Incest
May 22, 2022

Encaprichada con mi padre 1/3

Capítulo 3

Las cosas comenzaron a ponerse extrañas entre mi padre y yo. Fue por algo que sucedió algunos días después del berrinche, cuando el momento del viaje se encontraba a la vuelta de la esquina. Esto se sumó a un montón de estrés que me daba el estudiar intensamente para el examen, y mi aun estable preocupación por no tener más trajes de baño de los cuales elegir, y soportar la idea de viajar en compañía de Alexa por primera vez.

Concretamente dos días antes del examen, salí a comprar algunas cosas que me hacían falta para la playa. Esa mañana, mi padre estaba en su empresa donde vendía materiales de construcción, solía quedarse por lo general toda la mañana y llegaba a casa para que comiéramos juntos, esa ocasión no sería la excepción, así que cuando yo regresara de compras, pasaría algunas horas completamente sola en casa hasta que llegara el momento de la comida.

Al llegar a mi hogar, regresando solamente medio feliz por las compras, pues aún me faltaban trajes de baño, abrí las rejas de metal para poder entrar al patio del domicilio. Por fin traspasé las rejas para, de manera coqueta, entrar en casa. La felicidad se transmitía con los movimientos de mi cuerpo, era inevitable. Estaba buscando la llave de la puerta de la casa, y mientras rebuscaba en mi bolso, de repente, escuché un ruido sospechoso dentro de la casa. Parecía como si alguien estuviese revolviendo cosas o moviendo algún mueble, en eso, caí en cuenta de que alguien estaba adentro y que ese alguien no era mi papá, se trataba de un desconocido. Me estremecí mucho por la circunstancia en la que me encontraba, pero no grité, estaba más bien congelada, temblaba a causa de bizarras sensaciones de terror.

Mientras pensaba que hacer, logré sin querer, percibir el sonido de una ventana rota, los pedazos de vidrio cayendo al suelo, y voces de hombres. Salí corriendo para la calle pensando que, si me encontraban dentro de la casa, me podían hacer daño o hacerme entre todos una violación vaginal por turnos... Así que fui a la casa vecina instantáneamente para pedir ayuda, por fortuna me abrieron la puerta y me dejaron pasar a su casa. Conté lo sucedido a los habitantes de la casa, y llamaron rápidamente a la policía. Marqué a mi padre para relatarle lo que ocurrió, entonces, salió del trabajo para venir enseguida conmigo. De ninguna manera quise entrar a la casa sola hasta que él llegara.

La policía llegó, y un par de minutos después, Sergio, mi padre, estaba estacionando su camioneta justo frente a mí. Los oficiales se fueron después de un rato, sin poder atrapar a los ladrones, estos habían huido de alguna forma insospechada.

Entré por fin a la casa detrás de mi padre, y vi los destrozos que los violadores cometieron en nuestra intimidad. Se llevaron pocas cosas, al parecer no tuvieron mucho tiempo para elegir, se llevaron una computadora portátil de mi padre, y un reloj de oro. Pero eso sí, la casa se encontraba por completo revuelta. En la sala se podía divisar la televisión y el sistema de sonido desparramados en el piso, jarrones y marcos de fotografías hechos añicos. Al parecer planeaban llevarse la televisión, pero no tuvieron a su mano el tiempo suficiente, o no tenían vehículo y la televisión era demasiado aparatosa como para llevarla cargando. El cuarto de mi padre era el más destrozado, y en el que se miraba que era el blanco principal del atraco. En el mío, la ropa estaba por los suelos, mi clóset estaba patas arriba, quizás uno de los ladrones tenía una hija de mi edad, o creía que alguno de mis vestidos valía mucho. Lo que más me sorprendió fue que mi ropa interior estaba fue de su cajón, sobre todo mis pantis. No sé qué intención tenían al sacar mi ropa interior, pero mi padre notó eso, y entonces lo vi enojado de verdad, tanto que sentí un poco miedo mirarlo a los ojos.

