Vacaciones de Enoturismo
Llega otra vez el verano, y es mi segundo año de “soltera”, pero esta vez me voy sola, tengo que aprender a disfrutar de mi elegida soledad.
Después de unos días en familia decido irme a Valladolid, más exactamente a un pueblecito chiquitito cerca de Peñafiel. Allí podría conocerme a mí misma.
Además de por supuesto, de conocer y disfrutar de la gran cultura que rodea el arte del vino.
Me alojo en un pequeño hotel spa rural de tan solo 17 habitaciones, con una atención exquisita hacia el cliente. Los dos recepcionistas son encantadores y se encargan de todas y cada una de las necesidades de los clientes.
La habitación es grande, decorada con calidez. Una cama Kingsize, escritorio con butacón donde, por si no os habéis dado cuenta, os estoy contando la historia, un sillón más en tono marrón oscuro y un baño perfecto. Un gran espejo que va de pared a pared (ya sabéis lo que me gustan los espejos), una bañera enorme y una ducha de hidromasaje. ¿Qué más se puede pedir?
Llegué el lunes al mediodía, y por la tarde había reservado el spa. ¿No os lo he dicho? El spa es privado, así que imaginaos la de cosas que suceden entre esas cuatro paredes.
Diez minutos antes de la hora reservada, Omar me trajo a mi habitación un albornoz y unas zapatillas.
- Cuando estés preparada te espero en la puerta del spa para darte las indicaciones.
Puesto que iba a estar sola y, a pesar de no estar totalmente a gusto con mi cuerpo este año, me puse un bikini negro palabra de honor y bastante estrecho de braga, lo que dejaba bastante carne sin cubrir.
Una vez lista, me dirigí al spa donde me esperaba Omar. Me abrió la puerta y me enseñó los vestuarios, los aseos y la zona propia de aguas.
Es muy chiquitito, al entrar en la zona de agua tienen una pequeña nevera con botellas de agua, zumos e incluso benjamines. ¡Madre la que se podía liar ahí!
A la derecha y flaqueando la piscina, unas hamacas con mesitas a ambos lados, repisa con velas y cesta con frutas.
La piscina está bien, no es grande, puesto que es para uso privado, pero perfectamente cabrían ocho personas. Tiene dos camas dentro para poder tumbarse mientras te dan los chorros y una cascada de agua para las cervicales.
A la izquierda tiene unas duchas de contraste térmico. Una de agua caliente y la otra con chorritos más finos y a presión con agua fría. Justo a su lado está el baño turco. Omar abrió la puerta y salió aroma a romero y pino, parecía Londres, no se veía nada.
- Todo tuyo, disfrútalo y no te preocupes de nada. Aquí fuera tienes el teléfono, cualquier cosa que necesites nos llamas. ¡Ah! Cuando se apaguen los chorros, es que el tiempo se ha acabado, tienes cinco minutos para salir porque entran los siguientes clientes. ¡Disfruta!
Omar se retiró, y yo me quedé sentada en una de las hamacas observando aquel pequeño remanso de paz. Miré hacia la neverita y… ¡Qué coño! Pues claro que me abrí un benjamín. ¡Qué rico estaba! Volví a meter la botella abierta en la nevera para que no se calentara, pero ya me la iría bebiendo, si no aquí, en la habitación.
Dejé el albornoz en la percha y me di una ducha de agua caliente. A pesar de estar sola, andaba un poco cortada. Jejeje todo eso para mí sola. Vi mi reflejo en el cristal de la zona de las hamacas, y oye… No me veía tan mal como me había estado viendo todo el verano.
Después de la ducha caliente me metí en la piscina. La temperatura del agua era la idónea y con el olor típico de balneario.
