HISTORIA DE CHARO
Charo es fea. No una fea de concurso de feos ni de peli de terror, pero es poco agraciada. Charo podría arreglarse un poco pero prefiere convertir su fealdad en una bandera contra las guapas a las que odia -esas fascistas-, teñirse el pelo de morado y vestir con ropa perroflautesca sin importarle que, a su edad, esa ropa parezca un disfraz.
Charo está gorda. No es que sea una gorda de barraca de feria ni de concurso de comedores de hamburguesas en Wisconsin, pero le sobran unas arrobas. Charo podría cuidar su dieta y hacer algo de ejercicio, pero prefiere sentirse víctima de la gordofobia, odiar a la gente que está en forma - esos fascistas- y acudir a manifestaciones de otras obesas resentidas y empoderadas.
Charo es funcionaria. No un alto cargo de los de mariscada, coche oficial y mordidas, pero tiene la tranquilidad de que no le va a faltar el curro. Por eso odia a los españoles - esos fascistas- que se quejan de la precarización del trabajo que ha traído la invasión migratoria y se ha afiliado a varias oenegés de las que promueven la llegada de moros, negros y amerindios.
Charo es antirracista. Incluso adoptó a un africano, pero la cosa no salió bien. Cuando intentó manifestarle al negrito su afecto multicultural y su falta de prejuicios sexuales irrumpiendo en pelotas en el dormitorio que le había preparado en su casa, el moreno dio un grito de espanto y salió pitando. Sin duda, el muchacho era víctima de prejuicios machistas y de erróneos estereotipos sobre la belleza femenina. No estaba preparado para asumir la naturalidad de unas axilas sin depilar y de unas lorzas sin complejos. Charo llegó a la conclusión de que en África falta mucha educación feminista e inclusiva.
Charo odia los piropos. Y odia a las mujeres guapas - esas fascistas- que los aceptan con una sonrisa. No es que a ella le hayan dicho nunca ninguno pero piensa que debe ser algo horrible.
Charo a los que odia realmente es a los hombres - esos fascistas-. Charo no se fía ni siquiera de los que se autodefinen como "aliades" - y que los fascistas llaman "planchabragas"-. A Charo le han dicho en el Ministerio de Igualdad que todos los hombres son unos violadores en potencia. Por eso se cambió el orden de sus apellidos para no llevar el del machirulo que copuló con su madre. Cuando cayó en la cuenta de que lo único que había hecho era ponerse el de su abuelo -el machirulo que copuló con su abuela - se llevó un berrinche y tuvo que calmar su ansiedad zampándose dos pizzas familiares y un kebab.
Charo es una fan de Pedro Sánchez, de las Leyes de Memoria, de Open Arms y de las tetas de las Femen.
Charo está amargada y odia las cosas bellas, el honor, el patriotismo y la alegría.
Charo está cabreada con sus compañeras del Ministerio de Igualdad. Charo se ha enterado de que van a prohibir la palabra "charo" y le fastidia que a partir de ahora vayan a dirigirse a ella con ese nombre de resonancias religiosas: Rosario.