Un día después del robo, mi padre puso un sistema de sistema de seguridad con cámaras y alarmas. Además, reforzó las ventanas con barras de acero para que así no fuera tan sencillo meterse a robar la casa. Por si fuera poco, me compró un perrito, era cachorrito aún, si acaso, tenía un par de semanas de vida, pero crecería en pocos meses y se volvería bravo para con los ladrones, era un pastor alemán muy hermoso. Lo amé enseguida y lo cuidé como el bebé que era.

Con todas las medidas adquiridas, que eran súper necesarias, se lo pensarían dos veces antes de entrar a nuestro dulce hogar. Por si fuera poco nos iríamos de viaje en tan solo un día, y la casa se quedaría prácticamente inhabitada. El perrito, obviamente me lo llevaría a la playa, y la idea me gustaba, me daba la sensación de que a pesar de todo lo negativo, el cachorro y la playa, eran un símbolo de cambios buenos para mi vida. Ya era una chica desarrollada, mi cuerpo era ya el de una mujer de pechos grandecitos, bastante voluminosos para ser una chica delgada, de caderas sugerentes y un trasero paradito que me enorgullecía; ¿cómo podía alguien limitarme a cosas de chica inmadura si ya la biología me decía que era una mujer? ¿Cómo podía mi padre negar lo evidente? ¿Acaso mi padre al ver que mis ropas íntimas fueron manoseadas por los ladrones, se enteró de mi realidad como mujer desarrollada?

Mi padre… Mi padre celoso, mi padre que ya debía despertar, ese que me prohibía tener novio. Ese que me arruinaba todas mis posibilidades amorosas antes de que pudiera ocurrir cualquier cosa. Me sentía un desperdicio de mujer, no me servía de nada que los chicos me dijeran que estaba hermosa, que me consideraran bella, si no podía estar con ninguno de ellos. El día en que mi padre aceptara que su nena era ya una mujer completa, yo albergaría telarañas enquistadas en el coño.

De alguna manera, con un poco de ingenio me las arreglaría para andar con alguno de los chicos de la colonia y yacería en secreto con él, y si mi padre se enteraba, le estaría bien empleada la manera de enterarse. Yo hubiera preferido que él me diera el permiso, pero la realidad es que yo necesitaba un novio, y lo conseguiría aunque mi padre sintiese un dolor.

Por supuesto, que no haya tenido novios, no significa que no haya salido con chicos alguna vez, o que no haya besado, o que no haya tenido relaciones… Pero de ninguna manera esas cosas podían convertirse en algo frecuente. ¿Cómo conseguí obtener experiencia? Sencillo: Al salir de la escuela, en las horas libres, y en las casas de mis amigas se me abrieron posibilidades para todo ello. Cuando se quiere se puede, y los juegos de la botella, de retos, y otras formas de disfrazar las ganas de experiencia, si bien de manera no sólida, sí me dieron lo suficiente para sentirme realizada en esos aspectos de la sexualidad. Pero me faltaba tener un novio formal, me faltaba amar, me faltaba sexo. Solo lo tuve una vez y no me arrepentí, aunque hubiera preferido mil veces hacerlo con un chico que me tomara de la mano al salir de la escuela, que me besara en los labios al despedirse de mí, que conociera a mi padre y viniera a comer a la casa de vez en cuando. Estaba frustrada por completo.

Solo miré en mis andanzas por la vida un pene desnudo en vivo, otras visiones de miembros masculinos erectos las tenía gracias a la pornografía, y fotos que hombres desconocidos me enviaban a mi bandeja de mensajes privados. Que levante la mano la chica que no reciba esta clase de fotos y no creeré que pertenezca a mi época.

Aceptando que yo estaba caliente básicamente todos los días, por las noches pues... Me encerraba con llave en mi cuarto, y procedía a dar rienda suelta a mis más locas fantasías, y ahora que hacía cada vez más calor porque era verano, repetía hasta cuatro veces el proceso para poder dormir tranquila. Pero esa noche, después de que se metieron a robar, yo estaba temblando de miedo, y no quería estar a solas en mi cuarto, esa noche necesitaría sobarme la entrepierna cerca de cien veces para disipar los terrores y dormir por desmayo.

