Pongo fina a mi hermanita china
De adolescente era adicto al porno. Más concretamente al protagonizado por asiáticas. Me volvía loco ese vello púbico liso, sus miradas enigmáticas y la variedad de posturas. Me pasaba el día pajeándome como un mandril. Nadie sabía hasta que punto era incapaz de parar. Mis padres, siempre liados con el trabajo, nunca se dieron cuenta de mi problema, así que tuve que ponerle remedio por mí mismo. Al cumplir los dieciocho, decidí cambiar de vida y mudarme a Alemania para estudiar.
Cuando llevaba allí unos meses, mi madre me dijo que se sentían muy solos sin mí, que habían decidido iniciar los trámites para adoptar a una niña china. Tenía pocas ganas de volver a casa, pero después de aquello ya no me quedaba ninguna. Aunque suene un poco fuerte, no podría vivir con esa niña recordándame a todas horas mi adicción. Así que tomé la decisión de quedarme allí de forma permanente.
Dejé de consumir porno y solo me masturbaba de forma ocasional. Una vez terminados los estudios, encontré un buen trabajo y conocí una chica alemana de la que me enamoré. La clásica rubia de ojos azules y enormes melones, todo lo opuesto a lo que tanto me atraía.
La vida me iba muy bien. Había sustituido las pajas por el adorable coñito de Johanna. No había mañana ni noche que no practicáramos el sexo. Los dos ganábamos suficiente dinero para llevar una vida cómoda y plantearnos alguna locura, como el matrimonio. Lo único negativo era lo poco que podía ver a mis padres. Yo no podía viajar por el trabajo y ellos porque tenían una niña pequeña, pero conseguimos reunirnos alguna Navidad. La verdad es que apenas conocía a María, mi hermana.
Dieciséis años después de mi llegada a Alemania, ya tenía dos hijos con Johanna, el pequeño Leon y la aun más pequeña Emma. Nos estábamos planteando pasar esas fiestas en España, sobre todo para que los niños estuvieran con sus abuelos. Una llamada de mi madre hizo que acabara de decidirme.
- Alejandro, cariño, necesito tu ayuda desesperadamente.
- No sabemos qué hacer con María.
- Está fuera de control. Desaparece de casa y no vuelve en días, se junta con gente peligrosa y nos trata fatal. Nos da miedo que le suceda algo. Ya no sabemos a quién recurrir.
- Johanna y yo hemos decidido pasar unos días con vosotros. No creo que sirva de nada, pero puedo intentar hablar con ella.
- Te lo agradecería mucho, hijo. Tú también eras travieso y te centraste.
En realidad, aquello era un marrón. No tenía casi relación con mi hermana cuando era niña y de adolescente menos. Si no hacía caso a nuestros padres, no había nada que yo pudiera hacer, pero no perdía nada intentándolo.
El veintitrés de diciembre llegué con mi familia a España. En casa de mis padres no había sitio para los cuatro, así que habíamos reservado una habitación de hotel hasta el uno de enero. Dejé que Johanna y los niños descansaran del viaje y me fui directo a la que había sido mi casa a intentar un primer acercamiento. Llamé al timbre y me abrió María, estaba sola en casa.
- Han salido a hacer las últimas compras.
- Vale, yo también, gracias por preguntar.
Pasé al salón y me senté en el sofá con la esperanza de entablar conversación con mi hermana, pero no tenía buena pinta, porque se fue a su habitación dejándome ahí solo. Había crecido mucho desde la última vez, ahora era toda una mujer desarrollada. Nada en ella era excesivo, salvo su mal carácter. Era guapa, sin llegar a ser un bellezón y no estaba falta de pechos ni trasero, aunque no era nada exagerado. Deseaba que esa gente con la que se juntaba no se estuviera aprovechando de ella.
Recorrí la casa observando los cambios de los últimos años. Había algún que otro destrozo, seguramente provocado por María, pero todo estaba perfectamente si lo comparaba con como tenía la que había sido mi habitación, ahora suya. Entré para continuar con la conversación y me fulminó con la mirada.
- ¿Tienes ganas de ver a tus sobrinos?
- Para eso tendrías que ser mi hermano, pero no es el caso.
- No tenemos la misma sangre ni nos hemos criado juntos.
- Pero tenemos los mismos padres.
- Eso no es suficiente. Podría echarte un polvo y no supondría nada.
Joder con la niña. Mi madre me lo había pintado mal, pero me daba la sensación de que era aun peor. Ni ella ni mi padre tenían ya edad para lidiar con una adolescente con esos modales. Yo tuve una época algo rebelde, pero ni punto de comparación, jamás les hablé mal.
- Te has quedado callado, ¿quieres follar o no?
- Aunque no lo reconozcas, somos hermanos. Y estoy casado.
- Ahora no vayas de santo. Encontré tu portátil, podrías haber borrado el historial.
- Que te la cascabas con vídeos de asiáticas y aquí tienes una.
- Además de mi hermana, eres una cría.
- Chaval, tú tendrás dos hijos, pero yo he abortado ya tres veces.
Estaba seguro de que mis padres no sabían nada de eso. Pero era obvio que si desaparecía varios días era porque estaba por ahí, dejándose follar por cualquiera. Aquello era demasiado para mí. No solo no podía hacer nada, es que estaba consiguiendo intimidarme con sus miradas lascivas y sus proposiciones.
