Dame más, cabrón.
Encuentro fugaz con una mujer madura, insaciable y pervertida.
Como casi todas las madres de casi todos los hijos, la mía tenía un grupo de amigas, con las que solía tomar café algún día a la semana, iban de compras, cotilleaban de todo un poco y, cuando se reunían en grupos más pequeños, ponían a parir a las que no estaban.
Una de las mejores amigas de mi madre era Silvia. Una mujer de 44 años, de pechos rotundos, gran culo redondo y algo respingón, no demasiado guapa, pero que llamaba la atención por los generosos escotes que solía lucir. Silvia estaba casada con un comercial de ferretería. El marido se pasaba la vida viajando por su trabajo, y Silvia se pasaba el tiempo aburrida o, como pronto descubrí, quizá no tanto.
Una tarde, al llegar a casa desde el instituto, mi madre me comentó que había quedado con Silvia para que ésta le devolviera una ropa que la había dejado, pero que ella no estaría en casa, porque había olvidado que tenía que ir con mi hermana al médico. Así que me encargó recibirla y recogerla la ropa que devolviese.
Un rato después de marcharse mi madre y mi hermana, Silvia llegó a mi casa.
- Hola Silvia, pasa, mi madre no está, pero ya me dijo que vendrías -le dije al llegar
- Hola cielo. Así que tu madre te ha dejado encargado de atenderme -me dijo cuando pasó a mi lado, rozando con sus pechos en mi brazo.
No respondí, cerré la puerta a su paso y fui tras ella al salón. Silvia, como casi siempre, vestía con un vestido, bastante corto y amplio, y con un generoso escote que debaja a la vista gran parte de su generoso torso.
- Tú madre me dejó algo de ropa que a ella se le ha quedado grande, pero a mi, por razones obvias, me queda pequeña -me dijo, a la vez que apretó sus tetas con las manos, elevándolas aún un poco más de lo que ya estaban.
- Sí, algo me comentó. ¿Quieres un café? -le pregunté sin saber si mirar sus tetas, tus ojos, o al vacío.
- Prefiero que me ayudes con algo -me respondió Silvia
- Déjame pasar al baño para probarme un vestido, no estoy segura de si podría aprovecharlo o tampoco, y para eso necesito que alguien me lo vea -me comentó.
Asentí con un gesto de mi cabeza y me quedé de nuevo ensimismado viendo desfilar a esa hembra, madura y rotunda, cruzar por delante de mi, camino del baño, dónde se cambiaría de ropa.
Unos tres o cuatro minutos depués, Silvia volvió al salón. Llevaba un vestido de color burdeos que recordaba haber visto puesto a mi madre.
- Ayúdame con la cremallera, cariño. No soy capaz de subirla del todo -me pidió, girándose delante de mi, tan cerca que me dio con su cadera en la mía. Empezaba a sentirme excitado por aquella mujer mayor.
Silvia se colocó delante de mi, y traté de subir la dichosa cremallera que, más que por falta de vestido, no subía por algún pequeño atasco en la propia cremallera. Para ayudarme a subirla, sujeté a Silvia por uno de sus hombros, mientras con la otra mano tiré con fuerza de la cremallera. Por fin lo conseguí, aunque con la mano que tenía en su hombro, rocé una de sus tetas por culpa del impulso.
Me pilló por sorpresa aquel desliz imprevisto de mi mano. Pero he de reconocer que me gustó el tacto suave y cálido de su piel, la forma en que mis dedos se hundieron en su pecho y cómo una pequeña corriente de excitación recorrió mi cuerpo por completo.
Silvia se giró, con su rostro pegado al mío.
- Te queda bien. Un poquito ajustado, pero está bien -respondí.
- ¿Y cómo me sienta? -volvió a preguntarme, desonrientándome un poco.
- Bueno, creo que te sienta bien. Te hace atractiva, creo -respondí.
- ¿Crees? ¿Te gusto más con él o sin él? -volvió a preguntarme.
- Con él estás guapa. Si es es lo que querías oír -dije sin saber muy bien a dónde me quería llevar aquella mujer.
- Anda, ayúdame a quitarme el vestido, baja la cremallera -me pidió.
Así lo hice, bajé la cremallera hasta la mitad, rozando con mis dedos su espalda desnuda, tropezando con la parte trasera del sujetador. De nuevo volvío a marcharse al baño, para cambiarse de ropa. Apenas un minuto después, y mientras yo estaba mirando por la ventana del salón, hacia la calle, sentí la presencia tras de mi de Silvia.
- Date la vuelta, Dani -me dijo.
Me giré, estaba a un metro de distancia, vestida únicamente con su ropa interior: bragas y sujetador, de color bisón. Quedé atónito, petrificado, llevando mi vista desde el pliegue que su braga dibujaba en sobre su sexo, hasta los bultos que sus pezones marcaban en el sujetador.
- ¿Te gusto más así o con el vestido? -volvió a preguntarme.
- Silvia, mi madre está a punto de venir, no deberías estar así conmigo -le dije, no muy convencido.
- Tu madre aún va a tardar un buen rato, y hace mucho que tu polla está empalmada -me dijo acercándose a mi y alargando una de sus manos hasta el evidente bulto que se dibujaba en mi entrepierna.
Era cierto, hacía un buen rato que mi polla estaba dura, y más ahora, teniéndola a ella sobándola sobre el pantalón de deporte que solia llevar en casa para estar más cómodo.
No dejó que dijera ni hiciera nada más. Deslizó su mano bajo el pantalón y puede sentirla agarrarse a mi polla, dura y caliente como una barra de acero al rojo. Mi primer impulso fue besarla, lamer sus labios e introducir mi lengua en su boca, pero me paró en seco:
- No cariño, los besos guardalos para la chica de la que te enamores. Yo solo soy una zorra madura que desea tu polla joven.
Obedecí sin rechistar, y dejé que masajeara mi polla y mis huevos, haciendo que mi erección fuera aún mayor, a la vez que se deshizo del pantalón de deporte y de mis calzoncillos.
Estuvo masturbándome un buen rato, antes de introducirse mi polla en la boca. Era la primera vez que me mamaban la polla. Las pocas chicas con las que había estado no habían querido hacerlo y, sin embargo, Silvia estaba mamando mi polla con la mayor naturalidad. Acariciaba mi verga con su lengua, la succionaba por la punta y la engullía con ganas, una y otra vez, sin dejar de acariciar mis huevos y mi ano.
Apenas podía sostenerme en pie, flotando como estaba por el placer que me hacía sentir Silvia con su boca y sus manos. En un instante sentí que mis huevos no podían contenerse por más tiempo, y sin darme oportunidad de avisar, descargué en la boca de Silvia todo el contenido que habían acumulado. Me corrí gimiendo de placer y temiendo haberla molestado al haberlo hecho así: en su boca y sin avisar.
Silvia, lejos de enfadarse, me ayudó a exprimir hasta la última gota de mi semen. Me mostró su boca llena de mi viscoso néctar y se lo tragó delante de mis narices.
- Ahora, semental, te toca trabajar a ti, me dijo.
Se sentó en el sofá, con las piernas abiertas y, apartando con una mano su braguita, tiró de mi con la otra. Me arrodillé entre sus piernas y comencé chupar y lamer su coño. Apenas tenía vello. Sus labios se mostraban carnosos, abiertos, rosados y suaves. Sabían algo agrios, el sabor de sus fluidos que habían mojado y empapado su braguita y ahora mi cara.
El olor y sabor de aquel coño maduro, mojado y caliente, lejos de desagradarme, fue como un aliciente más para continuar lamiéndolo y chupándolo, escuchando el sonido de mi boca en sus labios y fluidos, y los gemidos que escapaban de su boca.