Regresando al día del robo. No era mi deseo estar sola en ninguna parte de la casa, por lo que me la pasé pegada a mi padre toda esa tarde. Ya llegada la noche, cené con mi padre, y le expuse con claridad mi sentir, lo cual ni siquiera era necesario porque era obvio, pero definitivamente, no estaba loca como para dormir sola esta noche y que un maníaco entre por la ventana a hacerme el amor a la fuerza y después matarme, todo mientras trato de descansar en mi cama con poquísima ropa mientras me masturbo.

—Papi, no quiero dormir sola hoy —dije con voz de ruego. Mi papá captó la indirecta y enseguida mostró su solidaridad para con su nena.

—Bueno, puedes venirte a dormir conmigo, pero no quiero que ronques, ni me quites las cobijas, ya te conozco —respondió cándidamente.

—Sí papito —dije con voz chiqueada.

Todo transcurrió tranquilamente, cada quien se acostó en un lado de la cama. Mi papá en el derecho y yo en el izquierdo. Debido a que la temperatura era muy elevada esos días, me ponía minishorts de lycra pegaditos para dormir y alguna camiseta básica de tirantes. Esa noche me puse un short morado y una camiseta negra. Y mi padre, como muchos hombres en la edad de los cuarenta, dormía simplemente en calzones. Pero esa noche debido a que su nena estaba de invitada, por lo menos tuvo la decencia de ponerse una bata, la cual se quitó a media noche porque no soportaba el calor. Nos tapamos con una sábana y nos dormimos sin ninguna contrariedad. Ningún loco entró a la casa esa noche, ni hubo robos ni nada.

Desperté muy temprano en la mañana, estaba abrazada de mi papá, es decir, yo estaba sobre él. La baba se me salía de la boca y tenía una húmeda mancha oscura en la almohada. Me limpié los labios, y noté que mi padre aún estaba profundamente dormido. Eran las seis de la mañana, ninguno de los dos se levantaba temprano casi nunca. Continué abrazando a mi papá y le di un beso amoroso en la mejilla. Él se quejaba siempre de actitudes que yo tenía, como la costumbre de andarme encimándome sobre él, robar comida de su plato, de agarrarlo de caballito, de plantarle besos en la mejilla en momentos inesperados, de llamarle a cada rato a su trabajo e interrumpirlo, y de robarle las cobijas cuando dormíamos juntos. Aunque casi nunca sucedía dormíamos juntos salvo en situaciones excepcionales, esto sucedió más cuando yo era pequeña. Y hasta que tuve alrededor de diez años, comencé a dormir sola, a partir de ese punto cuando había tormentas o miraba películas de terror, ni loca me entraban ganas de dormir sola y me metía en la cama de mi padre aún contra su voluntad. Y ya más crecida, aunque ya no me daban miedo las tormentas, y las películas de terror las soportaba completamente, esa noche del robo, fue una de esas ocasiones en que dormí junto a él. La idea de un robo, de personas metiéndose a la casa, fue algo que me asustó de verdad, de una forma muy cruda, de una manera completamente novedosa, aun si hubiera tenido treinta años de edad me hubiera metido en su cama sin duda.

Diez minutos estando despierta, intentaba dormir de nuevo mientras abrazaba a mi papito querido, pero me fue imposible, así que decidí levantarme de la cama de una vez por todas. Me fui para mi lado de la cama y bajé de ella para buscar mis pantuflas en el suelo, al hacer esto, jalé la sábana hacia mí con alguna parte de mi cuerpo accidentalmente, de alguna forma la tela se enredó sobre una de mis piernas, y dejé más de la mitad del cuerpo de mi papá sin cubrir.

Estaba bastante oscuro, así que no distinguía bien las cosas que miraba, traté de taparlo de nuevo lo mejor que pude de manera que no se molestara conmigo al despertar. Cuando me acerqué a él para taparlo, me di cuenta de que la sábana estaba a la altura de sus rodillas, lo había dejado casi totalmente descubierto.

