tendrĂ© que hacer el examen, pero seguro lo pasarĂ©. InvestigarĂ© porque razĂłn reprobĂ©...». En mi pantanosa inocencia, todavĂ­a no daba cuenta de todo lo malo que era esto, y lo que significaba para el curso que tomarĂ­a mi destino.

Mientras conseguĂ­a el nĂșmero de telĂ©fono de la maestra, para preguntar quĂ© habĂ­a sucedido, sĂșbitamente caĂ­ en cuenta de que el hecho de reprobar la materia de InglĂ©s,significaba que no podrĂ­a ir al viaje, en parte porque mi padre me castigarĂ­a sin piedad impidiĂ©ndome ir al viaje, y, ademĂĄs, porque el examen es justamente el primero de julio, coincidentemente un dĂ­a despuĂ©s del viaje. O sea que, aunque mi padre no me castigara, me perderĂ­a del viaje. Entonces me quedarĂ­a en la ciudad como una paria, haciendo el puto examen, marginada por completo, mientras mis amigas lo pasarĂ­an de lo mĂĄs increĂ­ble, viajando por el hermoso desierto, respirando los limpios aires camino a un paraĂ­so de playa, me lo perderĂ­a todo.

DespuĂ©s de llamar a la maestra, me enterĂ© de que reprobĂ© porque me fue mal en el examen final y no entreguĂ© un trabajo importante el primer bimestre, luego mandĂ© mensajes a mis amigas por Facebook, contĂĄndoles todo lo sucedido. Resulta que una de ellas, Erika, sĂ­ pasĂł todas las materias, las otras dos, aĂșn no habĂ­an pasado por sus calificaciones a la escuela, para cuando cayĂł el anochecer, todas estaban enteradas de que, en efecto, habĂ­an aprobado sin ningĂșn inconveniente. Me sentĂ­ sola en la desgracia.

Increíble, yo tenía mejor promedio que ellas, y, aun así, no habían reprobado ninguna de las asignaturas. «Perla, de seguro, se la chupó al profesor de matemåticas para que le pusiera un ocho de calificación, porque siempre le va mal en esa materia, es ridículo que saque ocho por mérito propio» pensé enervada. ¿Por qué siempre las mås pirujas del salón siempre terminaban teniendo pocos problemas escolares, y las que nos esforzåbamos lo teníamos mås duro?

Después de intercambiar información con ellas, no se volvió a mencionar el tema del viaje, ellas comprendían por obviedad que yo no iría, al menos no me hachaban en cara lo genial que se lo pasarían. Yo tampoco les haría eso, la verdad.

ApaguĂ© la computadora y me puse a llorar en silencio sobre mi cama, mi padre estaba en su cuarto, seguramente coqueteando por telĂ©fono con la golfa de Alexa, y no hablo del asistente virtual de Amazon, sino de la arrogante novia de mi padre. No sĂ© porque, pero era una molestia para mĂ­ esa mujer, cada vez que yo la miraba a los ojos o ella pasaba cerca de mĂ­, me invadĂ­a una ira que me esforzaba en ocultar. Mi padre a sus cuarenta años y Alexa a sus veintiocho, se veĂ­an felices juntos y era un tema del cual yo siempre dudaba que fuera real. «Para mĂ­ que ella finge su amor hacia Ă©l», pensĂ© un dĂ­a en que los escuchĂ© teniendo relaciones cuando llegaba de la escuela. Alexa gemĂ­a con fuerza desmedida, a leguas se evidenciaba que existĂ­a falsedad en los gemidos. Ese dĂ­a despuĂ©s de escuchar los gemidos de esa mujer, me encerrĂ© en mi habitaciĂłn y me puse los auriculares para que la mĂșsica opacara el relajo sexual que mi padre provocaba.

En mi necesaria soledad, intenté que mis llantos por no ir al viaje, no fueran audibles para mi padre. Y lo logré sin duda, pero no por mucho tiempo. Un rato después, mi padre tocó la puerta de mi habitación para avisarme que ya había llegado una pizza que había encargado. Sabía que me encantaba la pizza hawaiana, y que odiaba cuando esta se enfriaba. Pero yo no contestaba a sus llamados, me quedé en silencio total porque sabía que mi voz saldríaquebrada por el llanto, junto a los mocos que salen al lloriquear, y los leves temblores que afectan la calidad de la expresión del que lagrimea descontroladamente.

Mi padre insistió en tocar a la puerta de mi habitación y llamarme por mi nombre, porque, precisamente, era inusual que no le contestara cuando supuestamente yo estaba encerrada en mi cuarto. En fin, cuando noté inquietud y algo de susto en su voz, decidí abrir la puerta y evitar hacer contacto visual para que no viera mis ojos rojos.