- Mémete los dedos, por Dios -me imploró Silvia.
Obedecí de nuevo. Introduje dos de mis dedos en su coño ardiente sin ningún tipo de preámbulo más. Entraron sin problema, mientras mi boca se aferró a su clítoris, mordisqueándolo con los labios, y tirando de él hacia mi, hasta estirarlo por completo.
Mis dedos dentro del coño comenzaron a moverse como si fueran una pequeña polla. Pero Silvia queria más.
Volví a obeder. Un tercer dedo acompañó a los otros dos, en aquel encharcado coño, del que no dejaban de salir fluidos que estaban mojando el sofá. Ya vería después como quitar la mancha, y el olor a sexo del salón de mi casa. Ahora sólo me preocupaba llevara Silvia hasta lo más alto del placer.
Segui follando aquel coño con mis dedos, sin dejar de lamer, succionar y moder su clítoris. Sus gemidos se convirtieron en gritos, con mis dedos muy dentro de su coño, presionándolo con fuerza en cada empujón de mi mano dentro de su cuerpo. Sentí que se corría sobre mis dedos, sentí como su coño se contraía sobre mis dedos, engulléndolos por completo, sin que mis labios soltaran su clítoris, del que tiraban con fuerza.
Cuando los gritos y movimientos de Silvia me hicieron comprender que se había corrido, relajé mis dedos dentro de su cuerpo, pero ella volvió a darme una orden:
Aquella mujer era una puta locura, y yo volvía a estar empalmado y con ganas de follar. Saqué mis dedos y los sustituí con mi polla. La metí de una sola embestida, hasta el fondo, hasta que mis huevos hicieron tope en su coño. Mis manos se agarraron con fuerza a sus tetas, presionando sus pezones y tirando de ellos alternativamente.
Sus gemidos y los míos se confudieron y unieron en aquel pequeño salón, mientras mi cuerpo no dejaba de embestir y sacudir aquel cuerpo de mujer madura y caliente.
Silvia cerró sus piernas por detrás de mi espalda, incrementando la sensación de placer con cada embestida por mi parte, a lo que ella respondía con sonoros gemidos. Apenas un minuto después sentí de nuevo que mi cuerpo estallaba de placer, llevado a un clímax jamás sentido con tanta rotundidad e intensidad.
Con mi orgasmo, las embestidas se hicieron más intensas, más profundas y violentas, mientras mis manos estrujaron y apretaron sus tetas con fuerza, con toda mi fuerza. Mis huevos se vaciaron en su coño, y cuando Silvia sintió el chorro de leche golpeando en sus entrañas, ella misma se corrió de nuevo, mezclando sus fluidos con mi semen, y haciendo que las siguientes embestidas de mi polla en su interior fueran un auténtico chapoteo.
Cuando los dos quedamos satisfechos y exprimidos, nos sentamos el uno junto al otro por unos minutos.
- Cariño, tú y yo tenemos que vernos a solas más a menudo.
Apenas 15 minutos después de que Silvia se marchara de casa, mi madre y mi hermana regresaron del médico. Había tenido el tiempo justo para intentar limpiar como pude la mancha de fluidos que habíamos dejado sobre el sofá que había sido testigo de nuestra follada y corridas.
- ¡Qué raro huele aquí! –dijo mi madre en cuanto entro en el salón -. Anda, abre un poco y ventila, que huele la casa muy raro.
- A lo mejor he sudado algo –dije para disculpar el aroma a sexo que llenaba el ambiente.
- Será eso –dijo mi hermana, mirándome de arriba abajo.
Aquella noche, en la soledad de mi cama, una frase de Silvia rebotó en mi interior una y otra vez, como por la tarde lo hicieron sus tetas con cada una de mis embestidas: “Cariño, tú y yo tenemos que vernos a solas más a menudo”.
La frase era toda una invitación a seguir manteniendo ese tipo de encuentros y, la verdad, la sola posibilidad de volver a repetir lo que viví esa tarde, hizo que me pusiera tan cachondo, que acabé masturbándome en mi cama, teniendo que hacer verdaderos esfuerzos para ahogar mis gemidos cuando un nuevo chorro de semen se derramó sobre mi vientre y mi mano.
Pasaron algunos días, cuando mi madre una tarde, tras volver de clase, me dijo:
- No sé qué le pasa a Silvia. Está un poco misteriosa. Me ha dicho que vayas esta tarde por su casa, que necesita que la ayudes con algo.
- ¿Te ha dicho para qué me necesita? –le pregunté, aunque sospechaba cuál era su intención.
- No, no me lo ha dicho. Debe de ser algún tipo de papeleo. Ya sabes que Silvia se agobia enseguida, y como su marido está siempre viajando, no querrá esperar a que él vuelva para hacer lo que sea.
- Vale, pues me cambio y me acerco, a ver qué la puedo hacer –dije yo, con la cabeza a 1000 revoluciones.
Además de cambiarme de ropa, también me duché. Si no me equivocaba, sabía perfectamente qué era lo que Silvia quería de mi.
En apenas 20 minutos estaba llamando al timbre de su casa.
- Hola cariño –me dijo tras hacerme pasar.
- Pero ven, acércate que no te voy a comer. Bueno, sí te voy a comer, pero igualmente tendrás que acercarte.
Sin darme tiempo de mover un solo músculo Silvia ya había metido su lengua dentro de mi boca, besándome con tal pasión e intensidad, que mi soldadito pasó de inmediato a la posición de firmes.
Sus manos recorrieron mi cuerpo, tanteando en primer lugar y sin esperas, el considerable bulto que mi pantalón vaquero no podía ocultar. A la vez, mis manos recorrieron su espalda, hasta llegar a su maravilloso culo, al que me agarré, primero para acariciarlo, y después para a apretarlo y hacerlo mío.
- Pégame en el culo –me dijo Silvia
- ¿Cómo dices? –pregunté, no estando seguro de lo que había oído
- Que me pegues palmetazos en el culo –repitió.
Levanté mi mano derecha, con alguna duda aún, y fui a estrellarla contra su nalga izquierda.
- Más fuerte, Dani. Me gusta que me azoten –me ordenó
Joder con la amiga de mi madre. ¿Serían así todas ellas? ¿También mi madre le pediría a mi padre que la azotara el culo? En ese momento había muchas cosas que no sabía o no podía imaginar. Volví a levantar la mano, esta vez con más seguridad, para estrellarla de nuevo contra su nalga izquierda, con mucha más fuerza.
- Mmmmmm. Me encantas, mi joven semental –me dijo Silvia completamente extasiada.
Comprobado el efecto que le producían mis azotes, hice que Silvia se separara un poco de mi, poniéndose de perfil, y comencé a azotarla de forma alternativa en cada una de sus prominentes nalgas. A cada azote respondía con un gemido, y con la petición de que siguiera haciéndolo.
- Levántame el vestido y dime qué ves – me dijo Silvia tras una pequeña pausa. Ese día llevaba un vestido veraniego, amplio y por encima de las rodillas en color claro.
- Tienes las nalgas rojas, -le dije tras levantar el vestido y comprobar que, bajo él, no había nada más que su cuerpo, lo que provocó junto con la visión de su culo completamente rojo, que me excitara un poco más.
- Acaríciame el culo, y dime qué sientes –me ordenó de nuevo.
- Tienes la piel muy suave, y noto como arde –le respondí después de acariciarlo suavemente con mis manos.
- Mmmmm, me encanta la sensación que me producen esos azotes, sentir mi piel arder, esa mezcla de picor y escozor es un placer que me vuelve loca –me dijo Silvia, girándose de nuevo y justo antes de comenzar a desabrochar mi pantalón.