Tomé la sábana con ambas manos. Comencé a subirla con determinación, y mientras lo hacía no podía evitar mirar el cuerpo de mi padre. Mi vista se ancló en el área sus piernas, es decir, ¿a dónde más tenía que voltear o qué? Tenía que mirar para poder taparlo correctamente, ¿no?, lógicamente era necesario. Entonces vi sus piernas sin culpa alguna, lo cual no fue una situación extraordinaria, era algo que ya había visto. Pero cuando iba subiendo más la sábana, vi algo inquietante... Noté que, de sus calzones, se marcaba un gran bulto, eso sí que no se lo había percibido antes. No sé por qué, pero me paralicé, y me le quedé viendo más tiempo del que necesitaba para realizar la faena que me había propuesto. Dios, yo sabía que eso que tenía mi padre entre las piernas era una gran erección, no era una tonta. Y entendía también que no era por mí que le sucedía eso, ni nada parecido, de hecho había leído hace un tiempo en una revista para chicas, que todos los hombres despertaban de esa manera, aunque no recuerdo la razón de ello, el asunto es que era algo muy normal en ellos. Y mi padre era un hombre, un hombre que al parecer tenía un pene más grande que el que había visto en vivo, muchísimo más grande, yo ni siquiera lo hubiera imaginado, y eso que traía calzones. «¿Y, si se los bajo?, ¿solo para comprobar su longitud?», me pregunté en ese momento en un momento de poca lucidez.

Jamás había sentido curiosidad de verle su «cosa». «¡Si es mi papá! ¡Por Dios!», fue lo siguiente que pensé. Me dije a mi misma que estaba loca y le tapé el cuerpo enseguida, él por supuesto estaba dormidísimo y no se dio cuenta de nada.

Me fui a la cocina y preparé un rico café, y por alguna razón no dejaba de pensar en la cosota esa que tenía mi padre entre sus piernas peludas. Nunca lo había visto como hombre, ni con morbo, y sé que él tampoco me vería como mujer, pues soy su hija. Yo siempre sería su nena, su princesa, su niña, por más que creciera, sería eso para él, e inevitablemente me trataría como tal. Pero la realidad era que yo estaba creciendo, y mis hormonas estaban volviéndose incontrolables. Quizás por eso no dejaba de pensar en su bulto, pero, aun así, luché bastante para sacármelo de la cabeza. Entonces, recordé que no me había masturbado la noche anterior ni siquiera una vez, y que por esa razón estaba pensando en esa clase de cosas. «¡Pero si estoy acostumbrada a sobarme mínimo cuatro putas veces a diario! ¡Cómo no voy a pensar en eso!», me dije a mi misma en suspiro y en parte aliviándome por encontrar la causa verdadera de mi insensatez.

Traté de olvidarme de todo el asunto. Una de las técnicas que usé, fue decirme a mí misma, en mi mente, que era una loca enferma, que era él era mi padre, y yo su hija, y era sucio pensar esa clase cosas. A lo largo de la mañana, paulatinamente dejé de pensar en el asunto, sobre todo porque tuve que ponerme a dar mi última sesión de estudios para el examen del día siguiente. Quise durante algún momento masturbarme para acabar con los pensamientos obsesivos provocados por las hormonas, pero me dio miedo que de repente, en mis fantasías, se colara la imagen del pito de mi padre. Esperaría hasta la noche como era mi costumbre, para ese entonces todo habría quedado en el más absoluto olvido.

Mi padre ese día faltó al trabajo, en parte porque quería dejar listas sus maletas para el viaje, hacer que instalaran las medidas de seguridad que ya mencioné, y para no dejarme sola, porque aún estaba asustada por lo del robo y forzosamente necesitaba tranquilidad para estudiar, si me iba a estudiar a su lugar trabajo, no podría hacer absolutamente nada por todo el ruido que se hace en ese lugar. Así que se quedó en casa esa mañana, él estaba realizando además otros preparativos para el viaje, verificando que la camioneta estuviese en buen estado y dejando encargada la casa a una señora que le habían recomendado para que hiciera la limpieza.

