CABESTROS POR TIERRA Y POR MAR.
Hace mucho tiempo que nuestras Fuerzas Armadas quedaron reducidas a una sumisa y blandengue fuerza auxiliar de la OTAN. Lo del "ardor guerrero" se les quitó con el bicarbonato de la necia y venenosa Constitución de 1978 y con los tibios enemas de la monarquía parlamentaria.
Los herederos de aquellos Tercios -temidos y respetados durante siglos en el orbe entero- fueron reciclados en una especie de oenegé santurrona al servicio del Globalismo y del Pentágono.
Esto es así desde que los últimos militares con sentido del honor fueron neutralizados en aquel trampantojo envenenado del 23 F. Tras ser engañados y encarcelados los últimos mílites españoles dignos de ese nombre, quedaron al mando los más sumisos, los más lameculos, los más cortesanos, los más demócratas...
La cúpula militar española es como una de esas ganaderías bravas que, por la negligencia del ganadero, degeneran en unos morlacos con querencias de manso, faltos de casta y sobrealimentados.
Al final, desechada cualquier posibilidad de lucimiento y de una pelea digna en el ruedo, los toros antaño bravos -debidamente castrados- quedan reducidos a la condición de cabestros. La cúpula militar española es -metafóricamente hablando- una punta de cabestros que ni siquiera llega al nivel de dignidad y eficiencia de la que pastorea Florito en Las Ventas.
Siguiendo con la metáfora taurina, se puede decir que estos bueyes son animales taimados, cobardones, zalameros con el mayoral y más preocupados por su ración de pienso que por desempeñar su trabajo.
El último mugido -curiosamente semejante a un rebuzno- tiene resonancias marineras. El Jefe de la Armada ha dicho textualmente: "No estamos para contener a los cayucos, sino para ayudarles". Vamos, que ellos no están para defender nuestras costas y nuestra soberanía, sino para transportar gratis y consolar dulcemente a la marabunta africana de las pateras. No vaya a ser que alguien los tome por fachas y crea que la Armada va a proteger nuestras aguas territoriales de las invasiones que promueven las oenegés negreras. Y el tío- es un decir- se ha quedado tan ancho quizá esperando una mención honorífica o una medalla pensionada por su espíritu pacifista y multicultural.
Si don Álvaro de Bazán o don Blas de Lezo levantaran la cabeza, muy posiblemente pasarían por la quilla a tipos así.
Cada vez que abre la boca uno de estos burócratas con uniforme es inevitable recordar el último mensaje de los héroes del Cuartel de Simancas en 1936. "Disparad sobre nosotros: el enemigo está dentro".