En un instante me liberó del pantalón y de las deportivas. Yo mismo me quité el polo, estando así únicamente vestido con un bóxer que apenas podía contener la tremenda erección de mi polla. Nunca la había sentido así de grande y dura.
- Ven, cariño –me dijo Silvia, cogiéndome de una de mis manos y tirando de mi hacia su dormitorio.
Una vez en el dormitorio, Silvia me quitó el bóxer, con suavidad, tomándose todo el tiempo del mundo, mirándome a los ojos con lujuria para disfrutar de mi reacción cuando sus suaves uy cálidas manos liberaron a mi verga del encierro al que le sometía mi ropa interior. En mi rostro se dibujó una mueca de placer cuando sentí sus dedos deslizándose por mi polla, acariciándola con suavidad y sin ninguna prisa, hasta rozar mis testículos. Ante mi gesto de placer, Silvia se mordió con lascivia su labio inferior, a la vez que su mirada se convirtió en el mismo fuego.
- Ven, échate en la cama –me indicó.
Obedecí sin rechistar, entregado a sus deseos. Sabiendo que, sucediera lo que sucediera, tampoco nunca lo olvidaría.
Mientras me eché en su cama, completamente desnudo, sobre unas sábanas de raso, de color lavanda, que era una pura caricia, ella abrió uno de los cajones de su mesita de noche. Cuando volvió hacia mi, me enseñó varios cordeles rojos. Con ellos me ató, tanto pies como manos, a la cama. Lejos de sentir miedo por lo que pudiera suceder, aquel sencillo gesto hizo que mi excitación y deseo aumentaran aún más.
Sin mediar palabra, y después de volver a acariciarme la polla con total parsimonia, recreándose con cada movimiento de sus manos y de sus dedos, se subió a horcajadas sobre mi.
Aún llevaba puesto el vestido, por lo que cuando mis manos acariciaron y sobaron sus tetas, lo hicieron por encima de su tela, aunque notando perfectamente sus endurecidos pezones.
- Muérdelos –me dijo mientras retiraba el vestido de su pecho bajando los dos tirantes y pasando sus brazos por encima. Mis ojos quedaron de nuevo hipnotizados por aquellas dos grandes tetas, de pezones gruesos y duros, que tenía a escasos centímetros de mi boca.
Llevó sus tetas a mi boca, mordiéndole los pezones con los labios. Uno tras otro. Tirando de ellos con los labios cada vez con más fuerza, a la vez que Silvia se colocó sobre mi polla, rozándola con su coño ardiente y mojado, en una especie de masturbación mutua, sexo con sexo, sin llegar a penetrarla.
Si lo que Silvia pretendía era volverle loco, estaba a punto de conseguirlo. No podía mover ni brazos ni pies, apenas podía arquear mi cuerpo para sentir más la presión de los labios de su coño en mi verga, mientras mi boca enloqueció mordiendo y lamiendo sus pezones, cada vez más duros y calientes. Silvia gemía con cada roce de su cuerpo en el mío, con cada tirón de mis labios en sus pezones. Y yo lo hacía cada vez que abría la boca, tratando de coger aire en el menor tiempo posible, para no dejar de estimular sus pezones.
Silvia continuó moviéndose, incrementado aún más el ritmo. En alguna ocasión tuvo que sacarse mi polla de su coño, pues con el arrastre de su coño sobre ella, ésta se coló dentro en alguna ocasión. Para incrementar mi placer, pasó una de sus manos por detrás de su culo y acarició mis testículos, los masajeó y tanteó en su mano. Ahora sí que me volvería loco de placer.
Sentía que me ahogaba entre gemidos, mordiscos y lamidas. Mis huevos se hincharon por momentos y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar así, sin correrme. No quería hacerlo antes que ella. Y, en ese preciso momento, Silvia soltó mis testículos y, apretándose con toda su alma contra mi cuerpo, acarició y estimuló su clítoris, a la vez que comenzó a correrse, contoneándose y moviéndose sobre mi con tal intensidad y fuerza que parecía que quisiera fusionarse conmigo.
Tras su largo e intenso orgasmo, acercó a mis labios sus dedos pringados en sus propios fluidos. Los lamí con la misma pasión con la que ella me había lamido la polla el día anterior. Deslicé mi lengua sobre ellos, envolviéndolos con los labios y haciéndolos entrar y salir de mi boca en varias ocasiones, hasta dejarlos completamente limpios y brillantes, y haberme llenado con el sabor de su néctar.
- Eres maravilloso, mi joven semental –me dijo Silvia cuando su cuerpo se relajó un poco.
- Maravillosa eres tú, Silvia –le respondí, sin saber muy bien que esperaba que yo dijera.
A continuación me desató. Ella seguía con el vestido a medio quitar, sujeto solo por la cintura, con sus enormes tetas al aire, con sus pezones endurecidos y calientes, provocadores.
Se inclinó sobre mi, y comenzó a mamarme la polla. La metió por completo en su boca, despacio, con calma, hasta sentir como la punta de mi capullo rozó en su garganta. A pesar de que me pareció que se me había puesto la polla más dura, gruesa y larga que nunca, y que sería difícil que cupiera entera en su boca, entró hasta el fondo. Mi verga se hundió en aquella maravillosa boca por completo.
La estuvo mamando durante unos minutos, cambiando el ritmo cada cierto tiempo, acariciándola con la lengua de vez en cuando, incluso en mis testículos sentí el suave y húmedo contacto de su lengua. Volví a sentir mis huevos tan llenos que no sabía si podría aguantar mucho más tiempo. Pero justo antes de estallar, Silvia paró y, tras besar mi boca, entregándome ahora el sabor mi propia polla, que se mezcló con el nítido recuerdo del sabor de sus fluidos, volvió a ordenarme:
- Quiero que me folles. Necesito sentir tu polla dentro de mi.
Se colocó en posición de 4, a mi lado. Me puse detrás de su culo, levantando su vestido hasta la cintura para tener ante mi la perfecta visión de su precioso y espectacular culo y de su coño, enrojecido y brillante por la excitación y su reciente corrida.
Dirigí mi polla hasta la entrada de su cálido conejo y, ayudándome con una mano, comencé a empujar dentro. Apenas tuve tiempo de comenzar a hacerlo, cuando sentí como Silvia movió con fuerza su cuerpo hacia mi, provocando que mi verga se hundiera casi por completo en su coño, arrancándola un sonoro gemido.
Comencé a moverme dentro de su cuerpo, bombeando con mi polla en su coño, haciéndola entrar y salir casi por completo con cada nuevo empujón.
Podía sentir como mi verga llenaba por completo sus entrañas, que la envolvían en una cálida y húmeda caricia, provocando de nuevo que su cuerpo generara más y más fluidos, en los que mi polla chapoteaba sin cesar.
- Vamos, fóllame. Fóllate a la amiga puta de tu madre –me pidió, completamente enloquecida, entre gemidos y contoneos de su cuerpo.
Y así lo hice, claro. Follé y follé. Entré y salí de su cuerpo cuántas veces pude, bombeando cada vez con más intensidad, sujetándome con fuerza a sus caderas para tirar de ella contra mi a la vez que yo bombeaba en su coño. Mientras tanto, ella misma se acariciaba y estimulaba el clítoris, haciendo que sus gemidos y los míos se convirtieran en uno solo.
Un tiempo después, aunque no soy capaz de saber cuánto, mis huevos acabaron de estallar, y de mi polla brotó todo el semen acumulado durante la tarde, llenando su maravilloso coño, mezclándose con sus fluidos, haciendo que el chapoteo de mi polla dentro de su cuerpo fuera aún más sonoro. Necesité aún media docena de embestidas para terminar de exprimir mi polla.