Llegó la hora de la comida y salimos a comer sushi, amaba el sushi con toda mi alma. Y cuando regresábamos a casa, pasamos a una veterinaria donde exhibían perritos con diferentes características, ahí fue donde conocí a mi cachorro de pastor alemán. Mi padre insistía en llamarlo Matón, porque se supone que me protegería cuando creciera, lastimando a un hipotético agresor con su mordida inmisericorde, pero no le permití bajo ninguna circunstancia llamarlo de esa manera. En su lugar le puse Ivi porque se parecía bastante al pokemón zorro. Y Aunque en el idioma inglés se escribía diferente, a mí me gustaba más con «I».

Me sentía preparada para pasar el examen de Inglés a la perfección, pero estaba entristecida aún por mi falta de bikinis bonitos, y porque ese día mis amigas partirían en dirección a la hermosa playa. Me hallaba melancólica, era inevitable no experimentar una sensación de abandono. Existía algo que me podía animar demasiado, el problema es que ya no le quería pedir más cosas a mi papá, me había premiado él con una cantidad considerable de dinero que no supe administrar bien, quizás si no hubiera comprado tantas banalidades me habría alcanzado para mis trajes de baño. Encima de todo me dio permiso para el viaje, y no me castigó por reprobar, si hasta se encargó de que yo fuera a ese viaje a como diera lugar. Y estas actitudes de darme permisos, eran raras en mi papá. Aunque siempre me comprara cosas y me tratara como su princesa, el permitirme ir a lugares lejanos, era algo verdaderamente difícil de concebir para él. Yo ya no podía seguir abusando de su generosidad, aunque de seguro, sus permisividades se debían a que Alexa lo estaba convirtiendo en un pendejo feliz, y no se debía tanto a que se diera cuenta de mi crecimiento como mujer. El sexo debía ser muy bueno entre ellos como para llevar a mi padre a la completa idiotización.

Llegó la hora de la cena y yo permanecía muy silenciosa, el asunto de su cosa, ya no me preocupaba. Por supuesto, mi extraña seriedad llamo la atención de mi padre y decidió indagar todo cuanto pudiera sobre ello.

—¿Te pasa algo Alisa? —preguntó.

—No, nada papito —respondí secamente.

—No te creo, sé que te pasa algo.

—No es nada, no importa —dije mirando hacia abajo, instantáneamente las lágrimas amenazaron con salir.

—¿Qué tienes? Dime, ándale bebita —insistió.

—Es que... Perdón, pero es que ... Ya no sé... —dije trastabillando, mientras mis lágrimas, y mis llantos salían disparados con desesperación y poca gracia. Otra vez parecía niña chiquita haciendo berrinches. Es importante saber que solo me porto así con mi padre, jamás realizaría un acto así frente a otras personas.

—Amor, explícame por qué lloras así —dijo mientras estaba abrazándome.

—Es que me gasté todo el dinero en cosas para el viaje, y ya no me sobró para trajes de baño —expliqué con amargura, con el suficiente equilibrio entre la pronunciación de las palabras y la emoción del llanto. Más bien, era como si las palabras suplantaran la entonación del lloriqueo, pero todas ellas salieron fluidamente entendibles.

—Ay Alisa, ¿y por qué no me dices nada? —Me regañó sin sonar enojado.

—Pensé que te enojarías —dije con cara de niña regañada.

—¿Pero no tienes trajes de baño? —interrogó.

—Solo dos, y están feos, mis amigas tienen muchos y todos bonitos, soy la única tonta de todas ellas, ya mejor no voy, se cancela el viaje —dije mientras me salía otra lagrima.

—Ya, no eres tonta, y no cancelaremos nada. Mira, no llores, mañana antes de irnos te llevo a comprar, ¿sí hermosa? —dijo con cariño, dándome un beso en la mejilla.