- No es de tu incumbencia, pero sí.
- ¿Le gusta que le des por el culo?
- Es algo que hacemos de vez en cuando, sí.
- ¿Y alguna vez ha dejado que le mees encima?
- Pues claro que no. Me voy a ir ya. Dile a mamá que luego la llamaré por teléfono.
- Díselo tú. No sabes lo que te pierdes. - Dijo metiéndose una mano en el pantalón.
Salí de allí espantado, de vuelta al hotel. No sé si me preocupaba más su actitud o la posibilidad de verme tentado. Esa última escena con mi hermana colocando su mano entre las piernas me había traído recuerdos pasados. Esa noche, cuando los niños ya dormían en la cama supletoria, me follé a mi mujer sin poder evitar pensar en María.
Me desperté en plena noche con los mismos pensamientos. Me preguntaba si realmente se dejaba hacer todas esas cosas. Estaba muy empalmado, el polvo con Johanna no me había saciado. Fui al cuarto de baño y busqué porno asiático en el móvil. Me masturbé como un loco viendo a una joven china siendo penetrada brutalmente. Lo puse todo perdido de semen. No era una infidelidad, pero lo sentía como tal porque había vuelto a caer y encima pensando en mi hermana.
Al día siguiente nos reunimos todos para celebrar la nochebuena. Mi madre había preparado un montón de comida deliciosa y María parecía de mejor humor. Llevaba un vestido rojo y nos recibió de forma muy cordial, incluso estuvo jugando con los niños y charlando con mi mujer.
- Parece que María está hoy más tranquila.
- Bueno, la he tenido que amenazar con quedarse sin regalos, pero sí.
- A ver si así al menos tenemos la noche en paz.
Nos sentamos a la mesa de tal forma que mi esposa quedó a mi lado y mi hermana justo en frente. La noche transcurría con tranquilidad y harmonía. Nos estuvimos poniendo al día y recordamos muchas anécdotas del pasado. María se reía y hacía bromas constanteme, con el rostro relajado parecía mucho más guapa.
Cuando mi padre sirvió los turrones, la cosa se comenzó a complicar. Por debajo de la mesa, mi hermana estiraba una de sus piernas y llevaba su pie a mi paquete. Le suplicaba con la mirada que parase, pero hacía caso omiso y frotaba con más fuerza mientras yo disimulaba como podía y ella continuaba la conversación como si no estuviera pasando nada. Con toda mi familia alrededor, el bulto de mi entrepierna crecía cada vez más.
Cuando por fin paró, quise esperar a que se me bajara la erección para levantarme e irme con la excusa de que ya era tarde. Pero enseguida María volvió a la carga. Me lanzó una nuez a la cabeza que me hizo bastante daño.
- María, guapa, ¿puedes estarte quietecita?
- Perdón, hermano, se me ha escapado.
- Ha caído debajo de la mesa, ¿me la puedes dar?
Aquello no me daba muy buena espina, pero no me podía negar. Me agaché y me metí debajo de la mesa. Entre todas las piernas, destacaban las de mi hermana, que se subió el vestido. No llevaba ropa interior y me mostró sus partes íntimas, cubiertas por una gran cantidad de pelo liso. Me quise levantar de golpe y me di con la cabeza en la mesa.
Me puse de pie deprisa y dije que tenía que ir al lavabo antes de volver al hotel. María dijo que si se había terminado la cena, ella se se iba ya a su habitación, pero fue detrás de mí.
- Solo estoy cumpliendo las fantasías de mi hermanito.
Se volvió a subir el vestido, pero en esta ocasión cogió mi mano y se la llevó al coño. Sí que había fantaseado miles de veces con una situación así, con acariciar el vello púbico de una mujer asiática. Pero en aquella época, jamás imaginé que lo haría en esa misma casa y que sería a mi hermana pequeña.
Viendo que no apartaba la mano, ella colocó la suya en mi polla y empezó a masturbarme por encima del pantalón, que no tardó en bajarme. Después se apoyó en el lavabo, con el vestido por encima de la cintura y abierta de piernas, me ofreció su vagina para que entrara desde detrás. Miles de pensamientos contradictorios corrían por mi cabeza. "Es tu hermana", "en realidad no", "pero estoy casado", "no todos los días se presenta la oportunidad de cumplir un sueño". Me quedé con ese último pensamiento y se la metí hasta el fondo.
Me la estaba follando con fuerza, para terminar lo antes posible, mis huevos rebotaban contra ese pelo con el que tanto había fantaseado. Deseaba recrear escenas vistas en mi adolescencia, pero no era el momento ni el lugar. Agarrado a sus dos tetas, estuve bombeando con dureza contra el coño de mi hermana china. Le tuve que tapar la boca para mitigar sus gemidos, más provocativos que síntoma del placer que le estaba dando. Cuando estaba a punto de correrme, mi madre habló desde detrás de la puerta.
- Alejandro, llevas mucho tiempo ahí, ¿estás bien?
Paralizado por el miedo, pero aún con la verga incrustada en la rajita de mi hermana, se me escapó un buen chorro de semen que me provocó un temblor por todo el cuerpo. Me subí los pantalones, le pedí a María que se escondiera en la bañera y salí.
- Tranquila, mamá, una urgencia, ya sabes.
- Ya me imagino. Tu mujer ya está preparada. Mañana es Navidad, más diversión en familia.