Cuando lo hice, y aún con la polla completamente dura, intenté salir del cuerpo de Silvia, pero ésta me lo impidió:
- No pares todavía. Dame más, cabrón.
No sabía si podría aguantar mucho más tiempo follando de aquella manera, pero obedecí. Seguí dentro del coño de Silvia, empujando con toda mi alma, bombeando mi polla con todas mis fuerzas. Sentía un placer profundo y distinto al anterior. Ya no había nada más que eyacular, mis huevos estaban vacíos, pero mi polla seguía dura, su coño estaba chorreando y Silvia necesitaba correrse. No podía parar. No quería parar.
A continuación tuve una idea: Azoté el culo de Silvia con todas mis fuerzas, más fuerte de lo que ya había hecho antes. Con una mano y con la otra, de forma alternativa. Sus gemidos se hicieron gritos de placer y, apenas 4 azotes después, terminó corriéndose de nuevo, encharcando aún más mi polla, presionando su clítoris con los dedos, mientras hundía su cara en la cama, en parte como consecuencia del placer, en parte para mitigar sus gemidos y gritos.
Y entonces sí, pude salir del paraíso.
Estaba viviendo un sueño con Silvia. Si apenas 2 semanas antes, alguien me hubiera dicho que acabaría follando de la manera en que lo había hecho con aquella impresionante madurita, amiga de mi madre, que ella misma sería la que me obligaría a comerle el coño o que ella misma se volvería loca mamándome la polla, le habría aconsejado ponerse en manos de un especialista, porque pensaría que estaba loco.
Pero así sucedió, y yo, como cualquier chaval de 18 años, estaba en una nube.
- Llevas unos días que parece que estás tonto –me dijo mi hermana Blanca una tarde en la que estábamos los dos solos en casa y, cuando salió de su habitación, me encontró en el salón, con la tele puesta pero mirando a las nubes por la ventana.
- Estoy en mis cosas, ¿a ti qué te importa? –le dije en plan borde.
- No sé, pero estás muy raro, hermanito, quizá ha habido algún alma caritativa que te ha hecho conocer las mieles del placer… -dijo, cachondeándose de mi, aunque sin saber que, realmente, era así.
- Anda, gilipollas, ve a hacerte un dedo, que estás falta de orgasmos –le dije, con todo el descaro que pude.
- Hace mucho que, para masturbarme, utilizo otra cosa que es mucho más placentera que los dedos –terminó diciéndome mientras volvía a su habitación.
Unos minutos después, y pensando en lo que me había dicho mi hermana, me acerqué sigiloso hasta la puerta de su habitación. Agucé el oído y pude escuchar una sucesión de tímidos gemidos, junto con un ruido extraño, una especie de vibración lejana. No me había mentido, estaba jugando con algún consolador o satisfayer.
Por otro lado, era normal que lo hiciera. Blanca tenía 3 años más que yo. Había tenido novio hasta hacía unos meses pero, por lo que pude saber, había roto con él después de enterarse de que él le puso los cuernos en las fiestas con una niñata amiga de ella. Desde entonces dijo que no quería tener pareja, que sólo servían para follar y dar problemas.
Cuando estaba en su puerta, espiando aunque fuera de oído a mi propia hermana, sonó mi teléfono móvil. Era Silvia, tan caliente y salida como siempre. Me proponía quedar con ella. Le dije que en mi casa estaba mi hermana, en la suya tampoco se podía. Pero a sus 44 años no había límites si algo se la antojaba, y yo era su antojo. Pasaría a recogerme para ir a un lugar tranquilo. No pude negarme.
- Blanca, salgo un rato –le dije a mi hermana cuando iba a salir.
- ¿A dónde vas? –me preguntó saliendo de su habitación, supongo que ya se habría corrido.
- Me ha llamado Rodri, vamos a dar una vuelta –Rodri era mi mejor amigo.
- ¿Estás seguro de que te ha llamado Rodri? –me dijo.
- Sí, idiota. ¿Es que no puede llamarme? –pregunté. No sabía a qué venía tanta preguntita por parte de mi hermana.
- Vale, vale. Pero te has perfumad, y eso sólo lo haces si te vas a ver con alguna chica. Ten cuidado, no vayas a ser demasiado cariñoso y la dejes embarazada –me dijo riéndose.
Eso debía de ser la intuición femenina de la que ya había oído hablar muchas veces, y que a lo largo de mi vida he podido comprobar.
Para ser un poco más discretos, quedé con Silvia en una pequeña plaza a la espalda de la calle en la que vivía. Llegué apenas 5 minutos antes que ella, por lo que ni siquiera aparcó, simplemente se apartó un poco a un lado y me abrió la puerta para subir.
Cuando entré en el coche me quedé embobado. Silvia vestía como si tuviera 20 años menos y, la verdad, le sentaba de vicio: falda corta negra de cuero, con blusa blanca y cazadora también negra de cuero, a juego con la falda. Sentada cómo iba, la falda apenas lograba tapar un poco más abajo de su coño. De inmediato mi polla reaccionó, poniéndose tan dura y caliente como siempre que estábamos juntos. Además, también se había perfumado, su aroma penetró en mi cuerpo a través de la nariz. ¿Cómo no iba a soñar despierto?
- ¿Me has echado mucho de menos? –me preguntó nada más sentarme a su lado.
- Sí, la verdad es que sí –le respondí.
- ¿Te has corrido muchas veces pajeándote, mientras pensabas en mi? –hacía las preguntas con tal naturalidad, y tenerla a mi lado, con aquella ropa tan sexy y provocativa, que estaba provocando que mi cabeza hirviera. Mi polla se había convertido en un lanzallamas.
- Claro, me he pajeado varias veces, no sé cuántas, pensando en ti y en lo bien que estoy contigo –le dije.
- No te vayas a enamorar, cielo. El corazón resérvalo para las chicas de tu edad. Pero tu polla es para mi –y casi sin terminar de decir la frase, agarró mi polla por encima del pantalón, llenando su mano y transmitiéndole el inmenso calor que desprendía.
Continuó conduciendo, hacia las afueras de la ciudad. En el corto trayecto me dijo que ella también se había masturbado. Que hasta hacía poco lo hacía bastante a menudo con un par de juguetitos que la satisfacían mucho más que los hombres maduros con los que había follado, lo cual era confesarme que su marido llevaba unos buenos cuernos desde hacía tiempo. Pero añadió que, desde que follábamos juntos, prefería mi polla mil veces antes que sus trastos a batería. Cada confesión que me hacía, y cada pregunta que yo le respondía, hacía que el morbo no dejara de crecer, al igual que mi excitación y mi polla.
Finalmente vi a dónde nos dirigíamos: un hotel discreto fuera de la ciudad. Un auténtico picadero para pareja que tienen que mantener la discreción. Tras hacer el pago a través de una discreta ventana, sin salir del coche, entramos con éste al parking subterráneo del edificio, y desde allí, acceso directo a una habitación.
La habitación era amplia y tenía las paredes decoradas con infinidad de imágenes de cuerpos desnudos de mujer, a cuál más espectacular, y en actitud sexy y provocadora.
Apenas me dio tiempo a nada más. En cuanto la puerta se cerró detrás de nosotros, Silvia me empujó contra la pared y su boca se hizo dueña de la mía. Me volvió a besar cómo siempre hacía, con toda su fuerza, con ímpetu, con deseo y ansiedad acumulados en los breves días que habían pasado sin vernos.
