Anoche soñé con Tobías, acabo de recordarlo. Estaba yo en su casa, me parece. Me pidió que lo acompañara por alguna razón. Extraño tanto esa intimidad con Tobías. Lo recuerdo tan perfecto en aquel viaje que hicimos juntos a Mérida. Recuerdo su olor, su cuerpo abrazado junto al mío. Lo extraño tanto. Era el chico perfecto para mí. Tan talentoso, tan singular, un chico pensante e inofensivo. Amoroso, excepcional. Recuerdo cuando me invitaba a su casa y me tocaba el piano. Ahí estaba yo, emocionadísimo de escucharlo. Y ahora estoy acá, sin él, solísimo.
Son las 9.48. Para variar, estoy probando diferentes plataformas de blogging. Son las cosas que he hecho toda la vida: elegir una dirección de correo electrónico que me guste, buscar un programa de mensajería instantánea que me parezca adecuado y elegir el gestor de blogs más elegante. Lo cierto es que me gusta más la búsqueda que todo lo demás. No es que tenga cartas muy importantes que enviar. Muchas veces, incluso me aburre recibirlas. De hecho, me aburre responder los mensajes que me envían aleatoriamente. Solo uso el messenger cuando quiero, cuando me hace falta, cuando estoy aburrido; en esos casos, eso sí, quiero que me respondan de inmediato, pero, si alguien más me busca y quiere que esté ahí al toque, me enojo: no estoy...
No sé si cada vez es más difícil o es la misma situación continuada a lo largo del tiempo lo que me hace sentir agotado. No sé cómo ajustar (permanentemente) algunas cuestiones domésticas sencillísimas, como que les demás habitantes de la casa aprendan a respetar lo que no es, en primera instancia, suyo, como el azúcar que compro para los operarios y que, en apenas dos días, se acabó porque terminó, pienso, en la kombucha de Ornella. O los almohadones olvidados en el balcón. No sé, esta gente no pone atención y ta… siento que me enveneno inútilmente. ¿Cómo operar un cambio? ¿Qué clase de cambio deseo? ¿El deseo, en sí mismo, me limita? Sueño con encontrar una opción laboral que no implique tanta responsabilidad como aquí. Alguna ruta...
Poníamos sobre la mesa algunos asuntos de orden doméstico, nada demasiado relevante, me parece. Aunque ahora recuerdo solo a Karin, sé que estábamos reunidos varies, supongo que les actuales habitantes de la casa, es decir, Mel, Orne, Pablo, Carol, quizá mi madre, tal vez hasta Indiana, quien ya se va, dudo que Paula o Henry, quienes apenas llegan, y yo por supuesto. Entre las trivialidades operativas de escasa o nula importancia que tratábamos, surgía de pronto el tema de mi atracción por los guachos, pero no sabría decir ahora si el asunto era introducido a la conversación como un problema o si se mencionaba al vuelo, casi como anotación al margen, y nada más.
En la primera comida en familia cuando la casa se llenó, cómo me veías, cómo sonreías porque yo estaba feliz y eso también te hacía feliz.
Estoy algo impaciente. Es difícil refugiarse en la comida cuando te has puesto, previamente, tantas restricciones. Y ya no tomo alcohol ni fumo faso, así que tampoco ahí encontraré ningún consuelo. Me gustaría chupar una buena pija, atragantarme con un buen trozo, pero no he tenido el cuidado de conservar a mis amantes. ¡Me aburren tan pronto! Ya ni siquiera tengo grindr para buscar un rápido sustituto. Tendré que arreglármelas solo. Tendré que comerme yo solo toda esta rabia.
¿Alguna vez dejaré de hacerme ilusiones respecto a los chicos? ¿Alguna vez dejaré de esperar que alguien me lance, condescendientemente, un trozo de amor? Esto me va llenando de rencor. Creo que ya no hay espacio para nada más. Solo quiero llorar y que todos se vayan a la mierda. Todos, todes.