Probé los chorros en las cervicales, me desplacé por toda la piscina pegada a la pared y cuál fue mi sorpresa que en la esquina pegando a las hamacas salían chorros del suelo. Me quedé allí disfrutando de ese masaje improvisado en los pies unos minutos. Después me senté en una de las camas y …. “Ufff ¡Qué de burbujitas salían! Jijiji”
Quería probar de todo un poco antes de disfrutar el spa de verdad. Así que me fui al baño turco. Me senté en el poyete y observé la puerta, escuché el silencio y la paz que se respiraba.
Todo era perfecto, nada ni nadie podía estropear aquel momento, mí momento.
Salí del baño turco, di otro pequeño sorbo al benjamín y me metí en los chorros de agua fría. Eran como pequeñas agujas despertando mi cuerpo. Cada vez más afiladas, cada vez más frías.
Cuando no las soporté más, pasé a la ducha de agua caliente y, de ahí bajé los primeros escalones de la piscina, cuando me di cuenta de que podía acercarme la bebida a la orilla. Tenían dispuestos unos cubículos del tamaño justo junto a la cama más pegada a la orilla.
Tumbada, relajada, con el benjamín a mano, mi cuerpo se dejó llevar para la relajación del ambiente, el sonido de la cascada, los aromas del agua y de las burbujas que salían por los agujeros de la cama masajeando todo mi cuerpo.
Hacía meses que estaba estresada, y allí tumbada en tan solo unos minutos, sentí cómo mi cuerpo empezaba a relajarse, empezaba a sentir, empezaba a disfrutar.
Con los ojos cerrados, desconectada de todo, el murmullo del agua pasó a un segundo plano, lejano, pudiendo agudizar el resto de mis sentidos, en este caso el tacto.
Mi piel estaba siendo colmada de pequeños besos por esas burbujas. Las sentía desde los tobillos, subiendo por los gemelos, a los muslos, las nalgas, la curcusilla, la espalda, hasta llegar a los hombros y el cuello. Por supuesto en los brazos y en las palmas de las manos, que por inercia las puse boca abajo para poder sentirlas.
Concentrada en sentir, las burbujas se filtraban entre mis piernas, notando cómo ascendían rozando sutilmente el bañador. Mi mente se dejó llevar un poco más e intuitivamente o no, abrí ligeramente más las piernas, dejando un estrecho canal por el que las burbujas emergían a la superficie. Las sentía por las nalgas, hacían la curva para aparecer en la parte delantera y, finalmente subían rozando por mis labios. ¡Qué sensación! Nunca la había experimentado y he de decir, que tiene su morbo.
Me concentré en las burbujas de mi entrepierna, ahuequé un poco el sujetador del bikini, y las burbujas se colaron por dentro, aunque apenas las sentía. Temerosa de ser vista, aunque entendía que no debía haber nadie mirando las cámaras dentro del recinto, me incorporé un poco y desabroché el sujetador. Sin dejarlo caer, me volví a tumbar y, una vez cubierta por el agua, liberé mis pechos para que sintieran las burbujas de lleno.
Era una sensación extraña, excitante, morbosa, calenturienta… ¿Me estarían viendo? Mi mente no paraba de preguntarse. Pero mi yo lujurioso estaba ganando terreno a mi yo racional, y ante la cara anonadada de la misma, mis manos echaron a un lado la braga para notar el volcán de burbujas de lleno sobre mi sexo.
“Mmmm, ¡qué bien se siente!” las burbujas se colaban sutilmente entre mis labios, otras rozaban mis pezones, y las demás… bueno, a las demás apenas las prestaba atención. Todos mis receptores estaban deleitándose del baño en esas dos zonas en particular.
Agarré mi pecho izquierdo y tiré del pezón. La siguiente ola de burbujas fue aún más intensa en él. Así que hice lo mismo en el pecho derecho. Esta vez agarré los dos pezones, los pellizqué y esperé las burbujas… Una y otra vez repetí la misma operación hasta que un ligero y suave dolor hizo que diera pequeños respingos en la cama.