Su lengua llenó mi boca, sus labios mordieron los míos, mi lengua se enlazó con la suya, para danzar juntas, lamiéndose y rozándose la una a la otra, mientras sus manos comenzaron a desnudarme con avidez, como si le fuera la vida en ello.
Por alguna razón, Silvia estaba mucho más ansiosa que de costumbre, casi podría haberme asustado si no hubiéramos compartido placer un par de veces antes. Casi arrancó mi polo, y desabrochó mi pantalón con absoluta pasión. En cuanto lo hizo, dejó de besarme la boca, para acariciar mi pecho con sus labios y su lengua, mordiendo mis pezones como habitualmente hacía yo con los suyos, haciéndome estremecer de placer cada vez que sentía sus labios cerrándose sobre ellos y tirando con suavidad pero firmeza.
Yo apenas podía moverme, aprisionado contra la pared por su cuerpo y sus manos. Aun así, conseguí sobar su culo deslizando una de mis manos por debajo de su minifalda. Nunca logaría acostumbrarme al tacto sedoso de su piel, a la calentura de su cuerpo ni al ansia de su deseo. Su ropa interior ya estaba completamente mojada.
En cuanto Silvia comprobó que había logrado desabrocharme el pantalón, se arrodilló delante de mi, me arrancó el bóxer, rompiéndolo, y engulló mi polla de una sola vez, llenándose la boca y la garganta con ella. Aquella mujer me hacer estallar de deseo y excitación.
Comenzó a mamarme la polla con tal intensidad que, a cada movimiento, una arcada bloqueaba su garganta, haciéndola casi vomitar, ahogándose casi por completo. Pero el vicio que sentía era tal, que no dejó de mamar mi verga, de hundirla una y otra vez en su boca, provocando un chapoteo frenético e hipnotizante.
Por mi lado, yo me apoyé con fuerza en la pared, no podía hacer otra cosa, y sujetaba la cabeza de Silvia con las dos manos, más por acompañar sus movimientos que por obligarla a tragar mi sable, ya que ella sola lo hacía con todas sus ganas.
Cuando ya llevaba unos minutos mamando así mi polla, comenzó a acariciarme los huevos e incluso el ano, por debajo de ellos. El placer que me hacía sentir era inmenso, indescriptible. Sentí como mis huevos se llenaron pronto con el fruto de mi placer, como mis huevos se endurecieron, a la vez que mi polla botaba rabiosa dentro de su boca, siempre insaciable.
Unos minutos después estallé. Yo no pude contenerme, y Silvia no quiso que lo hiciera. Me corrí en su boca. La llene de semen. Mis huevos se vaciaron, tras varias contracciones y varios movimientos más de su boca a lo largo de mi polla, hasta que de la punta de mi verga ya no brotaba más leche.
Lentamente, sin dejar de acariciar mi verga con sus manos, Silvia se incorporó, se puso a mi altura y, delante de mi, acariciando mi polla con una mano, y mis labios con la otra, se tragó toda la leche que acababa de ordeñar de mi polla.
- Me encantas, mi joven semental –me dijo mientras se alejó de mi, camino de la cama.
- Perdona, no quería correrme tan pronto –le dije.
- ¿Acaso piensas que yo no quería que sucediera así? Quería sentir tu corrida, con toda tu fuerza, todo tu vigor de macho joven, inexperto y pleno de fortaleza, en mi boca –me respondió, ya habiendo alcanzado la cama.
Me acerqué al otro lado de la cama, con las piernas aún temblorosas y con la polla algo más floja que unos minutos antes, pero sin llegar a estar flácida del todo.
- Échate en la cama y descansa mientras hago algo para ti –me dijo Silvia.
Me eché en la cama, recostado en el respaldo para poder ver mejor lo que Silvia fuera a hacer. Ella se puso a los pies de la cama y, tras poner música de fondo con un mando a distancia que yo no había visto hasta ese momento, comenzó a bailar y contonearse para mi, mientras se iba desnudando muy despacio.
Primero de deshizo de su cazadora. La lanzó al suelo, cayendo al lado de mi ropa. Continuó desabrochando muy despacio los botones de su blusa, sin dejar de bailar y de contonearse, por momentos me miraba de tal forma que me hacía arder.
Pronto tuvo la blusa completamente desabrochada. El sujetador era blanco, semi transparente, tanto que sus pezones rosados y endurecidos por la excitación, se clavaban de tal forma que apenas quedan ocultos.
A continuación comenzó a jugar con su minifalda. Primero la subió todo cuanto pudo, hasta casi dejar a la vista su ropa interior. Después la volvió a bajar, sin dejar de bailar, girando sobre sí misma, agachándose delante de mi, para mostrar la redondez de su rotundo culo. Después comenzó a desabrocharla, hasta dejarla caer al suelo.
Silvia quedó delante de mi, con un sujetador casi transparente, y un tanga a juego con éste, también tan transparente que los labios de su coño eran perfectamente visibles en la corta distancia a la que estaba. Mi polla comenzó a reaccionar de nuevo y, sin darme cuenta de lo que hacía, una de mis manos llegó hasta ella para acariciarla y recorrerla con los dedos.
Silvia hizo lo propio con su cuerpo: pellizcó y presionó sus pezones, a la vez que rozaba y acariciaba su coño y clítoris, aun por encima de la ropa interior. Pero apenas dos minutos después dejó caer el sujetador al suelo. Tan sólo llevaba el minúsculo tanga y sus zapatos de tacón.
Lo siguiente que hizo fue quitarse el tanga. Lo deslizó muy despacio por sus muslos, acariciándoselos a la vez que se deshacía de su ropa interior. Cuando se lo hubo quitado, me lo lanzó a la cara. Lo recogí y lo llevé a mi nariz y boca. Me llené con el aroma de su cuerpo encendido, con el suave tacto de la humedad de su coño impregnando aquella diminuta prenda.
Cuando iba a quitarse los zapatos, la detuve:
- No, no lo hagas, déjatelos puestos –la pedí.
- Mmmm, cómo tú quieras, cariño. Hoy mandas tú –me dijo mientras se subió a la cama, gateando desde los pies.
Así es, como si se tratase de una gata en celo, que se coló entre mis piernas, para volver a lamerme. Levantó con suavidad mi, de nuevo endurecida, polla para poder lamer mis huevos con su lengua. Los acarició con tal maestría y entrega, que pronto los hizo volver a la vida, endureciéndose y ansiando todo el placer del mundo.
A la vez pude alargar una de mis manos y acariciar su coño, mojado y ardiente, con los labios ligeramente abiertos y rosados, rezumando fluidos sin parar, y mucho más cuando acaricié su clítoris y tiré de él, suavemente pero con firmeza, haciendo que, por primera vez aquella tarde, de su garganta escaparan gemidos de placer.
- Me tienes, loca cabrón. Esta polla es incansable –me dijo después de haberla engullido de nuevo.
- Nunca imaginé que fueras así –le dije
- No quería decir eso –intenté rectificar.
- Soy muy puta, cariño. No te preocupes. Todas las mujeres lo somos. Solo algunas lo admitimos y… lo disfrutamos –me dijo de nuevo, mientras pegaba su coño a mi polla, estirándose sobre mi, a la vez que sus pezones se clavaban en mi pecho.
Comenzó a moverse sobre mi, haciendo que mi polla rozara su coño. Fue incrementando la intensidad y la fuerza de sus movimientos y roces. No dejó que mi polla entrara en su cuerpo, pero era suficiente para que ella gozase de verdad, sus gemidos eran cada vez más nítidos y claros, mientras que a mi me estaba haciendo enloquecer de nuevo.