—Ok, papi —dije con voz de víctima mientras me dejaba abrazar. Por dentro estaba feliz, me sentía victoriosa, por fin obtendría mis preciados trajes de baño, solo esperaba que llegáramos a una buena tienda y que terminara rápido el maldito examen para tener tiempo suficiente para elegirlos bien.

Después de comer, me fui a dar un baño, y enseguida seguí estudiando un poco más. Luego hice todas mis maletas y preparé todo lo necesario para el viaje. Dejé un hueco vacío, uno grande, en una maleta donde irían mis insospechados trajes de baño, esos que mañana me compraría mi papito gracias a mis estrategias de mujer.

Cuando terminé de estudiar, empecé por fin a sobarme. Me estaba metiendo los dedos para darme placer, ya tenía mucho sin hacerlo y las ganas se me habían acumulado, me estaba volviendo loquita, y el calor no ayudaba. Pensando en las muchas posibilidades que aporta la imaginación, comencé a pensar en un chico de mi salón de clases, me imaginaba que se colaba en mi habitación a media noche, me agarraba con innecesaria fuerza, me tiraba violentamente sobre la cama, y comenzaba a penetrarme sin mi consentimiento. Yo oponía resistencia, pero poco a poco me iba venciendo el placer. Después el chico me ponía de perrito, me tomaba de los cabellos y los jalaba con agresividad. Al momento en que el chico me hacía gemir de manera inevitable, él me revelaba que era el ladrón que se había colado en mi casa y que además se había masturbado con mis pantis. La fantasía terminó cuando una sensación brutal fue invocada por mi caprichosa vagina, el orgasmo fue simplemente tremendo y una sonrisa de gloria se plasmó en mi rostro.

Me gustaba mucho imaginar esos escenarios rudos de vez en cuando, pero únicamente en la fantasía, en la vida real, creería que el idiota se habría vuelto loco, y no estaba segura de si permitiría ser penetrada de forma tan brusca. ¿O sí lo permitiría? Quizás en las circunstancias adecuadas… Con el hombre adecuado… Sí. «¿Por qué soy tan puta?», pensaba sumergida ya en una nueva fantasía. En mi mente, el mismo chico me volvía a hacer suya a la fuerza, y me gruñía palabras vulgares para denigrarme, la escena fue tan vívida que sentía como estaba el chico a nada de venirse dentro de mí, sentía su esperma en contacto con mi vagina. Estaba tan mojada, tan caliente por imaginar estas cosas... De repente, no sé por qué, pero mi ensueño se vio radicalmente trastocado y comencé a pensar que el hombre que me abusaba no era el chico de mi salón de clases, sino mi propio padre. Me froté más rápido pensando en cómo me metía sin piedad su cosota en la conchita. Me sumergí en un estado en que parecía estar realmente hirviendo de una calentura sobrenatural. Unos instantes después, me detuve en seco y me dije a mi misma que eso estaba mal. Estaba realmente mal, no debía hacer eso, yo era una chica decente y él era mi padre.

No podía negar que me había descontrolado, una parte de mí, la parte más pervertida, gustó haber pensado eso. Me levanté de la cama, respiré profundo, salí de mi cuarto, fui al baño y me lavé la cara con agua helada. Traté de olvidar el asunto con todo mi ser.

No pude olvidar el asunto, me había quedado muy mal conmigo misma, por si eso pareciera poco, me había aguantado la calentura y no me había venido. Permanecí caliente sin desearlo, mi sucia cueva me provocaba cosquillas terribles. Estando sentada, no dejaba de moverme hacia delante y hacia atrás para disminuir las molestias de mi caprichuda vagina.

Fui débil, demasiado débil: Quince minutos después estaba masturbándome con más fiereza que nunca en una lujuria tóxica, sabía que hacia algo muy malo, y aun así me estaba entregando a las turbias bajezas que mi coño exigía. Mientras metía los dedos, pensaba en mi papito, imaginándome que yo tocaba su gran verga mestiza, que yo frotaba mi trasero en su bulto de arriba para abajo provocadoramente. La ficción mental divagó hacia imaginaciones de que se la chupaba y él terminaba en mi boquita de princesa. Cuando pensé en esto último, me corrí automáticamente en escandaloso placer, como nunca antes lo había hecho, hasta temblé un poco de lo intensa que fue la obscena emoción. Me asusté de la fuerza del orgasmo, y cuando me levanté de la cama para ir por un vaso de agua me sentí débil. Me sentí como un zombi.

