JUMILLA Y LA CLERIGALLA
En Jumilla, a algún político le ha dado un inusual ataque de sentido común y ha prohibido que los sarracenos utilicen las instalaciones públicas para sus ritos.
Como era de esperar en una sociedad podrida como la española, el habitual coro de progres buenistas, marrajos endófobos, charos follamoros y demás purrela enferma ha puesto el grito en el cielo exigiendo que los enemigos del jamón puedan seguir utilizando los espacios públicos pagados por los españoles para sus rituales, matanzas de borregos y demás ceremonias. Hasta aquí todo, si no normal, al menos previsible.
La nota más vomitiva y estrambótica la ha puesto la Conferencia Episcopal pasándose al moro y defendiendo la islamización de nuestros municipios.
La misma Conferencia Episcopal que permite e incluso aplaude las profanaciones de tumbas de católicos y la conversión de basílicas en parques temáticos del revanchismo guerracivilista, se ha encabritado defendiendo el derecho de los mojamés a hacer lo que se les ponga en la punta de las babuchas con cargo a nuestros impuestos.
Alguien debería recordarles a estos cabestros que si llevan siglos viviendo del cuento es gracias a la sangre que el pueblo español derramó luchando contra el invasor musulmán.
Y que si la multinacional vaticana existe es gracias, entre otras cosas, a los españoles que frenaron al turco en Lepanto.
Si en nuestro devenir histórico la moneda hubiera caído del lado agareno, estos marrajos no estarían viviendo de la sopa boba de los Presupuestos y, en el improbable caso de que alguno tuviera los redaños suficientes para decir una misa, estaría vistiendo un mono naranja en espera de su decapitación en menos tiempo del que tarda en decir "Allahu Akbar" uno de sus queridos imanes.