La hija de mi mujer se convierte en mi amante (10)
Madre e hija organizan una fiesta de cumpleaños para Dani que ninguno de los tres podrá olvidar.
El tiempo continuo su inexorable paso. Los días seguían transcurriendo inmersos en esa nueva rutina que consistía en que, la mayor parte de las tardes Mónica y yo terminábamos follando, sobándonos o masturbándonos.
Después, cuando su madre llegaba a casa el comportamiento de los tres, por lo general, era como si fuéramos una familia normal, al uso. Yo nunca preguntaba si ella se follaba a su joven compañero, ni ella insinuaba que yo siguiera haciendo lo mismo con su hija. Mónica aprovechaba todo el tiempo que podía para estar conmigo. Éramos así felices, y no nos apetecía cambiar nuestra forma de vivir nuestra relación, compleja pero satisfactoria.
Mi cumpleaños se acercaba. María me comentó unos días antes que había reservado en un restaurante para ir a cenar… los 3. Eso sí suponía un cambio. Hasta ese momento, nos habíamos dejado ver los 3 en lugares apartados de nuestro entorno, porque teníamos muy claro que, estando juntos no éramos capaces de disimular nuestra forma de vida y, aunque no habíamos hablado nada del tema, dábamos por hecho que a ninguno le apetecía ser motivo de cotilleo en la ciudad.
La noche en cuestión, un sábado del mes de noviembre en el que al menos, y después de varios días de lluvia y frío prematuro, el tiempo se estabilizó bastante, acabó llegando. Esta vez fue Mónica quién me pidió que me vistiera de forma elegante, pues el lugar al que íbamos a ir lo requería.
Elegí de mi armario el traje que mejor me sentaba. Uno que, un poco de tiempo atrás, un día que lo había utilizado para mantener una importante reunión de trabajo, cuando llegué a casa y Mónica me vio con él, no pudo resistir la tentación que dijo sentir y, diciendo que quería ser mi secretaría, me mamó la polla hasta sacarme la última gota de semen que fui capaz de generar.
Era un traje de color gris, elegante que, ciertamente, me sentaba muy bien. La camisa era de color blanco, con una corbata en tonos grises y malva que le iban de maravilla.
Mónica estrenó esa noche un vestido rojo pasión, sin sujetador, con la espalda al aire cruzada por algunas finas tiras del propio vestido que se acababan atando en un fino lazo. Su longitud, quedando un buen trozo por encima de las rodillas, y lo ajustado del modelo que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, hacía de mi hijastra que se viera absolutamente sensual y tentadora.
María llevó un vestido negro, de tirantes, bastante entallado, aunque sin llegar a ser tan ajustado como el de su hija, con un generoso escote, que dejaba mostrar buena parte de sus pechos y, lo más sugerente de todo: una abertura en el lado derecho, que llegaba a subir casi hasta la ingle.
Madre e hija estaban realmente preciosas. Las dos se peinaron con sendos recogidos, tras haber ondulado su pelo lo suficiente como para ofrecer una imagen juvenil, dinámica y atrevida. Y yo, antes de salir de casa, ya estaba eufórico y caliente, pensando en que la noche podría terminar de la manera más fantástica posible.
Cuando nos íbamos a sentar los 3 en el coche, María le pidió a Mónica que fuera ella quién me acompañase como copiloto, ocupando ella uno de los asientos traseros. Tener a Mónica, tan radiante y espectacular como estaba, con su dulce y agradable perfume, a mi lado, mostrando gran parte de sus piernas y muslos era una tentación difícil de soportar y, en un impulso que no pude controlar, le planté la mano en el muslo y la besé.
- Ya veo que no eres capaz de contenerte ni conmigo detrás, ¿qué será lo que hacéis cuando no estoy delante? –dijo María.
- Perdón, tienes razón, no he sido capaz de contenerme –respondí yo, un poco preocupado por su reacción.
- No pasa nada, Dani. Es broma. Sé lo que hacéis y he sido yo quién ha querido ofrecerte la fruta fresca que supone Mónica –respondió María.