Diez minutos después del orgasmo me puse a darle vueltas al asunto, recurrí a la moral y a la ética, a las normas de la decencia, y terminé justificando la calentura hacia el bulto de mi padre diciéndome que eran solamente las hormonas, que era algo por completo natural, y en las fantasías todo era válido mientras no se traspasara esa barrera. A pesar de la justificación, ya no me sobé por el momento, fue suficiente por esa noche. Me puse a mirar una película de comedia en la computadora y pasó alrededor de una hora y media, en la que solo reí a causa de una comedia romántica.

Bastante distraída, pensando en lo que mis amigas estarían haciendo en la playa en este momento, salí de mi cuarto. Ya eran las once de la noche, tenía que dormir pronto para levantarme temprano y enfrentarme al maldito examen, y todo eso.

Fui al baño, me bajé los calzones para orinar. Terminé. Me los subí. Lavé mis manos. Fui en busca de algo para cenar. Estaba hambrienta, parecía como si nunca hubiese comido. El estudio, la película y otras cosas habían agotado mi energía, mi hermoso cuerpo me pedía que lo cargara de alimento.

Justo cuando llegue a la cocina, se me acercó mi papá. Él estaba en la sala viendo cosas de fútbol en la televisión.

—Ya que andes ahí, pásame una cerveza amor —me ordenó con dulzura.

—Aquí está papi. —Se la alcancé con una mano, la mano sucia, la mano cuyos dedos salieron y entraron en mi panocha horas atrás.

—¿Ya lista para tu examen? —inquirió mi papá abriendo el bote de cerveza.

—Yo creo que sí, la verdad reprobé por una tontería —respondí con una entonación cansina en la palabra «tontería» mientras suspiraba.

— ¿Ninguna de tus amigas reprobó?

—No, fui la única tarada del salón que reprobó Inglés —dije con auténtica tristeza.

—No eres tarada, ven acá princesa, ya verás que todo sale bien —entonó mientras me abrazaba.

Cuando mi papá me abrazó, súbitamente comencé a pensar en su bulto y de manera ultrarápida me pegué hacia el bulto poniendo mi muslo derecho en su entrepierna, solo quería calcular su longitud y después me le despegaría. Mi padre, instintivamente se hizo hacia atrás para alejar su miembro de mi pierna, no mencionó el asunto, por supuesto. Volví a pegarme hacia él de nuevo, pero sin poner mi pierna en su bulto otra vez, ya no se alejó de mí esta vez. Unos instantes después, dejamos de abrazarnos. No pude obtener ninguna pista de como se sentía la longitud de su miembro, al mismo tiempo intenté entrar en razón y pensé en que estaba actuando de forma indebida.

—Ven a ver la tele a la sala —sugirió.

—Ok, ahí voy —dije—. Nada más déjame hacerme algo de cenar.

Vimos un programa de concursos, en los que la gente tiene que sacar premios de una jaula, y todo lo que saquen de ahí es suyo si contestan correctamente unas preguntas aleatorias. Después de las risas, cuando se terminó el programa, ya habiéndonos carcajeado un buen rato, me levanté y le mencioné a mi papá que me dormiría otra vez con él. Me contestó que ya se lo veía venir.

—Buenas noches —dijo.

—¿No vas a venir? —pregunté.

—En un ratito más —contestó con cierta indiferencia, lo cual me indignó un poco.

—Bueno, allá te espero dormida.

—En media hora te alcanzo princesa, quiero ver otro programa —enunció distraídamente mientras cambiaba los canales y se emborrachaba con más cerveza.

Me quedé dormida al instante, en cuanto me acosté en mi lado de la cama comencé a soñar.