—¿QuĂ© tienes mi amor? —preguntĂł con tono de preocupaciĂłn paternal dĂĄndose cuenta al instante de que algo estaba mal conmigo.

—Nada... Es que, no podrĂ© ir al viaje —dije al mismo tiempo que reiniciaba el llanto, solo que ahora sin ser capaz de controlar el volumen de mis quejidos.

—¿Por quĂ© dices eso princesa?

—Es que reprobĂ© papi
 Tengo que hacer el examen y ademĂĄs me vas a castigar —sollocĂ© lastimeramente.

—Ay hija, ¿cuál reprobaste? —interrogó sin enojarse, con cierta neutralidad, como si evaluara primero todo el asunto antes de sentenciar una condena mortífera.

—La de InglĂ©s —confesĂ© mientras me limpiaba las lĂĄgrimas con los dedos, y me volvĂ­a a entregar a los llantos.

—Ah, ya nena, no llores, ven acĂĄ, no pasa nada. —Me abrazĂł al decirme eso—. Ya vendrĂĄn otros viajes mejores. —SiguiĂł consolĂĄndome con sus palabras, segĂșn Ă©l.

—¡No!, yo querĂ­a ir a este... —Me emberrinchĂ©, como cuando era mĂĄs pequeña.

—Ya mi amor, mira, no podemos hacer nada al respecto, ¿cuándo es tu examen?

—El primero de julio, el día siguiente del viaje —dije tratando ya, de calmar mis llantos.

—Ya, mira, ven, vamos a sentarnos, a calmarnos, y ver quĂ© podemos hacer —dijo mi padre muy pensativo.

—No creo que se pueda hacer nada papi. —Extrañamente, ya me estaba calmando, ya no lloraba en llantos, pero si tenĂ­a la cara un poco hinchada, con lĂĄgrimas, y me limpiaba los mocos, pero mi voz ya era controlada y recuperaba su calma habitual.

—Mira se me ocurre una idea —expresĂł mi padre—, pero no sĂ© si te vaya a agradar, despuĂ©s de todo, tĂș quieres estar con tus amigas a solas, pero, por otro lado, tambiĂ©n estarĂĄn los padres de tu amiga Perla, por lo que... No sĂ© quĂ© pienses al respecto


— Ya dime papi, ÂżquĂ© es lo que se te ocurre? —dije muy curiosa, aunque una parte de mĂ­, ya intuĂ­a por donde iba todo el asunto.

—Pues se me ocurre que, quizĂĄs, despuĂ©s de tu examen, yo pueda llevarte. Bueno, es un viaje un poco largo, pero tendrĂ­a que hablar con Eduardo y SinaĂ­. ÂżQuĂ© piensas de esto que te propongo?

En fracción de segundos, mi mente fabricó locas simulaciones estando yo en la playa con mi padre cuidando cada movimiento que yo hacía, y mis amigas, molestas por la intrusión de un elemento que enturbiaba las vacaciones de todas. Aunque probablemente mi padre se quedaría platicando todo el rato con los padres de Perla, pero, aun así, ¿no haría mala tercia como dicen en algunas partes? Pero después de pensarlo un poco mås, vino a mi mente la puta esa, sí, Alexa, si la llevaba, se la pasaría todo el tiempo con ella, y en teoría me dejaría en paz, y no sería una molestia para los padres de Perla, ¥wow!, ¿cómo no lo imagine desde el principio?

— ÂżLlevarĂĄs Alexa verdad? —interroguĂ©.

—TendrĂ© que invitarla mi amor, Âżpor quĂ©?, Âżte molesta?

—No. Claro que no, solo quería saber, de hecho, me alegra, me agrada toda la idea.

—Muy bien, en ese caso no se diga mĂĄs, comamos y despuĂ©s hablarĂ© con Eduardo para ver que piensan y ponernos de acuerdo. Vamos, que se nos enfrĂ­a la pizza —dijo llevĂĄndome abrazada hacia la mesa.

Mi papĂĄ era estricto, pero cuando veĂ­a que yo sufrĂ­a, o sea, cuando hacĂ­a berrinches, se ablandaba y me cumplĂ­a los caprichos de turno. Bueno, no siempre, pero la mayorĂ­a de las veces ocurrĂ­a, y me alegro de que esta vez las cosas no estuvieran tan mal, a pesar de todo.

Ya todo se habĂ­a decidido, la suerte estaba echada, mi padre hablĂł con los papĂĄs de Perla, y se pactĂł que Ă©l me llevarĂ­a en cuanto hiciera el examen, un dĂ­a despuĂ©s exactamente, asĂ­ que no me perderĂ­a de mucho. TendrĂ­a aĂșn algunos dĂ­as de diversiĂłn, y ya podrĂ­a volver a emocionarme junto con mis amigas sobre el viaje, pues solo me perderĂ­a de muy poca cosa.