- Y yo, ¿no opino? –dijo entre risas Mónica.
- Ay madre, que entre las dos me estáis liando, - dije yo más relajado.
- Y bien que te vamos a liar. Es tu cumpleaños, y queremos que sea inolvidable –respondió María a la vez que Mónica me besó.
Puse en marcha el motor del coche y María me indicó la dirección del restaurante. Como ya me habían adelantado, se trataba de un lugar extremadamente elegante y caro. Un local que no llevaba demasiado tiempo abierto en la ciudad, pero que se había hecho un hueco entre la clientela más selecta. Incluso se rumoreaba que, en la parte superior del restaurante había una especie de planta oculta en la que, los clientes más VIP, acababan pasando la noche, en habitaciones con los más rebuscados detalles.
En apenas veinte minutos llegamos al lugar indicado. Un elegante aparcacoches se hizo cargo del vehículo, mientras nosotros tres, una a cada lado, conmigo en medio, nos dirigimos a la entrada del restaurante. María se adelantó un paso para anunciar que teníamos reserva, lo que más me sorprendió fue el nombre que dio para identificarnos: la reserva la había hecho a nombre de Daniel y sus dos esposas. El empleado nos miró con cara de asombro, comprobó en la lista la reserva y, después de volvernos a mirar, sobre todo a ellas, nos acompañó al interior del restaurante, donde en este caso una mujer nos acompañó hasta la mesa que nos había correspondido.
Sin duda, el empleado de la puerta debió de pensar que madre e hija eran dos prostitutas de alto standing. No sería ninguna novedad que algún adinerado de la zona acudiera con ese tipo de compañía a ese lugar, sobre todo si era cierto el rumor de existencia des habitaciones encubiertas en la planta superior para terminar la velada de forma íntima.
La mesa estaba ubicada en un rincón, al fondo del salón. No era un lugar en el que se respiraba tranquilidad y discreción. La existencia de columnas y la decoración con grandes plantas de interior, hacía que la visibilidad de unas mesas con otras apenas existiera.
María y Mónica se sentaron cada una a uno de mis lados, llegando hasta mi las distintas fragancias que cada una de ellas utilizaba, a cual más sugerente y adictiva.
Mientras pensábamos en qué platos íbamos a pedir, nos sirvieron un vino blanco, a la temperatura ideal que, una vez probado, dejaba muy claro que era de muy alta calidad. No quise pensar en cuánta pasta nos iba a costar la velada, pero estaba seguro de que acabaría mereciendo la pena.
Una vez decidida la elección de platos, y mientras esperábamos el desfile de los mismos a nuestra mesa, María me dijo:
- Dani, no te cortes, si te apetece besar a Mónica, bésala. Si te apetece tocarla, tócala. Hoy las dos vamos a hacer todo lo necesario para que te sientas feliz y para que disfrutes de la noche. Para que esta noche sea inolvidable.
- ¿No nos importa que pueda vernos alguien? –pregunté un poco receloso aún.
- No –dijo Mónica-. Mamá y yo hemos hablado del tema, y hemos decidido que ya está bien de cortarnos, y de no hacer lo que realmente queremos en cada lugar. A quién no le guste lo que vea o intuya, que mire para otro lado, pero nuestra vida sólo nos pertenece a nosotros, no a los demás.
- Siempre que tú estés de acuerdo –añadió María.
Para responderles a las dos no sé me ocurrió mejor forma que, primero, besar apasionadamente a mi mujer. Mi lengua y mis labios se fundieron con los suyos, en un beso suave y largo, desplegando mis manos sobre su cuerpo, desde la nuca hasta los muslos. A continuación, y tras tomar aire, hice exactamente lo mismo con Mónica, devorando ahora la joven y enérgica boca de su hija y, en este caso y aprovechando las facilidades que su vestido me ofrecía, deslizando una de mis manos bajo la escasa tela del mismo, ascendiendo por sus muslos hasta casi alcanzar su sexo.