Me agarré con fuerza a sus nalgas, ayudándola así a empujar y arrastrase sobre mi. Incluso pude llegar a acariciar su coño por debajo de su culo, llenando mis dedos con sus fluidos. De forma inconsciente aproveché su lubricación natural para insertar mi dedo índice en su culito. No le costó mucho entrar, lo que me hacía pensar que no era virgen por su entrada trasera.
A la vez que Silvia se movía sobre mi, cada vez con más fuerza e intensidad, provocando una cascada de fluidos que de su coño salían a borbotones, mi dedo penetraba poco a poco en su culo, moviéndose juguetón dentro de él.
Lo siguiente que vino fue una monumental corrida de mi amante madura: mordiendo el lóbulo de mi oreja izquierda, empujando con toda la fuerza de que fue capaz sobre mi polla, logró que ésta rozase de tal forma su ya excitadísimo clítoris, que verdaderos gemidos de placer escaparon de su boca, a la vez que mi dedo penetró por completo en su maravilloso y suave culo.
Estuvo moviéndose sobre mi como si se tratase de una anguila coleando, vaciando su cuerpo de fluidos, llenando el ambiente con los gemidos de su garganta, hasta acabar por descansar su cabeza sobre mi pecho.
- Repito: me vuelves loca. Mereces el regalo que quieras –me dijo.
- ¿Eso significa que puedo pedirte hacer lo que yo quiera? –le pregunté con la polla absolutamente enrabietada.
- No me lo pedirás, me lo ordenarás. Te lo debo -me respondió.
- Voy follarte el culo –fue mi orden.
Silvia se levantó y se puso a 4 patas sobre la amplia cama. Me fui tras de ella colocando mi verga, enorme y dura, en la entrada de su ano. No le di tiempo para pensar ni decirme nada. Empujé dentro de su culo, moví mi pelvis contra su ano, haciendo que mi polla penetrara ligeramente en aquel orificio oscuro y suave.
Nunca, en mi corta experiencia sexual, había hecho algo así. Lo había visto en infinidad de videos, pero nunca había podido hacerlo. Me moría de ganas por hacerlo, y traté de lastimarla lo menos posible. Pero Silvia tenía el culo hecho a todo tipo de penetraciones, la mía no la iba a asustar. Fue ella quien me indicó que empujara con más determinación, sujetándola por las caderas a la vez que lo hice.
Así sí logré penetrarla con mi verga. Me sentí poderoso, como un Dios con la más maravillosa mujer a sus pies, a su disposición. De inmediato comencé a bombear dentro de su cuerpo, a llenarla con mi verga, dura y caliente, mientras me sujetaba con fuerza a sus caderas, temeroso de que mis embestidas la hicieran perder el equilibrio. A la vez, Silvia masajeaba y estimulaba su coño y su clítoris sin duda ansiosos por sentir una nueva corrida.
Tras varios minutos de un mete saca sin contemplaciones, llenando y vaciando su culo por completo, mis manos se movieron solas, de forma autómata, y le propiné varios sonoros azotes en sus nalgas, haciéndolas enrojecer. Silvia reaccionó gimiendo y gritando de puro dolor, y dándome una orden más:
No podía creerlo. Aguantaba mi follada como lo más normal del mundo, con mi polla encabritada y dura como una barra de acero, además de los azotes que le había acabado de dar, enrojeciendo su blanca piel.
Apenas un par de minutos después, estallé como un animal dentro de su culo. Mi polla derramó de nuevo toda la leche que mis huevos habían acabado de producir. Después de unas embestidas más, mis huevos se dieron por satisfechos, mi verga disminuyó su tamaño y dureza, y salí completamente vacío de su cuerpo.
Mientras lo hice, Silvia atizó con fuerza su clítoris, para acabar corriéndose también, mezclando con sus dedos, la leche que salí de su culo, con los fluidos que no dejaban de aflorar por su coño.
Los dos caímos rendidos y sin fuerza sobre la cama.
La espiral de sexo con Silvia no había hecho otra cosa, si no crecer y llevarme a vivir en una verdadera burbuja. Silvia, una mujer amiga de mi madre, casada, sin hijos, con 44 años y más ganas de sexo que todas mis amigas juntas, se había encoñado de mi, y me estaba haciendo partícipe de todas sus fantasías y deseos sexuales.
Pero mi relación con ella dio un giro inesperado un buen día.
- Hola, cielo, ¿cómo estás? –me dijo la voz de Silvia cuando descolgué el teléfono.
- Bien, Silvia. Llegué a casa hace un rato. He comido un poco y ahora iba a ver un rato la tele antes de ponerme a estudiar, -la respondí, intuyendo que Silvia tenía algún plan distinto para aquella tarde.
- Vaya, no parece que tengas nada interesante qué hacer –respondió.
- No, la verdad es que no. Además, estoy solo en casa. Mi madre y mi hermana ya se habían marchado cuando llegué. Creo que iban a ver a mi abuela –le dije.
- ¿Y si te propongo algo? –me preguntó.
- Ya sabes que siempre estoy dispuesto a escucharte y seguirte en lo que me pidas –le respondí.
- Pues ponte algo para salir. Paso a buscarte en 20 minutos. Y no te preocupes por nada más, de todo me encargo yo, pero tienes que confiar en mi –añadió, un poco misteriosa.
- Siempre he confiado en ti, Silvia ¿por qué hoy no iba a hacerlo? –pregunté intrigado.
- Por que, quizá, hoy todo sea distinto. Pero bueno, no se hable más. Ponte algo para salir y espérame en el portal.
Sin darme tiempo para despedirme, Silvia dio por terminada la llamada. La forma misteriosa en que me había hablado hizo que sintiera un ligero nerviosismo: era evidente que Silvia preparaba alguna sorpresa. No tenía ningún miedo, confiaba en ella, pero tenía muy claro que me iba a sorprender de algún modo.
Puntual, justo a los 20 minutos que me había indicado, bajé al portal del edificio. Frente a él se encontraba Silvia, junto a su coche. Llevaba una camiseta de colores negro y blanco, con algunos adornos plateados y brillantes. Era una camiseta corta, que dejaba su precioso ombligo al aire, y tan ajustada que resaltaban perfectamente las sugerentes formas de sus tetas. Debajo vestía unos leggins de cuero negro, ajustadísimos a su cuerpo, no dejando ningún lugar a dudas en cuanto a las sinuosas formas de sus caderas, su culo y sus muslos. Para completar el atuendo, calzaba unos botines negros, de tacón alto. Me pareció la viva imagen de la más perversa y sexy madame.
Yo, por mi parte, llevaba los pantalones vaqueros que mejor me sentaban, con un polo en distintos tonos de azul y deportivas.
- Me gusta tu puntualidad, -dijo Silvia, a la vez que abría las puertas de su coche.
- ¿Sólo eso te gusta de mi? –pregunté, un poco más lanzado de lo que yo mismo esperaba.
- Vaya, hoy estás juguetón… te va a venir bien para lo que he preparado para ti –me respondió, a la vez que deslizaba su mano derecha por mi muslo, rozando mi sexo sobre el pantalón.
Inmediatamente puso el motor del coche en marcha y nos marchamos de allí. Me moría de ganas de haberla metido la lengua hasta la garganta, pero estábamos en nuestro barrio. Nos conocía todo el mundo, y una cosa era que una amiga de mi madre me recogiera para llevarme a algún sitio y otra, muy distinta, era que la madura y el jovencito se enrollaran delante de todos.
Pronto comprendí que nos dirigíamos de nuevo al mismo hotel discreto de las afueras de la ciudad al que habíamos ido la última vez.
