CUANDO NOS DEJABAN FUMAR.
Al ver la actual Televisión Española, plagada de propagandistas disfrazados de periodistas, de cómicos sin gracia al servicio del perrosanchismo, de cantantes oligofrénicos surgidos de concursos para idiotas, de teleputillas analfabetas orgullosas de serlo, de charos feministas con sobrepeso y empoderadas en su sectarismo o de pedantes palomos cojos especializados en "salsa rosa", cuesta creer que en la misma televisión, hace no tantos años, uno pudiera ver representadas obras de teatro de Alfonso Paso, de Calderón, de Miguel Mihura o de Tennessee William. O que hubiera tertulias, como La Clave, en las que no se gritaba ni se censuraba lo políticamente incorrecto. Otros tiempos.
A veces, para comprobar cuánto hemos evolucionado intelectualmente, veo programas de aquella época. En concreto uno titulado "A fondo" en el que Joaquín Soler Serrano, en lugar de sacar, como las teles de ahora, a cocineros sabelotodo, a futbolistas macarras o a reguetoneros de encefalograma plano, entrevistaba a gente como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Miguel Delibes. Excentricidades de una época atrasada culturalmente, antes del advenimiento del magnífico Régimen del 78.
Hace poco, viendo las entrevistas a Camilo José Cela y a Delibes, reparé en que ambos fumaban con fruición mientras eran entrevistados. Delibes incluso se lió un pito mientras hablaba del "Diario de un cazador". Y es que entonces, en aquella época sin libertad, se podía fumar en casi cualquier sitio.
Hace años que no fumo. Y, sin embargo, sigo sintiendo la misma indignación hacia esas medidas- santurronas, talibanescas, estúpidas, democráticas...- que se fueron imponiendo en todos los ámbitos para perseguir y satanizar a los fumadores.
El fanatismo antitabaco que prohibió el pitillo de la sobremesa en los restaurantes o el cigarrillo que calmaba la impaciencia de la espera en los andenes del metro, fue el precursor de las dictaduras plandémicas, de los covidianos chivatos de balcón y, en general, del borreguismo militante que se ha erigido en modelo social de la posmodernidad globalista.
Y es que el tipo humano - histérico, mezquino, egoísta, cobarde..- que pide que se sancione a los que fuman al aire libre en una terraza suele ser el mismo que, en la época de la plandemia, señalaba y denunciaba a los que sacaban a pasear al perro o a los que se negaban a ponerse por la calle el infamante bozal. El mismo buenista endófobo que aplaude la invasión migratoria y ve normal que la Policía, en lugar de perseguir a los delincuentes de importación, detenga y sancione a los que denuncian y se defienden de la delincuencia inmigrante. El ciudadano ideal para la sociedad neonormal de las vacunas que no inmunizan, de las ciudades de quince minutos y de las Agendas tiránicas y sicópatas.
Más allá de consideraciones médicas, la prohibición del tabaco fue el pistoletazo de salida para la dictadura del postureo buenista y sumiso al poder.
No fumo. Pero si alguna vez los dioses me concedieran la oportunidad de ver derrumbarse el Patio de Monipodio que nos impusieron como Régimen en 1978, lo primero que haría sería encenderme un ducados en las humeantes ascuas del Congreso o de la Moncloa.