Cuando nos soltados el camarero estaba ante nosotros, esperando atónito para servir el primer plato. Mi respuesta a ambas había quedado meridianamente clara.
Los tres elegimos una cena ligera, no por ello menos sabrosa y abundante, transcurriendo entre besos, miradas, caricias y comentarios que no hicieron más que encendernos poco a poco, pero sin ningún tipo de pausa ni prejuicio.
Las dos personas que atendieron nuestra mesa no dejaron de observarnos siempre que pudieron hacerlo. El parecido físico entre María y Mónica era evidente, era muy fácil deducir que se trataba de madre e hija. Verme a mi, en medio de las dos, besando y tocando a cada una de ellas, las cuales, a su vez, me besaban y acariciaban, debió de hacerles elucubrar una y mil teorías. Pero eso, lejos de suponernos un freno o un prejuicio, fue todo lo contrario: encendía nuestro deseo, alimentado por una carga de morbo que apenas conocíamos.
Entre el segundo plato y los postres Mónica, que estaba evidentemente excitada, le pidió a su madre que me tocara la polla, por encima del pantalón, eso sí, mientras ella devoró mi boca con ese tipo de hambre que la comida que habíamos acabado de ingerir, no podía saciar.
La mano de María hizo que, con su suave vaivén sobre mi sexo, la verga creciera y se endureciera de tal forma que, lo más cómodo habría sido abrir el pantalón y dar rienda suelta a la tremenda dureza que amenazaba con romperlo.
Tras degustar unos postres realmente deliciosos, y aún con el sabor de la boca de Mónica en mi propia boca, mi mujer pidió la cuenta, que ella misma se encargó de pagar. Percibí un casi imperceptible gesto del camarero que cobró la cuenta y como mi mujer asintió levemente. El camarero pidió que esperáramos un minuto, transcurrido el cual, una mujer de unos 30 ó 35 años, vestida de forma elegante con una falda negra y camisa blanca, ajustadísimas a su cuerpo curvilíneo, nos pidió que la acompañáramos. Nos encaminó hacia otro de los rincones del salón dónde, tras una especie de biombo decorado con dibujos de temática clásica, se ocultaba una puerta, mimetizada a su vez con la pared en la que se encontraba. Nuestra guía abrió esa puerta y nos pidió que la siguiéramos, encaminándonos los 4 por una escalera ricamente adornada y enmoquetada, e iluminada con una luz muy tenue y cálida. No pude dejar de admirar la fabulosa forma de culo de aquella mujer a medida que avanzaba por los escalones.
Al llegar al final de la escalera un pasillo en forma de U se abría paso, se encaminó por el lado de la derecha, y nosotros, evidentemente, la seguimos. Nos había llevado hasta las habitaciones ocultas que tantos rumores habían provocado en la ciudad. La mujer paró ante una puerta sobre la que una placa con el nombre de “POMPEYA” , la identificaba. Abrió la misma y le entregó la tarjeta electrónica a María, diciéndole que, para abandonar la habitación, debíamos llamar primero al número 0, utilizando el aparato telefónico ubicado en la entrada de la habitación. Hasta allí llegaron los servicios de nuestra acompañante la cual, al marcharse, rozó levemente mi cuerpo, por lo que pudo notar la dureza de mi excitación, dedicándome una cálida sonrisa.
Pasamos los tres a la habitación. Se trataba de un habitáculo más grande lo que podía parecer en un principio, con una pequeña zona de estar en la entrada, decorada con cuadros eróticos ambientados en la Antigua Roma. En esa zona había una pequeña barra de bar, varios taburetes altos y un par de sofás, a continuación se abría un espacio un poco más grande en el que se ubicaba una gran cama redonda y un jacuzzi. La parte del techo coincidente con la cama era un gran espejo, al igual que las paredes que la rodeaban. Sobre el jacuzzi, el techo lo formaba un gran cristal transparente, por el que se veía el cielo.