Una vez que llegamos al edificio, Silvia repitió lo que ya hizo la última vez: acercó el vehículo a la puerta de acceso y, a través de la ventanilla, en una especie de cajero, hizo el pago de la habitación que nos correspondiese.
Iniciamos el descenso de la rampa hacia el parking privado, pero justo al final de la rampa, Silvia detuvo el coche:
- Alcánzame el bolso otra vez, cariño –me pidió, lo que obedecí de inmediato-. Toma, póntelo –me dijo, alargándome un antifaz negro.
- ¿Esto es necesario? –le pregunté.
- Sí, te aseguro que va a ser necesario –respondió.
- Silvia, ¿de verdad tengo que ponerme un antifaz? Cómo si no supiera con quién estoy… -dije.
- Confía en mi, Daniel. Póntelo, por favor –insistió.
No le di más vueltas, y me coloqué el antifaz. Con el puesto no era capaz, ni tan siquiera, de percibir los cambios de intensidad de la iluminación: sólo veía el negro más absoluto.
Una vez que Silvia paró el coche, me ayudó a salir de él y me condujo hasta el apartamento que habíamos alquilado. Una vez dentro creí percibir un perfume conocido, que no era el de ella.
- A partir de ahora comienza el juego, Dani. Tú serás nuestro juguete –me dijo Silvia.
- ¿Vuestro juguete? ¿Hay más personas con nosotros? –pregunté.
- Sí. No estamos solos. Han venido dos amigas. No hablarán ni podrás verlas, salvo que, cuando hayamos terminado, desees conocerlas –respondió Silvia.
- Está bien –respondí, sin saber muy bien dónde me estaba metiendo.
A partir de ese momento, varias manos femeninas, y no sólo las de Silvia, me condujeron hasta lo que intuí que sería el centro de la habitación. Una mano, suave y delicada acarició mi cara, mientras dos pares de manos se apresuraron en quitarme el polo, descalzarme y quitarme los pantalones. Una boca comenzó a besarme en los labios, mientras que otra boca mordía mi polla por encima del bóxer. Me sentía realmente como una especie de dios al que un grupo de mujeres, se entregaban en cuerpo y alma para dar y sentir placer. No necesité ni siquiera un minuto para tener la polla grande y dura, como el mango de un pico.
Empezaba a comprender el tremendo morbo que iba a suponerme la idea de Silvia: tener a 3 mujeres conmigo, de las cuales sólo conocía a una, haciendo conmigo lo que las diera la gana, era algo que nunca podría ni siquiera haber imaginado.
- Voy a sentarme, quiero ver cómo mis amigas disfrutan de ti –dijo Silvia, a la vez que pude escuchar el sonido de tus tacones en el suelo, alejándose unos metros de nosotros.
Mientras tanto, las otras dos mujeres continuaban dedicándose a recorrer mi cuerpo con sus manos y sus bocas. La que me comenzó besándome en la boca lo hacía de una forma endiablada. Metía y sacaba su lengua de mi boca, envolviendo la mía para llevarla hasta la suya, lamiendo y mordisqueando también mis labios y mi propia lengua.
A la vez, sentí como la otra mujer se arrodilló delante de mi y, tras tirar con fuerza del bóxer para bajarlo, mi enorme polla saltó como un resorte junto a su cara, a lo que ella reaccionó emitiendo un sonido de admiración.
- Cuidado, cielo. No vayas a decir nada que te haga reconocible –le indicó Silvia desde su posición.
No volví a oír nada más. Sólo sentí como unos labios húmedos y cálidos, junto con una lengua tan cálida y húmeda como la que tenía en la boca, recorrieron varias veces mi verga, desde los huevos hasta la punta. Afortunadamente, el día anterior me había depilado el sexo, incluidos los huevos, por lo que la sensación del roce de aquellos labios y la lengua sobre la piel suave de mis huevos, me transportó de inmediato al cielo.
Tan sólo se escuchaba el chapoteo de la boca de una de aquellas mujeres en mi boca, y algunos leves gemidos que tanto ellas como yo emitíamos. Sólo Silvia se permitía hablar.
- Podéis poneros cómodos en la cama –indicó.
De inmediato, las dos mujeres, cada una por un lado, me condujeron hasta el borde de la cama, ayudándome a subirme en ella. Entonces caí en la cuenta de que yo no había ni siquiera intentado tocar el cuerpo de ninguna de las dos. Me eché boca arriba en la cama, que recordaba enorme. Cada una de las mujeres se puso a uno de mis lados, y ambas comenzaron a mamar mi polla, repartiéndose esta entre las dos. Aproveché la situación para alargar mis manos hasta dónde calculaba que se encontrarían sus cuerpos. Logré tocar la parte baja de la espalda de ambas mujeres. Las dos tenían la piel suave y cálida, aunque una de ellas me pareció un poco más delgada que la otra, ambas parecían tener cuerpos atractivos. Deslicé mis manos por ambas espaldas, bajando por los dos culos, siempre con ellas mamando y lamiendo mi polla y huevos.
Como ya me había parecido antes, la que tenía a mi izquierda era un poco más delgada, su culo era más delgado que el de su compañera de la derecha, pero ambos culos me parecieron sublimes y deliciosos. No pude reprimirme y azoté ambos culos a la vez. Las dos mujeres gimieron, en parte por la sorpresa y en parte por el placer.
- Cuidado con hablar –repitió Silvia.
Mi polla parecía que había crecido aún más, y el morbo, desde luego, también lo había hecho. No sabía si yo podía pedir cosas, si yo podía hablar o no. Me moría de ganas por probar esos dos coños desconocidos. Dos coños que, por lo que mis dedos pudieron tantear por debajo de sus culos, estaban calientes y mojados, seguramente que deseando probar nuevas zonas de mi cuerpo. Antes de que me atreviera a hablar, Silvia se adelantó:
- Chicas, dejad que os coma el coño, nunca olvidaréis cómo lo hace, le he enseñado yo misma a hacerlo –dijo, presumiendo.
La mujer que tenía a mi derecha, la que aparentaba tener el culo más grande, se apartó de mi polla, colocándose a horcajadas sobre mi boca. Enseguida me llegó el olor de su coño. Era un poco más fuerte que el de Silvia, pero igual de agradable. Inmediatamente saqué la lengua y lamí sus labios. Estaban calientes y húmedos. Y su sabor, aunque indescriptible, me pareció mágico, sublime, irresistible. Apreté su culo con mis manos, haciéndola restregar su coño contra mi boca, a la vez que uno de mis dedos comenzó a jugar en su ano.
A la vez, la otra mujer se acomodó sobre mi polla, la cual lamía, acariciaba y mamaba con ritmos cambiantes, a veces muy suavemente, y a veces con tremenda intensidad.
Cuando el coño que tenía en la boca me lo permitía, lanzaba gemidos y suspiros de placer. La mujer también comenzó a gemir. Sus gemidos parecían los de una mujer madura, de edad similar a Silvia. Pero preferí no pensar en ello, y seguir disfrutando de su coño, de su clítoris, completamente duro e hinchado y de la fabulosa mamada que su amiga me estaba regalando, sin dejar de acariciar mis huevos y mi ano, haciendo que las sensaciones de placer se multiplicasen por momentos.
A medida que la intensidad de la mamada aumentaba, y mi placer también lo hacía, el ritmo e intensidad con que yo comía el coño y el clítoris de aquella mujer también se incrementaron, hasta el punto de que acabó corriéndose, apretando con tanta fuerza su coño contra mi boca, que pensé que me ahogaría. Sus gemidos se hicieron un solo grito. Fue un grito extraño, ahogado y fugaz. Me resultó incluso conocido. Pensé que podría tratarse de alguna de las mujeres del grupo de amigas que conocía.