En ese momento mi coño estaba celoso, quería más atención. Así que me abrí los labios para que las burbujas circularan más libremente. Moví un poco el culo y encontré un chorro un poco más grande que los otros, así que, como bien os podéis imaginar… Sí, allí me coloqué.
Eran como un volcán en erupción, la sensación de no saber exactamente qué parte acariciaría, el no saber si alguien me estaba mirando, me estaba poniendo muy, pero que muy cachonda.
Disfruté un buen rato allí tumbada, mi clítoris cada vez se hinchaba más, notaba como del interior de los poros de mi piel emanaba una necesidad imperiosa de terminar lo que, tan inesperadamente había comenzado. Pero quería probar… una última cosa.
Medio nadando me puse donde el chorro cervical, pero del lado inverso. Me agarré al borde de la piscina y me estiré todo a lo largo… Abrí las piernas y…
“¡Oh sí, joder!” Allí estaba ese chorro a propulsión directo a mi zona genital. Duro, fuerte, sin control. Intenté que me diera más de lleno, pero al soltarme de la mano para abrirme la braga, la fuerza del agua me giraba. Aún así, intenté varias poses más. Esa sensación de incertidumbre, esa frustración de no sentir nada, esa sensación era amansada cuando por casualidad acertaba y de lleno. Era una gran recompensa que mi cuerpo abrazaba en forma de espasmos.
Me levanté y me puse para que me diera en las cervicales, mientras mis manos agasajaban mi sexo con caricias. Me volví y puse el pecho. Era demasiado fuerte para mis delicadas tetitas, pero quería probar una vez. Cogí mis pezones, los retorcí y los puse debajo del chorro.
“Mmmm dolor, placer, gustirrinín… ¡Qué mezcla por dios!”
Pero he de reconocer que, aunque las burbujas y el chorro cervical habían hecho bien su trabajo, en el agua la sensación de acariciarme no era la misma. Me acerqué a la cama, terminé el benjamín. Salí de la piscina con el pelo suelto, la braga dejando más de media cacha al descubierto y las tetas al aire, me dirigí al baño turco, no sin antes coger una de las toallas que me había dejado Omar.
Puse la toalla en el “banco” y apoyándome en la pared me puse cómoda. El calor seco, la excitación del agua y mis ganas de desfogarme, me llevaron a un estado de excitación y frenesí que hacía tiempo no sentía.
Mi lado racional luchaba por salir, temeroso de que alguien me viera o peor aún, me pillara por no enterarnos de que el tiempo se había agotado.
Por otro lado, mis manos recorrían mis pechos, bajaban hasta la braguita, deslizándola hasta los tobillos. Con unas suaves caricias retrocedí el camino y, allí sin apenas visión, sin noción del tiempo, comencé a hacerme el amor apasionadamente, sin reparos, sin miedos, sin tabúes.
Me quería, me abrazaba, me besaba, me saboreaba… Dulce con toques salados, mis fluidos regaban mi ser cual manantial desbordado. Torbellino de sensaciones cabalgaban de mis manos desatadas: morbo, pasión, decoro, lujuria… Todas ellas juntas en una combinación perfecta, un cóctel desmedido y agitado de placeres encontrados.
Sudorosa, fatigada y con las piernas temblorosas fui consciente del silencio que había en el habitáculo. Agudicé el oído y, efectivamente los chorros de agua no sonaban.
¿Cuánto tiempo haría que se habían parado? Subí las braguitas con una sonrisa de diablilla, me envolví en la toalla para salir del baño turco, al salir podría encontrarme a alguien.
- Buenas tardes, creo que esto debe ser suyo.
Miré, y allí de pie en medio de la piscina había un hombre con la parte de arriba de mi sujetador en la mano. Avergonzada, pero con una pizca de morbo en mi interior, me coloqué el albornoz detrás de la columna.
- Gracias -dije con más que rubor en las mejillas.
Lo cogí y, sin mirar atrás salí de la zona de aguas, sintiéndome observada, desnudada por aquel extraño y extrañamente excitada.