- Sí que os habéis trabajado mi regalo de cumpleaños –les dije a los dos, embelesado con todo aquello.
- Cariño, un regalo así es un regalo para los tres –respondió María, mientras me rodeaba despacio, rozando mi cuerpo con sus manos y acercándose a la vez a Mónica.
- Lo importante es que todo te guste –dijo Mónica acercándose a su madre.
Madre e hija acabaron de unirse, besando tímidamente sus labios, apenas rozando los unos con los otros, mientras sus manos comenzaron a recorrer mutuamente sus cuerpos, en una suave y pausada danza de la que era espectador privilegiado.
No sabiendo muy bien qué hacer, opté por sentarme en el borde de la cama, mientras ellas dos continuaban deleitándose en un largo y prolongado beso que, poco a poco, fueron haciendo más intenso y apasionado. Ya no se rozaban sus labios con aparente timidez, si no que cada una de sus lenguas penetró e invadió la boca de la otra, sus labios se retorcían, abrían y cerraban para morder y succionar la boca de la otra, y sus dos pares de manos revoloteaban inquietas, posándose cada vez en una zona de sus cuerpos, pero fue Mónica la que, en un momento dado, se agarró con fuerza al culo de su madre, atrayéndola hacía sí con ímpetu, mientras hico el beso aún más intenso. Yo seguía observando, disfrutando de tan sensual y morbosa escena, con la verga cada vez más dura y caliente, pero aguantando las ganas de tocarme pues, de comenzar a hacerlo, terminaría corriéndome de inmediato. La excitación era tremenda.
A continuación comenzaron a caer al suelo los vestidos de ambas. Primero fue María la que desnudó a su hija, dejando a la vista su dulce cuerpo, con los pezones absolutamente erguidos y endurecidos y su sexo apenas cubierto por un diminuto tanga blanco, cuya superficie delantera era prácticamente transparente en su totalidad, mientras que su parte trasera se componía una fina tira, incrustada hasta desaparecer, en su tierno culo.
De inmediato fue Mónica la que despojó de la ropa a su madre. El vestido cayó para dejar a la vista su bien conservado cuerpo, apenas cubierto por un conjunto de braguita y sujetador, bicolor en negro y gris perla, adornados ambos con multitud de encajes. Decir que ambas irradiaban sensualidad y estaban más sexys que nunca es quedarme muy corto.
Ellas siguieron con su magreo, con sus besos, sus caricias. Siguieron degustando sus bocas, a la vez que las manos recorrían cada centímetro de su piel. María sujetó y masajeó las tetas de Mónica con delicadeza al principio, pero con mucha más fuerza después, hasta pellizcar y tirar de sus pezones, haciéndolos crecer aún más, provocando en su hija los primeros y nítidos gemidos de placer. Tras tirar de ellos de ese modo, fue su boca la que se apoderó de ellos, succionándolos y mordiéndolos con pasión, a la vez que Mónica, presa del placer y del morbo, deslizó su mano derecha bajo la fina y elegante tela de la braguita de su madre, acariciando directamente el culo y ano de ésta, llegando a jugar con uno de sus dedos en la entrada del ano de María.
Aquello era de locos. Estaba a poco más de un metro de las dos, oyéndolas gemir y suspirar de placer, con la polla a punto de reventar, y habiendo tomado la decisión de no tocarme, para no precipitar una corrida que quería reservar para ellas. Desde luego, si querían que la celebración de mi cumpleaños fuera inolvidable, lo habían logrado: no podría olvidarla nunca.
- Ven, vamos dentro –le dijo María a Mónica tirando de ella tras pasar un par de minutos degustando sus tetas y pezones y recibiendo la suave embestida del dedo de su hija en su culito.