La corrida de Silvia dejó un fino reguero de fluidos sobre mi cara y mis labios. Poco a poco se fue retirando. Sentí como se echó sobre la cama, a mi lado. La otra mujer dejó de mamarme la polla, si no lo hubiera hecho me habría corrido casi de inmediato, y sentí como comenzó a besar a su compañera.
Yo, caliente como pocas veces, me volví en la cama para rozar mi cuerpo con los suyos y poder sobar y acariciar sus tetas y pezones. En las tetas es dónde más noté la diferencia de tamaño de una mujer y otra. Mientras la que había acabado de correrse en mi boca tenía unas tetas grandes, blandas y algo caídas, con unos pezones enormes, la otra tenía las tetas más pequeñas, más duras y con pezones más pequeños y duros.
A mi, en aquel momento, los dos pares de tetas me parecieron perfectos, y me dediqué como pude a sobar, lamer, besar, chupar y morder todo cuanto pude, sobre todo sus ricos pezones, unos más gruesos, otros más duros, pero los 4 igual de deliciosos.
Entre ellas, aunque no podía verlo, también estaban sucediendo cosas. En más de una ocasión, mis manos tropezaron, mientras acariciaba y estimulaba el cuerpo de alguna de ellas, con las manos de la otra, señal inequívoca de que las dos mujeres estaban también dedicadas a darse placer mutuamente.
En un momento dado, una de ellas me empujó de nuevo sobre la cama y tomó mi verga con una de sus manos. Por la forma de hacerlo era la más delgada. Masturbó mi mástil durante un breve minuto, tiempo suficiente para ponerlo de nuevo apuntando al techo, momento en el que se subió sobre mi y lo llevó hasta la entrada de su húmeda cueva. Se rozó con él sus labios y su clítoris, llevándolo con sus manos una y otra vez de un extremo a otro de su sexo, el cual no dejaba de mojarse cada vez más.
Mientras tanto, la otra mujer colocó una de sus grandes tetazas en mi boca, a lo que mis labios respondieron de inmediato, besando y mordisqueando su tremendo pezón.
A continuación, la mujer que jugaba con mi tranca decidió que ya había jugado lo suficiente, y se la introdujo en su cuerpo caliente, descendiendo su coño sobre mi polla, haciendo que la penetrase poco a poco. Mi capullo es bastante grueso y costó un poco meterme dentro de ella, pero lo acabó logrando, deslizando su cuerpo sinuosamente sobre el mío. Su coño era estrecho, muy cálido y húmedo.
Las tetas de la otra mujer ahogaron los gemidos que mi boca quería lanzar al ambiente cargado de sexo de aquella habitación.
Continué como pude lamiendo y mordiendo los pezones que la mujer me ofrecía, mientras la otra se dedicó a cabalgarme, cada vez con más intensidad, subiendo y bajando completamente por el mástil de mi polla, lo que empezó a provocar en ella algunos tímidos gemidos, que pronto se convirtieron en gritos mucho más sonoros e intensos. Ahora me percaté de que esta mujer era más joven que la otra, el sonido de su garganta era más juvenil, y de nuevo detecté algo en aquella forma de gemir que me resultaba familiar, aunque no lograba ponerle cara.
La cabalgada se hizo tan intensa, que mis huevos se llenaron de leche. Sentí como la presión en ellos aumentó de forma brutal, y mi pelvis comenzó a acompañar a aquella mujer en su cabalgada, moviéndome de forma coordinada con ella, mientras mis labios mordían con fuerza los pezones de la otra mujer, casi ahogándome al privarme de todo el espacio que necesitaba para respirar. Apenas un minuto después, aquella voz más juvenil se derramó por completo, al alcanzar su cuerpo un intenso orgasmo, contrayendo su vagina contra mi polla, rodeándola y envolviéndola con sus fluidos y su calor.
También mi cuerpo estaba a punto de estallar.
Otra vez fue la voz de Silvia la que me hizo recordar que estaba allí:
- Cariño, sácate la polla y compartid su leche, le conozco y está a punto de correrse –dijo la caliente de Silvia.
Como si obedecieran órdenes de un ser superior, la mujer que había acabado de correrse descabalgó de mi polla, a la vez que la otra se dirigió hacia mi sexo. De nuevo ambas bocas comenzaron a lamer y chuparme la verga.
- Dales tu leche, cabrón –ordenó Silvia.
Apenas oí aquella orden, mi cuerpo estalló: mis huevos se contrajeron hasta dolerme, enviando una enorme cantidad de semen a mi polla, la cual se encargó de escupir sobre las caras y las bocas de las dos mujeres. Mis gemidos fueron brutales, mi cuerpo se tensionó y estalló de placer. Una especie de corriente eléctrica recorrió cada parte de mi cuerpo, a la vez que cuatro potentes chorros de leche salieron despedidos con fuerza de mi polla.
Las dos mujeres continuaron aplicando sus lenguas a mi verga. Acariciaron tanto mis huevos como mi polla, con manos y lengua, y pude intuir que entre ellas se besaban, para compartir mi semen, caliente y viscoso.
- Te has portado como un campeón –me dijo Silvia un par de minutos después, cuando nosotros tres estábamos echados en la cama, acariciándonos mutuamente.
- Gracias. Tus amigas lo han hecho todo –dije yo, modestamente.
- Sí… mis amigas…, creo que te has ganado el derecho a saber quiénes son –dijo Silvia-, si ellas están de acuerdo.
No oí nada. Por un momento no supe qué hacer o qué decir. Deseaba ver las caras de aquellas dos mujeres que tanto morbo y placer me habían regalado. De pronto, Silvia se acercó hasta la cama y cogió mis manos, pidiéndome que fuera con ella. Me alejó un par de metros de la cama, hizo que me diera la vuelta, de espaldas a sus dos amigas. Silvia, frente a mi, me retiró despacio el antifaz.
- Abre los ojos despacio, para que la luz no te haga daño –me dijo.
- ¿Puedo girarme ya? –pregunté, lleno de curiosidad cuando al fin abrí los ojos y vi la pared del otro lado.
- Sí, hazlo –me ordenó Silvia.
Me giré despacio, deseando conocer a aquellas dos maravillosas mujeres con las que había acabado de tener una de las experiencias sexuales más morbosas de mi vida, sin saber que, el morbo no había hecho más que comenzar.
Las dos mujeres estaban completamente desnudas, aún con restos de mi semen en algunas zonas de su pecho y pelo. Sonrientes, con una pierna de una entre las piernas de la otra, y acariciándose mutuamente los pezones.
- ¡Mamá, Blanca! –atiné a decir cuando descubrí que eran mi madre y mi hermana.
- ¿Te ha gustado la sorpresa? –preguntó Silvia.
- Hostias, no esperaba nada parecido. Joder…. –dije yo, un poco asustado, a la vez que excitado.
- Cariño. Sabíamos lo que ocurría entre Silvia y tú, lo planeamos entre las tres –dijo mi madre.
- ¿Tan mal hemos estado, que te quedas así? –preguntó Blanca, mi hermana.
- No, no, no. Es que es una sorpresa, jamás imaginé que… bueno que …. Que follarais y la mamaseis tan bien, y menos que lo hicierais conmigo –terminé diciendo.
- Nos alegra oírte decir eso, cariño –dijo mi madre.
- Y ahora, si no estás muy cansado, hay una mujer a la que todavía no has satisfecho –dijo mi hermana, y en esta ocasión, fue Silvia la que, completamente desnuda, con su imponente culazo, con sus deliciosas tetas y su depilado coño, se metió en la cama, entre mi madre y mi hermana, haciendo un gesto con su mano para que las acompañase.
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