Madre e hija se despojaron de la poca ropa que aún llevaban puesta, para introducirse en el jacuzzi. Me acerqué hasta el borde del mismo y cogí el tanga de Mónica y la braguita de María. Ambos estaban muy mojados, como consecuencia del indudable calentón que madre e hija arrastraban. Olí la ropa interior de las dos, llevándome ambas prendas a la nariz y a la boca. Su olor… indescriptible pero formidable. Comencé a desnudarme mientras ellas continuaban con sus besos, ahora de nuevo en la boca, mientras María acariciaba y masturbaba el coño y el clítoris de su hija y ésta continuaba claramente introduciendo uno de sus dedos en el ano de su madre.
Cuando vieron que yo también estaba completamente desnudo, con una enorme erección, pues tenía la polla dura, gruesa y larga como pocas veces, y con todas las ganas del mundo de compartir mi cuerpo con ellas, Mónica me hizo un gesto con su mano libre para que las acompañara. Así lo hice, desde luego.
Me incorporé a la pareja para formar el trío más morboso y sensual que jamás haya conocido. Sus bocas se separaron, Mónica bajó de inmediato a mi verga, a la que tomó con suavidad y determinación con su boca, mientras María acariciaba mis huevos a la vez que hundía su lengua en mi boca hasta la garganta y yo, extasiado ante tanto morbo y sensualidad, rodeaba sus preciosos culos con cada una de mis manos, llegando con la punta de los dedos a la abertura del rincón más húmedo y cálido de sus cuerpos, para comprobar que de ambas estaban fluyendo una mezcla viscosa y pegajosa, que para mi era el más delicado de los manjares.
Sentía como la sangre de mi cuerpo, al igual que estaba haciendo el agua en el jacuzzi, burbujeaba dentro de mi, sintiendo los labios y la lengua de Mónica mamando mi verga, lamiéndola a ritmo creciente, presionándola con sus labios a la vez que su boca succionaba el glande cada vez más intensamente, y sin que su madre dejara de besarme la boca, de devorarla sin descanso, y acariciando y masajeando mis huevos, convirtiéndolos en una verdadera factoría de leche.
Unos minutos después, tras varias veces en las que Mónica emergió desde las profundidades de mi verga para tomar aire, con mis dedos totalmente impregnados en los fluidos de ambas, y con la verga aún más dura y caliente de lo que ya estaba antes, María se giró sobre sí misma, doblándose por la cintura para apoyarse con las manos en el borde del jacuzzi. Mónica dejó de mamarme la polla, cogiéndola con sus manos y dirigiéndola a la entrada del ano de su madre.
No necesité más gestos, ni que ninguna pronunciara ninguna palabra. Sujeté a María por sus redondeadas caderas y comencé a empujar con suavidad con mi polla en su ano. Hacía años que no le follaba el culo a mi mujer. Como parte del regalo de cumpleaños era un bonito detalle por su parte.
Mónica ayudó con sus manos a que la penetración fuera lo más rápida posible, ayudando a mi verga con una de sus manos, y estimulando el coño y el clítoris de su madre con la otra, mientras volvió a devorarla la boca con un apasionado y caliente beso.
Sentir como mi verga se abría paso en tan estrecha, cálida y suave cavidad, mientras veía como madre e hija volvían a comerse la boca, a la vez que Mónica masturbaba a su madre, era una triple forma de sentir placer y de excitar mi cuerpo, ya de por sí, sobreexcitado.
Una vez que tuve toda mi verga dentro del culo de mi mujer, la dejé reposar allí unos instantes, para que su cuerpo se acostumbrara a la presencia de mi falo. Por nada del mundo quería que, para una vez que me había ofrecido su culo, pudiera causarle dolor o molestias y prefiriera no continuar. Tras ese pequeño parón, en el que Mónica no dejó de masajearle y masturbarle el coño y el clítoris, comencé a bombear con mi polla dentro del culo, cada vez con más intensidad y velocidad, haciendo que los gemidos de María se multiplicaran, tanto en intensidad como en cantidad.
Es casi imposible describir la sensación de placer que mi verga, dura y caliente, estaba recibiendo. Sentirla engullir por ese maravilloso culo, el cual sólo me había podido follar en contadas ocasiones, mientras mi hijastra masturbaba a su propia madre, cubiertos de agua hasta la cintura, era algo realmente maravilloso. Mis huevos reaccionaron, como no podía ser de otra manera, hinchándose hasta casi estallar, endureciéndose y tensándose, ahora recibiendo también las caricias provocadoras de Mónica, que dedicó cada una de sus manos a uno de nosotros.
El ritmo de mis embestidas se hizo aún más intenso, mi polla rebotaba en el interior del culo de María, a la vez que mis huevos lo hacían en sus nalgas. Iba a estallar de placer, a la vez que María hacía lo mismo. Sus gemidos, y la forma en que sus piernas y su cuerpo se movieron y tensaron, era la prueba evidente de que estaba descargando toda la energía acumulada en un tremendo orgasmo.
Inmediatamente después me tocó a mi. Tras una serie larga de duras embestidas, en las que mi polla atravesó por completo su culo, mis huevos lanzaron varias descargas de leche, caliente y espesa, en las entrañas de mi mujer, llenando toda su cavidad anal con mi viscoso néctar, mientras mis manos tiraban con fuerza de sus caderas contra mi, haciendo que mi descarga fuera lo más dentro posible de su cuerpo.
Muerto de placer retiré mi aparato de la húmeda cavidad en la que había pasado los últimos minutos, haciendo que mi semen saliera a borbotones de aquel maravilloso culo.
María y yo estábamos rotos y satisfechos. Nos besamos con tal pasión y dulzura que me recordó a los primeros años de nuestra relación. Mónica nos miraba, mientras que sus manos se dirigieron a su coño y clítoris, masturbándose sin rubor delante de nosotros. Se introdujo tres dedos en su dilatado coño, mientras con la otra mano masajeaba, pellizcaba y presionaba su endurecido clítoris.
Comenzó a gemir con fuerza, con rabia, a la vez que se acercó a nosotros, rozando nuestros cuerpos con el suyo. María y yo tomamos con nuestra boca cada uno de los pechos y pezones de Mónica, lamiéndolos, besándolos y mordisqueándolos, a la vez que sus gemidos se hacían más y más intensos y constantes. Mi mano derecha se aferró con fuerza a una de sus nalgas, apretándola y amasándola intensamente jugando, como ella hiciera antes con su madre, con uno de mis dedos en su culo. Cuando sintió que ese dedo se adentraba por su orificio trasero en su cuerpo, sus gemidos se hicieron más sonoros e intensos, hasta terminar corriéndose entre nosotros dos, con un largo y profundo gemido de placer.
Tras este primer asalto, en el que los tres terminados con un sentido y profundo orgasmo, vinieron algunos más. En la siguiente ronda fue Mónica quién me folló a mi, sentándome en el borde del jacuzzi para que ella me cabalgara con la fuerza y la energía que la juventud otorga, mientras su madre nos comía la boca, de forma alternativa, a ella y a mi.
De nuevo terminé corriéndome, esta vez en el coño joven e inquieto de Mónica, y tras mi orgasmo llegó el suyo, con cuyos movimientos y tras cerrar con fuerza sus piernas sobre mi, parecía que iba a arrancarme la polla. Esta vez fue María quién se masturbó tras nuestros orgasmos, alcanzo de inmediato el suyo, echada sobre el suelo de la habitación.
La noche se alargó hasta la madrugada, nos amamos, acariciamos, besamos, lamimos y follamos todo cuánto pudimos, nos entregamos como nunca antes habíamos hecho y, al amanecer, muertos de cansancio pero conscientes de haber vivido algo que jamás se nos olvidaría, convenimos los tres que ya era hora de dar el paso definitivo: no íbamos a seguir ocultando nuestra relación. Quién no lo quisiera comprender tendría un problema, pues a nosotros igual nos daba ser bien o mal vistos. Así éramos muy felices, y así es cómo los tres nos sentíamos plenamente satisfechos.
__________________________________________________________
Ahora, toca seguir dando vida a otros personajes, en otras historias.
© El Escriba